Se atragantó la paloma y le cortaron las alas

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Se atragantรณ la paloma

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1 Se atragantó la paloma y le cortaron las alas. Por mucho ahínco que pongamos en realizar una buena obra, para conseguir algo a cambio, no siempre un acto es consecuencia de otro, y el karma no siempre aparece. Tarkoff casi nunca se arrepentía de sus actos, ni siquiera cuando lo llevaban a una situación poco conveniente y de la que le fuera difícil salir. No era un esclavo en el más amplio concepto de la palabra, pero, en ocasiones, sentía que pertenecía a Bonetti, tenía un compromiso con él que no podía eludir y del que sólo podría liberarse, el día que Bonetti dejara de apostar por él y de ganar dinero con aquel “juego”. Al fin y al cabo, tal y como le recordaba siempre que podía, él lo había llevado hasta allí, había ganado más peleas que nadie y justo era que ganase algún dinero con sus combates. Lo que le importaba era su carrera, y como sucede con todos los deportistas de alta competición, eso es una forma de esclavitud, o al menos, una versión no tan amplia de una palabra tan grande. Pero, ¿cómo llamar a una vida en la que nada estaba permitido porque todo podía apartar de sus sueños? Ese concepto de sí mismo, en más de una ocasión lo había llegado a preguntarse si valía la pena tanto sometimiento esfuerzo, y lo que, a la vez, lo decidía a seguir entrenándose y partiéndose la cara con todo el que estuviera dispuesto a subirse a un ring con él. Se convencía a sí mismo que, como cristiano, la violencia que desataba ese deporte, y todo lo que le rodeaba, no era lo mejor para él, pero no sabía hacer otra cosa, y era la única posibilidad que tenía de salir del barrio y disipar la imagen en la que aparecía en sueños, tirado en un callejón con la tripa en las manos de un tiro, y pidiendo perdón por haber muerto antes de cumplir los dieciocho. Al menos, ya tenía veinte años, se había convertido en un hombre con una cuenta corriente saneada, y había superado aquel maleficio que se había llevado por delante a algunos de sus mejores amigos. ¿Acaso no eran esclavos los que iban cada día a la descarga por un sueldo miserable? Y las limpiadoras del METRO, ¿no era esclavitud pasarse la vida limpiando jeringuillas, escupitajos sangrantes, y vómitos del fin de semana? Y como él era un buen chico, al que su abuela le había enseñado a ser obediente y a la que le había prometido no meterse en líos. Justo antes de que se la llevara una fiebre pulmonar, había puesto todo de su parte para superar aquellas ideas absurdas que le hacían dudar de que su esfuerzo merecía cada golpe que llevaba y congraciarse con ella en sus últimos momentos. Dejaba constancia de su buen corazón cuando ayudaba a algunas familias del barrio que lo estaban pasando mal. Algunos lo miraban como si aceptar su ayuda fuera mancharse de la corrupción que lo cubría todo, pero él se decía que aquellos que creían que sus amistades eran lo peor del hampa, alguna vez tendrían que acudir a ellos para pedirles ayuda, así que tanta pureza no los hacía mejores. Cuando alguien de su familia intentaba hablar con él al respecto -eso sucedía porque ya no estaba su abuela para hacerlo-, era porque conocían perfectamente el origen de su riqueza y como había vendido el alma al diablo para conseguirla, y cuando eso sucedía, y se trataba de personas que lo 2


conocían con tanta profundidad, lo más probable era que los dejara con la palabra en la boca, se diera media vuelta y se inventara algún compromiso que requería que los abandonase sin demora. No había nadie mejor, ni exento de un día caer en su misma devoción por salir de aquellos barrios conflictivos, hoy eran honrados trabajadores que no pedían préstamos, pero el día de mañana se presentaba dando lecciones muy duras para ellos y hacían lo que fuera por sobrevivir. Un tipo bajito, muy pálido y con cicatrices en la cara, se presentó una mañana en el gimnasio a la hora de más actividad, casi todos lo conocían, era uno de los matones a sueldo de Bonetti. No pretendía llamar la atención pero los chicos no le quitaban ojo, se acercó a uno de los entrenadores y habló con él un rato. Deberían haber imaginado que si estaba allí no era para nada bueno, y que si buscaba chicos fornidos capaces de darle una paliza a un indigente sin sentir culpa alguna, eso tampoco iba a ser gratis. Precisamente en aquel momento, Tarkoff empezaba a ser reconocido