Los brazos entrelazados de un mono de alabastro

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Los brazos entrelazados de un mono de alabastro

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1 Los brazos entrelazados de un mono eléctrico de alabastro. Mirando desde el campanario todos los ángeles son caídos Los abrazos de Kausica eran más cálidos que cualquier otra cosa que conociera, y eso no era poco decir a sus dieciséis años, acerca de recibirlos de una mujer que no era su madre natural. Nunca nadie le había prestado tanta atención ni le había dedicado tanto afecto de una forma tan abnegada. Para un joven que no conocía a su verdadera madre y al que le había muerto su padre, era más que suficiente tener a su lado a una mujer tan dulce y tan dedicada a hacerlo crecer feliz como lo había hecho ella en los últimos cinco años. Ese era el tiempo que su padre llevaba muerto -se había caído de un andamio mientras trabajaba decorando la piedra de una oficina a veinte pisos de altura, a lo que debería de estar acostumbrado y que resultara inexplicable para todos- y no podía por menos que reconocer que la hermana de su padre, Kausica, lo había querido como si fuera su propio hijo. Que ella, por su parte, no hubiese tenido sus propios hijos era algo de lo que nunca hablaba, y tampoco la escuchó hablar de ello con su marido, Marcus el viajante, como ella le llamaba cariñosamente. Klostler no guardaba nada de su madre más que una foto antigua que llevaba en la cartera y que miraba con curiosidad y devoción a escondidas, eso había sido un apoyo tan importante como los abrazos de Kausica, y tal vez por este tipo de cosas, había crecido sintiéndose afortunado a pesar de todo. En los álbumes de su tía podía encontrar fotos de su padre desde que era un niño, imágenes descoloridas y mal encuadradas que sin embargo tenía el poderoso afán de demostrar que en el pasado también se había vivido y que sus mayores no había aparecido de repente. Los miraba a escondidas, e incluso, a veces, sin ser visto, se los llevaba a su habitación para observarlos como si los estuviera estudiando, suspirando sin remedio porque no encontraría jamás una foto de su madre entre el resto. Su padre, por lo que podía adivinar a través de aquella enorme colección, había crecido feliz, sin problemas, sin enfermedades ni necesidades y si su alma se había dedicado a las artes, tan sólo había sido posible por su espíritu inquieto e independiente y su resolución al impedir que nadie se inmiscuyera a sus decisiones. Incluso en las ocasiones en las que tomara malas decisiones y había discutido con su propia familia. Era por esto, que en ocasiones, Klostler no podía dejar de convencerse de que la ausencia de fotos de la boda de su padre, o de su posterior familia, no había sido la consecuencia de alguna discusión que había llevado a decisiones irreparables. El que más había perdido en aquel proceso de desintegración familiar, había sido su padre, si bien la enfermedad que le causó la muerte no había tenido nada que ver con el disgusto previo de perder a su mujer. Perder a sus padres, aún en el peor de los casos en que se lo planteara, no podía impedir que fuera justo, y al menos en eso reconocer que le había permitido conocer a sus tíos y dejarse querer por ellos como si fuera hijo. Y también, debido a aquella situación que lo hacía sentir tan débil, intentar ser el mejor hijo no natural, del mundo. No podía dar ni una leve excusa para que alguien pensara que no se merecía tanta dedicación ni que nadie, en alguna perdida ocasión, pudiese desaprobar su conducta con la vehemencia con la que se reprocha a los desagradecidos. Que la tía 2


Kausica celebrara especialmente su dieciséis cumpleaños, le hizo sospechar que algo especial se le venía encima. En esa ocasión lo consideró lo suficientemente mayor para hablarle de sus padres y de como era su relación, pero en toda aquella femenina preparación del estelar momento, no hizo falta la intervención ni la aprobación de su tío Marcus. Al acabar el curso escolar que lo llevó a cumplir los dieciséis años, muy pocos alumnos, compañeros suyos, podían comparar sus notas con las de Kloster. Los alumnos de aquella clase avanzada, que además jugaban a fútbol, unos seis o siete dependiendo del años al que nos refiramos, eran un grupo consolidado que empezaban a salir con chicas los fines de semana, se juntaban para ir a nadar a la piscina municipal o para realizar rutas por la montaña en busca de lugares desde los que poder contemplar paisajes que calificaban de extraordinarios y a los que quitaban fotos que después mostraban en la escuela. Eran actividades deportivas, que además, poseían una indudable fuerza estética. Es posible que fuera en esas actividades, a las que Kloster solía ir provisto de una pequeña cámara, en las que empezara su afición por la fotografía, y aunque no se trataba de una afición exclusiva, lo cierto que ni la rivalidad ni la competencia que desarrollaban a través de sus notas escolares y sus resultares deportivos, podían contener el interés a aparte, demostrado por él cuando se trataba de coger su cámara. Estaba satisfecho por sus notas y se sacó una foto a sí mismo en el váter de una gasolinera mientras las sostenía delante del pecho con cara de innegable satisfacción. En el auto coreano de Marcus los esperaba su tía Kausica de la que no podía decir que no lo hubiese abrazado y besado lo suficiente al salir de la ceremonia de clausura de curso. Si alguien se atreviera a pensar que aquellos tres miembros de una misma entidad familiar no eran felices, o que las cosas les iban realmente bien, sin duda se equivocaría. Parecían satisfechos y orgullosos por el trabajo realizado los últimos años, y sobre todo, porque empezaban a ver resultados tan positivos. Kausica tenían sus propios planes para el muchacho, en cierto modo, era parte de sus sueños, pero no había contado con que tendría que hacer encajar esos sueños con los del propio adolescente, que, al menos en eso, había sido muy reservado. Aquella noche, Kausica miraba las fotos de la graduación, se detenía en aquellas que narraban el momento en que eran entregados los certificados, eran fotos en las que todos aparecían satisfechos, dispuestos para lo que el futuro les deparara, convencidos de su valía y del reconocimiento que se les demostraba. Eran fotos de una nueva generación dispuesta a luchar por sus ideales, chicos llamados al relevo y que acercándolas a la nariz para reconocer a cada uno de ellos, podía ir diciendo sus nombres para concluir, “este país está llamado a grandes cosas”. Klostler la oyó y replicó, “cuando está ahí subido -se trataba de una tarima escalonada que facilitaba que a todos se les viera la cara-, te recueces por el sol y los minutos que no pasan, en ese momento sólo puedes pensar en lo absurdo de la ceremonia, y sólo deseas que acabe para poder escabullirte y desaparecer lo antes posible”. Ella seguía haciendo comentarios acerca de unos y de otros, estaba feliz, había cosas que le hacían gracia o reír, que si uno se olvidara el birrete, o si a otro le quedaba grande el pantalón. Lo invitaba a sentarse a su lado en el sillón para compartir aquello momento, pero el la miraba extrañado, porque para un joven de dieciséis, resultaba incomprensible que alguien pudiera darle tanta importancia a algo tan elaborado, esquemático y ausente de toda naturalidad. Sólo lo espontáneo parecía atraer al chico que fue a la cocina para abrir un refresco y desahogarse de horas tan pesadas y exigentes. Como era normal en esos casos, no sólo los familiares de los alumnos homenajeados estaban allí, había personas que nadie conocía, gente del pueblo cercano que acudían y se sumaban a cualquier evento tan emocionante como les pudiera parecer aquel que se celebrara ese día. Era gente sencilla, que no se esmeraban demasiado en arreglarse para tal ocasión, pero se emocionaban con facilidad viendo llorar a las madres más sentidas. No era nada tan especial, en todos los colegios del país hacían, de una forma de o de otra, entrega de tanto honor, y a eso seguía una pequeña fiesta que iba desde el patio al polideportivo y vuelta. Marcus que había estado presente todo el rato, sin separarse de su mujer, que había sabido contenerse sin dejar de sentir curiosidad por todo cuando sucedía, había disfrutado sin reservas porque su vida concluía entre su casa y su trabajo, y disfrutaba de aquellas cosas como si se tratara de un niño sorprendido ante 3


cualquier novedad que la vida le va descubriendo. “Ha sido maravilloso”, había dicho y añadiera, “este año lo han organizado mucho mejor, y se han gastado un dinero...”; era del tipo de frases que le gustaba construir, como si tuviera la capacidad con esos comentarios, de darle o quitarle importancia a un evento, como si fuera facultad suya decidir si había sido un éxito o un fracaso, si bien, procuraba ser positivo y necesitaba creer que hacer críticas positivas de cuanto pasaba por sus ojos, lo enriquecía como persona. Aunque a Kausica la compañía, después de pasar el día sola en casa, le era un aire muy grato de respirar, no podía recordar un sólo día que hubiese renunciado a su media hora de telenovela. Ese era el momento en que Marcus y Klostler se comían los bocadillos que les había dejado sobre la mesa de la cocina. Tampoco hubiese sido muy propio de ella haber olvidado la cena por ver la televisión, pero no creo que exageremos si afirmamos que aquel momento del día tenía algo mágico a lo que no deseaba renunciar. Hay dos tipos de personas que miran las telenovelas, aquellas que padecen por no vivir amores, pasiones y sufrimientos como sus protagonistas preferidos, y después están aquellos que lo viven muy cómodos desde su sillón y bien establecidos en sus vidas fáciles y cómodas y no desean complicarse; a este último rango era al que pertenecía Kausica. Que alguien pudiese recordar, sólo en una ocasión muy especial se perdió los últimos cinco minutos de un capítulo, posiblemente porque ya sabía como iba a acabar, pero además, porque había estado esperando a Kloster para enseñarle un álbum de fotos que él nunca había visto, se trataba por lo tanto, de una ocasión especial. Dicho de forma más específica, Klostler, como ya sabemos, acababa de cumplir dieciséis años y creyó que había llegado el momento de mostrarle algunas fotos que habían sido de su padre y que ella había guardado después de su muerte, con el mismo férreo cerrojo con el que el mismo difunto las había guardado durante años. La boca apretaba los labios con el rictus clásico de la gente nerviosa que echa mano de la tensión para que no se le note su estado. En lugar de relajarse, tensaba los músculos y al mostrar las fotos casi conseguía que no se notara que sus manos se movían. Había descansado mal aquella noche, pero era tan amable que a Klostler no le parecía natural y una sombra en sus ojos parecía contener el secreto de la creación a punto de liberarse. Ella jamas intentaría sacar partido emocional de una cosa así, así que cuando empezó a abrir el álbum se retiró un poco para que aquella pequeña distancia fuera una señal que le hiciera entender que debía andar aquel camino solo, pero que estaría delante por si necesitaba ayuda. Tal vez sólo necesitaría aclarar algunas ideas y ella iba narrando con voz neutra de lo que se trataba cada foto, “en ésta estáis en el parque, aquí tu madre estaba muy guapa, acababa de dar a luz y tu estas dentro del cochecito”. Había fotos en la montaña y en la playa, pero sobre todo eran fotos interiores, entre los marcos de las puertas de una casa que no podía recordar. “Cuando cumpliste tres años tu madre empezó a dar señales de encontrarse mal. Ella decía que no era capaz de llevar el ritmo pero que estaba bien. Lo cierto era que hacía cosas que no le permitían llevar una vida normal.” Klostler la veía con devoción infinita mientras la oía hablar de su madre, y era consciente de la importancia del momento porque había estado años esperándolo. Le dio la impresión de que a él le afectaba menos y que su tía se emocionaba tanto al hablar de ello que en cualquier momento podría empezar a llorar, como si su amor por sus padres se hubiese difuminado en el tiempo, mientras que en su caso, ella tuviera tan presentes aquellas imágenes y el drama que conllevaban como si todo le hubiese pasado a ella misma, lo que en cierto modo, había sucedido -no todo, pero una parte de aquel mal sueño se había introducido en su vida, y, finalmente, había sido premiada al darle la oportunidad de cuidar de Klostler como si fuera su propio hijo, porque lo quería como si lo hubiese parido-. Sin embargo, debían mantener las emociones a raya, los dos lo intentaban. Aquella revelación podía cuestionar toda la felicidad a la que habían aspirado aquellos años. En un momento de lucidez, Klostler pensó, “esto lo va a cambiar todo, nada será igual a partir de hoy, y eso le hizo comprender que todo el amor que sentía por su tía no iba a poder impedir que volviera a obsesionarse con la figura de su madre, como le había pasado unos años antes en que cayera enfermo y nadie entendiera su enfermedad. Había cosas que no podía compartir, cosas que pensaba 4


y sentía, porque no quería saber como podrían reaccionar sus seres más queridos al respecto. Fue entonces cuando empezó a darle vueltas a la idea de buscar a su madre y lo hizo en secreto porque nadie lo entendería. Había intentado, con pocas posibilidades de éxito, que todo le importara menos, y lo que no esperaba había sucedido, quería ver a su madre. Presentía que había puntos oscuros en su historia, necesitaba saber más. Kausica no contempló esta probabilidad cuando le enseñó una carta de unos años atrás, era de la hermana de su madre. No iba dirigida a él, sino a Kausica, y no se la dejó leer completa, el consiguió extraer un párrafo furtivamente, “Palmira no está mejor. Sigue internada. La visitamos los fines de semana. No es fácil convivir con tanto sufrimiento.” Al observar las reacciones de su tía, intuyó que si en un principio tenía la idea de dejarle leer aquella carta, por algún motivo, tal vez por sus propias emociones y el reflejo de la impresión en su cara, cambió de idea. Sabía perfectamente que, a pesar de su edad, había cosas que su psique necesitaba satisfacer y que si no lo hacía en ese momento, tendría que olvidarlo para siempre y dejarlo morir. Con esa premisa, empezó a darle vueltas a la idea de un viaje, por el sobre de la carta en cuestión conoció de donde procedía, Milton street (Tearsburgo), y los apellidos de su tía eran los mismo de su madre. Era una pista, lo suficiente. Pero debía hacerlo sin levantar sospechas, y como el capitán del equipo de fútbol, Pietro Andrade le había dicho de viajar ese verano de mochileros, le pareció una buena oportunidad de partir sin aparente rumbo fijo y sin que nadie conociera sus verdaderas intenciones. No le costaba mucho obedecer a su tía, se rebajaba hasta caer al suelo si era necesario, pero esta vez, en contra de todo lo esperado, se iba de viaje saliendo furtivamente por una ventana en la noche, sin más equipaje que una mochila. Al menos consintió en dejarle una nota sobre la mesa de la cocina, sobre todo porque Pietro le dijo que si no lo hacía la llamaría por teléfono él mismo para decirle que se encontraba bien. Cuando Klostler se vio frente a un espejo, justo antes de salir de casa, con la mochila al hombro y un gorro de lana en la cabeza, lo único que se permitió fue expresar un fuerte convencimiento al sonreírse a si mismo y hacerse un gesto de conformidad con el dedo pulgar hacia arriba. Esas eran las nuevas reglas, sólo dependía de sí mismo, no había órdenes que lo contrariaran o pudieran frenar sus planes. Así era, pero por si alguien pudiese sentirse preocupado, llamaría a su tía cuando estuviera tan lejos que ya no hubiese opción a volver antes de terminar su viaje. Se trataba también, de darle la forma de una escapada juvenil, y de que nadie pudiera sospechar a donde se dirigía en realidad. Para poder seguir siendo amigo de Klostler, Pietro sabía que debía fingir que no sabía muchas cosas que se desprendían de sus discursos “del viaje inolvidable”. Hacía mucho que lo conocía y sabía que le gustaba salirse con la suya, engatusando o embarcando a uno o a otro, en sus aventuras. Aún no se había recuperado del todo, de la vez que lo hiciera andar toda la noche para ir a una verbena que ya había concluido, y todo por encontrase en aquel lugar con una chica que lo esperaba con una amigas arrimadas al palco de los músicos. La había conocido una semana antes en el autobús y cuando llegaron, las amigas ya se habían ido y la pobre chica se había quedado dormida en un banco; ese tipo de cosas era lo que minaba la confianza y el aprecio que todos le tenían. Con Klostler nada salía como en principio se hubiera planeado, y era por eso que sabía que no se trataba de un viaje de mochileros sin rumbo fijo. No sabía a dónde se dirigían, pero él lo sabría, sin duda. Al final, Pietro se dejaba llevar, aunque nada se pareciera a la realidad que le había dibujado y eso era porque sabía que su socio y amigo en aquel viaje, se las componía para salir especialmente bien y con habilidad, de las situaciones más comprometidas. El primer día anduvieron unos cuantos kilómetros y los acercaron en autoestop al Merfin, un pueblo costero sin mucho más que ver que sus apestosas fábricas de aceite de pescado, y un matadero que inundaba la playa de tripas y pezuñas de vaca vieja.

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2 El estallido sin determinar que despertó a la oruga enferma. La sangre del mar.

La gente en los pueblos es más atenta, sensata y tienen más tiempo para responderte si les haces una pregunta, por simple que ésta sea. Durante dos días decidieron descansar en aquel punto y establecer su lugar de reunión en el parque, de donde salían disparados si aparecía la policía local; además. Hacían varías visitas cada día a la fuente de la playa donde llenaban sus botellas de agua y se enjaguaban los sobacos y los pies como si fuesen indigentes -lo que en cierto modo eran por tiempo limitado-. Pasaban ratos en silencio, pero, en otras ocasiones hablaban de cualquier cosa durante horas. Pasaban de una conversación a otra como si aquella energía fuese a durar siempre y casi nunca se ponían de acuerdo cuando sus postulados habían partido de puntos encontrados. De todas aquellas conversaciones, tal y como iban comprobando, aprendían a conocerse y, aunque, en ocasiones discutían terminaban por olvidar sus diferencias con facilidad, al menos en un momento tan inicial del todo. La idea de caminar indefinidamente siguiendo las indicaciones de Klostler no incomodaba especialmente a Pietro, que se conformaba que algunas vagas indicaciones o con conocer como se llamaba el pueblo que sería su próximo destino. En ese sentido, las conversaciones se volvían a veces capciosas, circundantes y acechantes, tal y como algunos animales se comportan en busca de comida, pero la posibilidad de coger a Klostler por sorpresa y que se le escapara algo más acerca del sentido de su viaje, era casi nula. Pietro no dejaba de pensar que su familia y sus amigos lo reprenderían por dejarse llevar tan libremente y hubiesen intentado disuadirlo de partir hacia lo desconocido (por dramático y exagerado que suene), pero, también es de justicia decirlo, le resultaba muy cómodo que así fuera. El viaje también sirvió para volver sobre viejas competencias con las chicas, y hablar más libremente de sus amigos y lo que esperaba cada uno de ellos de la vida. Era un acto de mucha confianza hablar de otros sin criticarlos, pero la tentación era tan grande... Y saber lo que el otro pensaba de por qué a veces no se entendían con ellos, tenía que ver con que ni siquiera en la amistad el grado de compromiso era el mismo, unos porque estaban enmadrados y fuertemente vigilados, otros porque tenían aspiraciones superiores y otros amigos de familias adineradas, y otros simplemente porque no contemplaban su pandilla del equipo de fútbol como algo duradero. Una mañana se sentaron a ver un partido desde la escalera de piedra del aparcamiento de la playa. Unos chicos, aprovechando la marea baja, jugaban seis contra seis con porterías pequeñas y sin portero; todos eran ofensivos u defensivos. En menos de treinta metros subían y bajaban encajando más goles de los que se podían contar. Klostler parecía pensativo y miraba el partido, pero estaba claro que su mente estaba en otra cosa. -¿Sabes qué, Pietro? Llevo dos años dándole la vuelta a este viaje. No al viaje de mochilero sin rumbo, no me refiero a eso. He intentado averiguar el paradero de mi madre, pero todo son evasivas, es una solución hermética, imposible de conseguir la información. Por mi mismo he buscado sus apellidos por ciudades y pistas de ciudades en las que la pudiera estar, también en la 6


ciudad en la nuestra. Sus apellidos son más comunes de lo que pensaba, encontré cientos que podían ser ella. A mi tía le parecería una traición, sobre todo porque lo hago a escondidas y no comparto mi interés con ella, pero me ha dado tanto que no quiero hacerle daño con esto a menos que, llegado el momento sea necesario. No se trata de forzar nada, no es necesario. Lamentablemente, puede ser demasiado tarde, aún así parece que el deseo de saber crece dentro de mi. ¿Lo comprendes? Espero que no te incomode que comparta esto contigo. -No claro que no. -La tía sospecha que hay una intranquilidad dentro de mi que no me deja vivir, pero hace como que no se entera. Al fin este años, se decidió a mostrarme algunas fotos de mi madre y de mi, cuando yo era aún un bebé. Creo que sabe que si intenta disuadirme de buscar más información, lo estropeará todo, y eso haría que me enfrentara a ella por primera vez en mi vida. Tengo una pista en Tearsburgo, la hermana de mi madre vive allí, quiero conocerla y preguntarle. Puedes cambiar tus planes si quieres. -Tu forma de hacer las cosas es caótica, y lo sabes. De momento vamos a Tearsburgo, después ya veremos. Vamos a ver si nos dejan juegas, uno de cada lado. Yo juego con los de la izquierda que andan más despiertos. -Eres un cabrón. Vamos pues, pero si pierdes no culpes a tus zapatillas. Corriendo de un lado al otro sobre la arena húmeda, tirando a gol o evitando que algún avezado contrincante pudiera hacerlo, Klostler dejaba de pensar en todas las cosas que le preocupaban. Cubría cada metro del campo de juego profundamente contrariado por ir perdiendo, pero feliz por estar haciendo, al fin, lo que deseaba. Por su parte, Pietro, intentaba no emplearse a fondo, como si quisiera dejarlo ganar también en eso. Tal vez, alimentar la idea de que su amigo podía ser un buen novio para su hermana lo hacía comportarse así. Eso podía ser una situación de hecho, que viniera dada sin necesidad de recapacitar, después de todo ellos se llevaban bien aunque ella fuese un año mayor que Klostler y lo viera como un renacuajo al que no le podía prestar demasiada atención. Si las cosas se llevaban con la debida prudencia y sin prisas, aquel plan podía funcionar, y eso a pesar de la epilepsia de Florita. Además, la tenía casi controlada con la medicación, y sólo se descompesaba con la menstruación -al menos eso pensaba Pietro, que había relacionado el hecho de que los últimos ataques se hubiesen producido en ese periodo de pérdidas de su hermana, con la falta de efecto de las pastillas en ese periodo-. -¿A ti no te gusta mi hermana? -Fue tan directo que casi lo deja sin respiración. Habían terminado de jugar y se habían dado un chapuzón en un mar tranquilo y de agua templada. -¿Que pregunta es esa? Ni se fija en mi. -Es mi hermana, yo sé lo que le conviene. No quiero meterte prisa, esta pregunta debí hacértela un par de años más adelante. -Estás como un cencerro, ¿lo sabes? En dos años el mundo va a dar muchas vueltas. Y además, no puedes decidir por ella, y tiene novio. De repente, como si hubiese pasado por alto algunas cosas, Pietro pareció comprender que si él mismo conociera una chica con novio, eso le haría perder todo interés, y que desafortunadamente, su hermana siempre tenía algún novio. No siempre el mismo. Pero sí, no era de perder mucho el tiempo. -Tienes razón, desde luego. Tendremos que corregir algunas cosas primero. -Como un cencerro, lo que yo te diga -repitió Kloster que lo miraba incrédulo. Por supuesto, Klostler no estaba dispuesto a fracasar y estaban demasiado cerca de casa para que los encontraran y los hicieran volver, por eso no le permitió a su amigo hacer ninguna llamada, ni comunicarse de ninguna otra manera con sus padres, y así, durante todo el día estuvo totalmente concentrado en evitar perderlo de vista. Pero la sinceridad que se estaba fraguando entre los dos, empezaba a hacerle dudar de tanto control, aún así no bajó sus expectativas al respecto. Ni una llamada se escaparía de aquel pueblo, ni para decir “estamos bien”. Así era, si se habían escapado por la noche para empezar aquella aventura no iban a fracasar tan 7


