Una rosa en la batalla

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Alana se agarró al alféizar mientras contemplaba con asombro la escalera. No había nadie más intentando subir. ¿Tendría el valor suficiente para intentar bajar? Tenía miedo de caerse, o de recibir un proyectil. También tenía miedo de dejar sola a Eleanor. Su abuela se había acercado a la ventana. —¡Es demasiado peligroso! Entonces, por el rabillo del ojo, Alana vio a Iain. Se giró hacia él. Era inconfundible sobre su enorme caballo negro, con el pelo largo al viento. Galopaba desde el oeste hacia la puerta norte. Se detuvo y, mientras su caballo se encabritaba, les gritó algo a sus hombres. Había muchos más highlanders en las escaleras en aquel momento, y más hombres empujando el ariete. Alana vio que caía una lluvia de flechas sobre él. Querían asesinarlo. Se agarró con fuerza al alféizar y le gritó. —¡Iain, cuidado! Estaba demasiado cerca de la muralla, demasiado cerca de los hombres de Buchan. Sin embargo, Alana sabía que, por mucho que gritara, él no iba a poder oírla en el fragor de la batalla. Las palabras acababan de salir de sus labios cuando, desde las almenas, salió otra oleada de flechas dirigida a él. Iain debió de presentir el peligro, porque alzó su escudo. Docenas de flechas golpearon el metal y el cuero, rebotaron inútilmente y cayeron al suelo. Entonces, él hizo girar al caballo y volvió, al galope, a un puesto más seguro entre el resto de su ejército. Alana notó que le temblaban las rodillas de alivio. Al menos, Iain se había dado cuenta de que era uno de los blancos más importantes del enemigo, y estaría preparado. Sonó otro terrible golpe de ariete, y la madera crujió. Las piedras del suelo reverberaron bajo sus pies, con tanta intensidad, que ella perdió el equilibrio. Se agarró al alféizar y se asomó de nuevo por la ventana. La puerta norte estaba justo debajo de su torre, y vio perfectamente a los hombres que estaban tirando hacia atrás del ariete para volver a golpear. La lluvia de flechas y proyectiles del ejército de Bruce había cesado, y el fuego que provenía de las almenas había disminuido casi por completo; tal solo se veía alguna flecha o a algún soldado arrojando aceite hirviendo. Había una docena de highlanders subiendo por la muralla, y ya no encontraban ningún impedimento. Cuando llegaron a la parte superior, atacaron a los arqueros de Buchan y los arrojaron al vacío. El suelo volvió a temblar a causa del último golpe del ariete, que hizo


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