La hoja rota

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VI Certamen de Relato Corto “Ciudad de Bailén”


I.S.B.N.: 84-932450-8-3 Depósito Legal: J-528-2003 Diseño, impresión y encuadernación: A. Elorza. Industria Gráfica Plaza Reding, 1 23710 Bailén (Jaén) Teléf.: 953 670 818 Fax: 953 676 329 correo electrónico: elorza@bailen.com Edita: Concejalía de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Bailén. Colabora: Área de Cultura y Deportes de la Excma. Diputación Provincial de Jaén. Portada: Confusiones del olvido. Autor: José Ramón Luna de la Ossa. Premio a la mejor colección en el VI Certamen de Fotografía “Ciudad de Bailén”. Nombre de la colección: “Diario de abstracciones”.


Es un placer poder ofreceros, en esta VI Edición de Relato Corto “Ciudad de Bailén”, los relatos ganadores del año 2002. Una vez más podemos deleitarnos con estas historias que reflejan el interés y la implicación personal de un número, cada vez mayor, de personas que deciden participar en estos certámenes literarios desde muy diversas partes de España, e incluso del extranjero. Siempre es gratificante saber que un grupo de personas está esforzándose por hacerse un hueco dentro de la literatura e intenta, a base de constancia y de trabajo, ser reconocido dentro de este difícil mundo de las letras. Por esto, y como Alcalde esta Ciudad, me enorgullezco de poder contribuir al sueño de todas estas personas y os animo a que participéis en cuantos certámenes literarios se os presenten a lo largo de vuestras vidas. Un cordial saludo. Bartolomé Serrano Cárdenas Alcalde del Excmo. Ayuntamiento de Bailén



La hoja rota


Título: La hoja rota Autor: Juan Manuel Jurado Romero Primer Premio del VI Certamen de Relato Corto “Ciudad de Bailén”


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La primera luz del crepúsculo atravesó dificultosamente las nubes que, a lo largo de toda la tarde, habían estado liberando su húmeda exuberancia. Sobre las mesas de trabajo, dispuestas a la intemperie, los maestros pintores habían colocado unos lienzos tapando los tarros de tintes y aceites, evitando así su mezcla con la lluvia descargada. Algunas de las antorchas del exterior, descansando sobre sus soportes, ya iluminaban los claroscuros regalados por el atardecer. Las hogueras, encendidas desde el alba, fueron avivadas para combatir la paulatina disminución de la temperatura, un descenso animado por el aire difundido desde la Sierra de Lues, frío extendido a ritmo lento, igual que la llegada de la noche. La mayoría de los artesanos casi todos contratados en las aldeas cercanas: Botaya, Binacua, hasta en Jaca, a la que pocos años antes se le había concedido el título de ciudad y desde la que llegaban los suministros más 9


importantes y abundantes , iniciaron entonces el regreso a sus casas, merecido retorno tras más de catorce horas de severa labor. Unos pocos maestros, los traídos desde las tierras del Reino de Zaragoza, del Condado de Barcelona o, como el reputado escultor Aniano Garcés, procedente de la costa cántabra, se dispusieron a acudir a la cena compartida con la Comunidad. Después se retirarían a las habitaciones construidas para su alojamiento, poco más que barracones que serían demolidos al término de la obra. Acababa de iniciarse octubre y el rey Pedro I completaba la sucesión de su padre Sancho Ramírez, el más grande y generoso protector que jamás llegó a tener el Monasterio, muerto a principios de junio mientras sitiaba Huesca. En estos días, se habían reunido en las cercanías del templo muchos de los hombres que luego compondrían las tropas solicitadas por Rodrigo Díaz de Vivar a su amigo el señor de Aragón, soldados a los que esperaba impacientemente para defender la reconquistada Valencia de los ataques de los Almorávides. Como homenaje a su padre, que descansaba entre estos muros, Pedri I había prometido acudir a la consagración de la nueva Iglesia del Monasterio de San Juan de la Peña, prevista para el cuatro de diciembre de este mismo año, el 1094. Las obras, ya en su tramo final, vivían una desesperada aceleración desde que, mediado el pasado verano, se supo que el rey vendría. Se emplearon nuevos braceros, se mantuvieron los almacenes repletos, se aumentaron las pagas y se rezó con más fervor. Los escasos dos meses que ahora les separaban de la fecha deseada habrían de ser recordados años más tarde por los monjes más veteranos como una época de gran confusión, en la que el régimen monacal se vio 10


atropelladamente trastornado, resultando imposible dedicar un solo minuto al recogimiento y la meditación. Hacía cuatro días que el abad Aimerico había retornado de su último viaje a Cluny. Desde entonces no conocía el descanso, a pesar de las magníficas nuevas que tanto el prior Esteban como el limosnero Bliger le dieron al llegar: las importantes aportaciones reales ahora se acompañaban de un gran éxito en la recaudación, en la última colecta entre los fieles y peregrinos que veneraban las reliquias de san Indalecio había funcionado la generosidad. Los fondos se habían incrementado en tal cuantía que, por fin, podrían adquirir el Monasterio de Cercito. Ésta había sido la tercera visita de Aimerico a los hermanos de Cluny desde que, hace nueve años ya, substituyó al frente del Monasterio al abad Sancho, tiempo que ahora se veía culminado con la edificación de la nueva Iglesia. Sentía su obra concluida, su misión plenamente ejecutada, con este nuevo santuario se certificaría el afianzamiento de la orden benedictina cluniacense en el Reino de Aragón y Navarra y San Juan de la Peña sería foco de irradiación de fe y conocimiento. ¿Por qué, entonces, si se acumulaban las buenas noticias y el futuro se vislumbraba diáfano, el abad Aimerico parecía ser ajeno a esta dicha, estar sumido en una sombra que oscurecía su imagen, enlutaba sus grandes ojos verdosos y llegaba a imponerle un abierto desinterés por la agitación que le rodeaba? Hermano, ¿os encontráis enfermo? se interesó el prior Esteban ante las murmuraciones que había levantado la evidencia. ¿Enfermo? No, no. Solamente estoy muy cansado. Los caminos franceses están impracticables y 11


el regreso ha sido una verdadera tortura. Debería prohibirse viajar por Francia en otoño argumentó, con una sonrisa apenada, el abad. Descansad, entonces. Si os parece bien, continuaré reemplazándoos hasta vuestra recuperación. Cuando Esteban cerró la puerta de la celda, Aimerico se levantó de la banqueta, único asiento de la estancia y, con un candil en la mano, se dirigió al baúl que le había acompañado en su periplo francés. Por la estrecha ventana surgía ocasionalmente, como si se escondiera, una luna llena empeñada en protagonizar la oscuridad de la noche. Los pobres reflejos de las antorchas y de las hogueras se manifestaban insuficientes para quebrar la negrura, casi absoluta, que se adueñaba del espacio de aquel cuarto y el monje tuvo que aumentar la llama proporcionada por la lámpara. Abrió la cerradura del arca, y tras colgarse de nuevo a su cuello el cordón que la amarraba a su presencia, levantó la tapa. Apartando hábitos, libros y algunos manuscritos accedió hasta el fondo del baúl. De allí sacó lo que el abad de Cluny le había legado. En sus manos tenía el motivo de su pesadumbre y abatimiento. 00000 ¿Qué os parece? Magnífica. Sin duda estáis acrecentando vertiginosamente tanto la cantidad como la calidad de los volúmenes de vuestra biblioteca. De ella se habla con admiración en toda Europa. Huges, sabedor de la trascendente importancia que su archivo estaba adquiriendo con el paso del tiempo, mostraba orgulloso a Aimerico las dimensiones de la que él denominaba “La fuente de la sabiduría”, 12


