12 minute read

III. Las nuevas

III. Las nuevas

Mientras Herminda y Maruxa dormían la siesta, ellos salieron a la huerta, y cogidos de la mano, pasearon su felicidad en medio de las flores y los frutales que con tanto esmero cuidaba Pilar. Iban en silencio, como exhaustos por las recientes emociones, mirándose a los ojos a cada rato, rezumando en sus rostros la dicha del momento, y casi sin creerse que estaban juntos de nuevo. Habían pasado demasiado tiempo sin verse. Más de un año sin otra comunicación que no fueran las largas y apasionadas cartas que se escribían, y que tardaban, por unas razones u otras, cerca de un mes en llegar. Ella apoyó la cabeza en el hombro de Camilo, y él la rodeo con su brazo por la cintura. — Parece como si hubiese pasado toda una eternidad desde el día de mi marcha. Todavía hoy no me explico cómo pude aguantar tanto tiempo en Buenos Aires. Ahora, una vez de vuelta, cuando pienso en ello, he de reconocer que solo una razón inexcusable me retuvo: acabar el curso en la escuela... y esto -y Camilo, echándose la mano al bolsillo, saca un sobre doblado al medio, y se lo entrega a Pilar. ¡Ábrelo! Es para ti. Pilar lo coge intrigada, lo abre nerviosa y apresurada, y lee con sorpresa... con asombro... se ilumina su cara... Era el Título de Bachiller Elemental concedido por el Instituto de Educación de Buenos Aires. Se quedó sin habla un instante... y

Advertisement

girándose, reposó la cabeza en su pecho, y se abrazó a él con emoción. Luego, se miraron a los ojos con intensidad, y se besaron con ternura durante un buen rato. — Gracias, Camilo -dice al fin, mientras unas sentidas lágrimas resbalaban por sus mejillas. — Era una deuda pendiente, Pilar. Por lo tanto, sólo queda tu examen para verificarlo y convalidar el título. Espero que tus primeros aprobados como maestra, me los concedas a mí. Pilar no podía recibir mejor recuerdo de Buenos Aires. Ni la “pollerita” escocesa, ni la “ramerita” crema, ni los selectos perfumes... ni tantos obsequios que le había traído, eran comparables a este último, porque, además, valoraba el tremendo esfuerzo que debió suponer para Camilo. — Bueno, lo del examen lo dejaremos para más adelante -continua Camilo tras una pausa. Antes, necesito que me pongas al día de todas las novedades. Después de tanto tiempo ausente, algo habrá ocurrido por tu casa, por el pueblo, en la Escuela de Magisterio, por Ourense... Aunque aquí en Bande, a simple vista, parece que todo sigue igual: el camino, o cruceiro, la Tenencia, los campos, a fonte do moucho, la iglesia de don Servando... hasta o Mouro vino a recibirme como antaño. Bueno... todo sigue igual, menos tú, que estás más bonita que nunca -y le besó en la mejilla con ternura. — También tú estás muy bien, Camilo. Te encuentro mucho mejor que la última vez. ¿Te acuerdas? En el puerto de Vigo, antes de marchar

a Buenos Aires. Llevabas una cara desencajada, un gesto tan triste, se te veía con una pena tan enorme... que me quedé llorando durante una semana entera sin parar. Ahora, en tu regreso, te veo radiante, feliz, también guapo, y además, se te nota muy confiado en ti mismo, en que todo salga bien... y saldrá, Camilo. Yo no te voy a fallar. — Eso espero, Pilar. ¡Dios te oiga! Pero no seré enteramente feliz hasta que tú puedas serlo conmigo. Esta vez no vengo en ruta de trabajo, ni tampoco he venido de visita, ni de vacaciones. Antes de irme, te pedí que me esperaras, y ahora vengo a buscarte. Si me aceptas, quiero que nos casemos enseguida, para disfrutar contigo cada día, para crear un hogar a tu lado, preparar juntos un porvenir, tener hijos... ¿Te casarás conmigo?