por su destreza con los puños, y el día anterior le había partido la nariz a un principiante que se había expuesto demasiado. -¿Crees en Dios? Los rusos sois muy creyentes me han dicho -preguntó Bandolino. -No soy Ruso, nací en los Estados Unidos, mi padre es Polaco. Mi familia se trajo un crucifijo de madera del bosque de Gryfino en Europa -Tarkoff no se sentía intimidado, y Bandolino no quería que lo estuviera. -Es para un trabajo de fin de semana. No habrá armas, pero tal vez tengas que dar una paliza a un tipo que me debe algún dinero. Te pagaré bien. Sin preguntas y sin excusas. Si te piden que les rompas las piernas, tendrás que hacerlo. El día que Tarkoff recibió la visita de Bandolino sabía que cualquier otro podía hacer aquel trabajo, pero querían que lo hiciera él, porque había llamado la atención y no querían que estuviera en las calles sin saber que existía un orden que tenía que ser respetado. Aceptó el trabajo, ¿qué otra cosa podía hacer? Con aquel dinero le compró una televisión a su madre y su abuela ya no estaba para hacer preguntas incómodas. Si le decían que saltara, él saltaba, no era la primera vez que algo así pasaba y sabía que los que se negaban a seguir por el camino marcado, aparecían arrimados a los contenedores de basura con un tiro en la frente. Así las gastaba aquella gente. Al cabo de unos meses, empezaron a llamarlo al gimnasio por teléfono, una o dos veces por semana, alguien se acercaba a la parte en la que estuviera entrenando y le decía, es para ti; aquello no era premeditado, pero empezó a ser considerado como una propiedad de la organización, y las propiedades de la organización debían ser respetadas. Algunos le daban flojito y a otros tenía que espabilarlos para que reaccionaran y le dieran batalla, “vamos hombre, que no soy de porcelana”, les decía mientras les ofrecía la cara a sus rivales. Emma Shanon tenía los hombros estrechos y los ojos pequeños, eso la hacía aparentar menos años de los que tenía, de hecho la hacía parecer una adolescente. La vio pro primera vez en una fiesta por el cumpleaños de Bonetti, tres chicas siempre lo acompañaban en los grandes acontecimientos pero él tenía otras preferencia, así que Tarkoff pensó que nadie podría disputársela. No parecía que una persona tan menuda, que acusaba una premeditada indecisión al andar y al expresarse, pudiera traer a los hombres tan de cabeza, pero lo cierto es que gustaba bastante. Tal vez pudiera parecer que a los hombres rudos les gustaban las mujeres dulces y delicadas, pero no era así, de forma general le gustaban de carácter y las discusiones de los matones con sus chicas eran muy notables y algunas habían acabado bastante mal. Por supuesto, si Tarkoff hubiese sabido de antemano que aquella muchacha casi había matado a un hombre sólo porque la abofeteó en público y que le había clavado una lima de uñas en el cuello, tal vez se lo hubiese pensado antes de iniciar una conversación con el fin de conocerla. Lo cierto era que el tipo con el que había sucedido aquello, era un proxeneta que no soportaba que no le llevaran la contraria, y por fortuna, en aquella ocasión, Bonetti la había tomado bajo su protección y tal vez eso le salvó la vida. Tarkoff estuvo toda la noche bailando con ella y se fueron caminando hasta su casa, así que cuando lo invitó a subir, no se lo pensó dos veces. El motivo de que Emma tuviera aquella 3


deferencia con él, era que lo conocía más de lo que podía adivinar, porque había oído hablar a lo chicos y decían que sería el próximo campeón del mundo y porque le había gustado su forma de expresarse. No quería que él lo supiera y creyera que era una interesada. Sólo quería estar un rato con él, sin demasiados arrumacos, tal vez, pasar la noche juntos, y si te he visto no me acuerdo. Pero los planes que, desde el principio, albergó Tarkoff iban por otro lado. -¿Le dijiste a Bandolino que querías conocerme? -preguntó Emma-. ¿Te habías fijado en mi especialmente? -Me había fijado en ti. Eres una chica que llama la atención, pero no le dije nada a Bandolino. Quería conocerte, pero confiaba en mi propio ingenio. ¿Crees que él preparó el encuentro por su cuenta? -No lo sé- Tal vez alguien se lo pidió porque prefieren tenerte controlado y con una chica a la que conocen y les es accesible. ¿Imaginas que desastre si salieras con una chica que te calentara la cabeza en su contra y no la pudieran controlar? -Si sus intereses fueran importantes la matarían. De eso estoy seguro, no se