Correo del Corazón: un pretexto para vernos en la mayor oscuridad Por Kristel Guirado "Rogamos a los dioses una tregua o un cambio sutil para la historia" Alicia Torres Cuando asumí el compromiso de hacer unas notas so bre el libro Correo del Corazón, de Yolanda Pantin (FUNDARTE. 1985), pensé hacerlas partiendo sólo de mis impresiones. Pero, como en otras oportunidades, suele su ceder que esa impresión inicial es atravesada por las con secuencias de otro acontecimiento. Una suerte de coinci dencia de lecturas, que me permite reelaborar mi propio discurso en el devenir de las imágenes que se me revelan en otro autor. En esta ocasión el destino quiso jugarme una buena pasada: leer a Yolanda Pantin a través del discurso crítico de la misma Yolanda Pantin. Ese acto que llaman amistad, me llevó a la casa del poeta Aly Pérez, en la Villa de San Luis Rey de Cura. Entre una y otra taza de café, emergieron los papeles y, en ellos, un ensayo en particular: Entrar en lo bárbaro, una lectura de la poesía venezolana escrita por mujeres. Su autor: la seño ra Yolanda Pantin. Un trabajo sobre YOLANDA PANTIN el cual no pregun té procedencia, pero que leí en el disfrute de uno a otro costado. El ensay o (inteligentemente ci mentado en la pro puesta de Walter Benjamín de crear por y a partir de la barbarie) logra en contrar y orquestar las aristas comu nes en los discur sos poéticos escri tos por mujeres en Venezuela. Como toda buena chica, edu 96 cada dama, ape 1ra edición, 1985
CORREO DEL CORAZON
nas si sucumbió a la tentación de citarse a sí misma una sola vez en el texto. Pero en el azogue donde deviene la historia de la poesía en nuestro país, también se refleja Yolanda. Ahora, señora, con todo el respeto que usted se mere ce y con la modestia que mi mano no sabe ocultar, deme la posibilidad, remota en la palabra, de intentar que Correo del Corazón y yo "entremos en lo bárbaro con el paso sin miedo"(l). Todo pasa igual siempre. Termino de leer un libro v comienzan las preguntas. Fue inevitable la complicidad en la mirada pobre. Tratar de eludir la sonrisita, el morbo, el descubrirse una en "esos tristes retratos de amas de casa de la clase media, patéticas en sus reclamos y costum bres"^): "Sobre un banco del parque una pelota roja las madres con las cestas en pequeñas bolsas (...) Yo las estov mirando (...)
now and here con un gritito salvaje las madres balancean sobre una pierna sola" ("Now and Here". pág.52) ¿Quién es la que mira? ¿Cómo es la que mira? ¿Es igual a las mujeres que ve? ¿Dónde empieza, dónde termi na el espejo? La ironía aparece allí, en la intencionada voluntad de escribirse en un cuerpo de imágenes desmitificadoras. que niegan la posibilidad de la mujer como héroe, abandonada en un espacio menos que doloroso: "No hay mujer ni madre en la pulcra quietud de lo que habita no hay puerta" ("No hay puerta", pág.55) La mujer como un universo en sí, a la intemperie. Quien habla da algunas coordenadas sobre ese espacio. Tales indicios crean una anatomía aparente que desdibuja la con cepción habitual de la mujer, dejándonos apenas un boce to, los trazos de un ser en elaboración. Una ausencia con
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