Casapalabras 10

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Alejandra

Pizarnik:

la jaula

se ha vuelto pájaro

S

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us amigos y familiares saben que cada ocho semanas es necesario volver a poner una foto de Alejandra en su tumba. Éstas han venido desapareciendo por años sin que los celadores del cementerio judío de La Tablada pudieran atrapar al ladrón. Diario La Nación / domingo 24 de septiembre de 1972: «El caballero de las muertas de rojo ha llegado en su búsqueda y la lleva sin él... La que no supo morirse de amor y por eso nada aprendió... Ella está triste porque no está...». Éste es el fragmento de un poema que fue leído por cientos, un domingo hace 42 años. A la mañana siguiente, en un departamento de la calle Montevideo (Buenos Aires), Alejandra Pizarnik, una de las poetas argentinas más interesantes y significativas del siglo XX, renunciaba a la vida con una dosis de 50 cápsulas de Seconal. Su último texto publicado fue aquel poema en La Nación, y su boleto al silencio quedó escrito en el pizarrón de su departamento: «No quiero ir más que hasta el fondo». Y así murió, con las muñecas maquilladas para la ocasión y rodeada de una babilonia de libros. Flora Alejandra Pizarnik Bromiker nació el 29 de abril de 1936 en Buenos Aires. Es la segunda hija del matrimonio de Elías Pizarnik y Rejzla Bromiker (migrantes rusojudíos). Los Pizarnik perdieron a

Freddy Fiallos muchos de sus familiares durante el holocausto; su abuelo, por ejemplo, fue obligado a construir caminos y su abuela fue llevaba a un centro de exterminio. Según César Aira, biógrafo de Pizarnik, esto a ella le significó un contacto temprano con la muerte. Durante la secundaria, Alejandra empieza con el consumo de anfetaminas para tratar de bajar de peso, desde ese entonces ya estaba inmersa en los textos de Marcel Proust y Jean Paul Sartre. Sus primeros escritos datan de su adolescencia, desde allí ella tuvo la certeza de que quería ser poeta. Se inscribió en la universidad en 1954, en la búsqueda de hallar un lugar intentó asistir a las carreras de Filosofía, Periodismo y Letras. No faltaron otros buceos que incluyeron clases de pintura con el artista surrealista Batlle Planas. En ese año se enamora de su profesor de literatura moderna Juan Jacobo Bajarlia, quien la guía hacia el surrealismo. Alejandra lee y se involucra con la poética de Tristan Tzara. Para entonces su padre le costeaba los honorarios del analista León Ostrov para que la ayudara a corregir su tartamudez. Con 19 años publica su primer libro: La tierra más ajena (1955). Éste está dedicado a León, y firmado como Flora Alejandra Pizarnik. Se supo que años más tarde ella renegaría de esta obra y que incluso había

comprado todos los ejemplares que no se vendieron para quemarlos. Vinieron luego: La última inocencia (1956) y Las aventuras perdidas (1958). ‘Blímele’ (como era llamada Alejandra en su niñez) se embarca en 1960 a su sueño de toda la vida: viaja a París, en aquel París invadida por los nombres más fuertes de la literatura latinoamericana, entre ellos Octavio Paz, quien escribiría el prólogo de su libro El árbol de Diana, publicado en 1962. La etapa parisina de Alejandra marcó su lenguaje oscuro y acentuó su simbolismo, influenciada hasta la saciedad por Rimbaud, Mallarmé y Lautréamont. En aquella París conoció a otro de sus amores imposibles: Julio Cortázar. Con Cortázar, quien cariñosamente la llamaba ‘Bicho’, hubo una relación de confianza tan profunda, que Alejandra fue la encarga de levantar a limpio Rayuela. Según Fernando Noy, amigo íntimo de la poeta, ella había extraviado los originales de la pieza maestra de Cortázar. Tiempo después (por el bien de la literatura), los apuntes de Rayuela fueron encontrados. Durante su estancia en Francia, Pizarnik trabajó para la revista Cuadernos y algunas editoriales francesas; publicó poemas y críticas en varios diarios. Tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy.


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