Separata holanda

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Reino de los PaĂ­ses Bajos

invitado de honor de la filbo

2016


NIELS VAN IPEREN

FILBo 2016

EDITORIAL PARA EL REINO DE LOS PAÍSES BAJOS ES una gran distinción ser el país invitado de honor en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2016, FILBo, un año después de la cautivadora participación de Macondo. Luego del realismo mágico de Gabriel García Márquez, en la XXIX versión de la feria los visitantes podrán gozar del realismo pragmático e innovador del pueblo holandés. Nuestra participación en la FILBo resaltará nuestra identidad tanto europea como caribeña: somos un reino conformado por cuatro países: los Países Bajos, Aruba, Curaçao y Sint Maarten, unidos a Colombia por las cálidas aguas del mar Caribe y por históricos lazos de cooperación y trabajo conjunto. Queremos estrechar estos lazos aún más acercando a los colombianos a otros ámbitos de nuestra cultura, particularmente nuestra literatura, porque los Países Bajos son mucho más que el color naranja, que los clásicos molinos de viento, que los coloridos tulipanes, que el queso amarillo y la sabrosa leche. Los Países Bajos cuentan con una rica y diversa oferta literaria, que constituye el deleite de los asiduos lectores holandeses —cada año se venden alrededor de 40 millones de libros en un país con una población cercana a 17 millones de personas—, que también tiene el reconocimiento internacional. En la feria contaremos con la presencia de figuras destacadas como Cees Nooteboom, Tommy Wieringa, Herman Koch, Janny van der Molen, Philip Hopman y Jan Rothuizen, representantes de nuestra literatura contemporánea, infantil, juvenil, poesía e ilustración. A través de su obra, sus poesías, ilus-

patrocinadores

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Embajador Robert van Embden.

traciones e incluso mapas emocionales, los lectores y visitantes de la feria podrán hacer un viaje hacia mi país, compenetrarse con nuestra forma plural, pragmática y, a veces, irónica de ver el mundo, y entender un poco más el ser holandés, producto de los inmensos cielos, del paisaje ordenado, casi domesticado, y de la lucha de un pueblo por protegerse y ganarle tierra al mar. Esta batalla contra la adversidad se ha traducido en el ingenio para pensar en soluciones innovadoras

Los Países Bajos se caracterizan por ser un país que se ha construido y reconstruido a lo largo de su existencia, y esta experiencia es la que queremos compartir con los colombianos.

y colectivas, en la capacidad de asumir riesgos, concertar, dialogar con todos de igual a igual y hacer negocios basados en la mutua confianza. Todos estos aspectos han logrado que las industrias creativas de los Países Bajos ocupen un lugar destacado en el mundo. En nuestro pabellón tendremos también el gusto de contar con elementos y personalidades destacadas en las áreas de arquitectura, diseño y urbanismo. Y, por supuesto, no podría faltar un énfasis en el uso de la bicicleta, medio fundamental de transporte para cada holandés. Por ello, ¡invito a los colombianos a visitar la FILBo en bicicleta! Los Países Bajos se caracterizan por ser un país que se ha construido y reconstruido a lo largo de su existencia, y esta experiencia es la que queremos compartir con los colombianos en momentos en que Colombia decide un futuro en paz. La experiencia de Ana Frank —aquella adolescente que desde su escondite en “la casa de atrás” escribió lo que posteriormente llegaría a ser el libro más vendido de la literatura holandesa en el mundo— y sus maduras reflexiones acerca de la guerra, la reconciliación y el perdón no pierden vigencia. Nuestro interés es acercar a los visitantes de la feria a la vida de Ana Frank y generar alrededor de su historia un espacio de reflexión y diálogo acerca del acontecer propio. Cees Nooteboom escribió en uno de sus poemas: “La vida / deberías poder / recordarla / como un viaje al extranjero / y con amigos o amigas / comentarla luego / y decir / no ha estado mal, / la vida…”. Mi deseo es que cada colombiano que visite nuestro pabellón haga un viaje a los Países Bajos que guarde para siempre en su memoria. ¡Bienvenidos al pabellón holandés!


FILBo 2016 los libros de irma boom

pasando hojas

una holandesa reinventó el tradicional oficio de hacer libros y es hoy una de las diseñadoras editoriales más reconocidas en el mundo. con ocasión de la FILBo, estará en bogotá. arcadia habló con ella.

Por Francisco Giraldo Jaramillo*

* filósofo y periodista.

El SHV Think Book (22. 5 x 17 x 11 cm), de 2.136 páginas, volvió famosa a Boom a mediados de los noventa.

