Momentos 003

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Grant.

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MOMENTOS

Una de las primeras peculiaridades que llaman la atención de Nueva York es el ímpetu de sus peatones.

conciencia de su poder en El protegido—. Por su parte, Dustin Hoffman utiliza Central Park como pista de entrenamiento para convertirse en Marathon Man, antes de verse atrapado en un complot alimentado por las turbias afinidades entre viejos nazis y ambiciosos agentes secretos yanquis. Y por último, en clave contemporánea, la velocidad parece surgir de las pulsiones apocalípticas de Hollywood: del pánico general de Cloverfield, la mega-home movie (capaz de decapitar a la Estatua de la Libertad), a la súbita glaciación de El día después de mañana. Aunque puestos a elegir una escena que ilustre la aceleración neoyorquina, me quedo con el desbocado viaje en taxi de After Hours, de Martin Scorsese. Atrapado en esta películatrance, a medio camino entre la pesadilla urbana y la disección, a cráneo abierto, de la neurosis new yorker, Griffin Dunne recorre la ciudad golpeado por los bruscos giros del taxi driver y los exóticos compases de ¡unas sevillanas de “Manitas de plata”! La energía fluye de forma invisible, pero notoria, como el olor a fritura que escupen los carritos de perritos calientes del Midtown. En

Más fulgor

urbano

1) Al amanecer, las calles y metros de la ciudad se transforman en el escenario de un desfile de trabajadores equipados con sus inseparables vasos de café: de plástico si es ice; de cartón si se prefiere hot; en ambos casos, un sucedáneo de café que cabría bautizar como aguachirri new yorker. ¿Sentarse a desayunar? ¡No hay tiempo que perder! 2) Por la tarde, aunque en realidad a cualquier hora del día, Central Park se abarrota de entregados joggers (adeptos al footing) que lucen palmito y las últimas tendencias en ropa y accesorios deportivos. Que nadie se confunda: en Nueva York

realidad, los veteranos del lugar aseguran que la ciudad se propulsa gracias a la velocidad impuesta por las hordas monocromáticas de brokers que exudan adrenalina en Wall Street. Son los arrogantes aprendices de Gordon Gekko los que, además de convertir Nueva York en una urbe de millonarios, han hecho del stress el deporte favorito de la ciudad. Una ansiedad poco disimulada que, por alguna enigmática y milagrosa alquimia, se transfigura en ferviente voracidad intelectual. Un ejemplo práctico: a no ser que se tenga madera de maestro zen, en Nueva York resulta imposible leer un único libro a la vez. Reconozco que siempre renegué de las lecturas simultáneas… y aquí estoy atrapado entre dos novelas, un cómic y varios

la “buena forma” le gana la partida a la obesidad. Impera el culto al cuerpo. 3) Por la noche, en los bares y restaurantes de moda de la ciudad —fácilmente identificables por el barullo permanente que los rodea—, a la que te despistas, el camarero de turno te trae la cuenta antes de que tengas tiempo de pedirla. El ritmo es endiablado, la renovación: constante. En la revista Time Out - New York de esta semana se da cuenta de la apertura de 12 nuevos restaurantes y 6 tiendas de ropa. No se hace alusión alguna a los cierres, que los hay. El hype se impone.

libros sobre cine, televisión e historia. La cuestión es: ¿me llegaré a terminar alguno? Un mes y medio después de mi llegada, las preguntas se van acumulando en la recámara. ¿Cómo se lo montan los habitantes de la gran ciudad para protegerse del frenesí cotidiano? ¿Cómo consiguen abstraerse de la fuerza hipnótica del “ahora” y pensar a largo plazo (me niego a creer que no lo hagan)? ¿Sería capaz de vivir en esta ciudad de forma permanente? ¿Cómo es posible que una misma ciudad pueda resultar tan hostil y acogedora al mismo tiempo? ¿Será verdad el dicho de que Nueva York te cambia para siempre?


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