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Feminicidio sexual sistémico en Honduras: La historia de Teresa
Teresa tenía miedo de dormir en su casa. Cuando su mamá no estaba, su padrastro abusaba de ella y de su hermana. Teresa también tenía miedo de salir a la calle. Honduras lleva años asolada por maras —pandillas— y un índice de homicidios dolosos que supera cuatro veces la media mundial, poniendo al país entre los más peligrosos del mundo (Organización Panamericana de la Salud [OPS], 2014a). A sus doce años, Teresa no estaba segura ni adentro ni afuera.
El 13 de enero del 2019, la mamá de Teresa, empleada doméstica, no regresaba de trabajar. La niña se preocupó y decidió salir a buscarla, no quería seguir esperando en la casa con su padrastro. Dijo que, de no encontrarla, pediría posada con alguna familia vecina.
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Dos días más tarde encontraron el cuerpo de Teresa cerca de una carretera, víctima de feminicidio, con heridas provocadas por un machete, la ropa interior atorada en las rodillas e indicios de tortura y violación.
Teresa tenía piel morena, labios gruesos y cachetes regordetes; facciones de niña, pero mirar serio, endurecido. Vivía con su mamá, cuatro hermanos (catorce, nueve, siete y cuatro años) y su padrastro abusador, Luciano González. Los siete en un hogar humilde en el caserío Buena Vista, aldea Santa Catarina, Departamento Intibucá, en el tropical y montañoso occidente de Honduras, donde se encuentra la mayor concentración de población lenca, grupo originario mesoamericano, junto con El Salvador. Una de las regiones con mayor producción de hortalizas, pero también con menor acceso a diversidad de alimentos (Menchú y Méndez, 2012), con servicios precarios y profundas disparidades sociales en un país con la desigualdad más profunda de América Latina, 48.2 según el índice de Gini en el año 2019, de acuerdo con el Banco Mundial (2020).
Honduras, además, presenta uno de los índices de desarrollo humano (IDH) más bajo de América Latina y el Caribe (ALC), en 2019 alcanzó 0.634, superior al promedio de los países del grupo de desarrollo humano mediano (0.631), pero inferior al de los países de Latinoamérica y el Caribe (0.766) (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2020, p. 3).
El feminicidio de Teresa no es una excepción, tampoco es extraño que una niña hondureña sufra violencia sexual, pues la mitad de las víctimas de delitos sexuales tienen menos de diecinueve años y en un 37.5% del total de casos registrados, las víctimas tienen entre diez y catorce años (PNUD, 2020, p. 7).
Cada vez más pequeñas, niñas para quienes “el impacto es tan grande que se les destruye su vida”, ha dicho una activista en este informe. Y si denuncian, deben relatar los hechos ante varias instituciones, una y otra vez: “la peor revictimización que sufren las niñas y mujeres en este país es de parte del operador de justicia”. Pese a ello y a las prohibiciones de facto que dictan las maras, las hondureñas se atreven: el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (CONADEH, 2019) recibió 3.053 denuncias de mujeres solo en el 2016 y el 2017, mientras el PNUD ha documentado que la violencia se inicia en el interior de las casas, ya que el 82% de los casos denunciados corresponde a violencia intrafamiliar (PNUD, 2020, p. 6).
El caso de Teresa llegó a la justicia, aunque el proceso dejó dudas y no incluyó perspectiva de género. El padrastro, Luciano González, fue acusado de lujuria agravada, pero a la madre de la víctima, lejos de brindarle reparación del daño, le quitaron la custodia de sus otros cuatro hijos. En Honduras, la impunidad es ley: no existe justicia en un 90% de las 6.142 muertes violentas de mujeres documentadas por el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (CONADEH) entre el 2002 y el 2016.
Pobreza, olvido estatal, impunidad y pandillas configuran un Honduras inseguro para mujeres y niñas. Si hubiera encontrado instituciones cercanas y confiables, tal vez Teresa hubiera podido denunciar los abusos que sufría, tal vez seguiría viva. Pero si hubiera resultado embarazada producto de las violaciones, dado que la anticoncepción de emergencia está prohibida en el país, hubiera sufrido maternidad forzada como las 21.677 menores de dieciocho años que han dado a luz entre el 2009 y el 2017, según datos de la Secretaría de Salud y Médicos Sin Fronteras (2019).
Las niñas hondureñas viven entre violencias. Sin cobijo ni protección, igual de expuestas en sus hogares que en la calle. Teresa no tuvo a quién recurrir.
Las niñas hondureñas viven entre violencias. Sin cobijo ni protección, igual de expuestas en sus hogares que en la calle. Teresa no tuvo a quién recurrir.