TEO KRIJGSMAN

Irma Boom nació en Lochem, Holanda, en 1960.

comprendía estos objetos: no los veía como unas letras impresas en papel, sino como un objeto vivo en el que el contenido y la forma entraban en perfecta comunión. Fue gracias a la casualidad de este encuentro con Kuipers que Boom decidió que su lugar se encontraba en el universo de la construcción de los libros. En 1991 abrió su propia oficina, y desde entonces no ha diseñado un solo libro que no le haga justicia a su estilo de trabajo. Cuando le pregunté sobre el secreto para hacer un buen libro, su respuesta fue categórica: el tiempo. Y es que la manera en que trabaja así lo exige. Jamás ha comenzado un proyecto en la pantalla de un computador; para ella es fundamental tocar y sentir las páginas que va a utilizar, crear modelos en distintos tamaños para ver cuál se ajusta mejor a la historia que se quiere contar, ordenar y reordenar las páginas de manera que el contenido del libro se potencie en su forma concreta. Pero a pesar de la calidad estética de sus libros y de la hermosa precisión con que escoge cada detalle —y

a pesar de que varias de sus creaciones están expuestas permanentemente en el MoMA de Nueva York—, Boom no considera que sus libros sean obras de arte. El libro es el resultado de un trabajo técnico motivado por una cierta idea de la belleza, pero su finalidad es distinta a la del arte. Un libro no se contempla: se lee, se usa, se toca, se manipula. Es una herramienta que nace de un trabajo colaborativo. Es por esto que Boom no tiene “clientes”, sino “comisionadores”. Para ella es imposible emprender un proyecto si está gobernado por una relación jerárquica en la que quien paga le exige cómo hacer su trabajo. Así, lo primero que Boom mira es que la relación entre el “comisionador” y ella esté cobijada por la confianza y la libertad. “Hoy en día todo está sujeto a cambio, todo es volátil”, dice Boom, sin tono pesimista, explicando el valor que el objeto-libro aún conserva (“y conservará por siempre”, añade sonriente): todos los contenidos online son actualizados permanentemente, y la tecnología digital avanza con desenfreno. A propósito de SHV Think Book, el libro que le otorgó renombre mundial a mediados de los noventa, me dice: “Si ese libro hubiera sido un CD-Rom (posibilidad que en algún momento se contempló), hoy no estaríamos hablando de él”. Para Boom, los libros jamás serán reemplazados por los PDF; un libro es esencialmente “pasar hojas”, un objeto tridimensional que ocupa un espacio, que tiene peso, tamaño y textura. Pretender convertirlo en una filmina es despojarlo de su materialidad y violentar la experiencia de lo que lo hace libro: “pasar hojas”. Y es ahí donde radica, para esta diseñadora holandesa, el valor del libro como objeto físico: un libro se alza como una historia que ya no puede ser modificada, como una secuencia de imágenes y textos que constituye una idea inmortalizada. Y es a este oficio al que Boom decidió consagrar su vida.

Para Boom, los libros jamás serán reemplazados por los PDF; un libro es esencialmente “pasar hojas”, un objeto tridimensional que ocupa un espacio.

CORTESÍA IRMA BOOM

EXISTE UNA ETERNA RIVAlidad entre los alemanes y los holandeses. Los primeros afirman que Johannes Gutemberg inventó la imprenta alrededor del año 1440. Los segundos sostienen que el auténtico “inventor del arte de la impresión con letras móviles fundidas en metal” fue Laurens Janszoon Coster, quien cuenta hoy con una estatua en su honor en la plaza principal de Haarlem, su ciudad natal. Sea cual sea la verdad, en Holanda existe una de las tradiciones más antiguas en el oficio de hacer libros, y en los últimos 30 años esta se ha visto revolucionada por las versátiles manos de una persona: Irma Boom. Para ella, su trabajo no consiste en una transgresión de los límites habituales del diseño. Más bien lo comprende como una exploración al interior de estos límites: “Respeto el libro clásico y sigo las reglas sobre cómo hacer un libro. Pero al mismo tiempo trato de mantener el libro como un objeto vital, como un objeto que carga en sí mismo con un significado”. La historia de esta mujer comienza cuando estudiaba Arte y Diseño Gráfico en la AKI Art Academy de Enschede en Holanda. Aunque Boom amaba el arte, sus convicciones estéticas y su destreza técnica no se hallaban cómodas. Luego de varios meses de dudas (contempló la posibilidad de cursar Arquitectura o Fotografía), se encontró de frente con su pasión. Inscribió por casualidad la clase de Abe Kuipers, un pintor que consagraba su curso a los libros: todas las semanas llegaba a clase con dos pesadas maletas atiborradas de obras, y se dedicaba durante horas a hablar con sus estudiantes sobre la relevancia de la tipografía, sobre por qué el peso y el tamaño del libro son fundamentales. Boom quedó fascinada con la sensibilidad de su profesor y con la manera en que

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FILBo 2016 libros para jóvenes y niños

a prueba de parábolas

En los años cincuenta, la literatura infantil holandesa dio un giro de 180 grados y empezó a consolidarse como un referente mundial. Una editora, un escritor y un ilustrador explican en qué sobresale del resto de los países.