andan con bromas. -Eso me parece -dijo ella exhibiendo una sonrisa capaz de derretir la Antártida. Tarkoff no solía hablar mucho, pero se sentía cómodo. Se acostó a su lado y la abrazó. Se quedó tan pronto dormido que apenas le dio tiempo a besarla. Al despertar había salido el sol, y había unos árboles que llegaban a la ventana, estaban clavados en la acera y albergaban todo tipo de pájaros de ciudad. La mañana tenía ruidos agradables, y Emma había empezado a cocinar, había puesto el café y lo acompañaba con tostadas y huevos. En aquel momento sintió las ganas de tenerla y hacerla completamente suya. Durante las horas previas a ese nuevo día no había sentido aquella urgencia emergente, y tenía el pene tan hinchado que apenas le cabía en el calzoncillo, así que se levantó para orinar y ya no volvió a la cama. Debía darse prisa o llegaría tarde al gimnasio, Bandolino le había puesto un entrenador profesional, de los que cobraban más de lo que él podía pagar, y no quería que pareciera que desaprovechaba la oportunidad o que no valoraba lo que hacían por él. Pero en aquel momento sólo había una cosa que se enfrentaba a esos pensamientos, y era el deseo de dejarse llevar, de desayunar plácidamente, sentado al lado de Emma y haciéndole algunas preguntas sobre ella y su vida al lado de Bandolino y solapada con las fiestas del sindicato. Pensó que no debía ser tan diferente de otras chicas que había conocido, pero entonces se lo parecía. Emma no sabía si lo volvería a ver, pero él se comportaba como un caballero y la volvió a llamar, una y otra vez, hasta que entendió que tendría que dejar de ver a otros hombres que la pretendían. Bonetti tenía un hermano que llevaba los negocios de la familia más al norte, se trataba de lo mismo, apuestas, préstamos y locales de ambiente. También le gustaba el boxeo y Bonetti le había estado hablando de su nuevo descubrimiento, un joven con aptitudes para disputar el campeonato del mundo, y lo decía como si realmente lo creyera. Hablar de Boxeo, era una tradición familiar que los dos hermanos ya había practicado de niños con su padre. Conocían todo lo necesario sobre aquel mundo, sobre las peculiaridades de la pelea y sus organizadores, admiraban a los grandes campeones de tiempos pasados aunque Bonetti era más de Mickey Walker, y su hermano Giovani creía que el mejor boxeador de todos los tiempos era Jimmy Wilde. Cuando la afición por un deporte se instala en la tradición familiar, no es extraño que en tiempos de bonanza, se entrelacen los mejores momentos de esa afición con algún pequeño negocio que termine por convertir su delirio en dinero fácil. En su juventud habían practicado un poco, pero sólo habían conseguido engordar más de la cuanta y romperse la nariz, pero habían seguido las instrucciones de sus mayores. Nadie esperaba que fueran adiestrados para grandes combates, pero el tiempo que pasaron practicando aquella actividad de hombres recios, habían endurecido su carácter lo suficiente para afrontar los negocios que habrían de llegar. Y desde luego, cuando ellos eran unos adolescentes, nadie se atrevía a cuestionar la autoridad paterna. Bonetti organizó un combate sólo para divertir a su hermano, sabía de antemano que Tarkof se 4


quitaría de encima a su oponente sin demasiados problemas. Llenó la ciudad de carteles y alquiló la cancha de basket del equipo más fuerte del barrio. Disfrutaron como nunca viendo las evoluciones de Tarkoff, que para entonces había firmado con ellos un contrato meramente deportivo, y no se involucraba en otros asuntos. Es posible que él considerase que había alcanzado la categoría necesaria para no andar por ahí de matón, como hacían otros. Tarkoff no se había sentido más reconocido y atendido, desde las celebraciones de cumpleaños de su niñez. Hasta aquel día tenía dudas de que todo fuera a salir como él esperaba, pero la cancha se llenó y Bonetti ganó mucho dinero. Estuvo todo el tiempo en primera fila y ya disfrutaba haciendo cifras del dinero que iba a ganar mientras gritaba, ¡mátalo, mátalo! Tarkoff se dejaba querer, pero no iba a matar a su contrincante, un pobre muchacho que no estaba preparado para aquella paliza, así que, en tal ocasión, una victoria en el quinto asalto fue suficiente. Su superioridad quedó demostrada, y todos disfrutaron de una pelea limpia por tiempo suficiente. -¿Has contado los golpes? -le preguntó Bonetti que bajó al vestuario acompañado de su hermano al terminar el combate. Le gustaba hacer ver que se