La reina sol

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La Reina Sol

Maya ofreció un taburete a la reina. Sentía la fatiga de aquella noche sin sueño. Las primeras horas del día eran frescas. El Artífice encendió un fuego en el hogar. Levantó una de las esquinas de la tela que servía de techo para que el humo escapara. En un ángulo de la estancia, el horno de pan estaba listo para ser usado. Maya coció la masa que le trajo el aprendiz. La comida estuvo lista pronto. -No he abandonado esta casa desde mi... desaparición -reveló el Artífice a la reina, que degustaba un pan redondo de dorada corteza-. Mis órdenes partieron de aquí. Akhesa descubría las realidades subterráneas de un país que había creído gobernar. El palacio era un mundo artificial, replegado en sí mismo, inconsciente de las fuerzas que trabajaban para modelar su destino. Había interpretado los acontecimientos y se había equivocado sobre la naturaleza de los seres. Akhesa se mordió los labios, furiosa contra sí misma. La victoria de Maya no era la suya. La derrota del general Horemheb no la engrandecía. El Artífice le demostraba su incapacidad para dirigir. Frente a ella había una hornacina que contenía una estatuilla del dios Ptah, el patrón de los constructores. Protegía la mansión de insectos perjudiciales y recordaba el valor sagrado de cada acto cotidiano. -¿Cuándo atracarán vuestros barcos en Tebas? -preguntó ella-. Dentro de tres días se celebra el gran mercado. Si está de nuevo vacío, podemos temer lo peor. -Los decretos referentes a la circulación y la carga están listos. Sólo falta el sello real. Los correos partirán en cuanto haya sido colocado. -¿Y si llegan demasiado tarde? Maya colocó de nuevo en el horno una bola de pan. -He actuado de acuerdo con la regla de nuestra cofradía. Vuestro destino y el mío están en manos de los dioses. -¿Cuándo regresaréis a vuestra administración en Tebas? -Cuando Vuestra Majestad lo decida. Sólo soy su servidor. Los decretos fueron firmados aquella misma mañana. Los correos partieron enseguida hacia los grandes centros administrativos del país y los barcos construidos por los carpinteros de Maya salieron enseguida de los astilleros para ser cargados con productos alimenticios. Tebas sería abastecida prioritariamente: Horemheb se vería obligado a finalizar su bloqueo, levantando la requisa de los navíos mercantes. La prosperidad renacería en todo su esplendor. El general sufriría una dolorosa derrota, y Tutankamón aparecería ante los dignatarios como un auténtico monarca cuya autoridad no sería ya discutida. Ése era el plan perfecto que Akhesa imaginaba. Pero había todavía imponderables... ¿Sería suficiente el número de nuevas embarcaciones? ¿Obedecerían los descargadores las órdenes sin rechistar? ¿Se habrían


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