Cuento
Traducciones de Diego Gutiérrez Mora
No debías entrar al matorral, todos sabían eso.
Dan Layton era el mayor de nosotros, acababa de cumplir trece, y por supuesto, era más listo. Habíamos escuchado las historias y visto a nuestras madres afuera en el solsticio de verano, atando listones a las ramas espinosas. Mirábamos a través de ventanas altas en mitad del invierno, el matorral con bayas brillosas, rojas y frescas y los listones reducidos a tristes harapos. Sabíamos que los hombres alimentaban el matorral en ese entonces, cuando la tierra era tan dura como la piedra a causa del frío, y estaba más hambriento.
x 1 Matorral Sonia Overall
El invierno anterior, había salido de mi cama a escondidas para echar un vistazo a los hombres arrojando pedazos de carne y grasa a la masa oscura de arbustos. Sólo sucedía en la noche. Sostenían sus antorchas por encima de sus cabezas y no hacían ningún sonido.
El matorral siempre estaba callado.
—Son unos tontos y cobardes si creen esos cuentos de hadas, dijo Layton.
Estábamos caminando a las orillas del canal en la parte oeste del pueblo. Cuando no pasaba nadie y se hacía la calma, jugábamos con un balón a lo largo del camino. Era abril y los gorriones estaban haciendo un alboroto, tratando de hacer su nido en la hiedra. Layton sacó el pecho mientras caminaba y trató de pavonearse. Apenas había pasado su cumpleaños, pero era el mayor de su familia y el único varón, por lo que pensó que era alguien especial. Tan sólo era un muchacho larguirucho que se creía nuestro líder, sin embargo, nos caía suficientemente bien como para seguirle el juego. Teddy Wilson dijo con desdén.
—Miren los gorriones, ¿cómo es que no hacen su nido en el matorral? ¿cómo es que nada de lo que entra sale?
—¿Cómo sabes que no anidan ahí? dijo Layton. ¿Alguna vez has entrado a ver?
Tenía un punto. Claro que ninguno de nosotros lo había hecho y nadie lo tenía entre sus planes. Eso sí, el matorral estaba tan callado como una tumba, jamás había un ave dentro de él. Teddy Wilson contó las historias más temibles y Layton continúo argumentando que nada nunca les había pasado a las personas que conocíamos, o que nadie de los que conocíamos se acordaba de algún suceso, por lo que todo era un disparate. Hablé de cómo su abuelo y el mío estuvieron entre los muchachos que intentaron incendiarlo, pero como a pesar de sus intentos, nada
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de lo que tocaban con llamas hacía ignición. Layton se rió. Dijo que iría a dónde se le diera la gana y que le apetecía entrar al matorral, y que si todos éramos unos cobardes él no podía ayudarnos, punto.
Y el entró.
Por supuesto que lo llamamos. El hermano pequeño de Teddy, Pete, estaba presente y comenzó a llorar. Teddy le dijo que dejara de lloriquear o todos estaríamos en problemas al volver a casa. Dije que Layton sólo nos engañaba y que había simulado entrar, pero que en realidad se había ido a casa y se inventaría algo a la mañana siguiente. Teddy me miró, tratando de creer lo que decía. Pete recogió el balón y regresamos al pueblo, jurando que no diríamos nada, y cada quien tomó su camino a casa.
Sucedió un par de días antes de que Layton fuera devuelto. La alarma se encendió y todos estaban muy ocupados con ella como para detenernos a nosotros, los niños, de correr afuera, hasta que fue demasiado tarde.
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La masa de acebo se elevó en el cielo como una gran mano con dientes. Lo que quedaba de Layton estaba desparramado y ensartado en lo más alto, como un espantapájaros, con las mangas apuntando a sus costados. Mi madre me sorprendió mirando ahí de pie y me llevó a rastras a casa. Sentí náuseas y me enviaron de inmediato a dormir.
Como bajaron a Layton nunca lo supe, pero estaba despierto cuando mi padre volvió esa noche y lo escuché decir, en una voz tan baja que causaba escalofríos, que las espinas del matorral podían pasar a través de un cuerpo con la misma facilidad que unas agujetas pasan a través de los ojales de un zapato.
