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Aviación paraestatal
from 10-02-2023JAL
Luis Alberto Güémez Ortiz metropoli@cronica.com.mx
Después de las incontables inyecciones presupuestales del gobierno federal a CFE, PEMEX, refinería Dos Bocas y Tren Maya, la última ocurrencia de nuestro presidente de la república fue adquirir la quebrada Compañía Mexicana de Aviación que hace doce años todavía surcaba los cielos de México y el mundo, y pagar por lo que quedaba de esta (la marca Mexicana de Aviación, el centro de adiestramiento, dos simuladores, un edificio en Guadalajara y un piso de otro edificio en la Ciudad de México) más de ochocientos millones de pesos.
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La empresa aérea quebró porque los sueldos y prestaciones de sus trabajadores habían sido desproporcionadamente altos y el competido mercado aéreo mexicano había presionado las tarifas a la baja y en conclusión Mexicana no puedo pagar más los sueldos de sus trabajadores y se fue a la quiebra.
Ahora el gobierno federal adquiere de nuevo el esqueleto (su principal valor es la marca) y quiere repetir la grandeza del ejercicio del gasto público aspirando ahora a poseer un auténtico Frankenstein; una línea aérea que ostente la marca de Mexicana de Aviación desaparecida ya hace casi trece años.
Los equipos de vuelo seguramente serán los diez aviones turbohélice que actualmente arrienda Aeromar con capacidad para transportar setenta y ocho pasajeros cada uno.
El Aeropuerto Benito Juárez ha sido laxo y tolerante con Aeromar y le ha permitido seguir operando no obstante que los adeudos de la línea aérea con la pista aérea llegan ya a más de quinientos millones de pesos y desde principios de esta semana han circulado comentarios confiables acerca de que la vida operativa y financiera de Aeromar está por extinguirse en los próximos días y ello podría ser la oportunidad para que el gobierno federal a través de la Fuerza Aérea Mexicana comenzara a operar la nueva aerolínea paraestatal. No dudemos que en estos días se den las situaciones y ahora el gobierno federal se dedique a gastar recursos públicos en la industria aérea cuando hacen tanta falta en salud, educación, infraestructura y seguridad pública.
Estas decisiones, arrebatadas, coléricas, tomadas con rencor, junto con la amenaza de permitir el cabotaje de líneas extranjeras (es decir, que estas puedan entrar a dar servicio entre rutas nacionales), el cambio obligado y “fast track” del negocio de carga a Santa Lucía, el abusivo cobro de altas tarifas aeroportuarias (la mayor parte con destino al pago de gastos e indemnizaciones por la caprichosa y nunca entendida cancelación del NAIM), la destrucción día a día del aeropuerto Benito Juárez y su falta absoluta de mantenimiento e inversión pública, seguramente, junto con la pandemia COVID-19, serán la puntilla para la alicaída industria aérea nacional.
Ahora el gobierno federal adquiere de nuevo el esqueleto y quiere repetir la grandeza del ejercicio del gasto público aspirando ahora a poseer un auténtico Frankenstein; una línea aérea que ostente la marca de Mexicana de Aviación desaparecida ya hace casi trece años.
Hay que recordar que Aeroméxico se declaró en quiebra hace un par de años debido a los efectos de la pandemia COVID y sus accionistas tuvieron que recapitalizarla para poder salir de nuevo adelante. Llama la atención que mientras en otros países los gobiernos hacen esfuerzos desesperados por mantener y fortalecer a su industria aérea nacional aquí en México pareciera ser que el sector está etiquetado por el gobierno federal en no buenos términos.
Aparentemente el diagnóstico del presidente es que hace falta inyectarle dinero público a la industria aérea, a la industria energética y quitarle recursos a los servicios públicos básicos que debe- ría proporcionar el estado. En definitiva, sus otros datos hablan también de otras prioridades para los mexicanos.
Pareciera ser que el gobierno federal cree que el erario público, los impuestos recaudados se deben de utilizar para participar en el negocio energético y de transporte en lugar de otorgar los servicios mínimos que se requieren en la población más pobre y humilde en un país como el nuestro.