BELGRANO, LA PATRIA AL NORTE-Junta de Estudios Históricos de Tucuman.

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Belgrano, la Patria al Norte


Presentación

Junta de Estudios Históricos de Tucumán

Belgrano, la Patria al Norte Elena Perilli de Colombres Garmendia Sara Peña de Bascary — Coordinadoras —

2020


Belgrano, la Patria al Norte

Belgrano, la Patria al Norte / Teresa Piossek Prebisch... [et al.] ; compilado por Elena Perilli de Colombres Garmendia ; Sara Elisa Peña de Bascary. – 1a edición especial – Tucumán : Junta de Estudios Históricos de Tucumán, 2020. 280 p. ; 22 x 16 cm. Edición para Junta de Estudios Históricos de Tucumán ISBN 978-987-25142-4-2

1. Historia Argentina. I. Piossek Prebisch, Teresa. II. Perilli de Colombres Garmendia, Elena, comp. III. Peña de Bascary, Sara Elisa, comp. CDD 982

Edición de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán Con el auspicio de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán Primera edición impresa: noviembre 2020

Dirección editorial: Elena Perilli de Colombres Garmendia, Sara Peña de Bascary

Agradecimientos especiales: – Lic. Sebastián Rosso, por facilitar las imágenes de la tapa y del cuadernillo color. Algunas de ellas están publicadas en El Congreso de la Independencia. Antes, durante y después, de Carlos Páez de la Torre (h) y Sebastián Rosso, La Gaceta, Tucumán, 2016 – Lic. Manuel Belgrano, por la imagen de Manuela Mónica Belgrano

Imagen de tapa: General Manuel Belgrano, escultura de Francisco Cafferata (1884) ubicada en plaza Belgrano, San Miguel de Tucumán. Fotografía: Lic. Sebastian Rosso Diseño y edición gráfica: Gustavo Sánchez Impresión y encuadernación: Artes Gráficas Crivelli ISBN 978-987-25142-4-2 Impreso en Argentina Printed in Argentina


Presentación

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modo de presentación

En 2020 se cumplen 250 años del nacimiento de Manuel Belgrano y el bicentenario de su muerte. La Junta de Estudios Históricos de Tucumán le rinde homenaje con esta publicación, que pudo concretarse gracias al apoyo de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán. En este libro recorreremos gran parte de su obra y presencia en el Norte, donde gracias a los triunfos de Tucumán y Salta llegamos a concretar la Independencia Nacional. Belgrano fue protagonista en la historia argentina y en la región noroeste. Es para Tucumán una figura emblemática, ya que quiso mucho a esta tierra, e hizo de ella su hogar, mientras desempeñaba su cargo frente al Ejército del Norte en distintos momentos, entre 1812 y 1819. Recién llegado de España con el título de abogado, ingresó al Consulado y advirtió las posibilidades que ofrecía el vasto territorio del Virreinato y su rica geografía, volcando novedosas ideas en sus Memorias. Antes de la Revolución de Mayo, ya dio muestras de su vocación independentista y, en 1810, no titubeó en dejar su cargo en la Primera Junta para ponerse al frente del ejército. Impuso disciplina y se preocupó por la formación de sus oficiales y soldados, sufriendo incomprensión y desdén en ocasiones. Distinguió a los capellanes y médicos que acompañaban a las tropas. Su figura ha trascendido como el creador de la Bandera Nacional, pero su acción fue mucho mayor. Protagonizó el Éxodo Jujeño, cuando ordenó a la población abandonarlo todo antes que llegaran los realistas y luego, desobedeciendo al Triunvirato, libró la Batalla


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de la Ciudadela en Tucumán, poniendo freno a Pío Tristán en su avance. La gloriosa Batalla marca un hito en la marcha revolucionaria, triunfo ratificado con el de Salta, donde se rindió un ejército completo. Fueron las dos únicas batallas en suelo argentino. Al reunirse el Congreso de Tucumán en 1816, Belgrano apoyó la Declaración de la Independencia y propuso una forma de gobierno monárquica, que fue superada por la republicana. Resulta novedoso conocer lo que opinaban del General, sus contemporáneos, como fray Cayetano Rodríguez y el doctor José Agustín Molina. Sus afectos también lo vincularon a Tucumán, pues aquí nació su hija Manuela Mónica, de su relación con Dolores Helguero. Desempeñó con valentía y honor las misiones que debía cumplir y no siempre fue comprendido. Afrontó momentos difíciles, de incertidumbre y decepción en su marcha. Totalmente inédito fue su proyecto urbano sobre la ciudad de Tucumán. Hoy lo recuerdan varios “sitios históricos” que se vinculan a su acción. La Junta de Estudios Históricos de Tucumán estima como un deber honrar a quien sacrificó sus bienes y su vida, en el campo de las ideas y en el de las batallas, y la mejor forma de rendirle homenaje es con este libro. Quisimos dar a conocer ese hombre, en su paso por el norte argentino, que dio sobradas pruebas de honradez y patriotismo y la realidad de una ciudad donde la presencia del ejército causó enorme impacto. Nuestro agradecimiento a los colaboradores, miembros de la Junta y a los tres invitados especiales, que lo hicieron posible.

Elena Perilli de Colombres Garmendia Sara Peña de Bascary

— Coordinadoras San Miguel de Tucumán, primavera de 2020


T. Piossek Prebisch: Manuel Belgrano, servidor de su Patria

Manuel Belgrano, servidor de su Patria Teresa Piossek Prebisch 1

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i me preguntan cuál es el signo predominante de la personalidad de Manuel Belgrano, respondo que su patriotismo profundo, manifestado en los distintos servicios que brindó a su patria. Solemos asociarlo a las luchas por la independencia, pero hay en él otro aspecto: el del intelectual de acción —no de gabinete— con visión de estadista, imbuido de las nuevas ideas políticas, sociales y económicas que surgieron en Occidente a partir del siglo XVIII. Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770, en Buenos Aires, en el seno de una familia acaudalada. En esa ciudad, capital del Virreinato del Río de la Plata desde 1776, estudió las primeras letras, gramática latina, filosofía y teología2 en el Colegio Real de San Carlos. A los 16 años su padre lo envió a continuar los estudios en España; es decir que era un adolescente cuando dejó el suelo natal rumbo a Europa, centro de la cultura occidental.

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Licenciada. Historiadora. Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán. Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia. 2 Manuel Belgrano, “Autobiografía”, en Biblioteca de Mayo, tomo II, p. 955.


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Manuel Belgrano. Dibujo de Rugendas, 1845.

Le tocaba una época de profundos cambios que los historiadores Floria y García Belsunce describen así: Una doble corriente convergía hacia las soluciones revolucionarias desde ambos lados del Atlántico. Desde 1770 las influencias de los revolucionarios norteamericanos3 y de los 3

El 4 de julio de 1776 los Estados Unidos de Norteamérica declararon su independencia y, en 1787, se dieron una Constitución.


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escritores franceses se combinaban para crear una atmósfera de resistencia, de rebelión, de sacudimientos políticos, económicos y sociales4 que iban a influir poderosamente en el joven Belgrano. Era excepcionalmente bien dotado y quienes lo conocieron destacaban su prestancia física acompañada de una inteligencia sobresaliente y de sensibilidad a lo humano. Estudió inglés y francés, y siguió la carrera de leyes en Salamanca, Madrid y Valladolid en cuya Chancillería —Tribunal Superior de Justicia— se recibió de abogado en 1793. En el ínterin, en 1787, había tenido lugar un suceso que sacudió las estructuras tradicionales: la Revolución francesa que en 1789 produjo la Declaración de los Derechos del Hombre. El hecho caló hondo en el espíritu del joven. Fue un estudiante brillante que, gracias a una dispensa del Papa Pío VI, pudo leer obras de pensadores no autorizados lo que le permitió adquirir conocimientos amplios de la literatura europea de la ilustración —de España, Francia, Italia— como así también del pensamiento anglosajón, como lo señala el historiador Dardo Pérez Guilhou.5 En su Autobiografía expresó cómo lo impresionaron lecturas, sucesos políticos y, sobre todo, las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad como derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido al hombre.6 La economía política captó su preferencia como ciencia llamada a contribuir al bien general y en 1790, con sólo 20 años, fue elegido presidente de la Academia de Derecho Romano, Política Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca, y en Madrid 4

Carlos A. Floria y César A. García Belsunce, Historia de los argentinos, tomo I, p. 219. 5 Dardo Pérez Guilhou, “Revolución y conciencia nacional”. En Actores y Testigos de la Revolución de Mayo, p. 57. Entre esos pensadores se contaban José Moñino conde de Floridablanca; Pedro Pablo Abarca y Bollea, conde de Aranda; Gaspar Melchor de Jovellanos y Pedro Rodríguez de Campomanes promotor de la libertad de comercio e industria y de la educación pública. Montesquieu, Rousseau y Filangieri; Quesnay, Turgot, Dupont, Le Mercier, La Riviere, De Lolme, Locke, Adam Smith, Blakstone y Bolingbroke, Batel, Puffendorf, Von Hornick, Tom Payne anticolonialista y propagandista de la independencia norteamericana. 6 Manuel Belgrano, cit., p. 956.


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se le abrieron las puertas de la Academia Santa Bárbara dedicada a esas mismas disciplinas. Su carta de presentación fue su traducción del francés de la obra Máximas generales del gobierno económico de un reino agricultor de François Quesnay. En todo momento tenía presente la tierra natal que, analizada desde la distancia, se le presentaba como imperiosamente necesitada de un cambio motorizado por las nuevas ideas, conducente al bienestar general y un día creyó que le llegaba la oportunidad de concretarlo. Fue en enero de 1794 cuando la Corona creó el Consulado de Buenos Aires con jurisdicción sobre todo el Virreinato. Lo integraban un Secretario y una Junta de Gobierno, y su función era administrar la justicia mercantil y fomentar la agricultura, la industria y el comercio. Belgrano fue designado secretario perpetuo y con ese cargo regresó al país. Tenía 23 años y fe en el poder transformador de las nuevas ideas de cuya introducción en nuestra patria fue uno de los heraldos en el Río de la Plata,7 como señala Bartolomé Mitre. Idealista y colmado de ímpetu juvenil, creyó disponer de un propicio campo de acción, pero al enfrentarse al manejo de la España respecto a sus colonias,8 orientado a sacar lo más que pudiese9 de ellas, sufrió su primera desilusión lo que le despertó el deseo de lograr la independencia de su patria. Sucedió cuando conoció los hombres designados por la Corona para componer la Junta, la mayoría comerciantes españoles empeñados en mantener el comercio monopolista por lo que se oponían a todo cambio basado en las nuevas ideas. Su reacción fue escribir para echar, al menos, las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos.10 Lo hizo en sus quince Memorias anuales exponente de lo avanzado de sus proyectos para el desenvolvimiento del Virreinato: Libertad de comercio; fomento de la agricultura; introducción de nuevas industrias; construcción de nuevos caminos y mejoramiento 7

Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, tomo I, p. 74. 8 Manuel Belgrano: cit., p. 956. 9 Ibídem. p. 957. 10 Ibídem, p. 957.


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de los existentes; desarrollo de la navegación; creación de escuelas especializadas —de Comercio, de Diseño y Matemáticas, y de Náutica— que impartieran los conocimientos imprescindibles para concretar lo proyectado; escuelas para hombres, mujeres y niños de ambos sexos, pues consideraba que el estado de la educación en el país era deplorable.11 En otra manifestación de su convicción del poder de las ideas y la importancia de difundirlas, auspició la publicación del periódico Telégrafo Mercantil 12 y del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio. Un día irrumpió en su vida lo militar cuando, en 1797, el virrey Melo lo designó capitán de las milicias urbanas. Belgrano, carente de conocimientos militares, lo asumió como un servicio a la patria sin imaginar que la designación marcaba el comienzo de una carrera impuesta por el destino, que culminaría en el grado de general. En junio de 1806 los ingleses tomaron la indefensa Buenos Aires. Belgrano, avergonzado de la derrota y de su ignorancia en temas militares, huyó a la Banda Oriental para no jurar fidelidad al soberano británico. Ocurrida la reconquista regresó y el virrey Liniers lo nombró sargento mayor del Regimiento de Patricios. Entonces tomó un maestro que le impartiera conocimientos de la carrera militar y, al producirse la segunda invasión, participó como ayudante de campo. A partir de 1808 comenzó una nueva época para el Virreinato y Belgrano se involucró en todos sus episodios, siempre como difusor de las nuevas ideas y promotor del progreso social mediante su aplicación a la vida real. Lo hizo como miembro de la Sociedad Patriótica en la que se discutía sobre el futuro de la patria y como publicista del Correo de Comercio. A comienzos de 1810 renunció al Consulado y el 25 de Mayo tuvo lugar la Revolución, un movimiento de índole municipal, surgido en el Cabildo porteño que depuso al virrey Cisneros y formó

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Ibídem, p. 967. El nombre completo era Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata. 12


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una Junta Provisional Gubernativa —o Primera Junta— de la cual lo nombraron vocal. Era un primer paso hacia la independencia por él anhelada, pero no sucedía del modo que lo hubiese querido como lo expresó en estas palabras que dan que pensar: no siguió la cosa por el rumbo que [yo] me había propuesto.13 El día 27 la Junta cursó circulares a los Cabildos de las ciudades del Virreinato pidiéndoles la reconocieran como autoridad y designaran diputados para formar un nuevo gobierno. Algunas la reconocieron, pero otras —Córdoba, la Banda Oriental, Paraguay y las del Alto Perú, excepto Tarija— se negaron a aceptar la supremacía porteña; sin embargo la Junta estaba decidida a imponerse a cualquier costo, incluso recurriendo a la fuerza. Este fue el origen de las llamadas expediciones auxiliares despachadas a las ciudades que ofrecían resistencia cuyo propósito era llevar los mandatos del pueblo —el de Buenos Aires— en la punta de sus bayonetas, como escribe Mitre.14 ¿Era a este uso de la fuerza a lo que Belgrano se refería al decir no siguió la cosa por el rumbo que [yo] me había propuesto? Dado su modo de pensar es muy posible que sí. En este crítico momento para el ex Virreinato, la Junta lo designó gobernador y jefe supremo de la Banda Oriental y general de la expedición auxiliar destinada a sofocar su resistencia. Pocos días después le extendió el mandato a Corrientes y le ordenó dirigirse al Paraguay de donde se tenía información que si bien el gobierno paraguayo no reconocía a la Junta, el pueblo sí, por lo que necesitaba del auxilio de las tropas porteñas para imponerse. Movido por su vocación de servicio Belgrano partió en septiembre de 1810, pero la informa13

Cit. El ejecutor fue Juan José Castelli —la mente más jacobina de la Revolución, según Floria y García Belsunce— siguiendo instrucciones de Mariano Moreno. Ver Bustos Argañarás, Prudencio: Ibídem, cap. V, p. 181, título Un inicuo plan terrorista. En Córdoba, la resistencia a la supremacía de Buenos Aires fue sofocada con la ejecución de cinco personas: Santiago de Liniers; Juan Gutiérrez de la Concha brigadier de la real Armada; Victorino Rodríguez teniente letrado; Santiago Alejo de Allende, coronel y jefe de las milicias urbanas; Joaquín Moreno ministro de la Real Hacienda. En el Alto Perú con la de tres: el gobernador Francisco de Paula Sanz, el presidente de la Real Audiencia de Charcas Vicente Nieto y el general José de Córdoba. 14


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ción que llevaba era errónea: en Paraguay encontró una resistencia acérrima que lo condujo a la derrota y, sólo gracias a su habilidad diplomática, logró alcanzar un armisticio decoroso.15 Desde otro punto de vista, para Belgrano la expedición fue una experiencia que ninguna universidad ni lectura le había dado: Por primera vez, en sus cuarenta años de vida, salía del ámbito porteño, rioplatense y europeo para comprobar que conocía más Sevilla, Valladolid y Madrid que las provincias integrantes de su patria. Al enfrentarse a esta realidad se conmovió hondamente como lo expresa en su Autobiografía: ¡En qué profunda ignorancia vivía yo del estado cruel de las provincias interiores! ¡Qué velo cubría mis ojos!16 Le impresionaron los campos que parecía no hubiese pisado la planta del hombre.17 La dispersión y pobreza de los escasos habitantes carentes de la guía de un sacerdote, del amparo de la ley y, sobre todo, de la educación que les permitiera superar su circunstancia. ¿Cómo remediar tal situación social? Poniendo en práctica las ideas que sostenía desde sus tiempos de Consulado. Su primera medida fue de orden administrativo: fundar dos pueblos —Curuzú Cuatiá y Mandisoví— para concentrar la población diseminada en la campaña alrededor de la escuela, el Cabildo y la iglesia como instituciones centrales de la sociedad. En todo pensó Belgrano, desde el diseño de la planta urbana hasta el reparto de la tierra para viviendas y labrantíos más la creación de escuelas. Otro problema social encontró en su marcha al norte, al llegar a los 30 pueblos aborígenes que habían integrado las Misiones Jesuíticas. Cuando en 1750 la Corona firmó el Tratado de Permuta con Portugal y en 1767 expulsó a los jesuitas, los puso bajo un gobierno militar y político dependiente del Virreinato rioplatense. El resultado fue su decadencia y explotación laboral. Belgrano, en medio de los sinsabores de la campaña, instalado en el campamento de Tacuarí, en diciembre de 1810 redactó dos 15

Un año después Paraguay se independizó. Fue el primer desmembramiento que sufrió el territorio del ex Virreinato del Río de la Plata. 16 Manuel Belgrano, cit., p. 968. 17 Ibídem, Expedición al Paraguay, p. 975.


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significativos documentos. El primero, una Proclama en la que expresaba a los pobladores que la intención de la Junta era restituirles los derechos de libertad, propiedad y seguridad de los que habían sido privados. El otro, el Reglamento para el régimen político y administrativo y reforma de los pueblos de Misiones. En cierta medida era utópico considerando el contexto social al que iba dirigido compuesto por españoles, criollos y aborígenes cuya convivencia había que armonizar dentro los principios republicanos y el respeto a los Derechos del Hombre; sin embargo la investigadora María Gabriela Ábalos considera que ubica a Belgrano entre los pioneros en elaborar ensayos constitucionales escritos. Señala que éste es el primero que surge de la Revolución de Mayo, anterior al Decreto de la Junta Grande del 10 de febrero de 1811 creando las Juntas Provinciales y al reglamento orgánico del Deán Funes del 22 de octubre de ese mismo año. Agrega que es un verdadero proyecto constitucional que contiene sus elementos fundamentales: declaraciones, derechos y garantías, organización del gobierno… El articulado coincide con las disposiciones que posteriormente aparecerán en la… Asamblea… del año XIII, en el Congreso de… 1816 y en la Constitución Nacional de 1853 con sus reformas posteriores.18 Podemos afirmar que en este sacrificado episodio que fue la expedición al Paraguay, Belgrano pudo, por vez primera, poner efectivamente en práctica sus novedosas ideas políticas y económicas. Que en ese momento surgió el estadista en acción,como lo califica Fernando l. Sabsay,19 en busca del bien común, que exponía su concepto de cómo debía realizarse el cambio en una sociedad: no mediante la fuerza, sino por la aplicación pacífica de las ideas conducentes a mejorar la condición humana. No vivió para ver la concreción de sus ideas, pero es evidente que en la construcción de Argentina echaron raíz las semillas que él sembró, confiado en que algún día fuesen capaces de dar frutos. 18

María Gabriela Ábalos, “Belgrano y el programa de gobierno para los pueblos de las misiones”. En: Actores y testigos de la Revolución de Mayo, p. 79. 19 Fernando L. Sabsay, Hombres de la Revolución, Buenos Aires, 2006, p. 253.


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Mucho más podemos decir sobre este tema que nos muestra un aspecto medular de la personalidad de este hombre extraordinario que sirvió a su patria en todo lo que ella le pidió, como funcionario, publicista, economista, político, militar. Quizá el servicio más difícil fue el hacerse cargo del Ejército Auxiliar del Perú o Ejército del Norte que venía desmoralizado y en humillante retirada después de la derrota de Huaqui, para reconstituirlo y alcanzar con él y con el pueblo tucumano la trascendental victoria del 24 de Septiembre de 1812 cuyo bicentenario celebramos, decisiva para la independencia argentina que él anhelaba y también para la sudamericana.

Bibliografía Bazán, Armando Raúl y Poderti, Alicia Estela: Revisión de Mayo. Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía y Letras. Mendoza, 2009. Bustos Argañarás, Prudencio: Luces y sombras de Mayo. Ediciones del Boulevard. Córdoba, 2011. Floria, Carlos Alberto y García Belsunce, César A.: Historia de los argentinos. Ediciones Larousse. Buenos Aires, 1992. Luna, Félix: Manuel Belgrano. Colección Grandes Protagonistas de la Historia Argentina dirigida por Félix Luna. Planeta, edición especial para S.A. La Nación. Buenos Aires, 2004. Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano y de la independencia argentina. Félix Lajouane editor. Buenos Aires 1887. Pérez Guilhou, Dardo y otros: Actores y Testigos de la Revolución de Mayo. Instituto Argentino de Estudios Constitucionales y Políticos. Mendoza, 2010. Sabsay, Fernando L.: Hombres de la Revolución. Segundo Centenario. Librería Editorial Histórica Emilio J. Perrot. Buenos Aires, 2006.


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Manuela Mónica Corazón de Jesús Belgrano.

del Una vida marcada por la orfandad

Sara Graciela Amenta 1

Introducción

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mprender este tema sobre la hija del General Manuel Belgrano no fue tan fácil, ya que son pocos los autores que lo abordaron. La idea surgió cuando encontré algunos artículos de Fr. Jacinto Carrasco —fraile dominico— en cuya biografía vengo trabajando hace un tiempo. Los trabajos mencionados son “Una Vida Ignorada: Manuela Belgrano” y “Los afectos del general Belgrano”; trabajos que fueron publicados en la Revista Ensayos y Rumbos y en la Revista Ideas, entre los años 1924 y 1940. Además de Carrasco podemos mencionar otros autores que trabajaron el tema: Murga, Carranza Casares,2 García Enciso, Yanicelli y Páez de la Torre. 1

Doctora. Directora Instituto de Investigaciones Históricas Prof. Manuel García Soriano UNSTA. 2 Según Murga un escrito da cuenta que el doctor. Rafael Alberto Palomeque, de Buenos Aires, escribió “La familia y sus amistades. Un espíritu singular”, quien antes de fallecer le donó los apuntes inéditos a Arturo Carranza Casares, historiador que hace un tiempo está dedicado a investigar la vida de Manuelita, a la que llama la Infanta Tucumana.


S. Amenta: Manuela Mónica Belgrano. Una vida marcada por la orfandad

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Manuela Mónica Belgrano.

En el título de este trabajo hablo sobre la vida de Manuela Mónica como “una vida marcada por la orfandad”, pienso que es la mejor palabra para definirla, pues siendo muy pequeña falleció su padre al que prácticamente no conoció, y a los cinco años se separó de su madre, a la que nunca volvió a ver, y fue criada por su familia paterna. Para reconstruir la vida de la hija del General Belgrano, o al menos los hechos más destacados, fueron fundamentales el epistolario y algunos documentos que conserva la familia Belgrano. Así también la propia experiencia de Carrasco, quién menciona en su


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primer trabajo sobre el tema, que conoció a los últimos descendientes de la familia materna de Manuela, con quienes ella mantuvo correspondencia hasta sus últimos días. Y antes de concluir esta introducción, me gustaría destacar unas palabras de Carrasco, en donde explica que lo motivó a escribir sobre Manuela. Conocida la parte pública y brillante (que no es siempre la más sincera) de nuestros grandes hombres, tiempo es ya de que empecemos a estudiarlos en detalle, en su vida íntima, por ejemplo, en sus costumbres individuales, despojadas un tanto del oficial aparato con que viéronse a veces obligados a rodearlas. Pero ese estudio no debe ser para revelar las pequeñeces de su grandeza, sino la grandeza moral que hay o pudo haber en sus pequeñeces.3

Belgrano en Tucumán Cuando Belgrano regresa a Tucumán en junio de 1816, la ciudad había cambiado un poco su fisonomía, contaba con unos 5000 habitantes aproximadamente y según narra Lizondo Borda: Parecía ya entonces verdadera ciudad: por las torres de sus cuatro iglesias (La Matriz, San Francisco, La Merced y Santo Domingo); por el edificio del Cabildo, de dos pisos (aunque todavía sin torre); y por las enlucidas fachadas de sus casas coloniales que circulaban la plaza y se corrían por las bocacalles hasta una o dos cuadras. Pero más allá, en el contorno, sólo era una aldea de calles terrosas, casi sin veredas, orilladas de viviendas intermitentes y pobres, donde el techo de teja se codeaba con el techo de paja... Y todas ellas solo ocuparían unas 12 manzanas en torno de la plaza; pues, más lejos, sólo eran trazados de calles con casitas y ranchos aislados, y quintas con sembrados y arboledas frutales… antes del mediodía, por el centro ya el pueblo hormigueaba. Carretillas y carretas tiradas por bueyes recorrían las calles levantando polvareda, o estaban paradas: vendiendo unas, carne, leña, pasto; y las otras, frutos de la campaña, cuando no descargando, frente a las pulperías y tiendas, mercaderías traídas del sur... Al caer la oración empiezan a prenderse las lucecitas del pueblo; y en el centro... [en el contorno de la plaza] varios peones con escalerillas y mechas llameantes, iban por las calles y

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Jacinto Carrasco OP, “Una Vida Ignorada: Manuela Belgrano”; en Ensayos y Rumbos. Año XXIII, Buenos Aires, febrero, marzo, abril, Nº 1, 2, 3, 1924, p.


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las esquinas del centro encendiendo las velas de los pocos faroles de cristal y armaduras de hierro que había entonces... a las diez de la noche, la campana del Cabildo daba la señal de la ‘queda’, y ya nadie circulaba.4

A su llegada encuentra una ciudad alterada, ya que estaba reunido el Congreso que al poco tiempo declararía la Independencia. Belgrano regresaba a reorganizar el ejército, ocupándose de su instrucción y disciplina, y de incorporar nuevos reclutas. Además, pudo reencontrarse con sus amigos, entre ellos el teniente coronel Gerónimo Helguera —a quien mencionaremos más adelante—, que había servido a sus órdenes en la Guerra del Paraguay y acompañó en las batallas de Tucumán y Salta como ayudante. Al instalarse Belgrano en la ciudad, luego de algunos trámites que realiza, consigue que el Cabildo le done un terreno —Oficio del 16 de noviembre de 1816— donde construyó una modesta vivienda, a dos cuadras de La Ciudadela, en el extremo sudeste de la actual Plaza Belgrano”.5

Belgrano conoce a Dolores Helguero Como era costumbre por esos tiempos, en las casas de las familias más importantes de la ciudad se organizaban tertulias, donde asistían vecinos destacados y eran invitados algunos oficiales de las compañías que estaban apostados en la ciudad. Fue así como Belgrano comenzó a frecuentar la casa de los Helguero. Ventura Murga, los define como una “prestigiosa familia tucumana que provenía del sargento mayor Juan Francisco Deheza y Helguero, radicado allí en la primera mitad del s. XVIII”. Don Victoriano 4

Manuel Lizondo Borda, Breve Historia de Tucumán del siglo XVI al siglo XX. Reproducción facsímil de la edición de 1965. Fundación Miguel Lillo. Centro Cultural Alberto Rougés, Colección del Bicentenario Nº 4, Tucumán, 2016, pp. 88-114. 5 Julio P. Ávila, La ciudad arribeña. Tucumán, 1810-1816. Reconstrucción histórica, Tucumán 1912, pp. 415-417; este tema además fue estudiado por Félix Montilla Zavalía en su trabajo “Sitios belgranianos en Tucumán”, publicado en este mismo libro.


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Helguero y doña Manuela Josefa Liendo, eran padres de seis hijos. La segunda era María de los Dolores, que en ese momento tenía 18 años. Ventura además sitúa la casa de la familia Helguero en el solar ubicado en las esquinas noroeste de las actuales calles San Martin y Maipú, y aclara que en 1970 cuando el escribe este trabajo ese solar estaba ocupado por la sucursal del Banco de la Nación.6 Cabe destacar que, en 1981 cuando este pasó a su actual edificio —la misma esquina al sudeste—, funcionó allí por un tiempo Rentas de la Provincia. En esas asiduas visitas nace el romance entre Belgrano y Dolores. Carlos Páez de la Torre (h) dice: Dadas la pequeñez de la aldea y la notoriedad del general, es más que probable que el romance fuese conocido por todos a poco de empezar, y mirado con complacencia. Belgrano era solterón y parecía grato que una tucumana lo hiciera cambiar de estado. Pero los comentarios se convirtieron en escandalizada murmuración en los últimos meses de 1818, cuando fue visible que María de los Dolores estaba embarazada y no se hablaba de boda.7

Según versiones de Carrasco y luego tomadas por Murga, Belgrano había dado formalmente su palabra de casamiento a Dolores. Pero “los trajines de la guerra y la fatalidad se lo impidieron”.8 Belgrano para ese entonces había recibido órdenes de marchar con su ejército a Santa Fe para apoyar al gobierno central que estaba enfrentado con el caudillo Estanislao López. Ante esta situación el padre de Dolores —don Victoriano—, la obligó a casarse con un pariente, Manuel Rivas, con quien tuvo además otros hijos y se radicaron en Londres, Catamarca. Años más tarde Rivas abandonó a su familia, se marchó a Bolivia y no se supo más de él.9 6 Ventura Murga, “Los Afectos de Belgrano”; en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán, nº 3, Tucumán; 1970, p. 69. 7 Carlos Páez de la Torre (h), “La hija tucumana de Belgrano”; De Memoria, en La Gaceta, domingo 20 de julio de 2014, Tucumán, p. 7. 8 Jacinto Carrasco OP, “Los afectos del general Belgrano”; en Revista Ideas. Revista Quincenal de Educación. Año III, Tucumán, enero 15 de 1940, Nº 50; ver además Ventura Murga, “Los Afectos…, pp. 71-74. 9 Carlos Páez de la Torre (h), cit., 7.


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Nacimiento de Manuela Mónica

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En ese tiempo nace su hija, dice Carrasco10 en un artículo que escribe en 1924, Manuela nace en Tucumán en 1818, según sus cálculos, ya que las actas de Bautismo de la Matriz que van desde 1818 a 1828 se habían extraviado. Pero los datos precisos sobre la fecha de su nacimiento se conocieron más tarde a través de un documento firmado por el mismo Manuel Belgrano, quien en una nota al Cabildo de Tucumán del 22 de enero de 1820 —antes de su partida a Buenos Aires— señala que: La cuadra de terreno contenida en la donación que me hizo la muy ilustre Municipalidad y consta de los documentos que anteceden, con todo lo en ella edificado por mí, pertenece por derecho de heredad a mi hija doña Manuela Mónica del Corazón de Jesús, nacida el 4 de mayo de 1819 y bautizada el 7, siendo sus padrinos Manuela y Celestino Liendo.11

Manuela fue bautizada, según el documento que hacemos referencia con el nombre de Manuela Mónica del Corazón de Jesús Rivas, llevando el apellido del esposo de su madre. Fueron sus padrinos su abuela materna María Manuela Liendo de Helguero y su hermano Pedro Celestino Liendo. Mientras tanto, como mencionáramos, Belgrano estaba en Santa Fe. En el mes de abril marcha con sus tropas a la provincia de Córdoba, junto al Río Tercero, estando allí es cuando nace su hija en Tucumán. Desde ese punto solicita dejar el mando de las tropas por cuestiones de salud —según el diagnóstico médico padecía una hidropesía muy avanzada—. En el mes de septiembre se le concede la autorización y entrega el mando a su segundo, el general Francisco Fernández de la Cruz. En ese momento Belgrano en vez de partir a Buenos Aires, a restablecerse de su salud y encontrar una

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Jacinto Carrasco OP, cit., págs. 44, 46. Documento el referido que obra en el Juzgado Civil y Comercial de Tucumán del doctor Próspero Mena, secretaría del escribano Máximo Sánchez, quien el 10 de abril de 1889, lo protocolizó bajo el folio 427; en Arturo Carranza Casares. “La Infanta Tucumana”. Revista del Notariado. Buenos Aires, 1962, p. 11


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mejor atención médica, marchó hacia el norte, primero a la ciudad de Córdoba, escoltado por 25 hombres de su ejército, y luego a Tucumán. Según García Enciso, “lo movía el amor hacia su pequeña hija, a quien todavía no conocía”,12 Manuela tenía ya 5 meses. Existen varias versiones sobre si Belgrano conoció personalmente a su hija o no. Algunos como Carrasco, Murga y García Enciso afirman que si la conoció: Lo real es que la niña le es llevada a Belgrano con frecuencia a su casa, de la que se encarga Crisanta Garmendia de Helguera. Existe la posibilidad de que la niña estuviera al cuidado de sus abuelos maternos, e incluso que viviera —tal como citan algunas fuentes— en la casa de los Garmendia, según referencia dada al canónigo Estanislao Belgrano, albaceas de Manuel.13

Según Páez de la Torre, Manuela fue criada en la casa de la familia Liendo y manifiesta que al parecer: Belgrano no la visitó los cinco meses escasos que estuvo en Tucumán. Según Marcelino de la Rosa, esposo de Gertrudis Liendo, el general consideraba que ‘no debía, por moralidad y por el rango que ocupa, preguntar directamente por su hija, aunque se dirigiese a un amigo íntimo’. Escribía a diario, desde la Ciudadela, al padrino Pedro Celestino, requiriendo datos de la niña.14

Belgrano permaneció en Tucumán desde septiembre de 1819, pero al poco tiempo soportó los atropellos del golpe armado de Abraham González. Carrasco narra que las últimas semanas que pasó Belgrano en Tucumán fueron muy tristes. Vivía en un aislamiento casi absoluto y muy pobre, veía a pocos amigos, uno de ellos José Celedonio Balbín, a quien un día le manifestó: “Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento; pero han sido aquí tan ingratos conmigo, que he determinado irme a morir a Buenos 12 Isaías José García Enciso, Manuela Belgrano la hija del General. Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2003, p. 95. 13 Judith Figueroa Larraín, Boletín del Instituto Belgraniano de General Sarmiento, Año I, Nº 3, San Miguel, Buenos Aires, octubre de 1992; citado en Isaías García Enciso, cit., p. 96. 14 Carlos Páez de la Torre (h), cit., p. 7.


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Aires!”.15 Los primeros días de febrero de 1820, empobrecido y muy enfermo regresa a Buenos Aires gracias a la ayuda económica que le brinda su amigo Balbín. Siguiendo los escritos de Carrasco y Murga —quienes afirman que Belgrano conoció a su hija— narran el hondo pesar que le causaba el despedirse de su hijita:

Es fácil imaginar la escena de la despedida del general, de su hijita a la que no volvería a ver más sobre la tierra. La víspera de la partida, postrado en cama, como estaba, hizo que se la llevaran por la noche para acariciarla por última vez. Fue una escena que poquísimos amigos presenciaron y, huelga decir, todos con lágrimas en los ojos.16

Una de las personas que acompañan a Belgrano en este fue el teniente coronel Gerónimo Helguera, este había acompañado al general en varias campañas militares, entre ellos había una gran amistad. Belgrano fue padrino de casamiento en su boda con Crisanta Garmendia, además le encomendó particularmente que “velara por su hija y por su madre Dolores Helguero” y según menciona García Enciso que durante la última permanencia de Belgrano en Tucumán para conocer a su hija fueron Helguera y su esposa Crisanta quienes le llevaban a Manuela a la casa para que disfrute de su compañía.17 Desde la costa de San Isidro en Buenos Aires, Belgrano escribe una carta a su amigo Pedro Celestino Liendo, tío abuelo y padrino de bautismo de Manuela, fechada el 2 de abril. Sobre esta carta hay dos versiones una de Páez de la Torre, en esta Belgrano trata a Liendo y su esposa como “cumpa” y “cuma”, y se refiere a Manuela como “mi ahijada” y les manifiesta que “no dejen de darme noticias de mi ahijadita; ustedes pueden imaginarse cuanto debe interesarme su salud y bienestar en todo aspecto”.18 En la otra versión escrita por García Enciso19 dice con afectuoso trato “mi muy 15

Jacinto Carrasco OP, cit. Ibídem, y Ventura Murga, cit., p. 75. 17 Isaías García Enciso, cit., pp. 107-109. 18 Carlos Páez de la Torre (h), cit., p. 7. 19 Isaías García Enciso, cit., p. 97. 16


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querido cumpa”, tras darle noticias de su estado de salud le pide información sobre su hijita”.20

Muerte y Testamento de Belgrano Desde San Isidro Belgrano se dirige a la ciudad de Buenos Aires a descansar en su casa paterna, esta estaba ubicada muy cerca del convento de Santo Domingo, allí el 20 de junio fallecía. Antes de su fallecimiento nombró por albacea y único heredero a su hermano el canónigo Domingo Estanislao Belgrano, y le dio instrucciones para que, “una vez pagadas sus deudas, destine el dinero restante que le debía el Estado, y otras acreencias, a la crianza y educación de su hija, hasta que esta se casara”.21 El canónigo pensó que su hermano Miguel José Belgrano, director del Colegio de Ciencias Morales, era el indicado para ocuparse de la educación de Manuela. Le escribe una carta fechada el 15 de julio de 1824, donde le indica que debe aplicar los créditos dejados por Manuel, incluidos los réditos de los cuarenta mil pesos recibidos por las victorias de Tucumán y Salta, a la educación física y moral, mantenimiento y vestuario de la niña doña Manuela que tiene cinco años y reside en Tucumán con doña María Dolores Helguero y Liendo.22

Miguel falleció al poco tiempo sin poder cumplir con este pedido, por lo que este mandato pasa a su otro hermano Joaquín Cayetano Lorenzo.

20 Fechada en “Costa de San Isidro”, original en el archivo de la familia Belgrano en Olavarría (Provincia de Buenos Aires). 21 Isaías García Enciso, cit., pp. 98-99. 22 Ibídem, p. 101.


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Manuela es llevada a Buenos Aires

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Cumpliendo con la voluntad de Manuel Belgrano, su familia se hace cargo de su hija. Comienzan los trámites para su viaje a Buenos Aires, el encargado de la organización del traslado de la niña es el teniente coronel Gerónimo Helguera —amigo del General—, a quien mencioné en párrafos anteriores. Éste entregó a Dolores la suma de sesenta y ochos pesos, destinados “el avío y demás gastos que demanda la marcha de su hija Manuelita a Buenos Aires”. Existe un recibo en poder de la familia Belgrano, firmado por la recepción del dinero con fecha 20 de noviembre de 1825. La niña fue al cuidado de doña Francisca Mansilla, quien vivía en Santos Lugares y quien la entregará en Buenos Aires a su tía Juana Belgrano.23 Sin duda ese momento de la despedida entre Dolores y Manuela fue muy triste, ya que sabía que no volvería a ver a su hija de cinco años, pero consideraba que era lo mejor para la vida de esta y su educación. Acompañaron a Dolores a la estación de diligencias el matrimonio Helguera. En Buenos Aires la esperaban Juana, casada en segundas nupcias con Francisco Chas Pombo; su tío y tutor Joaquín Belgrano, y su prima Flora Ramos Belgrano. Esta última la acompañaría toda su vida.24 Manuela, a pesar de no haber regresado nunca más a Tucumán, siempre mantuvo el vínculo a través de la correspondencia con su prima Gertrudis de la Rosa y los hermanos de ésta, Dorila, Marcelino y Wellington, todos ellos hijos de Marcelino de la Rosa — hombre de destacada actuación pública en Tucumán— y su esposa Gertrudis Liendo. Esta era hija de don Pedro Celestino Liendo, padrino de bautismo de Manuela Mónica y hermano de la madre de Dolores Helguero. Esto explica que Manuelita, en sus cartas desde Buenos Aires con don Marcelino de la Rosa, le llamaba “mi estimado primo”. Este conoció de cerca muchos pormenores de la

23

Jacinto Carrasco OP, cit.; ver además Isaías José García Enciso, cit., p. 105. Isaías García Enciso. cit., p. 114.

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infancia de Manuela y por boca de su suegro, don Pedro Celestino, se informó de la vida sentimental de Manuel Belgrano.25

Manuela y su vida en Buenos Aires Manuela vivió con sus tíos y primos. Realizó su educación inicial con distintos maestros que concurrían a la casona de los Belgrano, y luego con otros profesores que completaron su segunda enseñanza, que incluía el estudio de la música y los idiomas inglés y francés, a los que agregaría más tarde el portugués.26 El doctor Palomeque27 habla del parecido de Manuelita con su padre a través de una anécdota que contaba: “en una carta ella misma relató cierta vez que el señor Rivadavia me colocaba siempre debajo de ese retrato (de Belgrano) para admirar la semejanza que tenía yo con mi padre”.28 Aclara Murga que debía tratarse, sin duda, del retrato que figuró en la colección de don Prudencio Guerrico y que había pertenecido a Rivadavia. Este le había otorgado una pensión de 39 pesos mensuales a Manuelita, que le fue retirada más tarde por Rosas. En junio de 1848, Manuela sufre una nueva pérdida, la muerte de su tío Joaquín Belgrano, lo que le produjo un gran pesar, ya que este había cumplido, hasta entonces el rol de padre para ella. En su testamento le deja una casa en la calle Victoria. A fines de 1848, según Murga y Cutolo, teniendo Manuela 29 años habría viajado a Montevideo, desde donde se carteó con familiares y amigos y con su sobrino Ignacio Álvarez Thomas, hijo de su prima Carmen Ramos, quien describe a Manuela como “un dechado de virtudes, tan semejantes en fisonomía a su padre como en la dulzura del carácter”.29 25

Ventura Murga, cit., p. 71. Isaías García Enciso, cit., p.118. 27 Rafael Alberto Palomeque, “La familia y sus amistades. Un espíritu singular” Citado por Ventura Murga, cit., p. 76. 28 Ventura Murga, cit., p. 77. 29 Ibídem, p. 77; ver además: Vicente O. Cutolo, Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, T. I, Buenos Aires, 1968, pp. 395-396. 26


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Manuela mantiene una fluida correspondencia con sus familiares, muchas de las cartas se encuentran en poder de sus descendientes, en estas da muestra de su “natural modestia, su sencillez y por momentos su tristeza. Algunas páginas de sus cartas llevan un sello de aguas con la imagen de la Virgen de las Mercedes”.30

Su casamiento y descendencia El 30 de mayo de 1853 Manuela se casó con Manuel Vega y Belgrano, hijo de Claudio Vega y Josefa Belgrano. Había nacido en la provincia de Buenos Aires en 1813. Era un hombre de empresa y fue pionero en el pueblo de Azul, Buenos Aires, donde ocupó cargos públicos y tenía negocios y propiedades.31 Recién casados, residen por poco tiempo en una casa situada en la calle Venezuela 422, y luego se trasladan a la calle Potosí (hoy Alsina) 376. Los acompañará su prima Flora Ramos Belgrano, a la que llamaban cariñosamente “mamá Señora” (hija de Juana Belgrano que la había criado) y su hijo Luis.32 Ambos vivirán siempre junto a la familia Vega-Belgrano y serán de gran ayuda y compañía a Manuela, ya que su esposo residía la mayor parte del tiempo, encargándose de sus distintas actividades, en Azul. El 9 de mayo de 1854 nace su primera hija, Flora. Su madrina de bautismo fue, Juana María Belgrano, casada con Pedro Hernández y como estos no tenían hijos canalizaron su cariño en su ahijada. Esta la llamaba “ña Josefa”. El 20 de noviembre de 1857, nace Manuel Félix, segundo hijo. Fueron sus padrinos Francisco Chas Belgrano y su mujer Catalina Salas. Al año siguiente, el 2 de diciembre de 1958 nacería Carlos Manuel Silvano.33 Aunque algunos autores señalan que el matrimonio solo tuvo tres hijos, García Enciso menciona una cuarta hija nacida el 30 de

30

Isaías García Enciso, cit., p. 120. Ventura Murga, cit., p. 78. 32 Isaías García Enciso, cit., pp. 144-145. 33 Ibídem, pp. 146-147. 31


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julio de 1862, Máxima Josefa del Corazón de Jesús, “Pepita”. La niña tuvo problemas respiratorios y necesitaba de muchos cuidados, pero a pesar del gran esfuerzo y dedicación de su madre, falleció el 1 de agosto de 1864, con apenas dos años. A través de distintas cartas escritas por la misma Manuela a su esposo cuando estaba en Azul y luego por su hija Florita, podemos reconstruir parte de la vida cotidiana de la familia. Por ejemplo, en una carta fechada en Buenos Aires, el 4 de mayo de 1860, Manuela le comenta a su esposo en Azul, que toda la familia está bien y que Carlitos, el hijo menor, aún no camina solo a pesar de tener ya 17 meses, pero que es muy hablador. En otra comenta que Florita, de ocho años, ha mudado su cama a la habitación de “Mamá señora”. Además, le narra el problema de salud de Pepita, entre otras cosas. Existen otras cartas, las de Florita a su padre, por las que nos enteramos, por ejemplo, de que Manuela “ha hecho fotografiar a todos los hermanitos y que mandará las fotografías a Azul”; también le cuenta que “su mamá los disfrazará para el Carnaval, y que Manolito, su hermano, aprendió el abecedario y ya deletrea, al tiempo que ella está estudiando francés y gramática”.34 Manuela, como mencionáramos anteriormente, nunca dejó de escribirse con sus parientes maternos de Tucumán, por quienes conservó un gran cariño. Las cartas la heredaron las hijas, Gertrudis de la Rosa de Peña y Dorila de la Rosa, que fallecieron sin dejar descendencia. Por lo que los papeles pasaron a las manos de Elena Acuña, una salteña criada en la casa, y que poseía además valiosos retratos de familia. Esta última murió soltera y así se perdió todo rastro de la documentación, quizás definitivamente. El único que pudo ver esas cartas y trascribir algunas de ellas fue fray. Jacinto Carrasco, quien pudo conocer a Gertrudis y Dorila, y consultó ese repositorio y recibió de ellas las versiones familiares. Esta investigación fue volcada por el historiador en un par de artículos siendo el pionero en escribir sobre Manuela.

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Isaías García Enciso, cit., pp. 147-148.


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Carrasco narra que, en 1924, Gertrudis de la Rosa de Peña en Tucumán, sobrina de Manuelita,

ha tenido la gentileza de poner en mis manos algunas cartas de su tía y del esposo de ésta, don Manuel Vega además me puso esa cruz a su vista, con lágrimas en los ojos y le añadió muchos recuerdos de la Infanta. Posee también dicha señora un retrato de Manuelita.35

El retrato al que se hace mención Carrasco quizás es el que señala García Enciso en su libro, “que es el retrato al óleo que Prilidiano Pueyrredón le hiciera en Buenos Aires y que Manuela enviara a su madre, y que, a la muerte de esta pasó al poder de don Marcelino de la Rosa”.36 Carrasco además menciona que Manuelita no disfrutó nunca de buena salud. Eso podía aparecer en sus cartas como, por ejemplo, una que escribe desde la cama dejando ver un “sentimiento tan hondamente resignado y cristiano”, fechada el 2 de octubre de 1865 dirigida a Marcelino de la Rosa: Estas letras se las escribo a usted de espalda —dice en una—; hace nueve meses hoy que estoy padeciendo; pero hace unos ocho días que parece que Dios quiere tener piedad de mí. El dr. Bárcena le entregará a Ud, o se la hará entregar por otra persona, una encomienda para que tenga Ud la bondad de remitírsela con seguridad a Billada (…); dentro de la encomienda va para Gertrudis un “Ecce Homo”,37 para que me encomiende a Dios.38

Esto demuestra que nunca se levantó de su cama ya que a los pocos meses falleció. Tal como lo manifiesta otra carta que transcribe Carrasco en su trabajo, fechada en febrero del año siguiente, que le dirige su esposo don Manuel Vega a don Marcelino:

35

Jacinto Carrasco OP, cit., pp. 44-46. Isaías García Enciso, cit., 155. 37 Carrasco manifestó que, en ese momento, existía aún en poder de dicha señora de Peña. 38 Fray. Jacinto Carrasco OP, cit., “Una Vida Ignorada..., p. 45. 36


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Sr. Don Marcelino de la Rosa, Tucumán Buenos Aires, febrero 9 de 1866 Muy estimado amigo: Muy triste le será a Ud y a su familia la lectura de esta carta, que tengo que comunicarle, en medio de mi dolor, el fallecimiento de mi pobre Manuela. Después de un año de estar postrada, sufriendo todo cuanto usted puede imaginarse de doloroso y cruel, concluyó el día 5 del presente a las 7 y medio de la mañana, dejándome un vacio imposible de llenar, porque puedo decir solo que, además de todas las bellas dotes con que Dios la había favorecido, era el modelo más cumplido de las esposas y de las madres. Su estimable del 10 de diciembre llegó a su poder, y quedó la pobrecita muy complacida al hacerla leer, porque ya no podía hacerlo por sí misma [...] [...] Por ahora me limito a contestar respecto al retrato que Ud le pedía. No hay ninguno de ella; pero confío que Ud tomará el mayor interés en enviarme uno que ella mandó a la señora Dolores, su finada madre, y que naturalmente debe existir en alguien de la familia; por ése y con un bosquejo que apenas pudo sacarse cuando ya está muy avanzada su enfermedad, puedo hacer sacar uno al óleo y de este tomar fotografías para enviarles a la familia; espero que Ud me hará este favor, que se lo pido con encarecimiento [...] [...] Con tantos cariños de mis hijos y míos para su señora y las niñas, me despido de Ud como amigo y servidor Q.B.S.M. Manuel Vega 39

Manuela falleció acompañada por su familia, el 5 de febrero de 1866, a las siete y media de la mañana, luego de estar postrada por más de un año. Años más tarde su hijo Carlos —que entonces era un niño— relataría que “había sido retirado a una habitación para evitar que presenciara el velorio, pero que él se escapó y, desde detrás de una columna del patio de la casa, pudo ver el ataúd de su madre”. El día 6 el cortejo fúnebre condujo sus restos mortales al cementerio de La Recoleta, donde fueron inhumados.40

39

Ibídem, cit., p. 46. Esta carta luego es citada por otros autores. El archivo del enterratorio registra su ingreso escuetamente con la siguiente leyenda: Manuela Mónica Belgrano, argentina, casada de 48 años, es inhumada en la bóveda sección EG (enterratorio general)”. Al año del deceso, 26.1.1867, Manuel Vega y Belgrano amplía dicha bóveda agregándole la capilla. A su vez el 19.10 1880, Carlos Vega Belgrano, el hijo menor del matrimonio, amplía la bóveda —ubicada en la sección quinta—, en la que deposita los restos de sus padres y de sus hermanos, bóveda que aún conserva la familia, al cuidado 40


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Al morir Manuela dejaba huérfanos a Florita, de doce años, Manuelito, de nueve, y Carlitos, de siete años, los que quedaron al cuidado de su padre y de “mamá Señora”. En otra epístola que escribe Manuel Vega, fechada el 6 de marzo de 1873 a Marcelino de la Rosa, le pide que le enviara todas las cartas que tenga sobre el General y en las que haga mención a Manuelita. Este le responde: Por lo que hace a la adquisición de algunas cartas [...] debo decirle que la única carta que se encontró entre los papeles de la familia de mi esposa (Gertrudis Liendo), fue una que se la remití a su finada esposa, la cual debe encontrarse entre sus papeles. Esa carta la dirigió el general cuando se marchó de aquí para esa, desde el camino, datada no recuerdo si de Arrecifes o San Nicolás de los Arroyos, a su amigo Pedro Celestino Liendo (padre de doña Gertrudis). En esa carta le pedía noticia de la niña, y esa niña era su esposa [...] [...] El General, como Ud comprenderá muy bien no debía por moralidad y por el rango que ocupaba preguntar directamente por su hija, aunque se dirigiese a un amigo intimo. Mi esposa me dice que ella ha alcanzado a ver muchísimas cartas dirigidas diariamente de la Ciudadela por el general a su padre Pedro Celestino Liendo, averiguando por la salud de la niñita, o de “su palomita”; como él la llamaba. Todas esas cartas fueron destruidas, y la única que mi esposa conservó fue la que remití a mi finada prima.41

Los hijos y descendientes de Manuela Mónica Luego del fallecimiento de Manuela, le toca a su esposo tomar algunas medidas para reorganizar la vida familiar. Cuenta con el apoyo de la tía Flora, que vivía con ellos, como mencionáramos. Dispone que sus hijos varones se incorporen al Seminario inglés como alumnos internos, de donde saldrían los domingos a pasar el día en la casa familiar. Flora, la hija mayor, a pesar de su corta del doctor Luis Belgrano y de su hermana Elisa, ambos tataranietos del general Belgrano; en Isaías García Enciso. cit., ps. 165-166. 41 Carta de don Marcelino a don Manuel Vega, 6.3.1873, que se encuentra en el Archivo familiar; citada por Jacinto Carrasco OP, cit.


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edad, se hizo cargo de la casa, junto a su tía, y mantenía informado de todas las novedades de la casa y de sus hermanos —a través de cartas— a su padre que residía la mayor parte del tiempo en Azul. A partir de 1874, con la llegada del ferrocarril a esa ciudad, Manuel puede viajar con más frecuencia a Buenos Aires a ver a sus hijos. En 1884 fallece Manuel Vega Belgrano, unos años antes Flora se había casado con Juan Carlos Belgrano y de este matrimonio nacen tres niños: Manuel, Néstor y Mario. Flora, fue la única hija de Manuela que tuvo descendientes, y que se proyectaron hasta nuestros días. Manuel y Carlos permanecieron solteros y este último murió a los 70 años.42

Filiación de Manuela A pesar que Manuela fue anotada en su bautismo, como lo mencionáramos, con el apellido Rivas, ella siempre firmó como Belgrano; pues, siempre supo que era la hija de Manuel Belgrano al igual que toda la familia del prócer, quienes la cuidaron y educaron. Fue recién después de su muerte que su esposo debía incluir en la sucesión el inmueble que tenía en San Miguel de Tucumán, y es por ello que debió sustanciar una información testimonial canónica mediante la cual se determinó su filiación. Este tema se origina, además al fallecer Manuela, ya que, entre otros bienes propios, se encontraba el terreno y la casa que había edificado Belgrano en Tucumán en La Ciudadela. Un pleito surge entonces, al fallecer Dolores, su madre, con los otros hijos de Rivas, quienes consideraban que ellos también tenían derecho sobre la propiedad. Pero Dolores había sido muy clara siempre, haciendo saber que la propiedad y la casa le pertenecían a Manuela, ya que su padre le había dejado a ella.43 El primer documento que existe con respecto a la filiación —que ya fue mencionado anteriormente— es la nota que envía Belgrano

42

Isaías García Enciso. cit., p. 203. Ibídem, p. 167.

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al Cabildo haciendo constar que el terreno y la casa ahí construida pertenecían a Manuela Mónica. En el escrito de Carrasco menciona que cuando Belgrano llega a Buenos Aires, antes de morir le encarga verbalmente a su hermano el canónigo Domingo Estanislao Belgrano que le eduque su hijita, “que ha dejado en Tucumán como de año y medio.44 Otro documento sobre la paternidad de Belgrano, se encuentra en el testamento realizado en 1848 por Joaquín Belgrano, hermano del General, quien cuida de ella y le deja una valiosa propiedad en Buenos Aires, en la calle Victoria, “a favor de mi sobrina doña Manuela Belgrano, hija de mi hermano Manuel Belgrano.45 En 1872 Manuel Vega Belgrano, pidió que se substanciara en Tucumán una información testimonial canónica, para ello le otorga un poder a don Prudencio Santillán, vecino de Tucumán, para que gestionara ante el vicario foráneo Tiburcio López el procedimiento que acreditara la filiación y la fecha de nacimiento en Tucumán de Manuela Mónica.46 Sobre este mismo tema Carrasco da otros detalles sobre el año de nacimiento de Manuela, y dice que la familia desde Buenos Aires realizó distintas gestiones para munirse del documento que verificase su fecha de nacimiento. Narra Carrasco que el doctor Mario Belgrano, nieto de Manuelita, le decía en una carta que le había escrito hace tiempo: Autorizado por mi abuelo, Manuel Vega y Belgrano, don Prudencio Santillán realizó en Tucumán en 1872 las diligencias del caso para averiguar la fecha del nacimiento de su esposa. El señor Santillán se dirige al Vicario Foráneo y expone: “que no existe en esta Curia los Libros Parroquias desde el año 1818 hasta 1828 dentro de cuya época nació ésta (Manuela Belgrano), vengo ante V Señoría a pedir sean examinados los testigos que presentaré con arreglo al interrogatorio que en debida forma acompaño, etc.” [...] Los puntos 3 y 4 del Interrogatorio se dedican a averiguar si los testigos “saben o han iodo decir en el día y año en que nació”, y quienes fueron

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Jacinto Carrasco OP, cit. Carlos Páez de la Torre (h), cit., p.7. 46 Isaías García Enciso, cit., p. 167. 45


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sus padrinos; declaren, si saben quién la mandó llevar a Buenos Aires, y en el año que esto sucedió; digan más o menos la edad que tendría la niña en esa época. [...] Doña Cornelia Muñecas declara, que el día de su nacimiento ignora, que el día de su nacimiento ignora, que cree fue nacida del año 17 al 19; y que ignora también quienes fueron sus padrinos de bautismo; que la mandó llevar doña Juana Belgrano; que ignora el año en que la hicieron llevar; que dicha doña Manuela a tendría en ese entonces como diez años. – Doña Juana Mur ignora los datos solicitados. – Don Marcelino de la Rosa (el “primo”, como hemos visto le llamaba Manuelita) declara: que le ha oído decir a su suegro que doña Manuela M. Belgrano nació el año 19; que ignora el día, y que padrinos fueron el suegro del declarante, don Celestino Liendo, y doña Manuela Liendo; que sabe, porque le ha oído a su suegra, que la hizo llevar el canónigo Belgrano, hermano del general, según él cree; que esto tendría lugar del año 25 al 26; que tendría entonces esta niña de 6 a 7 años. [...] En carta del canónigo Belgrano (continua el Dr. Mario) el 15 de junio de 1824, a su hermano Miguel que se casó en segundas nupcias con Flora Ramos, le dice que después de pagar unas deudas de su hermano Manuel, destine el sobrante de los fondos de un rédito que se le adeuda al general, ‘en la educación física y moral, y en el mantenimiento de vestuario de la niña doña Manuela M., que se halla en la edad de cinco años. [...] Poseo también una carta, fechada en Santos Lugares en enero 14 de 1826, y escrita por Francisca Mansilla, solicitando de doña Juana Belgrano el pago de los gastos que ha que ha realizado el conducir a Buenos Aires a Manuela Belgrano… [...] Me ha parecido que estos datos tienen una importancia grande para fijar la fecha aproximativa del año del nacimiento de mi abuela. La carta del canónigo Belgrano es realmente interesante.47

Por fin la actuación canónica culmina con un documento firmado por Prudencio Santillán y fechado en Tucumán el 7 de marzo de 1872 y más tarde certificado por el cura rector de la Catedral Metropolitana en Buenos Aires, don José Santillán con fecha 9 de diciembre de 1872. Seguramente hasta entonces no se había dado con la nota que Belgrano había enviado al Cabildo, como se mencionara anterior-

47

Jacinto Carrasco OP, cit., pp. 44-46; Ver además para este tema Isaías García Enciso, cit., pp. 166-172.


