La nostalgia de los muertos 8

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Historia: hideo shirow arte: laughtman

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CC 2017 Virtual Bread La nostalgia de los muertos Historia: Hideo Shirow Arte: Laughtman Ilustración de portada: Diseño de portada: Corrección de estilo: Editor: Diseño editorial:

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Agradecimientos especiales: Hideo Shirow Y a nuestros queridos lectores de prueba (¡nuevos!)

Hecho en México. Licencia: Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional


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8 Historia Hideo shirow Arte: laughtman


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No

sabemos por qué, pero los sobrevivientes que se acercaban a los camiones de rescate volvían infectados y

atacaban a las personas que se encontraban a nuestro alrededor, Alicia y Daniel habían decidido bajar de los camiones de rescate y seguirme en esta dolorosa búsqueda, los dos niños que había conocido en esta locura, tienen que pasar por uno de los duelos más dolorosos de la vida en poco tiempo. Entendí por qué me habían seguido, pero los miré con algo de reproche. Después de que detuve mi marcha al escuchar sus gritos, ellos me alcanzaron. Poco duró la distracción ya que, otra vez, tuvimos que abrirnos paso entre los infectados y entre los supervivientes que comenzaban a correr en todas direcciones con el ánimo de salvarse, algunos como nosotros, ya estábamos preparados para lo que fuera. Los supervivientes se defendieron con lo poco que encontraron, incluso llegaron a utilizar las manos desnudas: la sangre, las partes mutiladas, las mordidas de los infectados que arrancaban pedazos de piel, sólo un soldado que se haya encontrado en algún conflicto podría entender en su totalidad la horrible escena que presenciábamos, el horror y la violencia siempre habían acompañado a esta nación, desgraciadamente nos acostumbramos a ella con muchísimo dolor, pero esto era diferente, no existía un sentido o por lo

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menos nosotros, los que todavía nos considerábamos cuerdos, no podíamos encontrar un sentido a todo esto, ¿seguíamos cuerdos? ¿Todo esto es un sueño? Puede ser que me encuentre dormido en el autobús, que esto es una pesadilla. El dolor de un golpe en la boca por parte de un infectado hace que me corte el labio superior con mis dientes y recuerdo mi cruel realidad: el mundo se estaba acabando. Alicia, Daniel y yo nos acercábamos al borde de nuestra propia humanidad no estábamos listos para este nuevo tipo de malicia que ahora mostraban los mal nacidos, no se contentaban con la piel y carne humana, juro haber visto a un infectado que mordisqueaba la pierna de una pobre mujer, hasta el punto en que el hueso de la fémina se dejó asomar entre la sangre los músculos mutilados. Tuvimos que luchar, mantener a mis amigos a salvo era lo que necesitaba, recibía a los infectados con el tubo pesado que había encontrado antes, Alicia y Daniel armados con el hacha y el machete se defendían con una furia espantosa, los infectados aparecían por todos lados, tratamos de mantenernos en un grupo compacto, varios supervivientes se habían acercado a nosotros y nos ayudaban a defendernos, al tener alguna oportunidad de escapar nos separábamos, hasta que los infectados y la propia lucha nos empujaron hacia el puente que da acceso a la estación del tren ligero

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del Estadio Azteca. Un infectado ya me había abierto la herida que tenía en el pecho, sentí mi piel desgarrarse un poco cuando aquel infeliz me saltó encima, aquello manchó de sangre mi camisa, sentí el dolor y cómo se diseminaba en todo mi cuerpo, no puedo describir con palabras el tremendo ardor que sentí cuando mis quemaduras tuvieron contacto directo con el cuerpo y el roce del infectado, solo alcance a gritar de manera horrible y maldecir al infectado. Daniel se horrorizó al ver a Alicia, volverse loca en violencia, cuando creyó que me habían asestado un golpe mortal, combatíamos con todo lo que tuvimos, pero esto no podía seguir así, íbamos a morir antes de llegar a dónde te encuentras Judith, ¿te sigues riendo? Sonríes al ver a Alicia, a Daniel y a mí al punto de la muerte, con este pensamiento grité tan fuerte, al momento que le asestaba con el tubo en forma horizontal al hocico del infeliz y me ponía de pie: —¡Alicia, Daniel, debemos salir de aquí, subamos al puente y sigamos por calzada de Tlalpan debemos seguir por ese camino, rápido!— Les grité una y otra vez para que me siguieran, pero la cantidad de infectados que nos agredían nos superaba de 12 a 1. Estos infelices tenían algo diferente, eran más agresivos, acaso ¿ellos también cambiaron?