aumentada varias veces para poder abarcar los documentos, legajos y ejemplares de todo tipo que llegaban al Monasterio y que se sumaban a los producidos por los propios monjes. El abad de Cluny recibía así al mejor de la Orden al otro lado de los Pirineos, otorgándole las oportunas atenciones al que, en gran medida, era representante de la corona aragonesa, hoy aliada imprescindible en la expansión de la congregación por tierras hispanas. Habían salido juntos del refectorio tras una frugal comida y, después de un breve paseo por el claustro, resguardándose del riguroso calor que el fin del verano estaba regalando a estas tierras habitualmente frescas, el abad Huges se dirigió al scriptorium, al que ambos se asomaron silenciosamente. Al menos quince monjes trabajaban sobre pergaminos y manuscritos con tintas, pigmentos y barnices que otorgaban al aire de aquella sala una densidad adormecedora. Después, sabiendo que a sus espaldas quedaba uno de los más importantes centros de la erudición europea, entraron en la biblioteca donde, el de Cluny, agradecido por las alabanzas recibidas de Aimerico, invitó a éste a sentarse en uno de los bancos de lectura apostados a lo largo de la sala. Una vez en el asiento, el francés declaró: Vuestra visita ha sido providencial. Creo recordar que estuvisteis por última vez con nosotros hace aproximadamente cuatro años. Aún no se han completado, fue en marzo del año 1091 cuando tuve la honra de ser acogido por vuestra comunidad. Recuerdo muy gratamente aquellas dos semanas en las que vos me… Sí, sí. Es verdad, recuerdo aquellos días interrumpió el abad Hugues, usando una medida 13


brusquedad Quería rememorar esa fecha porque coincide exactamente con el inicio de la pequeña historia que debo contaros. Perdonadme un momento. Miró a la estantería situada a su izquierda y se levantó. Con detallada lentitud fue examinando cada uno de los tomos. Pasaba la punta de los dedos por los lomos, alzando fortuitamente alguna mínima nubecilla de polvo. Con un gesto de aprobación iba escogiendo de entre los demás algunos libros y pareció dar por terminada su búsqueda cuando regresó trayendo entre sus brazos tres ejemplares de encuadernación tosca que contrastaban con otro tomo de lujosa cubierta en piel curtida. Con cuidado, el abad de Cluny depositó los cuatro manuscritos sobre la mesa. Poco después de vuestra marcha el hermano Benoit partió hacia el Burgo de Santa María, en Osuna, ¿lo conocéis? El abad de San Juan de la Peña asintió silenciosamente. Recuerdo que por aquel entonces comentamos que bien podrías haber realizado gran parte del camino juntos si las circunstancias que le llevaron hasta la comarca castellana, ajenas a la historia que me propongo narraros, hubieran sido conocidas antes detuvo su discurso y recolocó los textos en la tabla, aunando los tres ejemplares de apariencia vulgar y separándolos del cuarto . Por favor, tomad este libro y hojeadlo. El abad Hugues le estaba ofreciendo el primer volumen del trío. Inmediatamente Aimerico reconoció aquellas palabras, aquellas frases, aquellas menciones al fin del mundo. Todavía quedaban resonancias de la 14


gran difusión que los comentarios al Apocalipsis escritos por el abad del monasterio de San Martín de Liébana trescientos años atrás tuvieron al final del anterior milenio, cuando todos temían que se cumplieran las peores predicciones sobre el futuro de la humanidad. Observo que no os es desconocida la obra aseguró Hugues, sondeando las aprobatorias manifestaciones de su acompañante. En absoluto. A pocas personas ilustradas se le escaparía la naturaleza de este libro. La fama del mismo ha sobrepasado los muros de los monasterios contestó el abad Aimerico al tiempo que le devolvía el manuscrito. Cierto. Este ejemplar se redactó en el año 895, y este otro en el 946 una sucinta pausa sirvió a Hugues para comprobar que tenía toda la atención del invitado. Recogió el tercero y prosiguió . Este está datado en el 796. La expresión del abad de San Juan de la Peña corroboró al de Cluny que había producido la sorpresa que esperaba obtener. Pero… eso significa que… Exacto. El Beato todavía vivía cuando se transcribió este manuscrito. Como sabéis, dos años después moriría. Extraordinario, ¿me permitís? preguntó Aimerico alargando un brazo a la espera del singular códice. Sin entregar el reclamado tomo, guardándolo entre sus manos, el abad de Cluny se levantó. 15


Dirigiéndose hacia una de las ventanas, el monje parecía ir en busca de la luz, alzando la cabeza hacia la parte más alta del ventanal, allí por donde entraba todo el potente resplandor del mediodía, dejándose iluminar, como si solicitara ser alumbrado en la elección del camino correcto. Mientras, turbado por la actitud de su anfitrión, Aimerico permanecía sentado, expectante, preguntándose sobre las razones de esta extraña situación. Segundos más tarde, cuando Hugues inició el retorno a la mesa, el abad aragonés sostuvo serenamente la imperturbable mirada que le escrutaba. Este ejemplar lo trajo el hermano Benoit de su viaje a Osuna informó el francés mientras tomaba asiento . Le fue entregado por don Fabián Gozalo bajo la promesa de que jamás saldría de este monasterio. Contiene los doce libros con los comentarios del Beato y, salvando algún error en la traslación del texto, es idéntico en lo esencial a estos otros, o a cualquiera de los que se hayan distribuido por toda Europa. Hugues debía estar en la frontera del medio siglo. Para un seglar puede ser complicado acertar la edad de un monje pues el hábito concede la intemporalidad, imprescindible para un fraile al acceder a un lugar donde el contaje del paso del tiempo es un ejercicio totalmente secundario. Pero para Aimerico, las huellas que la vida monacal labra en las manos, la frente y hasta en la forma de caminar eran evidentes. Alto, delgado y nervudo, el abad de Cluny había trocado la afabilidad con la que agasajó a su huésped en una seriedad distante, una gravedad sin indulgencias a la que Aimerico asistía anclado en el banco, mudo en la espera, impaciente ante la segura intuición de que estos comentarios del Apocalipsis no eran como los demás. 16


Sospecho que estáis intentando averiguar dónde ha de terminar la confusión a la que os estoy sometiendo afirmó Hugues leyendo la inquietud de su contertulio . Antes, si me lo permitís, me gustaría que vierais este otro libro. Arrastrándolo por la madera, le aproximó el volumen ricamente editado. Se trataba de un códice en el que, a los comentarios del de Liébana, se habían añadido múltiples ilustraciones, minuciosas, coloristas y luminosas miniaturas que relataban, paralelamente al escrito, el advenimiento del Apocalipsis. A Aimerico no se le ocultaba el alcance de este tipo de obras pues, desde los más diversos monasterios y llevados por los vaticinios milenaristas, los últimos cien años habían sido prodigiosos en la realización de estas muestras artísticas. En vuestras manos está el trabajo del hermano Cyriaque durante los últimos dos años. Ahora le podríais encontrar en el scriptorium, a pesar de que mucha de su visión y de la sensibilidad de sus dedos se encierran entre esas páginas. Es difícil valorar si las pérdidas por él sufridas son compensadas por la belleza del resultado final. A nosotros, sólo nos toca evaluar la magnífica calidad de su trabajo en la certeza de que los siglos venideros no conocerán los padecimientos de nuestro hermano. Quisiera que observarais … y al tiempo comenzó a pasar las hojas una a una . Sí, aquí está, esta miniatura. En ella se representaba a tres ángeles, dos en primer plano sosteniendo al unísono un libro y el tercero, detrás de estos, sustentando la trompeta apocalíptica. Por encima de todos ellos se colocaba 17


