LA Avispa 60bis número final despedida

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dí acompañarlo. No quería llevarme. Te vas a aburrir, me dijo. ¿Aburrirme en Buenos Aires? Insistí y no le quedó alternativa. Bloqueo al rey. No sabía que aquella iba a ser una de las últimas jugadas con aquel hombre. El caso es que ese fin de semana vi poco a mi ex y me dediqué a conocer bares. Sola. No necesito laderos. Juan estaba acodado en la barra. Me senté cerca, pedí una cerveza tirada y lo miré de frente. Iba por el tercer bar, estaba molesta por el abandono y decidida a “coronar” al rey que de rey le quedaba poco. Lo tenía merecido. Era costumbre de mi ex y de sus colegas maquillar de trabajo las juergas y esos días no fueron diferentes. Yo, por mi parte, no tenía un plan definido. Quería pasar un buen momento con un hombre y después olvidarlo, despachar el asunto. Estaba dispuesta a una resolución fácil esa noche, aunque eso significara jugar a ciegas. Pobre Juan, me miró extrañado al principio, con cierto recelo. No estaba habituado al avance femenino y lo mío fue, definitivamente, una táctica ofensiva. Después se relajó ―algo habrá visto en mi cara que le hizo bajar la guardia ¿desesperación?― y me invitó otra cerveza. Él también estaba solo, no habrá creído su suerte. En media hora nos dijimos todo lo que teníamos que decirnos. Al fin y al cabo, sólo éramos un hombre y una mujer, con ganas de pasarla bien y no asumir compromisos. Él porque no quería. Yo, porque no podía. En treinta minutos desnudamos el alma. Le conté mis soledades y él me habló de sus fracasos, de su familia perdida. Entre los dos, el juego estaba abierto. Todo un caballero, Juan. Me llevó a comer a Lola. Presumo que me llevó a cenar para evitar que con tanto alcohol en sangre cayera inconsciente en medio de una partida recién comenzada. Y a Lola, para que supiera que él no era cualquier peón sin territorio donde caer muerto. Fue su jugada secreta. No era ningún amateur y preparaba el ataque. Porque él estaba dispuesto a jugar, yo lo sabía. Y yo también quería jugar. Compartimos un arroz con mejillones y postre de chocolate. Una botella de vino blanco y otra de champagne. Había que mantener la chispa encendida. Me desperté y era de mañana. Estaba en una cama que me pareció enorme, con la cabeza que se me partía y una sensación de desastre inminente. No había retorno: reina capturada. Pánico inicial. ¿Con qué cara me aparecería en el hotel? ¿Cómo explicar mi ausencia? Mientras me vestía se escuchaba el ruido de la ducha. Juan se estaría bañando. ¿Cómo no me despertó? Salí a la calle sin despedirme y tomé el primer taxi. En el camino me recompuse. Después de todo, la suerte estaba echada. No pensé más excusas infantiles que no admitirían análisis. Hubiera sido tiempo perdido y de eso, tenía suficiente.

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