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mente, donde dice la fecha exacta de su nacimiento. Según Arturo Carranza Casares manifiesta que “este documento obra en el Juzgado Civil y Comercial de Tucumán del doctor Próspero Mena, secretaría del escribano Máximo Sánchez, quien el 10 de abril de 1889, lo protocolizó bajo el folio 427”.48

Conclusión En el trabajo de Carrasco “Una Vida Ignorada: Manuela Belgrano” dice unas sentidas palabras hablando de su muerte: [...] Se extinguía humilde y dolorosamente la vida de la hija del general don Manuel Belgrano, su existencia toda, completamente ignorada de la historia. [...] Nadie supo las virtudes silenciosas que practicó, ya como esposa, ya como madre; y su recuerdo, especie de perfume sagrado, no ha trascendido jamás del círculo reducido de sus legítimos descendientes.49

Cuando Carrasco escribió esta nota, realmente Manuela era una persona que permanecía en el anonimato; pero luego de estos artículos, otros historiadores tomaron cuenta de la persona de Manuela. Hoy mi aporte es compilar lo expresado por todos ellos sobre la hija del general Manuel Belgrano y resaltar, especialmente, el trabajo de Carrasco. Gracias a estos historiadores, hoy podemos valorar la vida de Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano, quien, a pensar de sus orfandades, pudo construir una familia que aún perdura en sus descendientes.

Bibliografía Ávila, Julio P. (1912), La ciudad arribeña. Tucumán, 1810-1816.Reconstrucción histórica. Tucumán.

48 Arturo Carranza Casares. “La Infanta Tucumana”, en Revista del Notariado. Buenos Aires, 1962, p. 7. 49 Jacinto Carrasco OP, “Una vida Ignorada: Manuela Belgrano”, p. 44.


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Carranza Casares, Arturo. La Infanta Tucumana. Revista del Notariado. Buenos Aires, 1962, ps. 5-11. Carrasco, Fray. Jacinto OP (1924), “Una vida Ignorada: Manuela Belgrano”; en Ensayos y Rumbos. Año XXIII, Buenos Aires, febrero, marzo, abril, Nº 1, 2,3, ps. 44-46. ——— (1939), “Una vida ignorada. Manuela Belgrano. Tucumán 1818-1866 Buenos Aires”; en Revista Ideas, Revista Quincenal de Educación, Nº 46. ——— (1940), “Los afectos del general Belgrano”; en Revista Ideas. Año III, Tucumán, enero 15 de 1940, Nº 50, s/p. Cutolo Vicente Osvaldo (1968), Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, T.I, Buenos Aires, pp. 395-396. Dichiara de Altamirano, Martha. “La escuela de Belgrano en Tucumán”, en diario La Gaceta de Tucumán, 23.9.1979. Figueroa Larraín, Judith (1992), Boletín del Instituto Belgraniano de General Sarmiento, Año I, Nº 3, San Miguel, Buenos Aires, octubre. García Enciso, Isaías José (2003). Manuela Belgrano la hija del General. Ed. Sudamericana, Buenos Aires. Lizondo Borda, Manuel (2016). Breve Historia de Tucumán del siglo XVI al siglo XX. Reproducción facsímil de la edición de 1965. Centro Cultural Alberto Rougés, Fundación Miguel Lillo Colección del Bicentenario Nº 4, Tucumán. Murga, Ventura (1970), “Los afectos de Belgrano”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán. Nº 3, Tucumán; 1970, pp. 67-80. ——— (1979), “Los Helguero. Genealogía” en Revista Genealogía, Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Nº 18, Buenos Aires, pp. 223-228. Páez de la Torre (h), Carlos. “La hija tucumana de Belgrano”; en “De Memoria”, La Gaceta, 20 de julio de 2014, Tucumán, p. 7. Yanicelli, Luis Horacio, “Manuela Mónica Belgrano, hija del General - bicentenario de su natalicio, por 4 de mayo de 2019. https://pt-br.facebook. com/notes/luis-horacio-yanicelli/manuela-monica-belgrano-hija-del-general-bicentenario-de-su-natalicio-por-luis- h/2649620491719542/?comment_ id=2544488245596936 [https://es.wikipedia.org/wiki/Ecce_homo


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C. Páez de la Torre (h): Dos siglos, la Batalla de Salta

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siglos, la

Batalla

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l 24 de septiembre de 1812, en el Campo de las Carreras de Tucumán, el general Manuel Belgrano, con los 1.800 hombres mal armados del Ejército Auxiliar de las Provincias Interiores, conocido como “Ejército del Norte”, detuvo el que parecía triunfal avance del Ejército de Vanguardia del Alto Perú, que obedecía al rey de España. Esa fuerza, compuesta por 3.000 soldados veteranos, se dirigía al interior de las Provincias Unidas resuelto a someterlo. El jefe realista, brigadier Pío de Tristán —primo del comandante supremo, José Manuel de Goyeneche— no aceptó la intimación de rendirse en Tucumán. Pero debió retirarse hacia Salta luego de haber dejado en el campo de batalla 453 muertos, 626 prisioneros, 7 cañones y todo su bagaje de municiones, víveres y dinero, además de 3 banderas y 2 estandartes.

1 Carlos Páez de la Torre (h). Este artículo, fue escrito especialmente por el autor para el libro, inédito, Salta 1813, La batalla del campo de Castañares, en colaboración con Sara Peña de Bascary, Tucumán, junio 2013. 2 Carlos Páez de la Torre (h) (1940-2020). Abogado, historiador, Miembro de Número Fundador de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán, Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia. Autor de numerosos libros. Falleció en Tucumán el 26 de marzo de 2020. La Junta de Estudios Históricos de Tucumán publica este artículo póstumo en homenaje a su memoria.


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General Manuel Belgrano. Grabado.


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Así, la fuerza patriota, reforzada por las milicias tucumanas, jujeñas y salteñas, obtuvo una victoria inesperada, ya que Belgrano había hecho pie en Tucumán desobedeciendo la orden de retirarse hasta Córdoba. Con su triunfo, desbarataba el plan de Goyeneche, que aspiraba a ocupar todo el norte del ex Virreinato y conectarse desde allí con las fuerzas realistas de Montevideo. El feliz suceso, además, repercute con fuerza en Buenos Aires. La noticia llega el 5 de octubre. El 8, un golpe de Estado derroca al Primer Triunvirato y a la Asamblea General Legislativa. Se constituye el Segundo Triunvirato que convoca, el 24, a elegir una nueva Asamblea: se formará a comienzos del año siguiente y habrá de pasar justificadamente a la historia por sus decisiones.

Persiguiendo a Tristán En Tucumán, el victorioso Belgrano no pierde el tiempo. Ni bien inicia el derrotado Tristán su contramarcha, destaca fuerzas para perseguirlo. Envía una columna de 600 hombres, al mando del coronel Eustoquio Díaz Vélez. Formaban en ella los “Decididos de Salta” y milicianos de Tucumán. Afirma el historiador Bernardo Frías que en la persecución cooperaba el hostigamiento de propietarios patriotas de la campaña salteña, como los Gorriti, los Saravia y los Latorre, cuyos jinetes atacaban las partidas realistas y tenían al ejército del monarca en constante zozobra. Una vez que Tristán cruzó el rio Pasaje, el coronel Díaz Vélez resolvió interrumpir el acoso y apresurarse para llegar a Salta antes que los realistas. Usó el camino de herradura que iba por las montañas y caía al valle de Lerma por el fragoso sendero de la Cuesta de la Pedrera. En ese momento, la ciudad de Salta había vuelto brevemente a poder de los patriotas, gracias a Juan Antonio Álvarez de Arenales. La vanguardia de Díaz Vélez, al mando de Cornelio Zelaya, batió una partida realista en el río Las Piedras, el 30 de septiembre; entró a Salta el 15 de octubre y siguió rumbo a Jujuy, buscando apoderarse de esa ciudad poco guarnecida, donde existían impor-


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tantes depósitos de municiones y de dinero del Rey. Pero el ataque fue repelido y Zelaya debió contramarchar a Salta. Poco después, arribó a esa ciudad Díaz Vélez con sus soldados. Pero sólo pudo permanecer un par de días. Ya llegaba Tristán con el grueso del ejército y, luego de un tiroteo con sus avanzadas —y una fuerte escaramuza en el paraje de El Bañado— Díaz Vélez regresó a Tucumán y unió sus fuerzas a las de Belgrano.

Preparativos en Tucumán Los meses siguientes del Ejército del Norte en su campamento de Tucumán, transcurrieron en un clima de tensión, por varias razones. Ocurría que Belgrano aspiraba a marchar lo más pronto posible sobre Salta, pero no podía hacerlo si no reforzaba sus tropas. Logró que el gobierno le enviara desde Buenos Aires unos 800 hombres pertenecientes a los regimientos 1 y 2 de Patricios, además de varias remesas de armamento y vestuario, como también dinero. Este último distó de cancelar la larga deuda de sueldos, pero por lo menos la tropa impaga recibió algo a cuenta. Los fondos se administraban bajo la más severa economía, por medio de una Comisión de Hacienda, que presidía Francisco de Gurruchaga. Contando los Patricios y el resultado de la recluta, a fines de diciembre de 1812 el Ejército de Belgrano tenía una fuerza efectiva de 3.000 hombres. Eran sometidos a un constante adiestramiento: era urgente, por ejemplo, que se familiarizaran con el uso de la lanza y del sable, que la mayoría de ellos despreciaba. La cantidad de soldados equipados e instruidos, distaba de constituir el único problema. Era consciente Belgrano de la escasa disciplina que caracterizaba a sus oficiales. Eso le suscitó problemas serios. En sus “Memorias”, el entonces teniente José María Paz narraba varios de ellos, con cierto detalle. También asoman en la correspondencia oficial de Belgrano. Vale la pena revisarlos.


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Contra Moldes

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En primer lugar, la infantería empezó a sostener públicamente que la victoria del 24 se debía a esa arma, y a denostar a la caballería. El teniente coronel Manuel Dorrego y el capitán Carlos Forest eran los resueltos sostenedores de tal postura. La caballería, por su parte, con su jefe, el teniente coronel Juan Ramón Balcarce, afirmaba que las cosas ocurrieron exactamente al revés. A esta desavenencia se sumó muy pronto otra. Sucedió que Belgrano quiso reconocer los méritos del coronel salteño José Moldes, por haber actuado con gran distinción en la batalla, y lo designó Inspector General de Infantería y Caballería. Los oficiales se erizaron. Moldes era hombre muy enérgico y severo: así lo había demostrado como segundo jefe del Ejército, en tiempos en que lo mandaba Juan Martín de Pueyrredón. Acordaron entonces pedir al general la separación de Moldes. Una comisión —que integraban Balcarce, Forest y otros oficiales— se presentó un domingo a la siesta a la casa de Belgrano, para exponer el requerimiento. Era casi un motín: habían acuartelado los cuerpos, salvo la artillería, cuyos soldados llevaron a hacer ruidosos ejercicios justamente frente a la casa del general, a esa hora. Según la tradición, Belgrano se alojaba en la vivienda con altillo (que después perteneció a los Padilla-Nougués), ubicada en el actual solar del ex cine Plaza.

Contra Balcarce Belgrano, dice Paz, tuvo que “devorar en secreto tan cruel desaire”. Pero como estaba enterado, desde dos horas antes, de la situación, hizo confeccionar una renuncia de Moldes, y la tenía lista cuando tocaron su puerta los oficiales. Les dijo que existiendo la dimisión, el requerimiento no tenía sentido. Moldes quedó profundamente despechado. Volvería a esa ciudad en 1816, elegido diputado de Salta al Congreso de la Independencia, banca que no pudo asumir. El 20 de octubre de ese año, elevó al Directorio, desde Tucumán, una detallada exposición de sus servicios.


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Pero el mismo Belgrano tenía también sus agravios particulares. El problema de Moldes atizó la profunda antipatía que el general guardaba a Balcarce. Ese sentimiento arrancaba de la época de la campaña al Paraguay y lo detalla sin disimulo en su fragmento de “Memoria sobre la batalla de Tucumán”. Además, Belgrano estaba disconforme con el comportamiento del teniente coronel en la jornada del 24. Recalcaba que la caballería que Balcarce mandaba, cuando le ordenó cargar de frente, “se me iba en desfilada por el costado derecho”, a pesar de que le reiteró su disposición. No mencionaba que la carga fue decisiva para el resultado final del combate.

Balcarce se va El general lo consideraba “autor principal” del planteo sobre Moldes, y se empeñó desde entonces en separarlo del ejército. Así, en secreto y previo juramento de silencio, mandó tomar declaraciones de oficiales sobre la conducta de Balcarce en la batalla: “si había actuado con cobardía”, “si cargó al enemigo”, si fue responsable de saqueos, etcétera. Uno de los llamados a declarar fue Julián Paz. Luego, por consejo de su hermano José María, enteró a Balcarce de estos interrogatorios, “con la más segura reserva y bajo palabra de honor de no hacer uso de la revelación”. Balcarce asumió que estaba en peligro. No tenía amistades influyentes entre la oficialidad, y no gozaba de simpatía alguna por parte de Dorrego y de Forest. Pero, con inteligencia, decidió apoyarse en los amigos que tenía en la ciudad —en cuya milicia había revistado años atrás, en 1806— y éstos lo eligieron diputado por Tucumán a la Asamblea que se iba a reunir en Buenos Aires. De ese modo, “con la inmunidad anexa a tales destinos”, dice Paz, para Balcarce “se acabó la causa, se separó del ejército, se marchó a Buenos Aires y todo terminó”.


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El caso Holmberg

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Los enconos de los oficiales alcanzaron también al barón Eduardo Kannitz de Holmberg, jefe de la artillería patriota en la batalla. Cuenta Paz que, después de la acción, empezó a correr un feo rumor entre los cuerpos de infantería y artillería. Acusaban al barón “de cobarde, arguyéndole que había abandonado el campo de batalla bajo pretexto de una levísima herida que tenía en la espalda y que, decían, se la había hecho él mismo”. Para Paz, quien fue su ayudante, la versión era ridícula: no sólo la herida era muy pequeña, sino que resultaba absurdo que fuera de su autoría, pues “más cómodo y natural” hubiera sido practicársela en el frente del cuerpo y no atrás. El problema central era que a Holmberg no lo querían, y que Dorrego “se había declarado su enemigo”. Belgrano no tuvo más remedio que sacárselo de encima, después de cierto airado intercambio de palabras. Cinco días después de la batalla, el general escribió a Buenos Aires. Manifestaba que Holmberg “abusó de mi amistad y por consiguiente del aprecio y la distinción que le he hecho, y me faltó el respeto debido”. Por eso, decía, “lo mandé arrestado a su casa”, cosa que “aceleró sin duda su imaginación y le ha empeñado a solicitar su licencia absoluta”.

Adiós al artillero A pesar de eso, elogiaba al barón: “es sujeto de muchos conocimientos, es útil, utilísimo, y acaso al lado de VE, más contenido y dedicado a los ramos de artillería o de ingenieros, proporcionará a la patria muchos y buenos servicios”. Tiene “celo, constancia y luces que no son vulgares entre nosotros; en este ejército ha trabajado mucho, ha desempeñado cuanta comisión le he dado; ha sido incesante en su contracción; confieso que le amo por estas cualidades. Pero sea su genio vivísimo, sea no entender el idioma, él se ha precipitado, y ya con este castigo jamás creo que gustará servir en este ejército, donde me ha sido preciso tomar aquella


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medida para evitar un mal ejemplo de insubordinación aún en el modo de hablar”. Holmberg se retiró a una quinta en las afueras de Tucumán, narra Paz, “donde no lo visitó una persona fuera de mí, aunque muchos lo adulaban en tiempos de su privanza”. Desde allí envió un memorial a Buenos Aires pidiendo su retiro, y aguardó hasta recibir respuesta afirmativa. Antes de marcharse, el experto artillero dirigió al gobierno central una nota donde, “como testimonio de gratitud que le debo por todas las tareas que V.S. me ha acordado”, le remitía unas tablas de cálculo para arrojar bombas en el sitio de Montevideo. Las había confeccionado “durante seis meses, en sus horas desocupadas y en sus noches”.

Turbulento Dorrego Dorrego participó también en otras turbulencias que crearon problemas en el ejército. Armó una alianza entre el Batallón de Cazadores —a cuyo mando lo había puesto Belgrano— con la artillería. Constituyeron así “una especie de frenética hermandad”. Esto no duró mucho, pero produjo algunos incidentes: como el del baile que ofrecieron los “Decididos de Tucumán”. Dorrego concurrió a esa velado encabezando a sus oficiales amigos, y se retiró aparatosamente con ellos porque no vino a recibirlos ningún personaje. Inclusive pensó, en un momento dado, en disolver el baile a sablazos. El asunto no llegó a mayores, según Paz, porque “el general Belgrano, que había honrado al baile con su presencia, debió saber algo de nuestras locuras” y, “para precaver sin duda un escándalo, se dejó estar toda la noche”. Otra vez, Dorrego resolvió allanar una casa donde un grupo de expectables vecinos jugaba al naipe. Los arrestó y se los llevó como reclutas. Belgrano dispuso su libertad al día siguiente y, según Paz, exclamó con amargura: “¡Es posible que después de haber privado al ejército de los servicios del barón y de Moldes, quieran también indisponerme con el vecindario!”. A juicio de Paz, Belgrano, “no por falta de energía sino por lo vidrioso de las circunstancias, se


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creía obligado a contemporizar y dejar semejantes abusos sin la debida represión”.

Una peligrosa sonrisa Así, cuando el Ejército del Norte parta hacia Salta, habrá claros notorios en el cuadro de oficiales. Ya no está aquel coronel Moldes quien, según Vicente F. López, era “moral y honorable bajo todo aspecto”, pero “inspiraba odios instintivos, aunque nunca desprecio”. Tampoco aquel comandante Balcarce, que el mismo historiador retrata como “arrogante soldado”, de “espíritu impresionable” y de “genio impetuoso”. Y tampoco el Barón de Holmberg, aquel jefe de artillería “de genio vivísimo”, según Belgrano, y contra quien “se levantaba el odio” de muchos colegas. Eso sí, cabalgaba el teniente coronel Manuel Dorrego. Nadie duda de su valor, más que comprobado. Según Nicolás Avellaneda, tenía además “la sagacidad del criollo, la inteligencia fácil y clara, la palabra abundante, el don de la atracción personal”. Como militar, era “amado por el soldado, atrayente para sus inferiores y altanero con sus jefes”. Pero, aunque no promovía desobediencias abiertas, “se burla, desgastando con su sonrisa, como con una lima, la autoridad del mando”. Comenta el tucumano: “¡Ah, cuántos reflejos tristes tiene en nuestra historia esa sonrisa de Dorrego!”. Dejará el ejército cuando “empiece a introducirse, con la presencia de San Martín en el norte, la verdadera disciplina militar”: ya “no es esa su atmósfera”. Lo único que contrapesa esos claros es la incorporación —desde principios de diciembre— del austero y eficaz Juan Antonio Álvarez de Arenales.

Oficio “trucho” y Tristán en Salta Mientras el Ejército de Norte se apresta, el realista Tristán ha resuelto hacerse fuerte en Salta. En el trayecto hacia esa ciudad, desde “el campamento de Las Lagunas, antes del Arenal”, remite un


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insólito oficio al gobernador de la jurisdicción. En esa comunicación, fechada el 29 de septiembre, lejos de reconocer el contraste de Tucumán, afirma que el 24 ha sido un día de triunfo para los realistas, y ordenaba al gobernador mandar ahorcar a todo el que propalase la versión contraria. Claro que, como lo subraya el historiador Frías, la fanfarronada no engañaba a salteños y jujeños. Si Arenales había podido tomar la ciudad de Salta por varias semanas, e incluso habían estado allí —vimos— las fuerzas de Díaz Vélez, era absurdo creer en una derrota patriota en Tucumán. Y pronto los viajeros que de allí venían confirmaron claramente esas sospechas. Alrededor del 18 de octubre de 1812, el grueso del ejército de Tristán llegó a Salta. Según el historiador realista Francisco Javier de Mendizábal, el virrey del Perú, marqués de la Concordia, estaba profundamente fastidiado por la derrota de Tucumán. En primer lugar, quería relevar del mando a Tristán y sustituirlo por el brigadier Francisco Picoaga. Su criterio era, además, que Tristán contramarchara hasta Jujuy y se reuniera, por la quebrada, con Picoaga, con lo que hubiera sumado 4.500 hombres. Pero Tristán —que aborrecía al colega brigadier— quería quedarse en Salta, reparar sus fuerzas y volver sobre Tucumán para desquitarse. Finalmente Goyeneche, contraviniendo las órdenes del virrey, aceptó que su primo permaneciera en Salta. Desde allí Tristán le solicitó, con urgencia, refuerzos que compensaran el millar de hombres que —entre prisioneros y muertos— le había costado la desastrosa campaña de Tucumán. Su jefe y pariente le remitió el batallón Paucartambo y el batallón Azángaro, que quedó en Jujuy. De esa manera, Tristán llegó a contar con unos 3.500 soldados de línea.

Solamente Cobos. Vida social Instalado en Salta, el vencido de Tucumán empezó a sentirse tranquilo. Era verdad que partidas de jinetes patriotas del sur del valle de Lerma, hostigaban con frecuencia sus fuerzas hasta las mismas puertas de la ciudad. Pero no les daba importancia. Alentaba el


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propósito de vengar a corto plazo la derrota de Tucumán y se sentía en condiciones de hacerlo. Era cuestión de esperar un poco. Se alojaba en la casa de doña Liberata Costas, esposa del oficial realista Agustín de Gasteaburu, ubicada en la actual calle Caseros, entre Buenos Aires y Alberdi, según el historiador Atilio Cornejo. Sus soldados acampaban en diversos locales de la ciudad: el Cabildo, los templos de La Merced y San Francisco y el Hospicio de San Bernardo, de los padres Betlemitas. Pensaba Tristán que Salta era segura. Puesto que llegaba el verano, estación de las lluvias, conjeturaba que en el remoto caso de que Belgrano viniera a atacarlo, las crecientes del río Pasaje eran imposibles de vadear por su ejército. Tan seguro estaba de esto, que no cuidó de fortificar sus márgenes. Se limitó a poner —por si llegaban a cruzar— una pequeña guarnición en el paraje de Cobos.

Mujeres seductoras Tomado este mínimo recaudo, Tristán y sus oficiales se dedican a la vida social, que es abundante y atractiva en Salta. Frente a la plaza —en las ruinas de la Matriz vieja, según Cornejo— se ha instalado una precaria casa de comedias, a cuyas funciones el general concurre con las damas realistas. Empieza 1813. El 30 de enero, se desarrolla la gran ceremonia de lectura de la reciente —y efímera— Constitución de la monarquía española, desde un alto tablado erigido en la plaza. Se la jura al día siguiente, y por la noche la celebración remata en un gran baile. Las mujeres juegan, en esos meses de fines de 1812 y comienzos de 1813, un rol en el que es obligado detenerse. Las salteñas no solamente son bellas y elegantes. También les interesa la política y, en los salones, monárquicas y patriotas discuten sus ideas sin disimulo. Estas últimas, además, mueven ocultamente sus hilos. El historiador realista, general Andrés García Camba, expresa que, después de la batalla, “muy general fue la creencia de que había habido seducción en Salta, particularmente de algún jefe y de varios oficiales, cuya posibilidad debió haber previsto Tristán para procurar


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disminuir la perniciosa influencia de una población abundante en mujeres de conocido mérito y en extremo insinuantes”. Con la expresión “algún jefe” se refiere, sin duda, al caso del marqués de Yavi o de Tojo. Éste, junto con otros oficiales altoperuanos, fue seducido por doña Juana Moro de López. Era la nueva voltereta de un personaje de sinuosa trayectoria. En efecto, Juan José Fernández de Campero, cuarto marqués de Tojo y primero de Yavi, fue realista hasta la batalla de Suipacha, después de la cual se alineó con los patriotas. Pero, tras el desastre de Huaqui, había regresado a las filas del Rey. Según afirma Frías, la señora de López convenció al marqués y a varios de sus camaradas, de plegarse a la causa patriota. Otra señora prominente, Martina Silva de Gurruchaga, según la misma fuente, en su hacienda de Cerrillos formó y equipó a su costa una compañía de soldados, que quedaron a la espera de instrucciones para entrar en acción. En cuanto a las mujeres del pueblo, era una preocupación permanente de Tristán la cantidad de veces que las pescaban haciendo de espías o de “bomberas”. Expresa Mitre que el jefe realista mandó azotar a varias por esa causa.

Belgrano en marcha El 13 de enero de 1813 empezó a moverse desde Tucumán, en forma escalonada, el Ejército del Norte, con 3.000 hombres dispuestos a caer sobre Tristán en Salta. Primero partió el regimiento de Cazadores, luego todos los de Infantería y por último la caballería de los Dragones, así como las milicias tucumanas que mandaba Bernabé Aráoz. Antes de salir, Belgrano había hecho rezar funerales por los caídos el 24 de septiembre, y cada oficial y cada soldado recibió uno de los escapularios de La Merced enviados por las religiosas de Buenos Aires. “Vinieron a ser —dice Mitre— una divisa de guerra en la campaña que iba a abrirse”. Campaña que tenía ya un buen auspicio, con el triunfo del general José Rondeau en el Cerrito de Montevideo, el 31 de diciembre de 1812. Y muy pronto tendría otro, con la pequeña pero contun-


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dente victoria del coronel José de San Martín sobre los realistas, el 3 de febrero, en las barrancas de San Lorenzo, sobre el Paraná. La fuerza arribó al río Pasaje. Estaba crecido, pero pudieron cruzarlo en “dos o tres días de maniobras”, dice Gregorio Aráoz de la Madrid en sus memorias. Narra que con ese fin, “se construyeron balsas, dos botes o grandes canoas y se colocó una gran cuerda por una y otra banda del río, asegurada por grandes maderas que se fijaron al efecto”. Según corrige el realista Mendizábal, el cruce demandó ocho días. De cualquier manera, atravesó las torrentosas aguas del río el Ejército de Norte, con todos sus soldados, sus caballos, sus 10 piezas de artillería y sus 50 carretas, sin que apareciera un solo explorador de Tristán en sus inmediaciones.

Juramento en el Pasaje Cumplido el cruce, el 13 de febrero Belgrano dispuso realizar, sobre la margen norte, la ceremonia de juramento a la Asamblea General Constituyente, que el 31 de enero se había instalado, con toda solemnidad, en Buenos Aires. La tropa formó en cuadro y, tras una corta alocución, se leyó la circular del Triunvirato que ordenaba jurar obediencia a la Asamblea como órgano supremo. Acto seguido, el mayor general Díaz Vélez se presentó trayendo la bandera celeste y blanca, seguido por una escolta y al son de tambores. Esto porque Belgrano había resuelto aprovechar la ocasión para que, simultáneamente, se jurase tanto la obediencia a la Asamblea como a esa bandera que el Gobierno le había obligado a esconder cuando la creó, y que él reservaba para “una gran victoria”. Había sido “gran victoria” la de Tucumán, y estaba seguro de que el nuevo gobierno no lo desautorizaría esta vez. Desenvainando su espada, el general prestó el juramento; lo tomó luego a los jefes de cuerpo —a los cuales se incorporó, recién llegado de Buenos Aires, el coronel Martín Rodríguez— y finalmente a la tropa, que respondió con un cerrado “Sí, juro”. Luego, narra Mitre, “colocando su espada horizontalmente sobre el asta de la bandera, desfilaron sucesivamente todos los soldados


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y besaron, uno por uno, aquella cruz militar, sellando con su beso el juramento que acababan de prestar”. Paz recordaba que, dado lo largo del trámite, Belgrano fue reemplazado en el sostén de la espada, primero por Rodríguez y luego por otros oficiales superiores. Al terminar el acto, el general hizo grabar con un escoplo, sobre el gran árbol que se alzaba en la margen, la inscripción “Río del Juramento”. Fue el nombre que desde entonces reemplazó al antiguo de Pasaje. Además, según Mitre, en los días que transcurrieron durante el paso del río, Belgrano aprovechó para terminar su traducción de la “Washington’s Farewell Adress”, reiniciada en Tucumán y que editaría ese año en un folleto impreso en los Niños Espósitos.

Estrategia de Tristán Esa misma tarde, la fuerza prosiguió su marcha hacia Salta. Al día siguiente, 14 de febrero, su vanguardia cayó sobre los soldados realistas que guarnecían Cobos. Mató a viarios, hizo algunos prisioneros, y el resto fugó rumbo a Salta llevando la noticia del ataque. Cuando se enteró Tristán, no le dio importancia al comienzo. Pensó que el incidente no pasaba de ser una de las tantas operaciones de guerrilla rebelde, con las que pronto terminaría de raíz. Pero nuevos y numerosos testimonios que fueron llegando, lo convencieron de que, de alguna manera, el Ejército del Norte había cruzado el Pasaje y marchaba sobre la ciudad de Salta. Entonces, resolvió fortificar y artillar los llamados Portezuelos, el grande y el chico. Eran quiebres del cerro San Bernardo, ubicados al este de la ciudad, y constituían la única entrada posible al valle de Lerma. La misma medida adoptó en el ancho zanjón que seguía, así como en el puente de tres arcos que se cruzaba para entrar a la ciudad de Salta. Mientras tanto, proseguía el avance de los patriotas. Al grueso del ejército se sumó la vanguardia, que aguardaba en Cobos, y desde allí continuaron la marcha. Antes, Belgrano comisionó al coronel Santiago Figueroa y a Saturnino Saravia, para molestar y distraer a los realistas por el sur: ambos penetrarían por la Cuesta


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de la Pedrera y cumplieron con eficacia su misión, persuadiendo a Tristán de que la batalla se trabaría sobre los cerros de la entrada. Al lado de Belgrano cabalgaba Arenales, quien suministró al general preciosos datos de la zona donde iba a internarse, además de entregarle un plano de Salta y sus alrededores, territorio que era desconocido para el jefe patriota.

La ruta inesperada Al llegar a la bifurcación de Punta del Agua, el general dispuso que su vanguardia —con los coroneles Díaz Vélez y Zelaya— marchara por el camino de la izquierda, para tomar los Portezuelos y asegurarse la entrada a la ciudad, mientras el grueso de la fuerza tomaba por la derecha, rumbo a la Lagunilla, a donde llegó el 18 de febrero. Pero Díaz Vélez y Zelaya fueron rechazados por guerrillas desprendidas de los fortificados Portezuelos, y debieron retirarse. Se presentaba entonces a Belgrano el grave problema de buscar otra entrada a Salta, sin chocar con la fuerza que aguardaba en los Portezuelos, con los cañones colocados en las sendas y en el puente, y todo un ejército desplegado alrededor de esa posición. El capitán Apolinario Saravia, uno de sus ayudantes, aportó entonces una solución inesperada. Indicó una senda fragosa y muy poco conocida que, trepando dos leguas por los montes, caía a la quebrada de Chachapoyas. Esta desembocaba en la estancia de Castañares, propiedad del coronel Pedro José Saravia, padre de Apolinario, a poco más de una legua de la ciudad y al norte de ella. Belgrano mandó a reconocer el paso y, al anochecer del 18 de febrero, acometió la senda con todo el ejército. Bajo la lluvia, soldados, cañones y carretas se desplazaron trabajosamente por esa huella de ganado, “rellenando los hoyos, rebajando las prominencias peligrosas, barriendo, por fin, la senda de todo peligro”, narra Frías. En ese trajín, emplearon toda la noche. Al amanecer del 19 de febrero, el Ejército del Norte arribó a la planicie de Castañares, que procedió a ocupar. También ocupó las pequeñas eminencias llamadas Tres Cerritos, contra la sierra.


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Pronto se le unió la vanguardia rechazada en Higuerillas, llegada por la misma senda.

Belgrano en Castañares La posición era inmejorable. El ejército patriota aparecía a espaldas de su enemigo, y a una altura desde la cual dominaba todo el espacio tendido hasta la ciudad. Además, cortaba a los realistas la comunicación con Jujuy, donde estaba el medio millar de soldados del coronel Miguel Tacón. Al amanecer del 19 de febrero, alguien dijo a Tristán que venían fuerzas por el norte. No le dio importancia. Creía imposible el paso por otro lado que los Portezuelos, y se limitó a decir: “¡Ni aunque fueran pájaros!”. Pero, cuando salió el sol, toda Salta pudo divisar a las tropas patriotas acampadas junto a los cercos de piedra de Castañares. El ayudante de Tristán despertó a su jefe para informarle la novedad. Según Frías, Tristán volvió a dudar. “¿Son muchos?”, preguntó. “Como avispas”, le contestaron. Inquirió entonces “¿Y aún llueve”? Ante la respuesta afirmativa, comentó con ironía: “Pues me alegro, así se matan mejor las avispas”. Se vistió, se calzó las botas y pasó a la casa de Aguirre, —emplazada, según Cornejo, en la actual calle Mitre entre España y Belgrano— cuyo balcón ofrecía una excelente vista hacia el norte. Enfocó el anteojo en esa dirección, y recién entonces lo golpeó la realidad. Debió convencerse de que, llegado no sabía por dónde, a una escasa legua estaba acampado todo el ejército enemigo.

Tristán mueve su fuerza De inmediato, Tristán procedió a cambiar la ubicación de sus fuerzas. Las sacó de los Portezuelos y las llevó dando frente al norte y de espaldas a la ciudad, a una cuadra del borde del arroyo pantanoso llamado Tagarete de Tineo, cuyas aguas corrían muy crecidas por las lluvias. Considera Frías que Tristán cometía dos errores al adoptar esa estrategia. El primero es que le hubiera convenido


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mantenerse en los Portezuelos con sólo un cambio de frente, ya que estaría así a mayor altura que las tropas enemigas. El segundo fue que, en el apuro, no atinó a llamar a la guarnición de Jujuy para que lo reforzase. Según describe Mitre, la fuerza realista formó en dos líneas. La primera tenía tres batallones de infantería. Apoyaba su flanco derecho sobre el San Bernardo, por cuyos repliegues hizo avanzar unos doscientos soldados. En el flanco izquierdo estaba su caballería, de 500 jinetes, y al frente de la línea se desplegaban las 10 piezas de artillería. La segunda línea estaba integrada por dos batallones en columna, y a retaguardia formaban la reserva y el parque. Considera Mitre que esta formación “era más hábil que la patriota”, ya que “en la distribución de las diferentes armas habían sido mejor consultados los accidentes del terreno”. El marqués de Yavi mandaba el ala izquierda, tendida sobre el extremo oeste, con sus 500 jinetes. Cuerpos principales de la infantería y artillería eran los batallones de Cuzco, Abancay y Cotabamba; el de Chilotes y los granaderos de Paruro, “todos pardos y mulatos” del Perú, ataviados con “calzón corto de lana y ojota en el pie y gorras chatas militares”, dice Frías. Por el este, sobre la falda del San Bernardo, formaban la otra ala del ejército el Real de Lima —compuesto por unos 500 puros españoles peninsulares, al mando del coronel Antonio Lesdael— y el Paucartambo.

La línea patriota En cuanto a los patriotas, según Mitre, se distribuían en “5 columnas paralelas de infantería en línea de masas con 8 piezas de artillería divididas en secciones a retaguardia; dos alas de caballería, en la prolongación de la línea de batalla, y una columna de las tres armas, con 4 piezas de artillería, formando la reserva”. Al mando de la columna de la derecha iban el teniente coronel Manuel Dorrego y después, por el orden de formación, los comandantes José Superí y Francisco Pico, el sargento mayor Carlos Forest y el comandante Benito Álvarez. La caballería de esa ala estaba


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al mando del flamante teniente coronel Cornelio Zelaya, y la del ala izquierda, al del capitán Antonio Rodríguez. El teniente coronel Gregorio Perdriel comandaba la infantería de la reserva, y el sargento mayor Diego González Balcarce con el capitán Domingo Soriano Arévalo estaban al frente de la caballería. En cuanto a la artillería, las piezas de la derecha estaban a cargo del teniente Antonio Giles; las del centro, de los tenientes Juan Pedro Luna y Agustín Rávago; la de la izquierda, del capitán Francisco Villanueva, y las de la reserva, del capitán Benito Martínez y el teniente José María Paz. El mayor general del Ejército, coronel Eustoquio Díaz Vélez, comandaba la derecha de la línea, y la izquierda era responsabilidad del coronel Martín Rodríguez. Mitre apunta, como “vicios más notables” de la formación patriota, la dispersión de la artillería y la colocación de la caballería sobre el lado izquierdo, donde la naturaleza del terreno le impedía obrar. Opina que debió haber estado en el lado opuesto: su ausencia allí permitió, al enemigo, obtener su única ventaja al trabarse el combate.

Tensas vísperas Así estaban las cosas la noche del viernes 19 de febrero. Según Paz, hacia el mediodía, el ejército patriota inició un avance y luego se detuvo. “Todo indicaba que íbamos ese día a llegar a las manos, pero no sucedió así”, comenta. La tradición —recogida, como tantas otras, por Bernardo Frías— asegura que Apolinario Saravia, luego de su feliz intervención en el ingreso de ejército al valle, se disfrazó de paisano con sombrero viejo y ojotas, y entró a la ciudad arreando unos burros cargados con leña. Pudo de ese modo examinar de cerca las posiciones del enemigo y luego transmitir esa información a Belgrano. También quiere la tradición que esa noche, en la casa de Hernández, hubo una reunión secreta de los oficiales realistas seducidos, con el marqués de Yavi en primera línea. Acordaron, dice


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Frías, “aflojar, llegado cierto momento de la batalla, y huir sin más resistencia, refugiándose en casas patriotas”. Ambas fuerzas estaban a la vista, separadas por unas quince cuadras: sus guerrillas intercambiaban disparos aislados, más algunos insultos, como narra La Madrid. Todo bajo una persistente lluvia que los soldados soportaban a cuerpo descubierto y en el barro pues, dice Frías, ambos bandos carecían de tiendas de campaña. Al caer la noche, se hizo un silencio sólo interrumpido por las voces de alerta de los centinelas. En la línea enemiga, brillaban fuegos que estuvieron encendidos hasta el amanecer.

Amanece el 20 de febrero Llegó así el sábado 20 de febrero de 1813. Como un buen presagio, cesó la lluvia y de a ratos salía el sol. Después de un rápido desayuno, la fuerza patriota inició su ofensiva. A pesar de los vómitos que lo sacudieron esa mañana, Belgrano pudo montar a caballo y ordenar el avance. El general marchaba en la reserva, donde el abanderado portaba la enseña azul y blanca, destinada a recibir ese día el bautismo de fuego. Sonaban clarines y tambores. A medio tiro de cañón, dice Mitre, “desplegaron gallardamente las columnas que ya podemos llamar argentinas. La reserva conservó su formación”. Según Belgrano, “hicieron la evolución tan perfectamente y con tanta serenidad como si estuviesen en un ejercicio doctrinal”. De inmediato los realistas abrieron fuego de artillería. Belgrano, según La Madrid, dio orden a sus fusileros de no disparar hasta que no estuviesen a la distancia adecuada. Cuando lo juzgó conveniente, el general mandó a Dorrego avanzar sobre la izquierda realista con dos compañías de Cazadores y el apoyo de la caballería de Zelaya. El embate fue rechazado, y sólo el auxilio de los jinetes del ala derecha impidió que sus autores sucumbieran. El enemigo se arriesgó mucho en el rechazo, pero fue contenido por el regimiento de castas de Buenos Aires. Fue durante ese movimiento que una bala hizo impacto en el muslo de Díaz Vélez: sangraba en abundancia cuando Belgrano


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dispuso, a pesar de su furiosa protesta, que se retirase del campo para atender la herida. Asimismo La Madrid recibió entonces una herida en el muslo, por una bala patriota. Paz piensa que tenía igual origen el proyectil que hirió a Díaz Vélez.

Empieza la batalla Simultáneamente, el general mandó que una sección de la reserva, con Silvestre Álvarez a su frente, lo librase de la columna ligera realista que tiroteaba sobre su izquierda en diagonal, desde la falda del San Bernardo. Luego, al galope, se trasladó a la derecha, y ordenó a Dorrego cargar otra vez sobre la izquierda enemiga, cuidando de no interceptar el fuego de la artillería que debía apoyarlo. Junto con las milicias de Salta, Dorrego se lanzó en una violenta y exitosa arremetida: desbarató el ala izquierda realista y entró en la ciudad en su persecución. Esa ala era la que mandaba el marqués de Yavi. Nada comenta Mitre sobre este asunto, pero para Frías es evidente que, con su desbandada, el adiposo marqués cumplía el compromiso de defección que había asumido en los conciliábulos secretos de doña Juana Moro de López. Cita en su apoyo no sólo tradiciones de la familia Otero, sino al historiador realista Mariano Torrente, para quien este suceso determinó la pérdida de la batalla. Afirma Torrente que había “aflojado el ala izquierda, mandada por el marqués de Tojo, cuya conducta sospechosa recibió un grado mayor de credibilidad cuando se le vio tomar partido con los rebeldes”. En efecto, luego del triunfo de Salta, el marqués quedó alineado definitivamente con los patriotas y llegó a ser muy distinguido por Belgrano. Según Frías, mientras el marqués huía galopando con su gente, se le oía exclamar: “¡La puta y cómo apuran, y cómo apuran!”. El historiador salteño, hombre educado, aclaraba al transcribir la frase, que sustituía por “la perra” aquella “vulgar interjección”.


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Batalla de Salta. Óleo de Aristene Papi.

Fuego generalizado Como la desaparición de la caballería del marqués dejó descubierto el flanco izquierdo, Tristán lo hizo llenar con dos batallones de infantes sacados de la segunda línea de su centro. Pero esos infantes se desordenaron rápidamente, para replegarse en fuga rumbo a la ciudad. Según Mitre, temían que les apareciera por detrás —como ocurrió en Tucumán— la caballería patriota. Para Frías, sólo puede explicarse ese desbande porque sus oficiales integraban el grupo de comprometidos del marqués de Yavi. Es más: la tradición de las familias Viola y Otero asegura que esos oficiales se refugiaron en la casa de Juana Moro de López, “en donde se los aguardaba con mate”.


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A esa altura, el fuego se había generalizado. La línea argentina no detenía su avance vencedor. Y, para zozobra de los realistas, apareció en lo alto de las Lomas de Medeiros un grupo numeroso de paisanos a caballo. Era la compañía armada —vimos— por Martina Silva de Gurruchaga y aumentada, dice Frías, por la apurada recluta de campesinos que otras patriotas salteñas, montadas a caballo, hicieron en puntos cercanos al campo de batalla.

En medio del combate Tristán galopó hacia la zona del desbande, con ánimo de contenerlo de alguna manera. Fue entonces que lo divisó el coronel Apolinario Figueroa, quien estaba al frente de la milicia urbana, y se lanzó sobre él a todo galope. Cuando estuvo próximo disparó su pistola sobre Tristán; pero como su bala solo le rozó el capote, le echó encima el caballo. El jefe realista se defendió con un sablazo que rasgó la casaca de Figueroa sin herirlo. Pero el salteño no se dio por vencido y persiguió al galope a Tristán quien, según Frías, pudo escapar “merced únicamente a la suma ligereza de su caballo”. Otro episodio de esos momentos fue la arremetida de Mariano Benítez, que formaba entre los “Decididos de Salta”. Se lanzó a toda furia con su caballo sobre la infantería realista, le arrebató una bandera —a costa de un sablazo en la cabeza— y con ella en la mano se dirigió a las líneas patriotas para entregarla. Los soldados del Rey le hacían fuego y también sus compañeros, quienes lo creían enemigo porque llevaba en alto la bandera española. Dorrego lo reconoció y le gritó inútilmente que abatiera la enseña, sin que Benítez pudiera escucharlo. Finalmente, le pudo sacar el trapo de las manos, a tiempo que Benítez caía de su caballo sin sentido y con el rostro cubierto de sangre.

Enconada resistencia En esa instancia del combate, solamente el centro realista se sostenía, con tres batallones que disparaban metódicamente sus cañones.


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Pero debieron ceder al centro patriota que mandaban Superí y Forest, y corrieron en fuga dejando muchos muertos, además de sus cañones y una bandera. Al escapar, varios cayeron a las aguas del Tagarete del Tineo y se ahogaron, pues no sabían nadar. Ahora bien, en las faldas del San Bernardo, el ala realista del naciente resistía con vigor a los patriotas, con los peruanos del regimiento Paucartambo y los peninsulares del Real de Lima. Ubicados a mayor altura, y con la torrentosa Zanja Blanca del cerro a su frente, bordeada por algarrobos, esa posición les daba mayor ventaja para disparar sobre los patriotas, si bien el zanjón los cortaba del resto del ejército. Al ver que avanzaban 200 tiradores del Real de Lima sobre el ala patriota de ese punto, corrió Belgrano en su auxilio, con la reserva y dos cañones. Se sucedió un largo tramo de feroz y encarnizado fuego, con muchas bajas. Los realistas, lejos de ceder, descendían ganando posiciones. De pronto, al advertir que el centro de las tropas del Rey se disolvía, empezaron a vacilar. En ese momento Arenales, aunque no tenía mando en el ejército, se puso a la cabeza de un grupo de “Decididos” y se lanzó a la carga sobre el Real de Lima y el Paucartambo, logrando finalmente dispersarlos en fuga por las faldas del cerro. Esto significaba que, de una punta a la otra, las fuerzas realistas habían abandonado el campo de batalla. Ahora, la encarnizada lucha se había trasladado a la ciudad.

Balas en las calles Por las calles, Dorrego, Pico, Forest, Superí y Zelaya, apoyados por las dos piezas de artillería que había arrastrado hasta allí el teniente Luna, avanzaron hasta una cuadra y media de la plaza —que estaba fortificada con empalizadas— y tomaron el antiguo templo de La Merced, en la actual esquina Veinte de Febrero y Caseros, dos cuadras al oeste de la plaza. Desde el campanario, agitaron un poncho de Superí cuyo color en algo se parecía a la bandera celeste y blanca, para indicar su posición a Belgrano.


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En medio del caos, Tristán —a quien no faltaba valor— trataba inútilmente de reunir sus soldados, que corrían por las calles, y apostarlos en las empalizadas. Pero la mayor parte se había refugiado en la Matriz, que funcionaba entonces en el que fue templo de los jesuitas, frente a la plaza, sobre la hoy calle Mitre. Cuando el mismo Tristán, según Frías, o su ayudante, según Paz, ingresó al templo espada en mano, advirtió que no podía contar con ese grupo que se amontonaba aterrorizado y tembloroso. No sirvió de nada que una porteña realista, Pascuala Balbastro, subiera al púlpito para llamarlos cobardes e incitarlos a luchar. En la calle, frente a una de las empalizadas, el caudillo uruguayo, Venancio Benavidez, hombre de enorme estatura pasado a los realistas, incitaba a sus compañeros a luchar, con gritos desaforados. Al ver que nadie lo seguía, se paró en medio de la calle hasta que recibió, como esperaba, un tiro que le destrozó la cabeza.

Tristán se rinde Tristán se convenció, entonces, de que no le quedaba otro comino que la rendición. Envió al coronel Felipe de la Hera a entrevistarse con Belgrano. “La sola presencia del parlamentario, su traza, su emoción y sus ademanes, hubieran sido suficientes para revelarnos el estado deplorable del enemigo”, narra José María Paz. “Traía por todo uniforme un frac azul, de paisano, con solo distintivo en la botamanga, de los galoncitos que designaban su grado”. Venía “embarrado hasta el pescuezo, y en todas sus acciones se notaba la confusión de su espíritu y el terror”. Lo llevaron ante el general con los ojos tapados, lo hicieron desmontar y le quitaron la venda, poniéndolo de espaldas a la tropa. Cuando le indicaron cuál de los oficiales era Belgrano, empezó a decirle en voz baja algo que nadie pudo escuchar. Lo que sí se escuchó fue la respuesta del general. “Diga usted a su general que se despedaza mi corazón al ver derramar tanta sangre americana; que estoy pronto a otorgar una honrosa capitulación; que haga cesar inmediatamente el fuego en todos los puntos que ocupan sus tropas, como yo voy a mandar en todos los que ocupan las mías”.


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Al poco rato, se acalló el estampido de cañones y de fusiles. Había concluido la gloriosa batalla de Salta. Toda su planificación y su desarrollo, constituyen prueba cabal de las condiciones de estratega que poseía Belgrano, adquiridas a través de sus lecturas de arte militar y de su experiencia de campo. Curiosamente suelen negárselas, con ligereza, algunos historiadores.

La capitulación Esa tarde quedó firmada la capitulación, en un documento de 7 artículos que suscribieron Belgrano y La Hera, y que fue ratificado al pie con la firma de Tristán y “el Consejo, con los demás oficiales, de graduación de teniente coronel inclusive para arriba”, fechado “en la noche del mismo día 20”. Se acordaba que el ejército vencido saldría el día 21, a las 10, de la plaza, “con todos los honores de la guerra”, quedando las tropas patriotas en su posición actual. A las “tres cuadras” de la plaza, “rendirán las armas, que entregarán con cuenta y razón, como igualmente artillería y municiones”. Se estipulaba que el general, oficiales y soldados —a quienes se les concedía “restituirse a sus casas”— prestarían juramento de no volver a tomar las armas contra las Provincias Unidas del Río de la Plata, “en las que se comprenden las de Potosí, Charcas, Cochabamba y La Paz”. Serían devueltos a los realistas los prisioneros existentes, y se acordaba que Tristán “estimule a su general en jefe para el canje de los prisioneros hechos en las diferentes acciones de guerra desde el Desaguadero inclusive”. Otros artículos establecían el respeto de las propiedades de militares y vecinos, y que “a nadie se molestará por sus opiniones políticas”, incluyendo “oficiales o vecinos de cualquiera otro pueblo”. Los caudales públicos quedaban en Tesorería, “bajo cuenta y orden que deberán presentar los ministros de Hacienda”. En cuanto a la tropa de Jujuy, debía retirarse “sin causar perjuicio alguno en su tránsito al interior, llevando sus armas”. El último artículo expresaba que “el general Belgrano conviene en que el


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general Tristán haga un expreso a su general en jefe remitiéndole copia de este tratado”.

Entrega de las armas La del 20 al 21 de febrero fue la “noche triste” del humillado Pío Tristán. Al promediar la mañana del domingo, lo que quedaba del ejército del Rey, formado con sus jefes al frente, sus banderas desplegadas y batiendo los tambores, se presentó en la plaza mayor. De allí salieron rumbo al lugar donde debían entregar las armas, mientras, al mismo tiempo, las fuerzas patriotas formadas pasaban a ocupar la plaza. José María Paz comenta que “mientras por un lado de la plaza salían los vencidos, por el otro entraban los vencedores; contrastaban tanto los semblantes de unos y otros, sus actitudes eran tan diferentes, que si un extraño a todo lo que había sucedido se presentase en aquel momento, hubiera conocido de lo que se trataba”. Desplegado el batallón que encabezaba la tropa realista, empezó a desfilar frente a Belgrano y sus hombres, y fueron entregando las armas. Narra Paz que “los tambores hicieron lo mismo con sus cajas, los pífanos con sus instrumentos, y el abanderado entregó finalmente la real insignia, que simbolizaba la conquista y un vasallaje de 300 años”.

El abrazo de Belgrano Para abreviar la ceremonia, se dispuso que “abriesen filas y pusiesen las armas en tierra, depositando encima los correajes y cartucheras”. Lo único que se entregó “a mano” fueron las banderas y estandartes. La caballería “echó pie a tierra para entregar sus espadas, carabinas y demás, y los artilleros dejaron también sus cañones, cajas y juegos de armas”. Se veía en los semblantes de los vencidos, “las diferentes pasiones que los agitaban. El despecho y la rabia en algunos, en otros un furor concentrado, y la vergüenza en todos”. Paz cuenta que


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Abrazo de Belgrano y Tristán después de la Batalla.

muchos “derramaban lágrimas que no bastaban toda su fuerza a reprimir”. Todo transcurrió en un respetuoso silencio. En una nota al pie de página, Paz recuerda, como caso aislado, que el alférez Domingo Díaz, “joven alegre y pifión”, hizo una broma a uno de los comandantes realistas que se despojaba del correaje. El comandante, conteniendo su furia, le dijo: “Señor oficial, estos son percances de la guerra, de que usted ni nadie está libre”. Cuando llegó el momento de rendirse, Tristán avanzó para entregar su espada a Belgrano. Pero el general patriota rechazó el


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gesto y lo estrechó en un abrazo, “para impedírselo y para evitarle este dolor y grande vergüenza”. Luego, de acuerdo al compromiso contraído, Tristán, sus jefes y sus oficiales, prestaron juramento, en su nombre y en el de sus soldados, de no volver a combatir contra los patriotas.

El triunfo más completo El ejército realista estaba compuesto por 3.388 hombres. En la batalla, cayeron muertos 481 y quedaron heridos 114. Se rindieron, entregando sus armas, un total de 2.776, incluyendo jefes y oficiales. Así, dice Mitre, “los anales argentinos no registran un triunfo más completo”. Las pérdidas en los 3.000 hombres del ejército patriota, fueron de 103 muertos, 433 heridos y 42 contusos. En el parte de la acción, Belgrano expresa que “duró 3 horas y media, y ha sido muy sangrienta, tanto en el campo como en las calles de la ciudad. Los enemigos se han portado con mucha energía y valor, pero tuvieron que ceder al ardor, fuego y entusiasmo patriótico del ejército de mi mando, que sin desordenarse llevaba la destrucción y la muerte por doquiera que acometía”. Dedicaba un párrafo especial al contingente tucumano. “No hallo, Excmo. Señor, expresión bastante para elogiar a los jefes oficiales, soldados, tambores y milicias que nos acompañó de Tucumán, al mando de su coronel don Bernabé Aráoz”, escribió. Después de rendidas las armas, según Frías, y al frente de la columna de su ejército, Belgrano “entró a paso de vencedor a la ciudad de Salta”, por la entonces calle de La Merced, mientras sonaban tambores y clarinadas. Según fray Cayetano Rodríguez, el semblante del general mostraba “la misma impavidez que si hiciera su entrada a la sala de un convite”. La bandera era llevada por el coronel Martín Rodríguez, quien la hizo flamear desde el balcón del Cabildo, a tiempo que daba tres vivas a la patria, mientras repicaban las campanas. Belgrano se alojó, según Atilio Cornejo, en la casa de Gurruchaga, ubicada en la actual calle Zuviría entre Caseros y España: allí se había hospedado tres años atrás el doctor Juan José Castelli, cuando mandaba la primera campaña al Alto Perú.


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Plano Topográfico de la Batalla de Salta. En “Historia de Belgrano”, de Bartolomé Mitre.

Cordialidad con los vencidos Los vencedores desplegaron gran cordialidad con los vencidos. Según Paz, a las pocas horas, en las tabernas, confraternizaban realistas y patriotas, y acaso por tal causa Tristán se apresuró a encaminarlos al Perú. Tan rápido, que “desde el día siguiente empezaron a salir, y antes de tres días no había uno en Salta, fuera de los heridos y de Tristán, que permaneció unos cuantos días más”.


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Belgrano dispuso que los muertos de ambos bandos se inhumaran en una fosa común. Sobre ella se colocó, meses más tarde, una gran cruz de madera, con la inscripción “Aquí yacen los vencedores y vencidos el 20 de Febrero de 1813”. Tristán fue objeto de atención especial por parte de Belgrano. Esto se derivaba no sólo del talante caballeresco del general patriota, sino del hecho de que se conocían desde la época de estudiantes, en España. Refiere Frías que se habían alojado juntos en una pensión de Madrid, y que “alimentaron común amor por la misma odalisca”. Meses antes de la batalla de Tucumán habían intercambiado cartas, donde el porteño lo instaba —estérilmente— a arreglar sus disensiones de modo pacífico, como americanos que eran. Dos o tres días después de la victoria de Salta, narra Paz que Belgrano visitó a Tristán en su casa, por un largo rato. Y según Frías, por esa época se dio un baile en la casa de Aráoz, en honor del general patriota y sus oficiales. A la velada concurrieron, especialmente invitados como muestra de paz, Tristán y los suyos. Allí el jefe realista pidió que le presentaran a Apolinario Figueroa, con quien habían intercambiado aquel tiro y aquel sablazo el 20 de febrero. Asimismo, según La Madrid, hizo Tristán una visita de cortesía al mayor general del Ejército, coronel Díaz Vélez, quien yacía en cama, herido al comienzo del combate. Fue igualmente caballeresco el gesto de Paz quien, al encontrarse en una comida de la familia Cabezón con el “pasado” Manuel Benavidez, le dio conversación para que se sintiera cómodo.

Gran triunfo con críticas La generosa capitulación concedida por Belgrano recibió críticas en Buenos Aires. Muchos pensaban que debió haber rendido a los realistas a discreción y tomarlos a todos prisioneros: pero también es verdad que tener cautivos cerca de tres mil hombres, hubiera creado al general un problema mayúsculo. También se criticó el haber incluido a la guarnición de Jujuy en la capitulación. Asimismo, Belgrano llevó su tolerancia más lejos, al conceder a Goyeneche —a petición de éste— un armisticio de 40 días. Esa


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tregua, así como la capitulación de Salta, fueron rechazadas por el virrey del Perú, quien —escribe Mitre— suponía con razón que Goyeneche con sus 3.000 infantes, 300 artilleros y armamento para 500 más, así como 1.000 caballos, tenía fuerzas suficientes para sostenerse en el Alto Perú. Pero el desastre de Salta había asustado a Goyeneche. Cuenta Mendizábal que recibió una esquela de Tristán, redactada en francés, donde le decía: “Amado primo, los enemigos van sobre ti, asegura tu persona, vete hasta Oruro o más lejos”. Goyeneche, además de poner en libertad a más de 100 prisioneros patriotas que tenía, se replegó presuroso a Oruro. Dispuso que, antes de llegar a ese punto, fueran detenidos los capitulados de Salta. Cuando arribaron, les anunció que el arzobispo de Charcas y el obispo de La Paz les habían levantado el juramento que formularon ante Belgrano y que, por tanto, podían tomar de nuevo las armas y luchar por el Rey. Según Mitre “sólo 7 oficiales y 300 soldados se prestaron a esta sacrílega sugestión”. Pero afirma en cambio La Madrid, que prácticamente todos los juramentados se reincorporaron al ejército. Sea como fuere, volvieron a las ciudades altoperuanas y peruanas de su origen, esparciendo versiones que, de alguna manera, abonaron la semilla revolucionaria. Así lo reconocen los mismos historiadores realistas, como Torrente y García Camba. Contemporáneos e historiadores criticaron también la lentitud con que Belgrano reinició su ofensiva contra los realistas. En efecto, recién en abril movió sus fuerzas para iniciar la nueva campaña al Alto Perú, que terminaría en los desastres de Vilcapugio y Ayohuma. Pero eso es otra historia. A dos siglos de distancia, la batalla del Campo de Castañares en Salta queda, en la historia argentina y según palabras de José María Paz, como un “insigne triunfo” y como “una de las más brillantes glorias de la guerra de la Independencia”.


