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Neoliberalismo

LUIS LINARES ZAPATA

Muy a pesar de los muchos diagnósticos de su muerte, el neoliberalismo sigue con vida. Y muy a pesar también de sus malos augurios, todo indica que seguirá entre nosotros por largo periodo.

¿A qué se debe su resistencia y hasta mejoras cuando, bien se ha documentado, el enorme daño que ha causado? En especial sus perjuicios anidan, con detalle, dolor y en todo el mundo, entre los de abajo. No hay, prácticamente ninguna región del orbe que escape a sus modalidades más nefastas. Pero, muy a pesar de ello, permanece vigente como una pesada envoltura ideológica y con modos prácticos, muy arraigados, de accionar en la vida cotidiana de los distintos pueblos.

Trátese de métodos de evaluación de la enseñanza escolar o como criterios para conducir el registro empresarial. Baste una mirada, aunque sea superficial, a los indicadores que se publican para catalogar las acciones en bolsa o el mérito de una escuela, la calidad de la salud o el criterio para asignar pensiones. Ahí se pueden encontrar, casi intactos, los valores y las señas que coadyuvan para escoger dónde estudiar, el hospital dónde curarse o qué acciones comprar.

Pero sus oficios y usos no se agotan en las descritas. Subsisten sus atribuciones en una gran cantidad de materias, búsquedas y sectores de la vida cotidiana.

El neoliberalismo y sus perspectivas, así como la misma escala de valores que entraña, se usa y hasta desusa en incontables aspectos de la vida organizada. No en balde ha tenido varias décadas para arraigarse en todos los intersticios de las instituciones y en las formas de actuar de individuos, grupos o instituciones.

La lucha para erradicarlo tiene, por tanto, que ser implacable y totalitaria. Aún contando con los apoyos de los variados países –y sus pueblos– que tratan de eliminar su vigencia, sigue ahí enquistada su presencia, dictando normas y moldeando quehaceres. Su combate es cuerpo a cuerpo y aun así prevalecen sus arraigados reflejos. No bastan las declaratorias de su extinción para ponerse a salvo de sus consecuencias. Se requiere de tiempo y esfuerzo continuado para declarar territorios libres de neoliberalismo.

Cierto es que, al menos en la escala y las perspectivas empleadas cuando su vigencia fue avasalladora, puede haber modificaciones, si no de raíz, sí de intensidades. Es decir, aunque su propósito final –trabajar para la acumulación de los de arriba– ya no rija, subsisten modalidades que no permiten un flujo distinto de la riqueza, los reconocimientos y valores. Organismos y normas con gran rango de autonomía, bien establecidos, de superestructura incluso, condicionan los trabajos para introducir una visión reparadora de las desigualdades ocasionadas. Porque, al final, de esto se trata el factible destierro del neoliberalismo: intentar la mayor igualdad posible entre individuos, clases sociales o naciones.

Ahí quedan, bien asidos a sus palancas de poder, una miríada de organismos financieros. La mayoría de alcance supranacional, integrantes de toda una estructura condicionadora. Su existencia es longeva y sus modos de operar bien conocidos. Se imponen con facilidad inaudita y en casi todas las ocasiones adonde se les llama. Por lo demás, siempre prestos a condicionar su ayuda.

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