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Odesa, un refugio para los desplazados ucranianos sin hogar

“Los rusos simplemente colocaban su artillería entre las casas y disparaban desde allí. Las paredes temblaban”, recuerda.

Luego los rusos irrumpieron en las casas abandonadas y se apoderaron de ellas. “La casa de mi hermana es ahora un desastre, con soldados viviendo allí, robando todo. Es terrible”, se lamenta la mujer. No hay nadie a quien pedir ayuda. “Los colaboracionistas están en el poder”, explica Larisa. Su yerno está luchando cerca de Bajmut, mientras ella encuentra alivio trabajando como voluntaria y tejiendo redes de camuflaje para los soldados.

“Si no fuera por el apoyo de otros voluntarios, hace tiempo que habría saltado del noveno piso”, dice.

Su nieto es otra fuente de apoyo. Con su padre en el ejército, el niño coge a veces un fusil de juguete y canta el himno nacional ucraniano. “No era así antes de la invasión. Ahora que nos atacan, sentimos con más fuerza que somos ucranianos”, explica.

Anastasia, una desplazada de Bajmut, con lágrimas “Viajábamos, ganábamos dinero, compramos un apartamento. Teníamos sueños. Ahora no tenemos nada”, mencionó.

La familia de Anastasia, compuesta por seis miembros, había pasado toda su vida en Bajmut. Ahí tenían tres apartamentos. Ahora todos están destruidos.

Su padre y su abuela están postrados en la cama, mientras que su hija sufre dolores intestinales por el estrés por los bombardeos.

Son cuatro generaciones que deben convivir en un apartamento con un dormito- rio en Odesa, a orillas del mar Negro. Es la situación común en la mayoría de los desplazados internos ucranianos , que simplemente no pueden permitirse alquilar algo mejor.

Apenas hay trabajo

En el muro de los anuncios cuelgan varias ofertas de empleo, pero el número de vacantes es mucho menor que el de desempleados. Encontrar un trabajo bien remunerado es difícil incluso para la población local, dice Anastasia.

Ella fue jefa de contabilidad altamente cualificada. Ahora recurre a trabajos o subempleos de corta duración que encuentra en internet. Dedica el resto del tiempo al voluntariado para ayudar a otras personas en su misma situación.

Larisa, una mujer de unos 50 años, huyó de su ciudad natal, Nova Kakhovka, en la región de Jerson. Ocupada desde el primer día de la invasión, se ha convertido poco a poco en “una ciudad fantasma” donde permanecen muy pocos habitantes.

Para personas como Larisa y Anastasia, la idea de algunas personalidades mediáticas de organizar otro referéndum para determinar el destino de los territorios ocupados es exasperante.

“¿Rusia ha hecho alguna vez algo bueno por mí? No. Todo lo contrario, me quitó todo lo que tenía”, subraya Anastasia.

Su familia sabe que Bajmut es “tierra quemada”. Pero aún confía en volver allí algún día. “No importa lo que ocurra, sigue siendo nuestro hogar”.

EL DATO

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