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DAVID BROOKS, CORRESPONSAL

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DE LA REDACCIÓN

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Revisitan el legado de Ignacio Bernal sobre arqueología nacional

Eduardo Matos Moctezuma y otros expertos participan hoy en mesa virtual

REYES MARTÍNEZ TORRIJOS

El arqueólogo Ignacio Bernal (París, 1910-Ciudad de México, 1992) será conmemorado hoy, a 30 años de su fallecimiento, en una mesa de especialistas. “Es valioso recordar a los viejos maestros, sus obras y lo que hicieron para tener en ellos un ejemplo a seguir en la investigación”, considera Eduardo Matos Moctezuma.

El también arqueólogo dice a La Jornada que se siente honrado por participar en ese evento de El Colegio Nacional (Colnal), mesa propuesta y coordinada por Leonardo López Luján, para rememorar a quien fue su docente en la maestría y el doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Matos Moctezuma relata que encontró paralelismos entre Bernal y él mismo, el primero es que ambos dirigieron el Museo Nacional de Antropología. “Ahí, el doctor realizó una labor realmente importante. Antes participó en los lineamientos que iba a tener el nuevo espacio”.

Bernal, nacido en París e hijo de padres mexicanos, fue titular de la Dirección de Monumentos Prehispánicos, a cargo de la arqueología en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), “donde él desarrolló su vida académica y de funcionario. Años más tarde me tocó presidir ese departamento en donde él había cumplido una misión relevante”, añadió el también antropólogo.

“Tengo tres temas primordiales, no son los únicos: la muerte en el México prehispánico, el Templo Mayor de Tenochtitlan y la historia de la arqueología en nuestro país. Don Ignacio fue el que trazó el camino al publicar su libro de Historia de la arqueología en México, en 1979. Yo seguí sus pasos, y años más tarde publiqué mi Historia de la arqueología del México antiguo”.

Matos recuerda que como estudiante de la Escuela Nacional de Antropología e Historia colaboró en el proyecto Teotihuacan, que se desarrolló en el periodo 1962-1964, el cual era dirigido por Bernal.

Destaca los aportes de su maestro mediante publicaciones y conferencias, por ejemplo, La cerámica de grabada Monte Albán, en la que junto con Alfonso Caso y Jorge Acosta, “plasma la cronología de esa antigua ciudad, además de investigaciones sobre los asentamientos zapotecas Dainzú y Yagul, en Oaxaca”.

MONTAN EN ESPAÑA EL DIABLO COJUELO EN CLOWN

▲ La Compañía Nacional de Teatro Clásico de España ofreció este fin de semana tres funciones de El diablo cojuelo en el Teatro Principal de Valencia. Inspirada en la obra homónima del novelista Luis Vélez de Guevara, exponente del Siglo de Oro, el montaje fue interpretado “en clave de clown” por los integrantes de Rhum&Cia. “La mirada ingenua y salvaje del payaso es capaz de homenajear a las artes escénicas clásicas y, al tiempo, de reírse de ellas. Lo que transmitimos a los espectadores es el amor por la literatura y las narices coloradas”, señaló el dramaturgo Juan Mayorga. La dirección de la puesta en escena estuvo a cargo de Ester Nadal. Foto Europa Press

Matos Moctezuma refiere que Bernal era muy culto, por lo que con él era un deleite la conversación. “No sólo era experto en la arqueología a escala nacional e internacional, sino en también arte contemporáneo y literatura, por ejemplo. Fue el tercer antropólogo en recibir el Premio de Ciencias y Artes, como otro dato en paralelo, yo recibo este galardón en 2007”.

El estudioso de los orígenes de la mexicanidad adelantó que realizará “una remembranza de la obra y los aportes de Bernal a la arqueología. Si me decido a escribir una antología de textos sobre nuestra disciplina, escogería la introducción de su Historia de la arqueología en México, que está muy bien documentada.

Matos Moctezuma asevera que Ignacio Bernal legó una gran conocimiento de lo que era el México antiguo.

En Remembranza de Ignacio Bernal: a 30 años de su fallecimiento, además de Leonardo López Luján y Eduardo Matos Moctezuma, participarán Carlos Bernal Verea, Ángel Iván Rivera Guzmán y Nelly Robles García. La mesa de expertos se transmite hoy a las 18 horas, en las redes sociales del Colnal.

