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V. Una maestra en Luíntra

V. Una maestra en Luintra

Pilar nunca se pudo imaginar un inicio tan feliz en su nueva vida de maestra. Sólo llevaba quince días en Luintra, y ya estaba perfectamente integrada en su puesto. Se había ganado muy pronto a sus alumnos -por lo menos, eso le parecía a ella, que, entre otras cosas, encontraban en su juventud una proximidad, que con doña Encarna se hacía cada vez más distante. A pesar de lo querida que era la veterana profesora en la comarca, el trato con los niños le iba pesando demasiado en los últimos tiempos. Nada más llegar, al presentarse en el Concello como la nueva maestra, fue recibida de inmediato por el alcalde, don Fulgencio Fraguas, varios concejales, y el secretario, don Arcadio. Le dieron la bienvenida, se ofrecieron para cuanto necesitase, se sorprendieron de sus pocos años, y le desearon mucha suerte en su cometido... y don Fulgencio, algo bruto pero galante, comentó que por lo menos el pueblo ya empezaba ganando con el cambio: la nueva maestra era mucho más guapa que la anterior...

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La señorita Pilar, o simplemente Señorita... y al cabo de unos días, sólo “Seño” para los niños, se convirtió en un personaje popular en Luintra cuando aún no había pasado ni la primera semana de clases.

Antes de saberse algo de sus virtudes para la enseñanza, o de sus “mañas” para llevar a los alumnos, o de su buen o mal carácter... ya se había extendido por la zona un rumor de gran alcance: la belleza de la joven maestra recién llegada. Se ve que al compararla con doña Encarna, que al parecer ni de jovencita fue demasiado agraciada, la diferencia se hacía notable en exceso. Ni que decir tiene que la noticia armó con rapidez un enorme revuelo entre los jóvenes... y los no tan jóvenes. Hermanos, primos y allegados, empezaron a acompañar a los niños a la escuela con asiduidad, tanto a la hora de entrada como a la de salida, conducta que en los hombres del pueblo nunca se había observado. Llevar a los niños al colegio era cosa de mujeres, al menos, eso aconsejaba la sagrada tradición. Acostumbrada de siempre a estar rodeada de moscones, ya fuese en la aldea o en la capital, Pilar no se percató en absoluto de la situación, y consideraba lo más normal que sus alumnos viniesen acompañados por los mayores en sus idas y venidas.

Tampoco se dio cuenta de que Anselmo Fraguas, el hijo del alcalde, se acercó con su hermana a preguntar por los horarios de la escuela, cuando estaban perfectamente señalados en el tablón de anuncios; que Xosé se interesó por el comportamiento de su hermano Luis, con sólo una mañana de clase; Paco le preguntó si era familiar de los Ferreira de Valdovento; Manolito, el sobrino del cura, le puso al día sobre los horarios de misas y del rosario; Balbino, lo hizo de los autobuses de línea; y Manuel José, el hijo del juez comarcal, algo más

echado para adelante, ya la invitaba al baile del domingo en la Sociedad Cultural de Castro Caldelas... — La “seño” ya tiene novio. Así que, ¡no vengáis detrás de ella! -les gritaba Carmeliña a los chicos, toda enfurecida. Al margen del “mosconeo” de los muchachos, Pilar recibía, desde el primer día, pequeñas muestras de la afectuosa acogida que le daban los paisanos de Luintra. Los alumnos llegaban con bolsas de pimientos, cebollas, verduras, fruta... de todo. Hasta un conejo le trajo un lunes el padre de Quique, eso sí, presumiendo de cazarlo el domingo anterior junto a ocho piezas más... y varias truchas recién pescadas en el río Sil por don Arcadio, el secretario del Concello... Tetillas, tartas caseras, membrillo... licor-café, aguardiente de hierbas, vino de la Ribeira Sacra... Y a pesar de que les suplicaba a los niños con su acostumbrada dulzura -no fueran a pensar que era un desdén-, que no le llevaran nada, que ella sola no podía dar cuenta de tantos alimentos... y les decía además, siempre en broma y sonriendo, que se iba a poner más gorda que las vacas de doña Matilde -personaje muy popular en Luintra-... las ofrendas seguían llegando, cuando no de unos, de otros... la última, bombones caseros, una delicadeza del lugar a base de castañas. La mayoría de estos presentes acababan en la casa de Carmiña, que dicho sea de paso, era una excelente cocinera. Ya fuera el conejo, o las truchas, o las verduras frescas... o lo que fuese, los convertía, con aquel don que Dios le había otorgado, en manjares exquisitos. Pilar no los celebraba