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La Patria a los Vencedores en Salta.

Orientación bibliográfica A nuestro juicio, las mejores exposiciones sobre la batalla de Salta constan en la Historia de Belgrano y la Independencia Argentina de Bartolomé Mitre —que adjunta un minucioso plano— y en la posterior Historia del general Martín Güemes y de la provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina, de Bernardo Frías. Esta última incorpora al relato numerosos detalles del escenario geográfico y social, además de enriquecerlo con una gran cantidad de las sabrosas tradiciones que conservan los salteños. Es igualmente detallada y minuciosa —con planos— la versión de Emilio Loza en el capítulo XIV del tomo 5, segunda parte, de la Historia de la Nación Argentina, de la Academia Nacional de la Historia. En


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cuanto a la documentación, es por demás ilustrativa la compilada en el tomo IV de los Documentos del Archivo de Belgrano, editados por el Museo Mitre. Como relatos de protagonistas, además del parte de acción del general Manuel Belgrano, el mejor es el del general José María Paz, en sus Memorias póstumas. Más ligeros son los del general Gregorio Aráoz de La Madrid, en sus Memorias, y del coronel Lorenzo Lugones en sus Recuerdos históricos sobre las campañas del Ejército Auxiliador del Perú…. Útiles para la ubicación de los edificios de Salta vieja, son las referencias que brinda Atilio Cornejo, en sus Apuntes históricos sobre Salta. La visión, por cierto muy interesante, de los historiadores realistas, consta en Memoria para la historia de las armas españolas en el Perú, 1809-1821, del general Andrés García Camba; Guerra de la Independencia en América del Sur, 1809-1824, del mariscal Francisco J. de Mendizábal, y la Historia de la Revolución Hispano Americana, de Mariano Torrente.


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Belgrano

y la importancia de conocer

el territorio del país

Gregorio A. Caro Figueroa 1 “Hemos hablado de la necesidad que tenemos de adquirir conocimientos que nos pongan en aptitud para emprender negocios útiles a la sociedad” — Belgrano, 1° de septiembre de 1810

M

anuel Belgrano se interesó desde joven en el conocimiento del territorio del Virreinato del Río de la Plata. Comenzó a promoverlo y difundirlo en 1794, cuando regresó a Buenos Aires después de casi ocho años de residir y cursar estudios en España. A pocas semanas de su retorno tomó posesión de sus funciones como secretario perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires, creado por decreto en enero de aquel año, idea que se venía gestando desde 1785. La erección del Consulado rioplatense ratificaba tardíamente la importancia de esta nueva sede virreinal, erigida en 1776. Si la espera de ese reconocimiento se explica, en parte, por el paulatino desplazamiento de la importancia del Pacífico hacia Atlántico, también se contrasta y mide por años: el

1 Historiador. Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia. Editorialista de Todo es Historia.


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Uno de los retratos icónicos de Belgrano. La Gaceta, Tucumán, 20 de julio de 2020.

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Virreinato del Perú se había creado en 1542, y el Consulado de Lima en 1618. En un informe de 1790, un fiscal de la Audiencia había definido la importancia de los nuevos consulados, organizados con criterios modernos. La utilidad de este “cuerpo nacional”, señaló, no debía limitarse a lo económico sino incluir lo cultural. Sus beneficios tampoco debían reducirse a un puñado de comerciantes del puerto, sino que su influencia debía extenderse “al beneficio común de la provincia”. Añadió el fiscal: “Este comercio necesita tanto de especulaciones como de noticias prácticas para fomentarlo y aumentar su giro”, para lo que es necesario instruir “a los comerciantes en general”, creando una cátedra de comercio. Retornar al país y hacerse cargo de la apertura del Consulado, cuya responsabilidad le fue ofrecida a Belgrano en Madrid meses antes de la firma del decreto de su designación, cuando contaba con 24 años, permitió abrir en Belgrano “un vasto campo a la imaginación”: “me aluciné”, confesó en sus “Memorias” (1814). Lo que quizás no imaginó es que permanecería dieciséis años al frente de la secretaría del Consulado: desde el 14 de enero de 1794 hasta el 14 de abril de 1810. Este encargo de la administración española despertó su optimismo sobre la posibilidad de emprender la tarea de lograr un más amplio y riguroso conocimiento del territorio, habitantes y recursos del país, aplicando sus ideas reformistas, ilustradas y liberales. En 1797 Belgrano propuso que la Junta de Gobierno del Consulado fuera integrada por hacendados y comerciantes “en igual número”, a fin de evitar los antagonismos, el aislamiento, la falta de complementación entre ambos grupos, y poner fin al predominio un sector sobre el otro. Rompiendo una tradición y una mala inercia creía posible demostrar, en la práctica y funcionamiento en esa Junta, que esas dos profesiones “contribuyen igualmente a la prosperidad”. También porque agricultura y comercio tienen entre sí una mutua dependencia ya que “uno sin el otro no pueden florecer”. Desde el primer año de su gestión frente al Consulado (1794) y hasta su renuncia a esas funciones en abril de 1810, Belgrano cumplió puntual y rigurosamente con la obligación que imponían


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las normas de leer cada año una “Memoria” referida a cuestiones económicas. Esa obligación realimentó aquel optimismo porque en esos documentos podría describir las provincias, “a fin de que conociendo su estado pudiesen tomar providencias acertadas para su felicidad”, escribió. En su opinión: “No se pueden tener esos conocimientos con la exactitud que se precisa si previamente no se estudia el país”. Luis Roque Gondra, catedrático e historiador de economía, publicó en 1923 la primera edición de su libro Las ideas económicas de Manuel Belgrano, el aporte más importante sobre este tema, en el que transcribió los textos de cinco de esas “Memorias”: las que fueron leídas en los años 1796, 1797, 1798, 1802 y 1806. Las “Memorias” que entonces no se encontraron corresponden a los años 1800, 1803, 1804, 1805, 1806, 1807 1808 y 1809. Es posible que estas faltantes se expliquen por un relajamiento del cuidado de los archivos de la administración, a la que comenzaba a afectar la crisis del Antiguo Régimen. En 1988, sesenta y cinco años después, el historiador Pedro Navarro Floria en su tesis doctoral “El Consulado de Buenos Aires (1790-1806)” menciona catorce “Memorias”. De ese total, se conocen los textos de siete; de la otras siete solo quedaron en las Actas del Consulado los títulos de los temas que trataron. Todas las disertaciones extraviadas corresponden al periodo 1800 a 1808, cuando Belgrano abordó importantes materias como la creación de un aula de comercio; la navegación sobre el Río de la Plata; un viaje científico por el Virreinato; la necesidad de aumentar la población, de formar una Sociedad de Agricultura, de activar el comercio interior y de diseñar un plan estadístico. A las conocidas y transcriptas por Gondra se añade la “Memoria” de 1809. “Hasta el momento, se ignora el tema y el texto de las Memorias de 1799 y 1800. Los tres únicos años en que Belgrano no pudo leer su Memoria personalmente, aunque la presentó, fueron 1794 —por hallarse aún en España y 1796 y 1800— por razones de salud. En las dos primeras ocasiones presentó a modo de Memoria, traducciones de obras importantes y actualizadas de economía”. Desde el primer viaje de Colón, explica Francisco De Aparicio, se había creado en la Corte de los Reyes Católicos “un clima de


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verdadera ansiedad por adquirir noticias amplias y precisas de las tierras descubiertas”. En 1493, en carta a Colón, los Reyes Católicos ponderaron las primeras noticias y conocimiento de las tierras a las que llegó el navegante. Ese interés por el conocimiento del territorio del llamado Nuevo Mundo, se acentuó tres siglos después, impulsado por las necesidades de incrementar los recursos de la Real Hacienda. A raíz de esa preocupación por el conocimiento, valoración y demarcación del territorio, el siglo XVIII español fue definido como el siglo de las expediciones científicas. Francisco de Solano estima que fueron sesenta esos viajes de estudio a América. Alguna de esas expediciones y viajes incluyeron parte del territorio del Río de la Plata, porción importante dentro de las inmensas posesiones españolas en América. Esos esfuerzos eran insuficientes para alcanzar tal objetivo, pese a la importancia de aportes como los de Concolorcorvo (1773), los estudios cartográficos y geográficos del ingeniero Pedro Cerviño —amigo de Belgrano y su importante colaborador en el Consulado—; el “Viaje” de Espinosa Bauzá que aportó una descripción del “país del Tucumán francamente admirable”; los de la expedición de Alejandro Malaspina (1789-1794); la serie de relaciones oficiales; la “Memoria” de Félix de Azara, cuyos aportes geográficos se consideran como los de mayor valor; el “Diario” de Juan Francisco Aguirre, la “Descripción del Virreinato de Buenos Aires” de Diego de Alvear, y las contribuciones no menos relevantes de miembros de la Compañía de Jesús. Estas expediciones estaban inspiradas y formaban parte de lo que el historiador John Elliot denomina “el espíritu científico de la Ilustración”, manifestado en su empeño de “inspeccionar y documentar las características físicas y los recursos naturales de los territorios de la corona en ultramar”, con la mira puesta en lograr una explotación más eficiente de los recursos americanos. Pero tanto esa política metropolitana, como “el sistema y su funcionamiento, resultaban clara y crecientemente insuficientes para los criollos que casi día por día redescubrían las posibilidades del territorio en que vivían”, señala Pedro Navarro Floria. Sin disponer de un más amplio y más pulido conocimiento del territorio, sin conectar sus regiones atenuando su aislamiento, sin


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competencia y sin plena libertad de circulación y de comercio interior y exterior, no sería posible revertir el estancamiento al que lo habían condenado las restricciones, la cerrazón y el lastre del comercio monopolista cuya única aspiración era “comprar por cuatro para vender por ocho”. Ignorancia, ociosidad, aislamiento y trabas al libre comercio constituían obstáculos que se realimentaban y complementaban. No se trataba ya de “socorrer al pobre, a mantenerlo en su situación sin intentar sacarle de ella”, como se hacía en la Edad Media, recordó Enrique Wedovoy citando a Henri Pirenne. El interés de Belgrano en el aprovechamiento de los adormecidos recursos del territorio, y la importancia que le otorgaba a sus riquezas potenciales, no dejaba de lado las carencias, uno de cuyos rostros era la pobreza y la ignorancia de la mayoría de los habitantes de medianos y pequeños núcleos poblados. Pero también entendía que para superar esa situación el remedio no estaba en el corto plazo, ni las buenas intenciones, el tanteo o el voluntarismo. Sin un diagnóstico riguroso no era posible prevenir los males ni prescribir un remedio efectivo. Para Belgrano, uno de los instrumentos más importantes a utilizar en la tarea de dotar de racionalidad el manejo de la economía y mensurar los recursos del territorio, era la estadística. “Nada más importante que tener un conocimiento exacto de la riqueza y fuerza de los Estados; este es el objeto de la ciencia estadística”, disciplina empeñada en lograr “la mayor perfección y exactitud en los datos para conseguir que los resultados sean ciertos”. Pedro Cerviño, estrecho colaborador de Belgrano y en sintonía con sus ideas, trazó un boceto de las prácticas de los comerciantes durante el periodo colonial: “El comercio que hemos hecho hasta ahora, se ha limitado a muy poca cosa, comprar en Cádiz lo más barato posible y vender en América lo más caro posible era toda la combinación [...]. Estos hombres encaprichados no merecen el nombre de comerciantes, el Comercio se ha de hacer por las reglas a que está sujeto, para aprender éstas: se necesita instrucción, el espíritu comerciante exige educación que forma el espíritu mercantil, es menester un aprendizaje para adquirir estos principios”.


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Catalejo del General Manuel Belgrano en el Museo Histórico Nacional.

Para encaminarse a alcanzar los fines del Consulado, Belgrano impulsó la creación de escuelas y academias de comercio y agricultura, de dibujo, de náutica, en las que la enseñanza era gratuita. Ese proceso de racionalización y sistematización de ciertas prácticas incluyó la incorporación y la generalización de nuevos criterios en el uso de la contabilidad como sistema de información, “método de medida y sistema de comunicación empleado para sacar algunas conclusiones, seguir un curso de acción o adoptar determinadas decisiones”. Sin desconocer las antiguas normas de la administración española en materia de relevamiento cartográfico, los aportes de algunos miembros de la Compañía de Jesús, y las picadas que estaban abriendo agrimensores y peritos en ese oficio, Belgrano señaló en el Correo de Comercio de abril 1810 insuficiencias que venían de arrastre: “Carecemos de planos geográficos y topográficos de las Provincias del Virreynato, levantados con la precisión y exactitud que pide la ciencia”. La cartografía de que se disponía entonces era parte de los trabajos de las expediciones de demarcación de límites, y se circunscribía a Cochabamba, parte del Paraguay y Misiones: “todas las demás provincias nos son desconocidas”.


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Aunque durante ocho años el Consulado trabajó “con el mayor empeño” en obtener y procesar datos, fueron magras o nulas las respuestas a los requerimientos de ese organismo a los responsables de curatos en esos territorios. Algunos callaron porque temían que el aporte de esos datos pudiera perjudicarlos, explicó Belgrano.

Ignoramos la superficie del territorio que ocupamos y su extensión, los bosques que hay, la calidad de sus maderas, los climas que gozamos; la naturaleza de las tierras, el estado de la agricultura, las producciones animales, minerales y vegetales que nos presenta la naturaleza; la población que tenemos, de la que ni aún noticias logramos de los nacidos y muertos; ignoramos [...] Pero donde vamos a parar, si hemos de apuntar cuanto es necesario saberse para formar los planos estadísticos de nuestro Virreynato.

Ese “vasto campo” que desplegó la imaginación de Belgrano no era solo una metáfora, un horizonte intangible. No se podía tener conocimiento de este vasto territorio si no se tenía experiencia, si no se promovían viajes de estudio. Era importante conocerlo “por medio de un viaje por todas las provincias del distrito”, advirtió Belgrano. Que esa convicción de Belgrano no fue una mera expresión de deseos, lo prueban numerosos escritos suyos y los informes sobre otros distritos o provincias que se publicaron en los tres periódicos donde tuvo influencia directa, escribió, e incluso dirigió uno de ellos. “En el Correo de Comercio encontró Belgrano campo propicio para la expansión de sus ideales doctrinarios, y las medidas preconizadas y desenvueltas en aquellas Memorias leídas antes en el Consulado, volvieron a cobrar vigencia”, explicó Ernesto J. Fitte. Para ceñirnos solo a una de esas jurisdicciones, podemos mencionar el minucioso y documentado informe anónimo sobre la declinación del comercio de mulas que se publicó en El Telégrafo Mercantil en septiembre de 1801, el que fue criticado en la entrega de diciembre del mismo periódico por un lector que denunció fraudes y la magnitud del contrabando de mulas que explicaba, en parte, esa declinación. En el Valle de Lerma en Salta invernaban las mulas que, una vez engordadas en sus fértiles campos, marchaban al Alto Perú y a Perú, además de abastecer la demanda de Potosí. La concen-


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tración y subasta de las mulas tenía su centro más importante y dinámico en ese Valle. Ese artículo, cuyo autor pidió no mencionar su nombre, advierte sobre la declinación de ese “vasto giro” que convocaba todos los años, en Sumalao, una de las ferias de mulas más importantes de América. También el Semanario de Agricultura incluyó notas sobre Salta, entonces sede de la Intendencia de Salta del Tucumán y sede de un Obispado de reciente creación. Uno de los artículos de ese periódico advierte el contraste entre la “naturaleza pródiga”, la fertilidad, abundancia de tierras y escasez de población del Valle de Lerma, y el “grosero desaire a su generosidad; desprecia todo lo que desdice de una mediocre subsistencia”. En mayo de 1810, doce días antes del Cabildo Abierto, las páginas de El Correo de Comercio, a iniciativa de Belgrano, incluyeron una “Descripción de la Provincia de Salta”. El texto describe a sus habitantes originarios “de color aceitunado”, aunque en dos siglos muchos de ellos, al mestizarse con españoles, “les igualan (a estos) en blancura y hermosura”. Los más “se esmeran en acreditar fidelidad a Dios y al Soberano. Si no brilla en todos la cultura, es de Justicia confesar que en lo substancial tienen bastante instrucción; que entre los Españoles Patricios hay muchos Teólogos, algunos Juristas y no pocos ilustrados”. Por ahora, explica el artículo, “no se puede fijar el número de habitantes, porque no se han conseguido los padrones que se han pedido”. A simple vista, se advierte que su población creció, aunque “la Provincia admite desahogadamente una Población cien veces mayor de la que tiene, pues en su figura irregular comprende más de 25.000 leguas cuadradas”. En dos ediciones de junio de 1810, Correo de Comercio incluye otros tantos artículos donde se describe Jujuy. Si se pusiera atención e interés en transformar en productivos campos fértiles pero cubiertos de malezas, “Jujuy daría toda la azúcar que quisiese cosechar; porque tiene terrenos y comodidades imponderables: conseguiría el hacendado cosechar todo el año; porque nunca le faltarían brazos, y arreglando el alimento de los esclavos a carne, frutos de las mismas haciendas, como son arroz, porotos, mandioca, maíz, garbanzos, y otros que se producen abundantísimamente haría muy corto el


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gasto; y podría dar azúcares sin dejar de ganar competentemente por la mitad de lo que ahora le cuestan: en estos términos haría con Buenos Aires un comercio muy considerable”. Con el mismo criterio de los ilustrados españoles, Belgrano estaba convencido de que esos conocimientos debían ser útiles, fructificar en un clima de libertad, que no se reducía al orden económico sino que debía estar apoyada en la libertad personal y extenderse a la libertad de hablar, leer, escribir y publicar sin censura. Esas y otras libertades recién se consagraron sesenta y tantos años después. Belgrano se refiere a las mujeres y a su responsabilidad de “inspirar las ideas”, inculcar buenas costumbres y formar en sus hijos “conciudadanos” preparados para el ejercicio de deberes y derechos. Pero para ello, era necesario que esas madres hayan recibido enseñanza accediendo a la educación gratuita. No pueden enseñar a quienes nada se ha enseñado, dijo. “He visto con dolor, sin salir de esta capital, una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que miseria y desnudez; una infinidad de familias que solo [debe] su subsistencia a la feracidad del país, que está por todas partes denotando la riqueza que encierra, esto es, la abundancia”, describió con crudeza. Completa ese sombrío panorama: “Esos miserables ranchos donde uno ve una multitud de criaturas que llegan a la edad de la pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto”. Si, desde niños, no se les enseña a adquirir el hábito del trabajo, “en la edad adulta solo resultan unos salteadores o unos mendigos”. Para Belgrano, la ociosidad es “es el origen de la disolución de las costumbres”. Frente a esta situación opinó que los principales medios para prevenir esos males de la sociedad “son las escuelas gratuitas donde pudiesen los infelices mandar a sus hijos sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podría dictar buenas máximas e inspirarles amor al trabajo, pues un pueblo donde no reine éste, decae el comercio y toma su lugar la miseria”. También hay que crear escuelas gratuitas para niñas “donde se les enseñe la doctrina cristiana, a leer, escribir, coser, bordar, etc., y, principalmente inspirándoles el amor al trabajo”. “Estas escuelas deberían ponerse con distinción de barrios, y deberían promoverse


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en todas las ciudades, villas y lugares que están sujetas a nuestra jurisdicción”. Belgrano propiciaba una educación que desterrara la ociosidad y formara hombres y mujeres para el trabajo, que facilitara el acceso a las nociones elementales de los nuevos principios económicos, se asentara sobre principios humanistas y de las ciencias físico-matemáticas. Una educación que inculcara un patriotismo nutrido del trabajo y más sostenido en el arado que en las armas. Esa libertad no debía quedar encerrada en la esfera de la producción: “reclamaba la libertad del labrador, del artesano, del comerciante”. El ámbito de su despliegue y ejercicio debía ser ese extenso territorio que no comenzaba y tampoco se agotaba en Buenos Aires, sede del Virreinato del Río de la Plata. Hasta poco antes de 1760, “los caminos sólo eran una franja de tierra sin cuidar”, explica Enrique Barba. Por su parte, Gondra destaca que la falta de buenas comunicaciones interiores y exteriores fue una de las mayores preocupaciones de Belgrano durante su actuación pública. Este interés no quedó en su agenda de propósitos. Aunque sin las obras que él había proyectado, logró que se ejecutaran en parte trabajos de arreglos de caminos, de puentes y de postas. En su investigación sobre el Consulado de Buenos Aires, German Tjarks consigna que en 1803 el Consulado apoyó el proyecto de ensanchar el camino hasta la costa del río Pasaje para permitir el paso de dos carretas, mientras Pedro José de Ibazeta, diputado salteño a la Junta, “estaba estudiando el mejor lugar para colocar un puente, costeado por el Consulado, en el cauce del mismo río”. Para Belgrano, abrir nuevos caminos y construir puentes, canales, muelles y puertos, apuntaba a mejorar la conectividad, lo que permitiría un más fluido intercambio comercial. Pero algunos comerciantes monopolistas intentaron aprovechar esas ventajas a su favor, usarlas en sentido contrario. En el primer tomo de su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Mitre menciona el caso del comerciante Pablo Soria que solicitó que el Consulado le otorgara “el monopolio de los transportes terrestres entre Chilcas (próximo al río Pasaje) y Jujuy, con exclusión de todo otro arriero”. En su respuesta el Consulado


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“declaró de unánime acuerdo que no se hiciese lugar a la propuesta por ser contraria a la libertad de comercio y sumamente perjudicial el privilegio exclusivo”. En 1813 Belgrano marchó de Tucumán a Salta para enfrentar por segunda vez a las tropas realistas comandadas por Pío Tristán. Desde diez años antes estaba informado de las dificultades que tendrían las fuerzas a su mando para cruzar el río Pasaje (luego Juramento), en plena estación de las lluvias. A comienzos de marzo de 1772, Concolorcorvo había afrontado un desborde del cauce de ese río cuyas aguas, escribió, “corren siempre muy turbias sobre arenas”. Un camino pantanoso y pesado y la crecida del río Pasaje habían retrasado un mes su llegada a Salta. Pero Belgrano y sus tropas sortearon en corto tiempo ese obstáculo, posibilidad que no estaba en los cálculos de Tristán y que permitió al general patriota utilizar el factor sorpresa como un arma decisiva al momento de derrotar a las fuerzas realistas. Los conocimientos previos del territorio y de sus gentes que Belgrano había adquirido durante su gestión del Consulado, no quedaron reposando entre sus papeles. Tampoco quedaron almacenados como mera información en su memoria. En la correspondencia que Belgrano dirigió a Güemes esos conocimientos afloran. Belgrano aprueba que la mirada de Güemes estuviera puesta en enmendar errores de los subordinados: “la vista del jefe es precisa en todas partes; porque todavía nos faltan subalternos que tomen con el interés debido cuanto pertenece al servicio. Están acostumbrados a la abundancia; ésta se ha acabado; y no conocen la importancia de la economía, y mucho menos de las cabalgaduras que hoy son un objeto de la mayor consideración”, dice al jefe salteño en carta fechada en Tucumán el 18 de noviembre de 1816. La guerra de recursos requería, pues, de ciertas nociones de economía para una buena administración de los bienes escasos. Belgrano conocía el territorio por la publicación y lectura de informes y noticias sobre Tucumán, Salta y Jujuy en el Telégrafo Mercantil (1801 y 1802), y Correo de Comercio de mayo y junio de 1810. Conocimiento que amplió, actualizó y precisó después con los importantes aportes del general Juan Antonio Álvarez de Arenales, que cabalgaba a su lado rumbo a Salta. Aparte del conocimiento


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directo del terreno, Arenales aportó a Belgrano “preciosos datos de la zona donde iba a internarse, además de entregarle planos de Salta y sus alrededores, territorio que era desconocido para él”, anotó Carlos Páez de la Torre. Belgrano precisó la amplitud del espacio que abarcaba el Consulado: “El Consulado, aunque se titulaba de Buenos Aires, lo era de todo el Virreinato”, remarcó. Con esa observación, eludía equiparar, identificar y reducir el país al puerto de Buenos Aires. La suya no era una precisión obvia ni retórica. Por el contrario es una definición sintética de una idea abarcadora de un territorio que, como todo el universo, no es “una invención” sino una realidad tangible que puede ser ocupado, controlado, conocido, encuadrado, humanizado, modificado y aprovechado por la acción del hombre. Sus transformaciones no son invenciones sino realidades sobre las que el hombre despliega acciones y creaciones. La adaptación y transformación del paisaje natural en paisaje del territorio argentino que estudió Federico Daus, son concomitantes: forman parte de la gestación del pago, de la provincia y de la región, son fragmentos de ese fresco donde está dibujado el país y del que se nutre la conciencia de país. “El paisaje cultural es precondición inexcusable para que pueda germinar en la colectividad la conciencia del ser nacional”, señaló Daus en 1961. En opinión de Navarro Floria, los Consulados en América contribuyeron a la formación de estados de opinión y “de una conciencia común acerca de las potencialidades de las colonias”. En síntesis, hicieron un aporte a la introducción de principios de racionalidad económica regional y a la formación de una mentalidad. En la España de mediados del siglo XVIII, bajo la influencia de grupos ilustrados, el conocimiento del país —incluyendo su historia, la lengua y la literatura— fue un impulso, y hasta una pasión, que traspuso los límites de esos círculos, explica Jean Sarrailh en su libro La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII. Casi cuarenta años antes de esa observación de Daus, Luis Roque Gondra había señalado que, después de la Guerra de la Independencia, a esa clase gobernante porteña localista, a la que según Belgrano “solo le interesaban Buenos Aires y sus alrededores”, le


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faltaban dos elementos importantes de una cultura nacional: “el concepto geográfico inequívoco y el sentimiento de la nacionalidad”. Y arriesgó que “Tal vez fue Belgrano, históricamente, el primer nativo de las Provincias Unidas del Río de la Plata que, deponiendo miras de localismo estrecho y vagas aspiraciones de americanismo emancipador, mostró un sentimiento nacional verdaderamente argentino”. En el caso del Consulado de Buenos Aires, esa supuesta limitación no fue solo geográfica: fue colocada por la misma administración que aprobó su creación y por la acción de grupos y mentalidades que podían admitir en España los nuevos vientos del reformismo ilustrado, más por utilidad que por convicción, pero que los rechazaban en el Río de la Plata en defensa de sus privilegios e intereses monopólicos. Los cubrían con la coraza de una mentalidad aferrada al inmovilismo, refractaria a los avances científicos y a la libre difusión de las ideas. La crítica, la libertad de opiniones y de su difusión, las investigaciones científicas, los descubrimientos que derogaban antiguas creencias, las exploraciones y viajes a otros continentes que se aplaudían en Europa, eran condenados en esta parte de América. Francisco Antonio Cabello y Mesa, español de Extremadura, abogado de los Reales Consejos, emigrado a Perú y llegado a Buenos Aires a finales del siglo XVIII, y fundador en abril de 1801 del Telégrafo Mercantil, Rural, Político y Económico, primer periódico del Río de la Plata, criticó con dureza esa mentalidad; aludió a las “voces bárbaras del escolasticismo” y a las que rechazaban las innovaciones del antiguo sistema de clasificación de los animales por parte de naturalistas que lo modificaron a la luz de hallazgos de especies de América, desconocidas en Europa hasta 1492. La debilidad del tejido social rioplatense, el escaso número de personas instruidas, la rigidez de las autoridades españolas y la reticencia de sectores acomodados que defendían a ultranza la inmovilidad del Antiguo Régimen, resistieron la creación y el reconocimiento de una Sociedad Política, Literaria y Económica, impulsada por Cabello y Mesa, volcada en el molde moderno y al estilo de las Sociedades Amigos del País que se crearon en España. En contraste con ese rechazo de sectores acomodados en el Río de


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la Plata, “la parte principal de la minoría selecta española figura entre los Amigos del País”. Las Sociedades económicas son “fundaciones del poder central”, explica Sarrailh. Se multiplicaron en toda España, a partir de 1765 cuando fue reconocida la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, constituida aquel año. Esta institución vasca fue la primera sociedad que funcionó en España con estas características. En 1775, diez años después, con apoyo del rey Carlos III, se creó en Madrid la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. La organización administrativa, la realidad social y la mentalidad refractaria a las innovaciones de sectores beneficiados por el Antiguo Régimen, condicionaron la estructura, modalidades y el tono de la ilustración rioplatense. Una ilustración que, como en el caso de Belgrano, no bebió solo de fuentes francesas ni se nutrió solo del unilateral principio fisocrático, según el cual gobierno y actividad económica debían actuar “de acuerdo con las leyes impuestas por la Naturaleza y la Providencia”. Quesnay, autor que estudió y siguió Belgrano, afirmó que la agricultura “es la única fuente de riqueza” y la única capaz de multiplicarla. Del cultivo de la tierra dependen las materias primas para la industria (las artes) y la actividad del comercio. Hay que hacer que la agricultura “prospere en todas las provincias”, alentó Belgrano. También se informó sobre el curso político y económico de la América del Norte, uno de cuyos ejemplos es la traducción al castellano y la difusión de la “Oración de despedida” que George Washington había escrito en septiembre de 1796; Belgrano la hizo pues se había interesado en las ideas y actuación de Washington. De modo que el patriotismo de Belgrano no se redujo a lo militar, aunque su actuación militar fue relevante; aunque nacido en Buenos Aires, el suyo no fue un “patriotismo porteño”. Si no fuera un doble anacronismo, se podría adjudicar a Belgrano una adhesión al “patriotismo constitucional”. Su patriotismo fue creyente en los valores, las instituciones, el trabajo y la educación. No fue un patriotismo aldeano y, sin incurrir en contradicciones, adelantando dos siglos a su tiempo y a la idea de compatibilizar lo local y lo global, dijo: “Creo que la Patria de los hombres es todo el mundo habitado”.


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De algún modo, el establecimiento del Consulado de Buenos Aires, la designación de Manuel Belgrano como máxima autoridad, el apoyo institucional del Consulado y personal de Belgrano, además de la benevolencia del Virrey, posibilitaron la publicación de los tres primeros periódicos rioplatenses: el primero, Telégrafo Mercantil. Rural. Político. Político e Historiógrafo (1801-1802), fundado por el extremeño Francisco Cabello y Mesa, cuyas páginas difundieron ideas de Belgrano, Pedro Cerviño, Manuel José de Laverdén, Pedro Andrés García, Pedro Antonio y Tadeo Haenke, naturalista y gran conocedor de la geología, que formó parte de la expedición Malaspina (1789-1792). El segundo fue el Semanario de agricultura, industria y comercio (1802-1807). Dirigido por Hipólito Vieytes, fue promovido y apoyado por Belgrano desde el Consulado y con una serie de algunos de sus más importantes escritos. El tercero fue Correo de Comercio (1810-1812, salido de la imprenta de los Niños Expósitos, hoja que “sería la válvula de escape de la impaciencia de Belgrano”, según Ernesto J. Fitte. En esa publicación, refiere Belgrano, “salieron mis papeles”, mucho de ellos críticos a la administración española. Se supone que Belgrano escribió allí hasta septiembre de 1810, poco antes de hacerse cargo de la expedición militar al Paraguay. La impronta del Correo de Comercio”, aunque similar en estilo y contenidos a los de las Sociedades de Amigos del País en España, permitió que las plumas rioplatenses las matizaran, enriquecieran y adaptaran a la realidad de este Virreinato. Uno de sus propósitos fue explicitado en su primer número: promover, armonizar, complementar y sintetizar opiniones e intereses diferentes, y muchas veces contrapuestos, de labradores, artesanos y comerciantes a quienes ese medio reconocía su importancia y sus afanes, que eran los mismos en los que, desde su juventud, Belgrano estaba empeñado. No es casual la participación de Belgrano y sus artículos en esas tres publicaciones que coincidían en las ideas reformistas y en los temas a los que otorgaban más espacio e importancia. Entre ellos, las notas referidas principalmente a las ciudades del Centro, Litoral y Noroeste del país. Al hacer este reconocimiento, nada obvio, abría su mirada a ese extenso como poco conocido y reconocido territorio que, dibujado


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antes en su imaginación y con lecturas de los primeros periódicos del Río de la Plata, comenzó a recorrer de a caballo y en carretas cuando, en septiembre de 1810, el gobierno central puso en sus manos la responsabilidad de comandar la expedición militar a la Banda Oriental y al Paraguay. Años después conoció las provincias “de arriba”. Lo hizo como jefe del Ejército Auxiliar del Alto Perú. Primero, desde comienzos de 1812 hasta enero de 1814. Después desde agosto de 1816 hasta comienzos de 1820. La permanencia y relación de Belgrano con Tucumán, Salta, Jujuy, e incluso con Potosí, por donde pasó con su ejército, duró cuatro años, discontinuados. Lo que hasta entonces solo eran noticias de esos lejanos distritos que había leído en aquellos primeros periódicos en los que él mismo publicaba sus escritos, se enriquecieron entonces con sus vivencias en campamentos, ciudades, caseríos y campos de batalla. De este modo, Belgrano fue configurando su imagen del país con una amalgama de conocimientos leídos en varias fuentes, de vivencias y experiencias. En este territorio era mucho más lo por conocer que lo conocido; con escasa población en una enorme extensión y diversidad de regiones y paisajes naturales; con manchones poco cultivados y poblados, caseríos “apenas algunas burbujas en el vasto mar”, separados por grandes distancias a recorrer por precarios caminos y senderos de a caballo o en carreta, y salpicados de algunas postas. Ese interés por el territorio venía desde el final del siglo XVIII, cuando se comenzó a acentuar lo que Federico Daus definió como “la transformación del paisaje natural en paisaje cultural”. Daus añade que parte del paisaje cultural argentino “fue gestado en el periodo anterior a 1810”. En Belgrano el conocimiento del territorio no fue un mero ensayo de laboratorio, tampoco una atracción por sus paisajes, un interés por lo exótico ni un simple despliegue de curiosidad. No fue solo un trabajo de búsqueda de información, de recolección de datos para su posterior descripción y sistematización. Esa adquisición y gestión del conocimiento incluía y debía culminar en la aplicación y la utilización no solo de los conocimientos rigurosos y científicos, sino también de los saberes que labradores, artesanos


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o arrieros adquirían en la práctica y acumulaban en su cultura y experiencias. Al conocimiento aportado por estudiosos especialistas en agricultura, era necesario añadir “un conocimiento inmediato del carácter de las gentes naturales del país en que estamos e igual conocimiento de los campos”, explicó Belgrano. Un interés especial de Belgrano, que coincidía con uno de los objetivos del Consulado, era obtener conocimiento del territorio, habitantes, paisajes, clima, suelo, ríos, recursos naturales, cultivos, características y costumbres, para luego sistematizar esa masa de información, hasta entonces insuficiente, imprecisa y dispersa. Los datos y la información organizados, acopiados y transformados en conocimiento, por un lado, permitirían su posesión más abarcadora y efectiva y, por otro, una mejor adaptación al medio y una más razonable comprensión de la realidad. Alcanzados esos propósitos, tales conocimientos podrían ser utilizados como instrumentos para introducir las reformas necesarias en una sociedad que no solo había experimentado un incremento de población, sino que comenzaba a diversificar su economía, a demandar libre ejercicio del comercio y a otorgar más importancia a la explotación de la tierra como “base de sus ingresos”, poco cultivada hasta entonces, con instrumentos rudimentarios y reducida a una agricultura de subsistencia. Algunos sectores de esa sociedad sentían la necesidad de desprenderse de regulaciones y prohibiciones burocráticas, chaleco de fuerza que frenaban la competencia, la apertura comercial y de puertos, la libertad de ideas de expresión, la propagación de la educación gratuita, la innovación y el crecimiento. En periódicos y durante su gestión en el Consulado Belgrano pudo exponer sus críticas y sus ideas reformistas. Lo hizo respetando e invocando el patrocinio de “Su augusta Majestad”, el rey Carlos III, sin traspasar los límites del régimen. Por su permanencia en España, sus estudios, lecturas y las relaciones que entabló allí, y por el impacto de la Revolución Francesa, el joven Belgrano reconoció que se apoderaron de él “las ideas de libertad, igualdad, seguridad y propiedad”. Tenía en claro “la trilogía propiedad, libertad y seguridad que enunciaba John Locke, y que para el maestro de los fisiócratas, François Quesnay, el orden


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gobierna la propiedad y la propiedad gobierna la libertad”, explica Horacio D. Gregoratti. Belgrano coincidió con Locke en la idea de que el valor de una mercancía dependía de la proporción entre la oferta y la demanda, y que los precios se debían fijar con cierta flexibilidad, “según las condiciones cambiantes”. La noción central del pensamiento económico de Locke era que el equilibrio debía ser resultado de la autorregulación. Belgrano rechazó la práctica de los regidores que, amenaza en mano, salían a fijar el precio de las mercancías. Adam Smith comenzó a escribir La riqueza de las naciones en 1771; la primera edición se publicó en Londres en 1775 y su versión en español, dedicada a Manuel Godoy, apareció en Madrid en 1794, cuando Belgrano embarcó de regreso a Buenos Aires. En Belgrano la defensa de la propiedad no se reducía a la del pequeño círculo de grandes propietarios, sino que incluía la posibilidad y necesidad del acceso a ella de pequeños labradores, de artesanos y de modestas y laboriosas familias. El trabajo y la propiedad debían considerarse como uno de los derechos naturales enunciados por Locke, no un privilegio. Es obvio que, por su condición de funcionario de la Corona, Belgrano podía suscribir públicamente las ideas de Locke sobre la libertad personal pero le estaba vedado insinuar la posibilidad de una desvinculación de estos territorios de la Corona española. Se podía ser reformista en algunas cuestiones económicas, a condición de no cuestionar el antiguo orden político del declinante Imperio Español. Si Belgrano podía defender la libertad personal y en economía hacia el final de la administración española, omitiendo hablar de independencia, durante la Guerra de la Independencia y hasta décadas después, la Patria “era y tenía que ser la negación de la libertad individual”, como, con sentido crítico, observó Alberdi. Lo dijo en su última conferencia sobre la omnipotencia del Estado, que leyó en 1880 en Buenos Aires, donde estuvo por corto tiempo después de 45 años de destierro. El logro de la independencia, fue la desvinculación del reino de España. Pero ese logro no podía reducirse a cambiar un despotismo externo por otro interno: debía consolidarse con la conquista


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de la libertad individual de los ciudadanos, la que es “la libertad por excelencia”, definió Alberdi. Una libertad amenazada por “un patriotismo leonino”. Según esa idea “la patria es libre cuando absorbe y monopoliza las libertades de todos sus individuos”, añadió el autor de Bases. El enunciado y la adhesión a estos valores, sus lecturas y afinidad con las ideas de Adam Smith y con las de John Locke, no solo distinguen a Belgrano de aquellos que abrazaron el credo y la práctica del ala jacobina de esa revolución, sino también de una excluyente y cerrada adhesión a las teorías de los fisiócratas franceses, italianos y españoles. La importancia de las ideas de Belgrano no está en una originalidad que el propio Belgrano jamás se adjudicó, sino que radica en su permeabilidad y apertura a las nuevas corrientes de pensamiento. En 1793, cuando finalizaba sus estudios en España, en Europa “las ideas de economía política cundían con furor y creo que a esto debí que me colocaran en la Secretaría del Consulado de Buenos Aires”, admitió en sus “Memorias”. Su convencimiento se fortaleció cuando comprobó que el Consulado recogía las ideas y propuestas de las Sociedades de Amigos del País, difundidas en España y creadas en algunas ciudades de la América española. Los vientos de cambio se hicieron tempestades y estas modificaron el curso de los acontecimientos. En 1810, arrastrado por los sucesos en la Península, aquel Reformismo rioplatense, cauto e ilustrado, se transfiguró en un incruento relevo de autoridades que, para enfatizar ese comienzo de ruptura, tomó el nombre de Revolución. De forma inmediata y simultánea al relevo de las autoridades españolas en nombre de la vacancia y el vacío de poder, la Revolución fue desplegando su decisión separatista. Clausurados los caminos del acuerdo, quedó abierto el escenario de una guerra que se prolongó una década. Finalizada la Guerra de la Independencia, el conflicto se trasladó al interior de las jurisdicciones del antiguo Virreinato y, dentro de ellas, se multiplicó en facciones que, a su vez, se fragmentaron en personalismos autoritarios y sin instituciones. Esa dispersión expresó y también potenció enconos y enfrentamientos que retrasaron cuarenta años el comienzo de un acuerdo constitucional que,


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recién en 1853 y 1860, hizo posible abrir el camino a la unidad y a la postergada construcción de instituciones. Al final del largo túnel que fue de la Revolución a la Guerra de la Independencia y de esta a las guerras internas, el horizonte del nuevo orden a edificar parecía desprovisto de ideas y claros objetivos para encarar con éxito esa obra. En opinión de Gondra la figura de Belgrano se agrandó e iluminó “por entre las sombras siniestras del periodo 1820-1850 la historia futura de la patria, que parece como una realización concreta de su pensamiento”. Pese a esa primera y superficial impresión, para arrojar luz a aquella incertidumbre y superar aquella orfandad de ideas y proyectos, estaban los empeños, estudios y proyectos truncos o frustrados de aquel Reformismo ilustrado que, pensado en su momento como brújula y herramienta para remozar el antiguo orden, tuvo que reemplazar las ideas constructivas con la acción bélica y sustituir las ideas y la pluma por la pólvora y las armas. En medio de ese agitado escenario, con más cercanía en el tiempo, estaban los aportes reflexivos de la Generación del 37 y, dentro de ella, la personalidad y obra de Alberdi que retomó el interés de Belgrano por los temas económicos. En 1923 Luis Roque Gondra publicó la investigación y el análisis más importante sobre las ideas económicas de Belgrano que él considera que, en el aspecto teórico, “no ha sido superada en nuestro país”. Por su acción en el Consulado, por su aporte teórico, por haber introducido la ciencia económica, por su afán por el estudio y la descripción del territorio y sus riquezas, por su conocimiento y aplicación del arte de la guerra, ponderados por San Martín, Belgrano fue, “con la palabra y con la obra”, uno de “los más grandes forjadores” de nuestro país. Se puede discutir, pero no desdeñar, una advertencia de este historiador cuando sostiene que el error fundamental en la concepción histórica de la generación del 37, formada por la influencia del romanticismo, fue cambiar lo principal por lo accesorio, al colocar a Belgrano “en el cuadro de la historia política y militar como protagonista, y deja en la penumbra, reducido casi a un adorno insignificante de su personalidad, la obra de sus escritos”.


G. A. Caro Figueroa: Belgrano y la importancia de conocer el territorio del país

Bibliografía principal

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Un

lugar en el mundo. Belgrano y un proyecto urbano 1 para San Miguel de Tucumán, 1812-1820

Juan Carlos Marinsalda 1

L

os ejércitos revolucionarios enviados desde Buenos Aires a partir de mayo de 1810 fueron agentes de importantes cambios políticos, sociales y económicos en las ciudades en las que estuvieron acantonados, como el caso de Tucumán y Mendoza. En sintonía con los ideales de la ilustración, sus líderes promovieron o convergieron con los cabildos locales en la realización de proyectos y obras de infraestructura que en su conjunto fueron dirigidas a lograr una creciente militarización de la sociedad. Este proceso fue acompañado mediante la incorporación de nuevos rituales y espacios de representación. El Ejército del Perú estuvo acuartelado en Tucumán en dos oportunidades al mando de Manuel Belgrano; en 1812 cuando de1

El presente trabajo se desprende de algunos temas abordados en mi Tesis de Doctorado “La Casa Histórica de la Independencia Argentina”; realizada en el marco del Doctorado en Rehabilitación Arquitectónica y Urbana de la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad de Sevilla, España y defendida en enero de 2016. Agradezco a Sara Peña de Bascary la invitación para publicarlo. 2 Arquitecto Universidad de Buenos Aires, Doctor por la Universidad de Sevilla. Responsable del Distrito Cuyo de la Dirección Nacional de Arquitectura, MOP.


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tuvo el avance realista y entre 1816 y 1819 como retaguardia del frente Norte y representación de la autoridad del Directorio ante los movimientos autonomistas provinciales. En el transcurso de esta segunda estancia el jefe militar asumió también el carácter de Capitán General de la Provincia. El presente trabajo sostiene que Belgrano realizó un proyecto urbano en Tucumán mediante el recurso a la mano de obra y los técnicos del ejército y que fue invisibilizado y abandonado a partir de la instauración de los gobiernos autonómicos que se iniciaron en 1819 con el golpe de Bernabé Aráoz. La duración de este proceso habría condicionado su registro en la historiografía y más precisamente en la historiografía urbana de Tucumán. Se propone reconstruir el proyecto urbano analizándolo en el marco de los ideales de la ilustración y la revolución en el Río de la Plata, como también su evolución y resignificación hasta el presente. Con este fin, se aborda el problema desde el reconocimiento de las huellas aún existentes en el territorio y los registros documentales e historiográficos, fundamentalmente a partir de los dos primeros planos de la ciudad de Tucumán realizados en 1816 y 1821. El resultado de la investigación aporta fundamentos y propone algunas herramientas para el rescate de este proyecto en la memoria de la ciudad y el territorio.

Tucumán, ciudad histórica, colonial y liberal El centro histórico de San Miguel de Tucumán es reconocido por su traza en cuadrícula regular originada a partir de la plaza central en la que se distingue el casco fundacional de 1685 de 9 x 9 manzanas y el ensanche o casco liberal de 1877 con sus calles arboladas, delimitado perimetralmente por cuatro boulevards donde “Ambos constituyen una unidad desde el punto de vista funcional y simbólico, aunque presentan rasgos particulares respecto del tejido y el paisaje urbanos, como reflejo del momento histórico que los originó” (Paterlini, 2012 p. 58). La uniformidad de esta trama, rasgo de larga duración de nues-


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tras ciudades (Waisman, 1990), presenta sin embargo una secuencia de anomalías en el sector Oeste; allí el cambio de orientación del eje de la calle Alberdi-Colombres rematada en la pirámide de la plaza Belgrano, la traza irregular que la circunda y el zigzagueante Boulevard Lavalle, constituyen las marcas de un proyecto urbano que se enclava en la borrosa interface espacial y temporal de esos dos modelos históricos y teóricos reconocidos. Este proyecto realizado por Manuel Belgrano que permaneció en la toponimia; barrio de la ciudadela, calle de las carreras; o en una alameda en la pluma de Juan Bautista Alberdi y el pincel de Ignacio Baz, no ha encontrado su sitio en la historiografía arquitectónica y urbana o en la memoria de la ciudad.

Alamedas, acequias y pirámides. Los nuevos escenarios de la revolución El origen de las alamedas puede remontarse al siglo XVII y su diseño y escala habrían estado relacionados con el paseo de carruajes (Mir, 2015); las expansiones urbanas del siglo XVIII recurrieron a la creación de estos paseos que descentralizaron algunas funciones que se concentraban en las Plazas Mayores americanas. En Buenos Aires, el Virrey Ceballos inició en 1757 la construcción del paseo de la Alameda en el bajo de la costa del Río de la Plata que se desarrollaba cuatro cuadras hacia el Norte del Fuerte, plantando 1500 sauces en dos calles.3 El paseo fue mejorado por sus sucesores Francisco de Paula Bucarelli y Juan José de Vértiz; quien expresaba que “los paseos públicos son adornos que contribuyen tanto a la diversión y salud de los ciudadanos como a la hermosura de la ciudad” (Page, 2008, p. 115). Córdoba alcanzó notables avances durante la gobernación de Rafael Sobremonte; la alameda (también arbolada con sauces) con dos calles para vehículos fue realizada en 1786 y en 1791 se instaló una fuente dedicada a Carlos IV y su esposa María Luisa de Par3

La alameda de la muralla costera de Cádiz había sido rediseñada con tres calles en 1754.


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ma; también existía una segunda alameda sobre el tajamar del río Suquía. Las obras para mejorar la provisión de aguas corrientes concluyeron con la inauguración de la fuente en la Plaza Mayor en 1792 y la incorporación en el ejido de un tercer paseo arbolado con sauces en torno a un estanque distribuidor de agua para las quintas, en cuyo centro se construyó un obelisco.4 En Mendoza, el Cabildo construyó en 1808 una alameda de seis cuadras con álamos introducidos por el español Juan Cobo, el paseo se alineó al oeste de la planta urbana junto al canal tajamar que proveía de agua a las acequias de la ciudad. También se proyectaba la provisión de agua hasta una fuente en la plaza mediante un acueducto desde la vertiente de El Challao. La revolución recurrió a la resignificación de las plazas centrales fundacionales y de estos nuevos espacios periféricos, que serían reproducidos y ampliados en la capital y en las ciudades del interior en las que se instalaron los ejércitos de Buenos Aires. El primer monumento erigido para conmemorar la Revolución fue la “pirámide” ubicada en el centro de la Plaza Mayor de Buenos Aires, que había sido resignificada como Plaza de la Victoria luego de las invasiones inglesas. Era un obelisco de mampostería de 11 metros de altura con un basamento rematado con una cornisa y un cuerpo piramidal coronado por una esfera de tierra cocida, el pedestal estaba rodeado por una reja con pilares de mampostería rematados también con esferas; el austero monumento estaba destinado a ser engalanado con guirnaldas y otros elementos de carácter efímero. Para el primer aniversario del 25 de Mayo Buenos Aires contó con un espacio público nuevamente resemantizado y con un testimonio material donde realizar los rituales vinculados a evocar la Revolución de Mayo; este espacio sería a partir de entonces el que concentraría la mayor densidad política de la nación. La Alameda de sauces en conjunto con el fuerte y el puerto asumía también la representación de la “Nueva y gloriosa Nación” ante la llegada de los navegantes.

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Actualmente la avenida Vélez Sarsfield, el paseo de la Cañada y el Paseo Sobremonte.


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A partir de 1814 el gobernador intendente de Cuyo, José de San Martín, desarrolló importantes obras de infraestructura para ampliar las zonas irrigadas y generar mayores recursos para el ejército que se formaba para restaurar la independencia de Chile. En Mendoza, el Cabildo propuso en 1814 erigir una pirámide en la alameda para homenajear la toma de Montevideo5 y por iniciativa de San Martín se realizó la extensión del paseo dos cuadras hacia el Norte, incluyendo un templete para la banda de música; promoviendo a la alameda como un nuevo espacio de relación entre los vecinos y la oficialidad del ejército. En 1816 se concluyó el acueducto de El Challao y esta ciudad también tuvo su fuente en la Plaza Mayor. Reforzando el carácter simbólico que le otorgaba a la alameda, San Martín adquirió un sitio para su futura residencia6. En San Juan, donde se organizaba parte del ejército, el gobernador De la Rosa realizó en 1816 una importante intervención para ordenar el futuro crecimiento de la ciudad; se trazaron en el ejido cuatro nuevas “calles anchas” que definieron un rectángulo en función de la distribución del agua, extendiendo la planta urbana cuatro cuadras al Norte y al Sur de la Plaza, siete al Este y seis al Oeste. La acequia de la ciudad se encauzó junto a la calle del Oeste y en el centro de su trazado se dispuso una alameda de planta cuadrada, como en Córdoba. En el centro del paseo se erigió una pirámide de la que partían las diagonales hacia cuatro pilastras en los jardines ubicados en las esquinas. Según recordaba Damián Hudson, la pirámide había sido erigida en 1816 para conmemorar la declaración de la independencia7 y el diseño y construcción con 5

La propuesta fue aprobada por el Director el 10 de septiembre de 1814, pero no se cuenta con registros oficiales acerca de su construcción (Campana, 2014). 6 También se realizaron importantes obras de infraestructura para ampliar las zonas irrigadas; en 1816 San Martín solicitó la cesión de tierras en la zona de Barriales para construir su finca y el gobernador Luzuriaga dispuso otro tanto para los soldados que destacaran en la campaña. Luzuriaga dispuso la construcción de una pirámide en recuerdo de San Martín por sus servicios a la provincia que fue erigida en 1925 (Favre, 2011 p. 336). 7 Gladys Aballay Meglioli afirma que la pirámide fue erigida en 1817 para conmemorar la declaración de la Independencia y que estaba construida con


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ladrillos estuvieron a cargo del jefe de ingenieros del Ejército de los Andes, Antonio Arcos. Luego del año 1820 el paseo fue abandonado y tras sufrir frecuentes inundaciones, la pirámide se derrumbó en 1850. (Hudson, 1966 p. 57). Sarmiento, que recordaba los paseos nocturnos en la alameda con sus jardines de rosas e iluminada con faroles, afirmaba que la pirámide había sido construida en 1817 para evocar al Ejército de los Andes8 y que hacia 1847 se encontraba en ruinas. A diez cuadras de la plaza hacia el occidente se levanta una aguja o pirámide, que hoy eleva su punta truncada en medio de un erial desapacible. Dos veces la he visto por las tardes rodeada de dos o tres vacas que iban a buscar abrigo bajo su sombra contra los rigores del sol. La pirámide aquella es la tumba de la revolución, muerta en la infancia; ruina ya a los treinta años de erigida. [Sarmiento, 1850, p. 21-22.]

En San Juan también se realizaron obras de infraestructura para riego, con la apertura del canal Pocito se amplió el área irrigada hacia el sur de la ciudad.

El Sepulcro de la Tiranía Entre 1810 y 1819 la ciudad de San Miguel de Tucumán fue el centro estratégico de los ejércitos que intentaron promover la revolución en el Alto Perú; el 24 de septiembre de 1812 Manuel Belgrano al detener el avance realista en la Batalla de Tucumán,9 había fijado

mampuestos de adobe, por lo que tuvo que ser reparada y reconstruida en varias oportunidades hasta su reemplazamiento en 1998 (Meglioli, 2016, p. 83-92). 8 “Construyó la pirámide el ingeniero español Díaz, de que quedan tan chuscos recuerdos en la historia de la guerra de la independencia” (Sarmiento 1850, p. 22). Es probable que el autor se refiera al Ingeniero Arcos, que desertó en 1818 luego de Cancha-rayada. En ese caso, la pirámide tendría que haber sido cuanto menos comenzada en 1816, antes de la partida del ejército. 9 En reconocimiento a la victoria se otorgó a los combatientes el uso de un escudo distintivo con el lema “La patria a su defensor en Tucumán” y se acuñó en Potosí una medalla con el lema “Tucumán sepulcro de la Tiranía”.


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el que sería el límite septentrional de la revolución. En 1814 San Martín reorganizó el sistema defensivo y dispuso la construcción de una plaza fortificada para concentrar las tropas en caso de contraste, organizando el sostenimiento del frente en Salta por medio de la guerra de partidas o de guerrillas (Pérez Amuchástegui, 1976). A partir de agosto de 1816 y nuevamente al mando de Belgrano, el Ejército Auxiliar del Perú vio modificadas sus misiones estableciéndose como reserva a retaguardia mientras las milicias al mando de Martín Miguel de Güemes defendían las provincias de Salta y Jujuy de las invasiones de los ejércitos realistas. Por orden del Congreso, a partir de agosto de 1816 su nuevo teatro de operaciones se ampliaría a las provincias del Noroeste y Centro: Salta; Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Córdoba.10 Sus misiones serían las de reprimir los movimientos autonomistas y federales que igual que las provincias del litoral alineadas con Artigas desafiaban el poder del Directorio, por lo que se generalizó en las provincias la idea que se trataba de un ejército porteño.11 Durante 1816 Belgrano tuvo que destinar contingentes para controlar el movimiento autonomista de Borges en Santiago del Estero, el golpe de Bulnes Córdoba y el levantamiento en La Roja. Respecto del teatro de operaciones Norte, en marzo de 1817 envió una fuerza en campaña al Alto Perú al mando de Gregorio Aráoz de Lamadrid12 para hos10 Con este fin se incorporó operativamente al Ejército de Belgrano el regimiento de línea de Granaderos de Infantería que se estaba formado en Santiago del Estero desde principios de 1816. 11 “Sin embargo, también hay que tener en cuenta que en esta caracterización puede haber influido que el accionar del Ejército Auxiliar del Perú siempre se consideró en función de la defensa de los intereses políticos de la capital. Esta percepción se reforzó a partir de 1816 debido a la fuerte intervención de este ejército en los conflictos políticos que tuvieron lugar en las provincias del interior a partir de ese año. Ambas cuestiones, la gran cantidad de “porteños” y la defensa de los intereses de las autoridades centrales instaladas en la capital colaboraron a construir esta imagen del “ejército porteño” (Morea, 2013). 12 Esta campaña, también conocida como cuarta expedición al Alto Perú fue realizada entre marzo y diciembre de 1817 por un contingente de 300 soldados de las tres armas dirigidos por Lamadrid, que obligó a retrogradar tres divisiones del ejército comandado por De la Serna que avanzaba hacia Tucumán.


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tigar las líneas de abastecimiento del Ejército realista de José De la Serna que había invadido Salta con el objeto de distraer recursos del Ejército de Los Andes que se aprestaba a invadir Chile. La ciudad que albergaba por tercera vez al Ejército y que había sido su punto de apoyo desde 1810, acusaba cambios sociales y económicos, entre ellos la posibilidad de ascenso en la escala social mediante la incorporación al ejército y al volcar la producción de los artesanos locales al servicio de la guerra (Leoni Pinto, 1974). La ciudadela estaba inconclusa y algunos edificios religiosos y particulares ocupados por las tropas habían sufrido daños luego reparados por cuenta del estado, que también comenzaba a regularizar el pago de alquileres. El peso de estos gastos militares sobre las arcas provinciales había aumentado considerablemente con la apertura del Congreso Constituyente y la recepción de emigrados del alto Perú luego de Sipe Sipe (Parolo, 2012). Los comprobantes de Gastos de Guerra conservados en el Archivo Histórico Provincial, permiten conocer cuáles eran las viviendas que estaban alquiladas para uso del ejército y los valores de los alquileres; podemos destacar el de la casa de Laguna Bazán, donde había sesionado el Congreso, por 25 pesos para la imprenta y almacenes del ejército,13 la de Josefa Ojeda por 25 pesos para hospital militar, la de José María de la Peña por 20 pesos para la Contaduría, Botica de Inválidos y un cirujano del Ejército; la de José Manuel Baudrix por 18 pesos para el hospital chico del Ejército; la de Narcisa Guevara por 10 pesos para la Intendencia del Ejército; y la de María Ignacia Moure por 16 pesos para la Proveeduría del Ejército.14 A estas casas destinadas el ejército15 se agregaba la fábrica de 13

“[...] Ha disfrutado mi Sra. Madre al alquiler de veinte y cinco ps mensuales en estas Caxas por la casa q le ocupa el Estado, con la Imprenta, almacenes y otras atenciones [...] Juan Venancio Laguna Tucuman Octubre 13 de 1817 [...]”. AHT: Comprobantes de Contaduría Nº 279, 1817 p. 127 (Marinsalda, 2016). 14 Información sistematizada del registro de alquileres pagados entre 1817 y 1819; inédita (Parolo, Paula 2014). 15 Estos registros permiten observar que los alquileres de las viviendas fueron pagados hasta febrero de 1819, por lo que las viviendas habrían sido desocupadas al producirse la marcha del Ejército del Norte hacia Córdoba en marzo de 1819.