pronto. Llamarían, y tranquilizarían a todos, pero aún no. Los dos brillantes alumnos y deportistas del instituto medio público de Moovac, no iban a fracasar tan pronto. De nuevo, como si de una maldición familiar se tratara, los jóvenes estaban dispuestos para armar una de las suyas, aquella capacidad innata de suscitar sueños importantes y salir en su busca, estaba de nuevo en juego, y no podían dejarse afectar de ningún modo por sentimentalismos colaterales. Uno de los chicos que había jugado con ellos, el más fuerte y el que corría menos, se les acercó para preguntarles si jugaban en algún equipo, le respondieron que jugaban en el equipo del instituto y entonces les propuso jugar en la liga menos, al principio a prueba, en el equipo del Merfin. Le dijeron que se lo pensarían, pero que debían continuar su viaje. Los puso en contacto con un camionero que saldría a mediodía en dirección a Tearsland, pero que se desviaría antes de llegar, pero eso, al menos, les permitiría avanzar unos cuantos kilómetros. Imbuidos por la positividad y la alegría de aquel muchacho, decidieron aceptar, a pesar de que viajar mucho en coche no era su plan, y deseaban andar al principio para hacer autostop cuando sus fuerzas empezaran a fallar. El jugador de fútbol se llamaba Wersuin, parecía de ese tipo de gente a los que llaman conseguidores, de esos que se preocupan por intentar que los que tienen a su alrededor se sientan bien. Klostler lo notó en cuanto hablaron con él. Era del tipo de personas muy necesarias en los equipos deportivos o en las empresas. Le gustaba demostrar que cualquier cosa se podía hacer si se ponía el empeño necesario, y no dejó en toda la mañana de hablar de su equipo de fútbol y las ventajas que tendría jugar en él. Después los acompañó hasta un taberna y allí les presentó al camionero en cuestión con el que quedaron a una hora para salir hacia Tearsland. -Sólo una cosa -dijo el camionero-, si no estáis en la plaza a la hora, tendré que salir, el negocio no espera. Wersuin les había prevenido de que parecía rudo, pero que era un pedazo de pan y que en seguida se le notarían, a pesar de las primeras impresiones. Esto sucedió antes de la hora de la comida, y con el estómago lleno, la simpatía de aquel hombre afloró y confirmó lo que les habían dicho acerca de él. Procuró que fueran cómodos en la cabina y se dedicó a charlar con fluidez y sin reparos. -A mi me gusta viajar acompañado, es mejor para la cabeza. Algunos dicen que la compañía distrae al conductor, no es verdad. La peor distracción del conductor es dejar volar la cabeza y la soledad. En un momento les dio la alineación de los principales equipos de primera división de hacía veinte años, lo que consideraba un reto que no cualquiera podría superar, y poco después declamaba poesía popular con la naturalidad de un gato en una charca de patos. En resumen, el viaje se presentaba más entretenido de lo que podrían haber imaginado. El nuevo amigo de los chicos no dejaba de darles sorpresas. Sobre el salpicadero había un libro que llamó la atención de Kloster. -Conozco este libro. ¿Lo puedo coger y echarle un vistazo? -Por supuesto, y puedes leerlo en voz alta, si te apetece -propuso el camionero-. Ese libro es de Wersuin, él es mi hijo y se deja cosas por aquí. Yo no leo. -Es una edición de hace diez años en tapa blanda de, “Las chicas que besan a los árboles”. Se de que va, y he leído dos o tres capítulos, pero nada más. Es de un escritor sudamericano, un tal Tiers Sandoval. Sé que tiene otro que debería leer, “¡Corre idiota, corre!”, pero me pasa lo mismo, no aguanto leyendo de un tirón más de un cuarto de hora. Me temo que no tengo paciencia. ¿Wersuin lee mucho? -le preguntó directamente. -Sí, él se pasa muchas horas leyendo cuando me acompaña a un viaje largo. Es un gran tipo -respondió el padre al hablar de su hijo, con voz grave, como si esa fuese la conversación más importante y seria que pudiese tener. -Por favor -se introdujo Pietro en la conversación como si no deseara seguir por aquel camino-, he leído algo de ese libro y es muy bueno, pero tan profundo que tuve que plantarlo. No es lo mío. Además, Tiers Sandoval es un personaje pagado de si mismo, que no acepta críticas y cree que lo que él hace es insuperable. No me gustan los tipos que que se endiosan y se retiran o desaparecen 8


para que no les hagan preguntas. Era verdad que Baudet el camionero, después de todo no tenía tan mal carácter. En cierto modo los acogió como si su camión fuera su casa, con todo tipo de ceremonias para cualquier cosa simple que le pidieran, como un poco de agua o abrir una ventanilla. Hablaba mucho, eso pudieron constatarlo a los tres kilómetros de la partida, pero no era un discurso insensato o aburrido, solía preguntar, aunque nunca estaba de acuerdo con la opinión ofrecida. Se exhibía como un pavo real, porque había temas que conocía en profundidad y de ese dominio elaboraba un discurso muy personar capaz de abrumar a un profesor. Decía creer en los extraterrestres y guardaba en la guantera unas revistas que proporcionaban toda clase de pruebas de su existencias; sobre eso no aceptaba bromas. Les dijo que durante algún tiempo trabajó de noche y que vio cientos de OVNIS, que estaban ahí cada noche y que el que no los veía era porque no se molestaba en pasar una noche en vela, dejar la comodidad de la cama caliente, para salir a observar el firmamento. En eso era intransigente, a pesar de haber pasado una temporada de descanso por el estrés en un sanatorio público. Llegado este momento, Klostler creyó necesario hacerle unas fotos y sacó una pequeña cámara compacta que llevaba en un bolsillo, entonces Baudet se puso serio y posó como un auténtico profesional, cogiendo el enorme volante con fuerza y estirando la barbilla con arrogancia. Como para darse importancia y establecer una diferencia de clase con otros camiones que venía de frente, el camionero solía hacerles observar que aquellos que no llevaban un cortavientos de fibra de vidrio sobre la cabina, con la intención de hacerla más aerodinámica (a penas podía pronunciar semejante palabra con claridad), era porque no habían encontrado un patrocinador que se la pagara. Entonces les contaba orgulloso como había llamado por teléfono a una ´fabrica local de conserva y en dos horas la tenía instalada, “es cuestión de conocer gente” había dicho. A Klostler no le gustaban ese tipo de fanfarronadas, sobre todo porque no consideraba que el mundo fuera una cuestión de pagar favores con favores. Habló de eso más tarde, cuando se despidieron de Baudet y continuaron su viaje a pie. -¿Sabes? No es mal tipo este Baudet, pero me mata cuando se pone superior y empieza a hacerse el importante. ¡Lo de sus amistades y sus favores es un coñazo! Cuando se hace un favor, no se puede esperar otro a cambio, eso le quita todo el valor. Demasiado negociante para mi. Fue la cara de desagrado con la que acompañó esta afirmación lo que le hizo comprender a Pietro que para él era importante lo que decía. Insinuaba inconscientemente que todos los males del mundo dependían de que la gente que pensaba en esos términos en sus relaciones con los demás, tuviera la capacidad necesaria para cambiar. Podía haberlo expresado de forma más cáustica, encriptado o en calve, pero había quedado claro. Tal vez, sin haberlo deseado, aquel comentario se trataba de una prueba más de lo importante que era para su amigo no llegar a ser una mala persona. Estaba convencido de que las malas personas no habían sido siempre así, que se trataba de un proceso en el que se caía sin apreciar los cambios que se iban operando en su egoísmo, en su falta de sensibilidad y en creerse el centro del universo. -Apenas lo conocemos, no podemos decir como es por un pequeño trayecto compartiendo la cabina del camión. Con nosotros no se ha portado mal. ¿Tú crees que es un tipo violento? A los violentos no los soporto, eso sí que me supera. -Nunca se sabe. Perdona que sea tan incisivo, quizás me pasé empezando a juzgarlo, y eso encima de que se portó bien con nosotros. Repentinamente dejaron de hablar de Baudet. No estaban siendo justos. Si a cada persona que los ayudaba lo iban a examinar para encontrar sus defectos, eso decía muy poco de ellos. -Desde luego. ¿En este punto estaba intentando establecer si te parece que ya estamos lo suficientemente lejos para llamar a casa? -Creo que sí, en el próximo bar o gasolinera, llamaremos. Sé que mi tía me pedirá que vuelva, y lo mismo tus padres. Tendremos que ser fuertes. -Si claro, seremos fuertes, entonces. Mientras caminaban, seguían hablando. Sin embargo, había ocasiones en las que eran capaces de 9


pasar horas en silencio. Aquel viaje fortalecía su amistad e iba a ser un gran recuerdo para siempre. Klostler apreciaba a su amigo, pero sabía que con los años su amistad se volvería... diferente. A su edad, eso era una ventaja, apenas había otros intereses que se interpusieran entre ellos y las ideas que compartían. Se parecían como dos gotas de agua en una nueva forma de pensar, que se iba creando después de la crisis económica. Aquello había sido definitivo para muchas familias y muchos jóvenes crecían viendo como sus mayores tenían que prescindir de cosas que apreciaban para salir adelante, y eso si no perdían sus trabajos. Los dos chicos eran muy conscientes de eso, y parecía que iban aprendiendo a mirar el mundo y como compartían ese tipo de ideas todo se iba haciendo una tela de araña de propósitos, conciencia, ambiciones, sueños y desbordante optimismo. -¿Crees que no me he dado cuenta? Eres muy analítico. Vas a ser un político importante; así te veo yo en el futuro. -Eso no me parece muy probable. Definitivamente, nadie puede cambiar a los políticos de carrera en partidos burgueses. No me veo. ¿Sabes como te veo yo a ti? Te veo como una estrella del deporte. Tal vez no el fútbol, pero estoy seguro de que vas a ser un gran deportista. A Pietro lo devastaría un cáncer quince años más tarde, se manifestaría cuando estaría a punto de jugar en las categorías superiores en un equipo de primer nivel y lo arrastraría cuatro años entre operaciones, amputaciones, radioterapia y medicación. Era fácil saber lo que pensaba Pietro de todo aquello del viaje y lo que lo rodeaba. Digamos que había una parte de salir del tedioso mundo del estudio de su propia vida y su propia ciudad, y posiblemente, había también una parte de seguir la corriente a Klostler. En rigor, aquella actitud molestaría a cualquiera menos a él. Para algunas cosas, una actitud así puede pasar de ser colaborativa, a una simple carga. La escasa necesidad y disposición a preocuparse por nada, lo hacía todo aún más difícil. No era menos cierto que siempre llevaba los bolsillos bien provistos de billetes, y eso, es justo decirlo en su favor, ayudaba mucho, aún sin pedirlo expresamente. Llegaron a Sinden a media tarde, ya habían llamado por teléfono y tranquilizado a todos, pero dejaron bien claro que aún no iban a volver. En Sinden había una fiesta, estaba engalanada como una novia, y las luces de colores y la orquesta hacían el resto. En uno de aquellos momentos de tranquilidad, sentados frente al palco, Klostler sacó la cartera y sintió la necesidad de ver la foto de su madre. No solía enseñarle la foto a nadie, de hecho no se la había mostrado a ninguno de sus amigos, pero esta vez disfrutó al decirle a Pietro de quién se trataba y como lo acompañaba a todas parte. Pietro sabía algunas cosas de la desaparición de la madre de Klostler y la posterior muerte de su padre, pero todo era muy superficial y no quiso preguntar. No era falta de interés, pero temía que su amigo lo confundiera con curiosidad, esa curiosidad que lo guarda todo para no significar nada. Aquella foto en blanco y negro, descolorida, rayada y con pose antigua de medio cuerpo, lo hizo sentirse por un minuto, el hijo más afortunado del mundo, y curiosamente, la orquesta a bombo y platillo, empezó en ese momento a tocar una canción de la Creedence Clearwater Revival. Aquel fue el momento en que uno de los dos debería hacer el trabajo de levantarse para ir a buscar unos bocadillos y unas cervezas, y estaban tan cansados del camino que tuvieron que echarlo a suertes. La tarea se alargó porque había gente esperando para hacerse con un sitio y poder hacer su pedido en la carpa abierta. Los olores de la noche, se mezclaban con las nubes de azúcar y los fritos del chiringuito. Por supuesto, Klostler no podía dejar pasar aquella ocasión y sacó algunas fotos de su amigo con aquella cara de mártir que sabía poner cuando las cosas no le salían como esperaba. Pietro se encogía de hombros y hacía gestos de desaprobación, como si estuviera pensando que aquello no había sido buena idea. Si alguna vez tenían que volver a echar a suertes alguna cosa, Pietro estaba convencido que sería él, el que decidiría que tipo de moneda se echaría al aire y nadie la tocaría hasta que tocara el suelo y los dos vieran claramente el resultado. -¡Cómo sois los de ciudad! Nunca conseguiréis una caña haciendo cola -dijo una voz a su espalda y continuó-. Soy Rudy, chico de pueblo .y le ofreció su mano con abierta franqueza. Klostles la estrechó mirándolo con curiosidad. -Me llamo Klostler, vamos Tiersland y hemos andado todo el día desde el Merfin. En realidad, 10


una parte la hicimos con un camionero que nos acercó unos kilómetros. -¿Qué mosca os ha picado? ¿Escapáis de la justicia? -No, por pura diversión. -¿Os parece divertido mataros a andar? No entiendo a la gente de ciudad, en serio. ¿No tenéis diversiones allí? Fiestas, chicas, amigos, salas de juegos... -Eso y mucho más. Esta vez ha sido así. No estamos siempre andando, y nos permite conocer gente. Espera -Klostler sacó de nuevo su cámara y le sacó una foto, se la enseñó y se enorgulleció de todas las fotos que había ido sacando en el camino. -Si yo quisiera acompañaron hasta Tearsaland, ¿os parecería adecuado, o razonable? -hablaba como un universitario, y sin embargo no parecía mucho mayor que ellos. -Esto no es “el Mago de Oz”, pero no creo que a Pietro le parezca mal, habría que hablarlo. Llevamos una media muy alta de kilómetros al día, no paramos mucho, el ritmo lo lleva Pietro que es deportista y cuesta seguirlo. Además, dormimos en cualquier parte, sin comodidades. Aquel interés del desconocido por ellos, no les pareció tan extraño. Los jóvenes en aquellos pueblos gustaban de saber lo que pasaba en las ciudades, como se divertían allí los chicos, cuales eran sus intereses, y hasta como pensaban. ¿Era acaso tan extraño que coincidieran en tantas cosas y en las que no, que tuvieran cosas en común? Algunos amigos resabiados de la ciudad era lo que menos soportaba Klostler, así que aquella curiosidad le pareció de lo más normal. Algunos de aquellos compañeros del instituto, nunca había hecho nada por nadie, no movían un dedo si suponía doblar la espalda, jamás se habían molestado ni interesado por los problemas ajenos, y esperaban cuando tenían algún problema que llegaran sus papás a solucionarlo. Aparte de sus estudios, sus comodidades familiares y los regalitos que les hacían sus padres, no necesitaban mucho más para vivir y no deseaban moverse demasiado, por eso, Klostler sabía que no podía contar con muchos de ellos si se trataba de hacer un viaje lleno de incomodidades y privaciones. Y, tenía la impresión, de que algunos chicos que se iba a encontrar por el camino iban a ser más vitales, no dispuestos a dejarse adormecer por la televisión y la iglesia. Allí empezaban a trabajar muy jóvenes, y Rudy le pareció desde el principio, un tipo genial. Aunque no sabía si su conducta era del todo correcta, desde que comenzara su aventura no se había acordado lo suficiente de sus tíos, y eso le producía una cierta desazón. Alguna vez, había tenido algún comentario sobre la forma en que su tío Marcus cogía el tenedor para comer -con apenas dos dedos como si le diera asco-, o, en una ocasión, le había comentado a Pietro que su día era tan posesiva que daba miedo. Habían sido comentarios de paso en medio de conversaciones ajenas, pero, él lo sabía, no los había echado de menos en todo aquel tiempo, y no tenía prisa por volver. Tampoco era muy propio de él, que apenas se preocupara de su higiene o de alimentarse correctamente, tal y como solía hacer a diario; definitivamente, el viaje estaba cambiando muchas cosas. Había ocasiones en que se preguntaba si había sido una buena idea planearlo sin tiempo y salir de casa con apenas lo puesto, no parecía seguro de nada, pero al momento, daba la vuelta como una ruleta y se convencía de que había sido la mejor idea que había tenido nunca. Después de un par de horas con Rudy, empezaron a construir esa nueva amistad hablando de sus sueños, lo que la juventud suele hacer cuando hay confianza. Como Pietro e cansó de hacer cola esperando un momento para llegar a hacer su pedido, se volvió sin haber cumplido su objetivo. Rudy los sacó a una calle paralela a la verbena y allí pudieron tomar unos bocadillos sin problema, y conocieron a Palm, la hermana de Rudy, que desde el principio congenió especialmente con Pietro. Aquella noche fue muy larga, dieron vueltas por la fiesta y terminaron durmiendo debajo de un árbol enorme en mitad de una plaza, cuando ya todo el mundo se había retirado. Debían de ser alrededor de las cuatro de la mañana y no se sostenían en pie.

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3 Amanecer colorado Los ojos de Palm, tenían la suavidad y la condescendencia de las chicas que han sido criadas para no esperar demasiado de la vida. En ocasiones apretaba los dientes como si estuviera sometida a una gran tensión, o algo la incomodara; en estos casos, su hermano creía que podría aguantar cualquier cosa sin hablar, sin darle importancia aparente y mostrando un desinterés que, desde luego no era interior, pero todo ello la hacía atrayente a los ojos de Pietro que estaba despierto desde que la primera luz de la mañana. Había dormido cuatro horas y no dejaba de observarla mientras ella ajena a todo soñaba con momentos mejores. Habían estado hablando y era de ese tipo de chicas que sabe amoldarse a cualquier situación y pasar el rato con un grupo de chicos sin hacer que todo gire alrededor de ella, o sin pretender organizarlo todo, lo que resultaba muy conveniente porque sus nuevos amigos estaban tan cansados que no soportarían demasiado movimiento. Además, Pietro, especialmente interesado, creyó que podría pasar unos días a su lado sin que le pidiera que aceptara un cambio radical en sus costumbres; él no podía renunciar a sus ejercicios matutinos, a su alimentación equilibrada y a sus ratos observando los ocasos y los amaneceres; por su parte, era un chico lleno de rarezas. Entre ellos no había admiración impostada, lo que se parecía, era lo que resultaba, lo que imaginabas, era lo que estaba. Pietro quería conocerla más, y le dijo a Klostler que se quedaría unos días en el pueblo, con lo que todos estuvieron de acuerdo, incluido el hermano de Palm, que ya se vio organizando una comida en su casa para que el chico de ciudad pudiera conocer a sus padres. La chica no había empleado ningún tipo de seducción, ni siquiera había sido voluntario parecer tan natural y dispuesta a congeniar, pero lo cierto es que los dos se cayeron especialmente bien. Klostler pensaba que su amigo estaba entrando en una amistad imposible de mantener, por la distancia y por sus compromisos, pero cada uno pasaba sus vacaciones lo mejor que podía. Algún tiempo después, los dos recordarían aquellos momentos y a los amigos que habían hecho por el camino y se sentirían muy bien porque todo había estado lleno de buenas experiencia, gratos recuerdos. Esa sería la historia que contarían a sus amigos, a partir de ahí todo sería más personal y discreto. Habían superado con éxito todas sus expectativas, habían caminado hasta la extenuación, pero había valido la pena. Aquella sensación de triunfo les iba a acompañar algún tiempo y se despidieron sin demasiadas ceremonias. Palm y Rudy estuvieron también en esa despedida y Klostler echó a andar en busca de sus propias sombras. A Pietro, en los días siguientes le presentaron a los amigos de Rudy, e hicieron todo tipo de actividades propias del lugar, como bajar al río a nadar y tirarse un enorme puente, o jugar en un billar destartalado, del bar más anciano del pueblo. Todo corrió como se había esperado. Klostler había previsto que algo así pudiera suceder y terminar su viaje solo, de hecho, había pensado en que la última etapa debía hacerla sin ninguna compañía. Nada se había salido del guión, pero en adelante si debía ir a casa de la hermana de su madre, no quería que no pareciese algo tan personal y interiorizado como en realidad lo era; no deseaba que parecer un joven de vacaciones tomando decisiones superficiales y disfrutando de la etapa más feliz y prometedora de su vida. Tal vez la verdadera causa de su viaje tuviera más que ver con la necesidad de saber, que con la necesidad de sentir. No echaba de menos ser querido, ni se sentía rechazado por su madre, pero dejando fríamente a un lado estos pensamientos, la imperiosa necesidad de saber empezaba a manifestarse con la aproximación de la madurez. Algo había imaginado los últimos años acerca de aquella mujer tan desconocida y sus motivos para desaparecer, y eso tenía que ver con su salud. No era el primer niño abandonado por su madre y podía convivir con eso y con que lo señalaran con 12


más pena de la que él mismo sentía, esa circunstancia no lo había hecho cambiar tanto de como hubiese sido creciendo en una familia perfectamente estructurada. no sólo no se sentía tan rechazado, sino que siempre se había creído un chico con suerte, a pesar de todo. Lo que sus tíos (casi padres) habían esperado de él durante su crianza, había sido que se convirtiera en un hombre generoso y capaz de ser sensible ante las calamidades o fracasos ajenos. Era un sentido de la piedad que los dignificaba a sus ojos, y no deseaba parecer desagradecido, pero lo que había que hacer debía ser hecho. Los tres estuvieron de acuerdo cuando se propuso seguir estudiando después de terminar el bachiller. Eso significaba que el chico tenía la intención de seguir con ellos por tiempo ilimitado y no existía en él la inquietud de otros de sus compañeros por ponerse a trabajar e independizarse lo antes posible. La esperanza de su tía Kausica acerca de el, era que se sintiera totalmente su hijo. Por otro lado, el viaje que acababa de emprender parecía romper toda aquella argumentación. Él buscaba a su madre, la madre existía, y Kausica podría reemplazarla en casi todo, pero a pesar de todos sus intentos por hacerla desaparecer, vivía en los recuerdos infantiles y borrosos de Klostler. No era fácil sentirse mimado y aceptar todas las muestras de cariño de Kausica, si eso suponía echar un pesado y tupido velo sobre sus recuerdos y viejas inquietudes. Caminar solo la etapa final de su viaje le pareció un triunfo, pero ya deseaba volver para estar de nuevo junto a su amigo. Todo había formado parte de un plan de viaje, pero a él lo había tenido muy en cuenta; ¿se habría sentido utilizado en algún momento?, desde luego parecía que Klostler no era demasiado bueno ocultando sus pensamientos. En realidad, no se había tratado de una estrategia, pero no hubiese hecho aquel viaje sin haberlo empezado con Pietro, había sido de un gran apoyo. Según se desprendía por algunos de sus comentarios, y por cosas que decía sin venir demasiado a cuento, Pietro había sospechado que su deseo de no entretenerse, tenía que ver con que tenía claro a donde se dirigía. Sin embargo, aquellas actitudes, no tuvieran nada que ver con la decisión de quedarse unos días con sus nuevos amigos, parecía más bien, que deseaba conocer a Palm sin tantas reservas. En aquella ocasión no quiso ser presuntuoso y decirle lo que pensaba de su renuncia, porque en realidad llevada tiempo pensando en como decirle que quería entrar solo en Tearsland, una vez más, el destino formaba parte de sus sueños. Estaba tan cerca de conocer a su otra tía, la hermana de su madre y obtener entonces la posibilidad de saber algunas cosas, que necesitaba controlar la excitación que le producía. En un momento así cogió aquella vieja fotografía que llevaba en la cartera, y le habló, “me gustaría conocerte, si aún sigues con vida. El resto no importa”, ya estaba a punto de pasar por el viejo puente de piedra que, sobre el río, daba acceso a la ciudad. En casa de su tía, un par de días después, comía algo de fruta mientras ella le hablaba de su madre. En cierto modo, quería trasmitirle la idea del amor perdido, mensajes de su madre que nunca le llegaron, la realidad insuperable de su enfermedad. Quiso saber como le iba la vida con Kausica y Marcus, y a la vista estaba que lo habían convertido en un joven fuerte y decidido, alegre y sin reservas. Su tía Enrieta insistía en hacerle comprender que Palmira parecía tener veinte años más de los que en realidad tenía y eso la convertía en una anciana. Además estaba lo de sus crisis, los cambios de humor y los episodios violentos en los que se golpeaba contra las paredes. Enrieta se arreglaba para salir y acompañarlo al centro de salud donde estaba internada, se maquillaba delante de un espejo, y ponía ceremoniosamente cada frasco, cada crema y cada pincel en un lugar estratégico sobre la cómoda. Klostler la miraba embobado, incapaz de moverse mientras ella le hablaba exhibiendo un cuello largo como el de un cisne. Era aquella entrega en la enfermedad de su hermana, la dedicación, el ponerse en marcha inmediatamente para que él pudiera verla. “No debo engañarte, no va a ser agradable para ti. La medicación la tiene muy atontada, pero comprendo tus motivos”. Seguía hablando mientras se arreglaba el pelo, y él escuchaba en silencio. -Tus padres eran una pareja encantadora, todo el mundo quería relacionarse con ellos, y sobre todo, todas las chicas estábamos enamoradas de él. Palmira supo verlo antes que otras e hizo todo lo que estuvo en su mano por conquistarlo, no sintió vergüenza ni orgullo por la forma en la que actuó. 13