Por fin pudimos acercarnos un poco para que los tres quedáramos espalda contra espalda, y así defendernos de los ataques: —Escúchenme debemos avanzar hacia las escaleras, denles con todo, Dante, Alicia no tiene tanta fuerza, debes cuidarla, prométeme que no dejarás que la dañen más. –Gritó Daniel al momento que movía el machete con una violencia tal que decapitó a uno de los infelices. Con este ímpetu continuamos avanzando hasta que por fin llegamos a las escaleras. Pero el camino de ascenso no iba a ser sencillo, algunos infectados se encontraban a lo largo de las escaleras, aunque estos eran más torpes su número era considerable, así que seguíamos luchando, ya casi no me quedaban fuerzas y supe la razón por la que Daniel me pidió que cuidara a Alicia, ella al recibir de frente a un infectado, había caído al suelo, vi las lágrimas salir de sus ojos, la miré con preocupación, me devolvió la mirada y me grito: —¡No te irás sin mí, Dante! No me dejarás atrás.– Gritó Alicia al momento de levantarse y atacar de nueva cuenta a los infectados. —¡Bajen a la estación, las rejas pueden protegernos para seguir el camino! – Gritó Daniel. Con esta instrucción bajamos por las escaleras del lado de la es-

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tación en el que se detenían los trenes que iban a Xochimilco, como bien lo revisó Daniel, las rejas de la estación, detenían a algunos infectados, y la poca presencia de estos en la estación nos permitió un respiro, pero no podíamos detenernos, bajamos a las vías del tren y seguimos avanzando, mientras observamos cómo algunos supervivientes se defendían o eran devorados por los infectados, nuestro caminar por ese pequeño trecho había alejado la tranquilidad de nuestros corazones. Seguimos avanzando de forma penosa, fue hasta ese instante que pude sentir que el cansancio y la falta de comida estaban haciendo mella en nuestra salud, comencé a sentir una arritmia, y mi visión se hizo borrosa, me sentía muy mal, pero debía mantenerme enfocado, al ir detrás de los chicos pude notar como Daniel jadeaba y aspiraba aire de manera, pesada, seguramente la deshidratación nos pasaba factura, el ser humano no puede sobrevivir más de tres sin agua y debe consumir el agua que pierde por la propia dinámica de sus sistemas, ¿acaso era nuestro momento?, Judith nosotros tres estábamos muriendo. Cuando alcanzamos la sombra del puente que se encuentra cercano a la estación del tren ligero, sentí como mis pies perdían fuerzas, pero el peligro que nos rodeaba me hacía continuar, seguimos avanzando, sabía que no permitirías tener esperanza, baje

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la mirada por un momento. —¡Dante, eres un maldito! Quisiste dejarnos, pero lo único que conseguiste fue que perdiéramos de vista al perro, y ahora no sabemos dónde está, ¿estás contento? –gritó Alicia. Al subir la mirada, noté que Alicia no me miraba, sino que se había detenido sosteniéndose el brazo izquierdo que había sido herido, Daniel se sostenía de sus rodillas para recuperar el aliento, noté sus heridas, era un joven bastante fuerte pero esta situación nos superaba. Seguimos avanzando, hasta que llegamos al primer cruce de las vías, mismo que estaba obstaculizado por varios vehículos que fueron abandonados, muchos de estos autos hacían imposible la huida en auto, pero nos ofrecían una buena oportunidad para recuperar energías. —¡Alicia, tú también estás loca! Pudimos alejarnos de todo esto, pero saltaste del camión –dijo Daniel mientras jadeaba después se dirigió a mí— muy bien Dante, dime ¿hacia dónde vamos? —Vamos hacia Metro General Anaya, cerca de ahí se encuentra el departamento de mi familia –dije de manera fría. —Dijiste que venías a un funeral, ¿De quién era Dante? –me preguntó Alicia. —De mi esposa, Judith –dije de manera fría, ellos me miraron