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fusiles de propiedad del estado y la ocupación de los conventos de la Merced para el 10 de Infantería y el de Lules para los Dragones y los Húsares. Las milicias de la ciudad dependientes del Congreso, ocupaban el convento de Santo Domingo y el resto del ejército estaba acuartelado en la Ciudadela, construyendo sus barracas.

El “Plano Geométrico de la Ciudad y sus alrededores”, 1816 Una de las primeras medidas tomadas por Belgrano al estacionar nuevamente al ejército en Tucumán, fue disponer la realización de un plano detallado de la ciudad;16 este plano sería el segundo luego del que había realizado el ingeniero militar español Francisco de Mendizábal describiendo la batalla del 24 de septiembre de 1812, aunque no habría vínculo entre ambos documentos.17 Este plano, sin fecha ni firma, está encabezado por una gran cartela que explica: Los edificios de este Pueblo se han demarcado con el color rojo, y el segundo color que forma la uniformidad de las Calles, (con las líneas punteadas) indica la amplitud de los Jardines, y Huertas. Su situación ocupa una pequeña altura, las vertientes son del Norte al Sud, y de O.a E y la regularidad de su territorio a legua en torno se considera como Llana y domina de 15 a 20 varas del plano del río Nío que pasa por su frente al Este, distante ¾ de legua, sus vertients al Sud.

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Este plano fue encontrado por el Arquitecto Ramón Gutiérrez durante sus investigaciones en la Sección Iconografía de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro y publicado en el diario La Gaceta de Tucumán en el año 1982, reproducido en blanco y negro y aclarando que era un plano de San Miguel de Tucumán, pero sin poder confirmar entonces la fecha de realización ni su autor; respecto del cual estimaba que podría tratarse de Felipe Bertrés o Enrique Paillardelle. 17 En el año 2012 gestionamos el envío de un ejemplar escaneado en alta resolución para poder realizar el análisis detallado, fecharlo e identificar tanto al autor como al comitente La solicitud formal a la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro fue realizada en 2012 por la Directora del Museo de la Casa Histórica de la Independencia, Mg. Patricia Fernández Murga, a quien agradezco su dis-


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En las cartelas al pie se detallan los siguientes temas:

Las Quintas se hallan en el baxo del Este todas reciben aguas con acequias que toman del rio Nío en estas mismas acequias o canales están barios Molinos. El cavildo está demarcado de color celeste La Acequia del Oeste es una agua exelente que proviene de los Cerros de Tafí, a trece leguas de distancia al N.O. el pueblo recibe estas aguas con grande facilidad. La situación de la Ciudadela no domina el pueblo sin embargo bate parte de el. Las calles tienen de amplitud doce varas, y el largo de ellas son de 154 varas. La división de esta Provincia de la de Salta fue el día 8 de Octbre de 1814 y esta Ciudad de Sn Miguel de Tucumán erigida en Capital.

Respecto del año en que fue ejecutado, su finalidad y la identidad de sus autores, en el Archivo General de la Nación se conservan documentos relacionados al Ejército Auxiliar del Perú que dan cuenta de la realización del plano por orden de Manuel Belgrano18 y que se estaba terminando a fines de Septiembre de 1816, siendo realizado por el Ingeniero Felipe Bertrés y por el Capitán José María Echandías.19 El 7 de septiembre de 1816 Belgrano informaba: Don José María Echandía, Capitán del Batallón de Inf.ª n10 desempeña hoy una de las Comisiones más importantes a este Exercito: Se halla encargado de poner agua por un conducto cómodo, aunque de alguna distancia en la Ciudadela q, l ocupa la Tropa, y sería de grave perjuicio su separación hasta que concluya su encargo: En esta inteligencia, luego que lo verifique, daré

posición. El plano, incorporado al archivo documental, estuvo exhibido desde ese año en el museo. 18 La referencia a los documentos sobre la realización de un plano por parte de Bertrés y Echandías fue publicada en forma parcial por Alejandro Morea en su Tesis Doctoral (Morea, 2013, p. 165). El estudio de los documentos completos en el AGN, en el año 2015, permitió verificar que se trata del plano que está en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. 19 El Ingeniero Echandías, del Batallón Nº 10, había servido en el Sitio de Montevideo y estuvo destinado al Ejército del Norte entre 1816 y principios de 1817, luego de lo cual fue trasladado a Buenos Aires.


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puntual cumplimiento á la orden de V.E. sobre su traslación a esa Capital, que se me ha dirigido con fha 13 de Agosto último.20

Encontramos una referencia a la ejecución del “Plano Geométrico de la Ciudad y sus alrededores” en una Nota enviada por Belgrano al Director Supremo en septiembre de 1816: Paso á manos de V.E. el Despacho de Capitán de ingenieros que mereció D. Felipe Bertrés del Brigadier Gen. D. José Rondeau, para q.e se digne mandarlo expedir el q.e corresponde. Este oficial es muy contrahido al trabajo, y acaba de desempeñar exactamente un plano Geométrico de esta Ciudad, y sus alrededores con la mayor perfeccion. Le ha acompañado a estos trabajos el Capitán del Numº 10 D. José María González de Echandía, cuio mérito y conocimientos, me han impelido á destinarlo al Cuerpo de Ingenieros: Actualmente á mas de sus ocupaciones, tiene la de enseñar Matemáticas á los Caballeros Oficiales y Cadetes que se han decidido a aprenderlas. Espero que V.E. igualmente se digne expedirle Despacho de tal Capitán de Ingenieros.21

El análisis del plano permite obtener diversa información acerca de la ciudad y sus alrededores; en primer término llama la atención que se haya omitido la extensión de una cuadra del ejido hacia el Oeste y hacia el Sur, comprendida entre las actuales calles Rioja y Alberdi y entre Lavalle y Bolívar, por lo que la casa de Belgrano, la Ciudadela, parte de la acequia y la laguna se han desplazado hacia el Norte y el Este, en diagonal hacia la Plaza Mayor. Presumimos que este desplazamiento responde a la falta de espacio en el papel al haber situado la plaza en el centro de la hoja; razón que habría forzado también a desplazar dos cuadras hacia el Este al Corral de la Patria. Hay un error en la escritura de la distancia de la acequia a Tafí, ya correspondería una distancia de tres leguas en lugar de trece. 20

AGN. Sala X Exercito Auxiliar del Perú 1816 Legajo 4.1.3. Nota del 7 de septiembre de 1816. 21 AGN. Sala X Exercito Auxiliar del Perú 1816 Legajo 4.1.3. Nota del 26 de Septiembre de 1816.


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Se representan e identifican los principales edificios; el Cabildo, la Matriz y los conventos de San Francisco, La Merced y Santo Domingo, la ermita del Señor de la Paciencia y los Corrales de la Patria. En color rosado se indican las áreas edificadas, macizando las superficies sin distinguir los patios, definiendo los espacios de las calles y huertas o baldíos confinados por las edificaciones. Los espacios destinados a huertas y quintas presentan en algunos casos formas triangulares, lo que posiblemente responda al parcelamiento y al modo de riego y también a una trama de circulación secundaria por el interior de las manzanas, como fuera representado en el plano de la ciudad de Buenos Aires del año 1740 de autor Anónimo.22 El plano también contiene las obras recientes; la nueva acequia que abastece a la ciudad con agua procedente de la Toma de Tafí Viejo habilitada a finales de 1816 por cuenta del Gobernador Aráoz, la ciudadela en construcción y la nueva casa del General Belgrano, realizada también a fines de 1816. Se detallan los sistemas de conducción y almacenamiento de agua en la casa de Belgrano y en la Ciudadela, con lo que parecen ser dos sifones para el paso de la traza de la actual calle Alberdi y representando a la laguna ubicada al sur, donde actualmente se encuentra la plaza San Martín.23 El área ocupada ha excedido la trama fundacional de nueve por nueve manzanas dos cuadras hacia el sur siguiendo la calle de la Matriz, en tanto que hacia el Norte, el Oeste y el Este ha llegado a la calle de ronda con diversa densidad, concentrándose sobre los ejes de los caminos y confirmando las ocupaciones de sitios registradas en el padrón de 1808 y el censo de 1816 (Marinsalda, 2016). Esta representación también expresa la centralidad de la ciudad de la segunda mitad del Siglo XVIII; la concentración de viviendas de la elite en el contorno de la plaza, la ocupación de las manzanas priorizando las esquinas por su mayor valor comercial dejando 22

El plano se conserva expuesto en el Instituto de Arte americano Mario J. Buschiazzo en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires. 23 La existencia de la laguna de la Plaza San Martín alrededor de 1840 es confirmada por Florencio Sal (Páez de la Torre (h), 1985, p. 404).


J. C. Marinsalda: Belgrano y un proyecto urbano para San Miguel de Tucumán

Fig. 1. Plano del Tucumán. Felipe Bertrés y Antonio Echandías, 1816. ACHIT.

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espacios vacuos hacia las medianas y finalmente la distribución periférica de las viviendas de las clases populares, conformadas por locales aislados en espacios con límites físicos poco definidos (Bascary, 1999; Meyer, 2010; Marinsalda, 2016). Las superficies edificadas y su morfología han sido representadas con precisión, hemos verificado la correspondencia del plano contrastándola con la reconstrucción de la cuadra de la Casa Histórica de la Independencia en 1816 a partir de los documentos del AHT. (Marinsalda, 2016). La comparación del plano con la imagen aérea, permite comprobar que el cambio de orientación de algunos lotes permanece en la actualidad, confirmando al parcelario urbano como el fenómeno de larga duración de nuestras ciudades (Waisman, 1990 p. 63), y en el caso de San Miguel de Tucumán, estos cambios de orientación podrían responder a las preexistencias de la ocupación del sitio de La Toma.

Los escenarios de las celebraciones patrias en Tucumán Para comprender el proceso de transición de las representaciones de la política en Tucumán seguiremos la investigación de Wilde (2011) que nos permitirá identificar y avanzar en la definición de los espacios de mayor densidad política y los testimonios materiales que permiten la realización de los rituales cívicos. La autora sostiene que “En la transición de la legitimidad monárquica absolutista hacia una que finalmente decantó en republicana fue fundamental la continuación de los ritos tradicionales, aunque resemantizados [...]” (Wilde, 2011, p. 79). Estas fiestas tradicionales eran herederas directas de la tradición barroca y durante las mismas se manifestaba la lógica estamental y jerárquica de la sociedad colonial, cuyo escenario es el espacio público de la ciudad, sus calles y plazas, el interior de la iglesia o de la Casa Consistorial. La principal celebración de la ciudad era de carácter fundacional, representada en el Santo Patrono San Miguel Arcángel el 29 de septiembre; oportunidad en que el alférez realizaba el paseo del Pendón Real en representación del monarca con un desfile que se


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Fig. 2. Manzana de la Casa Histórica de la Independencia con la reconstrucción de la ocupación de los solares en 1816 aplicados sobre el Plano Geométrico de 1816 y una imagen satelital de Google Earth de 2016. Elaboración propia.

iniciaba en su casa y recorría los principales espacios públicos de la ciudad; esta fiesta revestía entonces un carácter religioso y político sintetizados en la figura del Rey. La Semana Santa era la más importante de las festividades religiosas, seguida de las advocaciones locales de la Virgen y los Santos, a quienes se interpelaba para que socorrieran a la población; entre estas devociones destacaba la de la Señora de las Mercedes. El paseo en procesión de las imágenes era el momento culminante de estas ceremonias, cuando se recorría la ciudad que presentaba un paisaje efímero realizado con arcos de flores, guirnaldas y luces. Estas celebraciones y el uso ritual de los espacios de la ciudad fueron adaptadas por el nuevo orden surgido con la Revolución, de modo que las primeras celebraciones fueron realizadas en 1810 para recibir el paso de los nuevos funcionarios y el ejército destinado al Alto Perú, al que se incorporaron contingentes locales. Con la Revolución llegó la guerra y la militarización creciente de la sociedad, consecuentemente las fiestas adquirieron un marcado carácter militar. El primer aniversario de Mayo, el Cabildo de Tucumán organizó los homenajes que tomaron el lugar de mayor importancia para la ciudad.


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La victoria de 1812 tuvo una fuerte impronta religiosa al desarrollarse en el día de la Virgen de las Mercedes en quien Belgrano había encomendado el desenlace de la batalla, razón por la cual, al realizarse la procesión al campo de batalla, Belgrano le obsequió su bastón de Mando. En 1813 el Cabildo proclamó a la Virgen de las Mercedes Patrona menos principal de la Ciudad y estableció celebrar en su día el aniversario de la batalla de Tucumán. Las fiestas de septiembre de ese año estuvieron entonces caracterizadas por la procesión de la Virgen de las Mercedes por las calles principales de la ciudad hasta el Campo de las Carreras, que quedó incorporado como como escenario para las celebraciones cívicas más importantes remarcando el componente de la guerra y los valores cívicos relacionados a ella (Wilde, 2011). Esta fiesta constituyó la primera apropiación del proceso revolucionario por parte de la comunidad y consagró un nuevo espacio de carácter conmemorativo cívico - religioso en el Campo de las Carreras, que se sumó al espacio fundacional constituido por la Plaza Mayor, sede histórica de los poderes cívico y religioso donde fue celebrada la instalación de la Asamblea de 1813. Entre las medidas adoptadas por la Asamblea estuvo la supresión de la fórmula por la que se declaraba fidelidad a Fernando VII y el paseo del Pendón fue sustituido por el enarbolamiento de la Bandera Nacional. En octubre de 1814, al ser creada la Provincia de Tucumán y designado Bernabé Aráoz su primer gobernador, el Cabildo ordenó la confección de la primera Bandera Nacional y estableció el calendario de las fiestas anuales, destacándose las dos de contenido Cívico: el 25 de Mayo y el 24 de Septiembre. Cuando se instaló el Congreso en 1816, el cuerpo de Diputados asistió a una misa en la Iglesia de San Francisco desfilando en el trayecto entre la Casa de Sesiones y la Plaza Mayor; la declaración de la Independencia el 9 de Julio de 1816 se celebró nuevamente con una misa el 10 de Julio y por la noche con un Baile en la Casa del Congreso.24 Este espacio urbano que comenzaba a definirse por el ritual de carácter cívico tenía un antecedente religioso desde el 24

Lamadrid (1947, p. 116).


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siglo XVIII donde el “Cristo de las Bazán”, una imagen articulada, era llevada en procesión en la Semana Santa desde la casa hasta la Plaza. El Gobierno provincial, los Diputados, los Capitulares, las autoridades Militares y Religiosas juraron la Independencia el 21 de Julio; en tanto que el 25 de Julio se realizó una jura de la Independencia con gran afluencia de los sectores populares y de la campaña en el Campo de las Carreras, donde se presentaron más de cinco mil milicianos provinciales montados que juraron sobre la sangre derramada de sus compañeros. En su Discurso Belgrano defendió la futura instalación de una monarquía constitucional, el gran Imperio de América gobernado por un descendiente de los Incas “aún existentes en El Cusco”, según lo informara el diplomático sueco Adam Graaner, testigo de los acontecimientos;25 en tanto que Aráoz dirigió el suyo26 a exaltar el protagonismo de las milicias en 181227. Podemos estimar que entre 1817 y 1819 los festejos continuaron realizándose en ambos espacios; En 1817 el 24 de Septiembre y el 9 de Julio fueron celebrados con todo el brillo que la ciudad pudo permitirse y conservaron la impronta legada por Belgrano y Aráoz en tanto primeros hacedores de estas ceremonias y gallardos protagonistas de los hechos que éstas conmemoraban”. [Wilde, 2011 p. 96.]

En octubre de 1817 Aráoz concluyó su mandato28 al ser relevado por el Coronel de Milicias Feliciano de la Mota Botello, designado

25

Adam Graaner fue enviado a las Provincias Unidas por el Monarca de Suecia, el Conde Bernadotte. 26 La transcripción completa del discurso en Páez de la Torre (h), 1985, p. 243. 27 Aráoz contaba con amplio apoyo en la campaña; su discurso puede ayudar a dar una idea del balance de fuerzas y poder territorial entre el Ejército del Directorio (2.786 integrantes) y las milicias provinciales de más de 5000 combatientes. 28 La relación entre Belgrano y Aráoz se había deteriorado como consecuencia de la superposición de las áreas de responsabilidad de sus respectivos cargos. Los reclamos de Belgrano y los descargos de Aráoz fueron tratados en el Congreso el 20 de septiembre (Páez de la Torre, 1987, p. 246).


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por el Director Supremo. Desde entonces y hasta el alejamiento del ejército en 1819 la legitimación del gobierno directorial en las provincias del Noroeste y Centro estuvo a cargo de Manuel Belgrano, “Capitán General de la Provincia de Tucumán y Jefe del Ejército del Perú”.

La Alameda de Belgrano En este contexto político y militar, Belgrano dispuso la creación de una nueva expansión de la ciudad de carácter ilustrado en el sector Sud Oeste del ejido, proyecto que fue realizado entre 1816 y 1819. Un antecedente de la voluntad de Belgrano por incentivar el desarrollo de los ideales de la Revolución se encuentra en la donación del premio que le había otorgado la Asamblea en 1813 por sus triunfos de Salta y Tucumán para el equipamiento de escuelas, una de ellas en Tucumán.29 El primer paso de lo que luego sería el proyecto, puede fecharse en 1813 con la creación de la nueva Parroquia de la Victoria30 que tendría su sede en un templo a construir en el mismo campo de las Carreras, donde se encontraban sepultados los caídos en la batalla.31 La expansión urbana habría sido entonces desarrollada por Belgrano a partir de 1816 en función de la convergencia espacial de tres elementos: el nuevo carácter cívico y religioso que había adquirido el Campo de las Carreras consagrado en las actuaciones de Julio de 1816; la construcción de la Ciudadela como acantonamiento del Ejército del Perú y representación del poder del Directorio y la apertura de la nueva acequia 29

La Escuela de la Patria en Tucumán fue construida y equipada en el año 1998 con fondos nacionales en los terrenos que antiguamente ocupó la Ciudadela. La obra quedó inconclusa y el gobierno de Tucumán tuvo que devolver parte de los fondos no utilizados. 30 Esta Parroquia debía formarse por el desprendimiento del curato Matriz y estuvo a cargo del padre Pedro Miguel Aráoz a partir de abril de 1813, funcionando provisoriamente en La Merced hasta tanto se erigiera el templo en el Campo de las Carreras. 31 La referencia al entierro de los caídos en el sitio de la Ciudadela la aportaba Adam Graaner en 1816 (Páez de la Torre (h), 1985, p. 242).


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de provisión de agua a la ciudad y a la ciudadela. La herramienta para lograr este objetivo sería el ejército mediante la provisión de técnicos y mano de obra y en segunda instancia de una nueva elite para poblar el sector. Durante los años 1816 y 1819 Belgrano propuso la creación de un cuerpo de ingenieros que integraron Bertrés y Echandías y el ejército se constituyó en un proveedor de técnicos y de mano de obra para la ejecución de las obras públicas, razón que puede explicar la falta de registros de muchos de estos trabajos en los documentos del Cabildo, en tanto podemos hallarlos en los documentos relacionados al ejército del AHT. y el AGN. Allí están asentados por ejemplo los comprobantes32 de pagos por jornales, alimentos y herramientas para los Húsares33 y Dragones que trabajaban en la apertura de una nueva acequia desde Lules34 en 1818. Respecto de los técnicos, se asienta que Bertrés también estaba dirigiendo la apertura del sistema de acequias para la ciudad,35 mientras por su parte el Cabildo registraba en 1817 el avance los trabajos para realizar la fuente pública en la Plaza Mayor;36 adelanto que como hemos indicado, sólo habían implementado Córdoba y Mendoza. Respecto del recurso a los soldados como mano de obra, es oportuno considerar que en los ejércitos de la revolución era corriente incorporar a los prisioneros y que en el Ejército del Perú entre 1816 y 1819 se encontraban dos contingentes importantes; el de los prisioneros españoles y orientales de Montevideo que se habían incorporado a los Batallones Nº 2, 6, 9 y 10 que habían partido Buenos Aires y de los cuales, recuerda Paz, algunos del Nº 2 habían 32

AHT Gobierno, 1817 -1818 fs. 385, 387, 388, 404. Los Húsares de Tucumán de dos escuadrones de nueva formación en 1817, estaban comandados por Lamadrid. 34 Los cuatro escuadrones de Húsares de Tucumán y Dragones de la Patria integraban toda la caballería de Línea del Ejército del Perú luego de la partida de los dos escuadrones de Granaderos a Caballo hacia Mendoza. Se encontraban acuartelados en el Convento Dominico de San José del Monte de los Lules. 35 AGN, Sala X, Legajo 4-1-3 Ejército Auxiliar del Perú 1816 (En Morea 2013, p. 165). 36 Actas del Cabildo, Vol. II, 1817-1824 (Lizondo Borda 1940). En Páez de la Torre (h), 1985 p. 246. 33


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sido internados en Salta y otros habían desertado en Jujuy.37 Pero a partir de 1817 se incorporó un nuevo contingente que estimamos en 500 soldados chilenos prisioneros de Chacabuco al que probablemente se haya agregado otro luego de Maipú. Es importante en este caso conocer la relación que al respecto hacía Damián Hudson: [...] Los oficiales prisioneros de sargento para abajo que quedaron en San Juan y Mendoza fueron destinados por lo pronto, una parte, a la apertura de canales de irrigación, obra de utilidad pública costeada por el Estado con el objeto de habilitar terrenos de grande extensión para labranza, y el resto, que era lo más, a ser empleados por los dueños de quintas de agricultura bajo un reglamento que les garantía el buen trato. [Hudson, 1966, pp. 156 -157.]

Con esta última incorporación el Ejército habría aumentado su número a más de 3200 plazas, al respecto el Coronel chileno Francisco Antonio Pinto, director del Diario del Ejército,38 informaba a Bernardo O’Higgins en septiembre de 1817 que “La cuarta parte de este ejército, sin exajeracion, es de chilenos” (Barros Arana, 1889, p. 370). La red de alianzas familiares de los oficiales del ejército con las hijas de las familias de la elite local y el desarrollo de sus carreras políticas ha sido estudiada por Alejandro Morea (2013) que pudo identificar 26 casamientos de oficiales39 y encontrar referencias a matrimonios de la tropa40. Respecto del ejército como un recurso 37

“Desde el acantonamiento en la quebrada de Humahuaca, los españoles del Nº 2 fueron remitidos a Salta para que fuesen distribuidos, en clase de peones, al vecindario con cargo de responder de ellos los que se constituyesen sus patrones [...] allí quedaron desvalidos y pobres, pero años después encontré a algunos en muy buena fortuna y hechos caballeros” (Paz, 1898, pp. 200-201). 38 Francisco Antonio Pinto era Abogado, en 1811 representó a Chile ante la Junta Grande. En 1814 se encontraba en Europa en misión diplomática y regresó al Río de la Plata con Belgrano. Comandó el Batallón Nº 10 de Infantería, tuvo a cargo el diario del ejército y en Tucumán se casó con Luisa Garmendia de Alurralde apadrinado por Belgrano. En 1820 regresó a Chile para incorporarse a la Expedición Libertadora del Perú bajo las órdenes de San Martín. Fue presidente de Chile entre 1827 y 1829. 39 Los oficiales procedían en su mayoría de Buenos Aires y el litoral y en casos puntuales de Chile, Francia e Italia (Morea, 2013, pp. 220-224).


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para poblar el nuevo proyecto, en 1816 el gobernador estableció un plan de premios que consistía en el reparto de sitios urbanos para los oficiales destacados de Ejército del Perú en el que daba preferencia a los tucumanos; aunque las presentaciones realizadas por Belgrano41 incluyeron a oficiales foráneos que deseaban afincarse y también a oficiales de Milicias (Morea 2013, p. 227). Belgrano solicitó al Cabildo un sitio para construir su residencia y el Cuartel General del ejército frente a la ciudadela, la manzana fue girada a 45º respecto de la trama debido a la necesidad de mantener distancia con el glacis de la Ciudadela y no obstruir su campo de tiro. La casa, según recordaba José Celedonio Balbín, presentaba las mismas características austeras que los cuarteles de la ciudadela; muros de tapial y techos de paja.42 La alameda se extendía en sentido Norte Sur sobre un paseo de veinte varas de ancho (esa era la dimensión que había proyectado Belgrano para las calles de Curuzú Cuatiá) y posiblemente a lo largo de doce cuadras43 excediendo la extensión de la planta urbana existente. El carácter simbólico de este eje articulador44 con la Ciudadela y campo del Honor o Campo de Marte destinado al paseo de la ciudad fue definido en 1818 al erigirse una pirámide en homenaje a las victoria del ejército unido

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El caso emblemático fue el del triple matrimonio de Emidio Salvigni, Antonio Pinto y Gerónimo Helguera con las hermanas Crisanta, Luisa y Cruz Garmendia Alurralde, apadrinados por Belgrano. 41 El recurso de Belgrano a destinar sitios a los oficiales del Ejército, podemos encontrarlo documentado en el AHT. como la solicitud que realiza en octubre de 1818 al Cabildo para que se “adjudique un terreno vaco al Sargento Mayor don Pablo Alemán del Regimiento Nº 9 por ser Oficial de Honor y Mérito” (AHT Gobierno, 1817-1818, fs. 416). 42 Sus muebles “se reducían a doce sillas de paja ordinaria, dos bancos de madera, una mesa ordinaria, un catre pequeño de campaña con delgado colchón que siempre estaba doblado” (Balbín, 1860, p. 23). 43 Estimamos 12 cuadras a partir de la media legua que indicaba Alberdi en su Memoria Descriptiva (1834). 44 El recurso a construir paseos y alamedas en el espacio creado por el glacis de las ciudadelas o fortalezas y las áreas urbanas reconocía un importante antecedente en el Paseo de la Explanada de Barcelona de 1798.


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de los Andes y de Chile sobre el ejército Realista luego de la batalla de Maipú,45 que fue recordada como pirámide de Chacabuco.46 El primer habitante fue Belgrano a fines de 1816 y encontramos un testimonio de la existencia del proyecto en las memorias de Gregorio Aráoz de Lamadrid, que fue posiblemente el segundo. Lamadrid, que había sido designado por Belgrano para dirigir la campaña al Alto Perú de principios de 1817, relataba que al retornar a Tucumán en diciembre de ese año había sido premiado por Belgrano y por el Cabildo, que le adjudicó una manzana lindera a la del General: [...] Me adjudicó el Cabildo una manzana de terreno, al frente de la ciudadela y contigua a la casa que había construido y habitaba el Excelentísimo señor general Manuel Belgrano. Tomé posesión de ella y me puse inmediatamente a hacer trabajar el material yo mismo con mis soldados, y pagándoles como a unos peones, y con él trabajé en seguida una de azotea con tres habitaciones al frente de la calle, mirando al norte. Cerqué de tapia los cuatro costados, construí yo mismo un jardín en el frente del este que miraba a la alameda y mandé trabajar cuatro piezas más en el interior, haciendo sembrar el resto del terreno, pues todos los jefes de los cuerpos tenían sus quintas destinadas para cultivar legumbres y hacer sembrar granos y algunas frutas para sus tropas sin que por estos trabajos pasasen un solo día los ejercicios doctrinales, por compañías por las mañanas, por cuerpos todas las tardes y de línea todos los domingos y días festivos.47

Esta descripción aporta los datos que permiten verificar que la alameda ya existía a principios de 1818 y también acerca de la aplicación de un nuevo proyecto urbano y arquitectónico, que con-

45 “[...] La última de estas victorias, después de la impresión que había producido en los ánimos el desastre de Cancha-rayada, fue celebrada en Tucumán con locura. El general Belgrano hizo levantar un monumento para perpetuar su memoria, el que se conservaba hasta estos últimos años” (Paz, 1898, p. 322). 46 Respecto de la batalla a la que hacía honor la pirámide, Salvigni sostiene que fue Chacabuco, por lo que es probable que Belgrano hubiera proyectado o comenzado la pirámide en 1817, pero como su inauguración fue luego de Maipú, es probable que hubiera habría sido dedicada a ambas victorias; por convención seguiremos refiriéndola con el nombre de Chacabuco. 47 Lamadrid, 1947, pp. 170-171.


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Fig. 3. Tucumán, 1816-1820. Interpretación sobre el plano Geométrico de 1816 corregido. Elaboración propia. 1) Casa del General Belgrano y Cuartel General del Ejército del Perú. 2) Pirámide de Chacabuco, Campo de Marte, Las Carreras. 3) Alameda y su acequia. 4) Parroquia de la Victoria, expansión de la ciudad al Oeste. 5) Casa de Gregorio Aráoz de Lamadrid, 1817.

templaba el diseño de las viviendas con azotea que ya se construían en la ciudad desde fines del siglo XVIII, pero retiradas con jardines hacia el paseo. También confirma el recurso a los militares como mano de obra destinada a obras privadas que cumplieran algún servicio al ejército. Respecto de las huertas para el sostén del ejército, Tomás de Iriarte recordaba que los excedentes de producción eran vendidos para beneficio del ejército. El Cabildo también había hecho merced de un terreno en Chacras al Norte a Felipe Bertrés en marzo de 1818 como reconocimiento al adelantamiento de sus


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Fig. 4. Tucumán, 1816-1820. Interpretación del plano Geométrico de 1816 y del proyecto de Belgrano sobre imagen satelital de Google Earth de 2016. Elaboración propia. 1) Casa del General Belgrano y Cuartel General del Ejército del Perú 2) Pirámide de Chacabuco, Campo de Marte, Las Carreras. 3) Alameda y su acequia. 4) Parroquia de la Victoria, expansión de la ciudad al Oeste. 5) Casa de Gregorio Aráoz de Lamadrid, 1817.

alumnos en el examen público de aritmética.48 Este terreno que abarcaba cuatro manzanas estaba ubicado en el extremo Norte de la alameda, en la actual Plaza Alberdi y la estación terminal del Ferrocarril Central Norte. 48

Paterlini; Perilli, 2012, p. 283.


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No contamos hasta el presente con crónicas de la alameda, pero Balbín recuerda que Belgrano había llevado una volanta inglesa de dos ruedas con un caballo que él manejaba y en la que paseaba algunas mañanas acompañado de su segundo el general Cruz; lo que llamaba la atención porque era la primera vez que se veía una en Tucumán.49 En 1818 también eran propietarios de coches Diego de Villafañe, José de Molina, Miguel Gerónimo Sánchez de la Madrid y Manuel Posse (Meyer, 2010, p. 103). El Ejército del Perú partió de la ciudad en febrero de 1819 en campaña a Córdoba, dejando una guarnición de 300 hombres en la ciudadela al mando del coronel Domingo Arévalo. Con el fin de reconstruir hipotéticamente el proyecto de Belgrano, hemos corregido el Plano Geométrico de 1816 incorporando el espacio de las cuadras faltantes al Oeste y al Sur; trasladando a su sitio correcto la Ciudadela, la casa de Belgrano, la acequia, la laguna y el corral de la patria. Sobre el trazado de la actual calle Alberdi se ha ubicado a la alameda con el trazado de su acequia que desagota hacia el Este por el actual Boulevard Lavalle hasta la laguna que se encontraba en la depresión del terreno que ocupa la plaza San Martín. A ambos lados de la alameda están representadas las manzanas de la expansión urbana que estimamos corresponderían a la proyectada Parroquia de la Victoria, con la cuadra adjudicada a Lamadrid. Hemos incorporado la Pirámide de Chacabuco en su sitio actual, en la Plaza Belgrano. Para confirmar la correcta ubicación y la correspondencia con las huellas en la traza de la ciudad, hemos aplicado la hipótesis del proyecto, la casa de Belgrano, la Ciudadela, la laguna y la representación de los puntos cardinales en la Plaza Mayor sobre una imagen satelital.

49

Carta de José Celedonio Balbín al General Bartolomé Mitre, 1° de setiembre de 1860. Original en Museo Mitre. Buenos Aires. Archivo de Belgrano. Doc. A.5-C.1-C.-3.


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Espacios de representación en tensión. Centralidad y periferia

Belgrano se retiró del mando del Ejército del Perú en la provincia de Córdoba el 11 de septiembre de 1819 debido al agravamiento de su estado de salud y retornó a Tucumán, donde había nacido su hija el 4 de mayo, instalándose en su casa de la Ciudadela. La salida del Ejército había menoscabado el apoyo con que contaba el gobernador de la Mota Botello y sólo quedaba el destacamento de la ciudadela para sostener la cuestionada autoridad del Directorio. En la madrugada del 11 de noviembre el capitán oriental Abraham González, secundado por los capitanes Felipe Heredia y Manuel Cainzo, encabezó el golpe que impuso en la gobernación de la nueva provincia autónoma a Bernabé Aráoz, autor intelectual del movimiento. Belgrano permaneció detenido en su casa hasta el 2 de enero de 1820 cuando a instancias del Congreso, Aráoz lo dejó en libertad y unas semanas más tarde decidió partir a Buenos Aires donde falleció el 20 de junio. El golpe de Tucumán había causado honda impresión en las provincias y en el Ejército del Perú, que se amotinó el 8 de enero en Arequito; para el de 16 de febrero se habían disuelto el Congreso y el Directorio y todas las provincias asumían su autonomía. Este nuevo escenario inició una década de gran inestabilidad institucional durante la cual las provincias del Norte tuvieron violentos enfrentamientos motivados entre otras causas por la definición de sus límites geográficos y en el que cada jefe político buscó consolidarse en su territorio, recurriendo a alianzas entre facciones de las distintas provincias. En este contexto, podemos observar el primer indicio del proceso de abandono e invisibilización del proyecto urbano de Belgrano durante la República de Tucumán. El “Plano Topográfico y Plantel de la Ciudad de Tucumán y de la organización en general de las manzanas y demás territorios que le pertenecían” 50 también fue realizado por el Ingeniero Felipe Bertrés a principios de 1821, quien permaneció 50

Lizondo Borda, Actas del Cabildo V.2 (Paterlini; Perilli, 2012 p. 284).


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en Tucumán y fue designado Agrimensor General, continuando con las tareas que realizaba desde 1816.51 En este plano extendía uniformemente la cuadrícula de la ciudad fuera del trazado fundacional sobre las chacras al Norte, las tabladas del Oeste y del Sur y registraba las propietarios de los terrenos del ejido, entre ellos los que se habían entregado al Presidente Bernabé Aráoz en premio por haber llevado el agua a la ciudad en 1816.52 Este plano adquiere mayor sentido si se lo analiza conjuntamente con el de 1816, ya que la información de ambos es complementaria, como ocurre con las acequias y permite verificar el sostenido crecimiento de la ciudad hacia el Sur y hacia el Oeste, donde ha alcanzado a ocupar varias cuadras sobre la alameda. Sobre este eje se presenta un mayor parcelamiento en cuartos de manzana; Lamadrid conserva la mitad Norte de la manzana donde había construido su casa y encontramos a varios oficiales propietarios de sitios, como Bertrés, Lavaisse, Palacio y Villagrán. La trama se impone sobre el proyecto de 1816-1820 invisibilizándolo; fracciona la Ciudadela y rectifica el terreno de Belgrano; mientras omite representar la alameda y su calle de 20 varas, la Pirámide de Chacabuco y la acequia. Esta selección deja entrever dos proyectos en tensión; el de la centralidad de la ciudad colonial y su cuadrícula sostenido en el tiempo y el espacio por el Cabildo y la República de Tucumán, que se impone al proyecto de descentralización de los espacios de representación de la ilustración, tal vez asociado negativamente al poder de Buenos Aires. La imposición de éste modelo de expansión uniforme quedó rápidamente superada por la realidad; en abril el ejército salteño al mando de Güemes invadió Tucumán y las fuerzas se enfrentaron en la ciudadela; que en los siguientes treinta y tres años será escenario de reiteradas batallas en las que se defenderá y perderá la ciudad.

51

Bertrés mantuvo su condición militar en el nuevo ejército de la República de Tucumán. 52 [...] “La parte íntegra de las sobras de chacras al Norte y Oeste correspondientes a los ejidos de la ciudad, hasta encontrar con propiedades particulares” Lizondo Borda, Actas del Cabildo V.2 (Paterlini; Perillli, 2012 p. 285).


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Fig. 5. Plano de Bertrés, 1821. Detalle. Se representan la Ciudadela y los terrenos de Belgrano, Lamadrid, Bertrés, Lavaisse, Palacio y Villagrán. ACHIT.

En este contexto, las celebraciones de las fechas patrias en las provincias hicieron referencia a la Independencia como un proyecto compartido desde 1810; de esta manera el 25 de Mayo cedió su ambigua expresión de “regeneración política” a la de “aniversario de nuestra independencia política” y el 9 de Julio el de “Aniversario de la Independencia Política de Sud América”. En el caso de Tucumán el 9 de Julio tuvo un valor adicional “exaltando el protagonismo de los tucumanos como protagonistas privilegiados del proceso revolucionario del cual derivaba la legitimidad del orden republicano” (Wilde, 2011, p. 100). El período transcurrido entre los años 1826 y 1831 presentó un agravamiento de los conflictos interprovinciales en la región; la intromisión de Lamadrid en Tucumán provocó la respuesta de los gobernadores federales de la Rioja, Facundo Quiroga y de Santiago del Estero, Felipe Ibarra; resultando en tres invasiones a Tucumán en los años de 1826, 1827 y 1831 al mando militar de Quiroga, quien derrotó en las tres oportunidades al ejército de Tucumán al mando de Lamadrid e impuso la elección de gobernadores federa-


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les. En 1831 tras la batalla de La Ciudadela,53 fue electo gobernador federal Alejandro Heredia, quien ejercería el gobierno de Tucumán y el Protectorado del Norte hasta su asesinato en 1838. En el marco de inestabilidad imperante, las conmemoraciones mayas y julianas habían comenzado a ser un recurso de legitimación de los enfrentamientos de las facciones locales que buscaron identificar al enemigo faccioso con el enemigo Realista. En este sentido, el 9 de Julio de 1829 se había conmemorado “la Emancipación de la América del poder absoluto de los Reyes de España y la memoria de los héroes que fallecieron en los campos de El Rincón y los que en la Tablada de Córdoba sellaron con su sangre [...] el triunfo de la causa de la Nación sobre los caudillos de la anarquía”.54 Luego del plano de 1821, el siguiente testimonio que podemos encontrar dando cuenta del abandono del proyecto corresponde a la visita que realizó en 1834 Juan Bautista Alberdi donde refiere su valoración y el proceso producido en el sector en su Memoria Descriptiva de Tucumán; dedicada al Gobernador Alejandro Heredia: Ya el pasto ha cubierto el lugar donde fue la casa del General Belgrano, y si no fuera por ciertas eminencias que forman los cimientos de las paredes derribadas, no se sabría el lugar preciso donde existió. Inmediato a este sitio está el campo llamado de Honor, porque en él se obtuvo en 1812, la victoria que cimentó la independencia de la República. Este campo es una de las preciosidades que encierra Tucumán. Prodigiosamente plano y vestido de espesa grama, es limitado en todas direcciones por un ligero y risueño valle hermoseado diversamente con bosques de aromas y alfombras de flores Este campo que hará eterno honor a los tucumanos debe ser conservado como un monumento de gloria nacional. Conmueve al que le pisa aunque no sea argentino. Más de setenta veces se ha oscurecido con el humo de la

53

La batalla de La Ciudadela, en el relato de Lamadrid, brinda información sobre el sitio: “Traté de colocar mi línea apoyando ambos flancos, el derecho en un potrero con cerca de tunal y zanja al oeste, y el izquierdo en la Ciudadela [...] quería atraerlos sin resistencia al norte del Manantial para que no tuvieran otra salida que el paso del Rincón, en razón de no dar paso dicho arroyo en toda su extensión sino por aquel, porque el otro del puente, quedaba a mi derecha [...]” (Lamadrid, 1944, p. 198). 54 Decreto del 8 de Julio de 1829 en AHT; SA, T32 f.386v. (Wilde, 2011, p. 101).


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pólvora. Sea por el prestigio que le comunican los recuerdos tristes y gloriosos que excita, o sea por la elevación que dan a las ideas y los sentimientos las magníficas montañas que se elevan a su vista, es indudable que en este sitio se agranda el alma y predispone a lo elevado y sublime. A dos cuadras de la antigua casa del General Belgrano, está la Ciudadela. Hoy no se oyen músicas ni se ven soldados. Los cuarteles derribados, son rodeados de una eterna y triste soledad. Únicamente un viejo soldado del General Belgrano, no ha podido abandonar las ilustres ruinas y ha levantado un rancho que habita solitario con su familia en medio de los recuerdos y de los monumentos de sus antiguas glorias y alegrías.

Luego encontramos el primer testimonio histórico sobre el proyecto de Belgrano: Entre la Ciudadela y la casa del General Belgrano se levanta humildemente la pirámide de Mayo, que más bien parece un monumento de soledad y muerte. Yo la vi en un tiempo circundada de rosas y alegría; hoy es devorada de una triste soledad. Terminaba una alameda formada por una calle de media legua de álamos y mirtos. Un hilo de agua que antes fertilizaba estas delicias, hoy atraviesa solitario por entre ruinas y la acalorada fantasía ve más bien correr las lágrimas de la Patria.55

Una década más tarde, encontramos la curiosa representación de la Alameda de Tucumán, en una acuarela realizada por el pintor tucumano Ignacio Baz que fue publicada inicialmente por Rodolfo Trostiné en 1952 como La Alameda, acuarela firmada y fechada en Tucumán el 25 de Noviembre de 1846 y luego por Bonifacio del Carril en 1964 como Alameda de Tucumán 1846. La obra, en la que la alameda duplica en ancho a la actual Calle Alberdi, representa cuatro filas de álamos con una vista de cerros y una fuente al fondo; algunos paseantes están sentados en bancos y hacia la derecha de la imagen se observa la acequia y los frentes de algunas construcciones. Este cuadro representa en realidad a la Alameda de las Delicias de Santiago de Chile, que fue diseñada por Bernardo O’Higgins sobre la Cañada en 1818 como el “Paseo de la Libertad Civil”, por lo que

55

Memoria Descriptiva de Tucumán. Sección Cuarta, Monumentos patrióticos (Alberdi, 1834, p. 25).


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Baz pudo haber realizado este cuadro entre 1856 y 1857, años en los que residió y trabajó en Santiago de Chile.

La Pirámide de la Independencia y la Plaza paseo de la Libertad Luego de la derrota de la Liga del Norte, en enero de 1842 el gobernador federal Celedonio Gutiérrez ordenó erigir una nueva Pirámide en la Plaza en homenaje a la Independencia;56 las leyendas que presentaba el monumento en su pedestal dejaban más claramente expresado el alcance del homenaje y la asociación a los sucesos de 1841: La Provincia de Tucumán es deudora del restablecimiento de su libertad, leyes y dignidad al incomparable americano nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas y al valiente virtuoso Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación Argentina bajo el inmediato mando del ilustre General en Jefe Brigadier Don Manuel Oribe.57

En 1864 la pirámide fue reemplazada por el monumento a la Independencia y la plaza Libertad consagrada como el paseo y sitio de encuentro de la sociedad Tucumana.58 Al margen de las resignificaciones del espacio central, la alameda continuaba presente en el imaginario, como lo demuestra un documento del año 1856 acom56

“[...] La elegante y costosa pirámide que adorna la plaza de la Capital. Es un bello monumento de las glorias de la Independencia realzadas por los triunfos de la Confederación argentina; y es, además una prueba de nuestra cultura social como la reputarán los ilustrados extranjeros que vengan a saludar nuestro hermoso territorio”. Mensaje, 21 de Septiembre de 1843 (Wilde, 2011, p. 132). 57 Páez de la Torre (h), 2014. 58 Julio E. Padilla recuerda los festejos del 9 de Julio en la segunda mitad del siglo XIX, que se realizaban en la plaza en cuyo centro se encontraba la pirámide y culminaban con el espectáculo de los fuegos artificiales, al que acudía toda la población “[...] La gente en grupos iba llegando a la plaza, se venían desde las orillas todos los habitantes de las casas, las que quedaban abandonadas, sin un alma que las cuidara porque el padre, la madre, los hijos y hasta el tonto o la tonta y el perro iban a ver los fuegos artificiales” (Álbum del Centenario, 1916).


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pañando un plano en el que representa e identifica a la acequia y en el que se describe a la calle como “Calle de la alameda de Belgrano, por la que hoy corre la acequia que vá a la pirámide”.59 En 1853 tras una nueva batalla en la ciudadela los liberales desplazaron a Gutiérrez por lo que podemos inferir que la fortaleza aún se conservaba; José María del Campo asumió la gobernación apoyado por la poderosa familia Posse y en un plano de 1855 las cuatro manzanas ocupadas por la silueta de la Ciudadela figuran a nombre de Martín Posse60 por lo que podemos estimar que implicó el fin de la fortificación. En los próximos años los últimos combates entre liberales y federales por el control de Tucumán tendrían lugar en el Manantial de Marlopa, a la vista de la Ciudadela.

El renacimiento En 1858 la pirámide se encontraba en ruinas y Emidio Salvigni, que había presenciado su construcción, se ofreció a restaurarla y la rodeó de una reja, pera esta intervención implicó una resignificación del monumento al que le incorporó los siguientes textos, de los cuales sólo el primero parece tener relación con su destino original, según lo detallaba Adolfo P. Carranza “a la jornada de Chacabuco la consagró el general en jefe del ejército auxiliar del Perú, don Manuel Belgrano”; “la Independencia de la República Argentina se juró en este suelo que sirvió de tumba a los tiranos” (la entidad política en 1818 eran las Provincias Unidas); “en este campo el ilustre general Belgrano venció al ejército español en la batalla de 24 de septiembre de 1812” y “la República Argentina fuerte y feliz por la constitución de Mayo, que debe al ilustre presidente Urquiza, ve a su nombre restaurado este monumento” En la segunda escalinata se asentó “ Restaurada por Emidio Salvigni, en julio de 1858” (Carranza, 1947, p. 527).

59

AHT, Sección Judicial, Exp. Nº 34, Caja 6, serie B. Plano perteneciente al archivo de Julio Aráoz Sal publicado por Carlos Páez de la Torre (h) para ilustrar la ciudadela de 1814. (Páez de la Torre (h), 1994). 60


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Fig. 6. Boulevard Alberdi con la nueva alameda, las acequias empedradas y el remate en la pirámide de Chacabuco; a la derecha la Capilla y Casa de Jesús, y a la izquierda el nuevo Hospital Mixto con carruajes. Fotografía ca. 1885. ACHIT.

El gobernador Marcos Paz decretó ese mismo mes la delineación de una plaza denominada General Belgrano con la pirámide en su centro, en 1859 el agrimensor Félix Revol realizó la mensura de los terrenos y se adquirió el sector correspondiente a la antigua


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casa de Belgrano a su heredera, Dolores Helguero. El expediente contiene el plano y mensura de la propiedad de Belgrano realizado por Bertrés el 5 de diciembre de 1816 y el plano con la mensura de Revol.61 Este último presenta las trazas del “callejón viejo” junto a la antigua manzana de Lamadrid y hacia el sur la proyección de la traza rectificada dentro del terreno de Belgrano; ambas comprenden la amplitud del actual del Boulevard Lavalle. Las obras no se realizaron y la pirámide en estado de abandono fue retratada en 1869 por Ángel Paganelli para el Álbum de Arsenio Granillo. El 13 de mayo de 1870 la municipalidad fijó los nuevos límites de la ciudad62 y la antigua alameda se convirtió oficialmente en el borde de la ciudad al Poniente.63 Entre los años 1877 y 1881 se realizaron obras públicas que recuperaron físicamente la mitad Sur de la alameda suplantando su denominación por la de “Boulevard Alberdi”, que fue empedrado y forestado con álamos regados por dos acequias; se inauguró la Plaza Belgrano y se intervino nuevamente la pirámide. La nueva intervención en el monumento, solventada por Andrés Egaña y realizada por el arquitecto escultor José Allio, contempló un recubrimiento de mármol y un remate; pero las inscripciones fueron reemplazadas nuevamente de la siguiente manera; “1812 General Belgrano; 1812 General Eustaquio Díaz Vélez, 1840 Marco Avellaneda y Tucumán Bernardo Monteagudo” (Carranza, 1947, p. 527). Podemos verificar que en el plano levantado en 1877 por Bormel y Methfessell se representa por primera vez esquemáticamente a la Plaza Belgrano y a la pirámide.

61

AHT. Sección Judicial 1858, Serie A, Caja 100, Exp. 29. Fueron extendidos a 6 cuadras al Sur, Oeste y Norte de la plaza “Libertad”, conservando las cuatro cuadras fundacionales al Este (Marinsalda et al. 1994). 63 En 1873 la municipalidad ordenó ratificar los ejidos municipales de acuerdo al plano de 1821 realizado por Bertrés, pero para entonces el decreto evitaba la aplicación de la tabula rasa, dando origen a la única alteración a la trama en la ciudad. 62


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Esta recuperación material implicó una nueva resignificación sobre la pirámide y la alameda, que perdieron toda referencia a su destino original. Comenzaría pocos años más tarde un nuevo ciclo de decadencia acelerado durante la segunda mitad del siglo XX hasta el presente, con la homogenización del paisaje urbano y la consecuente desaparición de la alameda de Belgrano.

Algunas conclusiones hacia el pasado y hacia el futuro Considerando la adscripción de Belgrano a la escuela fisiocrática y sus distintas propuestas plasmadas en las Memorias del Consulado respecto de la importancia de la agricultura, del progreso del campesino, de la promoción de la forestación y de la educación pública, podemos reconocer en el proyecto tucumano la concreción de algunos de sus ideales. Respecto de las causas que llevaron al abandono e invisibilización del proyecto, hemos indagado acerca de su posible valoración negativa como representación del centralismo de Buenos Aires desde la perspectiva de la nueva autonomía provincial; al contexto de violencia e inestabilidad política del siglo XIX; a la tensión entre la potente centralidad de la ciudad histórica y su periferia; a las resignificaciones operadas para la apropiación del patrimonio, a algunos marcos teóricos desde los que se aborda la historia y por último, a la decadencia y homogenización del paisaje urbano durante el último siglo. Más allá del destino diverso de los nuevos espacios de representación de la revolución en Cuyo y Tucumán, se puede observar que estos proyectos de expansión y cambios en la traza y el paisaje, se anticiparon más de medio siglo a su implementación. Se abren nuevos interrogantes acerca del destino y posible integración a la sociedad local del numeroso contingente de prisioneros chilenos y de los soldados criollos y afrodescendientes provenientes de la Banda Oriental y Buenos Aires. Desde el campo de la valoración del patrimonio urbano y arquitectónico en el contexto de los bicentenarios, observamos que


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tanto en las obras públicas realizadas en el espacio urbano como en las bases del concurso nacional de ideas,64 sólo se reconoció como espacio de valor significativo vinculado a la Independencia al de mayor densidad política en el área central, soslayando a la ciudadela, al campo de las carreras y a la alameda.65 En el marco del Bicentenario del fallecimiento de Manuel Belgrano consideramos oportuno rescatar su proyecto “ilustrado” para Tucumán, tanto en su dimensión material como significativa y como un reconocimiento a todos los anónimos y anónimas que lo acompañaron e hicieron posible. Como corolario de este trabajo consideramos oportuno citar la valoración de José María Paz en referencia a dos propuestas formativas; “La del general San Martín, dio á la patria excelentes militares; la del general Belgrano, le suministró además, buenos ciudadanos”.

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64

Concurso Nacional de Ideas “Tres por Dos, Ideas para San Miguel de Tucumán en el Marco del Bicentenario de la Independencia Nacional”, 2012 (CAM-FADEA). 65 Un posible marco institucional para desarrollar este rescate lo estaría facilitando el plan estratégico urbano territorial para la ciudad de San Miguel de Tucumán del año 2016, que reconoce la necesidad de considerar un área especial para la ciudadela, sin mayores fundamentos ni precisiones (p. 47). https://www. mininterior.gov.ar/planificacion/pdf/planes-loc/TUCUMAN/Plan-EstrategicoUrbano-Territorial-San-Miguel-de-Tucuman.pdf


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Imágenes

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Manuel Belgrano. Óleo atribuido a Carbonnier. Londres, 1815. Museo Nacional de Bellas Artes.

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Litografía de Andrea Bacle, 1828. Museo Histórico Nacional.


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General Manuel Belgrano. Litografía de Teodoro Gericault, 1828.

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Belgrano enarbolando la Bandera. Óleo de Tomas del Villar, 1947.


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Manuel Belgrano. Óleo de Pablo Ducrós Hicken.

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General Manuel Belgrano. Imagen en plato de porcelana. Museo Cornelio Saavedra, Buenos Aires.


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General Manuel Belgrano. Óleo en Museo Histórico Nacional.

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Manuel Belgrano. Miniatura de Alejandro Boichard. C. 1815. Museo Histórico Nacional.


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Manuel Belgrano. Óleo atribuido a François C. Carbonnier. Londres, C. 1815. Museo Artes Plásticas “Dámaso Arce”. Olavarría.

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Grabado en cobre Manuel Pablo Núñez de Ibarra, 1819.


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General Manuel Belgrano. Escultura de Francisco Cafferata, 1884. Plaza Belgrano de Tucumán.

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Miniatura del General Manuel Belgrano en esmalte con marco de zafiros blancos.

Ojo de Belgrano. Acuarela sobre marfil atribuida al artista suizo-francés Jean Philippe Goulu (1786-1853), Museo Histórico Nacional.


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Manuel Belgrano. Escultura de Albert Carriere Belleuse (la figura) y de Manuel Santa Coloma (el caballo), 1873. Plaza de Mayo, Buenos Aires.

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Nuestra Señora de la Merced con el bastón que le entregó Belgrano después de la Batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812.


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Arriba: Condecoración de oro otorgada a Belgrano por la victoria en Tucumán. Museo Histórico Pte. Nicolás Avellaneda. Abajo: Escudos de paño otorgados a los soldados de Tucumán y Salta.


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1. Chaleco de seda con bordados de hilos de oro. Perteneció a Belgrano. Museo Udaondo de Luján. 2. Pistola que el Cabildo de Buenos Aires obsequió a Belgrano. Museo Histórico Nacional. 3. Carruaje. Llamado sopanda, en el que Belgrano llegó a Tucumán. Museo Udaondo de Luján.


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Médicos , capellanes sacerdotes cronistas Médicos , capellanes y y sacerdotes cronistas elel Ejército Norte orte(1812-1820) (1812-1820) en en Ejércitodel del N Elena Perilli de Colombres Garmendia 1

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l propósito principal de esta contribución es reunir noticias de vida de los médicos y sacerdotes, en especial de los capellanes que tuvieron decidida participación en las filas patriotas, durante la permanencia del ejército que dirigió Manuel Belgrano, en el norte argentino. Se incluyen, como excepción en este trabajo, al ex jesuita Diego León Villafañe, quien no participó en la Batalla de Tucumán, pero fue el primer historiador de este hecho de armas. También al sacerdote dominico Ramón del Sueldo, como testigo de este acontecimiento en 1812, quien narró los sucesos del 24 de septiembre de 1812, en una carta al Provincial de la Orden, Julián Pedriel. La acción de los facultativos que fueron médicos de los ejércitos libertadores del Norte, fue heroica durante toda la campaña de los generales Belgrano y Güemes y marcó cambios en el sistema sanitario. Después de la Revolución de Mayo en 1810, el movimiento emancipador se difundió en las distintas regiones del Virreinato del Río de la Plata con la declaración de la Guerra de la Inde-

1 Profesora. Historiadora. Vicepresidente de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán. Miembro Correspondiente Academia Nacional de la Historia.


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Escultura de Alfonso de Tombay. Bruselas, 1886. Museo Histórico “Presidente Nicolás Avellaneda”.

pendencia. Con la Revolución, llegaba la lucha armada contra los realistas; el Norte, era un punto geopolítico estratégico ya que la resistencia monárquica desde el Perú y Alto Perú se focalizó sobre todo en esta zona, en la que muchos seguían fieles a la monarquía.


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La confrontación fue singular en el clero, donde hubo patriotas y realistas. Manuel Belgrano se hizo cargo del Ejército del Norte, tras la derrota de Huaqui, con ella se cerraba negativamente la primera campaña al Alto Perú; por disposición del Primer Triunvirato, reemplazó a Juan Martín de Pueyrredón. Con anterioridad, Belgrano había fracasado en el Paraguay, y ya establecido en Rosario, enarboló la bandera celeste y blanca, sin permiso de las autoridades y creó la escarapela nacional. Allí recibió la orden de partir al norte, replegándose en Jujuy, donde trató de reorganizar las desmoralizadas fuerzas. Ordenó el Éxodo de los jujeños marchando la población civil hacia Tucumán. Este operativo tuvo lugar el 23 de agosto de 1812. En la retirada los patriotas, lograron un combate exitoso en Las Piedras que les permitió capturar provisiones y armamentos. Desde allí seguiría hacia la ciudad. En La Encrucijada acampó y recibió una comitiva de tucumanos que le solicitó no seguir retrocediendo, prometiéndole apoyo. La encabezaba Bernabé Aráoz, y otros miembros de su familia. Como se sabe, el General afrontó el desafío y obtuvo el resonante triunfo de la Batalla de Tucumán o del Campo de la Ciudadela, el 24 de septiembre de 1812. A ella sumó la victoria en Salta, el 20 de febrero del año siguiente. Fueron las dos únicas batallas libradas en suelo argentino. La presencia del Congreso de Tucumán en 1816 y del jefe del ejército en estos años, impactaron en la vida cotidiana. Belgrano era el jefe militar y además, el Congreso lo designó Capitán General de la Provincia. Debió reorganizar las fuerzas inactivas en la Ciudadela. Tanto el Cabildo como el Gobernador, compartieron el espacio político con Belgrano y el Congreso. Belgrano estuvo en Tucumán al frente del ejército acuartelado por tres años. Y antes de su final. ya muy debilitado, regresó a esta ciudad a la que quiso mucho. En ese proceso de cambio y militarización hubo hombres que lo acompañaron ocupándose de la salud de los cuerpos y además del espíritu. Nos proponemos rescatar algunos de esos nombres.


