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Confesión
from 03-02-2023JAL
Hacía mucho que un libro no me enchinaba la piel con esa facilidad y, esto se lo debo al Maestro Carlos Bustos
Karina Orozco* metropoli@cronica.com.mx
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Sabrían lo que esconde la oscuridad, si hubieran visto lo que yo. El término soledad es relativo, nunca estamos verdaderamente solos.
Escribir terror es lo más difícil que me ha tocado hacer, pues me niego a escarbar en los recuerdos de ese mundo surreal que, por decisión propia, preferí no indagar.
Existen personas que nacen para ello, tenemos a los grandes clásicos como: Lovecraft, Poe, Shelley, King, entre otros; y aunque los he leído innumerables veces, fui distraída por detalles, pero… existen otros que me han marcado, que me han hecho temer a la oscuridad de mi propio hogar.
Voltear a los recovecos de mi sala y buscar rostros distorsionados escondidos en las sombras, o escuchar lamentos donde no los hay. Hacía mucho que un libro no me enchinaba la piel con esa facilidad y, esto último, se lo debo al Maestro Carlos Bustos.
Todos hemos sentido terror en algún momento de nuestras vidas. La mayoría comenzamos a corta edad con el miedo a lo desconocido. La oscuridad se vuelve nuestro primer enemigo. Esa negrura con el rostro de la nada que se encajona debajo de nuestras camas. Tememos que estire su esquelético brazo y nos jale a un mundo irreal privado de humanidad. Experimentamos los gritos atrapados en nuestras mentes y encerrados con candado por el miedo al juicio, a creernos vulnerables ante lo inexplicable. Aquello que llamamos sobrenatural.
Damos tumbos en la mente buscando una manera lógica de explicar lo sucedido, sin embargo, no la hay, entonces, optamos por encerrar el recuerdo en una caja con todas las runas para no dejarlo escapar. Pero por más que evadamos, siempre cabe la posibilidad de que un sello se rompa, y nuestros miedos se expongan.
Quizá todos los escritores podamos escribir terror, pero pocos saben narrarlo: Son los que nacen con el don de transferir, a través de sus letras, un susurro que te arrebata la calma. Los leemos y nuestras manos sudan. Agudizamos los sentidos. Escuchamos sonidos que antes no. Percibimos toda clase de aromas y gustos. Aquello que no tenía forma, lo adquiere a través de nuestros ojos. Detectamos texturas y tamaños y lo más importante, creemos que desarrollamos la percepción extrasensorial, y todo, debido a un relato, a un simple párrafo, pero que, en realidad, de simple no tiene nada, pues todo el terror que guarda, se oculta donde no se ve, entre esas macabras líneas. Aquello que nos orilla a usar la imaginación y evocar los recuerdos infantiles que tanto tiempo luchamos por esconder.
Ayer, en la comodidad de mi cama, bajo el cobijo del edredón y la calidez de una tenue luz, me atreví a leer “Fantásmica”. Paladeaba cada gota de café que tocaba mi lengua, y se acompañaba del humo de mi cigarro, el cual no me abandonó hasta que decidí detenerme, pues el miedo me arrebató la paz y me encontré con lo demencial, con lo que yo algu- na vez experimenté. Las pesadillas todavía me persiguen cuando el viento silba a través de los huequillos de las ventanas. Tal parecieran lúgubres melodías salidas de un mausoleo en pleno entierro.
Quizá, en otro momento, pueda contarles con exactitud lo que ocurrió, por ahora, sólo diré que un ser desprovisto de sustancia y saturado de malicia, se manifestó en mi habitación. Tenía yo ocho años y, ese monstruo, me tocaba con lascivia al tiempo que yo intentaba ahuyentarlo con gemidos roncos. Al principio era un montón de humo negro y estático sobrevolando mi cuerpo como si se negara a esparcirse. No podía moverme. Mi cuerpo estaba atado a la cama. Una ráfaga de viento helado tocó mis pies. Era una caricia sublime. Trepó y trepó hasta que pude ver su rostro ovalado y largo como una papaya. Carecía de piel. Quise gritar, pero un apretón sostuvo mi grito y lo encerró en mi garganta. Cerré los ojos y apreté. El humo se materializaba en forma humana, pero, algo en sus ojos, como pozos sin fondo, me decía que no lo era. Poco a poco se posó sobre mí. Sobre mi cuerpo de niña. Una especie de corriente perversa recorrió mi entrepierna. Estaba caliente. Quemaba. Su boca se abrió de tal forma, que cobró un estado antinatural. Como si fuera a tragarme entera. Así llegué a la adolescencia. Y un día, sin más, dejó de hacerlo. No sé si fue mi imaginación que enturbió una realidad dolorosa o, el ente encontró a alguien más a quien torturar.
Todos hemos sentido terror en algún momento de nuestras vidas. La mayoría comenzamos a corta edad con el miedo a lo desconocido. La oscuridad se vuelve nuestro primer enemigo. Esa negrura con el rostro de la nada que se encajona debajo de nuestras camas.
Somos presos del miedo y nosotros decidimos cuando somos liberados.
*Karina Orozco ha participado en las antologías “Medusas, Mujeres perversas” y “Raíces de obsidiana, criaturas míticas de México”.

DATO:
Sociedad Fantásmica: es un homenaje al escritor Carlos Bustos (1968-2016).