Sentados en un banco de la huerta, a la sombra de los frutales, Pilar le cuenta a Camilo las andanzas familiares. <<Ya sabes que mi hermana Digna se casó, y se fue a vivir con Arturo a su casa de As Chavolas. Es una casa de piedra muy bonita, con balcones pintados de negro, siempre repletos de plantas con flores, y con un escudo de familia en el alto de la fachada. En el bajo se encuentra el taller de carpintería. Se entra por un gran portalón, que comunica al fondo con la huerta, y tiene a un lado unas artísticas escaleras de madera que llevan a la vivienda. Es la primera casa del pueblo viniendo por la carretera de Ourense. >>

— ¡Qué pena! -interrumpe Camilo- Pasé por allí esta mañana. De saberlo, me hubiera parado a saludarles. — No sé si los encontrarías. Digna sale al campo de madrugada casi todos los días; y Arturo, a primera hora, suele ir a entregar los pedidos de clientes en el carro. Pero bueno, ahora que ya sabes dónde viven, puedes hacerlo en otra ocasión. — Así lo haré. Le tengo mucho afecto a Digna, siempre tan hospitalaria y cariñosa conmigo. Y además, con Arturo guardo de antiguo una cuenta pendiente. Se comprometió en una ocasión, antes de mi viaje a América, a fabricarme un chifre si le llevaba uno de muestra. — Pues cumplirá lo prometido. Arturo es capaz de hacerte no sólo uno, sino una docena... y en un “periquete”. — Bueno, eso ya lo veremos. Un chifre no es un barril, ni una mesa. Un chifre lleva música dentro, suena, tiene alma. Se sopla, y el ya se encarga de que salgan mensajes y melodías... Unas veces más bonitas, y otras, menos... según para quién vayan. Tú ya lo sabes de sobra... Ya veremos en qué queda el reto. ¡Anda, anda! Sigue contando. <<Pues bien, como te decía, se casaron y tuvieron un hijo, Antón, que va a cumplir dos años, y es una monada. Moreno, pelo rizo, gordecho, anda desde hace poco... “más simpático que las pesetas.” Y ya están esperando otro para principios de año. Se les ve muy felices con seu neniño, y ahora, suspiran porque sea unha nena lo que viene en camino. Por lo demás, en ellos, todo sigue igual. Dig-

na, con sus tareas del campo, mirando al cielo a cada rato, tratando de adivinar el tiempo que va a hacer, y con sus eternas peleas con los jornaleros. Y Arturo, en la carpintería como siempre, con los toneles y con los muchos encargos que recibe. Por cierto, le hizo una cuna al niño... ¡tan bonita! De colorines, y con dibujos de globos, estrellas, un sol, una luna... ¿Y juguetes? Antón ya tiene un camión, una carretilla, un tren con vagones... Ahora le está haciendo un caballo balancín. Arturo es todo un artista, tan capaz de fabricar un tonel para el vino, como esculpir en madera una Virgen María. Hace poco nos enteramos que la imagen de Santa Eulalia de la Iglesia de Ventosela, había sido una ofrenda suya... Pero no quiere que se sepa... Alguien se debió ir de la lengua. >>

— ¿Y Elvira? ¿Qué es de ella, que no anda por aquí? ¿También se casó? <<Elvira y Pepiño se casaron poco después de que embarcases para Buenos Aires. Pero no tuvieron demasiada suerte, y esta es la mala noticia que tengo que darte. Como sabes, para ir desde Bande a O Carballiño y a las aldeas cercanas, hay que cruzar el monte de A Corredoira, que ha sido considerado siempre como un lugar muy peligroso. Los mayores del pueblo hablan de robos, atracos a mano armada, agresiones a caminantes... y que durante la Guerra Civil, y también después, se encontraban a menudo cadáveres tirados entre los tojos, víctimas de los temidos “paseos” y de los ajustes de cuentas

