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Puentes hacia el progreso
Enla provincia española de Cáceres, Monasterio de San Jerónimo, hace pocos días, en ceremonia que congregó a numerosas personalidades, el rey Felipe II ha entregado el premio europeo Carlos V al secretario general de la ONU, Antonio Guterres.
El homenajeado, en su discurso de agradecimiento, ha manifestado estas palabras dignas de ser relievadas: “No puede haber paz verdadera sin solidaridad. No hay cohesión social sin derechos humanos. No hay justicia sin igualdad. Todos somos, colectivamente, garantes de ello. Hoy, más que nunca, en nuestro mundo fracturado, erigir puentes es única opción”.
Estas reflexiones del connotado portugués son de máxima actualidad, en un planeta donde la tercera guerra mundial es amenaza latente, debido al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania que va escalando a medida de la marcha de los días y por la alineación en dos bloques antagónicos internacionales que se van conformando.
Frente a los abismos, cada vez más profundos, que separan a los individuos y a las colectividades, lo elemental y recomendable es tender puentes de sana convivencia, primero, para mediante este mecanismo de intercomunicación de doble vía fomentar después acciones para construir estructuras para la concordia, el bienestar y el adelanto tan ansiados en todo tiempo y lugar.
En sociedades tumultuosas y de tantos desbalances como la nuestra, esta clase de puentes es imprescindible, para lo cual se debe comenzar con la concienciación de los grupos de poder que no tienen que olvidar la repetida y proverbial frase “la unión hace la fuerza”. Sin este elemento sustancial, la voluntad de proceder hacia el progreso, cualquier emprendimiento fracasaría por la inconsecuencia de los protagonistas políticos, expertos en la confrontación. Nuestro país debe necesariamente construir puentes hacia la prosperidad y no dinamitar los existentes.
del derecho y la justicia, es la falta de formación política y ética de algunos asambleístas; otros tienen un pasado vergonzoso, por lo cual no se debería esperar nada noble, patriótico y razonable de ellos, como los correístas; igual de irresponsables son los asambleístas del Partido Social Cristiano quienes se han freído en su propio jugo al pactar y venderse a UNES, simplemente para derrocar un presidente de su misma línea ideológica. Han traicionado, pues, la herencia de Camilo Ponce y de Febres Cordero, que pusieron en alto a este partido. Y su resurrección se ve muy difícil, sin líder visible, ante la satisfacción de sus adversarios políticos, algunos odiadores profesionales. La Corte Constitucional en la que se tenía tantas esperanzas de verticalidad, sapiencia y patriotismo, también ha sido afectada por su ambigua participación al admitir el juicio político, en forma tímida, vacilante, cuando en lo jurídico reconoce la falta de fundamento constitucional de la acusación y su poca prolijidad, pero se entiende —lo que no es propio de un juez constitucional probo y valiente— que lo hizo por temor a una amenaza de un grupo seudo popular y por parecer ‘progresista’ que es el mal de los políticos, jueces y ciudadanos latinoamericanos, que permiten que la democracia se resienta, que los audaces y populistas se apoderen de los poderes. No creo en la ingenuidad de que al admitir el juicio por un supuesto peculado los asambleístas iban a proceder en derecho, con honestidad y justicia. Que se confirma y era evidente pues en pleno juicio ya tenían la decisión de que el Presidente “se va porque se va”, haciendo fisga de la retorcida resolución consti- tucional.
Lo que viene es duro para el país: elecciones de presidente, vicepresidente, asambleístas, debates, impugnaciones, elaboración de papeletas, tal vez segunda vuelta presidencial. Lo más grave: las mentiras, ofrecimientos, publicidades propias de una campaña electoral, de gentes resentidas, ambiciosas, con la sangre en el ojo. Al Gobierno toca gobernar sin demagogia, procurando el bien común, con un amplio abanico de colaboradores y esperar que recupere su cordura la Corte Constitucional.