TIURI, UN JOVEN DE 16 AÑOS QUE VA A ser nombrado caballero al día siguiente, está en una capilla pasando la noche en vela. No habla, no se mueve y no hace caso a los ruidos extraños, tal y como lo dicta la tradición de la Caballería. En medio de la noche llega un desconocido que con insistencia llama su atención. Incumpliendo las normas, pero siguiendo su intuición, Tiuri decide atender al extraño visitante: este le encarga una carta que debe ser entregada sin demora al Caballero Negro de Escudo Blanco, quien tiene que enviársela al rey de Unawen, un reino vecino. Tiuri, al ver que el Caballero Negro de Escudo Blanco está malherido y que es incapaz de cumplir con la misión, decide llevar él mismo la carta, desobedeciendo todas las reglas y corriendo incontables riesgos. Así inicia Carta al rey, de Tonke Dragt, uno de los clásicos más importantes de la literatura infantil holandesa. Luciënne van der Leije me confió que hace poco le leyó esta historia a su hijo de 9 años, y que después de unas cuantas páginas, este último afirmó sin rodeos: “Es el mejor libro que he leído en mi vida”. Y no es para menos: en 1963, un año después de su publicación, Carta al rey recibió en Holanda el premio a mejor libro infantil del año, y en 2004 ganó el Griffel der Griffels (el “premio de premios”): fue seleccionado, entre los ganadores a mejor libro infantil del año de los últimos 50 años, como el mejor libro para niños de la segunda mitad del siglo XX en Holanda. Y es que Carta al rey no es un típico cuento de hadas, sino que consiste en una verdadera novela histórica, afirma tajante Van der Leije (que trabaja precisamente para WPG, el grupo editorial que publicó este libro hace 53 años): es una compleja pero dinámica narración que elabora un mundo ficticio donde entran en juego temas tan reales como la tradición, la nobleza, la lealtad, la valentía y la traición. Desde hace varios años, Holanda se ha consolidado como un punto de referencia en literatura para niños. Además de que algunos de los escritores e ilustradores de historias infantiles más conocidos en el mundo son holandeses, ese país se ha convertido en un punto neurálgico en términos comerciales: Van der Leije calcula que las editoriales holandesas firman más de 100 contratos al año para vender los derechos de sus libros infantiles, y afirma que cada vez es más común ver libros holandeses en las librerías alemanas, chinas, mexicanas y colombianas. Por lo demás, es muy diciente que durante la reciente crisis europea, y a pesar de que las ventas de libros para adultos se redujeron drásticamente en Holanda, los libros infantiles 4

CORTESÍA EDITORIAL QUERIDO

Por Francisco Giraldo Jaramillo

¡Date una vuelta en bici!, ilustrado por Philip Hopman y escrito por Joukje Akveld, fue traducido al español para la FILBo.

mantuvieron más o menos su promedio de ventas. ¿En dónde radica la importancia de la literatura infantil holandesa? ¿Qué es lo que la distingue de la literatura para niños de los demás lugares del mundo? En contravía de lo que a primera vista podría pensarse de la literatura para niños (quizá con buenas razones), los escritores holandeses no estructuran sus historias en función de una parábola: “Somos alérgicos a la educación y a la moraleja en los cuentos para niños”, dice entre risas Ted van Lieshout, uno de los escritores de poemas infantiles más reconocidos en Holanda. Su motivación es otra: lograr entregarles a sus pequeños lectores un producto estéticamente agradable e intelectualmente retador. En efecto, para este poeta, la literatura para niños no debe subestimarse solo porque su audiencia principal sea de corta edad. Al contrario: muchas veces es más exigente que la literatura para adultos, pues requiere meterse en los zapatos de un niño que aún tiene la mirada nueva y la sensibilidad receptiva, y lograr cautivarlo con una historia ficticia: quien escribe para niños debe ser capaz de retar su imaginación, de divertirlo,

