de lo que vio en su último viaje por tierra, mar o aire. Y, por eso mismo, es incapaz de plantearse cambiar el futuro; se limita a vivirlo como individuo en el segundo presente. Imagina un caballo que una mañana logra escapar del cercado, corretea por los alrededores y encuentra una yegua en otro cercado. Galopa a su alrededor, la invita. La yegua salta también y los dos juntos se van a galopar por una playa cercana. Levantan la espuma de las orillas, se enamoran, sienten la felicidad. Pero sus dueños los descubren, los atrapan y devuelven al caballo y a su yegua a sus cercados. El caballo, o la yegua, se acerca a sus compañeros de encierro. Pero no puede contarles la aventura que ha vivido. Los cambios en las demás especies son lentos, lentísimos, según las leyes de la evolución, mientras que nosotros avanzamos a toda velocidad, a medida que compartimos experiencias e imaginamos soluciones y avances, a medida que nos contamos cosas. Eso es la literatura, un inmenso laboratorio (tú mismo eres parte de él) en el que se experimenta con el alma humana, con la vida, tratando de hacernos mejores, y también con el pasado y el presente buscando el mejor futuro posible. Si el caballo y la yegua pudieran contarles a los demás lo que han vivido, todos buscarían la forma de hacer lo mismo. No pueden decirles a los demás caballos a qué sabe la libertad. Tú sí que puedes. Por eso hemos conseguido mayor libertad y, por eso, los caballos la han perdido. Porque solo nosotros podemos hablarles a otros humanos de la libertad. Querer contar está en nuestros genes. Mi generación ya ha escrito (casi) todo lo que tenía que escribir. Ahora te toca a ti. Puede que nosotros aún escribamos algo, pero me importa mucho más que surjan nuevas escritoras y escritores
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