Agni y la lluvia C - Dora Sales / Enrique Flores

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En un callejón de Bombay

Agni vive en una barriada de Bombay. Ahora algunos mayores llaman Mumbai a la ciudad, pero es la misma; apenas ha cambiado nada más que el nombre, y en el barrio la siguen llamando Bombay, como siempre. El barrio de Agni está hecho con muchas y muchas casitas pequeñas en las que viven familias como la suya, formada por sus padres, Apu y Aparna, y su hermana, Lalita. Los cuatro se ríen cuando están juntos. A veces no saben muy bien de qué, pero eso es lo de menos. La madre de Agni, Aparna, sonríe cuando frota y refrota los dos únicos cacharros que usa para hacer la comida, que siempre quedan tan brillantes que resulta difícil mirarlos sin apartar la vista. El padre de Agni, Apu, sonríe cuando se va por las mañanas muy temprano al centro de la ciudad. Allí trabaja limpiando coches, y cuando vuelve, al final de la tarde, casi a la hora de cenar, también sonríe. Entra en casa serio, tal vez porque está muy cansado, pero, al poco de entrar, sonríe. Lalita también sonríe a todas horas. Solo tiene tres años y se pasa el día entero durmiendo o jugando, corriendo de un lado al otro de la pequeña caseta o por el callejón que está frente a ella, con los demás niños pequeños de las chabolas vecinas. 7


Agni ya es mayor. Cumplió diez años el mes pasado. Su gran regalo fue que ese día no tuvo que ir a trabajar. ¡Qué gran día! Todo para él, para remolonear y pasear. Entonces entendió por qué Lalita sonríe sin parar. «No me extraña, sin tener que trabajar…», pensó Agni. La madre de Agni trabaja mucho. Madruga y se va de casa muy pronto, poco después de que lo haga papá. Ella también tiene que ir al centro de la ciudad. Y como Bombay es una ciudad muy grande, la madre de Agni se pasa casi tres horas sentada en autobuses y caminando por calles grandes y llenas de gente, hasta llegar a casa de la señora Sharma, donde trabaja. Agni siempre ha pensado que el trabajo de su madre es muy importante, porque es quien se encarga de limpiar todos los suelos de la casa, lavar toda la ropa, planchar la que haga falta, cortar las cebollas, mondar las patatas, lavar y pelar los tomates, lavar y cortar los pepinos, rallar las zanahorias, hervir el arroz, batir el yogur, hacer mermelada de mango y muchas cosas más. ¡Hasta preparar cordero! El cordero es una comida que a Agni le gusta mucho, aunque solo recuerda haberlo comido tres veces en su vida, y siempre ha coincidido con las fiestas de primavera, cuando algunos de los vecinos de la barriada, los que pueden, aportan unas rupias para comprar unas piezas de cordero que cocinan para todos, con curry y cebolla. Así preparan un plato riquísimo que se llama rogan josh. A Agni se le hace la boca agua solo con recordar lo tierna que estaba la carne, tan sabrosa con aquella salsa especiada… Pensar en ello es un buen motivo para desear que llegue de nuevo la fiesta de primavera. 8


Pero, al parecer, en casa de la señora Sharma se come cordero sin motivo especial, y otras muchas cosas que Agni nunca ha comido ni ha visto, y que le detalla su madre: pollo, gambas –«¿cómo serán?», se pregunta Agni, porque le encanta esa palabra: «gam-ba, suena alegre…»– y muchas frutas de colores. Es como si en casa de la señora Sharma siempre fuese fiesta. Agni piensa a veces que la señora Sharma ha de querer mucho a su mamá... ¿Qué haría sin ella? Pero, por lo que mamá cuenta, las cosas no son así. Dice que la señora Sharma casi no la mira cuando llega, y nunca se despide cuando se va. Solo se dirige a ella para pedirle que haga tal cosa o tal otra. –Así nos tratan a los pobres, como si fuésemos invisibles –dice siempre la madre de Agni como explicación cuando quiere cambiar de tema y dejar de hablar de la señora Sharma. Agni no entiende bien qué es eso de ser pobre. Solo tiene una cosa clara: sus padres, Lalita y él lo son. Y todos los vecinos del barrio, también. Porque cuando los mayores hablan entre ellos, en muchas ocasiones suelen terminar diciendo que son pobres. «No es bueno ser pobre», piensa Agni al recordar las caras tristes de los mayores cuando dicen esa palabra. Al hacerlo nunca sonríen. La madre de Agni regresa, al atardecer, cuando acaba de trabajar en casa de la señora Sharma. Y la verdad es que hace casi el mismo trabajo en las dos casas: limpiar el suelo, lavar la ropa, cortar las cebollas y las patatas, hervir el arroz, batir el yogur… Pero, como en su casa hay menos cosas y mucha menos comida, la mamá de Agni siempre dice que el trabajo en casa no le agota tanto. 9