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asustados. —Dante, no está de más decir esto, en verdad lo siento mucho –dijo Daniel –dentro de todo está en un mejor lugar que nosotros en estos momentos. —Eso mismo pensé cuando comenzó todo esto, Daniel –respondí. —Dante –por fin intervino Alicia —¿Qué pasó con tu esposa? —Ella se suicidó –le respondí. —Alicia este no es el momento, para preguntar eso tan fríamente.– Dijo Daniel pero ella no apartaba la vista de mí, era una mirada firme, una mirada valiente. —¿Por qué llegó a tales extremos Dante? ¿Acaso a ella si la abandonaste? –Alicia estaba furiosa, pude entender porque al perderlo todo Daniel y yo éramos lo único que le quedaban, tengo los recuerdos muy frescos de nuestra batalla en la escuela de sus hermanos y el gran dolor que le invadió en esos momentos. —Ella y yo nos dejamos, ambos, desde que… — Pero fui interrumpido por el grito de varias personas que venían desde atrás, eran varios supervivientes que combatieron y ahora nos habían alcanzado. —¡Corran, brinquen los malditos autos, el ejército no nos puede ayudar!– Gritó un desesperado hombre. Llené mis pulmones con

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aire, no había tiempo que perder, comenzamos a subir a los techos de los automóviles, algunos infectados estaban atrapados entre los autos y sus manos y brazos sobresalían de entre los estrechos espacios, teníamos que avanzar con cuidado, para que los que miembros de los infectados no nos atraparan. El cansancio comenzó a nublar mi visión, no me había recuperado del todo de las quemaduras y algunas heridas de Daniel y de Alicia aparecieron en sus cuerpos, pero a pesar de la pesadez de nuestra respiración continuamos avanzando, pude notar cómo la desesperada Alicia, ahogaba unas lágrimas al subir por los techos de los automóviles, Daniel, siempre pendiente de ella, tomó su mano para ayudarla a subir y bajar de los obstáculos, seguimos adelante, algunos supervivientes nos siguieron. Cuando nos encontrábamos del otro lado, sentí la pesadez de mis piernas, no habíamos ingerido alimento desde que estuvimos en la estación del metrobus, pensé en cómo conseguiríamos comida que no estuviera contaminada, al momento de pensar en esto, noté como Alicia se recargaba en Daniel para seguir avanzando, realmente íbamos a morir entre las vías si es que no encontrábamos algún refugio. Al seguir avanzando, llegamos a la estación del tren ligero, “El vergel”, donde pudimos notar cómo algunos infectados trataban de

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alcanzar al pequeño grupo que habíamos formado con los supervivientes que nos dieron alcance, para nosotros era una amenaza constante, no podíamos estar en paz teníamos que continuar, no iba a permitir que algo malo le pasara a Alicia o a Daniel, ya que mi propia terquedad por verte, los había arrastrado hasta aquí. En nuestro andar pudimos notar cómo una mujer agotada por las peleas y el stress, cayó desmayada para ser levantada por su acompañante, era una procesión dolorosa hacia ningún lado, no sabíamos que hacer en ese momento. Fue cuando a lo lejos pudimos notar que existía un retén militar que estaba resistiendo a las entradas de un laboratorio farmacéutico, pensé inmediatamente en lo que sucedió en el primer retén militar que encontré cuando me infiltré en la ciudad de México, recuerdo sus rostros, pienso si aquella familia hubiera estado bien si es que acaso yo hubiera actuado diferente. Alicia y Daniel notaron el retén, el grupo apresuró –de acuerdo a nuestras posibilidades— el paso, estábamos en nuestro límite, por fin los soldados advirtieron nuestra presencia, pero en la complicada situación en la que se encontraban, comenzaron a abrir fuego contra nuestro grupo, algunos supervivientes murieron en la primera ráfaga, noté que una de las victimas había sido la mujer que se había dedicado a cuidar el cuerpo desmayado de su compañera.