de entretenerlo, y al mismo tiempo, de plantearle preguntas y de renovar su capacidad de asombro, lo que no es tarea fácil. Pero esto no siempre fue así, como advierten los entrevistados. A comienzos del siglo pasado, existía un temor a transgredir ciertos límites o a tocar ciertos temas en la literatura infantil: “Todo era como debía ser, todos se vestían como debían, todos se comportaban como debían”, y se podría decir que todo orbitaba al interior de un universo de ficción moral que poco o nada tenía que ver con la realidad. Y fue solo a principio de los años cincuenta que este género se vio revolucionado bajo la pluma de Annie M. G. Schmidt. Esta escritora, la “reina de la literatura infantil holandesa”, le perdió el miedo a aterrizar sus escritos. No solo construyó personajes inspirados en niños comunes y corrientes —niños que se ensuciaban, que se comportaban mal—, sino que asumió el reto de poner a sus lectores frente a situaciones tan complejas y difíciles como lo son a menudo las experiencias de la vida: la guerra, la enfermedad, el divorcio, la muerte, la soledad y la drogadicción dejaron de


FILBo 2016

Pluk es uno de los personajes más conocidos de la escritora Annie M. G. Schmidt y del ilustrador Fiep Westendorp.

Además, siempre está gobernada por un sentido del humor muy agudo, por una ironía muy sutil. Es el caso de Ga toch fietsen!, uno de los últimos libros ilustrados por Hopman y que será traducido al español para la FILBo. La expresión que da el título al libro, que se tradujo al español como ¡Date una vuelta en bici!, se utiliza para zanjar de una manera poco amable una discusión que parece no tener fin. El autor de esta historia, Joukje Akveld, decidió tomar esa expresión en su

CORTESÍA EDITORIAL LEOPOLD

“Somos alérgicos a la educación y a la moraleja en los cuentos para niños”, dice entre risas Ted van Lieshout, uno de los principales escritores de poemas infantiles del país.

Uno de los poemas visuales para niños de Ted van Lieshout.

©FIEP AMSTERDAM BV; FIEP WESTENDORP ILLUSTRATIONS

ser temas tabú y se convirtieron en preguntas abordables en la literatura para niños. Uno de los ejemplos más representativos de este giro son las historias de los vecinos Jip y Janneke (Mila y Yaco, en su versión en castellano), una niña y un niño que tienen vidas como las de cualquiera de su edad y, sin embargo, cada vez que se encuentran para jugar, hacen de su tarde una travesía llena de aventuras que ellos mismos inventan. Jip y Janneke, cuyos personajes fueron ilustrados por Fiep Westendorp, fueron originalmente unas historias cortas que Schmidt escribió semanalmente para el periódico Het Parool entre 1952 y 1957. A pesar de haber sido publicado solo durante cinco años, sus protagonistas cautivaron el alma de millones de lectores, llegando a ocupar un lugar central en la cultura holandesa. Es posible afirmar, sin temor a equivocarse, que hoy no hay un solo holandés que no se haya reído con las aventuras de Jip y Janneke (recientemente reeditadas en forma de libro y que ya han sido traducidas a varios idiomas). Otra de las joyas de Schmidt es Pluk van de Petteflet (también ilustrado por Westendorp), un personaje que a primera vista es sencillo, superficial, pero que en realidad encierra mucha complejidad: “Es sin duda mi favorito”, dicen casi en coro los entrevistados. Pluk es un pequeño pelirrojo que maneja una grúa: no tiene familia, vive en un cuartico en la azotea de un edificio de apartamentos, y sus mejores amigos son Zaza (una cucaracha), Meneer Pen (un viejo librero) y Aagje (una niña que será su compañera de aventuras). “Nadie se pregunta por qué no tiene casa o familia… simplemente es así”, dice Van der Leije. Sin duda alguna, Schmidt disolvió el paradigma tradicional de la literatura infantil. Supo adoptar, con un pie en la ficción y el otro en la cruda realidad, una nueva mirada que marcaría por generaciones la manera de escribir y de leer los libros para niños. Pero no solo las historias son las protagonistas de estos libros. La ilustración juega un papel fundamental, y es otra de las razones por las que la literatura infantil de este país es tan especial. Philip Hopman, uno de los ilustradores infantiles más importantes hoy (y que estará en Bogotá durante la FILBo), explica en qué se diferencia la ilustración holandesa de la del resto del mundo: “Nosotros tenemos un estilo más iluminado, más ligero. Hay mucho blanco, mucha luz”.