en demasía, pero su padre, cuando venía de visita -tres veces en los quince días que llevaba en Luintra-, se “chupaba los dedos”, y hacía sobradamente los honores a los selectos vinos y licores que le regalaban. A su llegada a Luintra, acompañada de su padre, Carmiña y las niñas ya los esperaban al pie del autobús. Les ayudaron a bajar las maletas y las bolsas, y enseguida, junto a Xiana que le indicaba el camino, se dirigió al Concello a hacerse cargo del puesto de maestra, y a la correspondiente entrega de llaves de la escuela y de la casa. La madre de Camilo la había recibido con los brazos abiertos, y la colmaba de todas las atenciones posibles. Con un cariño desbordante, junto a Xiana y a Carmeliña, le ayudaron a limpiar y preparar su futuro hogar, le dieron los consabidos consejos domésticos, le aclararon las dudas que surgían... También quisieron arreglar un poco el pequeño jardín que rodeaba la casa, pero en esto Pilar no transigió: “Ese placer es solo mío. En mi casa de Bande lo vengo haciendo casi desde que nací.”, les explicó sonriente. La casita de la maestra era una auténtica delicia. Parecía sacada de un cuento de hadas, con su puerta y sus ventanas rojas sobre la piedra encalada, abundantes tiestos con flores por todas partes, la campanilla dorada en la entrada, el pequeño muro rematado con una verja repleta de ramas, el pozo a un lado del jardín, el canto de los pájaros como rumor de fondo... Sólo le faltaba el humo blanco saliendo por la chimenea... una riada de chocolate

vertiendo por el tejado... y unos enanitos juguetones por el jardín... “Villa Maruxa”, nombre que lucía en la puerta de entrada, era tan bonita y entrañable como axeitada. De planta baja, dos habitaciones –una de ellas adjudicada de primeras a las visitas del padre, una coqueta cocina, una confortable sala... y aunque amueblada en un estilo un poco clásico para una joven, no carecía de buen gusto. El pequeño jardín que la rodeaba, era para Pilar el mejor de sus encantos, y cuando se enfrascaba en sus cuidados, hasta llegaba a olvidar en dónde estaba. No sabía si en la huerta de casa, en los jardines de la residencia de las monjas, en el claustro de la Escuela de Magisterio, o... Se olvidaba de todo en esos instantes. Antes de la marcha de su padre, se habían reunido todos en la modesta casa de Carmiña, en Valdovento. Con un espléndido cocido en la mesa, disfrutaron de una velada hogareña, llena de afectos, de risas... con los infantiles comentarios de Carmeliña... las bromas de Xiana con la pequeña, la defensa de Pilar de su nueva alumna... y en su protectora madurez, con las miradas tiernas de los mayores sobre sus hijos... Xiana se quedó a dormir con Pilar en su primera noche en la nueva casa. Aunque la maestra le llevaba unos pocos años, la mutua simpatía ya venía desde el mismo momento de conocerse, unos cuatro años atrás. Desde entonces, se vieron en contadas ocasiones, pero en todas ellas se establecía enseguida un flujo de afecto entre las dos. Intima-

ron pronto, y aquella noche, hablaron hasta muy tarde de sus proyectos, sus ideales, sus aficiones, sus familias respectivas... y, ¿cómo no?, de sus amores. A Xiana, lo normal en una moza en edad, también empezaban a rondarle... Pilar, en cambio, con un futuro firme en esos menesteres, esperaba el momento oportuno para casarse con Camilo... tal vez en marzo. La decisión estaba tomada, con el feliz consenso de ambos padres, y todas sus bendiciones.

A la mañana siguiente, cuando aún faltaba un buen rato para el comienzo de la escuela, ya llegaba Carmeliña aporreando la campanilla y petando a la puerta con insistencia. Era la primera alumna de la señorita Pilar... una alumna especial... que la iría a recoger a casa cada día para que no se durmiese... y también para espantarle la cantidad de moscones que andaban a su alrededor... y cumplir así, las obligaciones de vigilancia férrea que le encomendara su hermano Camilo... Pilar se sentía a los pocos días como en su propio hogar, y percibía con claridad, que iba a disfrutar de una enorme felicidad en Luintra. Todo a su alrededor se mostraba favorable para que así fuese. Sus numerosos miedos se disiparon con prontitud, y ni se encontró sola, ni tuvo dificultades como maestra, ni fue recibida con hostilidad en el pueblo, ni podría encontrar una casita mejor que “Villa Maruxa”... Y aunque estaba lejos del hogar paterno, además del propio en Luintra, había encontrado otro muy cercano con el que no contaba, la casa de Camilo, en Valdovento, a quince minutos caminando. Don Felipe, adelantándose a los aconte-

cimientos, le guardaba en secreto esa sorpresa, y ya en su día, usando de todas sus influencias en Ourense -sin que Pilar lo supiese... de momento-, había elegido ese destino para su hija con toda la sana intención.