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Los profesionales del “Arte de Curar”

A comienzos del siglo XIX, señala Ramón Leoni Pinto, en San Miguel de Tucumán no había hospitales, aunque se hicieron diversos intentos. También la escasez de médicos era notoria y ejercían las curaciones y prácticas, numerosos curanderos. Al estallar la Revolución de Mayo y con la movilización de tropas, hubo cambios en lo referente a servicios sanitarios. Los ejércitos se movían con médicos cirujanos y parque sanitario, aunque con muchas dificultades. Así, en Tucumán se instalaron hospitales improvisados, si bien precarios e insuficientes, para los soldados enfermos y los llamados “de sangre,” para atención de los heridos. Hasta 1812 la obra del hospital en Tucumán no se había concluido y desde 1814, la Comisión Directiva del Interior puso énfasis en proveer de un hospital militar a la ciudad. El sistema era incompleto pero perseguía la organización y mayor competencia. Vale señalar que Hermenegildo Rodríguez era el boticario que proveía al hospital del Ejército. La guerra fue el origen de numerosos conflictos médico-asistenciales significativos. Entre 1810 y 1815 se debía atender los problemas creados por los heridos en las batallas de Tucumán y Salta y otros combates, como también los inválidos y las fuerzas que fueron derrotadas en Sipe-Sipe. Desde 1816, se prestó asistencia las tropas que, de acuerdo al plan sanmartiniano, debían estar “acantonadas” en el medio, por ser la retaguardia de las montoneras salto-jujeñas. Un cirujano en 1815, ganaba 15 pesos mensuales; en relación a los soldados el problema era más difícil cuando el hospital se ubicaba alejado. El general Belgrano era muy exigente para conservar la disciplina en sus tropas. En 1814, impuso una sanción a Pedro Carrasco, médico mayor del Ejército Auxiliar del Perú. Se lo condenó a no percibir sueldo y a que en la primera expedición que saliese fuera destinado a cirujano auxiliar.2

2 Ramón Leoni Pinto, Tucumán y la Región Noroeste Período 1810-1825. Instituto de Historia Ramón Leoni Pinto, Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Tucumán y Academia Nacional de la Historia. Tucumán, 2007, p.


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En el ámbito de la salud se destacaron varios profesionales, que estuvieron al lado de Belgrano. Aquellos primeros médicos se integraron a los ejércitos y hasta desempeñaron tareas militares. Entre ellos mencionamos los siguientes.

Cosme Mariano Argerich (1758-1820).— Médico, hijo del médico Francisco de Argerich, nació en Buenos Aires y estudió en España, donde permaneció durante 8 años. Se recibió de Doctor en Medicina del Gremio y Claustro de la Real y Pontificia Universidad de Cervera. Regresó ya casado a su patria, ejerció en el Colegio de Huérfanos. En 1794 fue nombrado Primer Examinador del Protomedicato (institución que agrupaba a los médicos) y tuvo activa participación contra la epidemia de viruela. Desde 1801 fue profesor del Primer Curso de la Carrera de Medicina, catedrático sustituto de Medicina y protomédico general y Alcalde Mayor de todas las Facultades de Medicina, Farmacia, Cirugía y Flebotomía. En 1803 fue Secretario del Tribunal, en el que siguió hasta 1811 como conjuez. Sirvió en los ejércitos patriotas durante las invasiones inglesas (1806-1807) y la Guerra de la Independencia. La Medicina y la Historia le deben mucho. por su actuación como médico recibió el nombramiento de “Médico jefe” del Hospital de la Caridad. Participó en el Cabildo Abierto en 1810, votó en contra de la continuidad del virrey Cisneros. Integró la Sociedad Patriótica Literaria y por orden del gobierno quedó encargado de redactar un proyecto constitucional. Los ejércitos libertadores necesitaban cirujanos y elementos sanitarios. Estos siempre resultaban pocos para atender a las tropas. Argerich marchó con el Ejército del Norte bajo las órdenes de Manuel Belgrano, durante los años 1812 y 1813. Estuvo en las batallas de Tucumán y Salta. En la correspondencia de Fray Cayetano Rodríguez con José Agustín Molina, el primero lo menciona: “Se me ha comisionado para que en compañía del doctor Chorroarín y el médico Argerich forme el plan de estudios generales que van

289. El autor se ha ocupado de la sanidad en la sociedad tucumana en el período de la Guerra de la Independencia.


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a abrirse en esta capital, para poner diques a la ignorancia y barbaridad que va cundiendo”.3 A instancias de la Asamblea de 1813 creó el Instituto Médico Militar que sustituyó a la Escuela de Medicina. Con su salud deteriorada regresó a Buenos Aires en 1816, después de proveer de insumos médicos para atender heridos al general San Martín, en la campaña a Chile. Fue maestro de muchos médicos y organizó la sanidad en Buenos Aires. Falleció en 1820 a los 61 años de edad. Sus hijos fueron también destacados médicos.4 Joseph James Thomas Redhead.— Escocés, nacido en 1767. Fue médico personal de Belgrano y también, su amigo. Soltero, católico estudió en Edimburgo y luego pasó a la Universidad de Göttingen, para ampliar sus conocimientos. Allí fue compañero de Guillermo IV y de Alexander Von Humboldt, este último le dio noticias sobre el norte argentino. También en Francia conoció a Bonpland, en la Universidad de Paris. Llegó a Buenos Aires en 1803 y al poco tiempo pasó al Alto Perú para hacer experiencias antivariólicas con Francisco Muñoz y San Clemente. Así mismo, hizo observaciones en las montañas de Jujuy y el cerro de Potosí que demostraron su espíritu científico. Fue pionero en este campo. Desde 1809, se radicó en las afueras de Salta, sin fortuna, ni siquiera muebles. Redhead no quiso participar directamente en la guerra por su condición de extranjero, pero sus simpatías lo acercaban a los patriotas y le acarrearon la persecución realista. Debió salir de Salta y pasar a Tucumán. Cuando avanzaban las tropas de Tristán, buscó amparo en el campamento de Belgrano y se convirtió en su fiel colaborador. Le ayudó en la traducción de “Despedida de Washington”, documento escrito por el presidente 3

Academia Nacional de la Historia, en: Fray Cayetano Rodríguez. Correspondencia con el Doctor José Agustín Molina, Bs. As., 2008. Carta del 10-I-1813. Gentileza de Sara Peña de Bascary. 4 Fernanda Jara, “Quién fue Cosme Argerich, el hombre que dio nombre a uno de los hospitales más importantes de la ciudad”, htpps//www.infobae.com.


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Reloj de oro que el General Manuel Belgrano obsequió al Dr. Joseph Redhead.

de Estados Unidos en 1796, en vísperas de su retiro de la vida pública. El General había concluido este trabajo en marzo de 1811, pero tuvo que destruirlo antes de la acción de Tacuarí, cuando pensó con acierto, que iba a ser derrotado. Pudo reanudar la tarea en la primavera de 1812 y la concluyó, antes de la Batalla de Salta. El mismo Belgrano escribió: Para ejecutarla con más prontitud me he valido del americano doctor Redhead que se ha tomado la molestia de traducirla literalmente, y explicarme algunos conceptos, y por este medio he podido conseguir mi fin, no con aquella propiedad, elegancia y claridad que quisiera, y de que son dignos tan sabios consejos, pero al menos los he puesto inteligibles, para que mejores plumas les den todo aquel valor que mis talentos, ni mis atenciones me permiten”.5

Redhead acompañó a Belgrano después del triunfo del 24 de septiembre y estuvo presente en la histórica batalla de Salta. Continuó 5

https//wwwinfobae.com/sociedad/2020/06/19/belgrano-lector-y-traductor-de Washington-entre campana y campana.


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a su lado en los sucesos posteriores y fue el consuelo del soldado abatido en los momentos de desastre. Por su talento y don de gente, fue utilísimo a Belgrano y tuvieron estrecha vinculación. Redhead lo acompañó hasta que viajó a Europa en misión diplomática, entonces el médico volvió a Salta. En 1819, cuando Belgrano volvió a Tucumán, ya muy enfermo, solicitó a Güemes que le enviase a Redhead. Aspiraba a curarse en esta ciudad, pero sus males seguían. Se estableció en una modesta casa, construida en los terrenos que el Cabildo le había obsequiado. Allí permaneció tres meses, empobrecido y confortado por unos pocos amigos de verdad, entre ellos el facultativo escocés. Redhead evitó la afrenta de que lo apresaran cuando se produjo el movimiento revolucionario de Abraham González que derrocó al gobernador de la Mota Botello. Sus hombres quisieron apoderarse del General, pero Redhead exclamó: “No, no se puede impunemente cometer ese atropello, con un enfermo y sacrificado por la Patria!”. En los primeros días de 1820, Belgrano marchó a Buenos Aires con Gerónimo Helguera, Emidio Salvigni y Joseph Redhead quien estuvo a su lado hasta la muerte. En compensación por sus servicios, Belgrano le obsequió su reloj de oro, colgado a la cabecera de su cama. Era un regalo del rey Jorge II de Inglaterra a Belgrano cuando estuvo en misión diplomática. Se lo entregó diciendo: “Es todo cuanto tengo para este hombre bueno y generoso”. Redhead regresó a Salta, en el coche que condujo a Belgrano y que éste le había regalado la víspera de su fallecimiento, junto al reloj mencionado. En los años posteriores tuvo una banca en la Sala de Representantes y fue muy cercano a Güemes y su familia. Fue útil a toda la sociedad. Un aspecto poco conocido de su personalidad fue su vocación por otras ciencias como la Física y la Estadística. Sus estudios lo hacen precursor en este campo Fue un hombre poseedor de un saber que desarrolló en varias facetas.6 Murió años después, octogenario, en 1844.

6

Elena Perilli de Colombres Garmendia, “Joseph Redhead, entre Tucumán y Salta”, en: Revista de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán, Nº 15, Tucumán, 2018.


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Juan Antonio Castellanos.— Médico, nacido en Salta en 1782. Desde 1802, se incorporó al ejército como voluntario. Durante las invasiones inglesas sirvió como cirujano 1º en el Batallón 5º de Voluntarios Urbanos de Cataluña. En 1808 obtuvo el título de Doctor en Medicina y Cirugía. Después de la Revolución de Mayo se incorporó al Ejército del Norte, en calidad de Teniente y en 1811, Balcarce le encargó el Hospital de Sangre de la fuerza. Estuvo en la Batalla de Suipacha y sirvió a las órdenes de Pueyrredón y Belgrano. Acompañó al General en la expedición que llevó contra el ejército español al Ato Perú. Fue el médico de gran confianza y amistad con Belgrano y Güemes; a este último previno que sufría de gálico y que cualquier herida podía ser peligrosa. Cuando fue alcanzado por un disparo, Güemes escapó herido hacia Las Higuerillas y el doctor Castellanos lo atendió. Pese a sus auxilios se cumplió el vaticinio del médico.7 En la Batalla de Salta, aun enfermo, atendió a los heridos. También estuvo en Vilcapugio y Ayohuma. Su atención en esta última se hizo pública en versos populares como: Si en medio del entrevero de la guerra en Vilcapugio, quieres hallar un refugio bien seguro y calentito, dile al doctor salteñito que te esconda en su flacura cual bajo poncho peruano, y Castellanos sin duda, al paso o al trotecito ha de hacer de Tata Cura.8

En 1815, Rondeau le encargó el Hospital Militar del Ejército del Norte. Por razones de salud, al poco tiempo, pidió la baja y regresó a Salta donde fue médico principal de Güemes y mientras se ausentaba Redhead, era el único facultativo de la ciudad. En 1822 fue declarado “Benemérito de la Provincia de Salta”. Falleció en 1838.9 7

Francisco Centeno, Crónicas históricas de Salta, Edición de Eulalia Figueroa Solá. Biblioteca del Norte, Salta, 2010. 8 Roque Manuel Gómez, (s/f). Historia de la Medicina de Salta, Salta Portal de Salta gov. Recuperado de http//www.portaldesalta.gov.ar/medicina.htm. 9 Carlos Páez de la Torre (H) y Sara Peña de Bascary, Porteños, Provincianos y Extranjeros en la Batalla de Tucumán, Emecé, Bs. As., 2012. Páez de la Torre y Peña de Bascary han realizado un prolijo registro de todos los participantes en la batalla de Tucumán con minuciosas biografías. Otra investigación sobre la Batalla de Salta es de su autoría (2013), inédita.


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Baltasar Tejerina.— Nació en Tucumán, en 1780, estudió medicina en Buenos Aires donde fue alumno de Cosme Argerich, aunque no terminó la carrera. En 1805 suscribió una nota con otros alumnos al Virrey Sobremonte, pidiendo autorización para aplicarse a la atención de los enfermos al lado de “un distinguido médico” Debutó como cirujano, a las órdenes de Argerich, y fue practicante en la primera invasión inglesa. El Protomedicato lo propuso a Liniers para practicante mayor del cuerpo de cirugía. Luego, fue nombrado Cirujano del Cuerpo de Arribeños en 1807. Prestó servicios de cirujano de 2ª clase en el Ejército del Norte y desde 1810 se lo consideraba “acreditado en su facultad”. Soportó todas las presiones inherentes a las campañas militares. Actuó en Huaqui y, junto a Belgrano, en la retirada de Jujuy. Curó a Belgrano lo ascendió a Primer Cirujano y cuando San Martín se hizo cargo del ejército, dispuso que Argerich, Tejerina y Guillermo Colesberry organizaran los servicios de sanidad. Colaboró con el doctor Diego Paroissien en la atención de los heridos y asistió a José María Paz, cuando fue herido en el brazo en Venta y Media. En 1815 fue Médico Titular de la ciudad de Tucumán y pidió el título al Protomedicato. Belgrano lo estimaba mucho, en 1817 lo calificó como “uno de los individuos que hacen honor a su profesión por sus luces y a quien deben recomendar por su puntual desempeño en obsequio de estos hospitales”. Era imperiosa la necesidad de médicos. En 1815 el general Rondeau respondió a un pedido del Cabildo solicitando dar permiso a Tejerina. Expresaba que: “No era posible acceder al pedido del Cabildo tucumano para que Tejerina ocupara la plaza de Médico Titular de Tucumán”. Se hallaba a cargo del Hospital Militar de Jujuy, con un crecido número de enfermos y los tres médicos restantes no eran suficientes para las atenciones a los diferentes cuerpos del Ejército. Y afirmaba “Cuando vengan los facultativos que espero de la capital, tendré satisfacción de complacer el pedido”.10

10

Archivo Histórico Pinto, cit., p. 290.

de

Tucumán, Secc. Adm. 24, folio 36. Ramón Leoni


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Bernabé Aráoz nombró provisionalmente en calidad de cirujano a Pedro Francisco Millán. Tejerina revistó como médico del Hospital Militar en 1817 y en 1818, el Cabildo volvió a nombrarlo para asistir a los pobres y a los presos, sin honorarios. Hizo un informe de la situación sanitaria en Tucumán, en 1819 en el que perfilaba problemas fundamentales, no solo en relación a la asistencia de los ciudadanos por la autoridad, sino también el medio ambiente estrechamente vinculado con la estructura socioeconómica el momento. Aludía a la intervención médica con aquellos que gozaban de fortuna y advertía: Que en los diez años que hacen vive en la ciudad ha advertido que reinan las fiebres intermitentes y remitentes, las ardientes biliosas e inflamatorias, y todas las afecciones hepáticas que clasifican los nosologistas como que son resultado de un clima húmedo y caluroso y el motivo para llamarles endemias. Si se advierte que la mayor parte de nuestros habitantes se alimentan ordinariamente de carne en abundancia, de granos nutritivos y raíces feculentas, y todo de la más pésima condición, se vendrá en conocimiento que el clima y los alimentos son el origen y causa de que enferman comúnmente los pobres. los acopios que se hacen del maíz, arroz, charqui, patatas o comoteos en ese temperamento alteran necesariamente estas substancias y los que lo toman pobres! sufren las enfermedades que después originan sus muertes; al contrario los que tienen comodidades las evitan porque tienen carne fresca, los granos en la mejor condición, usan de bebidas y frutas que moderan la acrimonia de los humores, principalmente el bilioso, evitan las intemperies con sus mejores proporciones de casas y ropa; y cuando a pesar de todo son atacados de ellas del modo más vigoroso consultan oportunamente a quien dirija por la senda de la salud a la naturaleza particular extraviada de aquel individuo; este es el médico que hecho cargo de la enfermedad temperamento etc, indica los remedios, dice el modo y tiempo en que se deben administrar para que resulte de ello la salud y cuando no, consolarse con haber intentado el bien. Así sucede con los que gozan de fortuna pero los pobres, esos infelices que componen más de las tres cuartas partes de nuestra población y campaña, que nada tienen ni saben cómo han de tener lo poco que poseen con harto trabajo. ¿Cómo evitarán ni la enfermedad ni la muerte? Sin casa,


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sin ropa, ni alimento saludable, ni médico, ni medicina. El temperamento es en este caso, la prensa que últimamente los oprime. las leyes de la naturaleza general sobrepasan, vencen, a la particular del hombre que por necesidad, negligencia o ignorancia, no se aparta del influjo de ellas y aquel admirable orden de sus funciones que le daban vida, se invierte, se perturba, se suspende últimamente y muere.11

El doctor Tejerina englobaba los saldos de la lucha militar, las causales de epidemias por razones ambientales, los inválidos resultantes, las muertes que podían evitarse, salud quebrantada o disminuida, etcétera. Reunía todas estas causales en lo que llamaba “temperamento”. Este, estaba condicionado por las fuerzas de la naturaleza pero también por los ideales políticos, los intereses sectoriales, y el ideal de justicia social. Falleció en 1825, al parecer muy pobre porque no gozaba de sueldos. Estaba casado con Ventura Miró. Manuel Berdía.— Pocos datos biográficos hay de su persona. Había nacido en Tucumán y en noviembre de 1815 se registró a Manuel Berdía como: “cirujano de las divisiones auxiliares del Ejército del Perú”. Se presentaba en revista de Comisario el día 3 de aquel mes; prestó sus servicios desde 1815 hasta 1817, desempeñándose como cirujano de vanguardia de las tropas establecidas en Tucumán. Belgrano conocía las características geográficas del norte y su influencia sobre la salud; en su correspondencia con Güemes manifestaba que Berdía reemplazaría a uno de los médicos del ejército, el doctor Matías Ribero, que se encontraba enfermo. Mientras estuvo ausente Berdía, el General asignó a su esposa Josefa López 25$ para su manutención, a pedido del médico que asistiría a Belgrano en su regreso desde Córdoba, ya muy desmejorado. El mismo lo manifestó a Güemes: “Mis males siguen aunque hace tres días que he podido suspender los vómitos, con el cuidado y auxilio

11

Ibídem, pp. 294-295.


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de los medicamentos suministrados por el profesor Berdía”.12 En 1819 asistió a Belgrano por trastornos digestivos , esta afección fue agravándose y el general desmejoró mucho. Más tarde, hacia 1823, Berdía fue designado Médico Titular de la ciudad por el Cabildo, cargo que desempeñó con eficacia. Para hacerlo, la corporación elegía al físico Berdía por 6 años. Sus honorarios serían 300$ anuales sobre los fondos municipales, y debía asistir en las enfermedades a todos los pobres que le llamasen. Tuvo una larga actuación política fue diputado por la ciudad de Tucumán y secretario interino en 1825 de la Sala de Representantes, luego, ministro del general Aráoz de La Madrid y quedó como gobernador delegado por unos meses en 1826 y nuevamente en febrero de 1827, cuando La Madrid combatía contra Quiroga. Después de su derrota Berdía huyó a Trancas y fue apresado y enviado a disposición de Quiroga. Matías Ribero o Rivero.— Porteño, egresado del Primer Curso de Medicina del Protomedicato, prestó sus servicios al comienzo de su carrera en el Cuerpo de Patricios y se agregó luego al Ejército Auxiliar en Tucumán, en 1812. Estuvo presente en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma. Habría sido el único médico en la Batalla de Salta, pues Redhead y Pedro B .Carrasco, se hallaban en la ciudad, asistiendo a los heridos que se derivaban hacia allá. Belgrano lo mencionó en el parte: También merece el cirujano del nº1 D. Matías Ribero mi memoria y aprecio; las circunstancias hicieron que se hallase solo en la acción y debo manifestar a VE. que no perdió ni un instante en proporcionar a los heridos los auxilios de su facultad y en cumplir exactamente con sus obligaciones”.13

Fue reemplazado por Berdía por hallarse enfermo. Asistió, según Belgrano, a Güemes en un ataque de apoplejía, en 1816. En 12

Armando Pérez de Nucci, “Historia Médica del NOA: Güemes, Belgrano y San Martín”, Boletín del Instituto Güemesiano de Salta, Nº 27-28, 2001-2002. 13 Partes Oficiales y Documentos relativos a la Guerra de la Independencia Argentina. Archivo General de la Nación. Parte de la Batalla de Salta. AGN, Tomo I, Bs. As., 1900, pág. 222.


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1819 en la capilla del Pilar, en Córdoba, el General fue asistido por Rivero quien reconoció en el General los síntomas de la hidropesía avanzada, según narró don Manuel Antonio Castro. En agosto, Belgrano firmó su última nota y aunque permaneció unos días más, en septiembre, marchó hacia Tucumán. Pedro Buenaventura Carrasco.— Nació en Oropesa, Cochabamba en1780, fue un médico altoperuano que tuvo participación activa en la Guerra de la Independencia. Hijo de Pedro Carrasco y Fabiana Zambrano. Estudió Teología en la Universidad de Chuquisaca y Medicina en la Universidad de San Marcos, en Lima, doctorándose en ambas profesiones. Se instaló en Buenos Aires y prestó servicios durante las invasiones inglesas, incorporándose como cirujano al Regimiento de Patricios. Fue dado de alta en ese cargo en 1806 En 1808 confirmó sus títulos ante el Protomedicato y adquirió el título de cirujano latino; fue designado Teniente de Protomedicato para la ciudad de Cochabamba y su distrito. De regreso al Alto Perú participó en la Revolución de Chuquisaca en 1809 y de Cochabamba en 1810. Fue encargado de recibir al representante de la Primera Junta, Juan José Castelli, quien lo nombró Ministro Tesorero de las Reales Cajas de Cochabamba. Después de la derrota de Huaqui, huyó hacia el sur y fue cirujano mayor en el Ejército del Norte, bajo las ordenes de Manuel Belgrano. Pese a las precarias condiciones, y a contar con solo los dos cirujanos del ejército, Baltasar Tejerina y Antonio Castellanos y un boticario, desempeñó con eficacia su trabajo y colaboró en las tareas militares, antes de la Batalla de Tucumán, transportando armas para los patriotas. No obstante su celo, fue sancionado por Belgrano, según afirma Leoni Pinto. Dejó el ejército cuando fue elegido diputado a la Asamblea de 1813, pero no llegó a incorporarse. En 1815 fue nuevamente designado diputado al Congreso de Tucumán, incorporándose después de agosto por prestar servicios médicos. Integró la Comisión que trabajó para negociar la devolución de la Banda Oriental. Presidió el Congreso y participó en la redacción de la Constitución de 1819. En 1820 estuvo preso y fue sometido a juicio. Pasó el resto de su vida ejerciendo su profesión.


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Estaba casado con Florencia Pereyra de Lucena y Pelliza y tuvo cinco hijos. Integró la Academia Nacional de Medicina en 1822. Falleció en Buenos Aires en 1839.14 Diego Paroisssien.— Su nombre era James Paroissien, médico británico (1781-1827). Se doctoró en medicina en 1806. Al recibir las noticias del éxito de las invasiones inglesas se embarcó hacia el Río de la Plata y llegó cuando Buenos Aires había sido reconquistada. Fue médico en Montevideo y estuvo en Río de Janeiro. En Brasil, conoció a Saturnino Rodríguez Peña y se sumó al proyecto carlotista, para coronar a Carlota Joaquina. Viajó a Buenos Aires como jefe de una comisión exploradora minera enviada por la Compañía Británica La Potosí, La Paz and Peruvian Mining Association. Con seguridad su misión era de espionaje. Fue apresado en Montevideo y procesado; trasladado para su enjuiciamiento a Buenos Aires cuando fue designado virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. Su abogado defensor era Juan José Castelli y gracias a su mediación, recuperó la libertad. Se unió al Ejército del Norte como cirujano y estuvo en las batallas de Cotagaita, Suipacha y Huaqui En 1812 estaba registrado como “Físico mayor del ejército” y recibió en marzo de ese año, 200 pesos para gastos del hospital. Luego marchó a Córdoba y en 1816 a Mendoza a sumarse al Ejército de los Andes. Fue médico personal de San Martín y le acompañó a Chile y al Perú Su empresa minera quebró en 1826 y falleció en 1827, en viaje hacia Valparaíso. La escasa proporción de médicos y personal idóneo fue uno de los problemas más significativos. Así mismo la falta de medios para solucionar requerimientos materiales en diversos momentos. No obstante, al concluir la guerra, puede decirse que existía un nuevo método de servicio asistencial. El cuidado sanitario de los heridos e inválidos debió ser atendido con prioridad. Los fondos públicos

14 Ricardo Piccirilli, Francisco Romay, Leoncio Gianello, Diccionario Histórico Argentino, Tomo II, p. 186, Ediciones Históricas Argentinas, Bs. As., 1953.


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eran escasos y no podían dedicarse en exclusividad a pagar médicos, comprar remedios o abonar los sueldos de enfermeros. La labor de estos médicos en las filas del ejército fue encomiable.

Entre campanas y balas. Los hombres de la Iglesia En San Miguel de Tucumán la presencia de la Iglesia en el período independentista fue significativa, tanto del clero secular como el de las órdenes religiosas. A partir de la formación de la Junta de Gobierno del 25 de Mayo de 1810, los sacerdotes acrecentaron su participación política, en la cultura, en general y en los ejércitos. Eran la expresión de la sociedad letrada y cubrieron importantes espacios de poder ejerciendo los nuevos roles de representación. Administraban los sacramentos, confesaban y daban la comunión; por su intermedio los fieles tenían acceso a la información y a la circulación de ideas. También ejercían una función “docente” a través de los sermones, la confesión, la predicación etc.15 Los hubo decididos partidarios del “Nuevo Orden” y convencidos realistas fieles a la monarquía. El imaginario social, profundamente católico estuvo presente no solo en los discursos, sino también en las imágenes utilizadas en las batallas, las misas de acción de gracias por las victorias, etcétera. El sacerdocio era una de las vías para adquirir prestigio y ascenso social, a los curas seculares les tocó enfrentar la situación que se creó a la caída de la monarquía española y cubrir espacios de poder. Además, la carrera eclesiástica exigía un respaldo patrimonial. Los sacerdotes en general, provenían de familias adineradas Belgrano refutó las acusaciones de los realistas sobre la irreligiosidad de las fuerzas patriotas. Señala Paz: “haciéndose superior a críticas insensatas, y a murmuraciones pueriles, tuvo la bastante 15

Cecilia Guerra Orosco, “ El clero secular tucumano”, en: La República Extraordinaria (Gabriela Tío Vallejo, coordinadora). Protohistoria, Rosario 2011. Esta historiadora realizó un pormenorizado estudio del clero tucumano y su papel en la Independencia Argentina.


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Ciudad de Tucumán, Cabildo y Templo de San Francisco, 1812. Interpretación en óleo de Gerardo L. Flores.

firmeza para seguir una marcha que inutilizó las astucias de Goyeneche, restableciendo la opinión religiosa del ejército patriota, que se moralizó por este medio, formando un cuerpo homogéneo con las poblaciones, inofensivo a las costumbres y creencias populares. Así no solo dio nervio a la revolución, no solo la generalizó, sino que le dio crédito y la ennobleció.16

16

General José María Paz, Memorias Póstumas, Círculo Militar, Biblioteca del Oficial. Anotada por el Teniente Coronel Juan Beverina, Tomo I, Bs As, 1924. Cfr. Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Tomo II, Bs As., 1947, p. 123.


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En las tropas patriotas cumplieron un papel destacado los capellanes, que marchaban a la lucha al lado de los soldados, confortándolos pero además cumpliendo diversos roles al servicio de la causa de Belgrano. Ejercían las funciones de su ministerio en un regimiento o batallón. Un testigo de esos años, el doctor Manuel Antonio Castro, destacado jurisconsulto que llegó a ser gobernador de Córdoba, compartió muchos días con Belgrano cuando estaba en Tucumán y recordaba que: “Su diario vestido era una levita de paño azul. Su casita, construida en la Ciudadela, a la manera del campo, era una choza blanqueada. Sus adornos consistían en unos escaños de madera hechos en Tucumán, una mesa de comer, su catre de campaña y sus libros militares.” Y agrega Castro: Comí con el varias veces. Tres platos cubrían su mesa que era concurrida de sus ayudantes y sus capellanes”.17

Pedro Miguel Aráoz.— Si bien fueron muchos, destacamos a este sacerdote, nacido en Tucumán en 1759, en una antigua familia, hijo de Pedro Antonio Aráoz y Francisca Núñez. Cursó sus primeros estudios en su ciudad y luego ingresó en el Real Colegio de San Carlos, en Buenos Aires; en Córdoba estudió Derecho Canónico y se doctoró en Teología, en 1782. Dictó la cátedra de filosofía en el Colegio Carolino desde 1785 hasta 1787 y fue uno de los sacerdotes que firmó el Manifiesto en defensa del “Maestro de la Escuela de la Catedral” doctor Juan Baltazar Maciel, por las medidas tomadas por el Virrey contra el sacerdote, por considerarlas injustas. Regresó a Tucumán y fue cura rector de la Iglesia Matriz y orador de palabra galana. En 1807, pronunció una oración en memoria de los oficiales y soldados muertos en la defensa de Buenos Aires, entre los que se encontraba algunos comprovincianos incorporados al cuerpo de Arribeños. Se pronunció a favor de la Revolución de Mayo y contribuyó al sostenimiento de la primera expedición enviada por la Junta. En 1812, junto a sus parientes Bernabé, Cayetano y Diego Aráoz, apoyó

17

Carlos Páez de la Torre (h), “Belgrano en Tucumán”, en: La Gaceta, Tucuman, 11.VIII-2012.


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al General Belgrano para enfrentar a los realistas; aportó hombres, armas y gauchos para reforzar el ejército que triunfó en Tucumán. Por sus servicios fue nombrado capellán de la milicia patriótica de Dragones Tucumanos. Siguió con el ejército a Salta y estuvo en la Batalla de Campo de Castañares. Belgrano lo elogió en el parte de 1813, “por haber ejercido su santo ministerio en lo más vivo del fuego con una serenidad propia y haber sido infatigable en sus obligaciones”.18 Fue diputado al Congreso de 1816 junto a José Ignacio Thames y llegó a presidirlo. Aráoz propició la creación de escuelas, impuestos aplicados a su sostenimiento, etcétera. Cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires siguió hasta 1818, renunciando por razones de salud.19 Fue una figura destacada en la República de Tucumán y fundó el periódico El Tucumano Imparcial. En 1821, fue representante en la firma del Tratado de Vinará y presidió la Sala de Representantes en 1824. Falleció en 1832. Nicolás Avellaneda lo llama “uno de los talentos más distinguidos de su época”. Manuel Antonio de Acevedo (Acevedo y Torino).— Sacerdote salteño, nacido en 1770, hijo de José Manuel de Acevedo González, oidor del Cabildo local y de María Juana Torino de Viana. Estudió en Córdoba en el Colegio Monserrat y después en la Universidad y se graduó en ambos derechos en 1793. Fue consagrado sacerdote en 1795. En 1799, regresó a Salta y participó en la fundación de la Escuela de Filosofía.; fue rector y catedrático. Designado Cura Párroco en los Valles Calchaquíes, ocupó la parroquia de San José de Cachi (1801-1804) y pasando luego al curato San Pedro Nolasco del Calchaquí, con sede en Molinos (Salta) hasta 1806. Misionó en los pueblos de naturales y asistió espiritualmente a las familias criollas.

18 Carlos Páez de la Torre (h) y Ventura Murga, San Miguel de Tucumán: Las calles y sus nombres, La Gaceta, Tucumán 1981, pp. 30-31. 19 R. Piccirilli, F. Romay y L. Gianello, Diccionario..., cit., Tomo I, Bs. As., 1953, p. 257.


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Fue nuevamente trasladado en carácter de propietario a Belén, Catamarca. Más tarde, al crearse la diócesis de Salta quedó vinculada al Cabildo de la Catedral como canónigo ordinario. Fundó escuelas tanto en Belén como en Andalgalá y Santa María.20 Fue muy amigo del doctor Juan Ignacio de Gorriti y al enterarse de la Revolución de Mayo, se adhirió con entusiasmo y auxilió a los heridos en la Batalla de Tucumán dando alivio material y espiritual. El 11 de febrero de 1813, en Cabildo Abierto Extraordinario en San Miguel de Tucumán, prestó juramento de reconocimiento a la Asamblea General Constituyente establecida en Buenos Aires. Asistió a la Batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813, en mérito a sus servicios el general Belgrano gestó su designación para miembro del Venerable Capítulo Catedral de Salta. Pero Acevedo se había propuesto continuar como evangelizador en la campaña, solicitó licencia y permaneció como párroco en Belén. Fue diputado al Congreso en 1816 por Catamarca, junto a José Eusebio Colombres. El 25 de marzo de 1816 se ofició en San Francisco una misa cantada; la oración sagrada estuvo a cargo del doctor Acevedo, fue recordada por el brillo de la palabra y la convicción del orador. En el Congreso integró la Comisión que debía estudiar el Reglamento del Estado a consecuencia de la proyectada reforma del Estatuto Provisional, entonces vigente. Suscribió el Acta de la Independencia el 9 de Julio y pocos días después, hizo moción para que se tratase la forma de gobierno. Era decidido partidario de la forma monárquica incaica, proponiendo como sede gubernamental la ciudad del Cuzco; su propuesta fue apoyada por Castro Barros y los representantes del Alto Perú y resistida por fray Justo Santa María de Oro y Tomás de Anchorena. 20

Jorge F. Lima Bonorino, “Manuel Antonio de Acevedo”, en: Los Congresales de Tucumán. Su Genealogía y Descendencia. Ernesto A. Spangenberg (Director), Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Bs. As., 2016. Recientemente la Magister Gabriela de la Orden, de la Junta de Estudios Históricos de Catamarca se ha ocupado de Acevedo y Colombres, congresales por Catamarca en 1816.


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Desempeñó importante papel en varias circunstancias del Congreso; ya en Buenos Aires se le designó vicepresidente. Intervino en la redacción del Estatuto Provisorio. A la caída del Directorio fue detenido y procesado por orden del nuevo gobernador Manuel de Sarratea. Volvió a Catamarca donde abrió una escuela de primeras letras y dictó en forma gratuita cátedra de filosofía, fundó un incipiente seminario para reclutar vocaciones sacerdotales, sin descuidar el ejercicio de su ministerio. Sin duda, es de su autoría el proyecto del “Manifiesto que debe hacer la Asamblea de Catamarca a la nueva Provincia su Comitente a tiempo de darle su Reglamento Constitucional”. En 1823 fue vocal de la primera constituyente catamarqueña en el Congreso de 1824. En 1825 se integró a la Constituyente de Buenos Aires y actuó en los debates. Falleció en el ejercicio de su representación, en 1825. En sus Estudios Históricos el padre J. Toscano lo llamó “cabeza talentosa” y “orador fogoso del Congreso de Tucumán”. Señaló que reunía la nota más alta de inteligencia bien preparada y de civismo”.21

Miguel Ignacio de Alurralde.— Sacerdote tucumano nacido en 1782. Estudió y se doctoró en Córdoba, ordenándose sacerdote en 1807. Actuó en Salta como secretario del Obispo Videla del Pino hasta 1810 y luego adhirió a la Revolución de Mayo y fue capellán del Ejército del Norte. Regresó a su ciudad natal y estuvo en la Batalla de Tucumán. Colaboró para restablecer el esplendor de las Iglesias Matriz y de la Merced. Fue capellán de las fuerzas de Belgrano y luego lo fue en las fuerzas de Bernabé Aráoz contra Güemes. Se desempeñó como cura de la Matriz de Tucumán desde1841 hasta 1850 cuando fue designado en Salta, realizó una admirable administración apostólica. Fue vicario capitular del obispado a la muerte de José Eusebio Colombres.

21

J. Toscano, Estudios Históricos, Imprenta de M. Biedma e Hijo, Bs. As., 1906, p. 482.


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A comienzos de1853 volvió a Tucumán y fue designado vicario foráneo. Inició la redacción de una Refutación al Derecho Público Eclesiástico del doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, interrumpida por su muerte y que finalizó el doctor Ángel M. Gordillo. Falleció en 1861(algunos autores sostienen que falleció en 1859). Juan José Castellanos.— Sacerdote salteño, político y magistrado. Nació en 1778, hijo de Andrés de Escobar Castellanos y de Manuela Arias Rengel. Cursó estudios en la Universidad de Córdoba y pasó a Charcas donde se doctoró en 1808, con el título de doctor en Teología y en ambos derechos. Adhirió a la Revolución de Mayo; en 1811 se alistó como capellán del Regimiento de Dragones Ligeros de la Patria. En 1812, solicitó licencia por enfermedad; prestó grandes servicios durante la acción del Desaguadero pues “luchó entre los combatientes para contener el ejército bajo el mando de Pueyrredón en su desbande y a la plebe en su furor” Fue capellán durante la Batalla de Tucumán. Belgrano le confió una misión reservada en Salta que cumplió con eficacia. Facilitó caballada de su propiedad a Díaz Vélez para perseguir a Pío Tristán y en agradecimiento, Belgrano lo nombró Capellán del Batallón Nº 2 en cuyo carácter estuvo en la Batalla de Salta; Belgrano lo elogió en el parte de la misma. Fue párroco de Cerrillos y a partir de 1817, capellán de las fuerzas de Güemes en la Puna y sur del Alto Perú. Con gran energía multiplicó sus actividades para desempeñarse como eclesiástico y como patriota. Años después, integró la Sala de Representantes de Salta en varias oportunidades. Fue cura de San Carlos de Calchaquí y reasumió luego su parroquia de Cerrillos. Tuvo destacada actuación política en los gobiernos de los Gorriti y Arenales y luego, en la época de Rosas. Fue vicario capitular en la Catedral de Salta en 1842. Falleció anciano en Salta, el 10 de mayo de 1857.22

22

Ricardo Piccirilli, Francisco Romay Leoncio Gianello, cit., Tomo II, p.

241.


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Romualdo Gimio.— Cura de San Pedro de Charca. Se desempeñó como capellán en el Regimiento Nº 6. Así lo informaba Belgrano al Supremo Poder Ejecutivo: “ha servido en el Ejército en clase de capellán del Nº 6, cuando vine a tomar el mando ya lo hallé en él. Su comportamiento ha sido decoroso y ha desempeñado las funciones de su ministerio en todas las circunstancias [...]”.23 Roque Illezcas.— Nació en Buenos Aires en 1756. Se doctoró en 1785 en Derecho Civil y Sagrada Teología, en la Universidad de Córdoba. Se dedicó a la enseñanza llegando a ser vicerrector del Colegio de San Carlos. Participó en el Cabido Abierto del 22 de Mayo de 1810. Se incorporó al Ejército Expedicionario del Alto Perú en calidad de capellán militar. Estuvo con Belgrano en las batallas de Tucumán y Salta; fue recomendado por su actuación. El 19 de noviembre de 1817 se le hizo entrega, a su solicitud, del escudo de oro que le correspondía por su actuación en la Batalla de Salta En 1829, el gobernador Viamonte lo nombró miembro del Senado Consultivo creado por las estipulaciones de Lavalle y Rosas según el pacto de 24-VIII-1829. Falleció en Buenos Aires en 1832.24 José Gabriel Díaz.— Sacerdote tucumano, nacido en 1796. Fue partidario de la Revolución de Mayo y con el hábito mercedario estuvo en la Batalla de Tucumán. Belgrano lo distinguió llamándole cariñosamente “mi capellán” y siguió con el ejército hasta Salta, como auxiliar de capellán de los Decididos de la Patria. En 1814, San Martin lo autorizó a enseñar el catecismo a los soldados y por un tiempo interrumpió su carrera eclesiástica y sirvió en la maestranza del Ejercito de los Andes. Recibió la ordenación sacerdotal en 1826 y se vinculó al Mariscal Antonio José de Sucre quien lo nombró capellán de su ejército.

23

Archivo General de la Nación, Bs. As., Carta de Belgrano al Supremo Poder Ejecutivo, Sala X, 1-10-7. 24 Partes Oficiales y Documentos relativos a la Guerra de la Independencia Argentina. Archivo General de la Nación. Tomo I. Bs. As., 1900 y Ricardo Piccirilli, Francisco Romay y Leoncio Gianello. cit. Tomo IV, Bs. As, 1954.


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En 1829 y por diez años fue párroco en localidades de Tucumán y Catamarca. Se radicó en Salta. En 1841 se alistó en las filas unitarias, con Lavalle y La Madrid. Fue amigo de Sarmiento y decidido antirrosista, a la caída de Rosas regresó al curato de Santa María. En 1862 fue designado vicerrector del Seminario de Dolores. Falleció en 1872.

Celedonio Molina.— Nació en Salta donde siguió estudios eclesiásticos, acompañó en carácter de capellán a las tropas patriotas. Fue una figura destacada pues en sus acciones exponía de continuo la vida, nunca cobró paga alguna. Sirvió en los ejércitos de Castelli, Belgrano, Güemes, Balcarce y Pueyrredón. Fue cura y vicario interino de la doctrina de San José de la Rinconada. En 1812 se ofreció a marchar como capellán a la Quebrada del Toro; como su gesto no hallase acogida se brindó para acompañar las tropas de Güemes por la Puna. En el parte de la Batalla de Salta, Belgrano lo recomendó por su actuación. (Capellán del regimiento de pardos en la Batalla de Salta). No se ha podido establecer lugar y fecha de nacimiento.25 José Toribio Tedín.— Salteño, militar y político y luego, sacerdote. Nació en 1790 y apoyó la cauda patriótica en 1810 cortando su carrera literaria por la lucha independentista. En 1811, revistó como capitán de caballería de milicias y se unió al General Belgrano cuando este debió abandonar la ciudad de Jujuy, ante la aproximación de Pio Tristán. Participó en el combate de Las Piedras y en la Batalla de Tucumán. En 1812, se trasladó a Cachi y de allí a San Carlos y a Cafayate para disuadir a Manuel F. Aramburu de sus planes realistas y lo logró, ya que siguió participando al lado de los patriotas en Tarija. Tedín estuvo en la Batalla de Salta y por su actuación fue merecedor de los premios otorgados por el gobierno de Buenos Aires a los vencedores. Compartió el momento de las derrotas a comienzos de 1814, remitiendo para reforzar los resto del Ejército Auxiliar, 25

Piccirilli, Romay y Gianello, cit. Tomo V, 277.


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la gente de Guachipas, Puerta de Díaz, Ampascachi y Chicoana. También fue muy activo cuando se organizó la defensa el territorio de Salta y Jujuy, contra los invasores mandados por Pezuela. El capitán Tedín estuvo en Puesto del Marqués en 1815. Elegido Güemes gobernador de Salta, este propuso a Tedín como secretario de gobierno y fue nombrado por el Director Supremo Álvarez Thomas. Güemes lo ascendió a sargento mayor, teniente coronel y en 1820, a coronel graduado de los ejércitos de la Patria. Ejerció como secretario hasta 1821. Cuando terminó la guerra de la Independencia reanudó sus funciones militares. Miembro de la Sala de Representantes se alineó en la Liga del Norte. Fue antirrosista, Oribe lo capturó y condenó a muerte. Logró salvar su vida prometiendo seguir sus estudios eclesiásticos y escapó a Bolivia. En 1837 realizó estudios sacerdotales en Chuquisaca y recibió las órdenes sacerdotales. Volvió a Salta en 1847 y propulsó la construcción de la Iglesia de la Viña. Falleció en 1849. José Villegas.— Fue quien acompañó a Belgrano a su regreso final a Buenos Aires. No hay datos sobre él. Mitre afirma que fue un fraile franciscano de Buenos Aires. Se le menciona como capellán y “tesorero” y también como secretario; era el que dirigía la administración doméstica de su casa militar, teniendo esto en común con el general San Martín; la economía de Belgrano era tan austera respecto a su persona como en los gastos públicos. Mensualmente tomaba de la tesorería del ejército 300 pesos por cuenta de sus sueldos, pidiéndolos prestados cuando la caja estaba exhausta como sucedió con frecuencia, y entregaba la cantidad íntegra a su capellán que a veces se veía en apuro para cubrir su reducido presupuesto.26 Los capellanes fueron muchos, de algunos de ellos no encontramos datos así aparecen mencionados en el parte de Batalla de Salta: José María Ibarburu (capellán del N º6), Gregorio Tellería

26

Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Tomo IV, Bs. As., 1947, p. 276.


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(capellán del Regimiento de Dragones en la Batalla de Salta), ambos recomendados por Belgrano por su actuación.27

Los cronistas Ramón del Sueldo.— Prior de Santo Domingo en Tucumán, decidido patriota. El gobierno le pediría que escribiese la Historia Filosófica de la Revolución, conoció muy bien a Belgrano y cuando el ejército llegó a Tucumán, los dos conventos, el de Lules y el de la ciudad, fueron desalojados, permaneciendo solo en este último Del Sueldo y un hermano lego. El de San Miguel de Tucumán, sirvió de cuartel a las tropas patriotas. Un mes después de la batalla, el 24 de octubre de 1812, este fraile dominico, escribía una carta al Prior Provincial fray Julián Pedriel. Se trata de un documento muy interesante ya que Del Sueldo fue testigo presencial y escribió en el lugar y en el momento en que se desarrollaban los hechos. En la carta describía la batalla con minuciosidad. Sería una primera crónica que es importante rescatar. Decía Del Sueldo: Estoy persuadido de que Ud habrá tenido noticia de lo acaecido el 24 pasado, sin embargo, diré algunas cosas que he oído y otras que he visto. El expresado día, a la madrugada, salieron nuestras tropas a encontrar al enemigo a la entrada del camino real de Los Nogales. Esos se desviaron y siguieron su marcha por la orilla del norte que está a la falda del cerro y los nuestros retrocedían enfrentando con ellos hasta situarse uno y otro ejército frente a frente, inmediatos a la orilla del pueblo, en el campo de las Carreras, camino para los Lules y Manantial [...] [...] De encima de un horno viejo que hay en nuestro corralón, vi parte de la gente. A las diez y media se rompió el fuego, tan activo que no se veía sino la humareda y oía el estrépito de cañones y fusiles y a poco más de un cuarto de hora, ya entraban algunos de nuestros heridos [...] Pero entre sus ayes y lágrimas, me decían, no importa padre, que la victoria es nuestra. Lo

27

Archivo General de La Nación, Oficiales de Tucumán y Salta en Partes, Planillas y otras fuentes de la Guerra de la Independencia Argentina. Agradezco la información a la historiadora Sara Peña de Bascary.


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mismo se oía a algunos soldados y oficiales que entraban del campo. Entre este tiempo los nuestros los tenían desordenados por dicho campo, por el bajo que llaman de Aguilar, por la orilla del monte del rio, en el paso de Madrid y por todo el campo que sigue hacia Lules y Manantial. Toda esta tragedia aconteció desde las doce para la una de la tarde, hora en que comenzaron a entrar la presa de bagajes y equipajes, que llenaban las dos cuadras que forman el ángulo de nuestro pretil.

El fraile continuaba el relato: Estos dos espacios ocupaba la gente, prisioneros, cargas, mulas sueltas y caballos que se quitaron al enemigo. Entre tanto, siempre se oía , aunque distante el tiroteo, ya en un lugar, ya en otro. Todos los que presenciaron la acción dicen que el interés de la presa, dio ocasión a que los nuestros no concluyesen con nuestros enemigos. En este tiempo, el resto de ellos tuvo lugar de reunirse y a las tres para las cuatro de la tarde entraron, avanzando con nuevo ardor por el sur, camino del bajo de Aguilar. Su fuego era a tiro de cañón. La dirección que tomaron para entrarse a la plaza era la parte del cerro. Todo su fuego fue infructuoso, no dañó a persona alguna ni a edificios. En nuestra torrecita pegó una bala de cañón, rompió tre ladrillos de la cornisa y algunas tejas de la portería. Luego los hicieron retroceder y se colocaron inmediatos al sitio donde se había comenzado el fuego por la mañana, y, cesó inmediatamente el fuego. En ese lugar se mantuvieron toda la noche y el 25 no amanecieron, se fugaron a medianoche. En esta ocasión han mostrado la tropa y todos los paisanos un valor extraordinario. Sería muy largo contar todos los sucesos y circunstancias de la referida acción [...] 28

Gracias a su atenta descripción de los sucesos se tiene una versión de la Batalla de un testigo calificado. Diego León Villafañe.— Entre los eclesiásticos que fueron observadores de las campañas de Belgrano, se destaca la figura del jesuita

28 Sara Graciela Amenta, “La Batalla de Tucumán contada por un fraile dominico”, en: Facebook Junta de Estudios Históricos de Tucumán,19 de junio 2020. Esta nota es del libro digital Belgrano según historiadores, cronistas, soldados y testimonios (en prensa), Archivo Provincial OP (Buenos Aires). Cartas, Tomo I, pp. 276-277, y Rubén González OP, El General Belgrano y la Orden de Santo Domingo. UNSTA, Tucumán, 2002, pp. 14-15.


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Diego León Villafañe, quien estuvo en Tucumán en 1812. Este sacerdote era miembro de una antigua familia de beneméritos de la patria, hijo del maestre de Campo Diego de Villafañe y Guzmán y de María Josefa Corvalán de Castilla. Nacido en 1741 en Tucumán, terminó sus estudios primarios en la ciudad natal y viajó a Córdoba donde fue admitido en el Convictorio de Montserrat. En mayo de 1763 ingresó a la Compañía de Jesús. Gozó de prestigio intelectual y fue reconocido en Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, Mendoza y aun en Santiago de Chile. Producida la expulsión de la Compañía partió al destierro y residió en varios lugares de Italia, donde se vinculó con importantes personalidades. No dejó de tener contacto con sacerdotes argentinos como el Deán Gregorio Funes o Pedro Miguel Aráoz. En 1799 regresó al Río de la Plata y volvió a Tucumán, pasando por Córdoba, donde fue muy bien recibido. Tenía el propósito de seguir a Chile a las misiones araucanas con el fin de convertir a los indígenas; por ello se trasladó en tres oportunidades hacia esas tierras, pero no tuvo éxito. No era tarea fácil su permanencia en Tucumán pues a la cédula de expulsión de 1767, se agregó otra más severa de 1801. En 1802 el Síndico Procurador de la Ciudad de Tucumán y 72 vecinos firmaron una petición dirigida al Virrey para que permitiese a Villafañe quedarse en su tierra por su avanzada edad y sus probados méritos. Se recluyó en el Chorrillo de Santa Bárbara, a una legua de la ciudad, junto al río Salí sobre el camino al Rincón y con secreto de sus amigos (y que fue donde se halló el General Belgrano el día de la Batalla). Allí, la familia Villafañe tenía un oratorio o capilla y el jesuita se convirtió en capellán de las gentes vecinas. La Revolución de Mayo no lo tomó desprevenido, en carta de 1809 a Ambrosio Funes afirmaba que habría cambios, dado el curso de los sucesos en Europa, solo esperaba que no entrara en América el espíritu de impiedad y que estos vastos continentes se mantuvieran en la Religión Católica Apostólica Romana. En otra carta, escribía que el doctor Nicolás Laguna le decía que hallándonos “sin Rey en el Reyno, recae toda la autoridad gubernativa en el pueblo”. Peligrosa le parecía al jesuita esta doctrina aunque no de-


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jaba de gustarle.29 No obstante, su entusiasmo fue cambiando hacia 1811 cuando se disolvió la Junta Grande, lo vio como preludio de la guerra civil. Al año siguiente, sus apreciaciones relativas a la marcha de la revolución eran curiosas. “yo no tengo por amante verdadero de esta nuestra América, sino a quien ama y protege a la religión Católica y este me parece es el sistema de Goyeneche”. Aunque había secundado fervoroso a los hombres de 1810, criticó con dureza las desviaciones y errores la acción de los que seguían, a su juicio, los postulados de la Revolución Francesa, sobre todo a partir de la Asamblea de 1813. Cuando tuvo lugar el triunfo de Belgrano el jesuita patriota se sintió muy entusiasmado y envió a su amigo de Córdoba una reseña de la batalla y una oda sobre este hecho brillante. Es pues uno de los poetas de esta batalla y el primer historiador de este hecho de armas. “La victoria la debemos al cielo por la intercesión de nuestros santos protectores,” sus palabras son muy elocuentes y permiten advertir su sincero patriotismo pero solo lo concibe a base de respeto y amor a la tradición católica. Elogia al General como: Cabeza del Ejército, Belgrano Pues al primer encuentro, has merecido Quedar esclarecido Solamente porque eres cristiano Con San Simón y Judas que os goza, Encargó la defensa en este día Oh día de septiembre veinte y cuatro Memorable del Ejército Pequeño, Sepulcro del Ejército Limeño; Día de Victorias, más plausible y grato Del tucumano cielo

29 Guillermo Furlong SJ., “Diego León Villafañe y su Batalla de Tucumán”, Bs. As., 1962.


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Aún más interesante que la oda fue la relación que hizo de la batalla aunque contiene algunas inexactitudes, según señala el padre Furlong, “fácilmente perdonables, si se tiene en cuenta que la escribió a raíz de los sucesos y por los decires de la gente”.30 El ejército enemigo vino por parte de los Lules y se acercó abriéndose en dos alas, una hacia el norte de la ciudad y otra, por el sur. El Barón (Holmberg) sin darles tiempo para bajar de sobre las mulas ni siquiera un cañón, empezó la acción con un cañonazo y sin dar lugar al enemigo, fueron acercándose los nuestros, de modo que se vino a las armas blancas... Nuestra caballería de los guardamontes los desconcertó. Ayudó a desconcertarlos una partida de Vallistas que llegaron aunque desarmados, pero por las espaldas. El enemigo creyó otra cosa y se desordenó. El enemigo después de la acción de la mañana, se reunió y estuvo haciendo fuego toda la tarde, aunque no continuo. Toda la noche del jueves 24 estuvieron haciendo fuego como dando tiempo para la retirada que efectuaron. El general Belgrano se vio perdido, y se había retirado con unos pocos soldados, al lugar que llaman El Rincón, que está a dos leguas distante de la ciudad, hacia el sur: aquí se le fueron agregando otros soldados de a caballo con un cañón. Es prueba de lo asustado que estaba, porque el viernes siguiente, el día del combate, muy de mañana aparecieron unos soldados en Santa Bárbara, trayendo el dicho cañón como temiendo que el enemigo se los cogiese. Díaz Vélez en la ciudad trataba de esconderse y salvar su persona, como lo ha dicho el Barón, testigo de vista. La cosa estuvo en estado, que si el ejército enemigo viene esa noche al ataque a la ciudad la coge sin remedio. Se debe concluir que Dios ha querido humillar el orgullo del enemigo y como me lo dijo el General Belgrano: abatió a los orgullosos y levantó a los humildes [...] La victoria la debemos al cielo, por la intercesión de nuestros santos protectores. Esto es lo cierto.

Después de la Batalla, Villafañe reconocía que “El General Belgrano se ha mostrado muy religioso en las plegarias a que asistió, hechas por la felicidad de nuestras armas. Él se ha armado con el Escapulario de Nuestra Señora de Mercedes, e hizo armar a muchos de sus soldados”.31 Empero, de los pueblos unidos en asamblea no esperaba mucho, pues desconfiaba de las ideas afrancesadas. Rogaba por un hombre grande y muy católico que pusiera en paz a América y mirase por la educación cristiana y religiosa. 30

Ibídem, p. 42. Ibídem, p. 46.

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Villafañe veía con asombro y pena la situación anárquica e irreligiosa de toda la América Hispana. Si le llenaba de gozo su patria libre e independiente, lo entristecía el libertinaje reemplazando a la libertad civil. No compartía la orden dada por Belgrano para que el Obispo Videla del Pino saliera de Salta; también criticaba que al cura de Trancas, Miguel Martin Laguna, de simpatías probadas con los realistas, se lo hubiera enviado a Buenos Aires por orden del general. El cura de las Trancas, Doctor Laguna, ya estará en Bs. As., o cerca. Falsamente le llaman prisionero de guerra. El día de la Acción (de la Batalla) él se pudo desprender del General Tristán, que lo traía y vino a dar a esta casa de Santa Bárbara, bastante enfermo, y luego que se puso bueno, trataba de ir a presentarse a Belgrano, cuando vino un oficial por él.32

Es sabido que Miguel Martín Laguna, a diferencia de su hermano Nicolás, adhería al Rey y desde su púlpito arengaba a los fieles a apoyar a Tristán. Después de la Batalla fue tomado prisionero y el General lo envió a Buenos Aires por considerarlo traidor y peligroso para la causa independentista.33 Veía en las cosas de la Patria disensiones, ambiciones desordenes despotismos y no amor al bien público. Atribuía la ola de libertinaje que inundaba la América Hispana a la expulsión de la Compañía. Falleció en 1830 a la edad de 88 años.

Palabras finales La presencia de sacerdotes en la Guerra de la Independencia fue significativa, solo hemos intentado recordar a algunos de ellos. Muchos arriesgaron su vida y su suerte para auxiliar a las fuerzas patriotas. La relación entre sacerdotes y fieles se modificó con el

32

Ibídem, p. 47. Elena Perilli de Colombres Garmendia, El cura Miguel Martin Laguna y su Historia social y política de Tucumán, Centro Cultural Rougés, Fundación Miguel Lillo, Tucumán 2011. 33


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“nuevo orden” instaurado en 1810. Los primeros ocuparon nuevos roles, en la política, en la cultura y en los ejércitos. Belgrano los distinguió y comprendió la necesidad de infundir a las tropas la fortaleza espiritual que estos hombres aportaban y comprendió la importancia de la religión y del clero en la sociedad. En cuanto a los médicos los aspectos de la nueva realidad se presentaron con fuerza en ciertos sectores de la población; los médicos no tuvieron un digno reconocimiento, el salario de quienes exponían la vida no era equitativo a otros empleos. La época de la independencia estuvo signada por cambios profundos ya que mantener y asistir al Ejército del Norte motivó múltiples transformaciones. Surgieron necesidades que debían ser satisfechas con urgencia, precariedad y habilidad de las autoridades que arbitraron medios y recursos para superar graves cuestiones sanitarias. La economía de guerra influyó en todo; la atención sanitaria tuvo importancia y debió ser resuelta con prioridad, con los recursos disponibles.