sentido más literal y construir una ingeniosa historia en la que un panda agarra su bicicleta y se va de paseo después de una pelea. El resultado es un maravilloso viaje en el que el lector se sumerge en un inventario ilustrado de paisajes y bicicletas de toda clase: algunas diminutas con llantas desproporcionadas, otras inspiradas en modelos antiguos y otras, en fin, hermosamente improbables. Es así que varios escritores e ilustradores holandeses, desde hace varios decenios, ocupan hoy un lugar importante en el estante de los clásicos infantiles. Entre muchos otros, se destacan Max Velthuijs (que ganó el reconocido premio Hans Christian Andersen en 2004), Leo Lionni (conocido en especial por la manera tan inteligente con la que aborda temas sensibles) o Guus Kuijer, quien ganó hace cuatro años uno de los premios más importantes en literatura infantil: el ALMA. Pero la nueva generación no se queda atrás, y con ocasión de la FILBo varios estarán en Bogotá: entre ellos, los entrevistados Ted van Lieshout y Philipp Hopman, pero también Marije Tolman y Janny van der Molen. Es por todo lo anterior, quizá, que la literatura para niños ha alcanzado en Holanda semejante nivel de calidad estética y literaria; tan es así que allí se ha generado un fenómeno muy singular, y es que cada vez son más los adultos (muchas veces padres, pero no siempre) quienes van a las librerías en busca de historias infantiles: compran libros para niños no necesariamente para encontrarse con una lectura fácil, sino para sumergirse en un universo que propone, con ingenio y humor, una mirada distinta y renovada de la realidad. Pues si algo cierto puede decirse de la literatura infantil en Holanda (y con esto creemos responder a nuestras preguntas iniciales) es que, lejos de banalizar la imaginación de los niños, enaltece su mirada y explora cada vez más las posibilidades estéticas y narrativas que esta puede ofrecernos. 5


AFP

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DARIA SCAGLIOLA / STIJU BRAKKEE / MVRDV

FILBo 2016

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1. El Markthal fue estrenado en 2014 y diseñado por la firma MVRDV, los encargados del pabellón de Holanda en la FILBo 2016. 2. De Rotterdam, de la oficina de arquitectura OMA, es el cuarto edificio más alto de la ciudad.

juegos estéticos el renacer de róterdam

a pesar de ser destruida durante la segunda guerra mundial y de sufrir una epidemia de drogadicción, el principal puerto de europa se ha convertido en un referente indiscutible de diseño, urbanismo y arquitectura.

Por Christopher Tibble* VIAJAR A RÓTERDAM, LA SEGUNDA CIUdad más grande de Holanda, genera desconcierto. A diferencia del resto del país, cuya arquitectura parece limitarse a un extenso entramado de canales y edificios del siglo XVII y XVIII, el principal puerto de Europa se asemeja más a un experimento estético, a un desordenado pero funcional rompecabezas de estructuras clásicas, modernas y contemporáneas. Barajados entre barrios tradicionales como Delfshaven, donde zarparon peregrinos a América, hay viviendas hexagonales inspiradas en árboles, islas artificiales con fines ecológicos, una plaza de mercado en forma de herradura de caballo y torres que parecen colapsarse las unas sobre las otras. Por eso no resulta extraño que hoy su modelo urbano está en boca de muchos: la guía de viajes Lonely Planet incluyó a Róterdam en la lista de las diez ciudades para conocer en 2016, y el año pasado ganó el premio a mejor ciudad de Europa en los Urbanism Awards. Steven Bee, presidente de la organización encargada de entregar este último galardón, la describió como “una comunidad predominantemente joven, abierta y tolerante que está abrazando arquitectura innovadora, diseño urbano y nuevos modelos de negocios”. Desde hace por lo menos 20 años, la ciudad se ha convertido en un parque de experimentación al punto que hoy muchos la apodan “la ciudad del futuro”. Un rótulo que, curiosamente, tiene cimientos en su pasado. El 14 de mayo de 1940, después de tres días de batalla, los aviones de la Luftwaffe nazi descargaron unas 1.300 bombas sobre Róterdam. El embate, que resultó en la capitulación de Holanda ante Alemania, no solo dejó alrededor de 1.000 muertos y 85.000 desplazados, sino que arrasó con alrededor de 25.000 casas, 2.500 tiendas, 775 bodegas, 65 colegios * editor de arcadia. 6

