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JORGE DURAND

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JOSEFINA QUINTERO

JOSEFINA QUINTERO

Perú fragmentado

JORGE DURAND

La historia reciente de Perú se resume en tres elecciones nacionales donde pierde la señora Keiko Fujimori, contra Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y, finalmente, Pedro Castillo. Tres gobiernos que fueron de mal en peor. Humala, que llegó al poder con el apoyo de las izquierdas, pero al final fue cooptado por la derecha; Kuczynski, el candidato mejor preparado que ha tenido Perú, Vargas Llosa dixit, que era un buen financiero, pero pésimo político y tuvo que renunciar, acosado por la mafia fujimorista, finalmente, Pedro Castillo, sobrevivió un año y medio, envuelto en conjuras, ineptitudes, chantajes, corrupciones y el acoso permanente del Congreso y la derecha que trató de vacarlo.

No obstante, Perú creció en esos años a un ritmo de 5 por ciento, e incluso hace unas semanas lo hacía a 3 por ciento, a pesar de la crisis pandémica. Los peruanos van a su aire, trabajando y sobreviviendo, mientras la clase política en la capital se desgañita, torpedea y traiciona a gusto.

Son muchas las fracturas que tiene Perú: social, racial, cultural, lingüística, económica, geográfica, política y tantas otras. En este espacio nos referiremos a las fracturas políticas de las décadas recientes.

A diferencia de otras latitudes, en Perú no hay un centro político y menos aún candidatos o líderes que lo representen y tengan cierta base social. Existe una derecha fraccionada, representada por oligarcas, nuevos ricos, oportunistas e iluminados religiosos. Y una izquierda que va del extremo terrorista, al estilo Sendero Luminoso, a la izquierda popular urbana, campesina y sindicalista; los poderes regionales de signo izquierdista; la izquierda llamada democrática y los llamados caviares, de corte intelectual, profesional y ligados a universidades y a las ONG.

Este fraccionamiento, se concretiza a nivel electoral en una veintena de partidos políticos que deciden la composición del Congreso y un Ejecutivo que llega al poder, en segunda vuelta, sumamente debilitado. Se da el caso que un presidente de derecha, como Kuczynski, es masacrado por la derecha fujimorista y un presidente de izquierda, como Castillo, es torpedeado por el mismo partido que lo llevó al poder e impide una alianza con la izquierda caviar que le podría haber proporcionado técnicos y profesionales en ministerios importantes.

No obstante, éste es un escenario donde se respeta el voto y al ganador, aunque sea por una diferencia mínima, lo que es típico de la segunda vuelta, pero puede pasar cualquier cosa, como que llegue a la presidencia un personaje como Castillo que nunca pensó, ni se imaginó, ni estaba preparado para ser presidente.

Perú se mueve al filo de la navaja, pero prevalece el orden constitucional. Incluso, en momentos muy álgidos, los militares se han quedado expectantes, pero sin intervenir, a pesar de las múltiples llamadas de la derecha para que den un golpe de Estado.

En medio del encono y el caos político operan varios salvavidas señalados por la constitución. Uno de ellos tiene que ver con la estructura presidencial que cuenta con dos vicepresidencias. Tres fusibles que se pueden quemar y al final puede entrar un cuarto o quinto a funcionar con el presidente del Congreso en turno.

La primera vicepresidencia suele ser una mujer, éste sería del caso de Dina Boluarte. En este momento, no hay segunda vicepresidencia, porque se había candidateado a Vladimir Cerrón, un dirigente regional, de orientación chavista y líder del partido que postuló a Castillo, pero que tenía problemas con la justicia por asuntos de corrupción.

El gobierno de Pedro Castillo, cuya única virtud fue haberle ganado las elecciones a la derecha y a Keiko Fujimori, dependía de Perú Libre, partido que lo llevó al poder, controlado por Cerrón y su bancada. Un partido con presencia importante en el Congreso y que anuló las dos primeras votaciones para vacar a Castillo y que podría haberlo salvado de una tercera intentona de vacancia.

Hasta el momento hay muchas hipótesis y teorías sobre las razones que motivaron a Pedro Castillo para dar un autogolpe y disolver el Congreso. No obstante, todos coinciden que esa no fue idea suya y que de alguna manera fue engañado o convencido, lo cual terminó en un suicidio político al violar la Constitución.

En una nación de pobres y donde el voto es obligatorio, por primera vez la gente tuvo un candidato del pueblo en sentido estricto, no figurado, un maestro de primaria de origen campesino y que decía representar sus intereses. Por eso hay un gran malestar en amplios sectores de la población que votaron por él y ahora se manifiestan de manera pacífica y violenta. A estos segundos, la derecha, los tachan de terroristas. Y, en ese juego ha caído Dina Boluarte al sacar al ejército a las calles.