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“... En

el día se trata de monarquizarlo todo ...”. Debates en torno a la monarquía. El protagonismo de Belgrano

María Cecilia Guerra Orozco 1

E

l objetivo del presente artículo es repensar los debates que tuvieron lugar en el territorio del Río de la Plata entorno al gobierno monárquico frente a la crisis de la corona española a partir de 1808. Primero con la posibilidad de la regencia de la infanta Carlota Joaquina de Borbón y luego en el Congreso General Constituyente que declaró la independencia en julio de 1816. Uno de los protagonistas de estas ideas en nuestros territorios fue Manuel Belgrano, quien participó activamente en defensa de las ideas monárquicas de gobierno en el periodo aquí mencionado. En el contexto del año Belgraniano creemos importante rescatar este aspecto en los análisis del proceso de revolución e independencia. *** Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. Su padre, Domingo Belgrano y 1 Magister. Historiadora. Directora del Museo Nacional Casa Histórica de la Independencia. Instituto de Investigaciones Históricas Ramón Leoni Pinto (INIHLEP), Universidad Nacional de Tucumán. Miembro de Número de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.


M. C. Guerra Orozco: Debates sobre la monarquía. El protagonismo de Belgrano

Escultura de Francisco Cafferata. Plaza Belgrano, San Miguel de Tucumán.

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Peri (que lo cambió por Pérez al llegar a estos territorios) nació en Oneglia, Italia y su madre, María Josefa González Casero nació en Buenos Aires. Domingo Belgrano fue un comerciante que aprovechó al máximo el sistema de monopolio comercial establecido por la Corona española. Gracias a esta actividad pudo adquirir una posición económica que le permitió vivir cómodamente y dar a sus hijos la mejor educación de aquella época.2 Hizo sus primeras letras en el Colegio de San Carlos en su ciudad natal para viajar luego a España a cursar sus estudios superiores en la Universidad de Salamanca y posteriormente en Valladolid donde obtuvo el título de abogado. Una vez concluidos sus estudios regresó al Río de la Plata para integrar el recientemente creado Consulado de Comercio, con tan sólo 23 años. Su estadía en el viejo mundo le permitió tener otra mirada sobre la realidad del Río de la Plata sobre todo por haber entrado en contacto con muchos de los autores y escritos de la denominada “ilustración”. Los temas que más le preocupaban eran los relacionados con la economía y la educación en América, pero especialmente en el territorio rioplatense. En el aspecto económico planteaba el perjuicio que significaba para los comerciantes locales el sistema de monopolio impuesto por la corona. En cuanto a la educación, ocupaba un lugar de privilegio para Belgrano. Consideraba que la posibilidad de estudiar debía ser para todos los habitantes y no sólo para unos pocos “privilegiados”. Tenía la idea de que quien no se educaba podía ser dominado fácilmente.3 2

Bartolomé Mitre, Obras completas, ed. Kraft, Buenos Aires; 1939, Manuel Belgrano, Autobiografía del General Belgrano, Biblioteca de Mayo, T. II, Buenos Aires, 1960; Bartolomé Mitre, “Filiación de la Revolución Sudamericana”, en Mayo: su filosofía, sus hechos, sus hombres, Buenos Aires, Concejo Deliberante, 1960, Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la independencia Argentina, ed. Anaconda, Buenos Aires, 1950. 3 Su preocupación por la educación intentó ser saldada desde el momento mismo en que regresó a Buenos Aires, donde creó una escuela de matemáticas, por ejemplo. Pero su acción educativa fue más allá de eso y después de su actuación como militar en las guerras de independencia, el Poder Central decidió darle dinero por tan heroica actuación. Ese dinero fue donado por Belgrano para la construcción de escuelas en diferentes lugares, entre ellos nuestra provincia de


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Belgrano se destacó por su entrega al estudio y la capacitación, impulsado por muchas de las ideas con las que había entrado en contacto en Europa:

[...] Se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aún las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente [...] 4

Una vez en Buenos Aires comenzó sus funciones como secretario del Consulado, pero además le fue encomendada la difícil tarea de ser capitán de las milicias urbanas. La llegada de la flota británica al mando de Beresford produjo un importante cambio tanto en el Río de la Plata como en Belgrano. En 1806, ante la presencia inglesa en el territorio, como parte integrante de las milicias participó en la defensa de la plaza rioplatense. Cuando los ingleses entraron en Buenos Aires los miembros del Consulado juraron fidelidad a la Corona invasora. Belgrano viajó entonces a la vecina ciudad de Montevideo desde donde pensaría los pasos a seguir. [...] Se apoderó de mí el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general, y adquirir renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto, dirigiéndolos particularmente a favor de la patria [...] 5

Estando en la Banda Oriental supo que habían triunfado las fuerzas rioplatenses por lo que decidió volver. Belgrano se incorporó a las milicias y además pidió que le enseñaran a manejar las armas para estar preparado en caso de una nueva invasión. Las milicias lo nombraron su sargento mayor como cuenta él mismo en su autobiografía.

Tucumán. Sin embargo, murió sin ver su sueño cumplido y tendrían que pasar casi doscientos años para que se construya, en nuestra provincia, la escuela que quería Belgrano. La misma fue inaugurada a principios de este siglo. 4 Manuel Belgrano, Autobiografía del General..., cit. 5 Ibídem.


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[...] Tal vez [...] mi educación, mi modo de vivir y mi roce de gentes distinto en lo general de la mayor parte de los oficiales que tenía el cuerpo, empezó a producir rivalidades que no me incomodaban, por lo que hace a mi persona, sino por lo que perjudicaban a los adelantamientos y lustre del cuerpo, que tanto me interesaban y por tan justos motivos [...] 6

Estuvo por dejar las milicias, pero la segunda invasión determinó que continuara con tal empresa. Belgrano cuenta que la defensa de la ciudad fue bastante desorganizada, pero pudo resistir una vez más la invasión. Hacia 1808 el contexto internacional cambió estrepitosamente y eso provocó un sismo en las colonias españolas en América. En medio de una crisis interna de la monarquía española Napoleón Bonaparte sacó provecho. Fernando VII había realizado una conjura para quitarle la corona a su padre y se proclamó rey. Carlos IV intentó huir de España por mar, pero se arrepintió antes de concretar la estrategia. Entonces llegó Bayona... Carlos IV abdicó en favor su hijo quien hizo lo propio con Napoleón. La familia real en pleno fue tomada prisionera, con excepción de la hija de Fernando, Isabel, porque Napoleón consideró que no representaba un verdadero peligro. Fernando firmó un documento con su abdicación a la corona fechado el 16 de julio de 1808. Napoleón coronó a su hermano José como rey de España. En ausencia del rey legítimo se comenzaron a formar juntas de gobierno en la península. Esto no era una novedad para las ciudades españolas que conocían este recurso desde la Edad Media. Sin embargo, el contexto era diferente y además ahora había que tener en cuenta a los territorios ultramarinos. La entrada de Napoleón a la península Ibérica había respondido al objetivo principal que era invadir Portugal. Las noticias de la invasión francesa a España llegaron antes que los ejércitos continuaran avanzando. La Corona lusitana abandonó Portugal y se dirigió hacia el Brasil. Así fue como partieron el Rey, su esposa, la familia real y la Corte en pleno. La metrópoli se “mudaba” a la colonia. 6

Manuel Belgrano, Autobiografía del General..., cit.


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Todas estas novedades iban llegando al Río de la Plata y empezaron a despertar incertidumbre. Entre los principales hombres de la vida pública de Buenos Aires se presentaron numerosos interrogantes. ¿Cuál sería el futuro de las colonias? ¿Qué iba a pasar con los territorios americanos ante el cautiverio del Rey? ¿Había que jurar fidelidad al nuevo rey? ¿Cuáles serían los pasos por seguir tanto de la península como de las colonias? Es este el contexto en donde cobra relevancia la figura de la infanta Carlota Joaquina de Bobrbón. Nacida en 1775 en el seno de la familia real española. Era la hija mayor del rey Carlos IV de España y María Luisa de Parma. A los diez años abandonó su tierra natal y se dirigió a Lisboa para contraer matrimonio con Juan de Braganza, convertido a partir de 1799 en regente y luego rey de Portugal. Se convirtió en la primera princesa viajera transatlántica que tocó tierra americana.7 La posibilidad de que la princesa Carlota Joaquina pudiera convertirse en regente de los territorios americanos empezó a ser tomada muy en cuenta. Era la primera vez desde la llegada de los peninsulares a América que una monarquía estaba físicamente en estos territorios. Legal y legítimamente ella podía ser regente hasta tanto Fernando volviera al trono. Ante la vacatio regis, la vacancia de poder dada por la situación crítica de la corona española, el conflicto podía tener una solución con la presencia de Carlota Joaquina. [...] El cautiverio de toda la familia real borbónica en Francia le daba la oportunidad de reclamar para si el “depósito” del poder real para ejercer provisoriamente el gobierno de la monarquía vacante hasta tanto España fuera liberada del dominio francés [...] 8

Uno de los que iniciaron contactos con la infanta en Río de Janeiro fue Manuel Belgrano a fines de 1808 a través del intercambio 7

Este relato forma parte del libro de Marcela Ternavasio, Candidata a la corona. La infanta Carlota Joaquina en el laberinto de las revoluciones hispanoamericanas, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015. 8 Marcela Ternavasio, “Una mujer que desafió a los reyes: algunos momentos de la trayectoria de Carlota Joaquina de Borbón”, Rev. Legado, Archivo General de la Nación, 2018, pp. 19 a 35, pág. 23.


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Princesa Carlota Joaquina de Borbón.


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epistolar con el agente del gobierno portugués, Felipe Contucci. La situación en la península era compleja, se habían conformado juntas en cada una de las ciudades españolas, pero la Junta de Sevilla se había atribuido la condición de “suprema” y se dispuso a enviar comisionados para que en América se le jurara fidelidad. La Junta Sevillana lo que pretendía era asegurar el dominio en América. En agosto de 1808 llegó al Río de la Plata un enviado de Sevilla, José Manuel Goyeneche, criollo arequipeño residente en Madrid. En un encuentro que tuvo con el Virrey Liniers éste le pidió que se encargara de que la Audiencia de Charcas jurara fidelidad a la Junta de Sevilla. Mientras tanto, la princesa Carlota Joaquina, se había puesto en contacto con los españoles a los que había escrito un manifiesto en donde enunciaba su derecho al trono español en calidad de regente de la Infanta Isabel. La hermana de Fernando reclamaba sus derechos dinásticos amparados en la disposición según la cual las mujeres podían ascender al trono en ausencia de varones de sangre real establecida por los propios Borbones algunos años antes. En otro manifiesto pedía ser reconocida reina de los territorios americanos debido a que Napoleón no había llegado hasta esas tierras. Además, los territorios de ultramar no habían jurado fidelidad al nuevo rey español. En el Río de la Plata un grupo de hombres difusores de los nuevos valores la “ilustración” elaboraron una Memoria, fechada en Buenos Aires el 20 de septiembre de 1808. La misma fue firmada por Juan José Castelli, Antonio Luis Beruti, Hipólito Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña y Manuel Belgrano. [...] Los firmantes aseguraban allí que eran “muchos los hombres de bien y de sano juicio” con los que podían contar las propuestas bragantinas y se colocaban como los más fidelistas y defensores del orden vigente al privilegiar la prelación del vínculo dinástico por sobre el movimiento juntista español que reclamaba para sí el legítimo depósito de la soberanía vacante de todo el imperio [...] 9

9

Marcela Ternavasio, “Una mujer…, pág. 25.


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A partir de 1809, después de que se sofocara un intento de conformación de una junta de gobierno en Buenos Aires y se jurara lealtad a la Junta Central española, Belgrano comenzó a expresar su preferencia por la monarquía y a decirle a Contucci que la Casa de Borbón, Fernando y su familia, no tenían nada de qué preocuparse con los rioplatenses. Pero eso no es todo, con fecha 17 de julio de 1809, luego de la formación de una Junta en Chuquisaca, le escribió directamente a Carlota Joaquina para expresarle que la consideraba la [...] representante legítima de la corona española y como tal, sostén de la soberanía [...] todos mis conatos, Señora, son dirigidos a lograr que V.A.R. ocupe el solio de sus augustos progenitores, dando la tranquilidad de estos sus dominios que, de otro modo, los veo precipitarse a la anarquía y males que le son consiguientes. La Junta Central, ignorante a la verdad, de su actual estado, ha puesto a este pueblo en conmoción, con sus decisiones aprobatorias de la conducta de aquellos mismos que han vejado la autoridad real con tanto escándalo [...] firme de obedecer a V.A.R. ejecutaré gustoso su real voluntad [...] lo que le puedo asegurar a V.A.R., desde ahora, es que no hay ya hombre de bien, que no mire en su real persona, el sostén de la soberanía española, el apoyo de los derechos de la nación y de los vasallos, y el único refugio que le queda a este Continente para gozar tranquilidad, y llegar al grado ventajoso al que es capaz [...] 10

En agosto del mismo año, Belgrano se comunicó nuevamente con la princesa para pedirle que asumiera el gobierno de los dominios hispánicos en América. Además, ponderaba la persona de Juan Martín de Pueyrredón11 a quien consideraba un buen carlotino. 10

Manuel Belgrano, Epístola dirigida a la Princesa Carlota Joaquina de Borbón. Le comunica que la considera Representante legítima de la Corona Española, y como tal “sostén de la Soberanía”, Buenos Aires, 17 de julio de 1809, en Instituto Belgraniano Central, Documentos para la Historia del General Don Manuel Belgrano, T. 1, Buenos Aires, 1982. 11 Juan Martín de Pueyrredón será designado Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en 1816. Fue el Congreso General Constituyente quien aprobó que fuera él quien ocupara ese lugar. Asimismo, es importante tener en cuenta que desde 1810 y aún después de que se declare la independencia, Pueyrredón será una de los principales enviados a misiones diplomáticas. Los fines de estas eran negociar la regencia de estos territorios


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[...] He formado esta carta que [...] dirigimos [...] de ella inferirá V.A.R. el estado actual de los negocios y adquirirá los conocimientos circunstanciados que suministra para su mejor real inteligencia y poder tomar la decisión que sea más conforme a los reales derechos de su Augusta Casa, para destruir la usurpación que de ellos ha hecho la Junta Central, amparándose de la austeridad real en todos los ramos, cuando apenas le era disimulable que la hubiera adquirido, sin contar con V.A.R. para rechazar la fuerza con la fuerza, en las circunstancias apuradas en que se vio la península. No puede ser otra la decisión que V.A.R. tome más conforme a todos los principios más sagrados, que la de venir a mandar proclamarse, y hacer reconocerse por Regenta de estos dominios; porque de otro modo, cada vez más, va V.A.R. dejando que esa Junta se posesione de la autoridad, y que creando criaturas a la sombra del sagrado nombre de Fernando VII, mañana sean otros tantos que llevan a todos los dominios españoles el espíritu de usurpación, o tal vez la prosecución de unas miras tan ajenas a la razón y a la ley [...] 12

En los años que corrieron entre 1808 y 1810 se dieron disputas muy importantes entorno al sujeto de la soberanía luego de la vacatio regis. Dentro de las posibilidades contempladas en la península también existió la salida dinástica a través de una regencia encarnada por un miembro de la familia real. La figura de Carlota Joaquina estuvo en consideración. Sin embargo, esta idea fracasó y la Junta Central Gubernativa del Reino convocó a Cortes tomando como única salida este llamado, dado el carácter constitucional que tenía la crisis. Belgrano sentía que las Cortes convocadas en España eran una afrenta directa a la investidura real de Carlota Joaquina y además pensaba que la reacción de la princesa era urgente y necesaria. Consideraba que, antes los acontecimientos, era conveniente que volviera a la península. Sentía que el poder de acción de la infanta con una de las Coronas más importantes de Europa, entre las que destacamos Inglaterra y Portugal. En esta carta a la que estamos haciendo mención en el texto Belgrano le informa a la princesa que el enviado a Brasil para entablar las negociaciones es justamente Pueyrredón de quien le dice que es uno de los más entregados a la causa y que goza de los mejores sentimientos entre muchos de los que nosotros podríamos llamar “carlotistas”. 12 Epístola enviada por Manuel Belgrano a la Princesa Carlota Joaquina el 9 de agosto de 1809, en Instituto Belgraniano Central, Documentos para la Historia del General Don Manuel Belgrano, T. 1, Buenos Aires, 1982.


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desde tierras americanas era muy difícil y poco probable. Para él, los españoles habían pasado por encima de la autoridad real de la princesa, por lo que actuaban en contra del poder monárquico y por fuera de la legalidad. [...] Nosotros creemos [...] que en V.A.R. está nuestra libertad, propiedad y seguridad, y es una natural consecuencia que la sostengamos hasta, si es posible, perder nuestra existencia para tan santa causa [...] 13

Pero la convocatoria a las Cortes de Cádiz hirió de muerte a las pretensiones de la princesa. Las noticias que llegaban al Río de la Plata despertaban desconcierto ya que el nuevo virrey, Baltazar Hidalgo de Cisneros, había sido nombrado por la Junta Central y no por una autoridad real. Fue entonces que un grupo de porteños, muchos de los que venían acompañando la idea de la regencia de Carlota Joaquina, pidieron a Cisneros la convocatoria a un cabildo abierto. Buenos Aires no aceptó el envío de diputados a las Cortes convocadas en Cádiz y tampoco reconoció a los representantes suplentes que habían sido designados en la península. El 25 de mayo 1810 en el cabildo de Buenos Aires se conformó la Junta Provisional Gubernativa a nombre de nuestro Sr. Don Fernando VII con Cornelio Saavedra —jefe del Regimiento de Patricios— como su presidente. Manuel Belgrano participó en el Cabildo Abierto y además fue elegido Vocal de la Junta la cual desconoció la legitimidad las Cortes de Cádiz. El Cabildo Abierto, que había decidido la conformación de la Junta de Gobierno porteña, consideraba que la soberanía había retrovertido para todos los “pueblos”, no solamente para el peninsular, por lo que correspondía al Río de la Plata conformar su propia Junta. A pesar de que su carrera militar, impulsada de manera fortuita, no le permitió seguir desempeñándose en los asuntos diplomáticos, Belgrano no abandonó sus aspiraciones a lograr la autonomía del territorio bajo la regencia de una monarquía europea poderosa. A partir de 1810 se enviaron numerosas misiones diplomáticas para

13

Ibídem.


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lograr el reconocimiento tanto de la corona lusitana como británica especialmente. Vamos a mencionar otros intentos que se hicieron a lo largo de estos años que nos convocan, para lograr un gobierno monárquico basado en la división de poderes y en la independencia y autonomía de estos territorios.

El proyecto monárquico presente en la diplomacia rioplatense En 1814 el director supremo Posadas envió a Sarratea a Londres para negociar la independencia por la vía diplomática ya que por las armas parecía una misión imposible. Antes de ir a Inglaterra Sarratea viajó a Brasil para entrevistarse con Lord Strangford y conseguir auxilios y armamento. Los británicos iban a recibir ventajas comerciales a cambio. También intentó llegar a un armisticio con el marqués de Casa Irujo, enviado de la corona española, que no prosperó. Una nueva misión diplomática fue enviada. Esta vez a cargo de Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano. Algunas de las instrucciones que llevaban estos abogados eran públicas y otras privadas. Rivadavia debía encontrarse con Sarratea —que todavía estaba en Londres— para dirigirse juntos a la corte española con el propósito de felicitar a Fernando VII por haber podido librarse del cautiverio y volver al trono. Iban a exponerle la tremenda situación que habían vivido los territorios americanos signados por cruentas guerras, libradas por jefes y funcionarios españoles contra sus hermanos americanos. Y esto había sucedido de esta manera porque Buenos Aires se había negado a aceptar a las Cortes de Cádiz y al Consejo de Regencia como poderes legítimos. Querían expresarle al monarca español que la reacción del Río de la Plata se debió, sobre todo, a la búsqueda de la legalidad y la legitimidad de los acontecimientos novedosos que se habían sucedido desde 1808 con la desafortunada entrada de Napoleón en tierras peninsulares. Mientras tanto, Belgrano iba a permanecer en Londres. Los objetivos del Directorio eran claros: conseguir la independencia o por


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lo menos la libertad civil proponiendo a España una conciliación basada en la seguridad, la libertad y la justicia. Si esto no era posible, entonces debían tener “cintura política” para virar en sus argumentos. Hacer saber al monarca que los americanos no aceptaban otra posibilidad que la llegada de un príncipe español que debía gobernar con una constitución establecida por las provincias o la dependencia directa de la corona española, quedando la administración en mano de los americanos. Si no se lograba un acuerdo con España, entonces Rivadavia y Sarratea debían dirigirse a las coronas de Inglaterra, Rusia, Francia o Alemania. Incluso a los Estados Unidos. Las instrucciones privadas decían que primero debían intentar que un príncipe de la Casa Real Británica se dirija al Río de la Plata para ser coronado. De no ser esto posible, pero aceptando colaborar con la causa independentista, entonces se facultaba a los enviados a concederle ventajas comerciales o cualquier prerrogativa que no comprometiera la libertad. Pero cuando estaban en Brasil llegaron las noticias de la renuncia de Posadas como Director Supremo. En su lugar fue designado Carlos María de Alvear quien envió de forma confidencial a Manuel José García con las instrucciones de poner a disposición de la corona británica las Provincias Unidas en el Río de la Plata, ante las adversas circunstancias en las que se encontraba el territorio rioplatense. Rivadavia y Belgrano intentaron convencer a García de lo perjudicial que eso era para la causa de la independencia por la que tanta sangre había sido derramada desde hacía tantos años. García llevaba instrucciones para Lord Strangford donde decía, entre otras cosas, que [...] cinco años de repetidas experiencias han hecho ver de un modo indudable a los hombres de juicio y opinión que este país no está en edad ni en estado de gobernarse por sí mismo, y que necesita una mano exterior que lo dirija y contenga en la esfera del orden, antes que se precipite en los horrores de la anarquía [...] en estas circunstancias solamente la Generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias, que obedecerán su Gobierno, y recibirán sus leyes con el mayor placer, porque conocen que es el único remedio de evitar la destrucción del país, a que están dispuestos antes que volver a la


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antigua servidumbre, y esperan de la sabiduría de esa nación una existencia pacífica y dichosa [...] 14

Incluso Alvear había dado otras instrucciones a García, dirigidas a Lord Castlereagh, donde su pensamiento era aún más explícito: [...] Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés, y yo estoy dispuesto a sostener tan justa solicitud para liberarlas de los males que las afligen. Es necesario que se aprovechen los momentos, que vengan las tropas que impongan a los genios díscolos, y un jefe autorizado que empiece a dar al país las formas que sean del beneplácito del rey y de la nación, a cuyos efectos espero que V. E. me dará sus avisos con la reserva y prontitud que conviene para preparar oportunamente la ejecución [...] 15

Sin embargo, en las reuniones que tuvo con los comisionados ingleses no mostró ninguna de las dos cartas, lo que se sumó a la actitud de los británicos, quienes se mostraron reticentes a expresar cualquier favoritismo hacia la causa rioplatense. La misión de García terminó abruptamente antes de que pudiera empezar las negociaciones también con la monarquía portuguesa. Esto se debió a la caída de Alvear y su reemplazo en el Directorio por Álvarez Thomas. García recibió la orden de volver a Buenos Aires y dejar las negociaciones en manos de Belgrano y Rivadavia que estaban camino a Europa. Pero las negociaciones en Inglaterra y en España habían fracasado por lo que Sarratea comunicó a sus compatriotas que la opción tenía que ser instaurar una monarquía constitucional. Sobre todo, después de la noticia de que Napoleón había abandonado la Isla de Elba y había vuelto al poder de Francia. Entonces necesitaban un nuevo plan para que España aceptase la independencia.

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R. F. Garbini, “Factores internacionales que incidieron en la independencia argentina” en AAVV, El Congreso de Tucumán, actitudes, decisiones, hombres. Publicaciones del seminario de estudios de historia argentina, S.E.H.A., Club de Lectores, Bs. As., 1966, pág. 153. 15 Ibídem.


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Fue así como entraron en contacto con Carlos IV, quien se encontraba exiliado en Roma, con el objeto de coronar a su hijo menor, Francisco de Paula, en el Río de la Plata bajo una monarquía constitucional. Belgrano envió un informe el 3 de febrero de 1816 donde expresaba el porqué de estas nuevas negociaciones. Reflexionamos sobre la materia con aquel pulso y madurez que exigía: observamos por una parte el estado en que habíamos dejado las provincias y el de los gobiernos que regían; las disposiciones de la Corte de España para traer la guerra a nuestros países; la frialdad del gobierno inglés, o no sé si me atrevo a decir enemigos de nosotros y de todos los demás gobiernos de América: el interés que manifiesta el resto de las potencias (incluyendo aún a los Estados Unidos de América) en que nos conservemos unidos a la España, con el designio de poder balancear el poder marítimo de la Inglaterra (…) observamos la reacción que se obraría en la familia de España con esta hecho: como se le cruzarán sus ideas en contra de la América con él, pudiendo nosotros apoyar el proyecto en el derecho que nos asistía e escoger al Infante, lo mismo que le habían hecho los españoles escogiendo a Fernando y despojando a su padre del reino [...] así desterrábamos la guerra de nuestro suelo; y que al fin por este medio conseguiríamos la independencia y que ella fuese reconocida con los mayores elogios, puesto que en Europa no hay quien no deteste el furor republicano [...] 16

Para Manuel Belgrano el gobierno monárquico no era incompatible con los derechos de los pueblos y con la elección de estos: [...] Establecer un gobierno sobre bases sólidas y permanentes, según la voluntad de los pueblos, en quien estuviesen deslindadas las facultades de los poderes, conforme a las circunstancias, carácter, principios, educación y demás ideas que predominan y que la experiencia de cinco años que llevamos de revolución nos ha enseñado [...] 17

Pero estos planes se ven truncos por dos acontecimientos principales. El intento del Conde de Cabarrús de secuestrar a Francisco de Paula con el fin de cumplir los planes de los comisionados. 16

Instituto Belgraniano, General Belgrano, Apuntes Biográficos, Buenos Aires, 1984, pág. 91 y 92. 17 Ibídem.


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Y la derrota definitiva de Napoleón Bonaparte. Fue entonces que comenzaron nuevamente las tratativas para lograr un acuerdo con Fernando VII considerado el legítimo monarca de los territorios americanos. El Poder Central decidió que Belgrano retornara a su ciudad natal para dar cuenta de lo sucedido, mientras Sarratea y Rivadavia se quedaban en Europa. Belgrano llegó al Río de la Plata a principios de 1816. Rivadavia fue reconocido por Buenos Aires para continuar las negociaciones frente a la corona española. Pero las instrucciones que tenía eran antiguas y estaba esperando el envío de las nuevas. Sobre todo, porque ya habían empezado las sesiones del Congreso General Constituyente. Sin embargo, debido al tiempo transcurrido en su estadía, las autoridades españolas dudaron de su estadía y no lo recibieron para conocer sus intenciones. Rivadavia viajó a Francia para establecer allí nuevos contactos. Una vez que Rivadavia recibió la notificación de que se había declarado la independencia de las Provincias Unidas en Sud-América, las negociaciones debían entablarse partiendo del reconocimiento de esta, para luego decidir los pasos a seguir. Rivadavia reclamaba la pronta decisión de las Provincias Unidas del sistema de gobierno a adoptar ya fuera la monarquía o la república, para así poder concretar definitivamente su misión europea.

Proyecto monárquico en el Congreso de Tucumán: ¿una opción viable? Belgrano se hizo presente en el Congreso para dar su punto de vista sobre la situación que se estaba viviendo en esos momentos. Participó entonces de la sesión secreta del 6 de julio de 1816. Primeramente, hizo hincapié en que las potencias extranjeras, en general, ya no miraban con tan buenos ojos al Río de la Plata por cómo se fueron sucediendo los acontecimientos desde mayo de 1810, cayendo en el completo desorden y divisiones en que se encontraba entonces. Asimismo, resaltaba el hecho de que, desde


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Congreso de Tucumán.

la caída de Napoleón, se había producido un cambio en las ideas en el “viejo mundo” por lo que [...] en el día se trata de monarquizarlo todo: Que la Nación Inglesa con el grandor y magestad á que se ha elevado, no por sus armas y riquezas, sino por una constitución de Monarquia temperada había estimulado las demás á seguir su exemplo: Que la Francia la había adoptado, Que el Rey de Prusia por si mismo, y estando en el goce de un poder despótico había hecho una revolución en Su Reyno, y sujetándose a bases constitucionales, iguales á las de la Nación Inglesa; y que esto mismo habían practicado otras Naciones


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(…) conforme a estos principios (…) la forma de gobierno mas conveniente para estas Provincias, seria la de una Monarquia temperada; llamando la Dinastía de los Incas por la justicia que en si embuelbe la restitución de esta Casa tan iniquamente despojada del Trono, por una sangrienta revolución que se evitaría para en lo sucesivo con esta declaración, y el entusiasmo general que de que poseerían los habitantes del interior, con la sola noticia, de un paso para ellos tan lisonjero [...] 18

La entronización de un Inca podía despertar desconcierto en las potencias europeas que entonces iban a hacer todo lo posible para que el territorio no cayera en manos de sus originales dueños. Esta propuesta podía generar un acercamiento de algunos espacios territoriales que estaban alejados de la propuesta revolucionaria rioplatense. Belgrano le cuenta a Rivadavia los acontecimientos en el congreso: “[...] Yo hablé [...], les hablé de monarquía constitucional, con la representación soberana de los Incas: todos adoptaron la idea [...]”.19 El 12 de julio, ante la moción de Laprida de hacer el sello propio del Congreso, el diputado Bustamante expresó que era mejor discutir primero la forma de gobierno que adoptarían las Provincias Unidas para poder hacer alusión a ella en las armas y timbres que adornarían el sello. La discusión sobre la forma de gobierno era una necesidad de primer orden, pero generaba diferencias entre los presentes. Para Tomás de Anchorena20 la opción monárquica con la entronización 18

Actas Secretas del Soberano Congreso de las Provincias Unidas en SudAmérica, de 1816- 1819, “Sesión Secreta del 6 de Julio de 1816” en Ravignani, Emilio, Asambleas Constituyentes Argentinas, Tomo 1, 1813- 1833, Talleres S.A. Casa Jacobo Peuser, Ltda., Buenos Aires, 1937. 19 Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano..., cit. Pág. 362 y 363. 20 Tomás Manuel de Anchorena, fue un abogado nacido en Buenos Aires en 1783. También se doctoró en la Universidad San Francisco Xavier en Charcas, y cuando terminó sus estudios decidió volver a su ciudad natal, donde fue uno de los regidores del Cabildo de Buenos Aires, donde se inició la revolución en mayo del 10. Fue secretario de Manuel Belgrano en el ejército que se dispuso para la expedición a Charcas, participando en las Batallas de Tucumán y Salta. Cuando se eligieron los diputados para el Congreso, Buenos Aires lo designó


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de un Inca era una locura, una idea descabellada de Belgrano que no había que dejar que prosperase. Su testimonio quedó registrado en una carta que le envió a Juan Manuel de Rosas y que la transcribe Mitre.21 El diputado Acevedo estuvo de acuerdo con la moción de Bustamante y pidió que de inmediato se comenzara con el debate sobre la forma de gobierno. Por su parte expresó que se inclinaba por la monarquía temperada en la dinastía de los Incas y sus legítimos sucesores designándose desde que las circunstancias lo permitiesen para sede del gobierno la misma ciudad de Cuzco, que había sido antiguamente su corte.22 Esta moción fue apoyada por otros diputados entre los que se encuentra el tucumano Thames. representante de esa ciudad. Fue representante de la Legislatura de su ciudad natal, en la década de 1820, y fue Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de Buenos Aires durante el periodo 1831-1832 en el Gobierno de Juan Manuel de Rosas. Murió en su ciudad natal en 1847. En la sesión del Congreso del 6 de agosto de 1816 se proclamó en contra de la forma monárquica de gobierno con la entronización de un Inca, “…haciendo observar las diferencias que caracterizaban los llanos y altos del territorio, y el genio, habitudes y costumbres de unos y otros habitantes, decidiéndose por la mayor resistencia de los llanos á la forma monárquica de gobierno, y por la posibilidad moral de conformar á unos y otros baxo la misma forma y gobierno que se adoptase para los de las montañas; concluyendo con que á vista de las dificultades que estas diferencias ofrecen, el único medio capaz de conciliarlas era, en su concepto, el de la federación de provincias…”. Redactor del Congreso Nacional, 17 de octubre de 1816, sesión del 6 de agosto de 1816. 21 Ibídem. 22 Redactor del Congreso Nacional, número 10, 3 de octubre de 1816. Sesión del día 12 de julio. Miguel Antonio Acevedo, nació en Salta, el 25 de mayo de 1770 y fue Presbítero y abogado, tras estudiar en el Colegio de Montserrat en Córdoba. Regresó a Salta y participó de la fundación de la Escuela de Filosofía junto al presbítero Dr. Gregorio Antonio Romero, escuela de la que fue rector y catedrático. Fue elegido Diputado por Catamarca al Congreso de Tucumán. Cuando el congreso fue trasladado a Buenos Aires, Acevedo fue su presidente hasta que se disolvió, siendo reducido a prisión. Puesto en libertad, en 1821, pasó a secretario de la Sala de Representantes de Buenos Aires. Luego regresó a su labor de cura en Belén. En Catamarca abrió una escuela, fundó un seminario y dictó gratis una cátedra de filosofía. En 1822 redactó el “Proyecto de Constitución” para la Provincia de Catamarca, que más tarde fue sancionado en 1823. Fue uno de los primeros legisladores de


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Severo Malabia23 se promulgó a favor de la forma monárquica de gobierno con la coronación de un Rey Inca. Fray Justo Santa María de Oro24 expresó que estaba de acuerdo con la resolución de ese tema, pero que antes había que consultar a los pueblos. Oro respondía a las instrucciones que le habían mandado de su ciudad. Podemos decir que quizá estaba en contra de la entronización de un Rey Inca, pero no en contra del proyecto monárquico. En días posteriores se promulgó a favor la monarquía constitucional sin la figura de los Incas. Fray Oro estaba en estrechas relaciones con San Martín, quien le había encomendado la misión de salvaguardar la libertad y los derechos de este territorio y éste se había puesto a Catamarca al ser nombrado vocal de la primera constituyente catamarqueña. También fue diputado por Catamarca en el Congreso General de 1824. 23 José Severo Feliciano Malabia, nació en Chuquisaca en 1787. Realizó sus estudios en la Universidad de su ciudad natal, en donde se doctoró en teología, bachiller de cánones y leyes. Participó activamente en la formación de la Junta en Charcas en 1809 y, al igual que varios de los congresales del 16, fue uno de los “doctores” que firmaron la famosa Acta a favor de la monarquía y de la formación de una Junta de Gobierno que resguardara los derechos legítimos de Fernando VII. Fue elegido por su ciudad natal para representarla en el Congreso de 1816. En 1820 se instaló en Buenos Aires, donde fue elegido diputado de la Junta de Representantes de la provincia, de la que fue secretario. Fue investido, unos años después, como Ministro Diplomático del Perú en Buenos Aires, pero tuvo que cumplir sus funciones desde Lima por una disputa con Rivadavia. Falleció en Perú a los 62 años, en 1849. 24 Fray Justo Santa María de Oro, este sacerdote nació en San Juan en 1772. Desde temprana edad ingresó a estudiar al Convento de Santo Domingo, donde algunos años después, pidió su ingreso a la Orden de los Dominicos. Años después se trasladó al Convento Principal de Santiago de Chile, en donde fue ordenado sacerdote. También se graduó en Maestro en Artes y Doctor en Sagrada Teología. En el vecino país fundó el Colegio San Vicente para estudios eclesiásticos. Por iniciativa del General San Martín, fue elegido diputado al Congreso de 1816, siendo un ferviente propulsor de la independencia. Cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires en 1817, este regresó a San Juan, hasta que en 1818 fue deportado a Chile. Se vio envuelto en intrigas políticas y un movimiento en contra de O’Higgins, lo que le valió el exilio a la isla de Juan Fernández, en donde estuvo preso tres años. Al regresar a su ciudad natal en 1828, fue Obispo y Vicario Apostólico de Cuyo. Un problema de salud terminó con su vida en 1836.


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sus órdenes. Sabemos que el General fue un fervoroso partidario de la monarquía. El día 19 de julio por la mañana se inauguraron las sesiones con el propósito de tratar la forma de gobierno. Como era un asunto de primer orden debía tener la aprobación de un voto sobre dos terceras partes de sala llena. Entonces pidió la palabra el diputado Serrano, quien expresó que había abrazado las ventajas de un gobierno federal para estos territorios y lo había deseado realmente. Creía que era el modo de alcanzar la felicidad y los progresos. Pero que, sin embargo, después de analizar el estado actual del territorio creía que la forma de gobierno más conveniente era la monarquía temperada que llevaría a lograr el orden y la unión y la rápida ejecución de las providencias de la autoridad que presida la nación. La monarquía para él iba a conciliar la libertad de los ciudadanos con el goce de los derechos principales que se reclaman en todo país que se jacte de ser libre. Acevedo entonces renovó su moción para que se adoptase la forma de gobierno monárquica con la entronización del Inca y fue enérgicamente apoyada por el diputado Pacheco.25 Las discusiones fueron dilatadas hasta el 31 de julio, cuando el diputado Castro26 tomó la palabra al inicio de la reunión. Allí dio un [...] prolixo razonamiento en favor del monárquico constitucional, por haber sido el que dio el Sr. á su antiguo pueblo, el que Jesucristo instituyo en su

25

José Andrés Pacheco de Melo, fue un sacerdote salteño, nacido en 1779. Estudió en Córdoba y continuó sus estudios en Charcas, donde se graduó en cánones y en 1808 obtuvo el título de abogado. Contribuyó con la difusión del ideal emancipador a partir de 1810, siendo un elemento importante del Ejército del Norte. En 1815 Chichas lo eligió diputado para el Congreso. Tuvo una destacada labor y fue uno de los que se opuso a que el Congreso fuera trasladado a Buenos Aires, pero igualmente participó del mismo hasta su disolución en 1820. En 1823 fue Ministro Secretario del Gobierno de Mendoza, con carácter interino. Una revuelta lo despojó de su cargo, lo que significó que se alejara de la vida pública. Si bien les dedicó mucho empeño a las cuestiones políticas, nunca abandonó su función eclesiástica. No tenemos datos sobre la fecha en la que falleció. 26 Pedro Joaquín Castro Barros, nació en La Rioja en 1777. Hizo sus primeras letras en Santiago del Estero, para luego trasladarse a Córdoba, donde


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iglesia, el mas favorable a la conservación y progreso de la religión católica, y el menos sujeto á los males políticos que afectan ordinariamente á los otros; sostuvo las ventajas del hereditario sobre el electivo, y las razones de política que habían para llamar á los Incas al trono de sus mayores, despojados de él por la usurpación de los Reyes de España [...] 27

Apoyaron este argumento los diputados Rivera,28 Sánchez de Loria,29 Thames y Pacheco de Melo, quien consideró que la cuestión ya estaba suficientemente discutida por lo que había que pasar a la votación. Fue entonces que Acevedo agregó que también sería bueno decidir que la sede del gobierno sea en el Cuzco. El diputado Gazcón con Aráoz, entre otros, se opusieron a este último punto se graduó de Bachiller en Filosofía y Letras, donde ya se inclinaba por el sacerdocio. Cursó cuatro años de teología y obtuvo el título de Doctor. En 1800 fue ordenado Presbítero. Volvió a su ciudad natal donde fue nombrado Cura y Vicario interino en 1810, donde se declaró partidario de la revolución. Fue electo diputado por La Rioja para participar del Congreso de 1816, y cuando éste se trasladó a Buenos Aires, fue designado para emprender numerosas misiones en diferentes ciudades. En 1824 fue electo para asistir al Congreso en Buenos Aires, pero esta vez, en representación de Corrientes. Sin embargo, renunció antes de asumir. Acusado de “unitario” por sus acercamientos con el Gral. Paz, fue apresado por orden de Juan Manuel de Rosas y trasladado a Santa Fe. Tuvo que emigrar, primero a Montevideo y luego a Chile, donde falleció en 1849. 27 El Redactor del Congreso Nacional..., cit. Sesión del 31 de julio de 1816. 28 Pedro Ignacio de Rivera, nació en Mizque, en el actual territorio de Bolivia, en 1773. Cursó sus estudios de derecho en la Universidad de Charcas, donde participó de la reunión de los “doctores” y se proclamó a favor de la formación de una Junta en 1809. Fue designado por su ciudad natal como representante en la Asamblea del Año XIII y luego para el Congreso del 16. Siguió siendo miembro de este, hasta su disolución en 1820. A partir de entonces se alejó de la vida pública, pero no volvió a su ciudad natal. Falleció en Buenos Aires en 1833. 29 Mariano Sánchez de Loria, nació en Chuquisaca en 1774, donde se graduó de Doctor en Jurisprudencia y Cánones. También fue uno de los fervientes participantes de la revolución en Charcas en mayo de 1809. Fue elegido por Charcas como diputado al Congreso y cuando el mismo se trasladó a Buenos Aires, dejó de asistir. Entonces fue conminado a asistir a las reuniones. Su respuesta fue consagrarse a la vida religiosa. Volvió a Charcas y vistió los hábitos de los clérigos de la Catedral de esta ciudad. Murió en 1842 después de haber dedicado todas sus horas y conocimiento a Dios.


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Doctor Pedro Ignacio de Rivera. Diputado por Mizque.

por considerarlo extemporáneo. Aráoz apoyaba fervientemente la monarquía, pero no así la entronización de un Inca. Entonces Laprida expresó que como la moción contaba de tres partes a saber, sistema monárquico constitucional de gobierno, entronización de un Rey Inca y sede del gobierno, no habían sido lo suficientemente tratados los tres puntos como para someterlos a votación y se dio por terminada la sesión. En agosto se eligió un nuevo presidente para el Congreso, en donde resultó electo José Ignacio Thames. El mismo 5 de agosto se


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propuso continuar con las discusiones sobre la forma de gobierno que había quedado pendiente. Entonces

[...] haciendo mérito del principio de derecho, que prescribe la restitución al poseedor y dueño de lo que se le despojó por violencia, deduxo la que á los Incas debía hacérseles de la dominación que se les usurpó por los Soberanos de España [...] 30

El diputado Aráoz entonces [...] repoduxo que se girase la discusión en el órden correspondiente á los tres principales artículos designados en sesiones anteriores, empezando por la forma de gobierno, y ciñiendo los discursos á este preciso punto, pareciéndole impertinentes [...] tratar de dinastía dominante quando aun no se ha adoptado la forma de gobierno conveniente y de que es suceptible el país en que habitamos [...] 31

Este tema no volvió a ser tratado en las siguientes sesiones, puesto que despertaba grandes diferencias y habían surgido otros temas que eran de mayor urgencia. En las sesiones sucesivas se tratan temas relacionados con las misiones diplomáticas hacia el extranjero y los pasos a seguir respecto a la guerra. Se analiza la situación de Güemes en Salta y las tropas que allí se encontraban. Asimismo, se evalúan otros planes bélicos, como los del General Rondeau. Les preocupa también a los diputados el tema económico, ya que la contienda bélica estaba dejando en una apremiante situación el erario de las ciudades, especialmente las del norte que estaban llevando el peso mayor de la guerra desde el inicio de la revolución. En la sesión secreta del 4 de septiembre de 1816 se establecen las pautas para el envío de la misión diplomática hacia Brasil para negociar con los portugueses la libertad y la independencia de las provincias representadas en el Congreso.

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El Redactor del Congreso Nacional, n° 11, 17 de octubre de 1816, sesión del 5 de agosto de 1816. 31 Ibídem.


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[...] Se expondrá la grande aceptación del Congreso entre las Provincias, y la confianza de estas en sus deliberaciones, y que á pesar de la exaltación de ideas democráticas que se ha experimentado en toda la revolución, el Congreso, la parte sana é ilustrada de los Pueblos, y aun el común de estos están dispuestos á un sistema monárquico constitucional o moderado baxo las bases de la constitución inglesa acomodadas al Estado y circunstancias de estos Pueblos de un modo que asegure la tranquilidad y orden interior, y estreche sus relaciones é intereses con los del Brasil hasta el punto de identificarlos en la mejor forma posible. Procurará persuadirles el interés y conveniencia que de estas ideas resulta al Gavinete del Brasil en declararse protector de la libertad e independencia de estas Provincias restableciendo la casa de los Incas, y enlazándola con la de Braganza, sobre el principio de una parte de que unidos ambos Estados se aumentará sobremanera el peso de este continente hasta poder contravalanzear el del viejo mundo, y cortar los lazos que detendrán los pazos de su política, y le embarazaran la marcha natural á sus altos destinos [...] si después de los mas poderosos esfuerzos que deberá hacer el comisionado para recabar la anterior proposición fuese rechazada, propondrá la coronación de un Infante del Brasil en estas Provincias, ó la de otro cualquier Infante extranjero, con tal que no sea de España para que enlazándose con alguna de las Infantas del Brasil, govierne este país baxo de una constitución que deberá presentar el Congreso [...] 32

Todos los diputados votaron a favor de estas instrucciones. Sólo Godoy Cruz33 creyó conveniente que en lugar de decir que se quería 32

E. Ravignani, Documentos..., op. cit. Acta secreta del día 4 de septiembre de 1816, pág. 497 a 501. 33 Tomás Godoy Cruz, nació en Mendoza en 1791. Su padre fue una figura pública reconocida en su ciudad natal y también participó como vocal de la Junta de Gobierno del 10. Tomás realizó sus primeros estudios en Mendoza, para luego pasar a la Universidad de Córdoba. En 1810 decidió ir a la Universidad de San Felipe en Chile donde obtuvo el grado de Bachiller en filosofía y tres años después, el de sagrados cánones y leyes. El Cabildo lo eligió Síndico Procurador en Mendoza, en 1815. En 1816 representó a su ciudad natal en el Congreso, donde fue uno de los impulsores de la sanción de un Estatuto Provisional de Urgencia, hasta que se jurara la constitución. Fue un gran amigo y colaborador de San Martín. Entre 1820 y 1822 fue gobernador de Mendoza, impulsando la actividad comercial y económica, así como el desarrollo intelectual y cultural de la ciudad. Creó imprentas, periódicos y estableció la enseñanza pública. En 1830, hubo una invasión de las fuerzas de Quiroga, por lo que tuvo que emigrar hacia Chile. Allí se dedicó a la enseñanza y la minería. Volvió a su provincia ya enfermo, y falleció en 1852, luego de que lo designaran consejero del Gobierno.


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una monarquía se dijera que la opción gubernativa era la república. Las demás objeciones se hicieron nuevamente en torno a la posibilidad de coronar al Inca. Tomás de Anchorena escribió en una misiva personal que la monarquía no fue rechazada [...] y ridiculizada en el público porque hubiéramos proclamado, o porque nos hubiésemos ocupado de discutir si debíamos proclamar un gobierno monárquico constitucional, sino porque poníamos la mira en un monarca de la casta de los chocolates, cuya persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería para colocarla en el elevado trono de un monarca, que deberíamos tenerle preparado [...] 34

Como vemos, la intención seguía siendo la de formar una monarquía constitucional en el Río de la Plata. La forma de gobierno quedaba así en suspenso de definirse. En febrero de 1817 el Congreso fue trasladado a Buenos Aires. Ese mismo año se incorporó al Congreso Jaime Zudañez, quizá el único verdaderamente republicano de los congresales. Por cuestiones económicas no había podido incorporarse a las reuniones en la ciudad de Tucumán. Era una activa figura política que había participado de la formación de las Juntas de Chuquisaca y La Paz. La ocupación de los portugueses de la Banda Oriental despertó el descontento general en las potencias europeas que veían con malos ojos el avance lusitano en América. Las principales potencias del “viejo mundo” bregaban para que España hiciera un pacto con los territorios ultramarinos y estableciera monarquías regidas por reyes españoles. Pero para los americanos no era esta una solución, puesto que tenían temor al rechazo de Fernando VII de la independencia. Francia temía que los territorios americanos consiguieran su independencia y quedaran dentro de la órbita exclusiva de Inglaterra, lo que traería perjuicios comerciales para todas las demás potencias. Además, tenía miedo también de que se formaran gobiernos republicanos ante las dilatadas discusiones del Congreso de las Provincias Unidas, por lo que creyó oportuno que España re34

Bartolomé Mitre, Historia de..., cit.


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cuperara sus antiguas colonias. La solución era entonces reconocer la independencia de las Provincias Unidas y establecer gobiernos monárquicos constitucionales. De esta manera fue cómo surgió la candidatura del Conde De Luca para gobernar el Río de la Plata. Los franceses entraron en negociaciones con Pueyrredón, quien en 1818 envió a José Valentín Gómez a Francia para que escuchara la propuesta. La propuesta era coronar al Conde De Luca, sobrino de Fernando VII, con Francia como mediadora y protectora de los derechos de los rioplatenses frente a los españoles. Si bien Gómez no tenía instrucciones precisas sobre la posición a adoptar, expresó que ninguna negociación sería válida si no se aseguraba la cesación de la guerra contra España, el cuidado de la integridad del territorio del ex virreinato y los auxilios necesarios para sostener las situaciones de las provincias. El 12 de noviembre de 1819 se reunieron los diputados en sesión secreta para tratar los puntos sobre los cuales se basarían las negociaciones para aceptar la instauración de una monarquía constitucional en el Río de la Plata. En esta reunión se estableció conseguir el consentimiento de las cinco altas potencias de Europa y aun de la misma España para la entronización del Conde. Asimismo, se establecía que éste debía contraer matrimonio con una princesa del Brasil teniendo como fin la renuncia por parte de S. M F. de todas sus pretensiones a los territorios que poseía la España. Como tercera cláusula se establecía que Francia se comprometía a asistir al monarca en cuanto necesite para afianzar la monarquía en estas tierras, que debían comprender todo el territorio del ex virreinato del Río de la Plata, lo que incluía por supuesto, los territorios de Charcas, Paraguay, la Banda Oriental y las “provincias unidas”. Estas provincias reconocerían al nuevo monarca sin cambiar sus constituciones, siempre que fueran compatibles con el sistema monárquico de gobierno. Este proyecto no se llevaría a cabo en caso de que Inglaterra no mirara con buenos ojos la entronización de De Luca.35

35 E. Ravignani, Documentos...,cit. Sesión Secreta del día 12 de noviembre de 1819, pág. 576 y 577.


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Sin embargo, Fernando VII no estaba dispuesto a negociar nada con los territorios “insurrectos” a los que aspiraba a reconquistar para la corona. Las negociaciones para la entronización del Conde De Luca encontraron un territorio rioplatense envuelto en luchas facciosas, disputas interprovinciales, un marcado centralismo porteño, la ocupación portuguesa a la Banda Oriental. En este contexto era muy improbable que ese proyecto se pudiera concretar. La constitución redactada en 1819 tiró por tierra el intento de conformar una unión entre los territorios que conformaban el territorio del Río de la Plata. A partir de 1820 se abrió el proceso de conformación de las autonomías provinciales ante la inexistencia de un Poder Central. Durante el gobierno de Sarratea, después del fracaso del proyecto monárquico, se inició un proceso a todos aquellos que se habían pronunciado a favor de esta forma de gobierno. Malabia, en su defensa de las acusaciones de alta traición por defender el monarquismo expresó que en las instrucciones que tenía expresamente le encargaban que promoviese con la eficacia posible la conservación de la religión católica del Estado y el establecimiento de una monarquía constitucional.36

Consideraciones finales Como hemos analizado a lo largo de este trabajo la opción monárquica de gobierno fue muy importante en el proceso de revolución e independencia en nuestro territorio. Manuel Belgrano fue uno de sus principales promotores desde antes que se iniciara el proceso revolucionario. Lejos de tomar como contradictoria esta opción por la monarquía con sus ideales revolucionarios podemos analizar que Belgrano fue un hombre de su época muy comprometido con la política y el bienestar de los pueblos. El recuerdo tan cercano

36 Dardo Pérez Guilhou, Las ideas monárquicas en el Congreso de Tucumán, Ed. De Palma, Buenos Aires, 1966, pág. 30.


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del intento de república francesa en el contexto de la revolución iniciada en 1789 puede haber favorecido a contemplar la monarquía como el mejor sistema de gobierno posible. La situación de excepcionalidad abierta por la ausencia del rey español a partir de 1808 provocó un proceso largo y complejo en los territorios americanos, los que fueron respondiendo de diversa manera. Sin embargo, el resultado final hacia mediados del siglo XIX fue la independencia y la formación de repúblicas a lo largo y ancho del territorio.

Bibliografía Belgrano, Manuel, Autobiografía del General Belgrano, Biblioteca de Mayo, T. II, Buenos Aires, 1960. Garbini, R. F., “Factores internacionales que incidieron en la independencia argentina” en AAVV, El Congreso de Tucumán, actitudes, decisiones, hombres. Publicaciones del seminario de estudios de historia argentina, S.E.H.A, Club de Lectores, Bs. As., 1966. Instituto Belgraniano Central, Documentos para la Historia del General Don Manuel Belgrano, T. 1, Buenos Aires, 1982. Instituto Belgraniano, General Belgrano, Apuntes Biográficos, Buenos Aires, 1984. Mitre, Bartolomé, “Filiación de la Revolución Sudamericana”, en Mayo: su filosofía, sus hechos, sus hombres, Buenos Aires, Concejo Deliberante, 1960. ———, Historia de Belgrano y de la independencia Argentina, ed. Anaconda, Buenos Aires, 1950. ———, Obras completas, ed. Kraft, Buenos Aires; 1939. Pérez Guilhou, Dardo, Las ideas monárquicas en el Congreso de Tucumán, Ed. De Palma, Buenos Aires, 1966. Ravignani, Emilio, Asambleas Constituyentes Argentinas, Tomo 1, 1813- 1833, Talleres S.A. Casa Jacobo Peuser, Ltda., Buenos Aires, 1937. Ternavasio, Marcela, “Una mujer que desafió a los reyes: algunos momentos de la trayectoria de Carlota Joaquina de Borbón”, Rev. Legado, Archivo General de la Nación, 2018, pp. 19 a 35. ———, Candidata a la corona. La infanta Carlota Joaquina en el laberinto de las revoluciones hispanoamericanas, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015.


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Penurias y contrariedades de Belgrano en el Norte Pedro León Cornet 1

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esde que Bartolomé Mitre publicara su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina en 1857, cobra nacimiento nuestra historiografía independentista, considerada después como la “historia oficial”, para distinguirla de los ulteriores trabajos e investigaciones que fueron adquiriendo distintas ópticas del apasionante período de tiempo de los primeros diez años transcurridos desde Mayo de 1810. Y es inapartable de aquella primera visión, la imagen de Manuel Belgrano como paradigma de patriotismo, honestidad, entrega y desinterés, al punto que sea justificadamente calificado como “artífice de la Nación” y “soldado de la libertad”. El creador de la bandera, el abogado que fuera uno de los máximos exponentes de la causa revolucionaria, el devenido militar que luchó infatigablemente conduciendo ejércitos maltrechos pero animados por la llama de la victoria o resignados ante las derrotas, dejó enseñanzas que generaciones de argentinos han venido apreciando cada vez con mayor dimensión y claridad, con su ejemplo de vida y de sacrificio. Y esta veneración generalizada por el prócer, acep1 Abogado. Escritor. Miembro de Número de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.


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General Manuel Belgrano. Litografía, S. XIX.


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tada por cualquier sector investigativo que haya incursionado en su gesta, es, desde luego, totalmente merecida. Pero en esta breve nota, nos proponemos rescatar algunos momentos poco felices de la trayectoria de Belgrano los que, aunque no fueron pocos ni tenues, muestran con mayor nitidez el inmenso valor de la constancia en sus ideales, su temple acerado en el propósito libertario, su profundo amor por la causa motivante de sus luchas. Para situarnos en el tiempo y espacio en que se produjeron esas contrariedades, por llamarlas de alguna manera simple, advirtamos que tras la malograda campaña al Paraguay, la primera a su cargo donde no tuvo militarmente ningún éxito, debió marchar desde Rosario hacia el Alto Perú, para hacerse cargo del maltrecho ejército que venía también sumamente disminuido material y moralmente. En marzo de 1812 en Yatasto toma el mando de la tropa mal armada e indisciplinada que recibía el casi pomposo nombre de Ejército Auxiliador del Perú. Derrotado en Huaqui en junio de 1811, en enero de 1812 tuvo otro traspié en Nazareno, tras lo cual su jefe, Juan Martín de Pueyrredón solicitó el relevo. Belgrano se dispuso a organizarlo todo, lo que representaba una tarea mayúscula porque de todo se carecía. Largo sería detallar la esforzada actividad del patriota, reclamando a la distante Buenos Aires constantemente la provisión de toda clase de auxilios, para chocar con la incomprensión de los conductores políticos, tan alejados del teatro de operaciones bélicas, aquellos hombres que “nunca sintieron silbar las balas” como escribiera el general. La orden política, como se ha relatado tantas veces, era retroceder, tratar de llegar a Córdoba desde el lejano norte y considerar la posibilidad de atrincherarse allí. Ocurre entonces la primera de las dos grandes desobediencias que salvaron la patria: Belgrano dispone el éxodo jujeño dejando tierra arrasada, para comenzar a cumplimentar el instructivo gubernamental, pero en plena retirada, mucho antes del destino establecido, resuelve enfrentar al ejército realista que lo perseguía tenazmente. Decimos la primera, porque la otra gran desobediencia sería nada menos que la de San Martín, que se resistió a regresar al litoral con el Ejército de los Andes para


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enfrentar a los caudillos, como lo ordenaba Buenos Aires y marchó decididamente hacia Chile para la mayor hazaña militar de aquella época que culminó con la liberación del país trasandino. Volviendo a Belgrano, veamos que en el camino del sacrificado y valeroso éxodo lo asaltaron terribles momentos de decepción. Leamos lo escrito por su propia mano: No me descuido de proceder por acá con toda la energía posible y así he podido conseguir aumentar mi fuerza de reclutas, y si me diera tiempo el enemigo, lograría avivar a estas gentes que son la misma apatía; estoy convencido de que han nacido para esclavos, y de que necesitan sufrir más al vivo los rigores del despotismo para que despierten del letargo.