Al acabar las clases por la tarde, solía acompañar a Carmeliña a su casa, y allí pasaba con Carmiña unos momentos que no olvidaría. Le ayudaba a la niña en sus deberes, aguardaban la llegada de Xiana, y alrededor de la camilla, charlaban... y charlaban... En la ya acostumbrada ausencia de Camilo en aquellas fechas -por entonces, en sus afanes por Vigo-, Pilar encontraba en Carmiña el afecto, el mimo, el consejo, la comprensión de madre que a ella le faltaron durante tantos años. No le podía haber tocado en suerte una futura suegra mejor, porque además, Carmiña la adoraba tanto como su hijo... y se lo demostraba a cada minuto con la espontaneidad de lo que sale del alma... sin ansias de conquista... con la entrega, sin más, de un amor de madre... Hoy hablaban de la escuela, mañana de los proyectos de Camilo, de los estudios de Xiana, de las familias, de los personajes del pueblo, de los viajes del abuelo Olegario, de la bella zona en donde vivían... << ¡Ay miña filla¡ Los que conocen mundo de tanto andar por ahí, hablan a menudo de la belleza incomparable de esta enorme comarca. Destacan sus paisajes paradisíacos, con esas espléndidas montañas repletas de arboledas; los cañones del río Sil, que penetra entre los montes como un

cuchillo; la abundante pesca de sus aguas; los excelentes vinos de la Ribeira Sacra, cosechados en las laderas que dan al río; los imponentes monasterios e iglesias que abundan en la zona; el enorme caudal de agua de nuestros ríos, que producen energía eléctrica para Galicia y las regiones limítrofes... Todas son alabanzas... ¡Dicen!... y ¡repiten!... que no hay una región igual... Pero la belleza que tanto cantan, ¡miña filla!, no es suficiente para vivir... Y el campo y el ganado de estas tierras no dan más que para una vida miserable. De forma que nuestros hombres, desde hace al menos un par de siglos, salen a buscarse la vida por otros mundos -como tu bien sabes-, para completar la necesitada economía familiar. Es el destino que nos ha tocado vivir a las gentes de esta región. A ellos, abandonar su hogar durante varios meses al año, y soportar una vida muy dura de trabajo y sacrificio; a las mujeres y niños, echarlos en falta durante ese tiempo, y atender las faenas del campo y el ganado sin su ayuda. Pero no solo hay afiladores por estas tierras. Hombres de Nogueira de Ramuín, de Castro Caldelas, de Xunqueira de Espadañado, de Pereiro de Aguiar, de Chandrexa de Queixa, de San Xoán de Río... empiezan a trabajar por Castilla con otros oficios diferentes, y como los afiladores, llegan a los lugares más alejados del país. La Galicia del interior siempre ha sido tierra de emigrantes, y nuestros hombres también lo son, pero con distinto proceder. El emigrante tradicional gallego se va a las Américas, y por lo general no vuelve más, y si lo hace, es de visita en

sus vacaciones. Los nuestros, en cambio, son emigrantes temporeros, y al cabo de unos meses, regresan a su casa con puntualidad. Y ese es nuestro consuelo, y el orgullo de estos pueblos, que sobreviven sin tener que abandonarlos, y dejar las casas, los abuelos, el ganado, los campos... como ocurre en otros lugares de Galicia. Quincalleiros, cordeleiros, capadores, segadores, barquilleiros, cesteiros... son todos compañeros de viaje de los afiladores, y coinciden a menudo en sus trabajos itinerantes en caminos, plazas y posadas... >> - ¿Y que es un quincalleiro? –interrumpe Pilar con curiosidad. << ¿Un quincalleiro? Es un vendedor ambulante de quincalla, es decir, de productos pequeños, de muy poco valor, pero de mucho utilidad: lentes, calcetines, medias, agujas, botones, navajas de afeitar, preservativos, tijeras, peines, mecheros, ropa interior... Suelen abastecerse de paquetería en Burgos, y de quincalla en Torrelavega, pero siempre andan atentos a lo que pueda surgir. La mercancía la transportan en un cajón de madera, que llevan generalmente al hombro. Si el negocio prospera, terminan por comprar una bestia de carga para aliviar el esfuerzo, y ampliar las rutas, y que a la vez, también les permite llevar nuevas mercaderías, como fardos de ropa de hombre y de mujer, que les dejan mejores beneficios. Los quincalleiros son casi todos del Concello de Nogueira de Ramuín, y pasada la