de la época. Aún hoy en día, da un poco de miedo pasar por A Corredoira. Se respira en el aire una sensación de peligro, de misterio, de tremendas historias... Pues bien, ocurrió que una mañana, al amanecer, encontraron en el monte de A Corredoira a un hombre muerto, desangrado por las cuantiosas puñaladas recibidas. Se trataba de un vecino de Sadurnín, y según su familia, venía de O Carballiño de cobrar una importante cantidad de dinero, fruto de la venta de unas tierras. El dinero no apareció por ningún lado, y cuentan, que una paisana declaró a la Guardia Civil haber visto a aquel hombre con Pepe, el cartero, en la tarde anterior, y que discutían a voces en medio del monte. A simple vista, se podía presumir quién era el culpable.

Total, que la noticia enseguida llegó a oídos de mi padre. Conociendo sobradamente el proceder de la Guardia Civil en aquellos tiempos, buscó con rapidez a Pepiño por el pueblo, lo escondió durante todo el día para que no dieran con él, y esa misma noche, acompañados de mi hermana Elvira, salieron los tres para Vigo. A la mañana siguiente, mi padre los embarcó a los dos con destino a Venezuela. Elvira iba embarazada, y tuvo su niño en Caracas hace un par de meses. Felipe, le pusieron de nombre. En casa, como te puedes suponer, tuvimos un disgusto brutal, irreparable, y a mi padre no había forma de consolarle. Andaba lloriqueando por todas las esquinas, y cuando alguien lo recriminaba por tanto lloro, que al fin, no arreglaba

nada, contestaba con enorme pena: “Ti non choras porque non é teu fillo.” Al cabo de un mes descubrieron al verdadero asesino, un vagabundo que pasaba por allí en el momento de la discusión. Les oyó hablar de dinero, de bastante dinero, y se deduce, por la declaración del culpable, que Pepe no estaba muy de acuerdo con el vecino por la venta de las tierras. Nunca se supo a ciencia cierta el por qué, si fue por la cuantía de la operación, o bien porque él mismo aspirase a comprarlas. Tan pronto se separaron, el vagabundo siguió al paisano, y aprovechando la noche, le asentó varias cuchilladas hasta matarlo. Él mismo se delató disponiendo de un dinero, del que no pudo dar explicación. La Guardia Civil le hizo “cantar” en media hora, pero tardó meses en dar con él. ¡Vete tú a saber qué hubiese sucedido si detienen a Pepe!... ¡Y quién sabe si no le hubiera caído el “muerto”!, y nunca mejor dicho. >> — ¡Qué pena! Me dejas helado. ¿Y qué van a hacer? Volverán pronto. — No lo creo, Camilo. <<Pepe no se fía de la Guardia Civil, y teme, que al haber huido en su momento, lo detengan ahora por obstrucción a la Justicia. Por ahora no piensan volver, y es que además, les va muy bien en Caracas. Aunque la morriña les ataca un día sí y otro también. han decidido que su porvenir está allí.

Mi padre se consoló bastante al aclararse los hechos, y más adelante, al recibir buenas noticias de su estancia en Caracas. Pero no por ello,

deja de lamentarse interiormente cada día. Cualquier tarde de estas, coge el barco, y se planta en Venezuela para abrazar a sus hijos y conocer a su nuevo nieto. No quedará tranquilo hasta que lo haga. >> — Y haría muy bien, si puede. <<Y ahora tengo que darte la sorpresa mayor. He de informarte, mi querido Camilo, que entre nuestros padres debe haber algo más que amistad. Mi padre, con el pretexto del trabajo, viaja a aquella zona mucho más que antes. Con el disgusto que tuvo con lo de Elvira y Pepe, percibimos -Herminda y yo- que tan sólo con tu madre se consuela. Al regreso de sus viajes a Castro Caldelas en los que suponíamos que se veían-, venía mucho más animado. Y desde hace algún tiempo, yo me estoy oliendo el por qué...>> — También yo he notado algo...