A algunos les pareció muy descarada, pero era como si supiera que le faltaría tiempo para disfrutar de él. Hay ocasiones en la vida en las que debemos meter todos nuestros prejuicios en un saco y enterrarlo en medio de la nada. Lo visitaba cada día con cualquier pretexto, iban juntos al gimnasio -a ella no le gustaba, pero él nunca lo supo-, sabía los lugares en los que él salía por la noche y daba vueltas hasta que lo encontraba y ya no se separaba de él. Fue un noviazgo muy corto; en menos de un año ya vivían juntos. Todo se alargaba, todo lo que había entre ellos parecía no tener fin, ella no dejaba de imaginar escenarios que pudieran sorprenderlo y él se dejaba llevar; tuvo que ser agotador. No quería que perdiera su interés por lo que les estaba pasando, y quería mantener su atención cada minuto. No era tan extraño, entre los chicos que entonces se movían entre nosotras, no era de los desfavorecidos o los que no habían sido tocados por la suerte, tenía todo lo que un muchacho necesitaba tener para atraer la atención de las chicas. En una ocasión, fueron detenidos por bañarse desnudos en la playa en mitad de la noche, alguien les llevó la ropa y acudieron a una cafetería a llamar por teléfono a un taxi, tuvo que ser algo muy divertido, ellos vivían así, no había un momento de transición. Creo que Palmira creía cada minuto que aquella felicidad se le estaba yendo entre los dedos como agua, creía que nunca se sentiría en una situación lo suficientemente estable para poder descansar. Tú llegaste en uno de esos momentos de locura juvenil, de imparable agitación, y supo que estaba embarazada al volver de un viaje a Budapest. No sé qué buscaban en Budapest, esa es la verdad. No podían esperar ser felices para siempre, pero ella no quería que nada cambiara. Cuando tú naciste, formaste parte de su vida imparable, te llevaban a todas partes, los viajes eran un poco más incómodos, pero aprendieron a hacerlo portando un bebé, la verdad es que se quedaban mucho más cerca de casa y la fiestas en casa terminaban antes de las doce y sus amigos se iban solos, ellos siempre te tuvieron en cuanta y prevalecías a pesar de sus deseos más excéntricos, es decir, si no tenían canguro no salían, y si te daba fiebre en mitad de la noche, salían corriendo al servicio de urgencias del hospital. El estrés no paraba, pero los motivos cambiaban. Les hacía falta algo más de dinero, y la herencia de sus padres ya no era suficiente, así que él empezó a trabajar. Eso si fue un acto de amor, aunque el héroe encantador de serpientes se venía abajo con su traje de trabajo y las herramientas de limpieza en el cinturón. A mi me seguía pareciendo muy atractivo. Habían llegado, la historia no acababa pero cambiaba mucho, la magia desaparecía, pero durante el tiempo que duró fue diferente a cualquier amor ni siquiera de las telenovelas. Había pasión, no sé si eres capaz de entenderlo, la pasión nos hace ciegos para unas cosas, pero despierta los sentidos. Cuando crezcas un poco más lo entenderás. Enrieta no para de hablar y se iba deslizando sobre su banco. Se esforzó en incorporarse y moviéndose lentamente volvió a su mejor posición, estiró el cuello y miró su perfil izquierdo, después el derecho, su aspecto iba cogiendo forma. -¿No te parece que el mundo debería ser un poco más amable? No me refiero a la gente, sino al concepto, ya sabes, naces, llegas sin saber muy bien de que va esto, y la vida se pone exigente y no nos trata nada bien. Sin preaviso. La pregunta sorprendió a Enrieta, que no esperaba un intelectual o un filósofo en la familia y aquello la superaba. Aquella mirada benévola desapareció y dio lugar a una sonrisa maliciosa. -Klostler, sabes que te adoro, eres mi único sobrino y yo no tengo hijos, pero no me hagas preguntas que no entiendo. Estudias demasiado, y sé que quieres sacar lo mejor de ti, pero lo que tienes delante no lo vas a poder interpretar. Es una de esas cosas que podían no haber sucedido, que nadie esperaba que sucediera y, ella está mal, si hubieses tardado un año en tomar esta decisión, tal vez no podrías llegar a conocerla con vida. No le des demasiadas vueltas. Ni siquiera sé si estoy haciendo lo correcto ayudándote. Kausica me va a poner verde, y con razón. Al terminar de hablar, estaba de pie y se estiraba el vestido. Se acercó y lo abrazó con tanta piedad que parecía que Palmira hubiese muerto el día anterior, y no, que tan sólo iban a hacerle una visita. -No soy infeliz, en serio. Aún suponiendo que me hubiese ido tan mal como muchos imaginan, no tendría derecho de culpar a nadie. Las dificultades están para ser superadas, así lo veo. -¿Te parece que alguien podría reprocharte no sentirte feliz? Debería dejarlo pasar. Pasar, ya 14


sabes, “pasa de todo tío”, ¿No decís eso los chicos? Le das demasiadas vueltas a todo. Mientras decía esas últimas palabras cogía su bolso y se preparaba para salir, cogía las llaves y abría la puerta de la calle, “¡vamos allá!” añadió en un suspiro. Y salieron. Aquellos fueron los días más intensos y excitantes de su vida, aún tan corta. Fue como una obsesión que se manifestaba a una edad concreta, el momento de dejar atrás la infancia. Decidió entonces perdonarlos a todos por lo que le habían hecho, o por lo que creía que le habían hecho. Debía dejar de sentirse una víctima, ya no tenía dudas de que aquel secretismo había sido porque lo amaban y querían lo mejor para él y su desarrollo. Habían creado un estado fantástico para que su infancia fuera feliz, y lo habían conseguido, pero era el momento de dar el paso, quería saber, conocer, ver, y ser consciente de la realidad. Se consideraba lo suficientemente formado para dar aquel paso y dejar atrás de una vez por todas aquella frustración que no le había pesado hasta entonces. El servicio de enfermeras parecía especialmente amable aquel día. Como si se tratara de un centro privado, intentaron congraciarse con los parientes, pero Palmira no los reconoció, no se movía, no parecía ser capaz de articular pensamientos. Se detuvo justo delante de ella y no supo que hacer, “dale un beso”, le dijo su tía Enrieta, él obedeció. Se acercó a su tía que estaba embobada, peinando a aquella mujer que parecía un vegetal y que una vez había sido su madre. “En su mundo somos unos entrometidos”, dijo Klostler que tenía ganas de llorar. Una tristeza que lo iba a acompañar en el futuro lo invadió Ya de nada servían los antiguos argumentos de rebeldía, se había salido con la suya y no era agradable. Pero era la realidad, la vida, sin secretos, tenía sentido por triste que fuera. La fotografía que llevaba en su cartera no se parecía mucho a aquella mujer que tenía delante. Pensó en sacar su cámara, pero le pareció obsceno pensar en sacarle una fotografía en semejante situación. Hubiese querido una foto de las dos juntas, pero se sentía perdido, sin una señal de como actuar. La besaron de nuevo y se despidieron, Palmira, no movió la cabeza, ni los ojos, ni el cuerpo, nada: no respondió. A pesar de las cortinas, el sol entraba por la ventana iluminando una parte de su cara y su cabello. No podía dejar de mirarla pero ya se iban retirando. Volvía la cabeza para volver a verla y Enrieta salía por la puerta. La obstinación es un rasgo de los grandes hombres, y él había finalmente conseguido lo que quería, si eso era lo que había esperado. Le había costado mucho tiempo liberarse de sus prejuicios para dar aquel paso. Llamó a su tía Kausica desde allí mismo y le dijo que ya volvía a casa. Tal vez se había pasado imaginando una solución más del agrado de todos. Apretó los dientes, y se pasó la mano por los ojos. “Estoy de vuelta a casa, te he echado de menos”.

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Los muertos no corren

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1 Los muertos no corren El interés de Melisa por saber lo que tenía que ver con la salud de su marido era enfermizo. Lo averiguaba todo consultando libros, revistas o llamando a su hermano Marcus Arnaldo, que era médico y le decía todo lo que ella quería escuchar, para rematar habitualmente con la misma frase, “las costumbres es lo que nos crean los problemas de salud, y a veces, no es posible cambiarlas”. ¿Cómo podían ser hermanos y parecerse tan poco?, se preguntaba ella cada vez que hablaba con él. Habría sido necesario para ella, nacer de nuevo y ser educada de otra manera para mantenerse al margen de ese tipo de preocupaciones. Era nerviosa, y al mismo tiempo, mantenía ese estoicismo que la caracterizaba cuando se cruzaba de brazos y rumiaba alguna idea malévola capaz de cambiarle la dieta, o hacer desaparecer todos los ceniceros de la casa para que no fumara. Pero para Rutskin nada parecía suficiente, aguantaba aquello desafíos sin dejar de alterarse y sin dejar de la cosa llegara demasiado lejos. “Uno se encariña con su forma de vida. No se puede cambiar de costumbres o de casa, o de familia, sin dejar de lamentar perder algunos hábitos muy queridos”, le dijo para contentarla, en una ocasión en la que ella le avisó de las terribles consecuencias de vivir como él lo hacía. Que ella adoptara aquella postura tan saludable no dejaba de ser tortura para quien tenía que seguir sus directrices, y eso le había tocado a Rutskin. En todo parecía inflexible, sin embargo, en lo tocante a su trabajo se volvía más flexible, podríamos decir que incluso era capaz de mirar para otro lado y ella misma despertarlo si se quedaba dormido e iba a llegar tarde al trabajo. “Alguien tiene que hacer el trabajo sucio, que en tu caso es el más duro, ponte las pilas y no llegues tarde”, le decía mientras lo empujaba hacia el coche. Si Rutskin hubiese sido un miembro más de una mafia del contrabando de drogas, tal y como ella lo planteaba, hubiera sido aquel que tendría que matar cuando el jefe le dijera que lo hiciera, el asesino, el finiquitador, el que resolvía las cuentas y el que exigía los pagos. Por fortuna, sólo era el director de un salón de juegos, y las apuestas formaban parte de su vida, y las había asumida con tanta naturalidad que ya no le subían la tensión arterial si ganaba, o si perdía. En su trabajo, por fortuna no se trataba de hacer desaparecer a nadie, pero debía reconocerlo, en ocasiones había que cobrar viejas deudas y eso tampoco era muy agradable. Consternado por la bronca que le acababa de echar su mujer, una noche se puso un brandy y se sentó en el salón dispuesto a romper todas las reglas, eso era lo único que necesitaba. Aquello iba mucho más de lo que se hubiese atrevido a hacer en cualquier otro momento, sobre todo porque ella se lo tomaría como una humillación. En aquel instante de ruptura se volvió tan prepotente que Melisa se lo notó por su tono de voz y el enfado que había en ella, y decidió no forzarlo desapareciendo en la cocina, en absoluto eran conscientes de lo que aquella discusión significaba, era una especie de aviso. Se fue a la cama tan excitado que a media noche Melisa tuvo que llamar al médico porque creyó que se iba y lo internaron tres días. No fue una cosa agradable, y lo que era peor, demostraba que ella tenía razón y que debía cuidarse costara lo que costara. No había preavisos, ninguna evidencia en las últimas veinticuatro horas de que aquello iba a suceder, sólo 17


hizo falta una pequeña discusión casera, nada más y de pronto saltaron todas las alarmas. “Cuando quiere sabe como sacarme de mis casilla”, pensaba él, mientras se dejaba acariciar la mano alrededor de aquella aguja de suero y dios sabe cuantas cosas más, que se movía clavada bajo la piel. Jeeremías, el hijo de ambos, estuvo de acuerdo en pasar un par de noches a su lado en el hospital cuando Melisa le dijo que era todo lo que necesitaba y que del resto podría encargarse ella. Para Jeremías era la oportunidad de pasar un tiempo adicional al lado de su padre, al que, al fin y al cabo, no veía con demasiada frecuencia. Jeeremías quería a su padre, y sabía que estaba pasando por un mal momento, pero también sabía que en cuanto se encontrara mejor volvería a la rutina de la sala de máquinas de juegos y de la oficina de apuestas. Aquellas noches le tocaba la frente, tal y como él le había hecho tantas veces cuando era un niño. Intentaba buscar algún indicio de fiebre o malestar para salir disparado en busca de una enfermera, y aunque a veces le parecía notar una respiración demasiado apagada, lo único que sacaba de ello era la protesta de Rutskin, “Jeeremías no seas menso, mi frente está en perfecto estado y había empezado a conciliar el sueño” Algunas cosas que nos suceden parecen poner en cuestión nuestra conducta, sobre todo cuando caemos enfermos. Rutskin tenía planeado hacerle una visita a un viejo deudor para aquella misma semana pero la enfermedad parecía un argumento más firme y debía aplazar su visita. Hellmans hacía trabajos para él ocasionalmente, pero siempre quería estar delante si debía intimidar a alguno de los estafadores que se gastaban todo su dinero sin contar con sus obligaciones previamente contraídas. No quería que se extralimitase sin su consentimiento, pero si era necesario él mismo le pedía que lo hiciera. En esa ocasión le expresó su deseo de no ser condescendiente con Ratprudy, que era un viejo conocido y que lo había decepcionado tantas veces que había colmado la última gota. Eso tenía un significado especial para Hellmans, en esa ocasión podría disfrutar con su trabajo sin que nadie le interrumpiera. Rutskin llevaba muchos años en el negocio y si en alguna ocasión había pensado que esos métodos eran la peor forma de conseguir que su dinero le fuera reembolsado, con el tiempo había llegado a la conclusión de que no había otra forma. Hellmans le dio una buena paliza a aquel tipo, y él no dejaba de gritarle y amenazarlo, le ponía las manos sobre el cuello como si deseara matarlo, pero cuando su cara empezaba a enrojecer y sus ojos se teñían de sangre, cedía y la presión desaparecía. Rutskin sudaba, los separaba si creía debía parar por un momento y de nuevo empezaba la fiesta para Hellmans. Fue terrible, nunca había dejado a ninguno de sus acreedores tirado en un callejón como si estuviera muerto. Y eso sucedió tan sólo dos semanas después de salir del hospital. Podríamos calificarlo de extravagante, de excesivo o, tal vez, de exagerado, pero para Rutskin se trataba de conservar el negocio y ese tipo de cosas no sucedían con frecuencia. Los matrimonios cambian, el interés, los afectos, la disposición para la vida y la comodidad creciente, todo cambia, y la mayoría de las veces los ritmos de la pareja no se mantienen. Eso no justificaba que se hubiese echado una amiguita y que hubiesen perdido la comunicación, a menos que fuera para aceptar sus condiciones, sobre la salud, el orden ola limpieza, ni siquiera después de haber entrega la casa y permitir que ella la custodiase como si su propio marido fuera un invitado. El destino no tuviera nada que ver en aquella situación, eso lo tuviera claro desde el principio, desde el día de la boda, delante de amigos y familiares. Tampoco tuviera nada que ver con la vehemencia con la que practicaban el acto sexual al principio, ni el abandono en el que habían ido cayendo con los años. Aquel conformismo había estado adormecido, en estado de gestación, durante tantos años que parecía haber parido una forma de solidez inquebrantable. La ternura se había perdido definitivamente... y sin embargo, Rutskin había pensado tanto en ello que se hubiera quedado calvo si le hubiese quedado algún pelo útil sobre la cabeza. Se había convencido de que era lo normal, de que le pasaba a todo el mundo y que unos lo encajaban mejor que otros. No había nada que pudiera explicar el afecto que le tenía cuando el amor se había extinguido por completo. Para otros era un espanto, una devastación de todo lo bueno que había existido, para Rutskin la consecuencia lógica de treinta años de estrecha convivencia. 18


Teniendo en cuenta su falta de fe al enfrentarse a los cambios, a nadie le podría extrañar que terminara por divorciarse, saltándose todo aquello en lo que había creído toda la vida y debería llevarlo a una vejez apacible al lado de Melisa. El problema le había empezado a parecer infranqueable cuando la exigencia de la salud le llevó a cambiar hábitos sin contar con su opinión. Ella percibió sus cambios de humor y los atribuyó a sus achaques, cuando tenían más que ver con sus propias exigencias. Le pidió a Hellmans que lo llevara al centro de la ciudad, y que lo dejara en la esquina del cine Universal, cuando le pedía eso era porque deseaba andar un par de calles y subir al apartamento de Laurena. En modo alguno deseaba quedarse más de lo preciso, ni que Melisa pudiera echarlo de menos o considerar que llegaba demasiado tarde y tener que dar extrañas explicaciones. Una vez llegado hasta allí, era demasiado tarde para dar la vuelta, y sus visitas no eran tan frecuentes pero esa vez hizo una excepción. No esperaba, a sus años, demasiadas novedades incluso al llegar sin previo aviso al apartamento de Laurena, no le iba a pedir que fuera especialmente cariñosa o condescendiente ni tampoco, encontrarse especialmente motivado para lo que tenía que hacer; tampoco quería demostrar nada, a pesar de lo débil que se había sentido los últimos y las dudas que albergaba acerca de sus posibilidades de aquel día. Lo que lo había animado a dar aquel paso tampoco era probarse nada a él mismo y lo único que se le ocurrió al entrar y no encontrar a Laurena allí, fue poner música y usar la bicicleta estática que ella comprara para ponerse en forma. No pareció importarle que estuviera programada para un trabajo duro, y se dijo que comprar uno de esos aparatos para casa podría convencer a Melisa de que ya hacía ejercicio suficiente y de que su vida estaba orientada hacia lo saludable. Al terminar de pedalear había empezado a sudar, se dio una ducha y se puso un combinado de ginebra. La chica trabajaba representando una empresa de productos cosméticos y de hecho, cuando había trabajando en la sala de juegos y apuestas, lo había hecho publicitando una marca de apuestas en apoyo a una campaña televisiva y con las que también contaban en la oficina. Eran productos diferentes, pero el tipo de trabajo era muy parecido, pensó Rutskin. La ayudaba en todo lo que podía, y le permitía vivir en el apartamento que antes había tenido vacío durante años. Eso unido a todas las veces que comían y cenaban juntos, le permitía vivir de una forma bastante desahogada y el corredor de apuestas sabía que era importante para ella, porque los sueldos no eran altos en ese tipo de trabajos. En las visitas que Rutskin le hacía, no sólo tenían sexo ocasional, sino que pasaban tardes muy agradables tomando ginebra con aceitunas y viendo la ruleta de la fortuna en la tele. Laurena era muy avispada y conocía refrenes y títulos de canciones que le ayudaban para completar con frecuencia el panel, antes incluso que los mejores concursantes. En otras ocasiones, cuando llegaba sin avisar y ella había salido, solía ocuparse en ordenar, en vaciar ceniceros, en guardar revistas y doblar ropa y meterla en los cajones, porque, eso debía reconocerlo, la chica no ponía demasiado interés en ese tipo de tareas. Le gustaba mucho cambiarse de ropa, eso no lo podía negar e iba dejando la ropa que se quitaba por donde iba cayendo, lo que lo llevaba a encontrar ropa interior usada tirada en el baño, más a menudo de lo que un día hubiese podido imaginar. Él ponía todo su empeño en convencerla de no vivir así, y era obstinado en eso -tal vez de alguna forma imitaba a su mujer cuando lo acosaba para que llevara una vida mejor-. Compraba mucha ropa y eso la hacía parecer siempre a la última, le gustaba lucir modelos nuevos y ajustados, si bien era cierto que desde hacía una año había empezado a perder la figura. Ese impecable interés por mostrarse despampanante, chocaba sin reservas con abandono total del cuidado de la ropa, de la colada o la plancha. Aquello llevó a Rutskin a pensar más de una vez que si algún día diera el paso de separarse de su mujer, necesitaría una buena asistenta en el hogar y gastarse un dineral en la tintorería. Tenía la impresión de que su matrimonio se había hundido sentimentalmente hacía mucho tiempo, pero que se mantenía firme aquella unión porque se respetan las costumbres y las apariencias, y eso les llevaba a valorarse a pesar de los desencuentros, y en el caso de Melisa, a vivir en una espacie de burbuja, en un mundo ideal en una fantasía en la que haber renunciado a algunas cosas que para los 19


matrimonios parecen esenciales, y que a ella le parecía que lo había llevado todo a una perfección que no se dejaba manchar por acuciantes y viscosas pasiones. Rutskin le daba mucha importancia al sexo, es posible que estuviera obsesionado, y para acabar de redondear su círculo pasional, siempre que podía tenía sexo ocasional y si hacía falta pagaba por ello, y como respetaba los horarios y solía llegar a casa a la hora de la cena, Melisa no le hacía preguntas incómodas, y todos tan contentos. Para Laurena todo era un juego, nunca había tenido demasiada suerte y sin moral ni conciencia, se dedicaba a disfrutar de todo lo que buenamente se ponía a su alcance, y sin embargo, Rutskin lo sabía bien, tenía gestos de ternura con los más débiles que la engrandecían a sus ojos. Tampoco se podía decir de ella que fuera especialmente tímida, y tenía cosas como salir un momento del restaurante en el que estuvieran cenando, para llevarle algo de comida a un perro pulgoso que estuviera tirado en la puerta. Aquello lo había enfadado bastante, y la había acusado a gritos de no tener sentido del decoro. Aquella noche Rutskin no cenó, lo que no era un problema demasiado grande ya que tenía que volver a cenar al llegar a casa, pero la discusión derivó en semanas sin dirigirse la palabra. Esto no era muy conveniente porque la deseaba cada día y quería tenerla, así que al final, fue él, del que había derivado aquella situación, el que pidió disculpas por su actitud e hicieron las paces en el dormitorio. En aquella situación ninguno de sus intervinientes estaba preparado para poder ponerse demasiado escrupulosos con las conducta de los demás. -Yo soy la mujer que ha convertido tu matrimonio en una mentira, todo son las apariencias -le dijo Laurena que llegaba cansada y con ganas de fiesta-. A veces, cuando pienso en ello, creo que soy un monstruo. -Si no fueras tú hubiese sido otra, me enamoro con facilidad. No había contado con una de esas conversaciones en las que la conciencia nos devuelve a la realidad después de haber vivido mucho tiempo en la inopia. No estaba preparado, se había pasado el día dando vueltas y había discutido con un cliente que no tenía dinero y quería seguir jugando a crédito. Después había sucedido el asunto violento con Ratprudy, lo que era especialmente desagradable para él porque hacía mucho que lo conocía y no esperaba que terminara así. Estaba en tensión y cansado para interpretar los mensajes de arrepentimiento de una mujer que nunca se arrepentía de nada. No había esperado un final de la tarde tan ajetreado en el momento que decidió pasar por allí. Le resultaba muy inconveniente que sus planes se torcieran tanto, pero con las personas siempre pasaba lo mismo, nunca reaccionaban como se esperaba de ellas, y ahora tenía delante a Laurena con un enfado de “mil huevos” y dispuesta a romperlos todos. -Pero Laurena, tu ya pasas de esa edad en que las jovencitas se pasan la noche llorando porque los novios no le duran -Insistió en poner las cosas claras intentando evitar que se desencadenara un incendio emocional-. En nuestras vidas llega un momento en que ya todo lo que tenía que pasar ha pasado, es tarde para ponerse a pensar en lo que hicimos mal,y en como nos hubiese ido si hubiésemos actuado de otra forma. -No me escuchas, nunca lo haces. Lo quieres arreglar todo a tu manera, me sueltas el discurso y te quedas tan ancho. Lo haces en todas partes, te da igual que estemos cenando en un restaurante o en mitad de un película en el cine, me sueltas el rollo e intentas manipularme. -No digas eso -respondió-. Tengo derecho a dar mi punto de vista, sobre todo cuando me acusas sin motivo sin que yo entienda nada. Hay discusiones que no conducen a nada bueno. -Para ti sólo soy una costumbre más, un sitio a donde ir, una parte muy pequeña del todo. Un rato después estaban haciendo el amor sobre la alfombra como dos animales. Ella gemía y los momentos más tórridos y el se sentía motivado y rejuvenecido. Para Rutskin era bastante evidente que si no la amaba, al menos la deseaba con la misma intensidad del primer día, cuando ella se presentara en la sala de juegos con una falda tan corta que no pudo impedir que se le vieran las bragas al sentarse en un taburete alto para acordar con él, allí mismo en la pequeña barra del bar de la sala, las condiciones del sueldo y la forma en la que lo cobraría, en mano y sin recibos. Ella acababa de pasar unas vacaciones con un amigo en la costa del 20