Lo que pone en evidencia otra fractura, la del centralismo capitalino que votó por Keiko y, las provincias con alto componente campesino e indígena y que votaron por Castillo.

Un país donde en las elecciones siempre hay una segunda vuelta y en las cuales puede pasar cualquier cosa Pedro Castillo nunca pensó, ni se imaginó, ni estaba preparado para ser presidente de la nación andina Atentados

ROLANDO CORDERA CAMPOS

El atentado criminal y artero contra el distinguido comunicador Ciro Gómez Leyva nos habla de la vigencia intensa e indeseable de la pareja letal que, por ya mucho tiempo, ha merodeado nuestros dramas políticos. Desde 1994, con el asesinato de Luis Donaldo Colosio, pero también el alzamiento del EZLN en Chiapas y su abrumadora secuela política. Antes habíamos tenido que asistir a la macabra danza de engaños con que se quiso envolver otro atentado magno contra la libertad y el derecho en la persona del gran periodista Manuel Buendía.

Hubimos de rendirnos a la evidencia: política y delito no sólo se suponen la una al otro, sino que han formado una letal pareja, presente en nuestras cotidianidades y sus nubladas perspectivas. Una de las grandes tareas de la democracia que emergía tendría que haber sido la disolución de ese nefasto vínculo, pero no lo fue y en su lugar se paró ante nosotros el poder creciente, abiertamente ilegal y corrosivo del crimen organizado.

Letal para el ejercicio periodístico y sus obligadas libertades y derechos, como ha sido penosamente declarado nuestro país, atentados como del que ha sido víctima Ciro Gómez Leyva tienen que llevarnos a escalar ese diabólico matrimonio y ponerlo en el centro del interés y el compromiso político, reclamar de la autoridad una investigación pronta y puntual que, sin pausas artificiales, lleve a responsables directos e intelectuales y que, además, del modo más explícito posible, nos hable con seriedad y responsabilidad del peso que el entorno que hoy rodea a la política tiene para abordar a fondo, como tiene que hacerlo el Estado, esa nefanda unión viciosa y corrosiva entre el crimen y el ejercicio y la lucha por el poder.

El entorno no es sólo físico o arquitectónico, climático, sino sobre todo mental y de ética pública. Al darle carta de naturaleza a la banalización del intercambio y de la crítica, a la invectiva y la sospecha por sistema, se abre la puerta para que irrumpa la violencia y desde la política se llegue incluso a normalizarla. El “para qué se meten o quién sabe en qué andaban” se vuelven argumentos de autoridad y de primera mano para comenzar a deslindar una responsabilidad de la que el poder constituido no puede ser ajeno. Menos volverse eco sumiso de esas leyendas ensombrecidas que nos han traído hasta aquí.

Los desparpajados comentarios, críticas y embates verbales en los que ha caído el Presidente y convertido en retórica cotidiana, no están al lado o afuera de este siniestro escenario que inevitablemente se nos presenta como un círculo terrible e hipnótico de violencia. Lo quiera o no el mandatario, están en su epicentro y su desborde se siente una y otra vez en los desvaríos del morenismo en las Cámaras o los cabildos. Y hasta en sus asambleas donde ha prevalecido el enfrentamiento verbal y a veces físico.

La violencia, que no pocas veces desemboca en ilícitos, ha acompañado el despliegue de la “Gran Transformación” en actos de gobierno o ejercicios deliberativos como tiene que haberlos en toda política abierta y plural. El grado en que esta violencia marca como presente y futuro ominoso a la política democrática no podrá reducirse y someterse al gobierno de las leyes hoy se nos presenta como ineluctable, y de poco sirven las muestras de solidaridad de los mandatarios con el periodista agredido tan arteramente. El Estado tiene que asumir lo acaecido como cuestión obligada que no puede ni podrá superarse sin una necesaria y urgente relegitimación del poder constituido, hoy sometido al bochornoso espectáculo de un simulacro reformador de la política que no tiene porvenir si sigue basado en la descalificación a priori del adversario o el disidente, ambos caracteres obligados, irrenunciables, de toda política plural y democrática como la que todos decimos querer.

Una vez más, como si se tratara de una fatalidad que salta a la menor provocación, estamos ante un crimen que para su propio bien el Estado no puede dejar pasar. Tampoco permitir que vaya a alojarse al vergonzoso archivo de la impunidad que nos ahoga.

En el caso de Ciro Gómez Leyva estamos ante un crimen que el Estado no puede dejar pasar ni permitir que quede impune

Aquí no se rinde nadie

ANTONIO GERSHENSON

Al conocer la noticia sobre tu despedida, mi amigo y camarada, mi compañero de lucha, colega y hermano, supe que no estás del todo muerto. La gente que se compromete con un propósito para cambiar la realidad de injusticias, miserias y desamparo de la mayoría de la población, surge de los espacios más diversos y continúa presente en las luchas subsecuentes de las generaciones posteriores. Por eso tú, Arturo, no has muerto.