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Algunos gritaron que nos encontrábamos bien, que no éramos infectados, que estábamos sanos pero al ejército no le importo y abrió fuego a nuestro grupo y al verdadero grupo de infectados que los amenazaba, tuvimos entonces que retroceder después de que observamos que los hombres armados no iban a retroceder, las piernas me pesaban, mi terquedad nos había encerrado, teníamos que salir de ahí a toda prisa, podríamos morir por las armas de los soldados o los infectados que se acercaban desde atrás. Miré cómo el grupo de supervivientes se desesperaba al no encontrar una solución para nuestra situación tan lastimera, miré a Daniel y a Alicia, me pregunté una y otra vez si ese era nuestro final, si acaso ese sería el fin, que no seríamos más que un número más en esa enorme suma que sería el recuento de víctimas que se realizaría si es que algún hombre o mujer quedara vivo después del fin de esta catástrofe, pensé en lo cerca que estaba de mi destino y lo lejos que me encontraba de ti, de tus recuerdos, todo esto me había orillado a ser algo que en algún momento fui, ¿Recuerdas Judith?, Cuando me enojaba porque un paciente moría en mi turno, cuando lloré por horas al estar en pediatría y un paciente se asfixio en su propia sangre mientras el médico principiante no hizo lo debido, ¿me das la oportunidad de ser el hombre del que te enamoraste? Si era así, no iba permitir que fuera nuestro

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fin no ahora, no ellos, no ésta vez. —¡Alicia, Daniel, vamos a salir de aquí! – Grité con todas mis fuerzas. Al momento de escuchar mi voz, los chicos se armaron de valor y corrieron hacia las rejas que protegían las vías del tren ligero, con el hacha traté de cortar la malla protectora, pero tardaría mucho y teníamos que salir de ahí en el acto, al ver que mi intento había fallado, Daniel dio un brinco hacia la valla, con las pocas fuerzas que aún le quedaban subió, algunos supervivientes trataron de copiar lo hecho por el muchacho, pero no les quedaban fuerzas para seguir adelante, ayudé a Alicia a alcanzar los brazos de Daniel, ella que por momentos me había mostrado darse por vencida ahora tenía una mirada en donde se reconocía la voluntad de vivir, eso que nos había mantenido en movimiento durante toda esta pesadilla. Al fin pudimos ayudar a la chica a que cruzara solo faltaba yo, me hice un poco para atrás para tomar impulso alcanzando una buena altura, me apoye con mis piernas, fue cuando sentí que el tiempo se alentó, miré con dirección al retén militar y pude notar a las personas que cansadas de este mundo, se dirigían con los brazos abiertos hacia las ráfagas de las balas de los soldados, ¿ese podría ser yo? Nunca entenderé por qué nos aferramos a la vida, jamás entenderé porque nos despedimos de ella.

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Cuando salimos de las vías del tren tuvimos que correr hacia las tiendas que se encontraban en la avenida, algunas todavía con las cortinas abiertas retenían a algunos infectados, en varios lugares pude reconocer el símbolo de los “otros” aquellos locos que se adjudicaban ser ángeles exterminadores en la tierra. Avanzamos, pudimos llegar a la altura de la universidad que se encontraba un poco más delante en la calzada de Tlalpan, casi llegando a la siguiente estación, ya casi no podíamos correr, pero el ímpetu de vida que sentíamos nos obligó a hacerlo, llegamos por fin a la altura de la estación, pero necesitábamos ayuda, sabíamos lo que significaba estar mucho tiempo en las calles de la ciudad, el número de infectados había aumentado considerablemente, seguíamos corriendo. —No debemos entrar a la universidad, seguramente estará llena de infectados –gritó Daniel. Como lo había dicho el chico, muchos infectados se encontraban en ese lugar devorando a algunos supervivientes que pretendiendo alcanzar al retén militar que se encontraba cerca se convirtieron en víctimas, pero también pudimos notar que existían muchas familias que se encontraban atrapadas en algunos automóviles, niños y ancianos que asustados nos pedían auxilio. Nos encontramos ante una escena de desesperación que no

