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El arte de enseñar

Mi primer y último recuerdo fue una sonrisa franca que él acostumbraba compartir, escondiendo entre dientes una carcajada y una jovialidad que traspasaba cualquier mirada

Muchas personas han hablado antes que yo de Carlos Bustos. Un hombre cuyo carisma y entrega por la Literatura excedió las expectativas de cualquier neófito que, como yo, se cuestionaba seriamente el quehacer del escritor y su valor en la cotidianeidad.

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Más allá de esto, de sus ejemplos, de sus libros publicados y alabados en numerosas ocasiones, cuyas dignas menciones forman parte del proceso de duelo de quienes lo conocimos, está la otra cara de Carlos: su forma de compartir los años, los desvelos, los mecanismos y los secretos hallados sólo en su hermoso cerebro, capaz de entender y compartir el verdadero significado de escribir.

Mi primer y último recuerdo fue una sonrisa franca que él acostumbraba compartir, escondiendo entre dientes una carcajada y una jovialidad que traspasaba cualquier mirada. Aún recuerdo la primera clase de muchas que tomé con él. Sus palabras en cada curso fueron un alivio.

Hasta ese momento, tenía la equivocada idea de que un escritor era esta especie de criatura mítica con un alma lúgubre, de vida nocturna y bastante atormentada que esperaba a la inspiración, fuera por su propia mano o por las musas. La risa franca de Carlos, con un dejo de ironía me sacó de esa puerta cerrada que había llenado de tablones y clavos a manera de escenario apocalíptico.

“Hay que escribir diario. Lo ideal es establecer horarios y metas claras, sin eso no llegará la inspiración, escribir es un oficio como cualquier otro y muchas veces mal pagado”. Palabras más, palabras menos, eso es lo que mi mente recuerda de aquellos días.

A partir de entonces, tuve que adentrarme en el espejo, enfrentar mis miedos y mis sueños; darme cuenta que posiblemente no tenía lo suficiente para convertirme en escritora.

Era ver un cuadro que me recargaba de emociones y que escondía, avergon- zada entre preguntas, mi gran desconcierto. “¿Esto es todo?”, pensaba mientras escribía con horrible caligrafía las notas de clase que después habrían de perderse entre tantas mudanzas.

He perdido muchos amigos, ¿podría contar a Carlos entre ellos?

Nunca lo sabré.

Su partida me tomó por sorpresa y maldije a los eternos por haberme mudado tan precipitadamente, casi sin despedirme y por desconectarme de todo y de todos. Pero la vida me arrastró a seguir mi camino entre mosquitos, aves gigantes que atacan sin razón, hormigas que entumecen tus extremidades al morder si alguien osaba ponerse en su camino y un calor espantoso, húmedo.

Al mismo tiempo agradezco no haber estado aquí. El estado en el que estaba me hubiera hecho desear practicarme una auto lobotomía y olvidarme de todo. Y siento que a veces eso hago, no ya a conciencia, sino por necesidad.

He perdido muchos amigos, ¿podría contar a Carlos entre ellos? Nunca lo sabré. Para mí siempre fue mi maestro, el más amable y paciente de todos, siempre contestando las absurdas preguntas que se me ocurrían, inspirando e invitándonos a seguir tratando de ser un ápice de lo que él era.

Lo extraño, no sé si como todos. Estoy segura que cada que tomo la pluma, acaricio el teclado o simplemente gara- bateo ideas en mi mente, su risa franca, sus consejos, técnicas y su entrega por el oficio se asoman como partículas de luz suspendidas en el aire; extrañamente, su luz sale de la esquina más sombría, donde dejé bien guardado su recuerdo cada que quiero visitar sus enseñanzas.

Sombría, no sólo porque la vida es así y nos arrebató demasiado pronto la bondadosa presencia de un gran maestro, escritor y amigo de muchos; porque Carlos forma parte de un grupo de personas que mi corazón guarda celosamente y, cual bruja, deja macerando en la oscuridad fórmulas especiales, esperando que el tiempo me permita arrebatarle las palabras correctas y me dé el coraje de aventurarme en el mundo que tanto necesita a Carlos…

*Jacqueline Cota colaboró, entre 2019 y 2020, en la revista “Materia Escrita” y fue seleccionada en “Brevirus: antología de minificciones, aforismos y haikus”; es traductora, editora y ha impartido talleres sobre literatura escrita por mujeres.

DATO:

Sociedad Fantásmica: es un homenaje al escritor Carlos Bustos (1968-2016).

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