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Había un sonido saliendo de ella, el estenógrafo lo estaba registrando. Estaba oscuro en la pequeña habitación y ella podía ver las olas de sonido pulsando en la pantalla. ¿Era un buen pulso? Era difícil decirlo. Era más estruendoso esta vez, ¿ella era más grande? La gente lo llamaba volverse más alto, pero ella estaba haciéndose más grande. Estaba creciendo en perfecta proporción. No era como que se estuviera estirando. Los estirones venían de un impulso que parecía tener origen en sus pies. Estos últimos se volvieron más grandes y después sus talones y así sucesivamente cada parte de su cuerpo. Indetectable para el ojo humano. No obstante, ella se despertaba y se sentaba sabiendo que era más grande. Quizá estaba ocurriendo de manera paulatina con el pasar del tiempo, quizá estaba sucediendo en episodios esporádicos. Había acudido a un endocrinólogo, sospechaba que todos tenían uno. Las hormonas te hacen crecer y algo había encendido todas sus hormonas.
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Historia de Fantasamas
Pip Adam
Todo el mundo estaba tratando de averiguar por qué. Era un negocio multi-millonario porque estaba revelando cosas de manera desagradable. Todas las personas que se estaban haciendo más grandes eran personas normales. Nadie entre los ricos o poderosos se estaba volviendo más alto. Ninguno de ellos. Así que cuando su jefe le tuvo que decir que estaba haciendo un escándalo, que quizá necesitaba centrarse más en su trabajo, lo encontró sumamente complicado debido a su tamaño.
Su jefe se había quejado de que lo hacía sentirse amenazado. Ella no estaba segura de por qué se sentía así, al menos ella no quería hacerlo sentir de ese modo. Quería que su jefe se sintiera cómodo estando cerca de ella, pero estaba en lo correcto al estar aterrorizado. Ella era más grande que él, por mucho, y también era fuerte. Ese era un secreto que se estaba guardando, era mucho más fuerte, había roto un par de cosas ya. Nadie entre los poderosos se quería sentir así, por lo que estaban invirtiendo mucho en investigaciones para tratar de detenerlo. Tan sólo detenerlo, porque estaba alterando el orden natural de las cosas.
—Esa es tu vesícula biliar, dijo el estenógrafo. Se ve bien, las paredes no son gruesas y no hay indicios de piedras ahí dentro.
Ella estaba contenta por saber eso. Aún tenía todo lo que se le dio al nacer –a excepción de sus amígdalas–. Y se ilusionaba con la idea de que quería permanecer intacta por el mayor tiempo posible. Sabía que era muy poco probable que se quedara con todo hasta que muriera, sin embargo, le gustaba saber que todo se encontraba aún ahí dentro. Sus pies tocaron el suelo, esperaba que fuera debido a que se había acomodado en el sillón, pero quizá había crecido otra vez. Tal vez sólo crecía al dormir, era difícil decirlo porque todo tenía raíz en sus adentros. Era increíblemente incomodo, le daba vértigo y la ponía irritable. Tendría que esperar hasta que se pusiera de pie.
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El estenógrafo parecía el tipo de persona que es gentil y paciente. Le dio una toalla de papel. Ella se limpió el vientre. Todo crecía al mismo tiempo. Al principio, pensó que quizá se haría más alta y su estómago se encogería. Medía 1.62 antes, bajita, de estatura promedio. El IMC era una estupidez, no obstante, solía hacer una broma, —tengo el peso ideal para un hombre de 1.80.
Pero no era así en lo absoluto, su estómago creció también. Todo, en concreto, creció. Una vez que se limpió el vientre trató de averiguar si era más grande, si su ombligo se encontraba más lejos de lo que originalmente estaba cuando se acostó. Todo lo que vestía en ese momento se había estirado, no tenía pantalones o faldas con cinta elástica en la cintura. El estenógrafo no le pidió que se levantara, pero estaba de pie junto a la puerta, tenía la mirada volteada para concederle privacidad mientras se limpiaba. Limpiarse el gel era un acto íntimo. Era lubricante, ella lo sabía, él lo sabía. Venía en un tubo enorme y estaba dentro de una especie de máquina que lo calentaba. El lubricante caliente era de alguna manera más indecoroso de lo que habría sido si estuviera frío.
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Una vez se limpió, giró sus piernas para bajar de la cama –y no hubo dudas– era mucho más alta. Miró a la puerta, el estenógrafo de pie junto a la puerta, sosteniéndola. Miraba sus notas quizá porque se había dado cuenta. Se había dado cuenta de que era más alta y trataba de evitar la vergüenza. El lubricante caliente era más bochornoso opinaba ella, eso era todo, no era más indecoroso era vergonzoso. Era mucho más alta, pero pensó que quizá podría salir por la puerta si se agachaba. Se paró y se mareó, le tomó unos segundos tomar consciencia del cuarto.
Él quería que saliera lo más pronto posible y ella sabía eso, y en verdad intentaba, pero ahora todo lo que hacía tenía que volver a ser calculado. Levantó un brazo para estabilizarse y golpeó el muro con una pantalla montada.
