Revista La Avispa 48

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Fotografía

desesperadamente, la autonomía. Comprender adecuadamente una fotografía, ya sea su autor un campesino corso, un pequeño burgués de Boloña o un profesional parisino, no es solamente recuperar las significaciones que proclama, es decir, en cierta medida, las intenciones explícitas de su autor; es, también, descifrar el excedente de significación que traiciona, en la medida en que participa de la simbólica de una época, de una clase o de un grupo artístico… …Una vez que se toma a la fotografía como objeto de estudio sociológico, habría que establecer en primer lugar, en qué forma cada grupo o cada clase ordena y organiza la práctica individual confiriéndole funciones que responden a sus intereses propios; pero no se puede tomar directamente como objeto a los individuos singulares y las relaciones que mantienen con la fotografía como práctica o como objeto de consumo, sin exponerse a caer en la abstracción. Así, la relación que mantiene en campesino con la fotografía, en última instancia, es sólo un aspecto de la que tiene con la vida urbana, identificada a la vida moderna, y que se actualiza en la relación vivida directamente con el habitante de la aldea y con el “vacacionista”: si al definir su actitud respecto de la fotografía pone en juego todos los valores que definen al campesino cabal, es porque esa actividad urbana, patrimonio del burgués y del “citadino”, está asociada a un arte de vivir que pone en cuestión el arte de vivir campesino, obligándolo a que se defina explícitamente.” En varias oportunidades viajé a la provincia de Jujuy. Fascinado por los paisajes, pero más aún por la mística del lugar y el sincretismo religioso que se observa, donde las creencias ancestrales conviven con la influencia de la Iglesia Católica (relación mejor llevada por los kollas que mezclan ambas creencias que por los representantes de la Iglesia, por cierto) fotografié ceremonias como la celebración de la Pachamama (ojo, la auténtica, no el circo armado para los turistas), festejos por el día de un santo, como San Santiago, etc. En cada ocasión mi acercamiento a lo que estaba sucediendo iba de lo intelectual a lo emocional. En algún momento, incluso, la emoción que me producía lo que observaba me hacía bajar la cámara, como si hacer fotografías de ciertos momentos fuese algo impropio, contaminase algo puro. Pero nunca logré despegarme del todo la sensación de que sólo estaba abriendo pequeñas ventanitas, donde yo (y luego otros) podíamos asomarnos para mirar lo que otras personas hacían, lejos (geográfica y culturalmente) de nuestro ámbito cotidiano. La Avispa 48

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