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quiero recordar, los rostros de los niños asustados, los padres de familia desesperados, los niños no, no podía permitirme que la violencia los arrebatara de esta vida, antes de comenzar a correr, Daniel ya se me había adelantado, seguido por Alicia, ya no los pude detener, a pesar de las heridas, los dos chicos se lanzaron a la batalla, los acompañe con una sola idea: no íbamos a ser la comida de nada ni de nadie. Comencé a sentir mi sangre hervir otra vez, ¿me estaba acostumbrando a este mundo? O tal vez mi ser patético no quería que te burlaras de mí, no sin antes arreglar nuestros problemas, tu maldita cobardía no sembraría nada en mí, ya no te pertenezco, ya no quiero ser uno contigo jamás. Llegamos a los automóviles, me encontré de frente con un infeliz que ya no poseía brazos parecía que cuando fue convertido los responsables se los habían arrancado con tal violencia que dejaron visible el hombro en huesos y carne, el hacha voló en dirección a su cráneo, para mi mala fortuna se quedó atascada entre sus carnes, tuve que darle una patada al maldito, puesto que otro se me acercaba por el lado izquierdo, lo repelí con mi hombro para destrozar su boca con un corte de hacha. Mientras yo peleaba, Daniel y Alicia protegían a unos niños, no pude notar cuándo los jóvenes que me acompañan los habían recogido, pero se notaba que peleaban

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para que no les pasará nada, era su modo, de defenderse a ellos mismos, proteger esa pequeña luz de inocencia en este mundo podrido, la ciudad de México, caí en cuenta, ya no existía más. Seguí avanzando y me pude reunir con el equipo principal, pronto nos vimos rodeados por más infectados de los que podíamos controlar, algunos soldados sobrevivientes del retén se habían atrincherado y en su desesperación comenzaron a arrojar granadas activas hacia cualquier lado, una de ellas estalló cerca de nosotros, me quede sordo por unos instantes, regrese pronto a la realidad al escuchar los gritos desesperados de una familia que había sido alcanzada por la granada, ellos todavía se encontraban dentro de su automóvil, no los habíamos alcanzado aún, los gritos agonizantes de los infantes que eran devorados por la gasolina encendida es algo que nunca olvidare, por instinto Alicia pretendió ir hacia ellos pero una segunda granada la paralizo, alcanzando a otros supervivientes, era una situación desesperada, quedarse en el automóvil y ser considerado un daño colateral o salir y combatir contra los infectados, nosotros comenzamos a replegarnos. —Tenemos que salir de aquí, Daniel, Alicia, tomen a los niños y corran hacia la siguiente estación, tenía la esperanza de que algo fuera diferente.

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Tomamos a los cuatro niños, yo cargue a dos, mientras que Alicia y Dante tomaban a uno, la muerte sonreía o lloraba ante nuestra agonía, el niño que traía cargando Daniel recibió un tiro por la espalda de alguno de los soldados que presentían su muerte, el tiempo se alentó una vez más, la cara de Daniel era de estupefacción, pero continuó corriendo, con el cuerpo del niño en brazos, Alicia comenzaba a gritar otra vez, mientras yo maldecía al mundo. Comenzamos a tomar camino otra vez, entendimos que no podíamos salvar a todos, que sí aún teníamos humanidad, pero sabíamos que nada podíamos hacer, la zona estaba perdida, salimos pronto de la zona de la universidad, y llegamos a una zona de negocios, a lo lejos vimos un autobús atravesado y un hombre alentándonos a llegar hasta él. —Vamos corran, de una buena vez vengan – gritaba el hombre. Logramos llegar hasta él, inmediatamente cerró la puerta, como pudimos recargamos a los niños en los asientos, nuestro salvador nos ayudó a acomodarlos y tratar de tranquilizarlos, me di cuenta un poco tarde que Alicia se había desmayado, aplastando al infante que lloraba de manera desesperada, entre el hombre y yo movimos un poco a Alicia, el cansancio era extremo, Daniel gritaba y lloraba, aferrándose al cuerpo del infante, yo respire profundamente, me acerque a él, lo tome de las muñecas y separé el cuerpo del de