San Juan bajo la forma de águila con el Apocalipsis en sus manos. Al conjunto lo enmarcaba un arco sustentado por dos columnas sobre las cuales se percibía una inscripción de caracteres desconocidos. Hermosa imagen, sin duda. Al igual que todas las que he podido ver respondió Aimerico a la vez que comenzaba a hojear otras pinturas. No, no, por favor, seguid observando esa página, dejar el manuscrito abierto en ese punto. Ahora, os ruego que leáis esto y le entregó el libro que hasta entonces había sostenido firmemente, indicándole el texto que debía leer. 00000 Amaneció con la luz refulgente y luminosa de un sol que dispersaba la oscuridad pero era incapaz de atenuar el frío que proclamaba la inminencia del invierno. Aunque débiles, las primeras nieves cayeron dos días antes y todavía quedaban algunas islas blancas en las zonas de sombra perenne. La inmensa roca que acogía el monasterio de San Juan de la Peña serviría hoy de pórtico para recibir a los muchos señores y altos prelados que, encabezados por el rey Pedro I acudirían a la consagración de la Iglesia nueva. Ya se acercan por el camino de Santa Cruz de la Serós anunció Esteban al abad Aimerico. Reunida en la catedral de Jaca, la comitiva partió hacia la abadía poco antes de rayar el alba. Junto al rey, el obispo Pedro de Jaca, el arzobispo Amado de Burdeos, legado pontificio, y el obispo Godofredo de Maguelonne. Acompañándoles, diversos condes, gran parte de la corte, abades de otros monasterios y una importante profusión de invitados y curiosos que después rivalizarían por lograr un puesto desde donde 18


poder ver a los dignatarios. Los actos, alargados durante toda la jornada, pasaron de la solemnidad y sencillez de la bendición de os nuevos muros a los festejos multitudinarios en las explanadas exteriores al monasterio. El rezo se transformó en música y baile y el silencio quedó reducido al interior del convento, mientras fuera estallaba la algarabía generalizada. Las crónicas hablaron de más de tres mil almas reunidas aquel día. En cambio, tanta ánima y tanta alegría no pudieron consolar el abatimiento de Aimerico que, encerrado en su celda, se excusó ante todos y renunció al festejo aduciendo una fatiga que le impedía formar parte de la celebración. Adelante respondió el abad a la llamada que había golpeado la puerta de su aposento. La figura que cerró tras de sí el acceso a la estancia permaneció quieta en la penumbra de la entrada. La media luz permitió a Aimerico comprobar que no se trataba de ningún hermano, ni de alguien que vistiera hábito. ¿Quién sois? interrogó el monje ante el silencio que se había impuesto. Debo rogaros que me lo entreguéis. La presión en las venas de Aimerico aumentó en tal grado que creyó que caería desmayado fulminantemente en ese mismo instante. Su intuición no le había engañado, desde que hubo regresado de Francia arrastró la seguridad de que la herencia que se le había transmitido estaba envenenada. No había compartido con nadie su tenencia y con suma urgencia había escondido la mayor parte de ella, aprovechando las obras, dentro de una caja que ahora formaba parte de uno de los altares de la nueva Iglesia. 19


No sé de qué me habláis acobardamiento de sus palabras le delataba.

pero el

Debéis entregármelo el hombre, una vez ronca superpuesta en un susurro, continuaba inmóvil en el lugar que inicialmente ocupara . Por vuestro bien y el de vuestra comunidad dadme lo que os he pedido. Quiso gritar, pero con la primera sílaba clamada y confundida en el griterío exterior, Aimerico recibió un golpe que le sumió inmediatamente en la inconsciencia. A la mañana siguiente, cuando el hermano Ramón entró en la celda para despertar al abad, que no había acudido al rezo de la hora prima, pudo comprobar que dormía sosegadamente. Conocedor del delicado estado en que se encontraba últimamente, no le despertó, recogió un recipiente de cristal que estaba sobre la banqueta y limpió una pequeña mancha de líquido al pie de la cama. Nunca volvería a despertar. Moriría cuatro días después sin haber recuperado la consciencia. Nadie supo dar una explicación cierta a su muerte, aunque todos esperaban algún triste desenlace de la postración en la que el hermano había caído dos meses antes. Nadie se percató de la ausencia de un pergamino cuando abrieron su baúl para retornar a la comunidad sus pertenencias.

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Por tercera vez sonaba el Flower duet del Lakmé de Delibes. No importaba. Cecilia Bartoli podía continuar incansablemente en su intento de alcanzar el cielo, los únicos oídos que la escuchaban estaban plenamente dedicados, conquistados, dejándose arrastrar hasta el borde del sonido perfecto. Las hiedras, la profusión de plantas nacidas desde el suelo o colgando de los techos envolvían el momento mágico en el que Germán estaba atrapando el conjuro ofrecido por la voz de la cantante. ¡Vamos! la imperativa orden de Isabel resolvió la volubilidad del hechizo al despojarle de los auriculares . Te espero en la habitación. Empezaba a caer la tarde y la mitad del claustro del Parador de la Seu d’Urgell era ya un campo vegetal inmerso en la sombra especial que se posa cuando la tardía luz pirenaica es cercenada por el contorno de los 21


gigantes de roca a los que ilumina. El confortable sillón, el embriagador efecto del perfume de la vegetación condensando el silencio, la historia contenida por la piedra de los capiteles, corona de las columnas y a la vez sustento de los arcos, y en la que se adiestraban las edificaciones modernas, invitaban todas las tardes al viaje hacia la serenidad que Germán se proponía con sus discos compactos y su discman. No era una estancia plenamente ofrendada al deleite, pero en algunas ocasiones se hacía más complicado asegurar dónde se encontraba el placer o el trabajo, o si el trabajo se transformaba en placer, Traídos por su investigación, complemento y continuación del trabajo que ya publicaron cuatro años antes sobre la literatura milenarista, Isabel y Germán, tras muchas reticencias, negativas y excusas, habían logrado obtener los permisos necesarios para estudiar el Beato de Liébana que el Museo Diocesano de Urgell atesoraba. Comprendan que todavía quedan muchos resquemores y la susceptibilidad de los responsables del Museo está más que justificada les dijo el obispo de la diócesis en una ocasión . Hace dos años que su pretensión hubiera sido imposible, ya saben que el códice fue robado del propio Museo. Nunca me cansaré de repetir que rozamos el milagro el día en que la Guardia Civil recuperó el Beato. Asomada a la ventana, Isabel se deleitaba en la contemplación del sosiego que subía desde el carrer de Sant Domènec, la ausencia de todo alboroto conseguía que el rumor de los paseantes se combinara con los ecos que el tiempo almacenaba entre las calles, en una miscelánea de mutuo respeto y aprendizaje. A su izquierda se levantaba, como auténtico centro de gravedad de la Seu, la catedral de Santa María que, a 22