fiesta de San Ramón, sus pueblos se quedan sin hombres. Salen incluso los rapaces, a partir de los trece o catorce años, y para conocer el oficio, se inician al principio como criados. El señor Orentino, Serafín de Armariz, Manuel “Chingulete”... son los más famosos e importantes, y llevan cinco o seis criados con ellos. El rapaz que menos dinero recaude en las ventas del día, a la noche tiene que guardar las bestias de carga. Se rumorea, entre otras cosas, que los lentes los compran a diez o doce pesetas, y los venden a ocho o diez pesos. Y así, con un beneficio parecido, en casi todo lo que venden. Parece ser que un quincalleiro llega a ganar unas cincuenta pesetas por jornada, hasta setenta en algún día afortunado, mientras que un jornalero del campo, hoy en día, no pasa de cinco pesetas. Esta temporada cuentan por aquí, que un tal Eladio, de A Medorra, compra patacas de semente en Burgos a 0,50 ptas. el kilo, y las está vendiendo en Ourense a 4 ptas...

Mientras las niñas estudiaban, las conversaciones entre Carmiña y Pilar se hacían inacabables, y la mayoría de las veces quedaban interrumpidas por el reloj. El último autobús pasaba sobre las ocho y media, y si Pilar lo perdía, no le quedaba otra opción que hacer el camino a pie en plena oscuridad de la noche, cosa que a Carmiña no le gustaba nada. Y aunque Pilar no era temerosa, acostumbrada de siempre a andar por los campos, muchas noches se quedaba a dormir en Valdovento.

— ¿Y los capadores...? -preguntaba intrigada Pilar al cabo de unos días. <<Los capadores se dedican a capar a los animales, para tratar con ello de restarles fuerzas, y que puedan ser controlados para el trabajo cotidiano. Es un oficio muy delicado, bastante desagradable, y muchas veces, ejecutado sin los debidos permisos legales. El capador necesita contar con un documento, concedido por las Universidades de Veterinaria, que acredite sus conocimientos para desarrollar ese trabajo. Documento difícil de conseguir, porque son los mismos veterinarios los que se oponen a que los capadores invadan su territorio de trabajo. Son muy apreciados en las zonas agrícolas y ganaderas, donde los animales resultan imprescindibles para las labores del campo. De todos los oficios itinerantes, el de capador es el de mayor categoría social, y el mejor pagado, y también el más escaso por sus tremendas dificultades. Está en juego la vida de los animales, y su rendimiento futuro. Los buenos, que se hacen conocidos y adquieren fama, son muy cotizados por las tierras de Castilla y Andalucía, y los campesinos y ganaderos los aguardan de un año a otro. Son excelentes clientes de los afiladores, que tienen que cuidar que todo su instrumental se conserve en las mejores condiciones. Tenazas de varios tamaños, cuchillos, tijeras, pequeñas sierras... Viajan con su maletín repleto de instrumentos. >>

— Tienes que pedirle a Camilo, un día de los que venga de fin de semana -le decía Carmiña a Pilar en una preciosa mañana soleada, que te lleve al Balcón de Madrid. Es un mirador en lo más alto de los cañones del Sil, desde donde las familias despiden a sus hombres, cuando salen a trabajar por Castilla en la campaña de invierno. Bajan por las laderas del monte para cruzar el río Sil, y cogen el tren en Monforte. De ahí le viene el nombre al lugar, pues popularmente se confundía el destino final del tren, con el de los trabajadores itinerantes, que se apeaban por lo general mucho antes de llegar a la capital. Es un sitio de una belleza espectacular, y testigo inseparable de las marchas de afiladores, barquilleiros, quincalleiros, cordeleiros... A los cordeleiros les espera el viaje más largo, casi dos días para llegar al Pirineo aragonés y catalán, después de hacer varios trasbordos en el recorrido. Sus cuerdas de montaña, de excelente calidad, y fabricadas “in situ” y a la medida del cliente según sus necesidades, tienen una extraordinaria demanda por aquellos lares. Nuestros cordeleiros son aguardados de temporada en temporada, y en los meses del duro invierno pirenaico se recorren toda la montaña de Huesca y Lleida de un lado a otro. >>

