La reina sol

Page 333

La Reina Sol

331

Contempló largo rato el sol, bebiendo en la fuente de la vida. La poderosa claridad no le abrasaba los ojos. Luego, se quitó el vestido de tirantes y se zambulló en el agua tibia de la bañera excavada en el suelo. Quiso hacer interminable y voluptuoso el último baño antes de partir hacia el otro mundo. Se ungió la piel con aceite perfumado de lis, se frotó suavemente manos y muslos, y se contempló cien veces en los distintos espejos. Pero la reina no se miraba, no admiraba su propia belleza sino la juventud de una luz que iba a extinguirse para que naciera otra claridad, cuyo nombre y forma ignoraba. El alma de Akhesa alimentaría el sol divino que daría vida a una nueva alma. La puerta del cuarto de baño se entreabrió. Chorreante, Akhesa se levantó. Su sirvienta nubia, vacilando, caminó hacia ella. -Me gustaría..., me gustaría ayudaros, Majestad. Akhesa rompió a reír. -Acércate, ya sabes lo que debes hacer. Te echaba en falta. Me siento sucia y fea. La nubia tomó una jofaina y salpicó la nuca de Akhesa. Luego, le lavó los cabellos, le arregló las uñas de los pies y de las manos, utilizó cucharillas de maquillaje en forma de nadadoras desnudas para dibujarle unos ojos perfectos. Akhesa salió del agua. La sirvienta la secó con toallas de lino. La reina se tendió boca abajo, recreándose en la calidez de las losas caldeadas por el sol. Disfrutó de la experta suavidad de los dedos de la masajista, que le relajó el cuello y la espalda como si la preparara para el amor. -Tenemos que separarnos -dijo Akhesa con la voz quebrada. La nubia rompió en sollozos. -Debo... Debo vestiros todavía. -Vete -ordenó la reina-. Sé feliz. La reina permaneció largo rato tendida e inmóvil, como si deseara incrustarse en la piedra. Cuando sintió frío, se levantó. El sol se ponía. Dentro de unos minutos, Horemheb vendría a buscarla. Con los brazos cruzados sobre el pecho, veneró el final del día. El barco real atracó en el muelle principal de la ciudad herética cuando el alba rojiza desplegaba sus fastos. Akhesa se llenó los ojos con su última mañana. La franja negra que cubría las montañas se tiñó de un profundo y violento color anaranjado, nacido del lago de llamas del que pronto surgiría el nuevo sol. El anaranjado fue difuminándose, palideció, y se perdió en un amarillo que pronto fue dominado por el blanco y el azul. Disipadas las tinieblas, apareció el río. El centelleo del agua hizo percibir a la reina destronada la verdad del valle del Nilo: una estrecha estría fértil entre dos desiertos. Una formidable afirmación de la vida en el corazón de la sequía. Egipto era un milagro.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.