esta hora, proyectaba su opulenta sombra sobre la Plaça dels Oms. Dándose media vuelta, en espera de la aparición de Germán, Isabel conectó el ordenador portátil al enchufe de la línea telefónica y lo puso en marcha. Mientras la computadora arrancaba se despojó de la ropa y, segundos después, se encontraba bajo una abundante ducha de agua tan caliente que no era posible discernir la frontera entre calor y ardor y que, inmediatamente, convirtió el baño en una densa aglomeración de vapor. Cualquier día saldrás directamente de la bañera a la unidad de quemados de un hospital. ¿Cómo puedes soportar esto? preguntó él desde la puerta, sin poder pasar al aseo ante la violencia con que la niebla le negaba la entrada. Esto es sólo un sistema de autodefensa, listo. Así impido que te acerques… Envía los archivos, el ordenador ya está preparado exclamó Isabel desde detrás de la cortina. Cuarto día en La Seu. Antes de iniciar su trabajo en el Museo ya conocían perfectamente el texto y cada una de las miniaturas, pero el contacto con la piel, con los pergaminos, las caricias a los mismos pliegos que hace casi mil años recogieron el arte de algún monje desconocido, revelaban detalles que ni las más fieles reproducciones sabían transmitir. A diferencia de otros Beatos, el conservado en La Seu no aportaba ninguna información sobre su autoría o procedencia y, aunque coincidían con otros expertos en la datación cronológica, colocando el libro en los últimos años del siglo XI, ellos defendían un origen distinto al que otros habían expuesto. Mientras la mayoría de los estudiosos 23


consideraban este Beato proveniente de algún monasterio de La Rioja, ellos habían aventurado que era más probable encontrar su nacimiento en tierras francesas. Su labor ahora se centraba en la búsqueda de datos que corroboraran la teoría que sustentaba. Todas las tardes enviaban al buzón del correo electrónico de la Facultad las anotaciones, referencias y fotografías que a lo largo del día reunían. La alianza entre antigüedad y modernidad se revelaba especialmente fructífera en algunas ocasiones; ahora, por ejemplo, recibían los comentarios que Luis les hacía sobre lo que ellos habían remitido ayer. De esta forma las observaciones, fotografías de otros Beatos y puntos de vista de otros autores complementaban y enriquecían su trabajo en el Museo que, por otro lado, estaba muy limitado en el tiempo, solamente disponían de dos días más para recoger lo que consideraran interesante. El domingo regresarían a Madrid. ¿Algo nuevo? preguntó Isabel enfundada en la toalla y secándose lentamente el cabello. La pregunta aparentaba carecer de importancia, no parecía esperar ninguna respuesta. Abriendo el armario dejo caer la toalla al suelo y se puso una camiseta, cogida de una estantería. En algún momento deberá detenerse esta metamorfosis, de lo contrario llegará a dolerte tanta belleza. Cada día eres más bonita. Isabel, que se había ido aproximando lentamente hasta Germán, le sonrió complacida, le besó suavemente y le respondió con un “gracias” que arrastraba la ese en un gesto de cómplice sugerencia. Cuando él parecía apresar la aparente proposición y se disponía a responder con mayor vehemencia a su beso, ella volvió a preguntar: 24


¿Algo nuevo? Examinando de reojo a su compañera, observó la pantalla y comprobó la ventana del programa de correo electrónico. Ha terminado de llegar la respuesta de Luis debajo de éste, sin asunto en el título, aparecía un mensaje en la lista de entradas . ¿Y esto qué es? colocó el puntero del ratón sobre él y lo abrió. “Abandonen la búsqueda. La historia no permite perturbaciones”. Ambos se miraron, torcieron al unísono los labios en una mueca de incomprensión e indiferencia y sin concederle ninguna importancia, iniciaron el trabajo que todas las tardes, hasta la cena, les sumergía en la discusión de los apuntes, notas, observaciones y comparaciones que la información recién llegada les facilitaba. Mira, aquí están los libros de Cluny dijo Isabel abriendo uno de los archivos que Luis les había enviado. Gran parte de la defensa de su teoría se sustentaba en varios libros custodiados por el monasterio de Cluny. Allí se conservaban dos volúmenes con los comentarios del Beato, fechados en los siglos IX y X, siendo el texto de este último muy coincidente con el incunable de La Seu. Además, la biblioteca de la abadía francesa era rica en códices miniados realizados a lo largo del XI. La comparación entre las técnicas y tradiciones pictóricas de diversas obras arrojaban muchas coincidencias entre los libros probadamente franceses y el Beato de La Seu d’Urgell. 25


Aquella noche se regalaron una ensalada tibia y unos cargolls a la llauna en el restaurante del propio Parador. Ignorantes de si perpetraban algún sacrilegio culinario, pero seguros de que sus paladares se lo agradecerían, acompañaron la cena con uno de los mejores brut de las cavas de Sant Sadurní d’Anoia. El resultado final de la acumulación de placeres iniciado en el comedor acabó entre las sábanas de la cama. Ninguno de los dos conocía mejor método para recuperar la capacidad de asimilación de la que mañana tendrían que volver a echar mano. La fecha más temprana continúa siendo 1147. Antes de ese año no existe ninguna referencia a nuestro Beato y todo lo que puede aventurarse son conjeturas. Ni las vinculaciones de Alfonso VI o Armengol V con La Seu son suficientemente esclarecedoras de la procedencia del códice. Vuestra teoría es, desde luego, novedosa, e históricamente más arriesgada que las hasta hoy mantenidas. Espero que tengamos el privilegio de ser los primeros en conocer las conclusiones a las que lleguéis tras una pausa que escondía la solicitud que acababa de efectuar, prosiguió . Bueno…, voy a continuar con mis tareas. Hasta luego. El archivero del Museo, como cada mañana, les dejó en la sala donde Isabel y Germán habían constituido su aula de investigación. Cercanos al fin del tiempo concedido, ella examinaba el lugar que ocupó la página desaparecida tras el robo de 1996. Esta fue la única circunstancia que empañó el aclamado éxito de la recuperación de la obra que, a principios de 1997, regresó a las vitrinas de las que fue hurtada. 26


No se trata de un accidente, la cortaron con sumo cuidado. Fíjate, ninguna de las páginas anexas ha sido dañada. Germán, ante su requerimiento, se acercó hasta Isabel y comprobó que, ciertamente, quedaba un pequeño fragmento, perteneciente a lo que fue el folio, y que mostraba claramente haber sido seccionado en una perfecta línea recta. Sin duda tendrían la intención de venderlo en fascículos. Debe ser más rentable aseguró Isabel, que ahora contemplaba una reproducción de la hoja ausente. Por uno de sus lados la página se llenaba prácticamente con la escritura de los comentarios apocalípticos en la letra visigótica redonda que caracterizaba a toda la obra, sólo alguna filigrana lateral y un pequeño adorno al final del texto iluminaban la redacción. La otra cara se colmaba con una miniatura en la que tres ángeles y un San Juan se colocaban bajo un arco de medio punto soportado por dos columnas. La policromía obedecía al modelo que se repetía en otros dibujos del mismo Beato: predominio de los tonos rojos contrastando con los fondos amarillos de las escenas celestiales y los morados del ámbito terrenal. Esta distribución del color era la misma que los monjes cluniacenses de la abadía francesa utilizaron en sus láminas de fines del siglo XI. Sugestionada por esta línea de estudio, comenzó a tomar notas sobre sus apreciaciones al tiempo que abría algunos archivos en el ordenador con las imágenes enviadas ayer por Luis. Muchas de las representaciones de los manuscritos de Cluny venían a confirmar su hipótesis, incluso algunos documentos utilizaban el mismo tipo de letra que el empleado en el Beato. Pero ni una ni otra prueba podían 27