y 25 iglesias. Como si fuera poco, durante días la ciudad ardió en llamas por culpa de la explosión de los tanques de petróleo en el puerto, cuya estela de fuego recorrió el río Rotte hasta llegar al casco histórico. La devastación, sin embargo, permitió a sus dirigentes rediseñar la ciudad. “Cinco días después de los bombardeos, el consejo municipal les pidió a unos arquitectos un plan para reconstruir Róterdam. Ese primer intento fracasó porque era demasiado tradicional, así que cuatro años después se esbozó el proyecto que resultó siendo la base de la nueva ciudad durante los próximos 30 años —afirma Michiel Raats del Het Nieuwe Instituut, la organización que reúne los institutos de arquitectura, diseño y cultura digital de Holanda. En un comienzo, sin embargo, el plan fracasó. Acabada la guerra, la mayoría del dinero se destinó a recuperar el principal activo de la ciudad: el puerto. Esa inversión llevó a los gobernantes a rehacer el centro histórico concentrándose en reducir costos, copándolo de oficinas de baja calidad. Luego, en los años sesenta, cuando el puerto entró en un periodo de decadencia, 350.000 personas perdieron su puesto y el centro dilapidó el poco progreso que había obtenido. “Los desempleados pronto empezaron a consumir drogas, la estación central de trenes se volvió su base y el centro no tardó en convertirse en un infierno. Pero una serie de alcaldes socialdemócratas vieron el problema y trasladaron a los drogadictos a casas del gobierno, donde hasta hoy trabajadores sociales les suministran heroína o metadona cada mañana. El crimen y la prostitución bajaron drásticamente. Solo entonces comenzó la revolución arquitectónica en los noventa”, dice Jan Knikker, un ejecutivo de la oficina de arquitectura MVRDV. Para Knikker, así como para otros, el renacimiento de la ciudad data a la construcción del Erasmusbrug en 1996. Apodado El Cisne,

el puente que conecta el sur y el norte de Róterdam cristalizó las ambiciones de una nueva generación de arquitectos que, bajo el apodo de los Super Dutch, se ha encargado de revolucionar la estética de la ciudad. Por ejemplo, bajo el liderazgo del visionario arquitecto Rem Koolhaas, la firma OMA ha construido algunos de los nuevos emblemas de la ciudad, como De Rotterdam (2013), uno de los edificios más altos de la ciudad. El otro gran protagonista ha sido MVRDV, cuyo proyecto bandera, el Markthal (2014), incluye una plaza de mercado, 228 apartamentos y una obra de arte de 11.000 metros cuadrados. “En los noventa —explica Raats—, Róterdam se volvió la casa de los arquitectos holandeses, luego de los europeos y ahora incluso de algunos de los mejores del mundo”. Pero el éxito de los Super Dutch está tan ligado a los arquitectos como a las políticas públicas, incluida la desregularización del límite de altura y una iniciativa que promueve la venta de casas viejas a precios bajos con la condición de que se renueven. La nueva arquitectura, además, trasciende la estética. “No solo se trata de hacer cosas bonitas —ríe Raats—. Tenemos muchas regulaciones sobre cambio climático. Los holandeses somos famosos por ser funcionales. Nos enseñan a ir más allá de las apariencias. Aunque, claro, eso también nos gusta”.

“En los noventa, Róterdam se volvió la casa de los arquitectos holandeses, luego de los europeos y ahora incluso de algunos de los mejores del mundo”.


FILBo 2016 La cultura de las bicicletas

un mito con ruedas y pedales

Holanda es pionera en las políticas que dan prioridad al uso de las bicicletas. Sin embargo, allá la bicicleta no solo es un medio de transporte: es el ícono que encierra todo un movimiento político de los años setenta.

AD VAN DRUNEN

Por Francisco Giraldo Jaramillo

“LA BICICLETA SE CONVIERTE EN UN MITO, en una divinidad con ruedas y pedales con cuyo concurso —y solo con él— el hombre será superior a su hambre”. Este es un fragmento de Ladrones de bicicletas, uno de los Textos costeños que Gabriel García Márquez escribió hace más de 50 años sobre la película homónima de Vittorio De Sica. Matizando esta afirmación, bien podría referirse al universo de bicicletas que se moviliza diariamente por las calles de Holanda. Aunque sería exagerado afirmar que los holandeses requieren de este medio para superar “su hambre”, lo cierto es que este dispositivo de dos ruedas ocupa un lugar central en su cultura y representa más que un práctico medio de locomoción. Las cifras son muy dicientes: hay más de 18 millones de ciclas en un país de 16 millones de habitantes; el 26 % del tráfico en Holanda es de bicicletas; más del 84 % de holandeses tiene una o más; alrededor del 25 % de los holandeses van al trabajo en en este vehículo; hay 35.000 kilómetros de ciclorrutas y 16 tiendas de bicicletas por cada 100.000 habitantes. ¿Cómo llegaron hasta ahí? Existe una conocida explicación histórica y política sobre la vocación holandesa por las bicicletas. Se sabe que a comienzos de los años setenta hubo una protesta masiva generada por la muerte de varias centenas de niños en accidentes de tránsito. Se sabe también que durante la crisis del petróleo de 1973, los holandeses se vieron obligados a reducir radicalmente el

Miembros del Sindicato de Ciclistas, pintando una ciclorruta ilegal en Holanda a finales de los años setenta.

