La reina sol

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La Reina Sol 8

Una guardia de honor, compuesta por soldados de engalanados uniformes, se había formado en la entrada meridional de la ciudad del sol. Apenas podía contener a una muchedumbre que aullaba su gozo y tendía sus manos para intentar tocar a los participantes en el interminable cortejo que penetraba, al son de flautas y arpas portátiles, en la capital de Akenatón. Era la mayor fiesta jamás organizada en la nueva capital. Tanto a los obreros como a los funcionarios se les habían concedido tres días de descanso para que no se perdieran ninguno de los festejos. En calles y callejas habían instalado puestos donde se servía abundante cerveza dulce. Hombres y mujeres bailaban y cantaban por todas partes. El nombre de Atón era celebrado con fervor. La multitud se apretujó cuando, en medio del cortejo oficial, apareció la heroína de la fiesta, la que traía con ella tanto alborozo: la reina madre Teje, llegada de Tebas para visitar a su hijo Akenatón. La viuda del gran rey Amenofis III sentía una especial ternura por aquel de sus hijos que había llegado a faraón. Hacía muchos meses que no salía de su palacio de Malqatta. Todos pensaban que graves razones habían motivado tan inesperado desplazamiento. Los fastos desplegados bastaban para probar su importancia. A sus cincuenta y cinco años, y tras una intensa existencia, la reina madre era admirada y respetada por todos, tanto en Egipto como en los países extranjeros, cuyos soberanos le escribían con regularidad, solicitando sus consejos. Teje había participado de modo efectivo en la dirección de los asuntos del Estado, al lado de su esposo. Había favorecido una política de paz, de la que Egipto era la piedra angular. Ella había impuesto en Tebas el culto al dios sol, Atón, debilitando el poder de los sacerdotes de Amón, a quienes había mantenido distanciados del poder. No se había opuesto a la creación dé la nueva capital, al cambio de nombre del faraón, al traslado de la corte a la ciudad del sol. Tanta era su autoridad, que su mera presencia en Tebas garantizaba la paz civil. Mientras no levantara la voz contra la experiencia que Akenatón intentaba, el partido de oposición tebano no osaría manifestarse a plena luz. La reina madre llevaba una corona formada por una mitra de oro con dos altas plumas, que enmarcaban un disco solar colocado entre dos cuernos. En la frente lucía dos cobras de oro. Teje se afirmaba como la encarnación viviente de la diosa del cielo, llegada a la tierra para derramar amor y armonía. Aunque fuera una mujer menuda, Teje disponía de una fiera energía que se reflejaba en su atezado rostro, recordando sus lejanos orígenes nubios. De


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