ser consideradas concluyentes, este colorido y esta caligrafía fueron bastante comunes en los reinos del norte peninsular y sur de Francia desde el siglo X al XII. Observando las ilustraciones ofrecidas por el ordenador, Isabel creyó observar algo familiar en alguna de ellas e inició un repaso que se detuvo en la representación de lo que debía ser considerado un ensayo previo al dibujo final, una prueba de distribución de colores, formas y figuras. En el pergamino, no perteneciente a ningún libro y fechado en el año 1093, se agolpaban distintas clases de A mayúscula, diversos modelos de estrellas de ocho puntas, una ala angelical replegada y una columna de la que nacía medio arco. Aquello que le resultaba conocido se encontraba en el interior del pilar y de la inconclusa arcada, una mezcolanza de símbolos ignotos que se distribuían por toda la extensión de la arquitectura. Afirmando silenciosamente con su cabeza, Isabel cogió la hoja que contenía la copia de la página desaparecida en el Beato. Sonreía satisfecha cuando llamó de nuevo la atención de Germán. ¿Qué quieres ahora?

inquirió él.

Acércate y mira esto. Cuando él levantó la cabeza tras el examen de todo lo que ella le había puesto delante, acertó a repetir todas las conclusiones a las que Isabel había llegado en sus reservadas especulaciones. Esto no son cenefas decorativas, carecen de simetría, no repiten el motivo a lo largo de los trazos de las columnas. Se distribuyen caóticamente, ¿o no? Pero son los mismos signos en ambos dibujos miró a la mujer que ahora recibía emocionada la ratificación 28


de que algo importante se les estaba mostrando Isabel, ¿sabes lo que has descubierto?

.

La prueba que estábamos buscando. Eso es lo que he encontrado. El resto del día lo pasaron catalogando la multiplicidad de símbolos distintos que poblaban ambos dibujos. Era necesario un estudio mucho más pormenorizado, pero los primeros resultados de las someras observaciones a las que pudieron llegar esa mañana les conducían hasta una trascendental conclusión: era la misma mano la que delineó las dos pinturas. La procedencia francesa del Beato, aún más, su ubicación exacta en el monasterio de Cluny, podía ser probada. Cuando dieron por finalizado el primer registro de signos, rastrearon el contenido de todas las miniaturas, de todo lo grabado en su base de datos, y no encontraron nada semejante a lo descubierto. Al final de la tarde tuvo que ser un conserje del Museo el que les reintegrara la percepción del paso del tiempo para recordarles que ya habían cerrado las instalaciones y debían abandonar la sala. Aunque exultantes, fueron prudentes y no dieron publicidad a sus hallazgos. Tiempo habría, con más pruebas que las proporcionadas por la alegría, de hacer públicas las averiguaciones. Desde el Museo hasta el Parador les separaban escasamente dos minutos de recorrido, pero esa tarde, necesitados de recibir aire nuevo, de acumular contactos con la realidad y percibir que toda la jornada no había sido una fantasía que les hubiera embaucado en la apariencia de un deseo largamente perseguido, tomaron la dirección contraria y, resguardados por los pórticos del carrer Major, decidieron abrazarse, 29


reconocer sus cinturas como punto de amarre y pasear, deleitarse en la certeza de sí mismos, acomodarse al sentimiento de ser importante, de ese que no precisa del reconocimiento de ningún otro, sólo del que así lko distingue. En el Parador, con la llave de la habitación les entregaron un sobre. Lo ha traído este mediodía un mensajero confirmó el recepcionista.

le

Mientras esperaban el ascensor Germán abrió la carta y sacó una hoja de color verde. En ese momento se abrieron las puertas del elevador y entraron, junto a otro huésped, en la cabina. Cuando el aparato inició el ascenso pudo leer: “Quieren encontrar el orden en el caos y sólo hallarán padecimiento. Ya les hemos advertido que no continúen. Son inteligentes y sabrán entender lo que les estamos aconsejando. Saben que no les ha sido dada la facultad de entrar en el corredor de la historia”. Abandonado el ascensor y acercándose a la habitación, Germán le entregó a Isabel la nota. Para tratarse de una broma se lo toman muy en serio. Suena a verdadera amenaza de película negra. Aunque estas tentativas poéticas, el orden y el caos, el corredor de la historia… son un poco de serie B declaró ella a la vez que atravesaba el umbral. ¿Te acuerdas del correo de ayer? Seguro que es el mismo capullo. ¿Sabes tú de qué va esto? Germán depositó sobre la cama la mochila con el ordenador, los cuadernos y todo el material que les acompañaba en esta investigación mientras Isabel negaba con un gesto de 30


despreocupación . Lo raro es que poca gente sabe que estamos aquí y, además, ¿quién puede conocer esta dirección de correo electrónico? El buzón no tiene más de una semana, me lo ha abierto el departamento para usarlo estos días. Me parece que es algo más que una broma. Isabel, alejada de lo que Germán sugería, arrastraba aún la tonificación que la caminata le había regalado. Estimulada por el descubrimiento que se anunciaba trascendental, su imaginación ya estaba íntegramente centrada en diseñar el nuevo proyecto que consistiría en la exploración de la colección de símbolos hallados, deseo que ansiaba iniciar a la mayor brevedad. Como a la mayor brevedad se estaba mostrando necesario diluir la sombra de preocupación que se intuía en la actitud de su compañero. Le quitó el papel de las manos y le dijo: Esto no va con nosotros. Mira lo que dice, que somos inteligentes y entendemos el consejo. Es evidente que se equivoca, ¿verdad? Yo puedo asegurar que eres el más tonto de todos los tontos a los que quiero y sin otorgar la más mínima posibilidad a que emprendiera algún tipo de queja, le besó con la profundidad y las ganas que la felicidad d sentirse plena le adjudicaba generosamente. La décima campanada coincidió con el momento en que Germán colgaba el teléfono. Cenaron en la habitación acompañados por un concierto de Henry Butler que, aleccionando a su piano, desplegó un nocturno puente desde Orleans hasta La Seu d’Urgell. Poco después de oír el solitario repique anunciador de la inmersión en la madrugada, la luz que se escapaba por la ventana se apagó, señal que aprovecharon las 31