Hay más de 18 millones de ciclas en un país de 16 millones de habitantes; el 26 % del tráfico es de bicicletas. ¿Cómo llegaron hasta ahí?

uso de combustible, lo que generó unas políticas públicas que incentivaron el uso de la bicicleta. Pero hay otras explicaciones. Un buen referente para hallarlas es Delicias turcas (1973), considerada la mejor cinta holandesa del siglo pasado y poseedora hasta de hoy del récord de taquilla en ese país. Esta obra cuenta la historia de un artista, Erik, que se enamora de Olga, una joven de la burguesía. Al poco tiempo deciden casarse y comienzan su vida amorosa. Una de sus escenas más conocidas empieza con el matrimonio de Erik y Olga, cuya madre desaprueba. No se casan en una iglesia: contraen matrimonio civil en la alcaldía local a la que llegan en bicicleta,

tarde y con la ropa desarreglada. Desde allí, ya casados, salen en su bicicleta sin rumbo fijo: Olga, sin parar de reír, va en la parte de atrás de la bicicleta abrazando a Erik, quien conduce feliz e irreverente en medio de la calle, obstaculizando la vía a autos y peatones. La única respuesta que ofrecen a quienes los interpelan es: “¡Estamos recién casados!”, agitando el ramo de flores. La bicicleta se muestra en la película, más que como un vehículo para transportarse, como el portador de una cierta concepción de la vida: de alguna manera, este “mito con ruedas y pedales” se alza como el símbolo del escape a los rieles de una tradición agobiante, como un mecanismo para apropiarse de la ciudad y de la vida en común. A comienzos de los setenta, la Segunda Ola del Feminismo cobró fuerza en Holanda, sobre todo en lo relativo a la sexualidad, lo que se reflejó en un una difusión efectiva de la píldora anticonceptiva. Por otro lado, en 1976, el país descriminalizó en gran medida el consumo recreativo del cannabis, y en 1981 entró en vigor la ley que regularía la interrupción voluntaria del embarazo. Este revolcón social repercutió en el mundo de la música: la sociedad se sintonizó con el ritmo de Herman Brood —un rockero cuya vida nocturna sumergida en drogas, sexo y alcohol marcaría esa época— y de bandas como Pussycat o Focus. No es de extrañarse que en este contexto la bicicleta se alzara como el medio perfecto para que los jóvenes, motivados por una renovada energía, se desviaran del camino delimitado por las generaciones anteriores y decidieran explorar nuevas rutas. Visto así, se comprende que el valor de la bicicleta en Holanda no obedece solo a problemáticas de movilidad, a accidentes de tránsito o a la contaminación: constituye un engranaje dentro una dinámica social más profunda. ¿Cómo podríamos nosotros, los colombianos, implementar una cultura tan fuerte alrededor de las bicicletas? Es probable que los holandeses, a pesar de su primacía mundial en este campo, no puedan respondernos esta pregunta: somos nosotros quienes debemos hallarla. Y solo la encontraremos cuando comprendamos que la cuestión de las bicicletas implica mucho más que la simple movilidad urbana: exige una pregunta por nuestra relación con el espacio público y por la manera en que queremos apropiárnoslo. Dicho de otro modo, el valor de estas “ruedas y pedales” solo se hará patente cuando nos preguntemos por el camino que nosotros, como sociedad, queremos recorrer. 7


FILBo 2016 dividir para matar, de abram de swaan

muerte y perdón

el sociólogo holandés, quien nació a dos cuadras de la casa de ana frank durante la segunda guerra mundial, expone en su más reciente libro las condiciones necesarias para que un estado cometa un genocidio.

MEIK DE SWAAN

Por Catalina Holguín Jaramillo*

EN 1998, LA SURAFRICANA ANTJIE KROG escribió Country of My Skull, una memoria periodística sobre la Comisión de la Verdad creada después de la abolición del apartheid. A las voces de perpetradores y víctimas —tomadas de las sesiones a las que asistió durante dos años— se suman reflexiones acerca de la naturaleza de la verdad, la raza, la herencia y la violencia. Así, Krog entreteje un relato denso y estremecedor sobre una nación fracturada por el racismo institucionalizado. “Mientras que algunos hombres estaban en la calle matando personas negras —escribe—, muchos blancos estaban ocupados soñando con una vida sin negros: leyes distintas, servicios separados, iglesias apartadas, hogares aislados, pueblos y países divididos”. Son justamente estas divisiones o “compartimentos” mentales, institucionales, políticos y sociales ejemplificados por el apartheid la clave para entender el nuevo libro del sociólogo holandés Abram de Swaan. Dividir para matar: la mentalidad de los genocidas hace un recorrido global por distintos episodios de exterminio masivo ocurridos durante el siglo XX para así proponer una teoría sobre las condiciones necesarias para que un Estado pueda exterminar impunemente a un gran número de personas y tenga los perpetradores dispuestos a hacerlo. El estilo del libro y las respuestas que sugiere reflejan la carrera académica de De Swaan y la amplitud de sus intereses. “Soy un científico social —explica—, entrenado en ciencia política, psicoanálisis y sociología. Pienso que la ciencia acerca de los seres humanos es una sola ciencia. Soy un generalista”. En su carrera ha escrito sobre muchos temas, desde un libro antropológico * literata. 8