—Lo siento, dijo. ¿No podía dejarla a solas para que saliera de la habitación? Pero no podía, por supuesto que no.
Sacudió su cabeza y levantó la mano para decir que no había por que disculparse, sin embargo, la pantalla cayó del muro y ahora ella estaba preocupada por tener que pagarla. Dio un paso adelante y revaloró su entorno, después dio otro y el estenógrafo aún seguía en el marco de la puerta.
—Quizá necesite… trató de mirar sólo hacía la puerta, pero su cabeza se balanceo y golpeó el techo, lo que hizo que el cuarto temblara. El estenógrafo se quitó de en medio.
Había nuevas personas en la sala de espera ahora, gente que no la vio entrar, gente que, sin excepción, la estaban mirando.
—Gracias dijo en voz baja, pero sonó muy fuerte.
El estenógrafo sonrió y asintió, sin mirarla.
Había una fila en la que te tenías que formar para pagar la cuenta. Cualquiera podía ser contagioso. Ella no tenía idea de
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dónde se detenían sus pies, miró hacia abajo, quizá aún estaría creciendo. El edificio entero era nuevo para ella así que no tenía ninguna noción. Cuando entró, no había tenido necesidad de ser consciente de las dimensiones del lugar y ahora necesitaba pagar rápido o no sería capaz de irse, requeriría que desmontaran una puerta para salir. O tendría que esperar hasta que se encogiera.
Nadie la miraba directamente, pero todos notaban de forma inequívoca su presencia. Todos sabían que estaba allí y estaban conscientes del espacio que ocupaba.
Ella había tenido que dejar su auto en el estacionamiento, tendría que arreglar eso con alguien.
—Mi auto está en el estacionamiento, dijo.
La mujer la miró.
—¿Puedo dejarlo aquí? preguntó.
—El estacionamiento lo gestiona una organización distinta, contestó la mujer.
No podía sacar la tarjeta de su cartera, o siquiera la cartera de su bolso.
—Si fuera tan amable, quizá. Sostuvo su bolso ante la mujer, pequeño entre su gran pulgar y su dedo índice.
La mujer tomó su bolso y hurgó dentro, ella estaba segura que seguía en crecimiento, tenía que irse pronto. No quería asustar a nadie, pero había un niño pequeño llorando en la sala de espera, y en verdad necesitaba irse.
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—Cuenta de ahorros, indicó, mientras la mujer deslizó su tarjeta.
— $5309, ¿Necesita…?
—No dijo. Extendió el brazo para tomar su bolso, la mujer regresó la tarjeta a la cartera y esta última al bolso, y lo colocó con gentileza en su enorme mano abierta. Las puertas eran eléctricas, mucho de su ser que tendría que atravesarlas.
—Gracias, dijo a sus espaldas mientras la puerta se cerró sobre ella una vez, dos veces, tres veces y una cuarta hasta que puso sus dos pies fuera de la clínica. Estando afuera se agacho y sonrió a la recepcionista través de las puertas de cristal mientras hacía una seña para despedirse con la mano. Se dispuso a ir a casa, casi volando, cada zancada abarcando varios metros.
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Borracho con la sirena J.D. Debris
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El fondo del océano es menos cruel de lo que piensas, ella me dice, con cuatro tragos encima, cortesía de La Goleta Hannah (El bar sumergido, no el bote), inclinándose para jugar con los eslabones
De mi crucifijo de segunda mano. Es la tátara tátara nieta de balleneros naufragados, provenientes de Cabo Verde que, de algún modo, no se ahogaron, sino que en su lugar construyeron, a partir de arena mojada.
Casas hechas de marejada, madera a la deriva y conchas de almejas en el punto más bajo del océano. Se enamoraron de novias subacuáticas y se cruzaron, me explica, creando una vida en la cual ellos eran los Ismaeles, los narradores,
No los extras intercambiables cortados de las revisiones tempranas de Melville. Suena como campanillas de viento al exhalar, y lo que pensé, eran algunos rizos sueltos
están en verdad enrizados, asentándose en forma de f bajo su quijada.
peculiarmente hereditario, se baja cinco tragos, pienso en mi hermana, Quién a excepción de no ser mitad anfibio, pez o delfín,
Es mitad polaca y es una cabrona para nadar, Yo, sólo me hundo.
Parte las cortinas hechas de cuentas del bar sumergido, Me conduce camino abajo a través de las calles adoquinadas hasta el muelle,
Y se sumerge como un cisne bajo el reflejo de la luna de cosecha, Extendiendo sus dedos pulidos como piedra suave a través del reflejo.
El fondo del océano es menos cruel de lo que piensas.
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