dos figuras que habían estado observándola desde la calle para alejarse en dirección al Seminario Conciliar. 00000 Todavía quedaban más de tres semanas para el inicio del curso. A pesar de ello, los pasillos y las aulas ya iban ofreciendo un adelanto de lo que a lo largo de ocho meses sería un espectáculo de transeúntes aparentemente sumidos en un babel incierto. Isabel, que este año se vería mucho más liberada de la servidumbre de las clases, ya que Germán asumiría sus compromisos mientras ella se dedicaba casi enteramente a terminar el proyecto, estaba esta mañana especialmente radiante. Tomaba posesión de su despacho, se reencontraba con las carpetas, apuntes, anotaciones y libros acumulados en los últimos seis años y que, habiendo colonizado todo el espacio disponible en las estanterías, iniciaron la emigración hacia el suelo, el alféizar de la ventana y redujeron el espacio útil de la mesa a la anchura del cuerpo de Isabel. Cualquier desconocedor de su método de archivo, básicamente fundado en una prodigiosa memoria histórica que sabía ubicar cada documento en el lugar exacto en que fue depositado la última vez que fue utilizado, creería encontrarse ante un almacén previo al envío hacia el reciclaje de kilos y kilos de papel. Transcurridos cinco días desde su regreso de la comarca leridana, este jueves preotoñal se desempaquetaba como el regalo previo al enorme esfuerzo que se avecinaba en los siguientes meses. Imbuida de la energía conquistada en los Pirineos, no demoró el inicio de los primeros pasos de la investigación que, en el receso de los pasados días, definió con total minuciosidad: contactar con Adolfo Cerrada y Jean Coquelet, ambos en la Sorbona; poner patas arriba todas las bases de datos de todas las 32


universidades del mundo y, si el presupuesto y la generosidad del rector se lo permitían, un viaje al mismo monasterio de Cluny. El plazo impuesto por la Facultad para terminar la monografía llegaba hasta la próxima primavera, de tal forma que fuera posible publicarla e incluirla para su presentación en algún curso de verano. En total, y apurando todas las horas, siete meses que pronto, como siempre, empezarían a revelarse insuficientes. Su labor se vería facilitada en gran parte por la abundante bibliografía sobre Cluny a la que se unían la perfecta catalogación y digitalización de sus documentos antiguos. De hecho, no llegaba con las manos vacías a su despacho, pues del Catalogus abbatum Cluniacensium y de otros registros, ya había obtenido la relación de monjes que pertenecieron al monasterio en la segunda mitad del siglo XI, con el abad Hugues a la cabeza, época alrededor de la cual manejaba la hipótesis de la creación del Beato. Germán apareció en la entrada y, con dos suaves golpes a la puerta, llamó la atención de Isabel. Toma, te la dejaste encima de la cama le dijo él entregándole su agenda, perfecto ejemplo de armonía en la confusión. Gracias contestó, apresándola con un guiño de gratitud . ¿Adónde vas? Tenemos una de esas reuniones dedicadas a decir que todavía falta esto o que aquello ya debería estar en marcha… Todos con apremios y nadie con soluciones, ya sabes el comentario se acompañaba de una mueca de fatalidad pronosticando lo irremediable . Bueno, me voy. ¡Ah!, se me olvidaba, me ha dicho Reoyo que el miércoles que viene tenemos la comida de inauguración del curso. 33


Anótatelo en el dietario palabras finales que ya se oían con la resonancia dada por la soledad del pasillo. Todos los años, antes del comienza de las clases y de la apertura oficial del curso, la universidad reunía a sus trabajadores, de todos los ámbitos ”colaboradores” era el término eufemísticamente utilizado , en una comida a la que siempre se invitaba a algún político necesitado de dejarse ver y a algunas personalidades vinculadas con alguna de las facultades. Era una ocasión que los profesores de sociología usaban para constatar, año a año, cómo se ponía de manifiesto el eterno “divorcio social” entre el personal docente y el laboral, dos tribus antagónicas viviendo en el mismo territorio. En esta oportunidad, los pronósticos se vieron enteramente revalidados y a lo largo de la tarde la creación de corrillos de personajes afines entre sí y el paso del tiempo fueron realizando la criba que finalmente dejaría repartidos por el salón del hotel multitud de grupos, de los cuales los más concurridos eran aquellos protagonizados por los políticos, alrededor de los que se arremolinaban los figurantes más heterogéneos, curiosos, interesados, acólitos y aspirantes. Isabel, embebida por el relato de las vacaciones tropicales de Amparo, profesora de filología alemana, fue rescatada por Reoyo cuando éste le preguntó: Perdona, ¿tienes un minuto? Sí, claro y asiéndola suavemente del brazo la separó del corro, conduciéndola hacia quien, por su vestimenta, debía ser representante de la curia. Te presento a Carlos Helbal, obispo de Cuenca. Aquí tiene a nuestra mejor especialista en historia medieval comentó Reoyo dirigiéndose al 34


prelado, después levantó la vista por encima del hombro de Isabel . Disculpen, creo que me reclaman. Mientras se estrechaban las manos, el obispo comenzó a decir: Le estaba comentando a nuestro querido rector mi devorador interés por la historia de España, especialmente la de épocas antiguas. La romanización me apasionó en mi juventud y el Medievo me escamotea ahora casi todo mi tiempo libre, intentando suplir mis carencias con interminables lecturas. Me alegra oírle decir eso. Como puede suponer, coincido plenamente con sus apreciaciones. Ambos, incómodos ante la ausencia de diálogo, se dedicaron una forzada sonrisa, como si los dos sufrieran el mismo tic. En el azoramiento del mirarse sin hablarse, Isabel creyó encontrar un tema suficientemente neutro que posibilitara el intercambio de algunas frases, iba a mencionar su paso por Cuenca cuando el obispo dijo: En fin, creo que he de retirarme miró su reloj y prosiguió . Hágame un favor, continúe con los Beatos, pero recuerde que la historia no puede ser cambiada, ni siquiera perturbada. No busque lo que no ha de ser encontrado. Intentarlo únicamente produce desorden y dolor… Ha sido un placer. Adiós. Le siguió con la mirada, cio cómo se alejaba de ellas y cómo, sin despedirse de nadie, abandonaba el salón. Atónita, buscó a Germán. Le encontró riendo en un grupo que se había adueñado de los sillones más confortables. 35


Recuerdas las notas de La Seu, ¿verdad? preguntó retóricamente Isabel a su compañero, al que había sacado del jovial círculo . Pues un obispo me acaba de decir exactamente lo mismo. ¿Un obispo? Sí, un obispo. El de Cuenca. Me ha dejado alucinada Germán le devolvió una expresión que intentaba adivinar si verdaderamente se encontraba alucinando . ¿No te lo crees?, pregúntale a Reoyo, él me lo ha presentado. ¿Y tú que le has dicho? Nada, no me ha dado tiempo. Se ha ido. Además, ¿qué le voy a decir? Oiga, con esas mismas palabras nos han amenazado en La Seu d’Urgell. Deme su dirección de correo electrónico ya que usted conoce la mía. De la camarilla de risueños llegaron sonoras carcajadas, Isabel, tras una pausa, exclamó de pronto: ¡Y los Beatos! Me ha dicho que siga con ellos y yo no le hablé para nada de nuestro trabajo. Ya. ¿El obispo de Cuenca has dicho? Supongo que no será muy complicado encontrarle y pedirle explicaciones razonó Germán. Nuevas risas protagonizaron el ambiente de la reunión. Despojados de los formalismos iniciales, moderadamente atrevidos, los asistentes más bulliciosos empezaron a afrontar el inicio de la noche. Cuando, al día siguiente, Isabel preguntó al rector sobre el obispo, aquél le aclaró que no le conocía de antes, que le dijo estar alojado en el hotel y que al ver 36


