Crows Los cuervos que anidan en tu pelo me sacan los ojos y los sostienen en sus picos como cerezas de luz, hacen malabares, los meten en tu boca: te miro comerlos, saborear la fruta madura de mis pupilas. Me miras mirarte y acaricias las cuencas descabaladas. Al toque de tus dedos me van creciendo dos ojos: agua liviana en la que te miras.
Un árbol de lluvia me muerde los dedos Bajo el aguacero escribo tu nombre: dibujo sílabas pequeñas como si trazara tu rostro girasol. Susurro oración viento, presiento tu boca guarapo sobre mi boca desamparada. Te dibujo en el aire mientras tu nombre, sílabas pequeñas, me crece un tatuaje de cenizas en el pecho.
Fundación Una ciudad ha sido fundada entre mis poros. Se mecen balcones en mis dedos, los ventanales abiertos dejan entrar el aire a mi piel. Mi ciudad es un sueño: destrozado polvo que bosteza bajo este sol de puñales.
Delirio con libélula Más que nada tu piel
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Extraño ahora el golpeteo de la lluvia en la ventana, el resplandor de la luz sobre los espejos de agua, tu rostro de abril y aleluya, tu pelo maraña de sol y almendra, tu boca carne endiablada, tu pubis pintarrajeado estrellas, tus muslos sal y chulería; pero más que nada tu piel cocuyo y semilla en la que tantas veces, vestido de mala fe, viví la pequeña muerte de los amantes.
Deshojas entre los dedos las voces de los flamboyanes muertos. Esa luna clavada en el silencio llena de palabras aladas la memoria. Desatado de nubes, entre las manos calladas del alba, rueda el horizonte: temblor de agua que lame la noche. La ciudad y su sinfonía de raíces se astillan en la boca. Sumergida en el sueño que brota del corazón de brea y azogue, la ciudad, temblor y marasmo, habita en un incesante parpadeo.