Arturo Whaley fue un sindicalista ejemplar y un ser humano natural e inteligente. Desde muy joven se integró a la lucha por los derechos de sus compañeros de la investigación y de la industria eléctrica y nuclear. Ya desde los círculos estudiantiles donde nace la conciencia, la voluntad y el deseo de convertir en realidad la necesidad de un mundo mejor, Whaley comenzó su camino como luchador social.

Arturo, tú y yo somos como hermanos de ideales, del mismo espacio donde se han levantado una cantidad innumerable de estudiantes conscientes del momento que les ha tocado vivir. Y tu reflejo está en la nueva generación de sindicalistas.

Después, el trabajo político generó resultados, a pesar de la gran represión del gobierno priísta. Aumentó la posibilidad de defender nuestros proyectos sindicales desde las curules. Llegamos allí por el gran apoyo de nuestro sindicato.

Movernos en una esfera más amplia era la posibilidad con nuestra participación como diputados federales.

Fuimos afortunados como profesionales, en el área eléctrica y, por supuesto, en la nuclear, donde tu liderazgo todavía es un referente muy importante. No podíamos declararnos exclusivamente de una u otra área, ya que nuestra verdadera profesión fue ser militantes del movimiento sindical en México.

Tu venías del Politécnico, yo de la UNAM, ambas casas de estudio eran nuestra fortaleza. Nuestros compañeros primero y nuestros alumnos después, también jugaron un papel fundamental que nos motivó a seguir avanzando. El camino que escogimos nos mostró lo difícil que fue caminar por esas rutas inciertas de la lucha sindical. Fue difícil porque estábamos vigilados por la policía y perseguidos abiertamente por el gobierno y la derecha empresarial recalcitrante. Pero seguimos adelante, acumulando experiencia y hasta valor para defendernos.

Es raro para mí esta conversación en tu sentida ausencia. Podría llenar más de un libro contando las anécdotas y los planes que compartimos por mucho tiempo.

En mi caso, un hecho que después de tantos años, todavía me causa cierta satisfacción, fue cuando nos detuvo la policía entrando al entonces DF. Ya era muy tarde, más o menos las 11 de la noche. Regresábamos de un acto sindical y no pudimos llegar con nuestras familias.

Nos despojaron de nuestros automóviles y nos llevaron a un lugar que no pudimos identificar al momento, pero después de unos minutos supimos que estábamos en los separos. Por la forma acelerada que nos llevaron a la sala de interrogatorios, nos dimos cuenta que no nos iban a tratar con ningún tipo de respeto. La forma de interrogarnos, más que afectarnos, nos causó diversión. Los interrogadores estaban más nerviosos que nosotros dos. Corrimos con suerte, creo que los torturadores no tenían experiencia y se les pudo pasar la mano. Pero de esa aventura también salimos a salvo. Después de varios actos juntos no volvimos a vernos. Pero la hermandad profunda seguía y sigue a flor de piel.

La lucha sigue ¡Viva el sindicalismo revolucionario!¡Viva la amistad y la solidaridad! ¡Viva el Sutin y la solidaridad gremial! ¡Hasta siempre, mi hermano!

Arturo Whaley, tu andar como luchador social dejó huella en el movimiento sindical en México, tu liderazgo es un referente muy importante y por ello no estás del todo muerto

@AntonioGershens antonio.gershenson@gmail.com

Todas las vidas importan

FABIOLA MANCILLA CASTILLO*

Sylvester un joven del pueblo negro originario de South Bend Indiana, en Estados Unidos, fue arrestado cuando el hambre lo orilló a robar un poco de pollo para comer. Por esta osadía pasó ocho meses tras las rejas. Al sopesar el castigo con el tipo de delito parece inverosímil, sobre todo cuando ocurre en un país que ha vivido cientos de tiroteos por el nulo control de las armas que ha costado miles de vidas al año. Pareciera que es un delito más grave tener hambre que portar un arma; nos hace pensar que las leyes obedecen al color de piel y nivel socioeconómico de la gente.

En esta misma ciudad, en septiembre 2019 se dio el asesinato de Eric Logan a manos de la policía, después de que le notificaran que estaba bajo arresto por una llamada al 911 que mencionaba que un hombre negro estaba golpeando autos estacionados.

Todo esto nos hace recordar el tristemente célebre caso de George Floyd, quien fue capturado y sometido por policías tras intentar pagar en una tienda de Minneapolis con un billete supuestamente falso. Floyd perdió la vida durante una transmisión en vivo donde se escucha cuando él dice a los policías que no puede respirar. Muertes como éstas y reiteradas criminalizaciones al pueblo negro dieron vida al movimiento Black Lives Matter, que busca poner en el ojo público la brutalidad policiaca y la estigmatización que viven. Ellos han salido a exigir un alto a la persecución y muestran evidencia de la violencia con que son sometidos todos los días.