sobre médicos y pacientes de cáncer hasta un estudio sobre sistemas lingüísticos alrededor del mundo. “Soy como una culebra, siempre cambio de piel”, dice. De Swaan nació en Holanda en el seno de una familia judía durante la Segunda Guerra Mundial. Al igual que la familia de Ana Frank, y tan solo a dos cuadras de ellos, la familia De Swaan vivió a escondidas durante dos años y medio. Y sobrevivieron, en parte, gracias al silencio de sus vecinos. “Ellos fueron extremadamente cuidadosos. Pero cualquiera te puede traicionar. Solo se necesita un traidor —cuenta De Swaan—. Una vez me paré en el jardín afuera de la casa de los Frank y claro que ves las ventanas, pero la gente se quedó callada”. Especula que el pacto de silencio que mantuvo vivos a los Frank fue una pequeña y silenciosa manifestación de resistencia al régimen nazi, “una conspiración holandesa de un grupo de gente no muy valiente”. No es de extrañarse que una pregunta recurrente de su libro sea la responsabilidad individual y las elecciones morales tomadas por los perpetradores. La única respuesta a la barbarie no es ni el contexto ni las circunstancias. Si bien los regímenes responsables de los exterminios del siglo XX son fundamentales en su argumento, a De Swaan le intrigan profundamente los

“Las identidades nacionales, regionales o éticas te hacen sentir orgullo, pero también están fundamentadas en la exclusión”.

perpetradores, aquellos soldados que durante meses se dedican a asesinar a cientos de humanos. Los perpetradores no son autómatas, pero tampoco psicópatas. Es gente que toma elecciones racionales, que crea cotidianidades en torno a la barbarie, que tras el baño de sangre retorna a su vida con la complicidad del Estado, sin ningún remordimiento de conciencia. Si bien los perpetradores tienen una historia personal que determina sus elecciones, estas se enmarcan en un contexto histórico, social y cultural. El comportamiento de los genocidas depende de cómo una sociedad ha construido su identidad colectiva. “Las identificaciones e identidades nacionales, regionales o étnicas —explica De Swaan— tienen una carga emocional muy fuerte. Te hacen sentir orgullo por alguien de tu tribu, y te hacen sentir que eres parte de algo más grande. Pero esas identificaciones también están fundamentadas en la exclusión, y esas pequeñas divisiones que existen entre grupos son usadas para incitar al odio. Por ejemplo, Donald Trump es muy hábil instigando a la gente. Es un bufón pero también un genio”. Esas divisiones se solidifican según el momento histórico y el gobierno de turno, al punto que penetran todos los niveles de una sociedad: sus instituciones, sus leyes, sus espacios físicos, su lenguaje. Este proceso, que De Swaan bautiza “compartimentación”, es fundamental para crear las condiciones simbólicas y concretas necesarias para llevar a cabo actos de genocidio. Los mecanismos psicológicos de la compartimentación son particularmente visibles en el documental The Act of Killing (2012), de Joshua Oppenheimer, en el que un grupo de perpetradores del genocidio de comunistas en Indonesia representa ante las cámaras, sin vergüenza ni reparos, las torturas y asesinatos realizadas entre 1965 y 1966. “Al principio —dice De Swaan—, no me gustó ese documental. En el tema del genocidio hay tanta negación y tantas mentiras que uno no debe decir tonterías. No me gustaba que Oppenheimer estuviera haciendo teatro con eso. Pero caí en cuenta de que él había creado el espacio posible para que la gente en Indonesia pudiera hablar de un tema completamente prohibido. La película también crea un espacio que te permite ver que ellos no se sienten culpables ni temen ser castigados”. “Las comisiones de la verdad —continúa— también crean espacios similares, donde los perpetradores son alentados a hablar sin miedo al castigo”. El libro de Krog pone en relieve la importancia que tienen los espacios demarcados simbólica, legal y físicamente, ya sea para cometer actos de barbarie, o, en este caso, actos de reconciliación. Si bien la comisión no fue un espacio ideal ni proporcionó una justicia perfecta, sí se convirtió en un compartimento único para invocar (y quizás entender) las atrocidades cometidas en esos otros enclaves de muerte y destrucción.


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