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Daniel. —Escucha, por favor escúchame, seguimos con vida, Daniel, no te puedes desmoronar – Le decía entre jadeos. Pero Daniel había perdido la cordura, siempre me pareció muy tranquilo pero la situación lo superó. Dejé el cuerpo del infante, los niños estaban intranquilos el grupo tardó en recuperarse de la pelea. No sé cuándo me quedé dormido, ni lo que pasó después de llegar, creo que también me había desmayado, cuando desperté ya era de noche, Javier veía un mapa con una lámpara sentado en junto a la palanca de velocidades de su autobús. Muchas gracias –dije –de verdad que te agradezco mucho. Tardaron en callarse todos pero se quedaron dormidos –Giré mi cabeza para ver a los niños, Daniel y Alicia se encontraban dormidos también. De verdad que muchas gracias – le dije otra vez. Te escuche la primera vez, no te preocupes, en esto debemos de ayudarnos unos a los otros, tengo un poco de agua y plátanos, pronto tendremos que movernos para encontrar comida, no se acercan los animales. Tus amigos comieron un poco, Alicia habló con Daniel. ¿Ya se presentaron? – Dije Si, después de que te desmayaste o dormiste, no sé qué fue lo

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que te pasó— dijo el hombre. Es una respuesta natural, cuando el cuerpo tiene un cansancio extremo se desconecta, intenta no dormir por varios días, supongo que una situación así el estado de alerta nos mantenía despiertos. Vaya, ¿eres Médico? – Preguntó. No, soy enfermero, trabajaba en Guadalajara hasta hace unos días, me llamo Dante por cierto. Javier, a tus órdenes –decía mientras apretaba mi mano derecha en una señal de amistad. Javier sobrevivió gracias a que cuando comenzó la infección estaba retrasado en su llegada a la estación de Taxqueña, al ser temprano no encontró más que algunos accidentes. El centro de la ciudad había sido la primera en ser golpeada según me contó, del metro surgieron un montón de aquellas cosas, —Quien se atreva a ir por los túneles del metro merece mi respeto, de igual manera, ya no era una opción. — Dijo Javier. Al escucharlo pude notar que tenía un arma con él. —Esto nos lo dan para cuidarnos en el camino, pero sólo a los chingones eh— Ese comentario me hizo pensar en la inutilidad del conductor que me acercó a la ciudad de México. En la conversación supe que Javier no era de aquí, sino de San

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Luis Potosí y que ahí se encontraba toda su familia, pero como la situación parecía exclusiva de la ciudad de México, decía se encontraba tranquilo. Creo que trataba de convencerse de esto, me preguntó por nuestra historia, le conté lo que habíamos pasado y hacia donde nos dirigíamos. —Deja a los muertos en paz, ¿Qué nos ves que los estás llamando? – Esa frase me heló la sangre, Javier no mostró ninguna expresión al decir esto, me era difícil leer las emociones en sus comentarios. Comencé a notar el lugar en donde estábamos el autobús era grande contaba con un sanitario, como en todos lados la comida procesada era una masa extraña, tenía bastante agua y en un asiento había cubierto con periódico las ventanas del vehículo. —¿Cuánto tiempo llevas aquí? – Pregunté. —Cuatro días – respondió –en esos cuatro días he visto cosas horribles, me supongo que tú también, casi no tengo balas, me quedan unas cuantas, el autobús no funciona, se fregó cuando arroye a unos infectados que me aparecieron de repente y me vine a pegar contra esos autos. Seguimos conversando, por lapsos me quedaba dormido al igual que Javier, necesitábamos recuperarnos. Tuve una pesadilla esa noche, yo me encontraba desnudo en una mesa de operaciones, me realizaban lo que parecía una autopsia,