sol y estaba muy morena, parecía haber pasado mucho tiempo tendida sobre la arena bajo un sol tan fuerte que apenas se la notaba la marca del bikini bajo una blusa muy escotada. Rutskin, nunca había pretendido ser, ni parecer, uno de esos tipos que no rompen un plato, la miraba con descaro y ella lo notó; así empezó todo. La imagen repetida en sueños de Laurena sentada en el taburete del salón, frente a él, luciendo aquellas piernas bien torneadas, también se manifestaba cuando estaba despierto. Intentaba alcanzar los detalles del sueño, examinaba su forma de vestir, los gestos y la forma de moverse. No se le veía la cara, pero estaba seguro de que era ella. Los sueños repetidos pueden llegar a convertirse en una desagradable obsesión y podría costarle una vida librarse de ellos, y de hecho, en ocasiones despertaba sumido en un espeso sudor que asustaba a Melisa, lo que tampoco era agradable. La tranquilizaba inventando una pesadilla y cuando se dormía, él intuía que ya no podría dormir con facilidad esa noche, lo que lo convertía en un “zombie” ojeroso y malhumorado todo el día. Se acercaba a ella y la observaba envidiando su sueño y la facilidad con la que volvía a él. A veces movía la nariz como si le picara y se la frotaba con el torso de la mano, eso no la despertaba, al contrario, la hacía suspirar y respirar profundamente. La envidiaba, Melisa vivía sin ponerse en conflicto con sus problemas. Con el tiempo esa situación se convirtió en alarma, porque cada vez que sucedía ya no se volvía a dormir hasta la madrugada, conciliaba el sueño apenas una hora y tenía que levantarse para salir corriendo y poder abrir la puerta metálica del salón de juegos a la hora precisa. La presión de una vida tan ajetreada llevó al jugador de apuestas a reencontrarse con sus viejos vicios, y volver a tomar pastillas para dormir, y por la mañana, pastillas para ponerse en marcha y dejar el domicilio conyugal como si todo estuviera en bien. Había dejado de hacerlo al casarse, había pensado que su vida estaría en orden y no le haría falta aquel suplemento, pero nada resultó como esperaba. Laurena estuvo de acuerdo en tomar alguna de la química que él le suministraba, en compartir ocasionalmente aquel vicio excitante que, por fin la ayudaba a sacarlo de casa de casa y llevarlo a fiestas. Rutskin tuvo que decir en casa que los fines de semana tenía que abrir hasta muy tarde, y en parte era cierto, pero él no estaba allí. Confió en Hellmans para tener abierto los sábados por la noche y enfrentarse a las apuestas de fútbol. Eso significaba disponer de un poco más de tiempo para dedicarle a la chica, pero al entrar en una cadena de fiestas interminables, lo cierto era que ella se pasaba el día durmiendo y de noche, no hacía otra cosa que beber mientras la veía bailar con desconocidos. Estaba cómodo en aquella nueva situación y no podría renunciar a su vida aunque se lo propusiera. Mientras tanto Melisa dormía apaciblemente y disfrutaba de un té con miel cada mañana al levantarse y comprobar que él seguía a su lado, durmiendo como un lirón; ella creía que de tanto trabajar. Se sentía correspondida y no podía ni imaginar de la doble vida que su marido había ido montando con el tiempo; no entendería la verdad si la descubriera. Le ponía un café bien cargado en la mesa de la cocina y lo despertaba, “alguien tiene que hacer el trabajo duro, cariño”, le decía y lo apremiaba para que pudiera abrir el negocio puntualmente. Y aunque a veces, el olor que desprendía a tabaco y alcohol era insoportable, le consentía, preparándole la ducha y disponiendo ropa recién planchada para que cada día pudiera lucir como un señor y todo el mundo supiera que todo estaba en orden, esa era la señal. Lo que Melisa esperaba de él, lo que esperaba que algún día sucediera y había estado esperando tanto tiempo, era que por fin perdiera su arrogancia, que la tuviera en cuenta con franqueza, que simpatizara con la idea de que una vida juntos importaba. Si algo podía llegar a ser considerado como merecedor de tantos sacrificios, eso era un matrimonio tal y como ella lo había diseñado. Tal vez era una forma antigua de pensar, un pensamiento obtuso tal y como los nuevos tiempos lo consideraban, incluso, en el peor de los casos, si una separación se produjera, ya sin tiempo para una nueva larga relación, también, en tal forma, eso le daría la razón. Aunque ella o mentía, y por supuesto, exponía este tipo de pensamientos sin pudor, casi resultaba un inconveniente mayor, es decir, para Rutskin , la vida hubiese sido más llevadera si su mujer hubiese aprendido a mentir.

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2 El mar refleja la espalda de la luna. Por supuesto, Rutskin era un hombre respetado. Entre sus amigos, el tipo de gente que conocía de toda la vida y que tanto se le parecían, la mera idea de que pudiese fallar no era realista; Rutskin podría con todo, con cualquier contratiempo o con una inesperada mala racha. Al cabo de los años, la realidad había llevado a muchos de sus clientes a tener que retirarse por problemas económicos, por enfermedades, y algunos, por pasar una temporada en la cárcel; siempre había situaciones que les rompían la vida, que coartaban sus planes o los dejaban fuera de juego. De él nadie esperaba una debacle o que de pronto, se pudieran descubrir sus más íntimos secretos, y si eso sucedía que tuviera que parar de golpe y cerrar el negocio; al fin y al cabo, muchas vidas basaban su equilibrio en las horas que pasaban en la sala haciendo apuestas, viendo apostar a otros o tomando cerveza. Empezó a sentirse inquieto cuando hizo su revisión y el médico le dijo que su corazón no iba nada bien y que su dieta tenía que ser estricta, además estaba lo de hacer ejercicio y tomar algunas pastillas. Esta vez, cuando Rutskin estuvo delante del doctor, tan sólo hizo falta mirarle a los ojos para comprender que aquello iba en serio, pero también le dijo que de seguir así tendría que operarse sin garantías, o algo peor. La creciente frialdad de Melisa también le hizo entender que había hablado con el médico y que estaba al tanto de todo, eso y que se había enterado de que había alguien más entre ellos, ahora eran cuatro, Melisa, Rutskun, Laurena y el corazón enfermo. Con el hermano de Melisa siempre había tenido una relación sincera, tal vez porque Marcus era un soltero con una vida llena de placeres, mujeres, contradicciones, gustos caros, drogas (por qué no decirlo, algunos médicos convierten su acceso a los drogas en una lucha contra su miedo a la muerte; son hipocondríacos y en ellos tomar pastillas contra la anxiedad se convierte en algo natural) y una vida sórdida que no le permitía juzgar a su cuñado. Hablaban entre ellos con cierta sinceridad y Marcus Arnaldo le repetía desde su autoridad de médico internista de familia, una y otra vez, que sus hábitos eran lo que lo estaba matando. -¿Sabes Marcus? Si algún día desaparezco sólo tú sabrás a donde voy, confío plenamente en tu discreción -le dijo unas navidades en que se reunieron en un bar antes de ir a cenar-. En tal caso, creo que me gustaría que me visitaras y me contaras de Melisa, porque yo la quiero Marcus. Creo que es importante decirlo: soy un irresponsable incapaz de mantener una mujer a su lado, pero a mi manera la quiero. -Siempre me sentí orgulloso de que me regalaras con una amistad tan estrecha, y no me puedo meter en vuestras cosas, quiero a mi hermana, pero no puedo compartir la manía que te ha cogido -le respondió Marcus Arnaldo justo antes de que le ofreciera su mano en señal de amistad y él se la estrechara con efusión. -Bueno amigo, eso es recíproco. Entre lineas, Rutskin le estaba diciendo que estaba planeando un viaje a algún lugar que nadie debería conocer, y que por eso no le podía decir nada más. No hacía conjeturas acerca del futuro cercano que le esperaba, pero la decisión estaba tomada, y no sólo había influido el consejo de cambiar su vida en la dirección de otra más saludable, también había influido el episodio en el que los amigos de Ratprudy aparecieran por el salón e juegos y al no encontrarlo la tomaran con Hellmans y lo mandaran un mes al hospital. -No soy muy sagaz tratando de interpretar lo que cualquiera me quiera decir si no me lo dice con claridad, no descifro mensajes subliminales, pero, en este caso, creo que si tienes pensado 22


ausentarte deberías hablarlo con Jeeremías. -No es posible, no quiere ni verme. Se siente traicionado, engañado y decepcionado. Creo que me odia, y no lo entiendo, es adulto. Jeeremías había hecho todo tipo de conjeturas sobre lo sucedido y había concluido que su infancia había sido un engaño. A medida que pasaban las horas, iba entendiendo mejor su propósito, más preparado para comprender por qué lo asaltaban aquellas ideas, el deseo de cambiar de aires y salir con lo puesto. Caminó de vuelta al apartamento -Laurena ya no estaba y ese era su hogar provisionalmente-, había esperado un momento así para parase a pensar y la cabeza le daba vueltas a todas sus ideas. No debía hacerle más daño a Melisa, pensaba, dejaría todo a su nombre para que tuviera todas sus necesidades cubiertas y no le impondría su presencia un día más, pero quizá, porque había estado hablando con Marcus Arnaldo por lo que tenía eso más claro que nunca, precisamente habían hablado de Melisa y fue su cuñado el que le hizo comprender con absoluta nitidez que tenía esa deuda con ella. Sin excluir malos pensamientos y culpables sentimientos, aceptó que no podía demorar más su partida. Se despidió de todos sus amigos y convino que la navidad no era la mejor fecha para moverse en autobús por aquellas carreteras sin dios, pero no había alternativa si quería visitar el pueblo de su infancia, los lugares que había conocido en su adolescencia estudiando en Salamanca, dando vueltas por Castilla y Andalucía, parando en lugares remotos y volviendo a coger otro autobús en cada destino, en cada ocasión más viejo y destartalado. Visitaba viejos conocidos, y se alojaba en lugares que conocía de antes, se vestía con ropas viejas y procuraba no llamar la atención entre aquellas gentes sencillas con las que se quería mimetizar. El pueblo de su infancia apenas se había movido, un dos caballos citröen llevaba tirado frente al consistorio, al menos cuarenta años. Caminó bajo los soportales del barrio viejo evitando la lluvia. Había otro coche en el pueblo, éste era un coche moderno, un coche alemán con matrícula reciente y asientos de cuero. Se paró para echarle un vistazo mientras la lluvia implacable se precipitaba sobre el techo y el capó haciendo el ruido de una batería de rock. No quedaba nadie a la vista, se hacía de noche. Quedaba una de esas terribles noches de diciembre en las que la gente se acuesta temprano y pierde la fe en sus propias fuerzas para enfrentarse a la depresión. Le hubiese gustado poder pasear libremente por aquel lugar, sin estar retenido bajo una cornisa que a la vez era cárcel y a la vez lo protegía. La lluvia no son rayos líquidos que puedan atravesarte si te tocan pero creyó firmemente en aquel momento, que si cogía una pulmonía sería incapaz de superarlo. Un paraguas negro se aproximaba al fondo de la calle, le pareció una cara conocida. Llevaba botas de goma, mucha gente en los pueblos usaban esas botas para salir y poder pisar el barro sin miedo, después las dejaban en una cuadra antes de entrar en casa. -¿Hola? Me llamó Rutskin Penev, estoy de viaje, ¿me puede atender? El hombre lo miró concienzudamente, como si quisiera creer lo que oía. En ese momento, Rutskin lo reconoció, se trataba del señor Carlin, el dueño de la imprenta. -¿Señor Carlin? Me he enterado de que han abierto un parador cerca del pueblo y estoy buscando alojamiento. Seguramente usted no se acordará de mi. Soy el hijo de Sarah, la pastelera. -Claro que me acuerdo. Sarah, que se caso en Valladolid y volvió al pueblo cuando se separó. Pero yo no soy Carlin, soy su hijo Matiu, mi padre tiene ochenta años. -Claro, me acuerdo de ti, estuvimos en el mismo colegio por un tiempo. También me acuerdo de tu padre, era un hombre vital, nada se le escapaba. Cualquier cosa que sucediera en el pueblo estaba bajo su control. Bajo los soportales de piedra, Matiu pudo cerrar el paraguas y entonces Rutskin lo vio con claridad. Era él sin duda, pero se parecía tanto a su padre... los dos se miraban sin dar crédito a aquel encuentro. -No quiero molestar. Solo saber donde hay un hostal o el parador para pasar la noche. Las indicaciones del viejo compañero de estudios fueron claras. Matiu lo amparó con su paraguas y lo acompañó hasta la puerta del hostal, que por fortuna aún estaba abierto, aunque la dueña lo 23


atendió en bata de casa y posiblemente ropa de cama, porque estaba a punto de irse a dormir. Rutskin lo siguió por el pueblo sin rechistar, atento a todas las indicaciones y deseando dejar su maleta en algún sitio lo antes posible. Todas las ventanas del hostal estaban cerradas y con las contras de madera atadas por dentro, sólo una pequeña luz estaba encendida en la recepción detrás de la puerta de cristal, y eso fue suficiente para que aquella señora de ostentosas zapatillas de lana lo atendiera. Todas las habitaciones estaban vacías, y no había nadie en la cafetería cuando bajó a desayunar y se paró para mirar por la ventana la fuente de piedra del centro de la plaza. Desde allí se observaba con claridad que se le habían caído piedras en la estructura más alta, y nadie se había ocupado de arreglarlo; eso había sido mejor porque donde lo había hecho le habían puesto un pegote de cemento tan poco estético como artístico. En un lugar que daba a la carretera le había dado un golpe, posiblemente un coche o una furgoneta, y del mismo modo, nadie se había ocupado de cuidar aquella pieza que era antigua y el orgullo del maestro durante el tiempo que pasó allí en su infancia. En la cafetería no hacía calor, pero apareció la misma señora que o atendió para registrarlo la noche anterior con una bandeja en la mano, el café humeaba y las tostadas se enfriarían si las tomaba rápidamente. Rutskin no podía sacarse una idea de la cabeza, estaba viajando en el tiempo, volvía a los sitios de su infancia, pero seguían igual de viejo, no podía haber esperado otra cosa, y sin embargo, se encontraba mejor, más vital y dispuesto a moverse sin la pereza que lo acompañara los últimos años. Nada ni nadie, salvo su viaje, ocupaba su mente. Le hubiese gustado ser de nuevo el niño que se sentaba en aquellas escaleras de piedra frente a la fuente, allí comía ciruelas del árbol sobre la finca abandonada. Quería que aparecieran sus amigos y salir corriendo a bañarse en el río, y como solían hacer después de correr todo el día, quería que cayera el sol un día de verano viendo volar a las golondrinas. Viajaba al pasado pero todo se había hecho viejo como él. Podría hacer las mismas cosas, pero nada iba a ser los mismo, el viaje en el tiempo era fallido. Se despidió de la señora de zapatillas de lana después de pertrecharse para esperar una ahora, al menos en la parada del autobús. Nadie se sentó a su lado, los asientos eran de madera, y por increíble que parezca, su viaje en el tiempo tomó otra dimensión cuando leyó los mensajes esculpidos a navaja en el respaldo del asiento precedente. Corazones, cruces y el círculo (paz, amor y libertad), nombres de sus amigos y el suyo, todo estaba allí. No había tenido intención de encontrarse con viejos conocidos, sobre todo porque serían tan viejos, enfermos, tan desfigurados y llenos de prejuicios, como él. No volvió a pensar en aquellos amigos de aventuras con los que había corrido tanto, ni siquiera después de acariciar la idea de que de todos ellos, los que mejor hubiesen envejecido y se hubiesen enfrentado al paso del tiempo, podrían darle su secreto. Eso era un pensamiento bastante egoísta. Tuvo una visión parcial del destino que pudiesen haber tenido, pero retener semejante vehemente imagen era demasiado para él. Transcurrió un tiempo y observó que de forma totalmente espontánea se dirigía a la montaña, el lugar done pasaba las vacaciones de niño y muy cerca de su origen, el pueblo de su abuelo. Estaba a un par de días por carretera del pueblo más cercano, no podía ni imaginar a cuánto estaría de la civilización si seguía subiendo hasta su objetivo. Nada podía ser más exacto que viajar en el tiempo como la oportunidad que se le presentaba. Se acusaba a si mismo por su huida, no era propio de él, pero en un intento de liberarse de sus peores hábitos, tal y como Marcus Arnaldo le había aconsejado, había partido sin fecha para la vuelta. Llegó al campamento de verano convertido en casa rural para albergar peregrinos, en mitad de la noche. Había una luz en la recepción y habló con un hombre viejo que parecía poco animado. Rutskin también estaba cansado, pero intercambiaron su punto de vista acerca del invierno más frío de los últimos años y luego sobre el precio de una habitación por unos días, con derecho a comida, calefacción y baño. No le gustaba hablar por hablar, ni decir las cosas que adivinaba que a su interlocutor le gustaría escuchar sólo por congraciarse con un desconocido, pero cuando el hostelero le preguntó por cómo iba todo en le 24


mundo civilizado y si ya habían derrocado al dictador, él le respondió que se había muerto él solo y que nadie lo echaba de menos. ¿Cómo era posible que no supiera una cosa así? Los afiches de propaganda sobre la hostería tenían al menos veinte años, estaban roídos y descoloridos cayéndose a trozos sobre la puerta, nada de lo que prometían parecía muy acertado al cabo de los años, el paraíso natural se había convertido en una cárcel de duro trabajo rural y soledad manifiesta. Así pues hizo un comentario al respecto, y entonces se enteró de que aquel hombre y su mujer no estaban tan solos desde que una comuna hippie intentaba rehabilitar el viejo pueblo abandonado montaña arriba. -La naturaleza es muy bella vista en la televisión de un lujoso piso del centro de una gran ciudad, pero los animales son crueles, matan para sobrevivir, el clima es un horror, y careceríamos de cosas importantes para una vida humilde, si no tuviéramos un auto para alguna vez de compras al súper. Aún así seguimos aquí, aferrados a un sueño fracasado. Rutskin estaba cansado, pero por la mañana se encontró mejor, desayunó y regresó enseguida a la habitación para ducharse y ponerse ropa de nieve, tal era el frío que hacía. Se propuso intentar pasar desapercibido desde el principio y , en parte lo había conseguido, pero ya, en aquel lugar apenas había nadie de quien esconderse, además, no quería mostrarse huraño o desconfiado con aquella gente que contestaba abiertamente a sus preguntas. No hacía tanto no era tan condescendiente con lo que otros pudieran pensar de él, ni se mostraba amable ni con buenas maneras, habitualmente. Hasta que su viaje empezó a operar aquel cambio, se había comportado como un condenado al que todo el mundo le debía la vida, como si se hubiese cometido un terrible error, como si hubiese sido condenado en un juicio injusto y cualquiera que se cruzara en su camino fuera cómplice de esa injusticia. Sabía muy bien que la vida cotidiana, la que había llevado hasta aquel momento, era soez y sórdida, pero eso no lo había detenido en su interés egoísta. Nada había sido mejor ni más satisfactorio que el deseo de venganza por una vida infeliz, fallida y a la altura insignificante de los perdedores, y eso lo había afligido... por extraña que parezca que alguien pueda pensar así. Y de pronto, se había calmado. No pensaba volver y el viaje había operado aquel cambio inesperado que lo hacía emocionarse con cosas simples y lamentar que otras personas llevaran vidas tan duras y distantes. Por algún motivo difícil de comprender, ese arrepentimiento se desprendía en su trato y en el tono de la voz, y también eso le gustaba al señor Rollins, el hostelero. Llegado aquel momento empezaba a reconocer que su vida no había sido una recompensa. Así que la justicia poética existía. Eso no era nada conveniente, porque su inconsciente no estaba del todo preparado para seguir admitiendo reproches, y también porque nunca había aceptado tantos cambios en tan poco tiempo, el mismo inconsciente que le había señalado el camino para salir huyendo de su vida urbana y cobarde. Visto desde otro ángulo, había sido la mejor idea poco reflexiva tomada en su vida, porque según podía adivinar, su carácter se había reafirmado en esos días, todo lo sucedido en su periplo le había resultado conveniente o placentero y eso lo llevaría a una nueva anhelada y saludable libertad. Y echando un vistazo a lo que había dejado atrás, no deseaba que le importara demasiado lo que otros en la revalidad pudieran pensar o argumentar al respecto. En su nuevo estatus, el mismo que le concedía ser dueño único y señor de su vida y sus sentimientos, si su hijo, su ex-mujer, su cuñado, sus amigos y hasta su amante, albergan la idea de que volviera fracasado mendigando un poco de ternura, era muy posible que se equivocaran apostando por futuros sucesos que tenían más que ver con sus deseos que con un juego de probabilidades. Una vez en la montaña, su objetivo era llegar al pueblo en el que había nacido, vivido y muerto, su abuelo, pero no podría hacerlo hasta que saliera el sol y derritiera la nieve que bloqueaba los caminos. La primavera era incipiente, y no le importaba esperar. Haberlo intentado era acercarse al resultado final y eso ya era bastante estimulante, pues no esperaba, como se suele decir en esos lugares de gente tan religioso, “llegar y besar el santo”. Se sentía tonificado y más optimista que nunca en la última década, eso lo animaba a controlar su dieta y moderarse como nunca lo había hecho. En ocasiones, la comida casera de la hostería lo tentaba y se dejaba llevar, pero ahora que 25


por fin se sentía dueño de sus pasiones, eso ocurría sin perder el control o cegarse frente a los placeres. -Me llamo Rutskin -dijo a aquel hombre que le servía el desayuno-. Como le dije ayer, estoy de viaje y me gustaría subir hasta el pueblo, creo que le llamaban Matacerros... si aún existe. -En esta parte del año queda incomunicado por la nieve, pero en un mes se podrá pasar, supongo. Llevo muchos años aquí y si no fuera por los alemanes, nadie hubiese demostrado interés por él -replicó Rollins. -Me cuesta creerlo, es un sitio muy hermoso. ¿Quienes son los alemanes? -Hace unos años vinieron. Parecen hippies, o de una secta oriental, o algo. Son trabajadores, están rehabilitando las casas y viven con muy poco. A veces vienen y me compran algunas cosas que les hacen falta. Yo les compro carne de sus animales, queso y huevos. Tienen un problema con los pastores, no los quieren y se quejaron de que les roban la herramienta. Me cuesta aceptar las injusticias, pero la gente del valle es muy “a la antigua”, ya me entiende. Además hay otra cosa, a unos cuantos kilómetros a través de la sierra está la frontera y en otro tiempo era lugar de conrabandistas. No digo que aún existan esos viajes de contrabando, pero esos pastores son gente ruda, descendientes de gente peligrosa. Tú sabes. ¿Usted no está casado? -Mi ex-mujer ya no piensa en mi. Es libre de hacer su vida. -La mía, mi mujer, cocina bien, pero no es razón suficiente para aguantar sus broncas, si quiere puede llevársela al pueblo de los alemanes. Por cierto, no es Mataceeros, su nombre era Matabecerros. Por supuesto Rollins bromeaba al hablar de su mujer, pero no mentía cuando decía que le echaba broncas y le gritaba. Tal vez, era una forma de prevenirlo acerca de lo que iba a ver en los próximos días, si decidía quedarse. Pero no le impresionó, las parejas se separaban con frecuencia y aquellas que decidían soportar la presión seguían juntos. La vida no se lo ponía fácil a nadie. -Tengo un amigo soltero y le pregunté por qué no se casaba, me dijo que no quería que lo trataran mal. Le respondí que no tenía por qué, que sería suficiente con hacer todo lo que ella dijera o propusiera. Sigue soltero. -No podemos estar sin ellas, con ellas la vida se promete más dulce. Lo que pase después, nadie lo sabe. Una vieja fotografía del día de su boda, dejaba claro a todos que habían sido jóvenes y guapos, los dos. Aquello no dejaba ver lo que habían tenido que sacrificarse para sacar su negocio adelante, pero sí que habían estado llenos de sueños en otro tiempo. Rutskin pensó que en aquel enorme salón se podía hacer una hermosa sala de juegos, pero habría que ir a buscar jugadores en un autobús. ¿A quién se le ocurre poner en negocio lejos de donde está la gente? Rutskin persistía en su idea de subir al pueblo de los alemanes, un mes después. Entonces consideró que su espera había terminado y que empaquetaría todas sus cosas y saldría andando sin saber lo que le esperaba allí arriba. -Llegará de noche y necesitará ser bien recibido para dormir en un lugar caliente -El posadero pasaba a tratarlo de usted de nuevo, cuando lo había tuteado durante todo el tiempo que pasó allí. Era como una fórmula de cortesía o de respeto, que indicaba que así debía ser fuera de aquel lugar. A Rutskin no le gustó, pero no dijo nada. -No cambio de opinión con facilidad. -Sí, lo he notado. La subida no va a ser fácil. Esos hippies son buena gente, demasiado buenos, me parece. Tal vez la edad, la expectativa de sus enfermedades y los golpes que le había dado la vida, había hecho de él un hombre duro, pero otra cosa es estar físicamente preparado para un reto desconocido. Durante el camino, las piernas se llenaron de calambres y la nariz no dejaba de soltar líquido sobre su chaqueta, se pasaba la manga por la cara para limpiarse el rocío, pero no lo conseguía por mucho rato. Se despidió sin demasiadas ceremonias, pero hubo una sincera pesadumbre al hacerlo. En ese último momento hubo un silencio verdadero que parecía decir, ya no estas para estas aventuras, lleva cuidado. Tal vez no todo sucedió como el imaginaba, tal vez Rollins lo miró partir sin pensar 26