la tertulia y enterarse de su condición universitaria quiso saludarle. Mayor fue el asombro de Germán cuando en la secretaría del obispo de Cuenca le dijeron que no era posible hablar con él porque desde hacía una semana se encontraba en Roma y hasta dentro de cinco días, por lo menos, no se esperaba su regreso. De la advertencia intangible habían pasado a la inseguridad palpable, de la broma pesada a la grave seriedad. Se sentían sobrepasados por una realidad que les había acogido pero les era ajena. no sabían desde donde observarla, ni como atenderla, ni hacia donde dirigirse. La única constatación de su existencia era la certidumbre del ultimátum. Desde lo que les era conocido hacían algo que provocaba la combinación de ambas realidades. Y el Beato de Liébana parecía ser la pasarela que les unía. ¿Ir a la policía? ¿A denunciar qué? ¿Qué nos han mandado dos anónimos que, por cierto, ya no existen, o que un falso obispo te ha hecho unas recomendaciones que tú entiendes que son una amenaza? No creo que nos hagan mucho caso con esos argumentos atrapado por los nervios, Germán escrutaba el rostro de Isabel, buscando en ella la calma . ¿Pero qué quieren? El Beato… probar que es de Cluny, ¿es eso? ”Lo que no ha de ser encontrado”. Me dijo que no buscara lo que no ha de ser encontrado… Isabel, mirando los ojos que la contemplaban, los atravesaba y parecía dedicada a la exploración del confuso laberinto en el que a cada vuelta de esquina se topaba con murallas contra las que se golpeaban. Hasta que encontró la salida . ¡Los símbolos! ¡Eso es! Los símbolos son la respuesta. Algo esconden, algo significan… y a alguien le interesa que nosotros no lo 37


sepamos. Lo que tiene que ser encontrado es que está perdido u olvidado. En los siguientes días todo pareció volver a la cotidianeidad, los preparativos del nuevo curso y el avance en la investigación no deparaban ninguna sorpresa. La acumulación de información desbordaba a Isabel, la solicitud que hizo a sus colegas franceses obtuvo inmediata y profusa respuesta y de las bases de datos accesibles por Internet recogió innumerables referencias. Pero era mentira, lo cotidiano ocultaba la invisible persecución iniciada en la habitación del Parador de La Seu; su progreso era vigilado, y ella lo sabía. O, al menos, lo sentía, sospechaba es presencia, apreciaba la disminución de claridad que la sombra de la desconfianza le ocasionaba. Y desde que se aseguraron en colocar a los símbolos en el origen de todo este proceso, esperaban que algo ocurriera, el siguiente capítulo de la farsa que lamentablemente protagonizaban. Me voy a casa, estoy hecha polvo. Isabel se desentumecía sentada en el sillón. Eran casi las ocho de la tarde y echaba de menos una sesión de sudor en un espumoso baño. A mí me queda todavía una hora, por lo menos ¿No puedes esperarte? preguntó Germán. ella

Si me obligas atándome al sillón… . De verdad, necesito salir de aquí.

bromeó

Está bien, pero con la condición de que me prepares una dorada al estilo isabelino; ayer compré dos, ¿de acuerdo?

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Chantajista.. de acuerdo. Me llevo el coche, llama luego a un taxi. Le besó y salió hacia el aparcamiento, frente a la fachada de la Facultad. Al salir del edificio se volvió y pudo ver a Germán saludándola desde la ventana, cumplido que devolvió agitando su mano derecha. Llegó al coche y, cuando iba a introducir la llave en la cerradura, alguien comenzó a hablar a sus espaldas, provocando su asustado y violento giro. Nosotros no somos asesinos. Pero podemos matar. No somos nadie. No tenemos nombre. Pero hemos existido siempre. Nunca nos encontraría si intentara buscarnos. Jamás podrá saber lo que está buscando, pero no podemos correr ningún riesgo. Olvide su investigación, se hará un favor a usted y a la historia. No queremos nada suyo, sólo deseamos la Verdad. ¿Qué Verdad? La única. Entonces oyó a Germán gritar desde el otro lado de la calle: ¡Isabel! ¡Isabel! Olvide los símbolos le increpó el extraño, y al terminar de decirlo salió corriendo en dirección opuesta a Germán que, al observar al desconocido desde la ventana se había lanzado a una vertiginosa carrera escaleras abajo. Ya se acercaba rápidamente hasta ella, ya la veía junto al coche. No lo vio, sólo veía a Isabel. Cuando comenzó a cruzar la carretera sintió un dolor inmenso que sólo duró un instante, antes de despeñarse en la oscuridad. Cuando el coche frenó, él ya estaba llenando de sangre el suelo de la calle. 39


¡Germán! 00000 El aula estaba repleta, algo previsible en uno de los pocos seminarios que estaban llamados al éxito, el único de este curso de verano en el que algunas solicitudes se quedaron sin plaza, a pesar de que la organización se vio obligada a aumentar el número de alumnos. El calor asfixiante del exterior invitaba a refugiarse en el asilo del aire acondicionado. Los agostos de la sierra podían mecerse entre las tormentas estremecedoras e interminables o el sofoco de un sol abrasador y cercano. El curso sobre literatura milenarista iba a durar tres días y para su apertura acudieron los que luego serían ponentes de diversos aspectos del tema planteado. Junto a César Colomer e Isaías Tejeda, historiadores medievalistas, se sentaron Javier Sucunza, exitoso escritor de novelas históricas y Carolina Reche, filóloga de lenguas clásicas. Todos ellos arropaban a Isabel, directora y promotora del curso. El murmullo que llenaba la sala fue descendiendo y se transformó en un aplauso cuando Isabel se puso en pie, disponiéndose a decir las primeras palabras.

Gracias. Buenos días a todos. Antes de nada he de agradecerles su presencia y transmitirles mi satisfacción al comprobar el interés que ha despertado este curso. Me alegra, además, y de forma muy especial, porque quisiera que me permitieran dedicar estar jornadas al recuerdo del que fue durante muchos años mi compañero. Su dedicación y entusiasmo por este trabajo que ahora nos reúne fueron primordiales para que nosotros podamos estar aquí. Germán, allá donde estés, recibe mi gratitud. Los tímidos aplausos emitidos desde la mesa de ponentes fueron inmediatamente acrecentados por las 40


palmadas de todo el aula, o que permitió a Isabel controlar la emoción y, con gestos de reconocimiento, pedir el silencio del público. Gracias de nuevo, gracias. Bien, como ustedes saben, expondremos a lo largo de estos tres días todo lo que el tiempo y nuestra capacidad nos permitan acerca de la literatura milenarista y apocalíptica desarrollada en la Europa de los siglos VII al XII. Para ello contaremos con la inestimable presencia de… e inició la presentación de cada uno de los participantes que la acompañaría . Gran parte de las teorías que aquí desarrollaré nacen de las investigaciones que he efectuado en el último año y que han dado lugar al libro que ya deben tener ustedes en sus manos, entregado con la documentación del curso. El núcleo de esta publicación gira en torno a los códices del beato de Liébana que han llegado hasta nuestros días, algo más de una veintena de tomos que nos aportan información filológica y artística de primera magnitud. Todos, además, contribuyen al conocimiento de los métodos, prácticas y costumbres de los monasterios de los que salieron. Todos menos uno, el conservado en el Museo Diocesano de La Seus d’Urgell, del que hasta hoy ha sido imposible saber de dónde procede y su fecha exacta de elaboración, datos que no se referencian en sus páginas y que convierten en una labor inútil el intento de identificación de los calígrafos y del miniaturista. Una de las personas que estaban de pie ocupando el fondo de la sal se dirigió a la puerta, salió y cerró silenciosamente tras de sí. Isabel, tras beber un poco de agua, continuó su conferencia. 41