–Toda nuestra casa es igual de grande que la cocina de la señora Sharma –le contó un día a Agni. «Vaya», pensó él, que algunas noches se duerme acunado por las historias que mamá le cuenta sobre sus viajes al centro de la ciudad y las cosas que hay en casa de la señora Sharma. Cada vez que se acuerda, Agni abre los ojos asombrado al pensar que aquella casa es tan grande que casi todos los vecinos del callejón podrían vivir allí, y que los hijos de la señora Sharma no tienen solo dos pantalones, sino muchos más, y que en la cocina y el lavabo si aprietas en un sitio, «un grifo», dice mamá, sale… ¡agua! Y no hay que ir a la fuente con el cubo, aguantando esas colas largas que se forman todos los días. Agni está cansado de hacer cola frente a la bomba de agua que hay justo a la entrada del callejón. Su padre y él se turnan para ir a buscar agua, y llevan un viejo cubo de plástico verde. El camino de ida es aburrido, aunque hacer cola a veces tiene gracia. Allí te encuentras con vecinos, casi siempre del callejón y, en algunas ocasiones, de otros callejones cercanos, charlas un ratito, y el tiempo pasa volando. Lo malo es el camino de vuelta. Ese sí que se hace pesado. Pesado de verdad. Porque el cubo de plástico verde, que iba vacío durante el camino de ida, vuelve lleno de agua durante el camino de regreso; pesa mucho y, además, no puedes distraerte, o el agua se derramará. Hay que concentrarse en traer el cubo lo más rápido posible hasta casa. A Agni se le da muy bien eso de llevar cubos de agua, y casi nunca se le derrama nada. Claro, con todo lo que practica… Muchas veces, al quedarse dormido, Agni sueña con cosas que nunca ha visto, palabras a las que no les puede poner 10


imagen: grifo, gambas... Son tantas… que a veces no se acuerda de todas y las palabras se le olvidan. El padre de Agni llega al atardecer, poco después que mamá, cuando ella ya está preparando la cena y el sol se está yendo para, a veces, solo a veces, dar paso a la luna. Bombay es una ciudad repleta de vehículos de todo tipo, llena de calles grandes en las que los conductores deben esperar con frecuencia, y tener bastante paciencia, para darse paso unos a otros. El padre de Agni aprovecha esos momentos para acercarse a limpiar los coches, si los conductores le dejan. En la gran calle donde trabaja todos los días comparte la tarea con varios amigos. Todos limpian coches: los cristales, las puertas, las ruedas, el capó… Son compañeros y amigos desde que empezaron a trabajar en esa calle. En ella se conocieron y en ella siguen. Es una buena calle porque tiene mucho tráfico. A veces el padre de Agni cuenta historias de sus amigos, los limpiadores de coches. Cada uno de ellos utiliza, para trabajar, una vieja botella de agua mineral, de plástico. La rellenan con agua de alguna bomba cercana y un poco de jabón. Se ayudan entre ellos, se prestan jabón y algún que otro trapo, y no se pelean por los coches. Hay muchos: grandes, medianos, pequeños, y de todos los colores. Cuando acaba la jornada reúnen las monedas que han conseguido y las reparten entre todos, a partes iguales. Y lo hacen así porque todos están en la misma calle, hacen el mismo trabajo y limpian igual de bien. Solo es cuestión de suerte o casualidad que unos consigan limpiar más coches que otros, o que reciban más o menos monedas. 11



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