nada en absoluto, pero a él le complació creer que se sentía emocionado, o al menos sorprendido, por ver que aún quedaba gente en el mundo buscando su pasado; no compitiendo, no estafando a otros o engañando, no matándose a trabajar para salir de pobre, o buscando dinero fácil en un billete de lotería, porque su viaje no tenía nada que ver con la ambición y ni siquiera tenía que ver con el respeto perdido. Era algo personal, interior, tal vez tenía que ver con la autoestima o la supervivencia, pero no estaba seguro tampoco de eso. No todo el mundo hace las cosas buscando un resultado material, eso lo tenia claro. Después de unas horas el camino se hacía pedregoso y la nieve se hacía riachuelos, se descubría la naturaleza debajo de su esponjosidad blanca, y en uno de esos lugares, al pie del camino había una osamenta, un caos de huesos de perro grande o de lobo. La naturaleza salvaje estaba llena de ese tipo de cosas, a pesar de haber vivido siempre en una ciudad, eso lo sabía. Los eslóganes de los naturalistas dirigidos a la sociedad civil, en defensa de la biodiversidad, no llegaba con claridad al trabajador medio que llegaba rendido a casa deseando tomarse una cerveza y evadirse absolutamente de todos los problemas del mundo. Si intentara explicarle a la gente de ciudad que conocía, lo que lo había movido a hacer aquel viaje, le dirían que se trataba de una locura y se reirían en su cara. Por supuesto, no se lo dirían abiertamente, pero pensarían que era un tonto por renunciar a sus posesiones y una vida cómoda y entonces se reirían, en ningún momento había pensado que lo que ellos pudieran pensar, y no lo habría hecho ni en el caso de que su enfermedad fuera incurable. Durante la etapa final del viaje, en la caída de la tarde, por algún motivo desconocido recordó a un tipo que iba cada día al salón de juegos. Jugaba cartas con apuestas pequeñas, pero lo que lo tenía confundido era aquel deseo por hacerse millonario de una forma fácil. Aquel tipo jugaba cada semana a la lotería. Cada semana durante años se había acercado al mostrador y había jugado a un número que tuviera, al menos, un tres y un siete, se dijo que eso debía ser una rareza, o una superstición; la gente que juega a juegos de azar suele ser bastante supersticiosa. La historia, se la había contado al señor Rollins un día antes y no dejaba de darle vueltas, se preguntaba por qué aquella fijación que se había convertido en costumbre, ¿no había nada más en su vida? Finalmente, aquel pobre hombre murió en la calle de un ataque al corazón. Se cayó en medio de la calzada y algunos paseantes intentaron ayudarle pero sin éxito. En el hospital estuvieron a punto de tirar sus ropas a la basura, porque nadie las quería. En uno de sus bolsillos llevaba uno de aquellos billetes. Rutskin le había dicho a Rollins, “¿se lo puede creer? Llevaba un billete de lotería en el bolsillo, y tenía un premio. No era un premio millonario, pero suficiente para unas vacaciones, !Y estuvieron a punto de tirarlo con sus ropas! Este mundo tiene cosas absurdas. El mundo no tiene sentido. Puedes estar a punto de descubrir la pólvora y morirte en ese momento. Yo creo que eso pasa mucho.” Rollins sabía que no había que hacer demasiados planes ni demasiado grandes, no da tiempo a tanto. 3 La montaña en sus manos

El pueblo parecía un campamento de alguna organizada manera. Todos parecían trabajar y moverse con ahínco. Había tiendas de campaña y lonas sobre las maderas y la maquinaria de obra. Algunas casas estaban terminadas con madera y piedra nueva, eran grandes construcciones capaces de albergar a muchos de aquellos chicos (no sé porque digo chicos porque había gente de edad avanzada entre ellos). Las chimeneas anunciaban que se estaban preparando para la noche, para la 27


cena y para no pasar frío, a pleno funcionamiento. En una esquina había unas duchas rudimentarias y un anciano se enjabonaba completamente desnudo, sin puertas ni separadores; sin pudor. Sin embargo, en ese momento precioso, la más poderosa de las visiones llegaba del sendero, donde, llevando una carretilla con restos de basura orgánica (posiblemente como abono o para darle de comer a los animales) se acercaba en su dirección una joven con el cabello afeitado. Pero aún más sorprendente que esa mujer diminuta levantando la carretilla sin esfuerzo, era el brillo de los tejados de zinc detrás del polvo del camino que levantaban los carros. La interpretación de aquel momento era un hecho cultural, del mismo modo que lo es interpretar una conversación, un paisaje, un gesto o la vela de un barco en el horizonte. Frente al absurdo, al sinsentido de una gran obra olvidada por una muerte prematura, estaban aquellas chimeneas humeantes y la ropa tendida, girando a la leve brisa que las hacía banderas, señales, significado de la lucha del hombre por justificar su esfuerzo. Ese orden y todo lo que se pudiera escribir y derivar de él, era la única cultura que entendía. Encontrarse solo, en medio de la montaña y percibir las señales de esa cultura, era más de lo que se podía desear. El hombre que había dedicado su vida a hacer dinero, a aceptar la ruina de otros para mantener su negocio en pie, estaba sufriendo una terrible mutación, ya no necesitaba competir -en en medio de la nada-; sentía cosas que no había sentido nunca, se sentía humano, vulnerable, capaz de apiadarse de los que sufrían a su alrededor. El sentir con respecto a los otros, es una parte ínfima de lo que percibimos y nos crea sensaciones. Todo lo que estaba y se movía a su alrededor lo enternecía y lo conmovía a niveles tan personales como sólo el paisaje había hecho alguna vez. No tardó ni un minuto en ponerse en marcha para interceptar a la chica de la carretilla y hablar con ella. Astrit y otros miembros del grupo hablaban su idioma, pero eran los menos. Lo escuchó de forma impersonal pidiendo alojamiento, y le respondió que debía hablar con Muller, el líder de la junta de trabajo. Para poder desenvolverse en medio del resto, tuvo que aprender unas normas básicas de conducta, lo que tenía que ver con acostarse y levantarse a una hora determinada, no practicar la violencia en ninguna de sus formas, y no hacer fuego. En la calle principal del pueblo se alzaba el edificio más grande, que se utilizaba como sala de juntas y celebraciones, allí podría quedarse y dormir, pero si quería tener una casa y quedarse, debería trabajar como el resto. Desde el primer minuto, Astrit se convirtió en su principal valedor y lo acompañó para mostrarle el pueblo y la sala donde podría pasar la noche en un colchón sobre dos bancos de madera colocados uno al lado del otro. Los primeros días los pasó viendo como se desenvolvía la comunidad, observando sus movimientos y su comportamiento; de lo que dedujo que una gran pesadumbre se cernía sobre ellos y los llevaba a caminar mirando al suelo, preocupados y nerviosos. Los querían echar del pueblo y su único consuelo era estar dispuestos a resistir poniendo sus cuerpos para dejarse golpear si era necesario, y eso era un consuelo doloroso. Entre las otras chicas, Astrit destacaba por sus rasgos delicados, su cuello largo y su cabello lacio cayendo sobre los hombros. La vio bañarse desnuda en el río con algunos de sus compañero y ponerse flores en el pelo, porque las mujeres jóvenes son coquetas por naturaleza, y le pareció que había salida de un cuadro renacentista o de un anuncio de desodorantes con aromas caribeños. -Es una chica muy hermosa -dijo Muller a su espalda-. Jamás hubiera pensado que se convertiría en un cisne. De niña era patito feo. Por fortuna nos equivocamos con frecuencia al pensar que las cosas no cambian. Es dulce, inteligente y le gusta razonarlo todo hasta el extremo, eso la ha convertido en una de las profesoras que ayudan a los niños en la guardería. Tenemos cinco niños pero vienen dos más en camino. Estamos preocupados por la comunidad y deseamos hacerla crecer. En la voz de Muller no existía rastro de ego o arrogancia, no se creía el fundador ni una pieza indispensable en el sistema organizador del pueblo, pero si encontró una oculta autoridad al ordenar sus conversaciones sobre los temas que le interesaban y, según él, debían ser del interés de todos. -Es una chica muy agradable, pero yo podría ser su padre, si es a lo que se refiere. -No padre, no; abuelo -y se echó a reír. A pesar de lo mucho que pensó en ello en los días siguiente, lo cierto es que Rutskin ya no se encontraba preparado para un nuevo amor. En ese tiempo empezó a pasar más tiempo con sus 28


nuevos amigos y a trabajar con ellos, y sobre todo con Astrit. Aunque fingía lo contrario, el tiempo que pasaba a su lado era mucho más llevadero. Ya no pasaba tanto tiempo recordando las últimas discusiones con Melisa, y el momento en que Laurena desapareció sin dejar rastro y se quedó toda la tarde como un tonto esperando que volviera. Tenía una edad en la que no deseaba seguir haciendo la cuenta de su vida, en definitiva, en cada nueva etapa, resumir y hacerlo encajar con todo lo demás no era un ejercicio en el que estuviera a gusto. Durante algún tiempo había estado intentando aceptar que si los médicos no mentían, a su corazón débil no le quedaba mucho, pero había bajado mucho de peso y ahora alimentaba la idea de no forzarlo demasiado para que pudiera durar lo máximo posible. En aquella nueva relación que intentaba establecer con sus fuerzas y las condiciones en las que se movían, se sentía más fuerte en medio de la naturaleza e intentaba ser optimista. Sólo cuando pasaba la hora más larga y de más trabajo de la tarde, dejaba de divagar y de evocar todo tipo de largos recuerdos desde su infancia, hasta su boda, el nacimiento de su hijo, el día en que decidió comprar su negocio y su posterior separación y anulación sentimental. De pie frente al río veía pasar a sus nuevos amigos, algunos le hablaban con frases cortas y otros intentaban ser amables con comentarios positivos. Cuando Astrit se acercaba, intentaba fingir que no se daba cuenta de su presencia, pero ella sabía que no era así y se sentaba a su lado, a la sombra de un árbol para hablar y hacerle compañía. Le parecía evidente que consideraba aquel momento lo mejor del día, y aunque no lo demostrara con grandes gestos, su sonrisa lo demostraba todo a los ojos de todos. Si eso era lo que significaba intentar integrase hasta las últimas consecuencias, lo estaba haciendo sin reservas. Disimulaba pero, a la vez, se ocupaba de que fuera obvio que disimulaba, es decir que había discreción en su interés. Dejaba vez lo que le interesaba, y sin embargo, le parecía que todos congeniaban con esa forma de proceder. -Los españoles no pensáis en el futuro, pero tenéis un elevado sentido de la familia. Los alemanes también tenemos un elevado sentido de la familia -Astrit hablaba con voz débil, pero no lo era. -Creo que sí, al menos de forma general. Para nosotros, no es fácil avanzar después de cada ruptura matrimonial -dijo él, intentando entrar en su forma de pensar. -Sin embargo, muchos de nosotros nos retiramos aquí porque creemos que nuestras familias no deben ser contaminadas por la competencia y el ansia de superar a otros que enseñan en los colegios tradicionales. Este lugar, está pensado para gente que no es capaz de competir, y llegan muchos con problemas psíquicos y tóxicos. No somos tan ideales como pueda parecer en una primera impresión. -Lo suponía. Pero he pasado por cosas peores -la miró sin inmutarse. Parecía como si ella necesitara poner algunas cartas boca arriba, para que más tarde no se sintiera engañado. -Me preocupa que puedas tener una idea equivocada. Es mejor que nos vayas conociendo, pero si no eres capaz de integrarte saldrás corriendo. Nada es tan fácil ni tan idílico como parece. -Mi abuelo nació aquí. Vengo desde muy lejos para conocer este lugar. Me agrada que intentéis mantenerlo con vida. Eso es todo. Es un lugar que representa algo personal en mis recuerdos. Es un recuerdo lleno de ternura, aunque, en mi infancia ya lo conocía a punto de desaparecer. Pasaba unos días de verano aquí y ni siquiera había luz eléctrica, no como ahora que tenéis generados y otros adelantos. Por entonces, el número de habitantes era muy reducido, apenas tres familias se aferraban a su campos y su ganado. Ninguno de vosotros desciende de ellos. Todos se fueron, lo que da más valor a vuestro intento de vivir aquí. En las semanas siguientes recibieron una visita de los pastores, pero no le pareció muy congruente que los llamaran así, porque iban a caballo y rompían todo lo encontraban a su paso. Se pasearon por el medio del pueblo con cuatro vacas como si fuese un camino rural al que tuvieran derecho. Nadie se dirigió a ellos, los dejaron pasar. Puesto que nadie se movió, Rutskin aceptó que su posición debía ser la de observador, aunque se sintió muy contrariado por aquella escena, sobre todo cuando tiraron un pequeño muro de ladrillo y cemento aún fresco que, él mismo, había tardado toda la mañana en levantar. Sólo podría aceptar como normal una cosa así si tuviera adormecida su masculinidad y se sometiera a las razones esgrimidas por Muller, que, por primera vez le habló a 29


todos delante de él, y por un momento le pareció el líder de una secta religiosa. Habló de la no violencia y, una vez más convenció a todos de que estaban haciendo lo correcto. -Encontré los huesos de un lobo al pie del camino .le dijo a Astrit. -No era un lobo. Ese era el perro de Muller. Los pastores se lo llevaron y lo mataron. No entendía nada. Jamás podría borrar de su mente la inactividad de aquellos hombres, mientras otros hombres a caballo destruían el valor de su trabajo. Algunas cosas había en su vida de las que no se sentía orgulloso, y posiblemente el viaje le servía de redención -necesitaba perdonarse a sí mismo por todo lo que había hecho mal-, pero siempre había defendido su negocio; lo que le daba de comer era lo primero, y, como siempre había dicho Melisa “alguien tiene que hacer el trabajo sucio”. Las cosas suceden sin pedir nuestra opinión, y eso lo sabía muy bien, pero ahora estaba preparado, nada podía seguir igual, como si nada estuviera pasando, como si no importara. Lo había abandonado todo, había renunciado a las comodidades, se enfrentaba a su propia enfermedad, pero lo que no iba a hacer era eludir su conciencia; no esta vez. Desde aquel momento, en el fondo de sus conversaciones con Astrit, con Muller y con otros de sus nuevos amigos, estaba la necesidad de hacerles entender que era su deber defenderse de quienes le agredían. -Esto sólo pasa en los Westerns, ¿no lo entendéis? No podéis permitir que pasen destruyendo y aterrorizando a vuestros hijos. No era miedo, pero parecía indiferencia. Entonces se ponían a reparar los desperfectos. Parecía un asunto de locos. -Esto no es un destacamento militar. No hemos venido desde tan lejos buscando eso sino todo lo contrario. ¿Es tan difícil de entender? -le preguntó Astrit harta de sus reproches-. Si en serio quieres hacer algo por nosotros, no intervengas, hay consideraciones que tu no puedes entender. -Esto no va a funcionar. Esa gente lleva aquí desde antes de que tu nacieras, no pueden soportar la idea de que hagáis de este pueblo un lugar próspero cuando sus antepasados fallaron en eso. Empezaron con pequeñas discusiones que contrariaban a la chica y evitaba encontrarlo. Si lo veía en un lugar, buscaba algo que hacer en otro lugar lo más alejado posible, evitando ser vista o sus horarios. A Rutskin le resultaba deprimente aquella situación, no estaba acostumbrado a ceder frente a la violencia, pero no había olvidado a Hellmans, en el hospital. “Cada acto de violencia tiene otro esperando en su contra”, le había dicho. Sabía que si se encendía esa mecha nunca acabaría. Rutskin no podía por menos que sentirse aturdido, y buscó a Astrit, a pesar de sus reticencias. -¿Tan raro es desear lo mejor para todos? -volvió a preguntarle en un momento en que ella no lo vio llegar. -No se trata de eso. Aquí hay gente sin papeles, la policía se los llevará si el conflicto trasciende. -Pueden esconderse por un tiempo mientras arreglamos el resto. Siempre hay cosas que se pueden hacer. -No queremos llamar la atención, y nuestra forma de pensar es contraria a la violencia. Nunca lo entenderás. -No te pido que me des la razón, sólo que pienses en ello. -Por favor Ruty, me gusta tu compañía, no quiero que te lleves una mala impresión de nosotros. Pero si sigues por ahí tendrás que irte -le dijo Ruty de una manera tan comprometida que lo confundió y no fue capaz de contestarle. En los días siguientes, los paseos por el pueblo lo devolvieron a su infancia una vez más. El nuevo pueblo no tiene nada que ver con aquel otro casi extinguido y de paredes ruinosas, pero no puede evitar sentir que es la misma cosa. Donde antes había una escuela (que nunca conoció con niños), ahora hay un granero y un horno de piedra, allí cuecen el pan como si se tratara una distracción, hacen té y lo untan con aceite. Ese lugar supone uno de los pocos placeres que se podían permitir, y Rutskin empezó a pasar allí más tiempo del necesario. No le resultaba fácil mojar aquel pan aceitoso en el té, pero intentaba seguir las costumbres generales y eso no era un reto pequeño, tal y como sus nuevos amigos se comportaban. Y pasaban los días y una nueva visita de los pastores se produjo en plena noche, la alarma fue 30


general y esa vez le plantaron fuego a la escuela y el grano que guardaba. Cuando salían de las casas la fuerza de los caballos los golpeaban y los tiraban al suelo, y los jinetes reían como si no se tratara más que de una nueva broma. Nada era tan gracioso, porque los golpes eran tan fuertes que una mujer sangraba por la boca, y uno de los hombres sintió como se rompían los huesos de su muñeca al caer al suelo. Rutskin, le había prometido a Astrit que no intervendría, y se limitó a quedarse en la puerta mirando lo que sucedía, esperando tal vez que un rayo divino cayera sobre los agresores. Pero las cosas divinas hay que dejarlas en un plano que nada tiene que ver con los hombre, y el karma tarda demasiado en llegar, a veces una vida, y no había tiempo para tanto. Por la mañana, se dedicó a visitar a los que habían sufrido golpes que los tenían postrados en la cama, y se detuvo delante de la escuela-almacén, que no se había calcinado por completo porque todos a una se dedicaron en la noche a intentar apagar el fuego sin más medios que calderos y el agua del pilón donde lavaban la ropa. Husmeó en las cenizas, apartando maderas carbonizadas con la punta del zapato, buscaba una razón para seguir impasible frente a las humillaciones, y no la iba a encontrar allí. En otra ocasión, sólo dos de los jinetes entraron en el pueblo con absoluta impunidad. Podían haberlos descabalgado con facilidad, pero sabían que no lo harían. ¡Sólo son dos! Se decía Rutskin con desesperación. Volvía de limpiar las cuadres y llevaba un rastrillo y un caldero en las manos. Se quedó delante de ellos y les gritó que eran unos cobardes, que los hombres de verdad no abusan de su fuerza. En el pueblo nunca lo habían visto así, tan decidido y dispuesto para la violencia. Muller ya estaba pensando en pedirle que se fuera y Astrit se sentía avergonzada. Apenas había empezado aquel desafío, había asustado a todos por su falta de prudencia, por su exaltación y la forma en que blandía el rastrillo con las dos manos cuando dejó el caldero en el suelo. Algunos lo llamaron para que se apartara del camino y dejara pasar a los jinetes, pero él no lo hizo. Aún en el supuesto de que los convenciera para dar la vuelta y marchar por donde había venido, ¿qué iba a impedir que volvieran en número mayor para seguir realizando todo tipo de tropelías? No era cuestión de valor, en su caso era la confirmación de que lo que es justo tiene una fuerza superior. Y la confirmación no se produjo, uno de los pastores lo embistió con su caballo y lo tiró al suelo, y el otro siguió al primero sin mirar siquiera si le pasaba por encima. Rutskin golpeó la cabeza contra las tablas de una escalera y rompió un brazo. Quedó inconsciente y sangraba mucho. Todo parecía tan absurdo que la sensación que creó entre los hombres fue de indignación, con él y con los intrusos. Sin embargo, aquello los hizo recapacitar y aquella misma noche tuvieron un reunión en la que algunas voces se alzaron para pedir aquello que nadie se había atrevido a pedir hasta entonces, debían reaccionar. Si todo aquello era real, y las agresiones no cesaban, más motivos se acumulaban para una reacción. En aquella reunión ya no se encontraba Astrit, la muchacha le había vendado la cabeza y lo llevaba en un carro hasta la hostería de montañeros, para devolverlo a su mundo... si sobrevivía. Durante el trayecto, él siguió inconsciente y ella estuvo muy preocupada, pero cuando llamaron a una ambulancia que lo recogería en aquel lugar y le contó lo ocurrido a Rollins el propietario, se volvió a su pueblo de no intervinientes, sin despedirse y sin esperar un primer diagnóstico de la unidad medicalizada no hospitalizada (como Rollins la llamó, porque lo había leído en la guía telefónica). Nunca lo volvió a ver. Desde el hospital, un par de días después, Rutskin puso una conferencia para hablar con Marcus Arnaldo y preguntarle por su hijo y su exmujer. Todo bien, la vida seguía su curso conforme a lo esperado, aún lo odiaban. Fue entregado en casa de Arnaldo como un paquete, porque, el que había sido su cuñado, lo apreciaba tanto como para ocuparse de él mientras duraba su convalecencia. En un par de meses estaría bien, la rotura de su brazo se había quedado en fisura y su cabeza, además de toda la sangre que soltó, no parecía verse especialmente comprometida. En el tiempo que estuvo en la habitación de invitados, a los dos les fue de mucha ayuda hablar de los buenos tiempos, pero sobre todo, Rutskin se entretuvo contando historias sobre el pueblo de los alemanes que no eran fácilmente creíbles. Rutskin se regocijaba de sus propias aventuras, y recibió la visita de unos amigos, todos ellos jugadores en otro tiempo, a los que también contó sus últimas peripecias y como 31


había llegado a aquella situación. De pronto la vida lo había convertido en el centro de atención, aquello de lo que había huido siempre. Había pasado de ser el dueño, gris y desconfiado de una sala de juegos, al protagonista de una historia increíble más propia de una película de Berlanga, que de la vida real. Para paliar sus horas de aburrimiento, le pidió a Marcus una libreta y un lápiz, y empezó a dibujar todas las cosas que recordaba. Algunas de ellas eran sorprendentes, a los jinetes abalanzándose sobre él, los huesos del perro muerto, las reuniones en los almacenes, especialmente dibujo con repetido entusiasmo, la cara de Astrit con trenzas y pecas, y finalmente se dibujaba a sí mismo tirado en medio de la calle sobre un enorme charco de sangre. La popularidad que alcanzó en aquel momento entre sus amigos, los llevó a hablar de sus historias cuando él no estaba presente, y la conclusión parecía bastante general: “el golpe en la cabeza lo había dejado muy desequilibrado” A los perores comentarios recibidos antes de salir de casa de Marcus, éste tuvo que intervenir y su afirmación fue categórica, “él nunca tuvo una imaginación tan grande como para inventarse semejante historia, así que yo le creo”, dijo justo antes de cerrar la puerta y dejar a los otros en la escalera. Una mañana, después de una semana en la que Rutskin empezó a salir a la calle y arreglar algunos de sus asuntos en el banco y en el ayuntamiento, Marcus volvió a casa y encontró que había desaparecido. Sobre la mesa de la cocina, una nota, “querido amigo, me vuelvo al pueblo del que tanto te hablé y en el que me he sentido vivo de nuevo. Espero que esta vez sea capaz de dominar mi mal genio, y vivir en paz en una comunidad que me ofrece ser acogido sin hacer preguntas. Gracias por todo, te has portado como un hermano.” Eso fue todo, nunca más se volvió a saber de él, y algunos dijeron que había tenido una prole de niños rubios y que había comprado terrenos para criar animales y tener un huerto. Todo un desafía para un hombre que se había pasado su vida gestionando la mala suerte de jugadores reincidentes.