En muchas ciudades de Estados Unidos la población mexicana migrante enfrenta una problemática similar, a pesar que no existe una clara persecución de la policía, el sistema se encarga en recalcarnos que no somos portadores de derechos y su principal herramienta es infundir miedo. Muchos optamos por no acceder a la salud, a la educación o inclusive decidimos no apelar ningún caso en las cortes, pues por nuestro estatus como indocumentados preferimos navegar bajo el sistema, mientras los que cuentan con documentos migratorios también lidian con la eterna estigmatización donde a los ojos de muchos sólo somos aptos para trabajos físicos no calificados. Nos dicen: “éste no es tu país”, “aquí las cosas se hacen de manera diferente”, o apodos como espalda mojada o frijoleros, con ello buscan hacernos sentir vergüenza de nuestros orígenes y cultura.

No es fortuito que existan un doble estándar para la aplicación de la ley en Estados Unidos; es común que a los mexicanos les levanten más infracciones que a una persona blanca o que los asesinatos de mexicanos, principalmente indígenas, sean archivados, como fue el caso de Víctor García, quien en noviembre de 2013 fue asesinado en Chicago y hasta la fecha no se sabe con certeza qué ocurrió, a pesar de que el reporte forense señala que murió producto de un tiro en la cabeza, mientras la parte policial dice que lo asesinaron al intentar allanar una propiedad. Tiburcio Castillo era repartidor de comida y después de estar varios días sin localizar en Nueva York, fue ubicado en terapia intensiva en un hospital del Bronx. A Tiburcio lo asaltaron y lo tiraron del puente Willis; perdió la vida 14 días después de su hospitalización. Estos nombres son algunos de los casos que han quedado en los expedientes policiales en espera de justicia, pero ésta no llega. El factor común: son migrantes, indígenas y pobres; pareciera que la norma es la impunidad en sus muertes. Sin olvidar la extrema crueldad sobre cómo el sistema de justicia sólo administra los casos, apostando al desgaste de sus familiares. Ellos no son prioridad, pues no son ciudadanos de este país, les han dicho.

Pareciera que los problemas de las personas negras y mexicanas no tienen coincidencia, pero no es así; ambos son parte de estas lastimosas “minorías”, como nos denomina el sistema estadunidense. Pareciera que sus muertes forman parte de una serie de actos desafortunados, pero no es así. Son producto de la injusticia, la constante estigmatización donde somos los mal llamados “sin derechos”.

Este panorama parece desalentador, pero tampoco es así: las alianzas son el camino hacia el futuro. Ambas comunidades formamos parte de los sectores más precarizados de Estados Unidos, donde más allá de reconocernos como víctimas de un sistema cruel que sólo nos utiliza, nos distanciamos. Esta rivalidad de la cual no tenemos certeza de dónde proviene, continúa y abre un abismo entre el pueblo mexicano y el negro.

Olvidamos que ambas comunidades hemos sido oprimidas por muchos años, excluyéndonos de los sistemas educativos, sufriendo el racismo y perpetuando ciclos de pobreza y violencia.

Las corrientes más progresistas de los movimientos sociales en Estados Unidos proponen la unión. Ven estratégica la generación de alianzas entre grupos socialmente excluidos que permitan exigir una mejor calidad de vida. Reconocernos como pueblos que hemos sufrido y vivido en un discordia impuesta. El cuestionarnos sobre esta división y no tener respuesta, da más sentido a la poderosa fotografía de las banderas de Black Lives Matter y México en lo alto del letrero de CNN en junio de 2020, por el asesinato de George Floyd. El mensaje fue poderoso, pues las letras son la insignia del medio estadunidense que ha sido señalado por la manipulación de la información y que en muchos de los casos invisibiliza y criminaliza a estos pueblos. En un país que nos repite de manera que no pertenecemos a él, cobra relevancia hacernos presentes. Nosotras, las comunidades nombradas como minoría, somos las que hemos construido a este país con nuestro sudor y sufrimiento. Nuestra mejor respuesta será la alianza, el reconocernos en nuestras diferencias y sabernos como pueblos hermanos.

Reconstruir la relación puede ser más simple si entendemos nuestras historias, del porqué los mexicanos buscamos vivir con un perfil bajo en una nación que no es la nuestra, mientras que el pueblo negro está acostumbrado a no someterse y hacerse escuchar. Somos diferentes, pero esas diferencias nos deben unir. Sólo así pondremos en lo más alto de este país que todas las vidas importan, sin importar el color de piel.

La generación de alianzas entre pueblos excluidos en Estados Unidos, como el negro y el mexicano, permitirá que en muchos casos se haga justicia y se pueda exigir una mejor calidad de vida

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