<<A los dos días de llegar a Buenos Aires -contaba Camilo en su turno, siguiendo los consejos de unos parientes, me trasladé al famoso Centro Gallego, que tanto me habían recomendado visitar durante la travesía en barco. En la puerta, cuando ya me disponía a entrar, me encontré con un señor mayor, de baja estatura, pelo blanco, con gafas de montura gruesa, elegante, risueño... y que al verme con la “rueda”, se acercó enseguida solícito, me tendió la mano con hospitalidad, y me dijo: “Benvido a Bos Aires, rapaz. Xa temos afiador na casa dos galegos. Facíanos falla. Imos pra dentro.”

A partir de ese momento, se me abrieron todas las puertas de la capital. Don Alberto Prego, que así se llamaba, resultó ser una persona encantadora, y muy influyente en todo su entorno. No había lugar en Buenos Aires donde no fuera conocido, y solamente invocar su nombre, te recibían con los brazos abiertos. A don Alberto, no sólo lo querían, lo veneraban. Me dio sus consejos, sus recomendaciones, su protección... y ya todo lo demás, fue como una seda.

Su cuñado, natural de Ventosón, un pueblecito cercano al mío, también había sido afilador de chico, acompañando de mutilo * a un tío por tierras castellanas, y antes de su emigración a Argentina. Se había casado con su hermana al poco tiempo de llegar a Buenos Aires, hacía más de cua-

*Mutilo. Del barallete. Aprendiz.

renta años -me contaba don Alberto-, y ellos, si que tuvieron la gran suerte de regresar a Galicia, y establecerse en Vigo, donde aún siguen. Don Alberto Prego era persona de mucho mando en el Centro, y él mismo se encargó de presentarme a los responsables del restaurante, del mantenimiento del edificio, del hospital, de la peluquería... de todas las dependencias de aquella sociedad donde pudiera existir trabajo para mí. “Coidarme o rapaz, que é cáseque coma meu fillo.”, les dijo a todos. Dicho y hecho. Tuve trabajo en el Centro Gallego desde el primer día hasta el último, y cuando no lo hice, fue por voluntad propia. A la semana, ya estaba integrado en el Grupo de Baile Gallego, y cuando le dije con timidez a don Alberto que quería estudiar, se levantó como un resorte de la mesa de su despacho, me indicó con la mano que lo siguiera, y en diez minutos, me había convertido en alumno del Bachilletato Nocturno del Centro Gallego. De lunes a viernes, de 7 a 11, don Manuel, mi tutor, me llevó de la mano durante casi un año. Después de empezar con lo básico, como sumar, restar, leer con soltura, escribir bien y sin faltas de ortografía... me fue pasando, bajo su supervisión, al profesor de Geografía, de Matemáticas, de Ciencias, de Historia... y acabé, pasado casi un año, por aprobar el Bachillerato Elemental. No sé aún si quedé más contento por la propia satisfacción personal, o por haber sido capaz de cumplir la promesa que te hice. Y también tengo que contarte la enorme alegría que se llevó don Alberto. Al cruzarme con él por los pasillos, y enseñarle

el título, me abrazó con fuerza, y después de mil parabienes, me dice riéndose: — ¡Qué, Camilo, estás feito un home! Xa podes casar. Tes traballo dabondo, título de bachiller, es bo tipo... ¿non querrás agora que tamén te atopemos a noiva? — Noiva, aínda que lonxe, xa teño don Al-

berto.

— Entón, ¿quedou na Terra? — Sí, señor. En Bande. — ¡Ah! ¡Moi ben! -y medita un momento¿Déixasme darche un consello? -yo asentí con la cabeza- ¡Lisca a buscala, Camilo!... E queda con ela en Galiza pra sempre. Non volvas.