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La Palanca

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1 La palanca Sue se pasó una buena parte de la mañana hablando por teléfono, sentada en el suelo del recibidor y comiendo galletas. Se sentía muy adormilada y seguía en camisón; ni siquiera se había lavado la cara. No le ayudaba mucho que su primera relación formal con un chico y la expectativa de una boda, se viera entorpecida por un viaje, pero estaba tan llena de ilusión y esperanza por tener, al fin, a un novio que valía la pena para poder casarse, que no le importaba que se hubiese ido por una semana a la playa con sus amigos, ni que se le quedaran los pies fríos hablando con él por teléfono mientras oía como sus padres y su hermano se levantaban, se aseaban, se vestían, desayunaban, y salían evitando pisarla al abrir la puerta de la calle. Esa semana no hubo un sólo día que llegase puntual al instituto y tuvo que quedarse un par de días a acabar sus trabajos por orden de un viejo profesor, el señor Hopkins, que retenía a los alumnos más rezagados hasta una hora, en el programa de esfuerzo que él denominaba, propósito de capacitación. Al acabar el castigo, volvía corriendo a casa, que era un lugar bastante más amable y donde podía dar rienda suelta a su imaginación dibujando y escuchando la radio, cantando e imitando a sus artistas preferidos de hip hop. Entonces, recibió el encargo de vigilar que las chicas de primer curso no fumaran en los cuartos de baño, y si su popularidad ya estaba bastante tocada, eso terminó de arruinarla. En otro tiempo habría sido ella misma la que se hubiese fumado un pitillo que las chicas más jóvenes, pero quería pasar aquel curso y sabía que eso dependería también de su actitud frente a semejante encargo. Hasta entonces nada de los “distraimientos” de otras alumnas le había importado, es más, le hacía bastante gracia enterarse de algunas de sus travesuras, como aquel grupo de cinco que fueron al aeropuerto para ver llegar a su equipo de basket preferido, y las cinco presentaron notas de excusa firmadas por un padre imaginario, y que en las cinco notas tenía una letra parecida; pero lo que hizo sospechar al profesor fue que todas pusieron en sus notas que se encontraban convalecientes de gripe, y nadie había tenido noticia de una epidemia así, ni por la prensa ni por la televisión. De alguna manera, como alumna de los cursos superiores, transmitía la serenidad y disciplina que el instituto necesitaba, al menos eso decía su tutora. Tal vez aquello hacía que la directora se sintiera mejor y creyera que todo estaba más controlado, y hasta cierto punto así era, pero no era lo que más le convenía a la vida de Sue en aquel momento. Buddy, el santurrón, como algunos de sus “mejores” amigos añadía al nombre, tardó exactamente una semana en volver de su viaje, y en ese tiempo sucedieron cosas que él no podía ni imaginar. Nada podía ser tan malo como la voz dramática que Sue puso por teléfono cuando le dijo, “tengo algo que contarte”, y colgó. A su regreso lo fue a recibir al aeropuerto y de vuelta a casa se puso muy nerviosa por la urgencia de contar aquello que le parecía tan grave y la decisión que había tomado. -Estos días he tenido tiempo de reflexionar y no sé si quiero casarme aún. Siempre pensé que eso era lo que quería y cuando te conocí, me dije que al fin había encontrado un chico adecuado para poder dar forma a mis anhelos, tener una familia. Todo lo que había pensado y maquinado al respecto, era de lo más conveniente y lo que mi familia y todos los que me conocían, podían esperar de mi. No soy de una familia tan poco acomodada, por no decir, trabajadora, para poder aplazar mis decisiones indefinidamente. Tampoco es que fuera una decisión tan sencilla, siempre había tenido 34


dudas al respecto acerca de los chicos y si estaban preparados para dar ese paso, pero en tu caso lo tenía bastante claro, sobre todo porque tienes el futuro asegurado en la empresa de tu padre: no había dudas respecto a eso. Así que cuando me lo pediste y quedamos en que al acabar los estudios nos casaríamos, acepté inmediatamente y totalmente convencida. No tenía dudas, digamos que mi enamoramiento iba en aumento cada minuto que pasaba y te idealicé, lo que nunca se debe hacer en estos casos. Como digo, estos días he tenido tiempo de pensar y creo que debemos dejar en suspenso aquella decisión. -¿Es una ruptura? Todo lo que dices es muy confuso y después de un viaje de cuatro horas, estoy muy cansado -preguntó Buddy con absoluta inocencia. -No, no es una ruptura... o tal vez sí, es sólo que creo que será mejor hablar de nuevo al respecto cuando terminemos los estudios y entonces sabremos lo que queremos hacer. Tu puedes salir con tus amigos como venías haciendo hasta ahora, la vida de prometidos no es para nosotros. Yo debo hacer lo mismo, salir con mis amigas. Somos jóvenes, no debemos hacer vida de viejos. ¿Se lo habías contado a alguien? -¿Qué cosa? ¿Lo de que habíamos decidido casarnos? Bueh, sí. He estado hablando con Richie sobre el tema -Richie era el mejor amigo de Buddy y hablaban de todo con cierta confianza-, pero no lo había formalizado con la familia, si es a lo que te refieres. Además, eso es lo de menos. Si puedo decir algo, al fin y al cabo yo también soy parte de esta relación -la miró con un reproche en los ojos-, no estoy de acuerdo. No sé qué puede haber influido en esa decisión, pero no me lo esperaba. Ya que Sue no parecía tener mucha experiencia en cuanto a noviazgos y crisis sentimentales, Buddy tuvo que asumir que podía tratarse de un desengaño irrevocable y que tal vez, estaba deseando volver a sus momentos de libertad porque era más feliz antes de conocerlo. En un cajón de su mesita de noche tenía recuerdos de sus viajes, entradas de conciertos de rock y fotos de otras chicas, y en el marco de fotos había puesto una de Sue vestida con traje de faralaes. Sostuvo el marco unos segundos a la altura de la cara y suspiró, después sacó la foto y la arrojó al cajón con el resto. Mientras intentaba encajar el giro inesperado de acontecimientos, Richie acudió en su ayuda, pero animarlo no le iba a resultar nada fácil. -Te comportas como si nunca te hubiese pasado algo así, con el arriesgado proceder de un trapecista sin red, eso es lo que haces maltratando tus afectos. Terminarás por convertirte en un resentido si sigues pidiéndole a todas las chicas que se casen contigo. En mi caso, yo pienso que hay virtud en la soltería, míralo así. Disfruta al estar con las chicas, no intentes aprovecharte de la situación. Y cuando de verdad encuentres la chica que necesitas y que te pueda acompañar, ya no digo para siempre, pero para una temporada de equilibrada conjunción, entonces y sólo entonces, lo sabrás. Después de este y otros consejos, de hablar sin parar, para no dejar pensar a su amigo y que así no pudiera lamentarse de si mismo, Richie, aprovechando que los padres de Buddy no estaban en casa, se dirigió al mueble bar y preparó dos combinados bien cargados. En aquel momento, y en eso debía darle la razón a su amigo, era demasiado joven para pensar en cosas serias. Las palabras de su amigo tuvieron que ser realmente efectivas y precisas porque Richie nunca olvidaría como se le quedó mirando, con que desamparo e intensidad, y como acepto que pudiera estar en lo cierto. -Claro. No es que esté obsesionado con el matrimonio -respondió al coger el vaso de tubo que su amigo le ofrecía. Pero lo cierto era que aún necesitaría un tiempo para entender lo que quería decir cuando apelaba a la diversión como la mejor forma de entender una relación; de hecho debía reconocer que cuando aspiraba a formalizar una relación se volvía el tipo más insípido del planeta. Acerca de Sue, Richie acertó a hacer un comentario positivo-. Ella tendrá sus dudas, como todo el mundo, pero no se ha portado mal contigo, al menos hasta donde conocemos. En el instituto los dos amigos se sentaban juntos y se ayudaban con las tareas. A Buddy le gustaba ir a casa de Richie y empezó a visitarlo porque era una casa con piscina y porque vivía con su 35


madre viuda, que era una mujer agradable, vital y aún atractiva. Las mujeres maduras, en ocasiones crean un efecto seductor sobre los jóvenes que maduran pronto, difícil de superar pero no de entender. Buddy se quedaba mirándola mientras trajinaba en la cocina ofreciendo de forma inconsciente, una espalda y un trasero firmes. Además a ella también le agradaba Buddy y solía preguntarle sobre sus novias, así que cuando se enteró de que había roto con Sue lo lamentó diciendo, “pues si que me gustaba esa chica para ti”. Las aficiones de Ritchie que se limitaban al perímetro de su habitación, tenían que ver con sus colecciones de cómics, relojes y mecheros, y cuando lo invitaba a su casa, solía tener alguna pieza nueva que mostrarle. Solía esconder el tabaco porque a su madre no le gustaba que fumara, aunque ella sabía que lo hacía. Lesly era razonable y comprensiva en muchas cosas y también en eso, así que no solía subir a la habitación para dejarlos fumar en paz, porque Richie también solía guardar algún paquete escondido y no le resultaría difícil encontrarlo si realmente lo deseara. Fumaban con moderación, a menos que ella saliese a algún recado, caso en el que se desataban y llenaban la habitación de humo. Si la veían volver, abrían todas las ventanas par crear corriente de aire, y se pasaban unos minutos agitando revistas en el aire, al menos hasta que la oían entrar y cerrar la puerta de la calle. Ella, al momento se daba cuenta de que habían estado fumando por el olor, pero no decía nada. Era como si al no enfrentarse al hecho consumado, al no declararlo como un presente y llevarlo como un secreto por ambas partes, no existiera; ella no decía nada, y Ritchie actuaba como si su madre no lo supiera. Más importante que la desgracia de Buddy de no ser capaz de retener una novia a su lado -lo que no era para sentirse tan triste o compadecerse de si mismo como él lo hacía-, era lo mal que le había ido la vida a Richie en los últimos años y lo bien que lo había superado, por eso resultaba sorprendente que fuera él quien animara a su amigo y no al revés. El padre de Richie era bebedor y eso había sido definitivo en su relación, apenas se hablaban y nadie podía confiar en él. Lesly se había llenado de paciencia para no divorciarse hasta que murió, porque no sólo no la ayudaba, sino que le daba bastantes problemas. Cuando no llegaba borracho a horas en las que ya nadie lo esperaba, se pasaba la noche bebiendo en el sofá y salía de casa antes de que su mujer se despertara y justo antes de que amaneciera; al menos, verse poco les ayudaba. Los dos se había casado sin conocerse lo suficiente y cuando llegó Richie ya empezaban a darse cuenta de que su relación no iba a ser un lecho de rosas, y por consiguiente su infancia no había sido la mejor que hubiese cabido esperar. Lesly no supo, o no quiso, enfrentarse al problema durante años, al menos no lo hizo hasta dejarse impresionar por su propia desgracia; supongo que eso es lo que llaman la conducta del avestruz. Pero cuando una persona querida se ve sumergida en una adición, y el alcohol es de las peores, los intentos por ayudarla pueden llegar a destruirnos a todos. Jeremy no quería dejar de beber y por contentarla, durante un tiempo lo hizo a escondidas, y eso sucedió tan sólo porque no necesitaba justificar el amor que sentía por ella, sólo comparable al que sentía por la botella. Y en medio de esos dos mundo se movía. Eso fue antes de que perdiera su empresa y entonces todo cambió. Lesly tuvo que hacerse cargo de su madre anciana y senil, todos se vieron rodeados de un ambiente sofocante porque ella sola no podía atender a todo, y la relación con su marido perdió toda cordialidad, diría aún más, cada mala contestación que le daba estaba llena de un fiero resentimiento. Dejó de ayudarlo y muchos no supieron entenderlo. Incurrieron en todo tipo de desagravios y ella se refugió en las atenciones a la anciana que apenas era capaz de llegar a saber lo que estaba pasando. Ese fue el momento en el que apenas se cambiaba de ropa y se quedaba dormido en pleno día sentado en los bancos del parque, olía a orín y a ginebra. Sería difícil decir con alguna exactitud, en qué momento Richie se distanció de su padre. Tuvo que ser o de muy niño o como muy tarde en la preadolescencia. Era un chico muy inteligente y tuvo que intuir que los afectos para un hombre así no son tan importantes o son desconocidos. De hecho, más de una vez se sintió defraudado o abandonado, al saber que no podía contar con su padre ni para las cosas más simples. y si quedaba con él en el instituto para hablar con su tutor podía esperar 36


toda la tarde porque había muchas posibilidades de que no apareciera o lo hiciera en estado de embriaguez. Así las cosas, cuando todo fue a peor y lesly tuvo que dedicarle toda su atención a su madre por caer en cama y no poder levantarse, renunció a su lucha por convencer a su marido de que dejara de beber; en realidad, fue mucho más que eso, ya no lo tenía en cuenta, dio la batalla por perdida y no hacía nada por verlo y preocuparse por él. Al cabo de los años, algunas voces se alzaron en su contra y dijeron que se había portado mal con Jeremy, que lo había dejado caer, que nunca lo había amado y cosas peores. Richie siempre salió en su defensa, y era consciente de que ella no pudo hacer más de lo que había hecho; no existen razones para salir de una adición si la persona que la sufre no desea vivir. Richie pasó de no sentir nada en medio de todo ese calvario que hubiese sido si arriesgara sus emociones, a sentir un moderado resentimiento por lo mal que lo había tratado la vida a tan corta edad, o dicho de otro modo, por la mala suerte que había tenido. Pero apenas dos años después de que le faltara su padre, pareció sentirse mucho más animado, el viejo fracasado, tras su muerte, como si volviera de la tumba para hacer una última buena acción, hizo aparecer en medio de sus papeles una cantidad de dinero en forma de bonos del estado que les solucionaba la vida. Incomprensiblemente recuperó sus ilusiones, le daba besos a su madre a todas horas, cada vez que entraba y salía de casa, y empezó a ser consciente de que todo el mudo pasaba por situaciones y sufrimientos que no esperaban. Tal vez algunos se quejaban por pequeñas cosas, eran esos compañeros de clase que no podían darse un capricho y culpaban al mundo por su desgracia, pero también por esos caprichosos sentía lástima y se apiadaba de ellos. Era un tipo realmente extraordinario, y Buddy lo sabía. Cuando los dos amigos empezaron a distanciarse, ya habían acabado sus estudios y ninguno de los dos sabía entonces que un vínculo los mantendría unidos. Buddy tenía la impresión de que Richie no se lo contaba todo, así que cuando dejaron de verse y cultivaron otras amistades, Buddy aún no sabía que Sue era una de las nuevas “chicas preferidas” del que hasta entonces había sido su inseparable amigo del alma. La vida tiene estas cosas, los amigos van y vienen, incluso los novios, y si me apuran, también los matrimonios tienden, desde que se aprobó la ley del divorcio, a ser más cambiantes. Lo único estable, lo que no se puede cambiar ni a lo que se puede renunciar, es el amor por los hijos y iban a pasar unos cuantos años, antes de que Richie diera el paso de vivir como una familia con una chica. De hecho, los años siguientes al termino de sus estudios -ni Richie ni ninguno de sus amigos iba a hacer estudios superiores-, y el estableció que los novios de su madre no lo molestaban tanto que no pudiera seguir llevando una vida más o menos normal en aquella casa. Allí estaban todos sus recuerdos, los buenos y los malos, y allí había construido sueños e ilusiones, unas se habían venido abajo y otras no. Sue tenía el cuerpo completamente desarrollado y, por así decirlo, almohadillado, a los dieciséis años, ya su pecho era abundante y las caderas generosas y no había dejado de crecer desde entonces, era del tipo de mujer que a Richie le gustaba físicamente y que había visto con frecuencia en las litografías eróticas de los libros de arte clásico que guardaba en su habitación (a él le gustaba llamarle así a las revistas que compraba). A los veintisiete, no tenía absolutamente nada que ver con la niña menuda que se ilusionaba por todo que conociera Buddy. Sue se había teñido de rubia por aquel tiempo y eso era más de lo que se podía de decir de algunas de sus amigas y de lo que sus padres esperaban de ellas, había probado como vocalista de un grupo de música soul y había trabajado de dependienta en una tienda de ropa. No sólo en aquel momento de amistad incipiente confundió la amabilidad de la chica creyendo que podía estar interesada, de algún modo romántico, en él. Tal vez, cuando era novia de Buddy había pensado que podría llegar a algo con ella si no fuera la novia de su amigo, pero aquel obstáculo que entonces los retenía, había desaparecido ya. Sin duda creyó, llegado el momento, que Buddy no la merecía, convirtiendo así en una traición cualquier recuerdo amable de los viejos momentos de juventud. Cuando Sue empezó a frecuentar la casa de Richie, creyó que podía llegar a tener algo más que amistad con él, pero en cuanto empezó a tener relaciones esporádicas, sintió dudas. Siempre la pasaba lo mismo con los chicos, no quería pensar que fueran una distracción, de hecho, no quería 37


que lo fueran, pero en cuanto llegaba a la relación física con ellos se le moría el deseo. Incurrir frecuentemente en ese tipo de error, le hacía llevar la cuenta de cuantos chicos había pasado por sus brazos, y el número empezaba a ser insostenible a sus ojos, e inaceptable a los ojos de sus padres, si sólo se acercaran a la cifra real. -Mi tía-abuela se revolvería en su tumba si sospechara como somos las chicas de familia trabajadora hoy en día, pero ella era monja -eso fue lo que pudo decir al respecto cuando Richie le preguntó si había tenido muchos novios desde Buddy-. -Nada hay tan seguro como que la moral se ha relajado, pero los puritanos son aún peores. La moral religiosa unida a lo políticamente correcto, lleva a la sociedad a construir pervertidos -respondió él-. Pero Buddy nunca entendió que lo dejaras, tenía muy concepto de si mismo. -El amor nunca muere del todo, aunque con el tiempo pueda parecer que nos enojamos con algunos recuerdos. En las relaciones sentimentales, nadie se aprovecha de nadie, a cada uno le conviene o le deja de convenir y punto -le dijo mirándolo fijamente a los ojos, y a Richie le sonó como un aviso en aquel momento de confidencias los desnudos en la cama después de una actividad sexual frenética. En el futuro, Richie se preguntaría como les quedaban fuerzas para ese tipo de conversaciones después del sexo. No sabía si se querían del mismo modo. Ni siquiera sabía si la quería hasta plantearse una relación estable. Sin embargo durante el tiempo que llevaba involucrado en aquella relación, creía que todo era necesario y justificado. En una de aquellas ocasiones, Sue no pudo convencerlo para que la recogiera en su casa y conociera a sus padres, lo que no le pareció una buena señal. Él no era un invitado en sus besos y sus abrazos, debería haberlo notado. En el pasado eso hubiera supuesto una crisis, pero había madurado y prefería pensar que se trataba de inmadurez o timidez, o cualquier cosa parecida. Ya nada le resultaba tan definitivo y lleno de traiciones como en su juventud. -¿Tú crees que Buddy no lo entendió? -volvió ella sobre el asunto. -Uno nunca puede estar seguro del todo de lo que piensan sus amigos, pero esa fue mi impresión. De cualquier modo, él lo normalizaba muy rápido. No era la primera vez que le daban calabazas. Quiero decir, que eso no era una novedad, pero no estoy diciendo que fuera tan duro de corazón que no lo sintiera. -Tal vez ya no era una relación divertida, eso en aquel tiempo era importante para mi. O tal vez, no me fiaba de él. Para Sue... durante aquel tiempo, cuando Richie estaba aún intentando asimilar la muerte de su abuela y de su padre, tener aquellas conversaciones tan personales con el chico triste, ese era el mejor calificativo para él, así concebido incluso por los adultos que intentaban animarlo con comentarios acerca de la vida y sus propósitos, lo que le sonaba como una patada en el trasero. Su calificativo, el triste, no era en realidad tan humillante aunque lo ponía en un plano inferior y de debilidad, como si estuviera esperando que le llegase su próximo golpe. Entre las chicas de la pandilla, la mayoría de barrio y ninguna de la calle mayor, que era la calle de Richie, ninguna tenía un pelo tan brillante y cuidado como el de Sue, si bien, tenía la nariz y las orejas grandes y no se consideraba una chica guapa, asumiendo sus complejos por esa causa, desde el colegio. La frase recurrente de las chicas durante un tiempo fue, “la suerte de la fea, la guapa la desea”. Nadie sabía de donde había salido, pero era una forma de contentarse, porque las feas tenían mejor suerte con los hombres que buscaban relaciones serias y, por lo general, vidas más equilibradas; menos en algún caso particular, en el que una amiga de ambos se regocijaba en su fealdad e intentaba demostrar, y demostrarse a si misma, que podía tener cuantos hombres quisiera. En algún momento Sue empezó a mostrarse desdeñosa y excesivamente crítica con todo lo que su nuevo amigo le preguntaba. Era como si sus preguntas carecieran de sentido o no tuvieran la entidad suficiente para ser contestadas. Mientras Sue se recuperaba de su enfado, leía recostada sobre la cama con las piernas abiertas en una postura inconscientemente sensual, aquello lo turbaba porque sabía que tenía que haber dicho algo que la molestaba y no deseaba un acercamiento a pesar de que podía ver sus piernas y su ropa interior sin ninguna dificultad. Y entonces todas las dudas giraron 38


