El lobo de Arena C - Asa Lind / María Elina

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–¿Por qué –empezó–, por qué mi padre siempre tiene que leer el periódico? –¡Ja! Una pregunta muy fácil –dijo el Lobo de Arena–: es que lo han embrujado, ¿no lo ves? –¿Embrujado? –repitió Zackarina. –Sí, o como hipnotizado –explicó el Lobo de Arena–. Sus ojos se han quedado pegados al periódico, a esas pequeñas y negras letras, y ahora no puede liberarse. Esa respuesta no le gustó nada a Zackarina. No quería a un padre que se quedara pegado a un periódico el resto de su vida. –Tranquila –dijo el Lobo de Arena–. Yo lo liberaré. Tomó carrerilla y salió pitando. Como un remolino de arena en una tormenta, se fue directo hacia la casa y la hamaca y le arrancó el periódico de las manos al padre. Las hojas del diario se alejaron revoloteando sobre el mar como si fueran pájaros grandes. El padre se cayó de la hamaca y dio en el suelo con un ruido sordo mientras pensaba: «¡¿Un lobo?!». –¡Zackarina! –gritó–. ¡Me ha dado una insolación! ¡Tengo que bañarme! –¡Por fin! –respondió ella. Y el mar era grande y azul, y se bañaron mucho rato, hasta que se les arrugaron los dedos. Entonces volvieron a casa, tomaron té y jugaron a las cartas, sin hacer más trampas de las necesarias.

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