
2 minute read
Carta Mágica
¡Hasta que me decidí!
Mi mejor decisión fue irme de un lugar que conocía perfectamente, pero ya no se parecía a mí.
Advertisement
Corría el mes de marzo de 2007 cuando comencé a trabajar como psicóloga en un lugar que para mí era maravilloso: una institución que atendía casos de violencia en el trabajo. Mi tarea era apoyar a las víctimas y visitar empresas para hacer las correcciones necesarias. A pesar de que trabajar en la administración pública a mi temprana edad (22 años) era bastante complicado por diversas razones, desde el primer día amé lo que hacía. Me emocionaba y tomaba cada caso con seriedad y pasión. Llegué a creer que envejecería allí, pero eso no sucedió. Después de siete años, las cosas comenzaron a cambiar. Empecé a sentirme diferente, la emoción desapareció, reemplazada por frustración y agotamiento. De repente, todo me irritaba, especialmente cuando algún jefe me decía qué hacer y cómo hacerlo. ¡Eso me desesperaba! No sabía qué me estaba pasando, pero estaba claro que era el momento de tomar acción.
Un día, una amiga me dijo: “Irina, ese lugar ya no se parece a ti”. Sus palabras resonaron profundamente en mí, y poco a poco empecé a comprenderlo. Ya no aprendía nada nuevo, tenía un montón de ideas sin llevar a cabo, me sentía como si estuviera atrapada en una jaula. Entonces me di cuenta: había entregado todo a ese lugar y, a su vez, había entregado mi vida a lo que él representaba. Sentía un techo gigante sobre mí mientras anhelaba volar.
Pasaron tres años, sí, tres largos años, antes de que pudiera irme. Tenía miedo de empezar de cero, de enfrentar lo desconocido y de renunciar a la idea de envejecer allí, porque ese lugar era “mío”. Llegué a pensar que “era mejor quedarme aquí, infeliz, que atreverme y que todo salga mal”. Afortunadamente, cambié de opinión rápidamente. ¿Qué hice entonces? Confié en lo que SENTÍA y en el PROCESO. Exploré mis opciones, planifiqué, hablé con mi psicóloga y finalmente imprimí esa carta de renuncia que había guardado durante un año en los archivos de mi computadora. ¿Qué sucedió después? Solo cosas buenas: un enorme alivio, un mundo de posibilidades frente a mí, ganas incontenibles de crear sin parar, un nuevo espacio divino, un programa de radio y mil talleres. ¡Desde ese momento, no he parado!
De esa experiencia aprendí que “nunca se empieza de cero, se empieza desde uno”, con todo lo que uno trae consigo, su confianza y el apoyo emocional. Nada puede salir mal, ¡y lo comprobé con las dos migraciones que vinieron después! Cuando tomas decisiones procesadas y te conectas con lo que sientes, la consecuencia es la libertad, y qué maravilloso es sentirse libre para ser uno mismo.
Esto también se aplica a las personas, las relaciones, las parejas. Nunca te quedes en un lugar que no se asemeje a ti. Cuando sientas que un techo te aprisiona, es el momento de moverte. Y hay dos formas de hacerlo: dando pasos pequeños que te lleven a algo grande o confiando en tu intuición y dando un salto de FE. Desde ese día, entendí que nunca es sano tratar de encajar, y abrazo cada lugar al que mi corazón pertenece. Y espero que tú también lo hagas, porque no existe mayor magia que la de moverte hacia tu bienestar.
Irina Faneite