Así se expresaba en carta a Bernardino Rivadavia fechada en Jujuy el 19 de agosto de 1812, vale decir, en vísperas del comienzo del éxodo. En marzo de ese esforzado año 12, había llegado a Tucumán por primera vez, haciendo cumplir de inmediato la asunción del nuevo Gobernador Intendente de Salta (que comprendía también a Jujuy, Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero), a quién debió tomársele juramento en Tucumán, por encontrarse la ciudad de Salta en poder del enemigo. Éste, era un tucumano ilustrado y patriota, aunque algo veterano para la febril gestión que exigía el cargo. Finalmente, el doctor Domingo José García, que de él se trata, logra instalarse en Salta y, ya en julio, informa al poder central el estado calamitoso de las finanzas, comunicando que ante los permanentes requerimientos de Belgrano debió proceder a un empréstito público, y aun a los fondos personales y de algunas personas vinculadas, para poder hacer entrega al ejército de caballos, mulas y equipamiento, además de los escasos reclutas que se conseguían por esos lugares. Cuando el 29 de julio Belgrano, desde Jujuy emite el famoso bando donde ordena el abandono de los pueblos y la marcha hacia el sur, García debe, a su vez, afrontar, al igual que Belgrano, la negativa del Cabildo salteño. Los capitulares entendían que la falta de caballada y de gente tornaba imposible extraer todo el ganado. Decían que hacerlo requería “4.000 hombres y, a proporción, otros tantos caballos para recogerlo y sacarlo hasta la jurisdicción del


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Tucumán”. Sostenía el Cabildo que la medida de Belgrano dejaba a Salta “sin auxilios para cuando se la reconquistara” y opinaban que, para privar al enemigo de caballos y mulas mansas, bastaba con arrearlos a puntos difíciles y custodiarlos con partidas. Así se evitaba “el sacrificio total de las pobres familias que no pueden seguir al ejército”. Pero el general Belgrano tiene otra visión de las circunstancias. Dice, en carta a Rivadavia, que García es bueno, pero “para un país donde haya paz octaviana”. Belgrano era un hombre exigente y las circunstancias requerían en todos los responsables ánimo bélico, comportamientos direccionados casi exclusivamente a la victoria militar. La actitud patriótica no le era suficiente, y, aunque algunas veces juzgaba a los hombres con demasiada celeridad, Belgrano tenía juicios profundos. García renunció en octubre, después del gran triunfo de Tucumán, y tras el pleno reconocimiento de su buena gestión por parte del Triunvirato, Belgrano lo designó Auditor del Ejército, en tanto que, a su pedido, Feliciano Chiclana reemplazó a García en Salta. La premura en lograr abastecimientos, obtener reclutas, conseguir armamentos, caballos, mulas y al mismo tiempo organizar y adiestrar a la tropa, lidiar con oficiales ineptos, y encima dirigir el abandono de los pueblos y la marcha de la gente hacia el sur, era abrumadora. Belgrano se quejaba que los hacendados salteños le negaran caballos y mulas, mientras las vendían a buen precio a los españoles. Pero ejercía el mando férreamente y sus órdenes no permitían ningún incumplimiento, a riesgo de fusilamiento, sin proceso alguno. Lo cierto era que, mayoritariamente, el pueblo obedecía las furibundas órdenes. El gobernador García, ese mismo mes de agosto, desde Salta, se dirigía al Cabildo de Tucumán incitando a los tucumanos a imitar el esfuerzo de Salta y Jujuy. “Asombra ver a los hijos de esta ciudad y de Jujuy, abandonar a sus padres, a sus madres viudas, sus hogares y todos sus intereses para correr a reunirse con el más pobre, con el más triste artesano que arrojó su taller para tomar las armas en defensa de la Patria”. Agregaba que “[...] en Salta no ha quedado un teniente coronel, ni un coronel de los ancianos retirados que no esté en el cuartel general”.


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Es comprensible la aflicción de Belgrano, ante el avance de las tropas de Tristán, un verdadero y bien equipado ejército, experimentado y doblemente numeroso, y la dificultosa marcha de población civil con la alicaída milicia patriota. Informaba a Rivadavia que [...] la retirada voy haciéndola con pausa y con el mayor orden posible. Hasta ahora [lleva fecha 31 de agosto] se han desertado pocos, y según mis medidas no han de ser muchos los que se me vayan: lo que hay es que no se duerme, se come poco y se trabaja mucho; pero no hay otro remedio para conseguir aquel fin.

Otro motivo de penuria del recto general, nada menor, era la escasa formación militar de sus oficiales, y hasta la desconfianza que le provocaban algunos. En un triste documento (carta a Rivadavia, de agosto), hace alusión a oficiales involucrados en la revuelta de del 5 y 6 de abril de 1811, que pretendió expulsar de la Junta a los morenistas y cambiar el mando de las tropas, propósito que comportaba también el alejamiento del propio Belgrano. Pedía a Rivadavia que no envíen a Martín Rodríguez a este ejército: estoy convencido que no hay uno bueno de los del 5 y 6 de abril; aquí tengo a uno de ellos, don J.R. Balcarce, que se halla sindicado de complicación en el robo que se acumula a Antonio Rodríguez, hermano de aquél, a un tal Cossio y a un oficial Noailles que se delató y delató a aquellos; puede que no sea cierto; pero si lo fuese, ¿qué es lo que no debemos esperar de un hombre que así mancha su honor? [Agrega que] este ejército, lejos de conceptuarse haya perdido tanto: lleno de hombres viciosos, y sin quien los contuviese ¿qué habría de suceder? Pero usted verá, que esto solo sirve para contraerme los odios, pero nada me importa procediendo con justicia.

No obstante la dolorosa queja, generosamente Belgrano pide que envíen a Dorrego “todo un oficial”, que aunque hubiere estado comprometido en la segunda proclama (se refiere a la del 6 de abril) “no me lo detengan ustedes; le necesito mucho” Pocos días después, las conjeturas de Belgrano cobrarán realismo. Los primeros días de septiembre aleja a Balcarce enviándolo a la difícil tarea de disponer al pueblo de Tucumán para la entrega


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de armas y bastimentos al ejército en marcha, en tanto que sus oficiales más adictos, Eustoquio Díaz Vélez y su sobrino Gregorio Aráoz de Lamadrid enfrentan en Las Piedras a una avanzada del ejército realista, venciéndola totalmente y captura prisioneros. Para cuando llegue el 24 de septiembre, en el glorioso enfrentamiento de Las Carreras, el recién incorporado Dorrego tendrá una destacada actuación en la batalla. El arribo de Juan Ramón Balcarce a San Miguel de Tucumán y los rumores de que Belgrano había recibido orden del Triunvirato de retirarse hasta Córdoba, produjo alarma en la ciudad. Los temores de los cabildantes y el alejamiento del teniente de gobernador Ugarte, serían otras causas de dolor en el valeroso general. Así lo relató, algún tiempo después en sus Memorias. Balcarce pedía a los tucumanos la entrega de armas, animales, monturas y se generalizó el temor de que deba correrse la misma suerte que Jujuy. Cundió el pánico, y tanta aflicción llegó —como era previsible— a oídos del general, que ya maduraba otras salidas para tanto dolor. Afortunadamente, las cosas cambiaron radicalmente. Sin la participación del gobierno local, los principales hombres del pueblo, encabezados por Bernabé Aráoz y su importante familia, prontamente se dirigieron al campamento de Belgrano, en La Encrucijada, sitio ubicado al norte de la provincia, pero en el camino hacia Santiago del Estero sin pasar por la ciudad. Allí plantearon decididamente la posibilidad de producir el enfrentamiento con los españoles, para lo que ofrecieron dinero, armas, caballos y milicianos en abundante número, y la completa colaboración del pueblo, convencidos que se jugaba el destino y la libertad en esa acción. Era lo que necesitaba Belgrano, que ya, apesadumbrado por tantas dificultades, había asumido ejercer la sublime desobediencia. El 14 de septiembre, informa a Rivadavia: Escribí al gobierno de la resolución que he tomado, y que no hay arbitrio para separarme de ella: sé que los enemigos se me acercan; pero me dan tiempo para reponerme algún tanto, y mediante Dios, lograr alguna ventaja sobre ellos. Retirarme más e ir a perecer es lo mismo, y poner a la Patria en el mayor apuro. Perdemos para siempre a esta provincia, aumentamos la fuerza del enemigo con buenos soldados y seremos el objeto eterno de la execra-


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ción. El único medio que me queda es hacer el último esfuerzo, presentando batalla fuera del pueblo, y en caso desgraciado encerrarme en la plaza para concluir con honor; esta es mi resolución que espero tenga buena ventura, cuando veo que la tropa está llena de entusiasmo con la victoria del 3, y que mi caballería se ha aumentado con hijos de este suelo que están llenos de ánimo para defenderlo.

Esta bellísima correspondencia, cierra con un párrafo que hoy nos emociona profundamente: Algo es preciso aventurar, y ésta es la ocasión de hacerlo: felices nosotros si podemos conseguir nuestro justo fin, y dar a la Patria un día de satisfacción, después de los muchos amargos que estamos pasando.

Y hay una posdata fechada el 19 de septiembre, igualmente de significativo valor histórico en la que se auto menciona: Belgrano no puede hacer milagros: trabaja por el honor de su patria y por el de las armas cuando le es dable, y se pone en disposición de defenderse para no perderlo todo; pero tiene la desgracia de que siempre se le abandone, o que sean tales las circunstancias que no se le pueda atender: Dios quiera mirarnos con ojos de piedad y proteger los nobles esfuerzos de mis compañeros de armas que están llenos del fuego sagrado del patriotismo, y dispuestos a vencer o morir con su siempre... Belgrano.

En ese convencimiento, asumía un compromiso de vida o muerte no solamente para los confrontantes, sino para él mismo, y tenía muy en claro que en Tucumán se resolvería el destino de la revolución y sus dudas y desconfianzas también enfrentarían un choque con la realidad para hundirse en la desilusión o renacer en la esperanza. Las largas desventuras, los desvelos y las amargas disconformidades de Manuel Belgrano, comenzarán a disiparse a muy pocos días. En la impresionante batalla del 24 de septiembre de 1812, en el Campo de las Carreras, la ayuda divina que tanto imploraba, y el inmenso coraje de las milicias de Jujuy, de Salta y del gauchaje y pueblo tucumano sumaron al Ejército Auxiliar del Perú para producir la victoria más resonante y significativa de la Independencia.


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La derrota del soberbio ejército de Tristán fue estrepitosa. Y a pocos meses, ya rearmados los realistas recibieron el golpe de gracia en la propia ciudad de Salta, donde Belgrano batió totalmente a esa fuerza, produciendo el hecho irrepetible en toda la historia americana, de que un ejército español completo se rendiría ante los libertadores criollos. Las vicisitudes del general, entre el 24 de septiembre de 1812 y el 20 de febrero de 1813 no cesaron totalmente. Fue necesario proseguir con el imparable afán de dirigir la campaña asumiendo todos los compromisos de la hora. Lejos de pedir al gobierno favores o ventajas, expresaba: Pólvora y plata necesito; vestuarios también, aunque de estos hago trabajar lo que puedo; pero conozco lo que importa tener la tropa aseada.

Por esos meses febriles, en el espíritu del general subyacen todavía las sombras de sus malogrados entusiasmos. Probablemente, el de la bandera sea tal vez el más significativo. Recordemos: en Rosario, henchido de entusiasmo, enarboló la primera enseña patria, celeste y blanca, con los colores de la escarapela que ya había sido aceptada por el gobierno. Efectivamente, el 18 de febrero de 1812 el Triunvirato había aprobado la escarapela. Y el 27 del mismo mes, Belgrano informaba al gobierno que: Siendo preciso enarbolar Bandera y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional; espero que sea de la aprobación de V.E.

Partió hacia el Alto Perú, y en Jujuy en solemne ceremonia la hizo bendecir públicamente en la iglesia y ante el pueblo y la tropa. Ya en el tiempo de preparar el éxodo, la retirada, con el desánimo de todo ello seguramente provocaba, recibe recién las rotundas órdenes de Buenos Aires: nada de bandera. Velozmente hay que deshacerse de ella, mostrar al mundo que no se pretendía erigirse en una nación independiente, regresar a la careta de Fernando, el rey, para que, en definitiva, los ingleses, aliados momentáneos de España, tomen a la revolución como una revuelta cívica originada


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en la invasión napoleónica. En la tristísima carta que envía a Rivadavia desde Jujuy el 18 de julio, confiesa que [...] debo hablar con la ingenuidad propia de mi carácter, y decirle, con todo respeto, que me ha sido sensible la represión que me da en su oficio del 27 del pasado, y el asomo que hace de poner en ejecución su autoridad contra mí, si no cumplo con lo que se manda relativo a la Bandera Nacional, acusándome de haber faltado a la prevención del 3 de marzo, por otro tanto que hice en el Rosario.

Belgrano acató. Se excusó, manifestando que jamás había querido desobedecer, que lo ocurrido es por no haber recibido oportunamente las comunicaciones. Pero no dejó de advertir que [...] la Bandera la he recogido, y la desaharé [...] pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el Ejército, y como éste está lejos, todos habrán olvidado y se contentarán con lo que les presente. [...] Puede hacer de mí lo que quiera, en el firme supuesto de que hallándose mi conciencia tranquila [...] recibiré con resignación cualesquier padecimiento, pues no será el primero que he tenido por proceder con honradez y entusiasmo patriótico.

¡Qué palabras! Qué lucidez de espíritu, qué dignísimo sacrificio del auténtico patriota, y qué humildad; pero al mismo tiempo, qué visión profética del destino de su gesta! A menos de dos meses de esa dolorosa correspondencia, se produjo el triunfo, la “gran victoria del Ejército” que su corazón anhelaba. En Tucumán, un 24 de septiembre, renace y cobra plena legitimidad nuestra bandera. Y Belgrano lo tiene tan claro, que, al marchar hacia Salta en persecución de Tristán, no deja pasar la oportunidad, y a las orillas del río que separaba los territorios, decididamente forma solemnemente al ejército y lo hace desfilar, saludar y besar a la bandera, mientras juraban obediencia al Congreso (Que recordamos como Asamblea del año XIII). Desde ese Juramento, la enseña celeste y blanca nunca más será arriada. En la batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813, flameará triunfal, en pleno combate, por primera vez. El éxito rotundo de ambas batallas no produjo envanecimiento en la definida personalidad de Belgrano. Rechazó los halagos


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personales y el supremo título de Capitán General que le otorgara el gobierno, pidiendo, en cambio el ascenso de su segundo, el tucumano Díaz Vélez. Y qué decir del destino que dio al premio material de muy alto valor, con el que pidió de construyan cuatro escuelas en ese Norte, teatro de la guerra que alojó con respeto y veneración a ese hombre íntegro, hasta que sus fuerzas físicas y anímicas declinaron. Pero en febrero de 1813 todavía le aguardaban largos años de esfuerzos, de penurias, de combates, sus dos batallas perdidas y sus cuatro años de afincamiento en Tucumán, dirigiendo y enseñando al ejército, haciendo docencia y periodismo, sin que jamás decaiga su temple, su honestidad y recta conducta. No es el propósito de estas líneas adentrarse en las extensas penurias de Belgrano. Hemos simplemente rozado algunas, en los momentos de mayor júbilo y triunfos. Y debemos pensar que si así fueron sus angustias, sus dolores, en tan exitoso tiempo, cuanto más lo habrán sido después, en los fragorosos episodios que aun debía padecer. Todavía restaban en su vida Vilcapugio, Ayohuma, la resignada pérdida del mando, las inocuas gestiones diplomáticas en Inglaterra, el padecimiento de sus enfermedades y hasta el desconocimiento y apresamiento en la revuelta de 11 de noviembre de 1819 que llevara a cabo Abraham González en Tucumán, donde el médico impidió que lo engrillaran. Y muchas más, que sobrellevó con auténtico heroísmo. Cuando regresaba a Tucumán desde Córdoba, en agosto de 1819, escribía a Tomás Guido con notoria resignación pero con la esperanza habitual de su espíritu, expresándole que [...] parece que la enfermedad me quiere dejar: llevo unos cuantos días de alivio y espero que el sol, aproximándose más, me restituirá a mi antigua robustez, si me dejan vegetar siquiera cuatro meses, que son los que voy a contar de padecimientos e incomodidades.

Un retorno doloroso, pero que ni aun así lo alejaba de su misión. Dijo entonces, en una de sus últimas cartas, al gobernador de Córdoba:


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La conservación del ejército pende de mi presencia; sé que estoy en peligro de muerte, pero aquí hay una capilla donde se entierran los soldados y también se puede enterrar a un general.

El deterioro final corría paralelo con los sinsabores que le tocó vivir en sus últimos tiempos en la provincia que amaba. Se fue de Tucumán en febrero de 1820, en el agobio de sus padecimientos, en el peor de los viajes que lo conduciría a su casa natal, en Buenos Aires. El trayecto fue un martirio para el prócer .El 1º de abril lo bajaron de la volanta que lo transportaba en la quinta familiar del actual partido de Vicente López. Desde allí escribió a un tucumano, Celestino Liendo, tío de Dolores Helguero, su último amor y padrino de Manuela Mónica, la hija que tuvo con Dolores, pidiéndole noticias de la niña. Desde San Isidro, el doctor Redhead, su médico, que le acompañó desde Tucumán, se ocupó de hacerlo llegar hasta Monserrat, a la casa de donde ya no saldría más. A las siete de la mañana del pálido 20 de junio de 1820, en Buenos Aires, el corazón del héroe de Las Piedras, de Tucumán y de Salta, del creador de la enseña nacional y forjador de la independencia, cesó de latir. Belgrano, artífice de la Nación, soldado de la libertad.

Bibliografía consultada Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Buenos Aires, Juventud Argentina, 1945. Academia Nacional de la Historia: Epistolario Belgraniano, Buenos Aires, 1970. De Marco, Miguel Ángel: Belgrano, artífice de la nación, soldado de la libertad”; Emecé, Buenos. Aires, 2012. Belgrano, Mario: Historia de Belgrano, Buenos. Aires, Espasa-Calpe, 1944. Aráoz de La Madrid, Gregorio: Memorias”, Buenos. Aires, Jackson, 1944. Paz, José María: Memorias póstumas”, Buenos Aires, Hispanoamérica Ediciones Argentina, 1988. Pérez Amuchástegui, Antonio J.: San Martín y el Alto Perú, 1814; Ediciones Fundación Banco Comercial del Norte, Tucumán, 1976.


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Cornet, Pedro León: “Noticia sobre la vida y méritos del doctor Domingo José García (1759-1834), en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán Nº 14, San Miguel de Tucumán, Diciembre 2014. Todas las citas de correspondencia han sido extraídas de la bibliografía consultada, principalmente del Epistolario Belgraniano, editado por la Academia Nacional de la Historia.


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Sitios

belgranianos en

Tucumán

Félix Alberto Montilla Zavalía 1

Iglesia de la Merced y el convento de Santa Catalina

E

n 1565, al fundarse San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión, la Orden de la Merced recibió una cuadra cuadrada de 166 varas. Allí la Orden edificó su iglesia y el Convento de Santa Catalina Virgen y Mártir. Al trasladarse la ciudad a La Toma, en 1685, la Orden recibió idéntica propiedad con exacta ubicación en el nuevo sitio. El nuevo templo se levantó con adobe y piedra, y según fray José Brunet “el primitivo templo se situaba con su frente a la actual calle 24 de septiembre y tenía una sola torre o campanario. Era de una sola nave, sin crucero ni ventanas”.2 La sacristía se encontraba tras el templo, por la actual calle Rivadavia por donde también se encontraba el ingreso al convento. Frente a la Iglesia se ubicaba la “plazuela de Nuestra Señora de las Mercedes” según surge de actuaciones administrativas del 13 de

1

Abogado. Doctor. Historiador. Miembro de Número, Secretario, de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán. 2 José Brunet (Fr.), O. de M., Los Mercedarios en la Argentina, Buenos Aires, 1973.


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Reconstrucción de la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, hacia 1812, por el ingeniero Juan Carlos Rosario Medina.

febrero de 1708 realizadas en ocasión de defender la ciudad de las invasiones de los indios chaco.3 Se estima que ya a finales del siglo XVIII el templo estaba en mal estado. Por lo que se comenzó a edificar uno nuevo en el sitio de la plazuela que quedó inconcluso. El resto de la cuadra pertenecía a la Orden y se sabe que entre 1812 y 1819 se asentó en ellos galpones y caballerizas que sirvieron de cuartel al Ejército Auxiliar del Perú. La reforma eclesiástica de Rivadavia produjo serias consecuencias para la Orden de la Merced, principalmente para su convento en Tucumán, pues con el tiempo en esta ciudad sólo quedó un

3

Archivo Histórico de Tucumán, Sección Administrativa, volumen 2, años 1705-1742, folio 36.


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fraile: Juan Felipe Reto, que fue el que retomó los trabajos de edificación del templo que nuevamente fueron abandonados en 1845 cuando, nonagenario, el fraile falleció.4 El Provincial de la Orden, en Córdoba, solicitó autorización al gobernador Gutiérrez para enviar nuevos frailes al convento tucumano, pero Gutiérrez, por el contrario, impulsó a que la Sala de Representantes sancionara una Ley (del 28 de julio de 1848) que declaraba propiedad del Estado los bienes mercedarios, y lo facultaba para instalar una escuela en sus claustros.5 Los bienes sacros fueron entregados al servicio de la Iglesia Matriz de Tucumán al igual que la inconclusa iglesia. Seis años más tarde, en 1854, el gobernador presbítero José María del Campo tomó dos medidas que repercutieron sobre los bienes provincializados de la Orden mercedaria. La primera fue crear el curato de la Victoria para rememorar la parroquia antiguamente creada a instancias de Belgrano como un homenaje a la Virgen de la Merced en 1813 y luego extinguida a pedido del presbítero José Eusebio Colombres en 1828. El gobernador Alejandro Heredia restituyó, en 1838, la parroquia para luego, nuevamente, resultar extinguida a pedido del mismo Colombres. No obstante estos avatares, el gobernador del Campo procuró una vez más que la sede parroquial y su administración estuvieran a cargo de los franciscanos, hecho que generó una áspera disputa con el por entonces ya obispo de Salta José Eusebio Colombres. El problema fue resuelto, luego de cuatro años, creándose el curato pero en contra de lo propuesto por el gobernador del Campo, pues la parroquia se estableció en el sitio del ex convento de La Merced y se puso bajo la administración directa de la diócesis y no de la orden mendicante franciscana.6 4

Carlos Páez

de la

Torre (h), Historia de Tucumán, Tucumán 1987, pág.

500.

5

Actas de la Sala de Representantes, Volumen II 1836-1857, edición dirigida y anotada por Alfredo Coviello, Tucumán 1939, págs. 257 y 258. 6 Marcelo Lorca Albornoz Ariel (Pbro.) Las once primeras Parroquias del Tucumán: origen y evolución (Siglos XVI-XVIII), I Jornadas de Historia de la Iglesia en el NOA, Salta 12, 13 y 14 de octubre de 2006.


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La segunda medida dictada en 1854 por el gobernador del Campo fue subsidiar a Edmonde Buessard para que instale un Colegio de enseñanza de letras y comercio y ubicarlo en el ex convento mercedario —en cumplimiento de la ley de 1848—. Para hacer frente al costo que insumía adaptar el convento a aulas de enseñanza se dispuso vender en subasta pública los sitios colindantes que antes había pertenecido a la cuadra adjudicada a la Orden. Esto dio lugar a que el presbítero Cornelio Santillán se dirigiera al gobierno declarando que en el remate se ha comprendido “dos celdas en que viven el sacristán y demás que inmediatamente sirven al templo, y son en las que se depositan las existencias del archivo, librería y servicios de la Iglesia [...]”. Pero el colegio de Buessard duró poco. Pues en 1856 se creó la Escuela de la Patria bajo la dirección del maestro Ramón Aignasse con local en el convento mercedario.7 Luego de múltiples peripecias el Colegio de la Patria también cerró y dio lugar a que en 1857 se creara, con el patrimonio del antiguo Colegio de la Patria, el Colegio San Miguel lo cual aconteció durante el gobierno de Agustín Justo de la Vega. El Colegio fue puesto bajo la dirección del francés Amadeo de Jacques en 1858.8 Al año siguiente el gobernador Marcos Paz amplió el Colegio instalando allí una biblioteca pública. Tras un intervalo en que nuevamente el convento-colegio se convirtió en cuartel militar (1861), el 9 de diciembre de 1864 el presidente Bartolomé Mitre creó el Colegio Nacional de Tucumán. Este abrió sus puertas el 1 de marzo del año siguiente, en el local del antiguo Colegio San Miguel. Hubo que practicarle costosos arreglos y agregados que se ejecutaron durante la presidencia de Sarmiento siendo su Ministro de Educación Nicolás Avellaneda. Se terminó de demoler la derruida Iglesia y en el sitio de ella y parte del convento, se edificó el nuevo Colegio Nacional que en

7 Stella Maris Molina de Muñoz Moraleda y Ernesto Muñoz Moraleda, Temas del Tucumán, Tucumán, 1994, pág. 140. 8 Carlos Páez de la Torre (h), cit., pág. 523.


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El edificio del Colegio Nacional, concluido en 1870.

1869 ya tenía “catorce piezas en tres cuerpos de edificios con galerías”, con un patio abierto sobre el lado sur. Al año siguiente se completó el edificio agregándose otro cuerpo al sur, con cuatro piezas y galería, con lo que quedó cerrado el patio, “de 50 varas de largo por 40 de ancho” y dotado de un aljibe al centro. Finalmente se construyó un local para gabinete de Física y Química con su respectivo anfiteatro y dos salones para el Departamento Agronómico, con lo que quedó formado “otro patio en la parte norte”.9 El Colegio Nacional permaneció en el edificio hasta 1909 en que abandonó el local por su mal estado y luego, en 1912, pasó a su nuevo inmueble frente a la Plaza Urquiza. Unos años antes el gobernador Nougués (1906) destinó parte del edificio del Colegio Nacional para sede de la Legislatura Provincial previa remodelación. Allí estuvo el recinto parlamentario hasta el año 2012. En cuanto al templo luego de la muerte de fray Reto (1845) la obra quedó inconclusa. Con la creación del Curato de la Victoria y 9 Nicolás Avellaneda, Escritos y discursos, volumen 8, Buenos Aires, 1910, págs. 367 y siguientes.


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el establecimiento de su sede en el sitio de la derruida Iglesia de la Merced, las obras fueron retomadas hacia 1865 concluyéndose en 1880, pero este templo pronto comenzó a deteriorarse. Finalmente en 1914 fue demolido en parte y en 1927 se derribó totalmente. Sus altares pasaron a la Iglesia del Corazón de María. En 1930 el gobierno nacional procuró financiar un nuevo templo, para lo cual se confeccionaron los planos, pero nunca se iniciaron las tareas debido a la crisis financiera global. Recién en 1947 el industrial azucarero y filántropo Alfredo Guzmán y su esposa Guillermina Leston, costearon la construcción de la iglesia actual que fue inaugurada el 24 de septiembre de 1950. La ejecución de la obra fue llevada cabo, por encargo de Guzmán, por la empresa Sollazzo Hnos S.A. y la fachada se debe al jefe de obra, el destacado arquitecto Manuel Luis Graña (1916-1991) quien también es el autor del camarín de la Virgen (Monumento Histórico Nacional).

La Casa de Belgrano Como bien es sabido, la estadía del general Manuel Belgrano en Tucumán fue muy prolongada. Estuvo como comandante del Ejército auxiliar del Perú entre septiembre de 1812 y febrero de 1813 para luego regresar de la segunda campaña al Alto Perú en febrero de 1814 —previo entregar el mando del Ejército al general San Martín—. Se quedó un tiempo más en Tucumán como jefe del Regimiento nº 1 hasta el 17 de marzo de ese año y luego regresó a Buenos Aires a finales de ese mes. Volvió a Tucumán en agosto de 1816 por haber sido designado, nuevamente, comandante del Ejército del Norte en reemplazo de Rondeau. El ejército estableció sus cuarteles en Tucumán y en Lules. En la ciudad ocuparon los sitios de los conventos que existían y reiniciaron los trabajos de atrincheramiento que desde 1814 habían quedado sin concluir en el fuerte de la Ciudadela —lo que se verá más adelante—.


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La casa de Belgrano en la Ciudadela. Reconstrucción del pintor Honorio Mossi.

El general Belgrano, el 13 de noviembre de 1816, se dirigió al Cabildo de Tucumán con los siguientes términos: Bajo el sincero concepto y la buena fe de pertenecer al estado los terrenos que circunscriben la Ciudadela, formada en defensa de la ciudad, determiné se labrase a una cuadra de distancia y con otra de circunferencia, una casucha para mi habitación, por lo que interesa a mi asistencia en aquel punto; más, habiendo llegado a entender, posteriormente, que eran propiedades del convento de San Francisco, traté de inquirir en ponerme en la realidad para decretar el abono de su justo precio. He descubierto que el Convento no es el legítimo propietario y que es a V.S. a quién corresponde la pertenencia. En esta inteligencia y en la que V.S. se halle autorizado suficientemente para su venta, tendrá a bien mandar se practiquen las diligencias de estilo con tan racional objeto; y cuando se ignore el legítimo dueño, que se fijen carteles, con un término perentorio, para que comparezca dentro de él, bajo la im-


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prescindible calidad, de que no verificándolo, se procederá a la enajenación en beneficio público.10

El Cabildo, el mismo día, despachó la petición del general diciéndole que [...] todos los terrenos que se hallan a la circunferencia de la ciudad desde la Plaza hasta una legua se concedieron por don Felipe García de Valdéz para que la Municipalidad pueda disponer de ellos libremente y desde aquella erección no ha tenido mejor oportunidad que la que nos presenta V.S. en su solicitud para cumplir con más utilidad la voluntad del donante. El documento que se acompaña concede una propiedad absoluta para que V.S. pueda disponer del terreno a su arbitrio particular, y privado a ún después de haber cesado el servicio; y con esta corta gracia el Cabildo tendrá el honor de haber en algún modo compensado los grandes servicios que V.S. ha hecho a la Patria y las honoríficas distinciones que le ha merecido la Ciudad.11

La casa se encontraba edificada y fue refaccionada por orden de Belgrano. Aráoz de la Madrid, observando las Memorias del General Paz, recuerda que, simultáneamente a los trabajos de refacción del fuerte de la Ciudadela, Belgrano “mandó también trabajar una casa a inmediaciones de La Ciudadela y se estableció en ella”,12 corroborando la idea de que la casa existía y la misma fue arreglada para que se instale Belgrano. Las obras deben de haberse concluido hacia los primeros días de febrero de 1817 ya que el 30 de enero de ese año se dejó de pagar el alquiler de la morada que ocupaba el general en la vivienda de Narcisa Guevara. No se puede saber con exactitud la fisonomía que tuvo la casa del prócer, pero existen algunos documentos que evidencian que por la casa pasaba la acequia de la patria, que tenía varias construcciones, incluyendo un aljibe y que se ubicaba en una cuadra cuadrada de 166 varas. 10

Julio P. Ávila, La Ciudad Arribeña, Tucumán 1810-1816. Reconstrucción histórica, Tucumán, 1920, página 410. 11 Ibídem, pág. 417. 12 Gregorio Araoz de Lamadrid, Observaciones, sobre las memorias póstumas del brigadier general d. José M. Paz, Buenos Aires 1855, pág. 108.


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Cuadra cuadrada donada por la municipalidad a Belgrano. Mensura de Felipe Bertrés.


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Esto es lo que se desprende, sin dudas, del plano realizado por el ingeniero Felipe Bertrés confeccionado el 5 de diciembre de 1816.13 En el año 1818 Belgrano hizo construir una pirámide en el Campo de Honor para conmemorar el triunfo de San Martín en Maipú. La pirámide, aún existente, se encontraba contigua a la propiedad del creador de la Bandera. En noviembre de 1819 Belgrano dejó la comandancia del Ejército del Norte y estableció su domicilio en Tucumán. El 4 de mayo había nacido justamente allí su hija Manuela Mónica del Corazón de Jesús, fruto de su amor con la tucumana María de los Dolores Helguero y Liendo.14 Poco tiempo más permanecería el general en su casa de la Ciudadela, ya abandonado y desprotegido por el gobierno. Hacia el 15 de enero de 1820 se marchó enfermo a Buenos Aires acompañado por los edecanes Emidio Salvigni y Gerónimo Helguera, donde finalmente falleció el 20 de junio de 1820. La propiedad pasó a manos Dolores, según lo veremos luego, y quedó abandonada y con el tiempo derruida, de lo cual se lamentará Juan Bautista Alberdi en 1834.15 Situar la propiedad en el contexto de la ciudad es relativamente complejo, pues existen otros documentos que sugieren posiciones variadas de la propiedad. Tal el “Plano del Tucumán” descubierto por Ramón Gutiérrez realizado hacia 1820 que sitúan la propiedad de Belgrano contigua a la Ciudadela y allí ubica la acequia de la patria, la pirámide y las varias construcciones que existían en la propiedad.16

13

Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial, Serie A, Caja 100, expediente 29l, foja 2. 14 Ventura Murga, Los Helguero. Genealogía, en: Genealogía, Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, N° 18, Buenos Aires, 1979, página 225. 15 Juan Bautista Alberdi, Memoria descriptiva de Tucumán, en: Obras Completas de J. B. Alberdi, Buenos Aires, 1886, Tomo I, página 78. 16 Ramón Gutiérrez, Un plano inédito de Tucumán a principios del siglo XIX, en: La Gaceta, Tucumán, Suplemento Literario del día 30 de junio de 1982.


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Planta de la Ciudad de Tucumán en 1820. Obsérvese la propiedad de Belgrano contigua a los cuarteles de la Ciudadela.


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Por su parte otro plano, adjudicado a Felipe Bertrés confeccionado en 1820,17 que representa la ciudad de Tucumán con sus ejidos muestra con cierta inexactitud —respecto de su dibujo de 1816 y del plano arriba indicado— a la propiedad de Belgrano, pues ésta ha sido ubicada geométricamente conforme las cuadras de la ciudad entonces existente (el plano fue copiado por el cartógrafo Correa) no coincidiendo su ubicación al superponer los planos. Finalmente existe un documento judicial que también sitúa, parcialmente la propiedad. Es la demarcación realizada por el agrimensor Félix Revol en 1859. Resulta ser que un tiempo antes el Jefe de Policía de Tucumán Juan Elías se dirigió al gobernador Agustín Justo de la Vega proponiendo que “en la cuadra de terreno en que se halla erigida la Pirámide de la Ciudadela” se declare “Plaza Pública del General Belgrano”, propuesta que fue bien acogida por el gobernador —nota del 13 de octubre de 1857—.18 De la Vega, tras algunos problemas políticos, dejó el gobierno y la propuesta quedó inconclusa. Recién en 1859 el gobernador Marcos Paz reactivó el proyecto al aceptar una donación del teniente coronel Emidio Salvigni para refaccionar el monumento de la Pirámide de Maipú y la colocación de una reja de hierro para su protección. El gobernador, en sintonía con la propuesta, además dispuso que tomando la pirámide como centro se hiciera una plaza denominada General Belgrano. Para ello se comenzaron a realizar las tareas de agrimensuras necesarias para expropiar las porciones para la plaza. Revol confeccionó el plano y surgió del dibujo que la nueva plaza tomaría una porción del terreno que correspondía a la sucesión del general Belgrano —cuya propiedad pertenecía a Dolores Helguero—.19 17

El plano fue copiado por el ingeniero Antonio M. Correa y se publicó en el Álbum General de la Provincia de Tucumán en el Primer Centenario de la Independencia Argentina (1916). 18 Archivo Histórico de Tucumán, Borradores de Oficios Varios nº 3 1856/1858, folio 307. 19 Las actuaciones administrativas y el plano de Revol pueden consultarse en: Archivo Histórico de Tucumán, sección Administrativa, año 1860, tomo 85, folio 247.


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Belgrano, la Patria al Norte

Mensura practicada por el agrimensor Félix Revol para expropiar el terreno de los herederos de Belgrano.

El hermano de Dolores, Isidro Helguero, se encargó de las gestiones solicitando se expropiara toda la cuadra que pertenecía a su hermana —13.216 varas cuadradas—, pero el fiscal de gobierno propuso que sólo se pagase la porción que quedaría afectada a la plaza, y eso es lo que hizo el gobierno expropiando sólo 6.132,20 varas cuadradas en mayo de 1859.20 El resto de la propiedad, luego, también fue vendida a distintos compradores, desapareciendo, por siempre, la memoria del exacto sitio histórico donde vivió Belgrano en su casucha tucumana.

20

El expediente completo obra en Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial, Serie A, Caja 100, expediente 29.


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La Ciudadela

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El 30 de enero de 1814 José de San Martín se hizo cargo del Ejército Auxiliar del Perú. Belgrano quedó como Jefe del Regimiento nº 1 y bajo las órdenes de San Martín. Los primeros días de febrero de 1814 estando el grueso del Ejército en Tucumán con cuarteles en los conventos de San Francisco (hospital militar), Santo Domingo (artillería) y La Merced (comandancia y demás tropas) el general San Martín dispuso se edificase en los terrenos del Campo de Honor, o Campo de las Carreras, una fortaleza, denominada “atrincheramiento” o “retrincheramiento” y más tarde conocida como “La Ciudadela”. Se presume con algún grado de certeza que las tareas de diseño fueron encargadas al teniente coronel Enrique Paillardell que pensó en la fortaleza atrincherada como un pentágono estrellado circundado de foso según surge de los numerosos planos que nos han llegado hasta el presente. San Martín designó a Paillardell “Jefe de Ingenieros” por orden del 28 de febrero de 1814. Para la construcción San Martín dispuso, en la orden del 11 de febrero de 1814, que diariamente trabajarían 250 hombres de “los cuerpos del Ejército y Escuadrón de Salta designados a prorratas en proporción a fuerza de cada cuerpo”, los que a su vez estarían dirigidos por dos oficiales cada cuerpo. Consta en varias ordenes del día, que los trabajos se ejecutaron regularmente y el 8 de marzo de 1814 San Martín ordenó que los ejercicios prácticos de la tarde se realizaren en el sitito de los trabajos de la fortificación, lo que nos indica que los trabajos estaban próximos a concluir o, por lo menos, muy avanzados. El 27 de abril de 1814 San Martín solicitó licencia por salud y en mayo se retiró dejando interinamente el Ejército a cargo al general Francisco Fernández de la Cruz. Finalmente, el 19 de julio de 1814 se hizo cargo de la comandancia del Ejército Auxiliar del Perú el general José Rondeau. Es importante destacar que a esa fecha ya no se encontraba Paillardell en Tucumán y el 24 de julio había sido reconocido como “oficial ingeniero” —por Rondeau— Felipe Bertrés.


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Belgrano, la Patria al Norte

La Ciudadela quedó sin concluir ya que Rondeau prontamente inició la tercera campaña al Alto Perú. Los problemas militares y políticos —especialmente el fracaso de la campaña de Rondeau y la designación de Carlos María de Alvear como Jefe del Ejercito Auxiliar del Perú— produjeron que Belgrano asumiera, de nuevo, la comandancia del mismo en agosto de 1816, como ya lo aludimos. Nuevamente el Ejército, acantonado en Tucumán desde el 28 de agosto de 1816, se alojó en los galpones contiguos a los conventos de San Francisco, Santo Domingo, La Merced y en el Convento de Santo Domingo en Los Lules. Desde el primer día Belgrano ordenó concluir los trabajos del atrincheramiento iniciado dos años antes por San Martín. Se mejoraron los galpones existentes y se construyeron otros nuevos. El general José María Paz en sus memorias expresa que en la fortificación “apenas había 1 o 2 malos galpones y los demás debían fabricarlos los mismos cuerpos a lo que se puso de inmediato”.21 El general Aráoz de la Madrid agrega que Belgrano “mandó que se alojasen todos los cuerpos —del Ejército del Norte— dentro de la principiada Ciudadela, que está como a diez cuadras al sud-sudoeste del pueblo”. Y que “muy pronto comenzaron todos los jefes de los cuerpos a levantar tapiales con la tropa para construir sus cuarteles”. El gobernador Bernabé Aráoz, dice, “nos facilitó al momento todas las maderas y paja necesarias para techarlos, por medio de las milicias que las conducían en carreta desde la campaña”. Se alababa La Madrid de que el cuerpo a sus órdenes “era de hombres todos del país y tenía en él jóvenes inteligentes, tanto para construir los tapiales como para enmaderar y techar los galpones”. Por eso el suyo fue “el más alto cuartel y el mejor techado”.22 El Ejército del Norte se marchó de Tucumán, con Belgrano a la cabeza, para cumplir ordenes de intervenir en cuestiones políticas domésticas en 1819. En Córdoba los primeros días de noviembre

21 José María Paz, Memorias póstumas del brigadier general D. José M. Paz, Buenos Aires 1855, pág. 284. 22 Gregorio Araoz de Lamadrid, cit. página 108.


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de ese año Belgrano dejó la comandancia del Ejército en Francisco Fernández de la Cruz y regresó a Tucumán. En la Ciudadela había quedado un pequeño grupo de tropa y oficialidad, que fue la que asestó el golpe revolucionario de noviembre de 1819 comandados por Abraham Gonzáles, Felipe Heredia y Manuel Cainzo. Gonzáles intentó apresar a Belgrano en su casa contigua a la fortaleza, pero éste ya muy enfermo se libró del tormento. Meses más tarde Belgrano viajó a Buenos Aires donde falleció en junio de 1820. Los cuarteles de la ciudadela funcionaron como tales hasta diciembre de 1821 y luego quedaron en el olvido. En 1832 el gobernador Heredia dispuso el arreglo de la acequia que por allí pasaba —acequia de la patria o Estado— ordenando se levantara una tapia, se construyera un rancho y se ejecutara un canal con madera de pacará para que cruzara el foso. Muros adentro, entre las ruinas, el gobernador Heredia había dispuesto que se sembrara. Alberdi también recuerda con tristeza la situación en que se encontraba el lugar. El 20 de octubre de 1855 el gobernador presbítero José María del Campo sacó a remate público los sitios fiscales de la Ciudadela. Los terrenos estaban valuados en $ 40 la cuadra cuadrada. Los terrenos de la Ciudadela fueron adquiridos por $ 55 cada cuadra —eran cuatro cuadras— por Domingo Martínez, que a su vez los vendió a Martín Posse. La subasta se aprobó el 26 de octubre de 1855.23 Una pequeña fracción había quedado fuera del remate. Jesús María Aráoz —que tenía una quinta en la vecindad con La Ciudadela— requirió se le adjudicara a él por el precio del remate. El 19 de noviembre el gobernador del Campo dispuso se le vendiese lo solicitado a Aráoz por el precio de $ 40 la cuadra cuadrada.24 Posse terminó vendiendo los terrenos a Manuel Anabia, el 8 de julio de 1857. De allí que durante mucho tiempo los terrenos donde

23

Archivo Histórico de Tucumán, Sección Protocolos Notariales, serie B, Volumen 3, folio 40. 24 Ibídem, Sección Protocolos Notariales, serie B, Volumen 3, folio 54.


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otrora se encontraba la fortaleza atrincherada fueron denominados como la “quinta de Anabia”. Aráoz mantuvo su propiedad por largos años y luego fue heredada por su hijo Luis.


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Belgrano en el Norte según Fray Cayetano Rodríguez en su epistolario y otros escritos

Sara Peña de Bascary 1

Introducción

P

ara recordar a Belgrano, en su bicentenario, he considerado interesante indagar opiniones de protagonistas de la época. A este fin consulté la correspondencia de Fray Cayetano Rodríguez con su amigo el sacerdote, doctor José Agustín Molina. Este epistolario fue publicado por la Academia Nacional de la Historia con un excelente estudio preliminar de la Lic. Susana Frías, Miembro de Número esa institución.2 Se trata una valiosa fuente documental ya que son cartas privadas que brindan opiniones sobre el General. Al leer las misivas se aprecia que compartían, en la mayoría de los casos, ideas y conceptos de hechos vinculados a Belgrano en el Norte entre 1812 a 1820. Son opiniones personales y expresadas con singular énfasis y franqueza. La correspondencia 1

Historiadora. Miembro de Número, Vocal de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán. 2 Academia Nacional de la Historia, Fray Cayetano Rodríguez. Correspondencia con el Doctor, José Agustín Molina 1812.1820. Buenos Aires, 2008. Compilación y Estudio preliminar de Lic. Susana R. Frías.


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Belgrano, la Patria al Norte

Arriba: Batalla de Tucumán, 24 de septiembre de 1812 (acuarela de Juan Peláez). Abajo: La Batalla de Tucumán (óleo de Francisco Fortuny).

es extensa y abarca muchos e interesantes aspectos que brindan una apasionante visión de la época en política, usos y costumbres, vida cotidiana, cuestiones familiares, militares, judiciales, religiosas, culturales, entre tantos otros aspectos. Percibimos en ellas los


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cambios que ocasionó la guerra en los ciudadanos, lo que traté en “Tucumán 1812, vida cotidiana en tiempos difíciles”.3 Para ese trabajo tomé muchos e importantes datos de las cartas de Fray Cayetano Rodríguez. Para este artículo seleccioné párrafos de cartas referidas a temas de Belgrano y su tiempo con acotaciones, cuando corresponda. Fray Cayetano y su amigo José Agustín eran incondicionales admiradores del General y le tenían gran afecto, lo que se aprecia en la correspondencia. Son muy valiosas las opiniones pronunciadas en el momento que ocurrían los hechos. Muestran como percibían y sentían, las acciones de la independencia los hombres de aquellos tiempos. Las que apoyaban o no en ese momento. Las preocupaciones, las angustias, las alegrías. No pasaron años para relatar y opinar, como ocurre con tantas Memorias, Crónicas y Relatos, redactados muchos años después, muy buenos, pero carecen de la espontaneidad de estas cartas. Existen, por otra parte, escritos publicados de Fray Cayetano sobre Belgrano, que considero relevantes como su extenso elogio al prócer después de su muerte. Compartía, además, con su amigo Molina vocación poética por lo que dedicó muchas poesías al vencedor de Tucumán.

Quiénes fueron Fray Cayetano Rodríguez Nació en san Pedro, Buenos Aires en 1761. Sacerdote franciscano, periodista, poeta. Primer Director de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, actual Biblioteca Nacional. Fue Superior Provincial de la Orden Franciscana. “Poco se sabe, dice Guillermo Furlong S J., de Fray Cayetano Rodríguez “quien entre 1781 a 1790 fue profesor de Filosofía, siendo las Ciencias Físicas su especial estudio”. Agrega: “Existen en el Colegio del Salvador dos 3

Sara Peña de Bascary, “Tucumán 1812, Vida cotidiana en tiempos difíciles”. En IX Jornadas La Generación del Centenario y su proyección en el Noroeste Argentino (1900-1950). Fundación Miguel Lillo Centro Cultural Alberto Rougés, Tucumán, 2013.


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Fray Cayetano Rodríguez. Óleo de Gerardo Ramos Gucemas. Museo Casa Histórica de la Independencia, Tucumán.

tomos manuscritos de este insigne maestro y patriota, los dos se refieren exclusivamente a los fenómenos de la naturaleza, y ambos volúmenes honran en verdad a su autor, así por lo vasto de su saber, como por la modernidad del mismo. La obra del franciscano consta de cuatro partes. Los otros volúmenes se conservan en el Convento de San Francisco y la en la biblioteca de los padres franciscanos en Jujuy”.4 En 1813 fue designado miembro de la Asamblea General 4

Guillermo Furlong S.J. El trasplante Cultural: Ciencia. Buenos Aires, 1967, Págs. 466-467.


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Constituyente de 1813, redactaba los diarios de las sesiones. Fue diputado por Buenos Aires en el Congreso de la Independencia de 1816. Dirigió El Redactor del Congreso Nacional que cronicaba las sesiones del mismo ayudado por su amigo tucumano el doctor José Agustín Molina.5 Escribió, entre otras obras poéticas, las odas en honor del Cruce de los Andes y la Victoria de Chacabuco, y el panegírico en honor del General Manuel Belgrano. Era un hombre muy culto y un apasionado patriota. Muere en Buenos Aires, el 21 de enero de 1823. José Agustín Molina y Villafañe. Nació en Tucumán en septiembre de 1773, doctor en Teología, sacerdote, conocido como el “obispo Molina”. Fue prosecretario del Congreso de la Independencia. Autor de poesías patriotas y religiosas. Gran amigo de Cayetano Rodríguez. Carlos Páez de la Torre (h) recuerda: “Nicolás Avellaneda, se refiere a las conversaciones vespertinas de 1816 que mantenían, en las afueras de Tucumán, el diputado fray Cayetano Rodríguez y el presbítero doctor José Agustín Molina. Regresaban caminando al anochecer y, dice, “al contemplar su juventud desvanecida, los largos años tras de los cuales divisaban recién los albores de la Patria, se despedían repitiendo el verso de Stacio que ambos pusieron al frente de El Redactor; decía el franciscano: “para nosotros los años no han pasado estériles”.6 Rodríguez y Molina tenían gran diferencia de edad, doce años mayor el franciscano. Se conocieron en Córdoba, como profesor y alumno. Molina fue miembro de la Sala de representantes, la presidió en dos ocasiones. El papa lo nombró vicario apostólico de Salta en 1834. Murió en Tucumán, el 1º de octubre de 1838. Sus restos descansan en el templo de San Francisco.

5

Carlos Páez de la Torre (h) “La crónica del Congreso”, La Gaceta, 3 de julio de 2015. 6 Ibídem. “La larga amistad de dos congresales”, La Gaceta, 1 de septiembre de 2016.


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Belgrano en tiempos de la Batalla de Tucumán

El 10 mayo de 1812, la primera mención a Belgrano de Fray Cayetano Rodríguez en carta a su gran amigo José Agustín Molina, le decía: En las ultimas de abril vino extraordinario de Belgrano, que da parte de la remisión del Obispo por decreto que el mismo le intima desde Campo Santo por suponerlo a punto de apoyo de los europeos en Salta, y haberlo pillado a Goyeneche cartas en las que hacia relación del Obispo y suponía comunicación con él, como verás en La Gaceta, que te incluyo por si no te ha llegado a tus manos. Ya ves que, a pesar de la inocencia del hombre, este es mal dato contra el.7

Se refería, Rodríguez, al Obispo de Salta Monseñor Nicolás Videla del Pino quien tuvo serios problemas con los patriotas por presumirse que era realista. Molina, en cambio, le apoyaba, era su superior y pedía a Rodríguez que también lo hiciese. El franciscano no estuvo, al principio, de acuerdo y se lo expresaba: En fin ¿qué quieres? ¿Qué Fray Cayetano menee palillos porque Agustín se lo pide? Pues sepa hermanito que prescindiendo de esta recomendación tan fuerte para mí debo hacerlo por un hombre que nos ama y distingue hasta el exceso.8

Más adelante el franciscano intercedió por Videla del Pino. Es más, acompañó al Obispo es su estadía en Buenos Aires. Le hacía llegar cartas de Molina y compartía con él “las naranjas que aquel le enviaba porque es eterno comilón de ellas”.9 Pasados los años ambos se desilusionaron del prelado. Así lo consigna Susana Frías en su estudio preliminar y comenta que Rodríguez le decía Molina hacia 1817:

7 Academia Nacional de la Historia, (en adelante ANH), Fray Cayetano..., cit., pág. 38. 8 Ibídem. 9 Susana Frías, “Estudio Preliminar”, en: Academia Nacional de la Historia, Fray Cayetano Rodríguez..., cit., pág. 28.


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Monseñor Jose Agustín Molina y Villafañe. Óleo de Ignacio Baz, Museo Histórico Nacional.

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No es extraño lo que me dices del Obispo [...] Los hombres a la larga, descubren sus ideas por más sistema que lleven en ocultarlas. Es mucha ansia de placer. Harás bien en descargarte de una dependencia tan odiosa y majadera.10

Carta de septiembre [...] de 1812.11 Rodríguez le comenta a Molina: Me cuentan que en La Gaceta de Chile vienen impresos los partes embusteros de Goyeneche y Abascal, pintando ganada la acción de Tucumán y que, en uno de ellos, hay esta expresión que le hace poco favor al Obispo. Nos hemos conducido hasta Tucumán por ver si podíamos librar de las manos de los insurgentes a nuestro amigo el Obispo de Salta [...] etc. etc. Ya ves que es un dato feo y confirmante de las sospechas contra él.

Esos partes indujeron a Belgrano a ordenar que Videla del Pino marchara a Buenos Aires en abril de ese año. No fue la única acusación contra el Obispo, como acota Susana Frías.12 Cabe destacar que las relaciones del clero, especialmente de los prelados con los patriotas fue, en muchos casos, conflictiva ya que eran fieles al rey. No con todo el clero, hubo numerosos sacerdotes revolucionarios, como Rodríguez y Molina, los congresales de 1816, y los que integraron el ejército patriota como capellanes. Sobre este tema es muy esclarecedor el trabajo “¿Realistas o revolucionarios? Entre el Rey y el nuevo Orden” (2019) de Elena Perilli de Colombres Garmendia.13

10

Ibídem, pág. 30. ANH, cit. pág. 44. Esta carta tiene incompleta la fecha. No se consigna el día posiblemente fines de septiembre ya que se menciona la batalla de Tucumán. 12 Ibídem. 13 Elena Perilli de Colombres Garmendia, “¿Realistas o Revolucionarios? Entre el Rey y el nuevo orden”, En Revista de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán Nº 16, Tucumán, 2019. Págs. 56 a 62. 11


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La Batalla de Tucumán “Belgrano ha dado principio a nuestra Libertad”

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El 26 de octubre de 1812, desde Buenos Aires, fray Cayetano Rodríguez respondía a su amigo Agustín, una carta sobre la victoria en Tucumán, del 24 de setiembre. La deseaba con ansia, para oír de tu boca algo de las glorias del encantado y encantador Tucumán; aunque por los partes circunstanciados de Belgrano, que ya corren impresos, lo sabemos todo bien. Que por mayor por no ser posible menudear en una acción tan llenas de acciones pequeñas, cuyo todo es el compuesto más glorioso que salió del Tucumán [...] Hasta ahora no duermo bien de noche. Muchos momentos me roba el Campo de las Carreras, que debe llamarse Hacéldama, aguer sanguinis,14 por verse regado con la sangre de tantos facinerosos que querían mancillar nuestras glorias; o si no, el valle de Terebinto, donde los tucumanos, como otros tantos Davides, han hollado la soberbia del Goliat arequipeño [...] [Se refería a Pio Tristán]15

En la misma misiva le decía: “[...] Ya he tenido en mis manos, de tu misma letra, dos décimas y un soneto que me mostró Somallera, venidas en el anterior correo, dignas cosas del talento de mi querido hermanito”. Rodríguez, que también escribía poemas patriotas, acotaba: [...] No he querido usurpar el derecho a las musas tucumanas ni oscurecer, con la mía, la acción más brillante que ha habido en todo el tiempo de nuestra feliz revolución [...] Te incluyo La Gaceta última para que veas los premios militares que da la patria a los vencedores del cholo en Tucumán.16

En esta extensa misiva Fray Cayetano se refiere especialmente al General Manuel Belgrano: 14

Susana Frías en ANH, cit., pág. 45. En nota al pie consigna: Aceldama es lugar situado al sur del pozo de Siloé, en las afueras de Jerusalén, comprado por los sacerdotes con las monedas que Judas devolvió después de entregar a Cristo. En arameo significa Campo de sangre que es exactamente lo que dice la expresión latina del texto. Subrayado en el original. 15 ANH, cit., pag. 45. 16 Ibídem.