Covid 19: una cruz de olvido

HERMANN BELLINGHAUSEN

Una experiencia inédita por real (en libros y cine ya imaginamos muchas) hizo de las gentes, otras. Se replantearon las distancias geográficas y personales, se volvió explícito y relevante el concepto de lo “presencial” como un privilegio, opuesto a lo extendido de los “encuentros” a distancia. El evento pandémico, tan contundente como sus millones de sobrevivientes en diversos grados, se ha convertido en una novedad antigua que no nos deja en paz; como escribe José Luis Peixoto, a cada segundo se ha ido transformando “en un increíble convencimiento”.

Nos podemos pasar el día hablando mal de esta plaga egipciaca que no deja fuera a nadie, del pueblo y del color que sea. Días espantados, lampareados, que no falta quienes nieguen su existencia sin cerrar los ojos y se salgan con la suya: si no queremos, esto no existe, es un invento mediático de magnates oscuros. Los humanos hemos integrado a nuestro sistema nervioso central una tecla de delete, usada más por unos que por otros pero ya instalada en las neuronas correspondientes.

El humor no es bien visto porque hoy la risa puede ser culpable. Son tiempos serios. Los buenos chistes hoy son gráficos y anónimos cuando apuntan a lo real. Quien los firmara sería linchado.

Peixoto, interesante narrador portugués (1974) también poeta, se internó en nuestro año de la peste con su poema “Cuarentena” (abril de 2020) . Necesitaba confirmar que está aquí, “rodeado por realidad y temperatura”, que la verdad existencial, simple como parece, se llenó con las cifras diarias de una catástrofe incontrolable pero organizada. Una existencia donde pese a todo “el aire mantiene su talento transparente para separar las cosas” (La Otra Revista, enero de 2022, en traducción de Diana Alcaraz: http://www. laotrarevista.com/2022/01/ cuarentena-jose-luis-peixoto/ ).

La determinación de aferrarse a la sensatez, a la tierra sólida, con el peso del propio cuerpo y de los cuerpos al alcance, dificultaba a Peixoto vislumbrar un después, por más que supiera que éste sucederá y este presente sería “lata de fruta que pasó de la fecha de caducidad”. Dos años después del poema, debidamente fechado, sus plazos se estiran; a la vez confirman percepciones generales y lo poroso del calendario: “miro hacia lo lejos, a la distancia de un mes, de un año,/ pero mi mirada colisiona en un muro opaco, los ladrillos/ son preguntas, los cimientos son preguntas ¿futuro?/ las respuestas se averían como juguetes antiguos/ de cuerda, o de pila, las respuestas fueron canceladas,/vuelos cancelados a países que dejaron de existir”.

La actual información, científica o mágica, corre muy aprisa, nos llena de aprensiones y nos enoja con los otros porque no piensan igual que uno, y con nosotros mismos por hacerlo tan a tientas. Traemos una fabulación distópica grabada en el chip de la imaginación. ¿Será el futuro un territorio de humanos averiados por las incontables secuelas del virus y sus hijitos de nombre griego?

La avería definitiva se confina a las fosas y las estadísticas. La colección de secuelas en los sobrevivientes y la previsión de más se incrementa a la par del número de personas infectadas y afectadas.

La consigna inicial, “lo principal es que no te dé”, evolucionó a “que no te dé tan fuerte”. Que no te tumbe ni hospitalice, no te asfixie ni desfalque. Que no te lisie.

En esa distopía alimentada por datos clínicos a gran escala, los humanos del actual periodo histórico respiraremos con dificultad, o nos dolerán órganos y miembros de manera crónica, los riñones, el páncreas y el hígado flaquearán aceleradamente con múltiples consecuencias, perderemos el olfato, el gusto o el oído, se sumarán nuevas cefaleas a las habituales, nos deprimiremos de repente, el insomnio se ensañará, el intestino se descontrolará, y para colmo perderemos la memoria, la reciente por ahora, y la capacidad de concentración. ¿Andaremos poniendo etiquetas “con un hisopo entintado” en cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola, como la gente de Macondo? José Arcadio Buendía, nos dice Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, “fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanca, guineo.

Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad.” ¿O como en Memento de Christopher Nolan, escribiremos palabras y datos en nuestra piel y en stickers pegados a la pared?

Durante la peste del olvido, en Macondo “continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaron los valores de la letra escrita”.

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