sobre él y empezó a obsesionare con la idea de que aquella situación fuera a dudar más de lo que podía resistir. -No quise molestarte -dijo-. Estas empezando a darme miedo. Él recordaría siempre aquel momento como la primera y única vez que le había dicho algo así a una chica, tal vez intentando una sumisión personal en la que ella también se sintiera cómoda. Estaban en su habitación -por supuesto, los padres de Sue no sabían que se pasaba allí las tardes, leyendo, escuchando música, fumando o retozando como dos adolescentes- y él intentaba averiguar si aquella actitud era parte de su forma de ser, de una estrategia o de si se sentía molesta por haber estado hablando de Buddy y cosas personales de las que se arrepentía de haber revelado cuestiones poco agradables para ambos. Además de su sujeta inteligencia e intuición femenina, Sue demostraba un carácter indomable e independiente que resultaba capaz de impresionar a cualquier chico, y aún más a Richie, que no parecía dispuesto aún a aceptar que ella terminara por decidir “las reglas del juego”, al principio. En ese momento de la incipiente relación, no se ponía de manifiesto la ruda concepción de la autoridad que había desarrollado Sue, y que tan lejos había estado de su noviazgo con Buddy. -En aquel momento yo era una niña mimada, no sabía muy bien lo que quería. ¿Te imaginas que me hubiese casado con él? Hubiese sido un desastre de dimensiones desconocidas. Se trataba de una interpretación madura de los amores pasados. Por algún motivo que los dos desconocían, cada tarde que se encontraban solos y los escarceos eróticos llegaron con naturalidad -es decir, sin Lesly entrando y saliendo con sus novios, o tomando café en la cocina con sus amigas-, solían empezar las preguntas sobre los amores pasados, si bien Sue parecía menos interesada en lo que Richie tuviera que contar. Era una relación en la que se mantenía el interés por la curiosidad insana de Richie, aún después de la excitación sexual, mientras que, en el más puro sentido romántico, ella parecía más interesada en explorar sus lunares. No parecía hasta entonces, interesada en tener relaciones más que con jóvenes a los que pudiera explorar la piel y sus abruptas imperfecciones, se quedaba en lo superficial, y bajo ese punto de vista, todas aquellas preguntas eran algo nuevo para ella. Y lo que empezó a descubrir con gran deleite, fue responder a esas preguntas con cierta desgana mientras le exprimía los granos de la espalda, sentada sobre su espalda como si estuviera montando un animal agonizante. -En el amor -afirmaba Sue con contumaz frecuencia- entregar el corazón por completo, entregarse como un ejército después de la derrota, no es conveniente. Nadie valora a los perdedores. Ese lugar de la autocompasión -añadía sin dejar de mirarlo- es donde se consuma la traición a uno mismo. No intentaba ser condescendiente, no iba a decirle lo que él quería oír desde que la conociera. Al expresarse en esos términos, como si se tratara de una lección muy bien aprendida, expresada cada palabra con renovada vehemencia, le entregaba a su compañero de juegos una información que no debía dejar pasar por alto; el amor para Sue no era algo sagrado, de hecho, había aprendido a prescindir de él si llegaba a sentirse incómoda. Aunque intentaba comprenderla y establecer si era menos fiable el compromiso sagrado de un matrimonio a la antigua, sus aspiraciones de conseguir una relación más entregada se mantenían en suspenso. -Cada vez que un chico empieza a hablar de matrimonio, salgo corriendo. Al principio era algo inconsciente -terminó por decir, mientras dibujaba un corazón con la uña del dedo índice sobre su pecho. Richie puso todo su empeño en mantener aquella relación, pero no lo consiguió, y ella no tardó en darse cuenta de que esa decisión fue la más inteligente si querían seguir siendo amigos, por lo tanto estuvo muy de acuerdo con casi todos sus argumentos -digo casi porque lo de que en unos años serían demasiado mayores para poder hacerlo, no le gustó-. Richie no solía guardarse nada, hablaba con tanta libertad que en ocasiones, molestaba a alguna gente que no pensaba como él, pero no fue el caso. Como no conocía con exactitud todo lo que ella sentía intentó, en este caso, ser prudente, pero sospechaba que a los ojos de Sue, sólo habían sido amigos, sin compromisos más allá de eso. Hubiese querido que fuera de otra manera, pero no iba a ser así. El mismo día en que empezó a 39


trabajar en una agencia de viajes tomaron la decisión conjunta de alejarse de las manifestaciones de cariño, de los problemas emocionales y de las demostraciones sentimentales. Sólo el afecto superficial de dos buenos amigos debía perdurar. -Entonces, ¿ya no vamos a seguir viéndonos? -preguntó -Si tengo tiempo después del trabajo me encantaría que siguieras visitándome, hablar contigo me hace entender algunas cosas. ¿Eso nos haría bien? Esa debe ser la pregunta, supongo -respondió Richie que por na vez, parecía controlar la situación. -Si hubieras sido otro de los chicos que conocí, creo que hubiese salido sin demasiadas preguntas de nuestra “relación”. Antes me dolían las rupturas hasta cuando las provocaba yo, pero me he vuelto muy insensible en estas cosas, el motivo es que no suelen salir bien. -Siempre te afectará, nos pasa a todos, aunque creas que lo tienes controlado, te afecta. Lamentamos equivocarnos, ¿cómo no habría de ser así? Pero creo que entiendes que me duele mucho más a mi, y por eso intentas comprender mi decisión. A Richie lo invitaron a cenar unos amigos del trabajo. No creyó conveniente decírselo a Sue, que de pronto se había vuelto más tierna y lo visitaba con el mismo interés e intensidad de antes, pero, tal y como habían acordado dejando la relación a un lado. Durante la cena, una chica, Marcya se mostró interesada por él y cuando después de cenar se fueron a un pub para charlar un rato y beber cerveza, ella abandonó a dos chicos que no habían parado de hablar en toda la noche y se dirigió decididamente al lugar en el que se encontraba para sentarse a su lado. Él se había puesto un tiempo para pensar en nuevos compromisos pero no podía hacerle mal charlar un rato con una compañera, que además estaba muy consideraba y era capaz de venderle un viaje a las playas paradisíacas de punta cana, a un esquimal. Le sonrió amablemente y se presentó porque aunque habían cenado junto y la había visto en la oficina, aún nadie los había presentado. Marcya le pareció un nombre bonito, le estrechó la mano y mientras lo hacía, ella se inclinó sobre el lugar en el que estaba sentado y le dio dos besos; pudo ver que no llevaba sujetador con toda claridad, pero no se sintió atraído en absoluto. -Tienes la reputación de un casanova -empezó Marcya-. Ojalá te hubiera conocido hace unos años, entonces yo me sentía atraída por los chicos muy mujeriegos. Digamos que no ponía demasiados problemas por conocer gente nueva... espero que no suene como una confesión -y se echó a reír. -Me has pillado por sorpresa, debo reconocerlo. Pero ahora ya nos conocemos. -Digamos que sentía curiosidad, pero suelo inspirar timidez cuando actúo así. No quiero que pienses que soy una lanzada. -No, por supuesto. No pienso eso. En realidad he venido con un amigo, River Disky, está entretenido con unas chicas que ha conocido aquí hace un minuto, y ya no se separa de ellas, ¿qué te parece? -Pues que no pierde el tiempo. -No estoy muy segura de eso. Pero no estoy segura de si tendré que tomar un taxi para volver a casa -volvió a reír. Era como si aquella noche estuviera dispuesta a que todo lo absurdo que le pudiera pasar pudiera hacerle gracia. Se reía de los contratiempos, de todo lo que pudiera salir mal, de lo que le pudiera pasar de inesperado y de todo lo que le pudiera pasar a otros. River Disky se sentaba cerca de su mesa en la oficina, Había hablado con él un par de veces y e parecía un tipo “salado”, no solía poner problemas a una conversación y siempre demostraba ser positivo. Un optimista ejemplar, se podría decir, pero nunca veía venir los problemas y por eso no debía ser malinterpretado ni tomado demasiado en serio; él no deseaba que así fuera. -Conozco a Disky se sienta muy cerca en la oficina. -Él y Jenny Mauren, son de los más antiguos en la empresa. No sé como lo han hecho. Por algún motivo, posiblemente que el salario no es nada excepcional, el personal rota mucho y algunos no duran demasiado. En ese tiempo, Richie se acercaba a los treinta pero resultaba evidente que Marcya le sacaba al 40


menos cinco años. Cuando ella le preguntó por los amores pasados él le soltó “la nostalgia es la negación del presente fraudulento, pero el futuro siempre debe ser prometedor. No conviene recrearse en el recuerdo. Esto no es mío, lo leí en alguna parte”. Sue volvió a salir con la pandilla, algunos ya no estaban y había también caras nuevas. Le preguntaron por Richie como era de esperar. Su respuesta estaba preparada, debía decir que se veían menos, pero que nunca habían llegado a nada serio, lo que sería en parte verdad. Lo cierto es que explicar lo que ella pensaba del amor no se podía hacer sin más y esperar que la entendieran. Jamás había intentado ser entendida y de pronto empezó a sentirse atraída por Richie como nunca antes lo había hecho por ningún otro chico. Lo descubrió en aquella reunión de bar con sus amigas, cuando ellas le preguntaban sobre una relación que nunca había existido. Se había interesado por él como uno se interesa por un pastel en un escaparate, y ahora empezaba a verlo como parte de sus intereses diarios, como una condición más de su rutina y necesario para mantener esa forma de vida que no le había traído problemas en los últimos años. Le preocupaba que las cosas se complicaran y deseaba al menos, seguir teniéndolo como amigo, por eso sus visitas a su habitación no cesaron y para eso lo enredó en unas lecturas de poesía urbana que necesitaba para mejorar sus recitaciones musicadas de hip hop. -Es terrible para mi comprobar que estoy bajando de nivel. Hay un concurso a final de año y me gustaría participar, pero tengo que prepararme. Si no quieres ayudarme lo entenderé- le dijo esperando una respuesta afirmativa, porque después de todo había prometido predisposición a la amistad y además sabía que la poesía urbana heredera de cualquier música negra y compromiso racial, era una de sus aficiones-. Es importante. -Creo que podría hacerlo pero tendrás que aceptar mis días de mal humor, el trabajo me trae cansado y desganado a veces. Hay días que por la tarde no me apetece hacer nada. -He estado con los chicos -le dijo en referencia a la vieja pandilla-. Les gustaría verte de vez en cuando. -Eso va a ser más difícil. Pero es posible que podamos hacer algo para tener una cuantas rimas y una bases rítmicas. Debemos pensar en los artistas que nos gustan, en la forma y dimensión de la rima. A mi me gusta la rima larga. Tendremos que pensar en un estilo y en el carácter de los temas a tocar -Richie parecía enganchado con la idea, y sabía que Sue podía hacerlo. Si Sue no ganaba el concurso no sería un drama para ninguno de los dos, estaban más interesados en tener un actividad artística a la que poder dedicarse, que en ganar el concurso, pero ninguno de los dos se lo diría al otro, y además como ya sabemos, para Sue representaba también la posibilidad de seguir cerca de Richie. Compaginaron sus nuevos horarios, se esforzaron por coincidir y escribieron sin descanso desechando lo que no les parecía suficientemente bueno. Consiguieron algunas rimas realmente memorables y, finalmente, se la enseñaron a algunos amigos que estuvieron de acuerdo en que eran buenas, lo que representaba mucho para ellos porque habían esperado una crítica feroz capaz de desanimar a cualquiera. Atrajeron algunos músicos con los que fueron capaces de montar un espectáculo amateur, en el que Richie permanecía en la sombra como un mero colaborador, pero Sue sabía que era una pieza importante en el resultado final. Pero para todo eso necesitaron algún tiempo, y para cuando ya casi estaba todo cerrado, el formato concreto terminado con precisión y los ensayos mejorando, Richie había tenido tiempo de conocer e intimar con Marcya. Había salido varias veces con ella y se entendían bastante bien, hablaban con fluidez y se tenían confianza, pero de todo esto no dijo una palabra a Sue. En ese momento, apreciaba a las dos chicas por igual, pero no deseaba una relación, y, sobre todo con Sue, volver a las tardes de antaño sin terminar de entender a donde pretendía llegar. Se estaba convirtiendo, sin darse cuenta de ello, en una posibilidad deseada para muchas chicas, pero sabía hacerse el distraído y eso las mantenía al margen. El amor no lo es todo, solía decir cuando intentaba explicar su postura al respecto. No quería infundir falsas esperanzas en las chicas, ni que creyeran que que podían iniciar na falsa relación más allá de la amistad, para terminar decepcionándose, por eso les hablaba claro desde el principio. 41


2 El proyecto Lo de vender viajes no era el tipo de trabajo que le gustaba pero no requería un gran esfuerzo físico o intelectual. Por fortuna, tras poner en orden todos los papeles de su padre, descubrieron que su situación económica no era tan mala como pudieran haber pensado, y además y más importante la casa estaba pagada, por lo tanto, aunque el sueldo de Richie, era lo que sus compañeros llamaban “un sueldo comprimido”, el podía tenerlo casi íntegro, después de separar una pequeña cantidad para los gastos. Algunos de sus compañeros se volvieron evasivo con él cuando supieron que su amistad con Marcya se consolidaba y fue entonces cuando descubrió que erala hija de uno de los accionistas de la agencia, y no sólo eso, su padre tenía parte en otras empresas de la ciudad y era, como decían en la televisión, “un empresario de reconocido prestigio”, casi nada. No se sintió contrariado por eso, ni condicionó su amistad, pero no sentía ninguna necesidad de conocer a su familia, ni le atraía semejante idea. También era cierto que Marcya no estaba especialmente unida a su padre y no solía hablar de él, por lo tanto no se trataba de una imposición. Tampoco tenía demasiados problemas o reticencias por ser quien era, contaba con el apoyo de muchos amigos y nadie podría decir que pertenecer a una familia adinerada pudiera ser un problema, sino lo contrario. Tampoco solían hablar de los problemas del trabajo cuando salían, aunque era inevitable hacer comentarios jocosos sobre situaciones que ambos consideraban divertidas en el proceder y carácter de algunos de los jefes. Ni siquiera lo exiguo de los sueldos era problema de ella, aunque era consciente, y cuando salían a cenar deseaba pagar, por lo que él tuvo que explicarle que su situación tampoco era tan difícil como pudiera parecer, ni aún frecuentando los sitios caros que a ella le gustaban. Así conoció el mundo real de Marcya, los lugares que frecuentaba y el tipo de gente que la saludaba en pubs y restaurantes. Era un tipo de distracciones a las que él no estaba acostumbrado, pero al fin y al cabo no se veían tanto y por salir a bailar a sitios caros algún fin de semana no se iba a arruinar. Así pues, se iba convirtiendo en un adulto, con necesidades de adulto y ella lo acompañó a comprar algo de ropa como si eso fuera algo importante para su vida, cuando nunca antes le había preocupado en exceso. Su vida estaba cambiando y aunque no deseaba dejar atrás a sus amigos, todo lo que iba conociendo no se parecía lo suficiente como para no poder decir que tenía dos personalidades diferenciadas según la situación en la que se viera. Por otra parte, eso le pasaba a otros chicos y ya lo había visto antes en otros amigos, al empezar a trabajar se abre un campo que relega la vida tal y como hasta ese momento se conocía. Pero si esa era su vida, no podía renunciar a ella, se dedicaba a vender viajes y preocuparse de la satisfacción de sus clientes y sus compañeros le habían ayudado a integrarse lo mejor posible. Richie creía que si no se lo hubiesen puesto tan fácil, hubiese renunciado a un trabajo que no representaba nada más que eso en su vida, trabajo. Seguían los ensayos, las escrituras y las lecturas, a veces en casa, a veces entados en el parque, y a veces rodando por bares y cafeterías. En una de esas ocasiones reconocieron a Buddy que se acerca a lo lejos con un cochecito de niño y su mujer hablándole si cesar mientras él intentaba empujar para subir el arcén. -¿Esa chica es su mujer? -preguntó Sue con cara de desencajada sorpresa. -Si, es ella. Margarita, la bibliotecaria. Un poco modosita, pero habla bien de todo el mundo, eso compensa. No es divertida, pero es buena persona, tú me entiendes. No quiso que establecieran contacto visual, por eso dejó a Richie con la palabra en la boca, y salió 42


disparada al lavabo, sin antes decir “no aguanto más, ahora vuelvo”. No le apetecía hablar con él, pero no era menos cierto que la apariencia de Margarita le pareció tan equilibrada como ella nunca llegaría a ser. Antes no era así ¿qué le había pasado? Su propio atractivo nunca le pareciera definitivo y antes no le había preocupado, pero nada como aquella imagen familiar acercándose por la acera podía poner más de manifiesto su falta de proyectos. La situación captó toda su atención y la hizo pensar, por eso huyó, sabía que si seguía allí sentada no podría dejar de mirarlos con la atención que prestaba a los libros más complicados. Su reacción era inmadura, se agobió inesperadamente, pero sabía que eso no respondía a mantener viva ninguna emoción favorable acerca de Buddy, ya no había sentimiento vivos en eso; tenía que ser otra cosa. Al llegar a casa de Richie, Lesly estaba hablando por teléfono en la cocina, sólo pudieron escuchar, “tengo que recoger los resultados de los análisis”, entonces ella los vio y cerro la puerta para seguir hablando con libertad. Después de haber pasado una tarde llena de tensiones y sinsabores, a pesar de no haber conseguido escribir, corregir, leer o imaginar, una nueva linea de su libro de poemas urbanos, Richie habría necesitado llegar a casa y sentarse a tomar una cerveza sin más interferencias. Pero no recordaba que aquella era la tarde de café de las amigas de su madre y que empezarían a llegar en cualquier momento para contarse sus cosas. No obstante, ya había sucedido otras veces, le quedaba la opción de encerrarse en su habitación y dejarlo pasar. Sue lo miraba con cierto espanto, “no es nada, dijo él, se hace revisiones con frecuencia, pero no está mal”. De forma perezosamente siniestra, a Sue se le daba por creer con frecuencia, que alguien de su entorno se iba a poner enfermo de una enfermedad incurable, y que eso sucedía, llegaría sin que nadie lo esperara. Como Richie estaba interesado en que Sue hiciera un papel digno en aquel concurso, se puso en contacto con un amigo que tenía del conservatorio. Estuviera un año allí y había conocido a músicos muy estimables, pero aquello no era para él y lo había dejado sin un reproche. Al ser Llerry lo bastante bueno en el piano, se pasaba el día ocupado, ensayando, dando clases o asistiendo a otros músicos en sus tareas, así que tuvo que buscar tiempo para poder ir un día y escuchar lo que habían hecho. Necesitaban grabar en buenas condiciones y que Llerry les hiciese algunos arreglos con su sintetizador. Antes que nada puso algunas condiciones como la puntualidad y que, más que escuchar el trabajo en cinta y arropado por los músicos, que Sue intentara cantarlo, o recitarlo si fuera el caso, sin música. Les dio algunos consejos y los grabó en cuatro pistas en un local rudimentario. Su colaboración no pasó de ahí, pero fue muy conveniente. No quería implicarse demasiado, pero siguió visitándoles de vez en cuando para ver como marchaba todo y tomar algo con los chicos después de los ensayos; todo un personaje. Cuando, una tarde perdida, Sue llegó a casa de Richie sin previo aviso y encontró allí a Marcya, la sorpresa fue tan grande que no supo como reaccionar. Se disculpó por si molestaba, con tanto cinismo que debieron notarlo en su voz, que podía volver en otro momento y, en un momento apartado, sin que ella lo escuchara, le susurró que era un cabrón por llevarlo en secreto. A Marcya le bastó un momento para responder que le gustaba conocer a las amigas de Richie, y que, en todo caso, podían dejar las presentaciones para más tarde. Richie planteó la posibilidad de salir a dar un largo paseo, porque la situación le parecía muy tensa, pero en aquel momento Sue estaba pensando en tirarlo todo por la borda y no volver a verlo nunca más. Marcya alegó que tenía un compromiso y que debía irse pero que le había encantado el encuentro, lo que por su parte también sonó cínico esta vez. Esa tarde estuvieron a punto de abandonar la idea de presentarse al concurso, o de que Sue lo hiciera por su cuenta. Fue una ocurrencia traída del enfado y respuesta de una situación inesperada, pero la fecha se acercaba y, en realidad ninguno de los dos quería llegar a ese extremo. Se sentían a gusto con su nueva faceta artística y, aunque Sue tenía muchas dudas acerca de como discurriría la vida de su amigo en los próximos meses, se mostró más comprensiva en el momento que Marcya salió por la puerta sin una despedida especialmente cariñosa, lo que hubiese significado algo más. No se equivocaba al pensar que el interés de Marcya se ponía de manifiesto en cada mirada. 43


Sue ganó el concurso y los ensayos y la preparación de poemas y música cesaron de golpe. Tal vez había pasado el tiempo de la estrecha amistad con Sue y poco a poco sus visitas se fueron distanciando. Se sentía culpable e intentaba reconciliarse consigo mismo, pero al fin y al cabo, no creía haber hecho nada malo. No podía condenarse por hacer nuevas amigas, incluso por albergar la idea de alguna nueva relación, si ese fuera el caso. Era aún un poco pronto para pensar en nuevas ilusiones, pero Llerry Moligan había estado en el concurso y le gustó tanto como resultó todo, que le propuso una colaboración de forma permanente y ella estuvo de acuerdo. Aunque era un poco pronto para intentar discernir si eso era lo que quería en realidad, la propuesta de Llerry llegaba en un momento que necesitaba desconectar de costumbres demasiado ancladas el último año. Tenía que encontrar su propio camino, ella no era así, y posiblemente, Richie lo había trastocado todo. Se recordaba así misma como una chica independiente que no creía en el amor, y de nuevo había vuelto a caer en una atracción sentimental que no le hacía ningún bien. -¿Tu crees que la suerte de la fea la guapa la desea? -le preguntó a Llerry mientras le exprimía granos de grasa en la espalda sentada sobre él como una amazona. -Es una frase hecha que hace referencia a la inclinación de los hombres a buscar mujeres esforzadas y que no tienden a la diversión. No me gusta mucho esa forma de ver las cosas, es muy anticuada. Las generaciones anteriores a la nuestra, en el momento de fundar una familia se volvían muy conservadores -respondió él. -Ya nadie piensa seriamente en la familia. Hoy en día sucede por accidente, por hastío o por necesitar echar el freno, pero no se piensa como una finalidad, supongo. -Es complicado saber por qué hace la gente las cosas -dijo Llerry apoyando la cabeza en la almohada. Le inquietaba pensar que los hombres pasaban por su vida como una ruleta y que ninguno la tomara del todo en serio. Sin que ella lo apreciara, Llerry encontró que era un tema la inqiuetaba y quiso volver sobre él para saber lo que ella pensaba, pero sin que se le notara el interés. -Tu tienes un atractivo innegable, desde luego -le dijo con dulzura. -Nunca he tenido problemas de conseguir al hombres que quería, otra cosa es hacer que dure. No soy guapa, lo sé. Mis nariz no es menuda y mis orejas son las de un mono, pero debajo del pelo no se ven demasiado. Eso de que las feas no somos divertidas, o que no nos gusta divertirnos es un mito. A todas las mujeres les gusta divertirse. Mirase a donde mirase, todos estaban pendientes de la nueva pareja. Se hablaba de futuros proyectos musicales y la proyección que la pareja tenía en ese campo, lo que unido a su compromiso sentimental podía dar un gran resultado. Los llamaban de las radios porque quedar la segunda en el concurso anual de jóvenes talentos tenía una entrevista, y todos sabían que Llerry había estado detrás, sin acordarse en ningún momento de Richie. Todos los trataban con cortesía ante la posibilidad de que su carrera despegara, pero no iba a ser así tan pronto. Las televisiones locales los llamaban y grabaron un vídeo promocional, pero a Sue no le gustaba. Sue desde ese momento tuvo un éxito inesperado con los hombres que la buscaban y le declaraban su amor, pero algo en ella estaba cambiando y se había tomado muy en serio su relación con Llerry. Él se mostraba indiferente ante esta situación, y una tarde fueron a casa de sus padres para que ella los conociera. Todo muy aparatoso, Llerry se mostró con cierta prepotencia ante las miradas críticas de sus progenitores. No fue una situación cómoda para nadie, y cuando terminaron su café salieron disparados como alma que lleva el diablo. Al contrario de lo que Sue había esperado, la cita fue un tremendo fracaso, no les cayó bien, eso era evidente, y aún a pesar de que apenas había abierto la boca. Las atenciones que Llerry dejaba caer sobre Sue, empezaban a pesar como una losa, sin embargo, después de aquello ella empezó a pensar que el se lo tomaba todo muy en serio, y se dejó llevar. Sue era una chica poco ingenua, y aún así, llegó a ilusionarse con la idea de tener una pareja formal con “intenciones formales”, por así decirlo. Después de haber fracasado casi en todo, y de no haber sido la chica modelo que su familia esperaba de ella, resultaba consolador pensar que aún 44