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reconocía a los que la llevaban a cabo, eran mis padres, no podía gritar, sólo sentía lágrimas en mis mejillas, en el sueño, yo sabía que tú estabas bien, que yo había sido el que se había disparado enfrente de la familia, Judith, ¿fue acaso una visión de otra realidad? A la mañana siguiente, un sonido muy fuerte me despertó, me levanté con mucho pánico, pero la mano de Javier se posó sobre uno de mis hombros, me indicó que guardara silencio. Javier quitó el seguro de su arma, en silencio me indicó que me asomara por un orificio que él había hecho entre las ventanas, al fijar mi mirada ví un hombre aterrador, con los ojos inyectados de sangre y adrenalina miraba mientras sonreía emitiendo un chillido terrible, de su boca brotaba saliva y sangre, nos veía a una distancia donde podía comprender esos detalles, pronto me di cuenta que él no era el responsable del sonido que me había despertado, ya que el sonido volvió a escucharse. El mundo comenzó y termino con la caminata del último hombre –gritaba el psicótico. Identifique su ropa, era un enfermo de aquél culto que nos tuvo atrapados en el centro comercial, mientras más pasaba el tiempo más enloquecido me parecía, lo que me aterró es que a su alrededor se encontraban un montón de infectados que pasaban de él,

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mi mente comenzaba a elaborar una serie de supuestos, yo había visto a morir a varios de ellos en manos de los infectados, ¿cómo era posible que ahora no hicieran nada? Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la presencia de Daniel y Alicia y los niños que me miraban con temor. —Dante, dime ¿Qué es lo que está pasando afuera? – Pregunto Alicia. —Es uno de los enfermos que nos encontramos antes, uno de esos participantes del culto— le conteste de manera seca —¿Ya los habían visto? – Preguntó Javier. —Si los muy infelices tenían a Alicia y a Dante en malas condiciones— respondió un Daniel que me sorprendió por lo recuperado que se veía. Los niños se escondieron detrás de algunos asientos, comenzaron a llorar pero Javier les indico de manera brusca que guardaran silencio, Alicia lo notó y sólo mostro con la mano la señal de silencio en dirección a los infantes. —Entonces no son de fiar, hay que volarle el cráneo – dijo Javier. — No, esos hijos de perra, me querían quemar vivo— contesté. Nuestra conversación se detuvo cuando el hombre afuera del autobús, silbó y mostro una bolsa negra, Daniel, Alicia y Javier ya no pudieron soportarlo y rompieron un poco el periódico de las venta-

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nas, el hombre horrible continuo con sus acciones, metió una mano a la bolsa y extrajo de ella el cuerpo de nuestro perro, todavía respiraba, se encontraba malherido y chillaba, el hombre volvió a silbar. Fue cuando lo vimos, era un infectado masivo, parecía que se dedicaba al fisicoculturismo cuando estaba vivo. Los cuatro nos quedamos quietos, no podía creerlo ¿era verdad? No solamente teníamos que soportar a los infectados sino ahora esta cosa aparecía, de inmediato el hombre agito el cuerpo de nuestro perro, el infectado se acercó lentamente, escuche el llanto ahogado de Alicia y de Daniel. —No te puedes ir así compañero –decía Daniel –No así, no puedes dejarnos aquí. —Necesito que te tranquilices –le dijo Javier – No es más que un perro, no es más que un puto perro, no saben que estamos aquí. —No lo creo, esa cosa nos estaba siguiendo, sabe que ese perro venía con nosotros, nos está acechando – dijo Alicia. Yo compartía su opinión, me costaba trabajo creer que ese espectáculo fuera una casualidad, el bastardo sabía lo que hacía, dejó el cuerpo del perro en la acera, el animal trataba de levantarse, aun gruñendo y jadeando, se notaba que había peleado, el infectado masivo corrió hacia el pobre animal, sólo le basto un golpe directo en la cabeza para terminar con su vida. El infectado volteo a ver

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hacia el autobús, el bastardo del culto sonreía con una perversidad que no cabía en la razón humana. Alicia consolaba a Daniel, habíamos perdido a un compañero, creo que lo mejor para nosotros hubiera sido creer que sólo se había separado de nosotros, pero verlo morir de esa forma… Judith, el mundo es otro, es una locura, desearía que en algún lugar alguien apretase un botón y todo esto incluidos tu y yo ya no existiéramos. Daniel bajó la mirada, en un arranque de locura, tomo el arma de la mano de Javier abrió la puerta encarando a la mayor amenaza a la que –hasta ese momento –nos habíamos enfrentado. Continuará…

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