Pilar escuchaba con enorme atención estos relatos que le contaba Carmiña. Le iban a ayudar sobremanera a entender a las gentes de Luintra y de la comarca, y a conocer en profundidad su forma de vida. Ahora comprendía el por qué nunca había pa-

dres cuando los citaba en la escuela, y eran siempre madres, o tías, o hermanas mayores, las que acudían a las reuniones. Ya con anterioridad, se había percatado de la escasez de hombres existente en la comarca. Pero nunca, hasta estos días, encontró una explicación lógica. A su llegada a Luintra, conoció a bastantes padres y familiares de los niños, pero al cabo de una semana, parecía que hubiesen desaparecido todos de repente, sin que ella supiese los motivos. Por eso todos los niños le contestaban de una manera parecida: “Mi padre salió a trabajar. No vuelve hasta dentro de unos meses.” Los hombres que quedaban en Luintra, casi podría enumerarlos uno por uno, y seguro que se iba a dejar a muy pocos atrás. Don Fulgencio, el alcalde; don Arcadio, el secretario; el padre de Quique, el cazador; Venancio, el cartero; los frailes y seminaristas del Monasterio; Benito, el barquero, que sustituía su padre enfermo; Balbino, el recaudador de impuestos, tan antipático como su oficio; don Alfredo, el boticario; Anselmo, el hijo del alcalde, camarero en el hotel de su padre; Manolo, el de la tasca; Moncho, el guarda-jurado de los montes, un cargo de nueva creación; Eliseo, el chofer del autobús de línea; don Nazario, el cura párroco; Amador, el panadero; don Fernando, el médico; Blas, el zapatero... Sin contar a los ancianos, que casi no salían de sus casas, no creía que se dejase atrás a muchos más. Así es como estaba la situación por la comarca, y ella, en sus labores de maestra de Luintra,

consideraba, que además de enseñarle a los niños lo básico -las cuatro reglas, leer y escribir-, debía formarlos con unas miras modernas, de progreso, distintas... Aquellas hermosas tierras parecían anquilosadas en el pasado, y las costumbres de sus gentes seguían siendo las mismas que las de sus tatarabuelos, sin que se percibiese el paso del tiempo. Y no es que despreciara en absoluto sus costumbres ancestrales. Más bien todo lo contrario, las valoraba en muy alto grado. No en vano, gracias a ellas, los pueblos se conservaban vivos y habitados. No como acontecía por otras zonas -por el Concello de Bande-, donde, a causa de la emigración, las aldeas se habían quedando en manos de los abuelos. En consecuencia, con el paso de los años, la vejez y la salud les impedía cuidar los campos, las huertas, las casas el ganado... y cuando fallecían, ya nadie tomaba el relevo. Dentro de poco tiempo, las aldeas del interior quedarían abandonadas y en ruinas. Pero estudiando el método más indicado para la educación de los chicos, llegaba a la conclusión de que algo se necesitaba cambiar. Más allá de los trabajos de sus padres y de las labores de sus madres, existían para los niños otras salidas a un futuro distinto, que nunca nadie les había propuesto, ni dado a elegir. Su condición de joven maestra constituía por si sola un ejemplo claro de opciones diferentes. Era la primera muchacha de su comarca que salía de casa para estudiar, y la primera maestra del Concello de Bande. Entre las gentes de más de una docena de aldeas, salpicadas por una enorme extensión de monte y campo, Pilar era la única. Hasta

ahora, todas las mujeres, sin excepción, se dedicaban a las labores del hogar, a tener hijos, y a las faenas del campo y del ganado. Pensó, como dato favorable, que con la ausencia tan larga de los hombres en los hogares, a la fuerza tenían que ser las mujeres las que mandaran en las familias. Ellas administraban la casa, los campos, la huerta, el ganado... cuidaban de la educación de los hijos... atendían las necesidades familiares... Las decisiones importantes estaban en sus manos, y consideraba Pilar, que como madres, podían ser más sensibles que sus parejas a cualquier cambio. Sólo la posibilidad de mejora para sus hijos, constituía motivo más que suficiente para escuchar atentas las propuestas que Pilar quería presentarles.