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Deseo preparar mi alma para su presentación ante Nuestro Señor. He visto que el cese de mi tiempo se aproxima con diligencia inalterable y se me hace imprescindible la confesión para acudir a Su presencia. Durante años he dedicado mi vigor a la lucha contra Elipando, tenaz defensor de la idea del adopcionismo. Concediendo a Cristo naturaleza humana, haciéndole uno de nosotros, enaltecía el infinito amor de nuestro Señor al adoptarle como hijo. Los Padres de la Iglesia han calificado de herejía esta creencia y yo contribuí vigorosamente a que así fuera. Hoy, cercano a la rendición, confieso con pesar mi equivocación, me declaro firme defensor de esta idea, abomino de las palabras que pronuncié en su contra y niego el signo herético con el que la Iglesia la ha 43


condenado. Falto de fuerzas para iniciar una nueva contienda contra la ignorancia, sólo me queda pedir al futuro que ilumine la verdad y la rescate de la obscuridad a la que ha sido sumida. En la rúbrica se adivinaba la palabra Liébana y bajo ella se leía abad de Valcavado. No había duda de que aquellas letras procedían directamente de la pluma del Beato. Antes de que Aimerico levantara la vista del pasaje, el abad de Cluny dijo: A ninguno de los dos se nos escapa la delicadísima importancia de esa confesión. El que fue el más inflexible enemigo de Elipando, arzobispo de Toledo, y del obispo de Urgel, Félix, ambos defensores de la herejía, ahora se nos revela apóstata. Ello no debería alarmarnos si no fuera porque sus exposiciones fueron las que convencieron a los padres de Roma Adriano I y León III. De esta forma, su pretendido yerro arrastraría las decisiones de los Papas hacia la incertidumbre del acierto de sus resoluciones, se discutiría su infalibilidad. Estoy convencido de que el sínodo de Aix-la Chapelle, celebrado un año después de la muerte del Beato y que ratificó la condena de esta idea, nació desde el conocimiento de esta revelación. Pensad en lo que significaría que se supiera que aquél que inspiró a Papas era un hereje, aún más, el que sugestionó a gran parte de la cristiandad sobre cómo se habría de producir la venida del fin de la humanidad, era un disidente de la auténtica verdad. El abad de San Juan pasaba de la sorpresa al asombro. Ignoraba si debía corroborar o discutir los comentarios oídos o continuar impávido ante el torrente de descubrimientos que estaban poniendo en marcha los engranajes de su intuición, presagiando que estas 44


incómodas revelaciones no le procurarían ningún beneficio. Al fin, decidido a tomar parte activa en la conversación que el de Cluny dirigía, preguntó: ¿Por qué me hacéis partícipe de estas noticias? No encuentro razón alguna para que propaguéis este testimonio. Mi condición de hermano de la orden, ni aún la de abad, me daba derecho a conocer lo que ya ahora sé. Os equivocáis. Tres son las razones por las que os he contado todo lo que acabáis de oír. La primera es que deseo convertiros en testigo de la destrucción de este libro, cumpliendo así el deseo de don Fabián Gozalo que exigió que el manuscrito nunca debería salir de este monasterio. Aimerico notó que su primera reacción fue emprender una enojada protesta, pero el fugaz instantes en el que perduró ese deseo dio paso a una prudencia que le recomendaba callar, acatar y permanecer atento a las dos razones que todavía permanecían en el enigma. Presenció por tanto como Hugues posaba el libro sobre una escudilla de rústico barro, aproximaba a uno de los extremos del tomo la fina llama de una lámpara y rápidamente se iniciaba la ceremonia del fuego, purificador de pecados y exterminador de la historia. Con la conversión en ceniza de los últimos restos, el abad retomó la declaración: En segundo lugar debéis saber que el códice miniado que habéis admirado contiene, precisamente en la página que no he querido que paséis, una transcripción completa de la confesión del Beato. Si os fijáis en las columnas y en el arco podréis comprobar que están repletas con signos de una grafía extraña Aimerico había percibido el detalle desde su primera 45


observación . Son símbolos de un código que he creado para cifrar su significado. Una vez que hube traducido a este idioma sin sentido la confidencia herética, le pedí al hermano Cyriaque que lo reprodujera en una de sus miniaturas. Hugues extrajo de uno de los bolsillos de su hábito un pequeño pergamino, de textura más delgada de la que habitualmente era utilizada por los amanuenses y doblado por dos veces sobre sí mismo. Al desplegarlo quedaron al descubierto las reglas diseñadas por el abad de Cluny que facilitaban las claves para la interpretación de lo caligrafiado en las columnas de la miniatura. Un rápido atisbo al pliego persuadió a Aimerico que el sistema ideado iba mucho más allá de una mera sustitución de letras latinas por símbolos incoherentes. Ya sólo le quedaba conocer la tercera incógnita por lo que, llegados a este punto e inmerso en una confusión que había ido en progresivo aumento, el abad aragonés prefirió no suscribir ninguna reflexión, ninguna conjetura sobre lo que aún le quedaba por oír. Conocedor de la autoridad, más que moral, que el benedictino francés podía ejercer sobre los hermanos de otros monasterios, Aimerico temía la continuación de la explicación a la que se había visto abocado. El abad soberano de todos los conventos cluniacenses puso en la página contraria a la de la miniatura el escrito que solucionaba lo que para cualquier otro hubiera sido un raudal de líneas con intención ornamental. Los símbolos, idénticos a uno y otro lado del libro, se mostraban conectados por una huella de pertenencia mutua. La tercera razón os atañe directamente. Quiero que entendáis que la conclusión a la que he llegado no es ningún capricho adoptando una actitud cercana a la 46


altivez, Hugues hizo una pausa que Aimerico tradujo en una reparación de las fuerzas que el abad debía necesitar para proseguir . A vuestra vuelta a Aragón llevaréis con vosotros este códice y el glosario para efectuar la interpretación. Nuestro compromiso con el saber no nos permite privar a la historia de lo que aquí está escondido, por lo que debéis comprender que custodiaréis algo más que un libro. De Osuna el hermano Benoit trajo, junto al escrito, una grave insinuación de don Fabián. Me temo que en pos de lo que ahora son cenizas se encuentran personas conocedoras de la confesión del Beato. Casi podría aseguraros que se trata de enemigos de la verdad que quisieran poner estas palabras en la luz pública para hacer revivir la apostasía del adopcionismo, enemigos que se encuentran en el lado del fuego y del azufre, allá donde también habita el falso profeta. La condición divina de Cristo no puede verse expuesta a la fantasía absurda de la locura humana. He decidido por lo tanto que San Juan de la Peña será el mejor lugar para resguardar lo que debe continuar siendo un secreto. La inutilidad de cualquier lamentación se le evidenció a Aimerico. Afloró entonces el abad pusilánime y menguado de energía, personaje que el gran administrador en que se había convertido logró ocultar a lo largo de todos sus años de mandato. Desde el primer momento sintió que su nueva condición de víctima le sobrepasaba, la losa en que se había transformado aquella obra gravaba su existencia con un impuesto incapaz de satisfacer. Era el anuncio de una pesadumbre a la que no sabría hacer frente. Angustiado por la exigencia del temor que le cercaba, creyó adivinar el advenimiento de su propio Apocalipsis. 47





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