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[...] Belgrano es hombre que no se alucina fácilmente y se decidirá a favor de todo tucumano, pues se explica acerca de ellos con entusiasmo en sus partes. Ojalá le hicieron una visita de mi parte felicitándole por sus heroicidades. Yo lo amo mucho y ahora más, porque ha dado principio a nuestra libertad y creo que pondrá la corona [...] Acaba llegar aviso de que Tristán, con su gente, se ha metido en Salta, y que lo tiene aislado Díaz Vélez, junto con los vecinos que salieron a incorporarse con él, y que en Jujuy queda prisionero Eustaquio Moldes. Ya tenemos nuevas ansias de saber el resultado. Tememos que vuele socorro de Goyeneche y lo empeñe en una nueva acción al tal Pio, aunque ya el miedo es su compañero inseparable y todo perderá.17

Proseguía exultante: Entretanto, ¡Viva Tucumán! Los Andes y Pirineos se humillen a Aconquija, espectador glorioso de la mejor victoria que vio el Mundo. Parabienes a don Diego (León) Villafañe, que habrá dado por bien empleada, ahora más que nunca, su vuelta desde Italia para celebrar las glorias de su tierra.18

El sacerdote Diego León Villafañe, era tío de José Agustín Molina, hermano de su madre doña Josefa Villafañe. Jesuita, era miembro de la Compañía de Jesús, uno de los expulsados en 1767. Regresó a Tucumán en 1793. Fue el primer historiador de la Batalla de Tucumán.19 El 10 de diciembre del 12, Fray Cayetano comenta a José Agustín Molina sobre un “sermoncito” que su amigo tucumano pronunciaría. En ocasión de dar gracias por la victoria de Tucumán. Lo he leído y releído con el gozo de mi corazón ¿Porque desconfías tanto de el cuándo esta tan bien cuidado, tan al caso, tan significativo, tan tierno y tan digno del objeto? No hemos de desconfiar tanteo de nuestras producciones que las deputemos para el fuego. No mí amado hermanito. Tu sermón esta bueno y será aplaudido… Algunos términos poéticos y demasiado retumbantes es 17

Ibídem. Pág. 46. Ibídem. 19 Guillermo Furlong, S.J., Diego León Villafañe y su Batalla de Tucumán, Buenos Aires, 1962. 18


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menester quitarle y mejorar algunas transiciones. Yo lo haré con la facultad que me das y que yo me tomo, seguro que con esto te doy un gusto. Ansían por aquí por leerlo, pero no he querido mostrarlo porque lo lean, con novedad, impreso.20

Como es conocido el sermón lo pronunció, el doctor José Agustín Molina el 27 de octubre de 1812, en la iglesia la Merced de Tucumán, con la presencia del General Belgrano. En la misma nota Rodríguez le comenta sobre las obras poéticas, de ambos, dedicadas a Belgrano. Leo también, con complacencia, tus décimas a Belgrano, hermosas, al caso y dignas del telentuelo poético de mi hermanito. El General, que sabe dar su mérito a las cosas, las habrá celebrado, como se merecen. Las decimas que me atribuyó Belgrano “Da un grito al Sud”, etc. son efectivamente mías. Las hice con motivo de su triunfo para romper una loa que se representó al pie de la Pirámide en honor de la victoria del Tucumán y del digno jefe que la había alcanzado bajo los auspicios de María.21

Continúa la misiva con las críticas, habituales, al sacerdote Pedro Miguel Aráoz, a quien evidentemente no querían, esto se aprecia en muchas de estas cartas. Le llamaba o llamaban Perico o el Héroe. Había un profundo “antagonismo entre la familia de Aráoz y la del Obispo Molina”. Susana Frías cita, a pie de página, este comentario del historiador Juan M. Garro.22 En esta larga carta Fray Cayetano manifestaba su alegría por temas relacionados a Belgrano y su ejército y especialmente se percibe, aún más, la admiración y afecto que sentía por el General. Sentimiento que compartía con su amigo José Agustín. Que vayan llegando nuestras tropas al auxilio de las de ese pueblo. Supongo que aguardará Belgrano al complemento de todas las tropas para determinarse a caminar. En fin, él sabe lo que hace y da prueba de que no se lo han de llevar por tonto. Tenemos copia de su Carta a Goyeneche, que

20

ANH, cit. pág. 47. ANH, cit. pág. 48. 22 Susana Frías cita en pág. 48, Juan M. Garro en: El Congreso de Tucumán, Biografías de sus diputados, Buenos Aires, 1916. 21


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se lee aquí con aplausos y ya ha salido impresa, en extracto en la [Gaceta] Ministerial ¡Cuánto me alegra que te ame este hombre! Es buen criollo, de talento, de juicio, metido en el sistema con desinterés, no conoce la felonía y es noble por carácter Cuanto más lo trates has de descubrir en el las estas bellas cualidades. Dios reserva a los hombres para las circunstancias.23

Por último le recomendaba: “Nueva visita a nuestro amable General, y que reciba todos mis afectos. Su nombre se oye aquí con entusiasmo y lo aman todos los verdaderos patriotas”.24 Como posdata informaba, a Molina, que ya estaban sacando copias de sus décimas y saldrían impresas. Cabe señalar que un ejemplar original de estas decimas se conserva en el Museo Histórico Provincial Pte. Nicolás Avellaneda de Tucumán.25 El 10 de enero de 1813 Fray Cayetano escribe a su amigo una extensa carta en la cual expresa, en la primera parte, duras críticas, como era habitual por enemistad manifiesta, al cura Pedro Miguel Aráoz, y se alegraba que no saliese diputado a la Asamblea del año XIII. Se designó, en su lugar, a Nicolás Laguna. Rodríguez era muy apasionando en cuestiones políticas. Luego se refiere a Belgrano y a las interesantes impresiones y comentarios de los porteños sobre el accionar de Belgrano en Tucumán. Me hablas de la misteriosa detención del General en esa ciudad sin tomar el partido de caminar a Salta. Aquí ha sido esta operación objeto de los discursos que se explican a medida de los efectos; unos le critican otros le aplauden. Querían que no hubiera dejado sosegar a Tristán dándole causa de nuevo tiempo para que asole toda la provincia y deje a perecer aquellos pueblos. Les ha parecido una operación muy fácil el hacerlo seguido y atacado y juzgan irreparable la perdida que a causado la detención de Tristán en Salta y aun difícil su expulsión, según ha preparado su defensa. Yo creo que Belgrano

23

ANH, cit., pág. 48. Ibídem, pág. 49. 25 “Sonetos que expresan el carácter y mérito del General Manuel Belgrano”. Por José Agustín Molina y Villafañe, Prosecretario del Congreso de Tucumán, Imprenta de la Independencia medidas: 0,25 x 039 cm. Enmarcado. Donación Miguel Alfredo Nougués. Inventario nº 248. En: “Catalogo Museo Histórico Provincial de Tucumán Pte. Nicolás Avellaneda. Tucumán, 1981. 24


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habrá pesado la cosa con juicio y tomándole el pulso con reflexión. En fin, ustedes lo ven cerca. Aquí murmuramos lo mismo de nuestra expedición a la otra banda. Se suscitan recelos y sospechas y el pueblo [...] forman sus discursos, criticas de perezoso al Gobierno.26

Se refiere duramente a las intrigas que se tejían, maldice a los autores de ellas y comenta el perjuicio que ocasionaban: Hay ciertos hombres victimas miserables de la más vergonzosa envidia, que no pueden ver con ojos serenos la fortuna ajena, aunque esta ceda en bien común de la Patria [...] La envidia es un cañón de mucho alcance y es menester huir lejos, donde no alcancen los tiros. Ese mismo hombre, Belgrano, que tu alabas convencido de su mérito él es objeto de la envidia más cruel. No pueden soportar muchos el golpe de luz que les envían sus hechos y no hallan modo de obscurecerlos. ¡Perros! rabien y muérdanse la lengua. A pesar de todo, la obra va saliendo por virtud de lo Alto, amén.27

Finaliza la carta con una muestra más de su cariño por Tucumán y al escenario de la batalla: “Repito mis expresiones dulcísimas al Campo de las Carreras y al cerro de Aconquija, cuya memoria sea eterna como el triunfo de que fueron espectadores”.28 El 10 de febrero de 1813, carta a Molina en que trata especialmente temas de la “Asamblea que se abrió con pompa y magnificencia, el treinta y uno de enero, y sigue sus sesiones”. También se refiere a las cuestiones del Obispo de Salta Videla del Pino a quien le pusieron guardia para evitar que se fugase a Montevideo y acotaba “Me aseguran de cierto que Belgrano y Chiclana acaban de escribir a favor de él”. Sobre el General le decía: “Por aquí contamos ya con los triunfos de Belgrano, como si los viéramos, Dios quiera prosperarlo”. Entre otras cosas le recriminaba: “¿Con que temes en que no se imprima el sermón? Ya no está impreso por el apuro de la imprenta, que no la deja resollar el gobierno. Pero el sermón ya está entregado al impresor”.29 26

ANH, cit., pág. 51. Ibídem, pág. 51 y 52. 28 Ibídem, pág. 54. 29 Ibídem, págs. 55 y 56. 27


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Belgrano, la Patria al Norte

El 26 de febrero de 1813 le comenta a “mi hermanito Agustín”, como él le llamaba, las expectativas por las acciones de las tropas: Me alegra en primer lugar la prosperidad con que van nuestras cosas en esas partes. Por momentos aguardamos el feliz resultado de la pericia y valor de nuestras gentes y de la protección visible del cielo, que estancias sus aguas cediendo a las circunstancias. Aquí contamos decididamente con la victoria. ¡No quiera Dios que suceda un momento aciago a los muchos que gozamos de alegría! Cuando escribo esta ya supongo en acción a nuestras tropas.30

La carta continúa con muchos comentarios, críticas y elogios de temas políticos nacionales, provinciales y hasta internacionales. Finalmente se refiere al reconocimiento al mérito de Tucumán por la Batalla del 24 de septiembre de 1812: Te lamentas de que no es conocido el mérito de Tucumán. Te engañas. Belgrano ha llenado el pueblo de cartas con mil y quinientas ponderaciones de los tucumanos y de sus servicios. Corren por Buenos Aires, y todos están poseídos del servicio extraordinario de tu tierra. A su tiempo, será distinguida y recompensada, como se piensa, efectivamente. Se pedirá relación exacta de sus servicios y se les concederán privilegios que resarzan los desfalcos que ha padecido. Belgrano insiste en esto con eficacia. Aun no es tiempo de disfrutar del bien de los sacrificios.31

Le comenta, además, que la Asamblea, de la cual él era miembro, daba cartas de ciudadanía selladas para quienes las merezcan y que no se reconocían las autoridades civiles y eclesiásticas de la Península, que se borraban sus nombres de los despachos públicos. Respecto a los reconocimientos a los tucumanos que Fray Cayetano Rodríguez afirmaba que estos se hicieron.

Premios a los soldados y condecoración a Belgrano por la Victoria en Tucumán Los soldados que actuaron en la Batalla de Tucumán fueron premiados por Decreto del 20 de octubre de 1812, detallado en 30

Ibídem, pág. 57. Ibídem, pág. 59.

31


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Historia de los Premios de los Premios Militares en la República Argentina.32 Allí se establecía que

[...] a los soldados que militaron en la acción de guerra del 24: [les corresponde] el distintivo de una charretera de hilo de lana blanca y celeste; [...] a los sargentos, un cordón de lana blanca y celeste [...] y al oficial, hasta coronel inclusive, un escudo de paño blanco con orla de paño celeste y en el centro bordado en hilo de seda La Patria a su defensor en Tucumán.

En la parte final, el Decreto instituye: Al general en jefe, un escudo de lámina de oro con el mismo mote; y a los jefes de división y mayor general, otro ídem en lámina de plata. —Fdo. Paso, Belgrano, De Jonte, Tomas Guido, Secretario Interino de Guerra.33

En su Historia de Belgrano Mitre detalla la condecoración que otorgaron al General: “La medalla es ovalada de 0,034 m el diámetro mayor por 0,028 el menor. La inscripción en campo en cinco renglones, rodeada de palma y roble en sotuer, reverso liso”.34 Los especialistas Fernando Chao (h) y Mariano Cohen, en su excelente artículo “1813 – Medallas, premios y distintivos de Belgrano en Potosí” (2020),35 dicen que “coincidiendo con la descripción de Mitre y reproducida por Mom y Vigil, confirmaron los datos recolectados por el numismático Teobaldo Catena en el Museo Histórico de Tucumán “que nos dicen que el único ejemplar hasta ahora conocido en oro, es el que allí se halla y mide 34 x 28 mm”.36 No se sabía que se hizo la “medalla-condecoración”, durante muchos años. No se la encontró en el Museo Mitre ni en otras instituciones, cuando se confeccionó el libro Historia de los Premios Militares, publicado en 1910.

32

Rodolfo Mom y Laurentino Vigil, Historia de los Premios Militares en la República Argentina, Buenos Aires, 1910. 33 Ibídem, págs. 203 a 206. 34 Citado en Historia de los premios..., cit., pág. 206. 35 Fernando Chao (h) y Mariano Cohen, 1813, Medallas, premios y distintivos de Belgrano en Potosí”. En: Academia Nacional de Ciencias. Publicación digital. Buenos Aires, 2020.


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Belgrano, la Patria al Norte

Cómo y cuándo apareció la medalla es otra historia. En octubre de 1977, el señor Miguel Alfredo Nougués dona al Museo Histórico de Tucumán “Pte. Nicolás Avellaneda” su valiosa Colección tucumana de numismática, documentos, grabados y pinturas. Como directora de ese Museo viajé a Buenos Aires a recibir lo donado. Estuve varios días controlando y embalando, los bienes y al finalizar, Nougués me condujo hacia un pequeño mueble con cajoncitos, y me dijo: “esto es lo que más te gustará”. Con asombro vi, en el centro del primer cajón, la condecoración de oro con cinta patria y argolla del mismo metal con la leyenda “La patria a su defensor en Tucumán” que le habían otorgado a Belgrano. Me impactó y emocionó tanto como ninguna otra pieza museológica en mis años de museos. Nougués la había adquirido, mucho tiempo atrás, en un anticuario prestigioso de Buenos Aires.37 Cuando vino a Tucumán, hacia 1988, el numismático Teobaldo Catena, se la enseñé, le sorprendió y fascinó ubicar el destino de la desaparecida medalla de Belgrano. Más adelante, en 2012, la dimos a conocer con el Dr. Carlos Páez de la Torre (h) mediante una fotografía en colores en el libro Porteños, Provincianos y Extranjeros en la Batalla de Tucumán.38

Las noticias del triunfo de Belgrano en Salta Con fecha 10 de marzo de 1813 [debe ser fines de ese mes por el contenido], Fray Cayetano escribe exultante a Molina sobre la victoria en Salta: Me escribes el 22 y aun nada saben en esa del triunfo, de nuestras armas que fue el 20. Muy morosas andan por ahí las noticias. Aquí han llegado a los 9 días y se ha vuelto a romper el aire en salvas, repiques, y vivas, fun-

37 “La condecoración (medalla)” figura con inventario Nº 255 en: Museo Histórico Provincial de Tucumán Pte. Nicolás Avellaneda, Catálogo General, Tucumán, 1981. 38 Carlos Páez de la Torre (h) y Sara Peña de Bascary, Porteños, Provincianos y Extranjeros en la Batalla de Tucumán. Buenos Aires Ciudad, septiembre 2012.


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ciones, iluminaciones etc., viendo asegurada ya nuestra libertad por la parte del Perú. Ha vuelto a resonar el Tucumán, principio de nuestras dichas y sepulcro de tanto diablo transmarino con todas sus dependencias. Dios va con nosotros.39

Le informa, además, que la Asamblea ha pasado orden al poder Ejecutivo, que decretó premios al ejército vencedor, que se erija una pirámide en el campo de la Batalla, que se lleve a debido efecto la que prometió Belgrano en el Campo de las Carreras para eterna memoria de estos dos acontecimientos que han sellado la libertad de la Patria.

Rodríguez se refiere también a la determinación de la Asamblea que el último grado militar sería el de Brigadier por lo que, a Belgrano, por ahora se le había asignado 40.000 pesos que aseguren su subsistencia, “siga o no hasta lo último, la carrera de las armas”. Esto le molestó mucho al franciscano que decía que le “parecía ridícula esa gracia, que le haría mal”.40 Le comentaba que había leído las noticias que Molina le envió de la batalla de Tucumán y le decía [...] que ya estaban impresas, aunque algunas diminutas en el número de cosas. El asunto es que hemos ganado gloriosamente y que han hecho servir tus versos oportunos a imitaciones visibles al elogio de tamaña empresa. El Germen está en el Campo de las Carreras. Allí estoy de continuo y allá se va el corazón donde tengo el Pensamiento.41

Con semblante grave y tranquilo Fray Cayetano, en su extenso escrito “Elogio fúnebre a Belgrano”, de 1821, comentaba la actitud del General después de la Batalla de Salta en el Campo de Castañares:

39

ANH, cit., pág. 61. Ibídem, pág. 62. 41 Ibídem, págs. 63 a 64. 40


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Seguidamente los rendidos, desarmados de esta manera y en confuso tropel, comenzaron a regresar a la ciudad para ocultarse en sus cuarteles; pero la plaza la hallaron tomada ya, que mientras ellos salían a rendirse, las fuerzas de Superí, que mantenían la Merced en su poder, pasaron adelante y se adueñaron de lo demás. Belgrano, entonces, arreglando la columna de su ejército, entró a paso de vencedor a la ciudad de Salta por la calle de la Merced, y doblando por la del Yocci, llamada desde entonces de la Victoria, tomó rumbo al oriente a posesionarse de la plaza, acompañado de músicas militares y mostrando en su semblante grave y tranquilo, a pesar de paso tan extraordinario, la misma impavidez que si hiciera su entrada a la sala de un convite, llevando en su frente, despejada y serena, escrito el lema que fue siempre su divisa: vencer o morir.42

Después de la Batalla de Salta El 9 de abril de 1813, Fray Cayetano escribe a José Agustín Molina y le recrimina duramente, su aprobación, a la indulgencia de Belgrano a los enemigos vencidos: Te veo muy inclinado a apoyar la generosidad de Belgrano en cuanto a dar franquicia a los enemigos, aquí hay opinión, y la mía es que es demasiado Tú dices que la guerra es un mal, pues por lo mismo el modo de concluirla es agarrar las cabezas promotoras. No digo que se les mate, que al fin son americanos, aunque por esta cualidad más, delincuentes, pero largarlos, nada menos habría yo hecho. Proceden de malísima mala fe. Ve aquí, Goyeneche propone armisticio y huye antes de oír la respuesta y se roba el tesoro de Potosí, y aun los principales del pueblo. ¿No te parece bueno? Son perros y es menester ponerles cadenas.43

Sobre otro tema, opinaba Rodríguez en esta misiva, muy sorprendido, ante el silencio de La Gaceta de Buenos Aires, sobre la pirámide de Tucumán:

42

Fray Cayetano Rodríguez: “Elogio fúnebre al General Belgrano”, 1821. En: El Clero Argentino 1810 a 1830 Alocuciones y panegíricos. Edición Museo Histórico Nacional, Buenos Aires, 1907. 43 ANH, pág. 65.


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Antes que tú, extraño el silencio de la Gaceta sobre la pirámide de Tucumán; pero lo cierto es que se mandó en la Asamblea. El redactor de los decretos es el defectuoso. Pero la cosa esta mandada. Ahora ha pedido el Gobierno la lista de los vencedores de Salta y Tucumán para destinarles premios. Todo cuanto se decrete a favor de los vencedores de Salta, comprende a los tucumanos, siendo cierto que ellos son los que más han peleado en Salta. Esta respuesta se me dio a una reconvención que hice (a) unos asambleístas. El meritado del Tucumán es muy volumoso (sic) para que pueda esconderse, aunque quisieran sofocarlos de intento.44

Se dieron importantes premios por las acciones de Salta y Tucumán. Belgrano envió las planillas en las que detallaba minuciosamente los méritos de sus hombres. De ese informe fueron otorgados “escudos de oro” a quienes actuaron en ambas batallas Se confeccionaron 142 escudos de oro y 200 de plata. Este tema lo investigamos y tratamos con Carlos Páez de la Torre (h).45 Sigue, en esta carta, un párrafo sobre el tema, siempre presente en ellos, del Obispo Videla del Pino. Comenta que a Belgrano, con su conocida modestia, no le agradaban las alabanzas. La generosidad de Belgrano con los canónigos y provisor de Salta ¿Cómo quieres que le alcance al señor Videla? Ni este quiere deber su buen éxito a la bondad de los gobernantes, sino a la justicia y mérito de su causa. Sus alabanzas se reciben con vituperios, y alabe o no alabe, no consigue solo latigazos. Esta es la suerte del que no es hombre de bien. La fortuna es que ya lo conoció Belgrano: no levantará cabeza. Nada he oído en contra de él de Zavala y Gascón, pero el golpe irá cuando menos se piense. Está bien que no quiera Belgrano que lo alaben, pero has bien de alabarlo. Bien ha de conocer que tu alabanza es sincera y no hija de la intriga y ambición. Él debía escribirte en esos términos.46

Los temas del Ejército y todo lo relacionado al general Belgrano en su tiempo en el Norte, están siempre presentes en el epistolario del franciscano. En carta del 28 de julio dice:

44

Ibídem, pág. 66. Carlos Páez de la Torre (h) y Sara Peña de Bascary, en: Salta, 1813. La Batalla del Campo de Castañares, cit. Tucumán, junio 2013. Inédito. 46 ANH, pág. 66. 45


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Belgrano, la Patria al Norte

Me alegro con nuestros triunfos arriba. Me dices que los que han huido con Goyeneche y no nombras a Iriarte, siendo uno de ellos. ¡Donde habrá ido ese hombre majadero! Esta sola acción decide contra él.47

En agosto 26 de 1813 Fray Cayetano escribe, tratando de convencer a su amigo Agustín, que se traslade a Buenos Aires, le decía: “Hablaremos del cerro, del campo de las Carreras y del árbol morado, que merece el nombre de Árbol de la Libertad”.48 En esa misma, larga y optimista nota, opina sobre actitud de Obispo de Córdoba con los realistas. Le parecía exageraba sus medidas con los “antipatriotas”. Con que vamos bien por arriba. Aquí se escribe que ha huido el ejército de Lima a la Paz y que no para hasta el Desaguadero. Allá lo seguirán los nuestros. Va furiosa la empresa. Por acá se despliega cada vez más patriotismo. El Obispo de Córdoba empeñado en llenar la confianza del Gobierno por la carta de ciudadanía que ha merecido, ha suspendido de confesar y predicar por antipatriotas a todo el Convento de la Merced, a cinco frailes de mi convento y muchos clérigos. ¿Qué tal refriega! Me parece que anda el hombre por los extremos para poner en el credo el artículo de patriotismo. ¿Qué te parece? ¿Me engaño? 49

El 10 de noviembre de 1813 le escribe una extensa carta entre alegrías, decepciones, esperanzas y vivas al admirado General Belgrano. Finalizaba, un párrafo de la misiva, con un verso de su autoría. Leo tu carta de este correo riéndome a carcajadas al ver la identidad de sucesos de Tucumán y Buenos Aires, con la fingida o supuesta noticia de nuestros triunfos en el Perú. Aquí no quedó títere con cabeza en el primer desahogo del pueblo. Artillería, campanas y un inmenso pueblo que discurría por las calles y plazas anunciaba victorias completísimas y destrucciones totales de los enemigos. En medio de este incendio de cosas abrió el Gobierno sus cartas de oficio, y en la primera impresión de la noticia adversa versa est 47

Ibídem, pág. 72. Susana Frías, acota, a pie de página, que se trataba de un tarco o jacarandá, en las afueras de la ciudad, bajo cuya sombra se sentaban los dos amigos, subrayado en el original. En: ANH, cit., pág. 75. 49 ANH, cit., pág. 76. 48


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in tuctum citham nostra50 durando la suspensión de nuestro ánimo hasta el segundo parte oficial y cartas de los jefes del ejército que nos han llenado de satisfacción y confianza, de gozo porque luego vino el desengaño, y cuando quisiéramos las musas desplegar sus talentos, quedaron embotadas con el susto. Pero tú has dicho bien: no seremos esclavos a pesar de cuantos quieren remacharnos los grillos: La dulce libertad es arma muy poderosa y con ella peleamos por ella misma, temerosos de caer en manos de los piratas europeos que harán de nuestro pellejo pieles para aforrar sus mercaderías. ¡Un demonio para ellos! Amén, Jesús, María y José. Que viva pues la patria, eterna viva, Viva también Belgrano Viva este americano A quien ella debió no ser cautiva: Que siempre sea feliz, siempre señora Y de crudos tiranos vencedora.51

Continúa, Fray Cayetano, la carta y enfáticamente manifiesta su enojo con los enemigos “aunque sean americanos”. Rodríguez era un apasionado y acérrimo anti realista: Enhorabuena, mi amado Agustín y que mueran de mal de rabia los perros enemigos, aunque sean americanos, que merecen más que los europeos una horca por haber degenerado de los sentimientos natos a los hijos del país; como el indigno salteño Castro, que vino a la cabeza de seiscientos hombres, a intimar groseramente rendición de Potosí, a Díaz Vélez. Pero no fue por la respuesta a Roma. Ya suponemos a esta hora dada alguna acción decisiva según el entusiasmo con que explicase Belgrano y otros del ejército, en especial Díaz Vélez. Dios nos ayude. Amén.52

50

Ibídem, pág. 78 “A ello se dirigió, completamente, nuestra conmoción” (subrayado en original), aclaración de Susana Frías. 51 Ibídem, pág. 78. 52 Ibídem.


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Belgrano, la Patria al Norte

Malas noticias. Las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.

Diciembre 10 de 1813. Carta a Molina con la angustia y preocupación por las derrotas en el Norte, los desastres de Vilcapugio y Ayohuma. No dan sus nombres, pero a ellas se refieren. Con qué angustia te escribe mi corazón en lugar de mi pluma [...] Gime tan bien mi patria bajo monstruos tan horrendos o peores que son capaces de arrancar las iras de Dios sobre nosotros del seno mismo de su misericordia. Basta y clamemos al Señor, entre el vestíbulo y el altar. Para que acabe con ellos. Amén. Tú sabrás mejor que nosotros la situación del enemigo y de nuestro pobre Belgrano, aquí sabemos que lo vienen siguiendo, y nada más. De aquí caminan ya mil quinientos hombres con los coroneles San Martín y Martín Rodríguez a obrar de mancomún con Belgrano. Dios componga las cosas. Llevan cañones, fusiles, pertrechos y todo lo necesario. Dejemos obrar a la Providencia.53

En la misma misiva continua con un tema habitual, de Aráoz “el Héroe” y sus “consanguíneos”, le dice: El correo pasado informó Beruti contra ellos a este Gobierno, me dice Laguna, y sucesivamente, ha de aumentar la dosis de sus recetas. ¡Ah, ¡Dios quiera que la condescendencia de Belgrano en este punto, por temas políticos, no tenga parte en sus desgracias! ¿Hará poco eco de la presencia de Dios Entregar a un pueblo de cristianos a las manos de unos lobos carniceros? Ha de llegar día en que yo se lo diga. El alma se me devana al contemplar estas cosas. Pero hay Dios y el volverá por su causa [...] 54

El 26 de diciembre de 1813; Rodríguez, apesumbrado escribe a Molina una larga carta que pinta las angustias, los temores, los enojos de los ciudadanos por los avatares de la guerra. Lo de Vilcapugio y Ayohuma fue un fuerte impacto. Mi amable hermanito, mi querido Agustín: ya el correo pasado te llene mi carta de ayes y lamentos por el contraste que acabamos de padecer en el Perú tanto más doloroso como inesperado, Mi alma se cubre de luto, no tanto 53

Ibídem, pág. 80. Ibídem.

54


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oír el suceso, aunque amargo, cuanto por las causas que lo ocasionan y que ya conocer por esas partes, como lo da a entender bastantemente el capítulo de la carta que me incluyes, de Salta ¿Lo quieres más terminante? Esto me ejecuta a pensar que Dios, con estos castigos, quiere purificarnos y hacernos más dignos o menos indignos, del bien que quiere hacernos. Así yo no desaliento Belgrano escribe con la mayor animosidad y confianza. No se abate este genio cortado a medida de nuestra necesidad. Así quiso que la emulación derribarlo de su puesto, olvidando enteramente sus servicios, pero el coronel San Martín, que ya camino para allí con mil quinientos hombres, armas y pertrechos, se opuso fuertemente en consejo de guerra, protestando no ir a la expedición si se rebaja un ápice la autoridad de Belgrano. En consecuencia, no ha querido ir Belgrano. El San Martín es jefe de provecho, de moralidad y disciplina. Muchísimo ha de hacer. Por lo tanto, no hay que desanimarse. Si Deus et Virgo pronovis, quis contra nos? 55 [...] Aquí hay noticias más avanzadas del estado de Belgrano. Los tucumanos, me parecen, son capaces de meter confusión en las falanges peruanas. La gente que va de aquí es guapa, de confianza y de satisfacción del jefe. Cuando menos hemos de atajarlos para que nos den lugar de rehacernos. Dios nos ayude, nos abra los ojos para calcular nuestros males y acudir con el remedio. No hay que desfallecer, aunque, la emulación, la envidia y los diablos todos se opongan a nuestra dicha.56

El 10 de febrero de 1814 otra larga misiva de Fray Cayetano a Molina, importante por los conceptos y vivencias ante la situación de esos momentos. Recibo tu última carta de 22 de enero y en ella lamentos y descripciones funestas de nuestra amarguísima situación por esas partes ¡Que angustiados los considero! Pero no sé qué fondo de confianza hay en mi corazón, de que Tucumán va ser el centro de nuevos y mayores prodigios a pesar de tantas maldades. San Martín escribe con muchísima animosidad y creo que se hace cargo del ejército por reiterada renuncia de Belgrano. De este nada sabemos aquí, tocante a su destino. Esperamos que Díaz Vélez que esta al llegar levantara el velo a grandes misterios que aquí se encubren y punzan la curiosidad de muchos. A este lo han acribillado aquí con pésimos informes de su conducta. El diablo los entienda. Chiclana lo acribilla a Vélez, Ocampo a Belgrano y este causa [acusa] a Ocampo por ladrón. Esto segundo es lo cierto

55

ANH, cit., pág. 82. “Si Dios y la Virgen están con nosotros, ¿quién contra nosotros?”. Nota al pie. Aclaración de Susana Frías. 56 Ibídem.


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Belgrano, la Patria al Norte

[...] El asunto interesante ahora es que no tome el enemigo posesión del Tucumán. La razón, breve, que me das de nuestro armamento me consuela. No son poca cosa tres mil hombres, otros tantos fusiles y cañones, sin contar con el valiente paisanaje tucumano. Ya habrán llegado los negros: Me aseguran que San Martín pide ahora mil quinientos hombres, no sé de donde salgan. El sitio de Montevideo nos quita muchos auxilios.57

Más adelante, en otro párrafo, le dice: “Me acaban de asegurar que van a Belgrano despachos del Gobernador de Córdoba ¿Qué te parece? Aunque otros me dicen que baja a Córdoba a esperar órdenes del Gobierno, y esto será lo más cierto”.58 El 26 de marzo de 1814, Molina recibe carta de a su amigo. Se refiere a San Martín en Tucumán, a Belgrano y a la súplica que hicieron por él con la firma de sesenta ciudadanos. Le comenta que los “incomparables” no habían firmado. Recordemos, con el doctor Miguel Ángel de Marco, que “después de las derrotas en el alto Perú, el Triunvirato decidió el relevo de Belgrano, quien lo había solicitado el 17 de diciembre de 1813. Fue designado el Coronel José de San Martín como mayor general del Ejercito del Norte, quien manifestó su resistencia a aceptar esas funciones, pero el Triunvirato le hizo saber que el mismo Belgrano lo había solicitado”.59 Al dejar el Ejercito del Norte, Belgrano dirigió una proclama a los pueblos del Alto Perú, fechada en Tucumán, 25 de febrero de 1814, “en la que se refiere a la enseña que le había acompañado en la victoria y en el infortunio: He depositado en sus manos [se refiere a San Martín] la bandera del Ejercito que en medio de tantos peligros he conservado, y no dudéis que la tremolará sobre las más altas cumbres de los Andes, sacándoos de entre las garras de la tiranía y dando días de gloria y de paz a la amada Patria.60

57

Ibídem, pág. 85. Ibídem, pág. 86 59 Miguel Ángel de Marco, Belgrano Artífice de la Nación, soldado de la Libertad. Emecé. Buenos Aires 2012 Pág. 212 60 Ibídem, pág. 217. 58


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Decía, además, Fray Cayetano en la mencionada carta del 26 de marzo: Me alegro, mi hermanito, que Tucumán imponga respeto a las animosidades de Pezuela y Castro. Sea el motivo que sea, ellos no bajan. Se escribe aquí de cierto, la retirada de estos hombres de Salta. Se me ocurre no sea añagaza de Pezuela para arrancar de Tucumán a San Martín, temeroso de acometerlo en sus trincheras. En fin, ahí lo verán mejor y serán la barrera que ataje los males que nos amenazan en esa parte. Dios quiera que no debiliten las fuerzas sacando a Belgrano ¡Es buen empeño, por cierto! Malditas sean las pasiones, amen. El informe, o suplica de ese pueblo me dices, ha llegado con sesenta firmas. Según me aseguran, no sabemos el resultado. No han firmado los incomparables, esto abona en sumo grado las representaciones de ese vecindario El estiércol de sus firmas habría apestado las vuestras. Bueno es que Belgrano conozca experimentalmente su yerro. No puedo desprenderme de la idea que su deferencia con los héroes ha tenido mucha parte en sus desgracias. Algún día se lo he de decir cara a cara.61

En carta del 10 de abril del 14. Rodríguez se lamenta de las novedades sobre Belgrano después de Vilcapugio Ayohuma. Decía que echaba maldiciones a las pasiones de los hombres que perseguían a los mejores hijos de la Patria. Mucho siento también la novedad de Belgrano. Sus émulos la celebraran. Pero el tiempo levantara el velo a estas máquinas ocultas. La nobleza de Belgrano no permita fundar sospechas contra él. Ya conocerás su falta. Cada día que me levanto de (la) cama echo una maldición a las pasiones de los hombres que arruinan nuestra Patria persiguiendo a sus mejores hijos. Corre también que viene Jonte preso para acá y Chiclana desterrado a Famatina. Tu nada me dices y lo supongo falso. No permita Dios que el Tucumán se enrede y todo esto se lo lleve Satanás.62

En carta del 26 de abril 14, Fray Cayetano decía a Molina: Me escribes que has visto carta de Belgrano de Santiago. Aquí me han dicho muy de adentro que le va la orden para que camine a la Rioja. Mucho fuego hay contra este pobre después que se ha sacrificado hasta no más.

61

ANH, cit., pág. 91 . Ibídem, pág. 91.

62


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Paciencia, creo que según la cuenta la representación de ese pueblo habrá encendido más la cosa.63

En otro párrafo, de esta larga misiva, le comenta sobre la “Proclama de Belgrano a los pueblos del Perú” que su hermano Domingo la mando imprimir: Vi a Belgrano, me dice que te ha escrito de confianza. Pensó hacer gestión sobre tu asunto, pero lo consideró después inoficiosas atendidas las circunstancias del día en que el nombre de Belgrano male olet [huele mal] por el influjo de tanto mal que nos rodea. A pesar de esto propuso y suplicó al Gobierno que os dieran 100 pesos para el desempeño de la comisión y solo concedió cincuenta y quizá porque lo pide Belgrano. Paciencia. La especie que acabo de escribirte del destino de Manuel [Belgrano] a La Rioja es falsa. Me acaba de decir Domingo [Belgrano] que le fue orden para que estuviese donde quisiese. Supongo que habrá llegado por allá la proclama que echó a los pueblos del Perú en el momento de la derrota, exhortándola a que nos desfalleciesen y argumentando que ha pedido el mismo al Gobierno a San Martín para que lo reemplace, y derramándose en elogios de él. Aquí la hizo imprimir Domingo [Belgrano] para que vean si la hermosura es capaz de sublevaciones y maldades que le acumulan para echarlo de Tucumán. Pero ya sabemos el origen. El conocerá en sus desgracias a los picaros que favoreció y quienes fueron sus amigos.64

Carta del 10 de mayo de 1814. Con mucha aflicción le dice a Molina: “Una puñalada es la noticia de la enfermedad de San Martín. Dios sabes y tú también, si ya no es alma de otra vida. Aquí se hizo luego consejo de guerra y esto me huele a que la cosa viene abultada. Vaya de desgracias. Paciencia”.65 Carta del 10 de junio de 1914. El franciscano escribe a José Agustín satisfecho con el entusiasmo de su amigo con los festejos tucumanos del 25 de mayo. Le informa que Rondeau había sido destinado a Tucumán, en caso que San Martín siguiera enfermo. Le decía que era buen general, militar de talento y valor y amable. 63

Ibídem, pág. 94. Ibídem, pág. 95 65 Ibídem, pág. 96. 64


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Que en el sitio de Montevideo demostró su pericia. Que esperaban se reponga San Martín “porque hace falta”. Terminaba: “Leo tu décima de repente. La Patria es una nueva musa que influye divinamente”.66 Carta del 26 de junio de 1814. Fray Cayetano escribe, informando, a Molina sobre Rondeau y que vio a Belgrano. A Rondeau que ya camino para esa, se le hace chasque avisándole de todo para que camine en alas de contento y gozo de ver el fruto de sus acertadas disposiciones y militar constancia [se refería a la rendición de Montevideo] [...] Llegó el Marques del Valle de Tojo. He ido a verlo y no lo hallé. Llegó también Belgrano y aunque lo detuvieron en Luján, ya bajado a su chacra de la Costa.67

Carta del 26 de julio de 1814. Rodríguez se dirige a José Agustín más optimista y como siempre al tanto de todas los temas vinculados a las acciones del Ejército en el Norte y de la importancia de Tucumán por la causa patriota. La otra banda está enteramente evacuada de enemigos y las atenciones todas serán Tucumán y el Perú. Tu pueblo se cubre de gloria con haber sido el muro y antemural de nuestra causa que nunca ha podido destruir el enemigo. Yo me lleno de complacencia, mi hermanito, de contemplarlo; ya se guardará Pezuela de acometerlo. No solamente tú, sino otros muchos, dicen asertivamente que se retira de Salta y aún hay carta que ya lo supone en el Volcán. Satanás se lo ha de llevar si no desaloja todo el Perú y se muda a Lima.68

Carta del 26 de agosto de 1814. Fray Cayetano escribe entusiasmado por las noticias del Norte. Le comenta sobre la fábrica de fusiles de Tucumán, la que a Belgrano le preocupaba mucho. Ya el 6 mayo de 1812, el general decía al Triunvirato: [...] Si en alguna parte se necesita un oficial de juicio, probidad y entereza para mandar, es en Tucumán está allí la interesante fábrica de fusiles, que 66

Ibídem, pág. 99. Ibídem, pág. 101. 68 ANH, cit., pág. 105. 67


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con buena dirección debía haber presentado ya otros efectos, es el punto de mayores recursos para el ejército donde todo debe caminar con la mayor celeridad. Actualmente me veo detenido, con perjuicio de la causa, por la dilación escandalosa que ha habido para remitirme la artillería, municiones y vestuarios que pedí luego que llegué a Yatasto.69 [...] Mi Agustín, hermanito del alma: por tu carta de este correo quedo enterado de nuestra situación en esas partes ¡Gracias a Dios! La retirada de Pezuela afianza la noticia que nos ha venido de Chile, deposición de Abascal e instalación de nuevo gobierno [...] Ya han salido tropas de aquí. Alvear camina dentro de quince días. El coronel Monasterio va también a arreglar esa fábrica de fusiles y pasar a Potosí, cuando se desocupe a levantar de nuevo las máquinas de la casa de la moneda. Todo denota que no pensamos sucumbir al adorado Fernanduco. Vaya a un cuerno. Amén.70

Las cartas después de septiembres de 1814 Desde septiembre de 1814, en las cartas de Rodríguez hay comentarios sobre la designación de Belgrano en “una comisión” en la corte de Londres, “no sabemos para qué”, decía. Más adelante, en octubre, le expresa a Molina: “Me dices que nada te gusta la designación a España de Belgrano y Medrano”. Le explica que “no es a España, sino a Londres”. Continuaron en cartas siguientes comentando de esto que “no sabían mucho de qué se trataba”. No profundizan mucho el tema ya que las cuestiones que les preocupaban eran las de Belgrano en el Norte. El 26 de noviembre le informa que se verificaba viaje a Londres de Belgrano y Rivadavia.71 En carta del 16 de octubre de 2014 el franciscano comenta sobre la reciente Provincia de Tucumán, se alegra de esto y que habría que designar diputados por ella y, como de costumbre, temía que fuese designado el “héroe”, como llamaban a Pedro Miguel Aráoz: “Doy mi honora buena porque Tucumán se ha hecho cabeza de

69

Manuel Belgrano, Documentos Archivo Belgrano Museo Mitre, Tomo IV. Buenos Aires, 1914, pág. 123. 70 ANH, cit., pág. 110. 71 Ibídem, pág. 119.


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Provincia independiente de Salta. Los hermanos salteños levantaran la voz. Pero que importa”.72 Diez días después le escribe nuevamente:

Ya salió en La Gaceta el decreto de la erección de Tucumán en Provincia aparte de Salta. De consiguiente hay que nombrar diputado para la Asamblea porque deben ser dos porque es capital de Provincia. Oh por Dios, que vean a quien nombran. Que no vengan con algún botarate como el Héroe. ¡Ojalá cayera la suerte en ti, mi amado Agustín.73

En esta época intercambiaban muchas y diversas noticias, entre ellas, el 10 de diciembre, le dice “que le envía Bula en que se restablece a los Jesuitas, para que tengas la satisfacción de felicitar con ella a tu tío Diego”. Se refería al jesuita Diego León Villafañe, el jesuita.74 En carta del 26 abril de 1815, Fray Cayetano, entre otros comentarios, le informa a Molina: [...] Se deshizo la Asamblea y se invitara a los pueblos para un Congreso Nacional, como es debido, donde convenga, quizá sea en Tucumán. Se a relegido de este Pueblo a Rondeau, y se le manda diputación para que se detenga todo el tiempo que estime necesario para concluir la obra en el Perú y después venga. Veremos si viene.75

Poesías patriotas. Alabanzas censuradas En varias cartas de 1815, le escribe sobre cuestiones vinculadas a la gran pasión que ambos compartían por la poesía patriótica y a problemas con algunas aparentemente censuradas.

72

Ibídem, pág. 114. Ibídem, pag. 117. 74 Ibídem, pág. 121. 75 Ibídem, pág. 129. 73


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El 28 de junio de 1815 el franciscano escribe: Mi amable José Agustín, hermanito de mi alma: recibo tu carta que empieza por la alabanza de mi oda al “Día Augusto de la Patria”. Tu siempre lees las cartas cuanto de levantas de la cama, es decir, con lagañas, Cuando lo hice me pareció mediana; a pocos días me pareció cualquier cosa y no quiero leerla más porque no me da en rostro. Conque si el autor, que por común se apasiona por sus producciones, le asienta tan mal su obra, ¿Qué diremos de los demás? Añádase a esto que tú eres muy apasionado y no tienes voto en mis cosas. Conque chitón. Tu odita me la ha reservado Belgrano hasta aquí. No le reconvengo porque piense que me das parte de tu correspondencia con él. Ella saldrá. Me alegro que hayas hecho algo y que vean tu modo de pensar, aunque es oído público aquí mismo.76

El 10 de julio de 1815 le comenta: Ya he averiguado por qué no se ha impreso tu oda, aunque ha gustado a todos y han sentido la casualidad. Te encargaron laudases en ella a Artigas, y como este hombre malo ha vuelo a incidir en sus antiguas maldades y se ha concitado de nuevo el odio de Buenos Aires, me he alegrado infinito que no se haya impreso, habiendo sido detestada, como ha sido también la mía hecha a Alvear antes de su caída, aunque tú y yo hemos sido suplicados para hacerlas. Nunca hagas laudatorias a sujetos particulares. El que hoy es santo mañana es diablo y queda uno en descubierto.77

El 26 de julio de 1815 le informa: Acabo de componer tu oda que estaba sembrada de alabanzas a Artigas: La he limpiado enteramente de cuanta expresión huele a esto. Hubiera querido quitar también el nombre de Álvarez y Thomas, no porque no merezca su elogio sino porque no conviene interesarnos en público por nadie. Ninguno se eleva y entra a mandar al gusto de todos y, al fin, degeneran con el decurso del tiempo y entonces el laudante carga la parte de la indignación del pueblo insensato que no distingue tiempos ni momentos. Jamás trabajes para elogios de particulares. A mí me pidió la misma oda para elogiar a Álvarez, pero me desentendí y la hice para el 25 de mayo.78

76

Ibídem, pág. 132. Pag. 136. 78 Pág. 140. 77


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Se aproxima el Congreso

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Carta del 10 de septiembre de 2015. Fray Cayetano se preocupa y se lo dice, molesto, a su amigo quien encontraba inconvenientes para que el Congreso se realizara en Tucumán. Le recrimina y le hace notar aspectos importantes sobre la inconveniencia que este se realice en Buenos Aires. Expone argumentos de peso y elogia a Tucumán: Hora encuentras mil escollos para que el Congreso sea en Tucumán. ¿Y dónde quieres que sea? ¿En Buenos Aires? ¿No sabes que todos se excausan [por excusan] de venir a un pueblo a quien miran como miran como opresor de sus derechos y que aspira subyugarlos? ¿No sabes que aquí las bayonetas imponen la ley y aterran hasta los pensamientos? ¿No sabes que el nombre porteño esta odiado en las Provincias Unidas o desunidas del Rio de la Plata? ¿Qué avanzaremos en con un Congreso en que no da de presidir la confianza y la buena fe? ¿Te parece que aquí mismo se desea la reunión en este pueblo? Te engañas. Es menester dar un testimonio de sacrificio todo por la unión y la paz. Tucumán es pueblo pacífico, en buena distancia de todas las ciudades, no funda celos entre los concurrentes y es una localidad agradable.79

La carta es larga y con muchas opiniones de Fray Cayetano para que el Congreso se realice en Tucumán. El 18 de septiembre de 1815 Rodríguez escribe a Molina diciéndole, en primer lugar, que lo encontraba más sereno lo cual le complacía. Entre otros temas, se refiere a una novedad sobre la fábrica de fusiles de Tucumán, la que fue una preocupación para Belgrano: Estoy lleno de contento por la hermosa carabina fabricada en Tucumán, que se ha graduado aquí de tan buena, que ha salido en los papeles públicos su elogio y el aviso que el Director va a mandarla en presente al Director de las Provincias Unidas del Norte para que vea los ensayos de las Unidas del Sud. Esto da honor a los habitantes del Salí, espectadores de Aconquija.80

79 80

145. Ibídem, pág. 148.


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Los temas políticos estaban siempre presentes en sus comentarios, en la misma carta el apasionado Fray Cayetano comenta sobre Artigas, a quien indiscutiblemente no quería. En muchas cartas lo expresa: Corren noticias, escritas en Santa Fe, que está muy enfermo Artigas. Dios quiera glorificarlo. Amén. Es un canalla intolerable, aunque ahora se ve odiado por todos: portugueses, paraguayos, porteños, y el paso cerrado para Santa Fe y Córdoba, dos indecentes pueblos que le habían tomado por protector contra Buenos Aires.81

Carta del 10 de octubre de 1815. Se refiere a Tucumán, y como se actuó ante la primera sublevación autonomista del teniente coronel Juan Francisco Borges, en 1815, para lograr la autonomía de la ciudad de Santiago del Estero y su jurisdicción. Fray Cayetano le decía a Molina: Me ha cuadrado enormemente la energía de Tucumán en el acontecimiento de Santiago. Ha sido un atentado de Borges y el gobernador de la provincia no debió mostrarse indiferente: Han dado los hombres en que los pueblos no han de conocer cabeza, cada uno quiere gobernarse por sí mismo. Si Borges y con él otros, han pensado así, sepan que el Tucumán es cabeza de provincia, que Santiago es un tenientazgo y nada más y que antes del Congreso no han ellos de fijar forma de Gobierno. Este es mi parecer.82

Cabe recordar que, al año siguiente, el 10 de diciembre de 1816, el coronel Borges encabezó una segunda rebelión autonomista en Santiago del Estero. Derrocó al gobernador Ibáñez, asumió su cargo, negando obediencia al gobernador de Tucumán Araoz y al jefe del Ejército del Norte Manuel Belgrano. Ante esta situación Belgrano ordenó al tucumano Gregorio Araoz de Lamadrid que sofocara el movimiento. Borges fue batido en Pitambalá, y el general ordenó se lo fusilara.83

81

Ibídem. Ibídem, pág. 150. 83 Carlos Páez de la Torre (h), “El Fusilamiento de Borges”. En: La Gaceta, Tucumán, 16 de mayo de 2013. 82


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Carta del 26 de octubre de 1815. Por esa época se alistaba Fray Cayetano para su partida hacia Tucumán, comenta a Molina como sería el viaje, donde se alojaría. Expresa su preocupación por la demora en “Cantar el triunfo en el Perú [...] ya que los pueblos acéfalos sin conocer un poder reconcentrado hacen mil disparates”. Por eso, decía, “a toda costa debe realizarse el Congreso y constitución”. Le comentaba, además, de una carta de Belgrano desde Londres en la que el General opinaba sobre nuestra independencia: Escribiendo esta me hacen leer capítulo de carta de Belgrano desde Londres, que asegura que esta tal las cosas de Europa que el mismo Fernando, va a ser el primero que reconozca nuestra independencia y añade el descontento universal con el Rey, aún de los franceses con su Luis XVIII, por no querer entre ambos sujetarse a la constitución que han jurado. Mira como están las cosas.84

Al terminar la nota le anunciaba: “A nuestras vistas, te diré cosas muy graciosas que no quiero fiar a la pluma”.85 Había, afortunadamente, también tiempo para el humor.

1816. Un año sin correspondencia de Fray Cayetano En el año 1816 lamentablemente no hay cartas de Fray Cayetano Rodríguez. Se encontraba en Tucumán por las sesiones del Congreso. En esa época, Belgrano estuvo muy activo en Tucumán, y con temas de la Asamblea a la que brindo un informe reservado, expuso que “consideraba la forma de gobierno más conveniente para estas provincias era una monarquía temperada y que había que llamar a la dinastía de los Incas “por la justicia que envolvía la restitución de esta casa” y por el entusiasmo general que provocaba la noticia entre los habitantes del interior.86 El Congreso 84

ANH, cit., pág. 152. Ibídem, pág. 153. 86 Miguel Ángel de Marco. “Artífice de la Nación, soldado de la libertad”. Emecé, Buenos Aires, 2012, pág. 254. 85


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declaró oficial la bandera del Belgrano como símbolo de la Unión y le había designado Comandante del Ejército del Norte y Capitán General de la Provincia.

Correspondencia de 1817 La correspondencia de fray Cayetano a su amigo José Agustín Molina se reanuda en 1817. El Congreso ya estaba instalado en Buenos Aires. Las reuniones de la Asamblea le ocupaban mucho su tiempo y las cartas de esa época, como era habitual, tratan de temas políticos y familiares No olvidan a Belgrano y en algunas misivas se refieren al general. En carta del 3 de agosto de 1817; el franciscano escribe a su amigo, alegrándose que Tucumán ya tuviera imprenta. Es la que Belgrano instaló en Tucumán en 1817 y en la que el general editaba El Diario del Ejército auxiliador del Perú.87 Mucho me llenan las noticias del Interior, y que ya Tucumán vea imprenta. Gazcón me ha prometido el diario del Ejército, de que hay aquí dos números. ¿Pero Belgrano no se mueve? ¿Y por qué? Sigue quejándose amargamente a este gobierno del dómine Bernabé, que le obstruye todos los caminos para progresar con su ejército, lo pinta muy feo y con mucha instancia.88

Las diferencias de Belgrano con Bernabé Araoz eran notorias en esa época... “todos saben que las relaciones entre ambos se han vuelto tirantes”. Belgrano lo tacha de reticente en el suministro de auxilios a las tropas —por eso había presionado al Directorio para que lo relevase— y Aráoz le negaba autoridad para revisar las cuentas del tesoro provincial. Eran problemas creados por la larga

87

Pedro León Cornet, “Los propósitos y contenidos del “Diario del Ejercito Auxiliador del Perú”, editado en Tucumán”, en: Revista de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán N° 16, Tucumán, 2018. 88 ANH, cit., pág. 164.


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permanencia del Ejército y por las fricciones inevitables entre dos autoridades cuyas competencias no estaban bien delimitadas. Belgrano, además de jefe del Ejército, tenía título de “capitán general de las Provincia”.89

El 26 de septiembre de 1817 Rodríguez comenta a Molina los cambios en el Gobierno de Tucumán: se iba Bernabé “que ya estaba decidida su renuncia” y en su lugar sería designado el gobernador de Catamarca Mota Botello.90 El 18 de diciembre del 17 se refiere a Güemes, con quien en esa época las relaciones con Belgrano no eran buenas, le decía que el salteño anunciaba venida del enemigo para hacerse de municiones, y pertrechos de guerra y que: “Gracias a Dios Belgrano ha sabido responderle [...] Yo sé que no ha de bajar el enemigo, y ojalá lo intentara”.91

Preocupación por la salud de Belgrano enfermo En carta del 3 de diciembre de 1819 Fray Cayetano escribe desconsolado a Molina: Mucho me desconsuela la indecisión de los médicos acerca de la salud de Belgrano, yo estoy que aunque la recupere, no quedará capaz de empeñarse en dirigir personalmente su ejército. Que horizonte tan feo se me representa respecto del Perú, cuando echando la vista por todas partes no hallo quien reemplace a Belgrano. No lo hay mi Agustín, quien reúna el lleno de sus virtudes, digan lo que quieran. ¡Que trastorno causan las pasiones! Tengo momentos tan aciagos y tristes que quisiera no existir.92

89

Carlos Páez de la Torre (h) y Sara Peña de Bascary, en: Porteños, Provincianos..., cit., pág. 59. 90 Ibídem, pág. 166.


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El 10 de abril de 1820 Cayetano Rodríguez escribe a su amigo Molina, la que sería la última carta de este epistolario, con una triste noticia: “Belgrano ha llegado acá hace seis días. Esta bastante malo y dudan todos de su salud y aun de su vida”.93 Fray Cayetano visitaba asiduamente a Belgrano en sus últimos días. Le afectó profundamente su muerte. Así lo expresa en su extenso escrito “Elogio fúnebre al General Belgrano”, de 1821.94

Los últimos días del General Manuel Belgrano En los primeros días de febrero de 1820 emprendió viaje a Buenos Aires, acompañado por Redhead, por el capellán Villegas y por sus ayudantes de campo Gerónimo Helguera y Emilio Salvigni. Tras un penoso viaje, arribó a Buenos Aires al empezar abril. Allí su vida se fue apagando lentamente. La suya fue la muerte de un hombre justo y cristiano. Sus últimas palabras fueron dichas al doctor Castro con voz apagada: “Pensaba en la eternidad adónde voy, y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos trabajarán por remediar sus desgracias”. El 20 de junio de 1820, a las siete de la mañana entregó, su alma a Dios, sereno, sin alardes, fortalecido por la fe religiosa que nunca le abandonó. Fue sepultado en el atrio de la iglesia y convento de Santo Domingo, amortajado con el hábito de esa orden, conforme era su voluntad. Una losa de mármol cubrió la fosa con una simple leyenda: “Aquí yace el general Belgrano”. Dice Mitre: Así murió, así fue enterrado y así se hicieron los funerales del general Manuel Belgrano, en medio de la anarquía que devoraba a la República Argentina, y de la indiferencia pública, que por algún tiempo más siguió pisando la losa de su sepulcro, colocado bajo la planta de los que pasaban, sin sospechar que allí se encerraba la más pura y una de las más altas glorias de la patria independiente y libre, merced a sus esfuerzos y a sus largos trabajos.95

93

Ibídem, pág. 199. Fray Cayetano Rodríguez: “Elogio fúnebre al General...”, cit. 95 Carlos Páez de la Torre (h) y Sara Peña de Bascary, en: Porteños, Provincianos..., cit., pág. 51. 94


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A modo de conclusión

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El epistolario de Fray Cayetano Rodríguez, a su amigo el doctor José Agustín Molina, brinda importantes datos históricos. Es, además, una pintura notable de época para comprender hechos y personajes en tiempos de la independencia. En, este caso, lo relacionado al General Belgrano en el Norte desde Tucumán 1812, hasta su muerte en Buenos Aires 1820. Con un lenguaje de impactante franqueza, no escatima elogios y duras críticas a protagonistas del momento. Se aprecia la gran admiración, respeto y afecto a Manuel Belgrano. La virtud de sus opiniones y comentarios, reside precisamente, en que se volcaron en el momento que ocurrían los hechos. Los relatos conmueven, emocionan por la naturalidad en que son expresados, tanto en alegrías como en pesares. Los párrafos elegidos, para esta nota, se refieren únicamente a Belgrano y su tiempo. Pero, cabe aclarar que, en el extenso epistolario, hay cuestiones apasionantes de ese periodo. Sucesos narrados, por aquel testigo privilegiado de los históricos sucesos, a su amigo tucumano. Además, es un placer recorrer el epistolario de Fray Cayetano Rodríguez, fuente inagotable de testimonios y vivencias.

Bibliografía Academia Nacional de la Historia, Fray Cayetano Rodríguez. Correspondencia con el Doctor, José Agustín Molina, 1812-1820. Compilación y Estudio preliminar de Lic. Susana R. Frías. Buenos Aires, 2008. Belgrano, Manuel, Documentos Archivo Belgrano Museo Mitre, Tomo IV. Buenos Aires 1914. Documentos Archivo Belgrano Museo Mitre, Tomo IV. Buenos Aires. 1914. Chao (h), Fernando y Cohen. Mariano, “1813, Medallas, premios y distintivos de Belgrano en Potosí”. En: Academia Nacional de Ciencias. Publicación digital. Buenos Aires, 2020. Cornet, Pedro León, “Los propósitos y contenidos del “Diario del Ejercito Auxiliador del Perú, editado en Tucumán”, En: Revista de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán N° 16, Tucumán, 2018. De Marco, Miguel Ángel Belgrano Artífice de la Nación, soldado de la Libertad. Emecé. Buenos Aires, 2012.


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Frías, Susana, “Estudio Preliminar”, Fray Cayetano Rodríguez. Correspondencia con el Doctor, José Agustín Molina 1812-1820”. Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 2008. Furlong Guillermo S.J. El trasplante Cultural – Ciencia”. Buenos Aires 1967. ———. Diego León Villafañe y su Batalla de Tucumán, Buenos Aires, 1962. Mitre, Bartolomé. Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Tomo I. Editorial Jackson. Buenos Aires, 1953. Mom, Rodolfo y Vigil, Laurentino, Historia de los Premios Militares en la República Argentina, Buenos Aires, 2020. Museo Histórico Provincial de Tucumán Pte. Nicolás Avellaneda, “Catálogo General”, Tucumán, 1981. Páez de la Torre (h), Carlos, Historia de Tucumán, Plus Ultra. Buenos Aires, 1987. ———, “La crónica del Congreso”, La Gaceta, Tucumán, 2015. ———, “La larga amistad de dos congresales”, La Gaceta, Tucumán, 2016. ——— y Peña de Bascary, Sara, Porteños, Provincianos y Extranjeros en la Batalla de Tucumán, Emecé, Buenos Aires Ciudad, 2012. ——— y Peña de Bascary, Sara, Salta 1813. La Batalla del Campo de Castañares, Inédito. Tucumán, 2013. Peña de Bascary, Sara, “Tucumán 1812, Vida cotidiana en tiempos difíciles”. Actas IX Jornadas La Generación del Centenario y su proyección en el Noroeste Argentino (1900-1950). Fundación Miguel Lillo Centro Cultural Alberto Rougés, Tucumán, 2013. Perilli de Colombres Garmendia, Elena, “¿Realistas o Revolucionarios? Entre el Rey y el nuevo orden”, Revista de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán Nº 16, Tucumán, 2019. Rodríguez Fray, Cayetano, “Elogio fúnebre al General Belgrano 1821”. En: El Clero Argentino 1810 a 1830 Alocuciones y panegíricos. Museo Histórico Nacional, Buenos Aires, 1907.


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Índice / Presentación

Índice

A modo de presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 Manuel Belgrano, servidor de su Patria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Teresa Piossek Prebisch Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano. Una vida marcada por la orfandad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16 Sara Graciela Amenta Dos siglos, la Batalla de Salta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 Carlos Páez de la Torre (h) Belgrano y la importancia de conocer el territorio del país . . . 70 Gregorio A. Caro Figueroa Un lugar en el mundo. Belgrano y un proyecto urbano para San Miguel de Tucumán, 1812-1820 . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93 Juan Carlos Marinsalda Imágenes Belgranianas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 Apéndice gráfico color

Médicos, capellanes y sacerdotes cronistas en el Ejército del Norte (1812-1820) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149 Elena Perilli de Colombres Garmendia


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“... En el día se trata de monarquizarlo todo ...”. Debates en torno a la monarquía. El protagonismo de Belgrano . . . . . 182 María Cecilia Guerra Orozco Penurias y contrariedades de Belgrano en el Norte . . . . . . . . . 211 Pedro León Cornet Sitios belgranianos en Tucumán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 224 Félix Alberto Montilla Zavalía Belgrano en el Norte según Fray Cayetano Rodríguez en su epistolario y otros escritos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241 Sara Peña de Bascary



JUNTA DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DETUCUMÁN Miembros de Número Arq. Alberto Nicolini (1972) Lic. Teresa Piossek Prebisch (1988) Sra. Sara Peña de Bascary (1988) Dra. Celia Terán (1988) Prof. Lucía Piossek de Zucchi (1994) Prof. Elena Perilli de Colambres Garmendia (2001) Dr. Diego E. Lecuona (2001) Dra. Olga Paterlini de Koch (2001) Prof. Nélida Beatriz Robledo (2006) Prof. Irene García de Saltor (2006) Arq. Marta Beatriz Silva (2006) Dr. Félix Montilla Zavalía (2010) Dr. Pedro León Cornet (2013) Dra. Gabríela Tío Vallejo (2014) Dr., Florencío Gílberto Aceñolaza (2017) Dra. Sara Gracíela Amenta (2017) Mgr. Cecilia Guerra Orozco (2020) Dr. Facundo Nanni (2020) Miembros Correspondientes ThcumánProf. Silvia Formoso Lic. María Florencia Araoz de Isas Prof. Olga Líliana Asfoura de Adad Prof. María de las Mercedes Cerviño Prof. Marta Inés Zavalia Lic. Gloria Zjawin de Gentilini Dra. Beatriz Vitar Mukdsi Dr. Agustín María Wilde -SaltaSr. Gregorio Caro Figueroa Sr. Leandro Plaza Navamuel Prof. Olga Chiericotti - CatamarcaLic. Marcelo Gershani Oviedo Santiago del Estero Dr. Atilio Virgilio Castiglione




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