estaba a tiempo de cambiar de nuevo, ¿pero no era eso una traición a su forma de pensar? No le quedaba más remedio que reconocer que la petición de matrimonio de Buddy la había marcado para siempre, o bien asumía toda una forma tradicional de hacer y pensar que siempre había rechazado o, lo que la asustaba bastante, se convertía en una solterona saltando de hombre en hombre, y señalada por todos. Su renovado interés por las relaciones entre hombres y mujeres, la hizo creer las dulces palabras de amor de Llerry, al menos las que prometían amor eterno justo antes de una tarde de cerveza y desenfreno erótico. Sue intentaba no parecer dramática y tener éxito por una vez, pero no iba a funcionar, y cuando empezó a sospechar que él nunca la tomaría en serio, entonces lo aceptó como un nuevo fracaso. Ya no quiso cantar, ni seguir con su nuevo repertorio, casi acabado. Frenó de golpe y rechazó entrevista y cancelo las actuaciones que había prometido en provincias. Ya no quería ser la rapera del río, como la llamaban. La música dejó de interesarle. Tenía algo de pitonisa al presentir sus rupturas sentimentales, las veía venir desde lejos, las presentía y echaba leña al fuego para que sucedieran cuanto antes. Aunque Llerry había sido cariñoso y comprensivo, ella entendió que nunca era sincero con nadie acerca de sus afectos. Lo creyó frío interiormente, no lo creía sincero ni con sus amigos ni con su familia. De no haber sido porque aceptó abiertamente su relación e iban a todas partes juntos presentándose como pareja, se habría dado cuanta antes, eso la confundió, creyó en esa imagen, cuando no se trataba más que de una parte del fenómeno musical. Nunca habría pensado que formaba parte de un juego, de un montaje, de una torre de naipes que Llerry iba construyendo sin esperar nada a cambio. Era muy violento saber que se había extinguido el amor y seguir actuando con alguna normalidad. Él se había excedido en su engaño, en las dulces palabras. Por fortuna, Sue tenía el corazón muy duro, no había permitido que lo maltrataran antes, de no haber sido así se habría dedicado a la bebida o se drogaría hasta perder el sentido; no soportaba el dolor. Aparentemente, todos llegamos a la edad adulta con unas cuantas decepciones y fracasos sentimentales a cuestas, unos le dan más importancia que otros a eso, para algunas personas resulta un peso insuperable. “No tiene por qué ser un trauma definitivo”, se decía Sue, “aprenderé a vivir con mis remordimientos”. Semejante situación, sin embargo, empezaba a hacer de ella una persona insegura. A pesar de todo, podía imaginar algo aún peor y que no iba con ella, y eso sería convertirse en una perfecta ama de casa, le aterraba esa idea. Las letras de las poesías musicadas de Sue expresaban un sentido amargo de la vida, pero no lo decía de una forma explícita. Sólo con un poco de atención y poniendo en juego toda la habilidad intelectual necesaria, se era capaz de representar el mundo escondido detrás de las historias que contaba: jovencitas en mundos de adultos, monstruos dentro de cuerpos frágiles, desamores y soledades posteriores, aventuras juveniles en playas paradisíacas, revoluciones inconclusas y amistades rememoradas, todo estaba en sus letras. En el tiempo de las canciones románticas que no hacían daño político, llegaba ella se ponía a decir de los niños de la calle y del asalto al poder, toda una provocación. Tantas ideas concebidas bajo la razón de un ser que no quería renunciar a nada, pero que no veía condiciones para no hacerlo, y de pronto, desaparecía, no quería saber nada de los mundos en los que se movían los artistas, de las entrevistas y de la “proyección”, no deseaba nada de eso, se evaporó para el arte. Cuando se tiene un talento artístico, se revuelve dentro sin importar los factores de cambio, y lo que queda en evidencia cuando los artistas toman decisiones contradictorias, por desafiante que pueda parecernos, es porque, lo único que desean, es que los dejen vivir tranquilos con sus imágenes fallidas pesando sobre sus hombros. Cuando Richie entró en la oficina aquella mañana vio a Marcya hablando con un señor mayor en mitad del pasillo. Se lo presentó y le guiño un ojo como si aquello fuera el acontecimiento más grande de su vida. Allí estaba el pobre Richie, con su traje nuevo y los zapatos brillantes escuchando lo que el hombre importante tuviera que decir. Todos sus compañeros, sentados en sus mesas parecían escondidos, encogiendo la cabeza hasta hacerla desaparecer entre los hombros. El padre de Marcya hablaba haciendo discursos, no había quien lo parara, escogía un tema al azar y mostraba su capacidad enlazando palabras y temas alternativos que podrían mantenerlo en aquella 45


postura durante horas, entonces paraba y solía decir, “pero no quiero abrumaros con esto, bastantes problemas tenemos ya”, y todos a su alrededor se quedaban pensando si habrían entendido lo que les quería decir, o había sido una forma de entretenerlos. Y como si todo eso no fuera suficiente para terminar de desorientar al muchacho, Marcya le dijo más tarde que le había hablado a su padre muy bien de él y que no se extrañara si lo proponían para un ascenso. ¿Un ascenso? ¡Santos y difuntos, eso era lo que menos necesitaba! Ya estaba bastante comprometido con la empresa y eso supondría más trabajo y menos libertad de pensamiento y de todo: Richie se dijo que se estaba enredando sin saber el motivo ni la forma. Los encuentros con Marcya fueron bastante inocentes, aunque, de forma bastante explícita, ella aprovechaba las ocasiones de intimidad para dejar claro que deseaba un acercamiento físico. Si él no estuviera convencido de que pertenecían a mundos muy diferentes, hubiese sido muy posible que, en un plano más organizado del futuro, por fidelidad a un mundo que empezaba a desaparecer, hubiera corrido para dejarse caer en sus brazos y asumir la idea de que finalmente debería madurar y al menos, intentar una relación estable. Lo que sucedió, sin embargo, fue muy diferente, el día después de conocer al padre inversor de Marcya, explicó a la chica sus motivos para rechazar tantas atenciones, y ese discurso fracaso emocional se produjo allí, en la oficina, a los ojos de todos y sin llegar a utilizar el viejo truco de susurrar para que otros pudieran oírlos. Y después de aquello quedó con algunos compañeros para ir a tomar una cerveza pero no invitó a Marcya, lo que tal vez fue tomado por ella, como un desagravio. Así pues, cansado de un trabajo que apenas había durado un par de años y que no deseaba seguir haciendo, se excusó por su comportamiento ante el director al día siguiente y no volvió a la oficina. Fue un acto de cordura en defensa propia, pero no abandono la cortesía en ningún momento, y eso requería de tranquilidad y una excusa creíble; dijo que deseaba volver a estudiar y lo dijo casi con dulzura. A pesar de todo, el director se sintió contrario y no respondió con amabilidad; no solía hacerlo cuando sucedían cosas que no esperaban y rompían su autoridad, que era lo que más le importaba en el mundo (lo que era tanto como decir su poder). Algo lo impulsaba a dejar su trabajo y no se trataba de que ya no sabía como parar a Marcya de otro modo, era cuestión de estima personal y se sentía tan defraudado y tan degradado socialmente... Algo no iba bien en su vida, podía intuirlo, pero no sabía por qué se sentía así, ni localizar un motivo exacto. Llerry llamó a la puerta de su casa una mañana soleada. Había telefoneado previamente para comprobar que Richie estaba allí y decirle que quería hablar con él de un asunto que le tenía preocupado. Cuando sonó el timbre, Richie salió de su habitación dando un salto y si la casa hubiese sido un poco más grande, hubiese llegado jadeando a la puerta. Lesly lo vio pasar desde el salón y se sentó de espaldas a la puerta, de forma que dejaba claro que no quería ser molestada, se acababa de dejar son su última conquista y no estaba de humor. Y sin más, aquel precioso día en que Richie volvía a ser un desocupado recibiendo amigos en su casa, los dos estuvieron sentados en sendas sillas de su habitación en menos de un par de minutos. Hablaron de fútbol, de música y de viejos proyectos incumplidos, pero Richie sabía que el motivo que lo había llevado hasta allí era Sue. -No sé lo que le pasa. Está muy rara. Quiere dejarlo, pero eso ya lo pensó en el pasado y luego lo dejó pasar sin más y no volvió a hablar de ello. No la entiendo ¿Alguna vez te ha pasado algo semejante? -preguntó el mñusico. Los ojos de Richie lo miraron con compasión, estaba vencido, eso era evidente, pero era de ese tipo de gente que se aferra a su pareja como una posesión, sin realmente amarla, conocerla y, en ocasiones, ni siquiera desearla. -¿Te refieres con Sue, o en general? -En general. No entiendo a las mujeres. En serio. -No, nunca me ha pasado algo así. Cuando he roto con una chica, ha sido por decisión de los dos, lo hablamos, llegamos a la conclusión de que no funciona y no me aferro a ello. No me asusta 46


equivocarme, si creo que no puede ser, lo dejo ir. Además, Sue siempre ha sido un poco así, no concreta, es inestable. -Estuvimos unos días separados. Inesperadamente apareció hace unas semanas. Creí que nos habíamos reconciliado, estuvimos toda la tarde sin parar, ya sabes. A veces creo que ella necesitaba saber que si íbamos a romper no era porque ya no la deseara. Es como si me dijera, rompo contigo y sé que tú no deseas hacerlo. De esa forma estableció las condiciones de la ruptura. No la he vuelto a ver. -Si vas a aceptar que es un ruptura definitiva, cuanto antes lo hagas será mejor para ti -dijo Richie metiéndose las manos en los bolsillo y encogiéndose de hombros-. ¿No lo crees así? -Creo que esperaba un consejo así. Es lo más inteligente, sí, pero no es fácil tomar decisiones que van en contra de lo que deseas hacer. -Lo sé, es una cuestión difícil. No me gusta dar consejos, es fácil dar consejos, seguirlos es una mierda. Cuanto más conocía a Llerry, menos le gustaba, era una división dentro de él que lo hacía inocente y un aprovechado a la vez. Intentaba que no se le notara que era contrario a ese planteamiento de víctima que hacía de aquella situación. En otro tiempo, cuando admiraba su música y que se ofreciera a colaborar con otros menos aventajados, lo veía diferente. Lo tenía como un amigo, y esos cambios de humor era lo que esgrimía la gente como él para, a su vez, cambiar el aprecio que le tenía. No sabía compadecerse de sí mismo, y al rato hacer chistes sobre gente con menos suerte que él, y eso había sucedido. La familia de charlie nunca había hecho alarde de su posición, de hecho, su padre había guardado su dinero y no habían sentido un desahogo económico hasta su muerte, cuando pudieron recuperar sus ahorros; los que el viejo tan celosamente había guardado. Llerry, en cambio, había estudiado música porque nunca había necesitado plantearse la vida en los términos de encontrar un trabajo, y sabía que no viviría de la música, pero no parecía importarle. En esa situación de reciente cambio de opinión -tal vez interesado-, Richie empezó a pensar de nuevo en Sue, y se dijo que nunca había tenido suerte, y al mismo tiempo se preguntó si él mismo no habría sido injusto con ella. Y de pronto, empezó a sentirse enormemente ante la posibilidad de volverla a ver. Fue una sorpresa para ella encontrarlo en un bar que frecuentaba, todo parecía haber sido preparado para que así sucediera. Estaba bebiendo y algo mareada, lo vio entrar y se hizo la distraída. Escuchaba a un tipo que le hablaba de la realidad económica y sin futuro de la clase trabajadora. No se dejaba convencer con facilidad pero había algo en su poesía que simpatizaba con los desheredados, tal vez eso era algo que Richie había visto en ella antes. “Vivimos en un mundo injusto y cambia cada día para que nadie pueda enfrentarse libremente a ellos”. Richie se unió a la mesa, había un tipo que conocía y que rebatía al otro acerca de lo que llama “la acción política”. Sue parecía contenta de volverlo a ver, pero su mirada se había vuelto un poco más triste desde la última vez. Ella afirmó que preferiría un mundo más justo, pero siempre había sido así, los fuertes obligaban a hacer a la gente lo que fuera a cambio de un salario para poder vivir. Si Sue ya no deseaba volver a ver a Llerry, todavía tenía una oportunidad de recuperar su estima, ni la política podría evitarlo, se decía mientras miraba a aquellos viejos amigos que deseaban impresionarla con sus discursos. A Richie le hubiese gustado que nada hubiese cambiado, darle hacia atrás al reloj y volver al momento en que Sue le ofrecía toda su atención. Había cometido un terrible error en algún momento y no dejaba de pensar en ello. Si al menos pudiera hablar con ella, llevarla a tomar algo sin interferencias y sin política, y si todo sucedía como esperaba tendría que poner mucho de su parte recuperar su confianza. Se sintió impresionado cuando ella estuvo dispuesto a acompañarlo para un pase, cuando le cogió la mano y cuando entraron en un bar para hablar. Aquello iba mejor de lo esperado. -Los hombres nunca haréis nada por aprender a pedir perdón. Aquella chica era de las caras, no era para ti. ¿Te ha dejado, no es cierto? 47


-Nunca aprenderemos a ser tan sensibles como vosotras, eso está claro. Es la historia del mundo, mujeres que confían en los hombres y hombres que se encaprichan de otras mujeres. -Estoy totalmente de acuerdo -dijo Sue riendo-. Creo que te ha dejado plantado. -No me gustaría centrar la atención en mi -replicó el contrariado, y cuanto más ponía aquella cara confusa, ella más reía-. Fíjate en Buddy, o en Llerry, ellos han sido dejados y no lo llevan tan mal -fue un comentario inapropiado. -¿Sabes algo de Llerry? -dijo ella, esta vez muy seria. -Sigue preguntándose lo que pasó. Es difícil saber los motivos de una mujer en una ruptura si no hay terceras personas. Estuvo por caso. Creo que sólo vino para preguntarme por ti, pero ya lo ha superado, parece. En aquel momento los dos se daban cuenta de que habían guardado un buen recuerdo mutuo y podían seguir siendo amigos. No sólo no se habían engañado como se engañan las parejas, sino que se habían dejado de ver cuando sólo había una atracción por medio, por celos infundados. Los dos recibían la compensación de su amistad, a pesar del distanciamiento. -Hay algo que debes entender de las mujeres, porque te veo un poco despistado. La mayoría ya no quieren tener como objetivo de sus vidas lo de formar una familia, tal y como pasaba en el tiempo de nuestros padres. Yo no quiero que la vida me alcance y me deje a un lado como le sucedió a mi madre. Las familias ahora son más... ligth. Los divorcios se multiplican y creo que muchas parejas optan por la fórmula de ser una familia divorciada, pero unidos por los hijos. Siguen viéndose, hay terceras personas, pero es necesario darle una normalidad a los hijos -le dijo de un tirón, sin apenas respirar-. Lo sé, hablo con tras chicas, eso ha cambiado. Respetamos nuestra independencia y nuestros sueños sin supeditarlos a la familia tradicional. Por eso no me tomo mis relaciones en serio. Creí que debería decírtelo antes de que sigas hablando. -No importa podemos volver a vernos, como en el pasado. Nos podemos dar una oportunidad. -Hay algo más. Estoy embarazada y no quiero relaciones serias. No me preguntes quién es el padre, el hijo es mío, de nadie más. Nadie es el padre. -El mundo está cambiando a una velocidad que no soy capaz de asimilar -respondió Richie mientras la veía reír. Ni siquiera lo mencionó en casa cuando su madre le dijo que estaba pálido y que tenía la cara de un muerto. No iba a hablar de eso con Lesly y mucho menos delante de su nuevo novio.

3 La melancolía y el presente fraudulento El tiempo que pasó después del encuentro con Sue resultó algo anodino. Meses después seguía fomentando su fama de solitario y su vida hasta entonces se podía resumir en una sola frase: Jamás creas que entiendes la realidad mientras no pongas tú las condiciones. La muerte de su padre, y posteriormente la de su abuela, parecían recuerdos recurrentes en ese tiempo. Se hizo unos análisis médicos y todo estaba bien. Abandonó viejos vicios y dejó de salir por la noche, salía a correr a diario y comía de forma saludable, el cambio iba a ser radical. El mundo esta envuelto en una nueva corriente de moralidad que llevaba a los jóvenes a vivir al margen de lo políticamente correcto, eso sí podía entenderlo aunque no lo compartira. Mientras una forma común de ver las cosas se derrumbaba, el se entretenía dibujando charcos, árboles o piedras, todo muy conveniente para la nueva naturaleza artística del joven. Aceptaba pequeños trabajos sólo por entretenerse, sobre todo si no requerían poner en juego su capacidad intelectual y le permitían 48


seguir pensando en sus cosas. Eran trabajos manuales y mal pagados, pero suficiente para mantener el tipo de vida que quería llevar. En las oficinas de empleo había colas de jóvenes que sellaban sus tarjetas pero no tenían un interés real por trabajar. La idea de sacar adelante a una familia o la de tener que separarse de sus parejas por no tener un trabajo, parecía una ficción. Ya no interesaba demasiado, ni siquiera era algo primordial, mantener una relación exclusiva, sentimental y romántica. Tal vez eso no le gustaba y era uno de los motivos que lo llevaban a rechazar las relaciones sociales. Debido a esa falta de interés, dijo no a algunas citas de viejas amigas que lo llamaban por teléfono. Necesitaba darse un tiempo para saber lo que pasaba a su alrededor, y sobre todo para saber lo que quería. Miraba a su alrededor y ni siquiera podía decir que su vida iba a mejorar. Todo lo que había vivido los últimos años, y de lo que se desprendía de sus conversaciones con Sue, hacía ver que era un privilegiado, un tipo con suerte y muy por encima del fracaso global de los que conducían sus vidas al matrimonio. Era joven y seguía siendo un soñador, no se desanimaba y había aceptado mantenerse al margen de la “vida social” por un tiempo. Su padre, en el que ya no pensaba con la falta de optimismo de otro tiempo, venía a ser la confirmación del fracaso de un modelo. Sus recuerdos de infancia no eran tan buenos como los de otros chicos, pero echaba de menos aquel tiempo. En sus recuerdos, mientras sus amigos habían empezado a salir en pandilla y a divertirse con las chicas, tomando cerveza y pasando las tardes en los parques y las playas, él había preferido quedarse en casa. Y luego, mientras otros empezaban a salir con chicas, aceptaba que aún no estaba preparado para enfrentarse al hecho de compartir su familia en decadencia con otra persona. En aquel tiempo de estudiante, deseaba contarle a alguien como todo se hundía por culpa de la bebida, lo infeliz que eso lo hacía, deseaba compartir sus enfrentamientos con el viejo, pero le dio tanto miedo que se encerró en sí mismo y dejó pasar el tiempo necesario antes de decidirse por primera vez a perdirle a una chica que saliera con él. Se trataba de Peggy la pecosa y estuvo encantada de decirle que sí empezar a besarse con un chico por primera vez. No veía el momento de normalizar su situación y ella le ayudó entonces, hubiera otras chicas después, pero al cabo de los años, necesitaba de nuevo mantenerse al margen de sus amigos y las vidas comunes que vivían. Corita Péres era una conocida y divertida chica del grupo de antiguos alumnos del instituto. Los dos habían tenido pérdidas importantes en sus vidas durante el tiempo en que fueran estudiantes. A Corita se le murieran sus padres en un accidente de automóvil unos meses antes de que muriera el padre de Richie. Ambos habían coincidido entonces en cursos de verano y se habían hecho buenos amigos, se reunían para ir andando juntos hasta sus clases, donde se sentaban juntos y congeniaba con facilidad. Debido a aquel tiempo tan fluido -si fluido podemos decir que era el estrés de los exámenes a los que se enfrentaban y en los que se ayudaban-, Richie llegó a pensar en ella de una forma más romántica que académica, sin embargo, la vida seguía su curso y dejaron de verse sin haber dado ese paso que en algún momento pareció inminente. La volvió a encontrar cuando menos lo esperaba y en el preciso momento de su aislamiento cuando más pensaba en ella. Al igual que Richie, Corita no había encontrado el chico con el que pudiera congeniar, a pesar de haberlo intentado. Aunque había seguido estudiando después de que el interés de Richie por los estudios decayó, se había especializado en trabajar en comercios de ropa femenina y de nada le sirvió terminar la carrera de filología inglesa; ¡todo un reto en los tiempos que corrían! No quería polemizar con sus superiores sobre sus labores en la tienda, creía que no se reconocía su valía, pero eso era algo que compartía con todos sus compañeros. Empezaron a verse como si no se conocieran, y ella le contaba a Richie sus sacrificios y lo mucho que ponía de su parte para no abandonar su trabajo; ese era un tema recurrente pero también hablaban de sus aficiones o de los grandes desastres climáticos que anunciaban en los noticieros. Siempre encontraban algún tema de conversación e inevitablemente eso les llevó a hablar de Sue, a la que ella conocía bien. La conclusión fue amable, era una chica libre que lo hacía todo a su manera, sin interferencias, pero siempre había sido buena y la había ayudado cuando la necesitó -con eso se refería a explicaciones poco entendidas de temas académicos, apuntes prestados, o cubrirla con alguna pequeña mentira en 49


alguna ocasión que había faltado a clase-. “Conmigo siempre se portó bien”, concluyó. Después de trabajar todo el día doblando prendas de ropa para llenar las estanterías, aún se mostraba animada para sus conversaciones y Richie lo valoraba procurando no cansarla y acompañándola a casa sin prisas. -Somos dos raros -dijo él un día sin venir a cuento. -Algo de eso debe de haber. A mi mis amigos siempre me dijeron que era muy influíble y me dejaba llevar por un sentimentalismo insano. -¿Insano, por qué? -Creo que lo dicen como si se tratara de un pilar fundamental de mi personalidad y que eso me llevaba a ser una persona triste. -Demasiado complicado para mi. Se ve que tenías unos amigos intelectualmente formados. Hablar con su amiga lo hacía retroceder en el tiempo y eso le producía sensaciones positivas. El tiempo había pasado, era necesario asumirlo con toda claridad, pues de otra forma cabía el riesgo de desear no seguir madurando y creer que nada había pasado de importancia desde los años del instituto. Si no se convenciera completamente de su deseo de seguir madurando su vida pasaría entre fantasmas y Sue sólo habría sido uno de ellos, a pesar de todo el afecto que había desarrollado por ella. ¿Que habría de importante en sentir que deseaba a Corita si seguía deseando volver a su infancia al mismo tiempo? Tal vez necesitaba un psicólogo, pero eso no se lo iba a decir a ella. De entre sus amigos había unos cuantos que tenían el mismo problema pero mucho más acentuado, y de aceptar que su caso era importante sería tanto como aceptar que ellos estaban totalmente fuera de la realidad, con sus motos, sus tatuajes, sus pelos teñidos y su ausencia de proyectos. ¡Bah! No era posible, sus dudas eran la prueba de que estaba madurando, su inquietud era saludable y el momento que estaba viviendo lo había llevado a ello. Todo iba bien. Corita lo miraba con ojos impenetrables, en eso se parecía a un jugador de cartas; sin emociones. No era un interlocutor indeciso, decía todo lo que tenía que decir, con el atrevimiento animal, no era distante a pesar de su mirada, no permanecía mucho rato en silencio, sino que demostraba que podía rebatir las ideas de Richie, comprenderlo, matizar sus posturas e incluso dar consejos. Hasta aquel momento no se había mostrado contrariada por nada, por eso Richie era prudente, sabía que en algún momento la vería enfadada, tal vez furiosa y cansada, era una parte ella que deseaba que legara lo más tarde posible. Tenía el pelo largo y salvaje, eso le gustaba de ella. Lo apartaba de los ojos con frecuencia, le daba una vuelta e intentaba colocarlo sobre su oreja derecha, en eso resultaba muy presumida, y también le gustaba. Nadie diría que era del tipo de chico que se emocionara con los gestos de una mujer, pero le resultaba tan inocente e incitante a la vez que no podía dejar de imaginarla entre sus brazos. Se levantaron, era tarde, él puso la mano sobre la manilla de la puerta de la cafetería y la dejó pasar, después pasó él y dejó caer la puerta de aluminio de forma que hizo un estruendo metálico y vibrante al cerrarse. Pasearon hacia la casa de Corita, no había indecisión en eso, ya lo habían hecho antes y era un camino repetido. -Eres un chico melancólico -dijo Corita en una de aquellas ocasiones. -El día menos pensado voy a terminar por reconocerlo, me lo dicen mucho -respondió con convicción-. Parece bastante claro. Detrás de aquellos paseos había un interés incipiente por una relación que debía avanzar y coger confianza. Charlie sólo entró una vez en la casa de Corita, y ella aprovechó por presentarle a su madre, no le pareció casual. Eso era lo que en otro tiempo hubiese considerado una encerrona, pero no se enfadó, al contrario, aquel día había vuelto a casa bastante animado. Por supuesto, quedaba claro para todos que el interés de los dos se manifestaba de forma continuada, incluso la madre de Corita hizo un comentario a favor cuando le soltó, “es un buen mozo”. -No te preocupes por eso. A mi me gustan los chicos melancólicos y tristes, tiene un atractivo innegable -insistió ella-. Hoy en día no se ven mucho los chicos así, pero los que hay aprenden a explotarlo y e vuelven presumidos. Ya le encontrarás el gusto a ser lo que eres, pensar en cambiar porque a la gente no le gustes es un grave error. ¡Qué se jodan! No llegarás a nada sin ser tu mismo. 50


La imagen de la pareja de vuelta a casa, en un paseo lento y lleno de conversaciones, era romántico a los ojos de todos. La acera se estrechaba y se acercaron de frente a una gran cristalera de una cafetería. Desde lejos Charlie pudo ver a Sue acompañada de un hombre al que no conocía. Cuando sus miradas se cruzaron, Sue se les quedó mirando un segundo, se levantó de un salto y salió disparada al baño. Cuando volvió le dijo a su acompañante, “lo siento, tenía unas ganas de orinar que reventaba”.

el final

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