Llevaba un par de meses de clases, y un martes, a las cinco de la tarde, citaba a las madres en la escuela. Asistieron puntuales. Desde su llegada a Luintra, percibía de cerca el respeto y cariño que le profesaban las familias. Se lo había ganado a pulso a partir del primer momento, y se daba perfecta cuenta de que los niños la adoraban. Cuando por ellos enviaba algún aviso, las madres, o en su defecto, las tías o hermanas, respondían de inmediato con su presencia. Después de informarles cómo iban los estudios de sus hijos, los objetivos próximos, atender a varias preguntas, planear un par de excursiones formativas, pedir sugerencias... Después de todo esto, digamos que de curso normal, continuó con un tema mucho más delicado, el futuro de los chicos. Quería pedirles a las madres, como primer paso, que permitiesen a sus hijos continuar en la escuela un par de años más. <<No sé lo que hizo mi antecesora durante estos últimos tiempos, pero yo querría hoy hablarles de algo de vital importancia, el futuro de sus hijos. No parece que sea esta una misión obligada de una maestra, pero yo quiero asumirla como tal, en mi deber de educar y formar adecuadamente a los niños. Ya sé que me contestarán que su futuro está muy claro y seguro: el niño va a ser labriego y afilador como su padre, y la niña será ama de casa, tendrá hijos y se cuidará del campo, del ganado y de la huerta, cuando los hombres se ausenten del hogar. Harán lo mismo que han hecho sus antepasados desde hace más de un siglo: sus tatarabue-

los, sus bisabuelos, sus abuelos, y ahora, sus padres. >> Pilar hace una pequeña pausa, esperando la confirmación de las familiares de lo que estaba exponiendo. Todas asienten con gestos, dando por exactas sus palabras. Aguarda un instante, tratando de provocar en sus interlocutoras el punto de curiosidad conveniente para continuar. << ¿Se han parado a pensar alguna vez, si el futuro de sus hijos podría ser distinto? ¿Si habría otra alternativa para ellos? No se trata de despreciar los trabajos que durante siglos se han desarrollado por estas tierras. Al contrario, merecen todo la admiración y respeto, y la consideración de que gracias a ellos se mantienen con vida las aldeas de estas comarcas. Pero, ¿no les gustaría que sus hombres dejasen de ir por el mundo buscando el sustento? ¿No sería deseable tenerlos presentes en el hogar durante todo el año? Me informan que faltan de casa cerca de ocho meses. Me dicen, que la educación de los niños de Luintra, y en general, de los de todas estas tierras, se limita simplemente a aprender lo básico, y una vez conseguido, más o menos a los doce años, abandonan la escuela para ponerse a trabajar. Ahí se termina su preparación para el futuro, y comienza la rutinaria e inamovible forma de vida elegida por sus antepasados hace muchos años. >> Pilar hace otra pausa, y deja a las asistentes cuchichear entre ellas. Sería bueno que se percatasen con claridad de lo que quería exponer.

<<Cada día en la escuela, veo entre mis alumnos, chicos con tanta valía, que me da una enorme pena que sus cualidades innatas no puedan ser aprovechadas de otra manera. Muchachos inteligentes, listos, tenaces en el estudio... que podrían alcanzar las metas que se propusiesen si sus padres se lo permitieran. En principio, sólo les quiero pedir que los dejen en la escuela un par de años más, a fin de completar su formación, y confirmar sus cualidades para estudios de mayor entidad. Después, ya tendremos tiempo en su momento, de analizar otras posibilidades para ellos distintas a las de siempre. ¿Por qué no podrían estudiar para maestros... para oficinistas... para enfermeros... o aprender el oficio de electricista, fontanero, mecánico...? Marcela, su hijo llegará a ser médico... Carolina, ¿quiere una maestra en casa?... Doña Amparo, va a tener un nieto músico, ¿qué le parece?...>> El mensaje de Pilar había caído en la comarca como una explosión. Los comentarios iniciales, tal como cabía esperar, tildaban a la maestra de tola, de chiquilla que no sabe lo que es la vida, de desconocer las necesidades de las familias... “¿Que sabrá ella, que aún es una niña?”. “¡Y nos viene a dar consejos...! ¡Como la señorita debe ser de casa rica...!” Pasados unos días desde la reunión, la semilla sembrada con paciencia por Pilar, parece que empezaba a dar sus frutos. Las madres, las abuelas,

las hermanas, las tías... tantearon con discreción a los niños sobre sus aficiones, e incluso, alguno, que se definió con claridad de ideas, llegó a contagiar de ilusión a la familia. También los hubo que querían ser afiladores como el abuelo y como el padre.