interesaba por aquellos que lo servían bien, y Tarkoff representa una oportunidad de negocio que no podía dejar pasar. Constataba que su mercancía estaba en buen estado, aunque también había recibido algunos golpes. -Pues me conformo con saber que son más de los que pudo encajar -replicó. Bonetti no dejó de sonreír un momento mientras duró la visita. -Has ido directamente a por él. Eso me gusta, sin demasiados estudios ni estrategias. ¿Has visto Giovani? Tenemos un campeón -se dirigió a su hermano. -Sí, es bueno, Un campeón. -Aún no, pero lo será. Yo me encargo -y diciendo eso, se despidieron y Bonetti hizo algo que casi nunca hacía con nadie, y mucho menos con sus empleados, le puso la mano en el hombro, y le dio una palmada como muestra de gratitud. Durante la pelea, Tarkoff no pudo ver a Emma, pero si que lo vio. Entre el público siguió cada uno de sus movimientos y cada vez que recibía un golpe se tapaba la cara con las manos como si el golpe lo recibiera ella. ¡Es un campeón! Se repetía como si eso justificara aquel oficio de autodestrucción. No sabía muy bien de lo que se trataba pero observó que si seguía llevando aquellos golpes durante los años que suele durar la cerrera de un boxeador, si no lo mataban antes de un mal golpe, llegaría a los cuarenta años con el cerebro dañado, expresándose con un deficiente físico y sin ganas de vivir. Y mientras todo se disponía para convertir a Tarkoff en una estrella, ella asumía ese tipo de pensamientos, sin saber si realmente los dos iban a quererse lo suficiente para estar tanto tiempo juntos. La euforia del ganador tenía algo triste en los ojos de Tarkoff, pero sólo ella se dio cuenta. Se emocionó al comprender que aquello iba a ser siempre así, y lo sintió por él. No se trataba de la visión del ganador, del hombre elegido para el experimento, para ser convertido en un héroe, se trataba de que no podía hacer nada por evitar la desdicha que aquello le iba a causar. Así que desapareció sin despedirse de nadie y no lo quiso ver aquella noche. 2 Vino aquí, a llorar y a reír. Lo que Emma no pareció entender en un principio, fue que Tarkoff deseaba aquel reconocimiento, aunque detestara a sus socios -en realidad “socios” era la palabra menos acertada, pero a él le gustaba llamarlos así-, y la forma en que lo trataban. El interés que mostraba por recibir su parte de 5


gloria, después de cada combate, era lo que ella menos entendía entre otras contradicciones. Por supuesto, nadie sabía cual sería el siguiente paso que lo acercarían un poco más al campeonato. Compró una casa en el campo que aún tardarían en construir y pidió que le montaran un gimnasio en la planta baja, pero aquello iba a tardar en llegar. Empezaba a pedir a lo grande, y esa novedad no cogió, sin embargo, por sorpresa a Bonetti. -Supongo que él te adora. Es su personalidad -dijo Bonetti a Emma en una ocasión en que se encontraron tomando martinis. -Supongo que es de ese tipo de hombres -sugirió ella. -Nadie debe enamorarse de ti. Puedes casarte, incluso tener una familia, pero nadie puede enamorarse de ti. Los dos lo sabemos, tu no podrías corresponderle. Todos pueden tocarte, pero no sería bueno para ti que soñaran contigo. -No sé a que te refieres -respondió poniendo cara de sorpresa poco creíble. -Creo que se te está yendo la cabeza con todo ésto. Tu sabes que yo prefiero la compañía de los chicos, pero mi hermano se va mañana y quiero que pueda celebrar haber venido a visitarme. Esta es la dirección del su hotel, no llegues demasiado temprano o lo pillarás cenando. -¿Eso forma parte de mi empleo? -Desde el principio. No es la primera vez. Ahora forma parte de la confianza que necesito tener. La forma en la que se lo había pedido dejaba claro que no esperaba la más mínima duda. Bonetti no podría seguir confiando en ella si se enamoraba de Tarkoff, si eso aún no había sucedido. Los vestidos de Emma ya no tenían la inconsciente alegría de otro tiempo, ella tampoco era la misma, pero guardaba algunos de aquellos vestidos, los más caros y atrevidos, para las ocasiones. Algunas noches visitaba a Taroff y le gustaba ponerse aquel con más transparencia, el que daba relieve a sus pechos y en el que se adivinaba casi todo el resto; en esos casos no solía ponerse nada debajo. Incluso en aquellos días, cuando todos daban por hecho que había algo más que una estrecha amistad entre ellos, intentaban guardar la distancia, por lo tanto nadie podía decir que existiera una relación mientras no lo anunciaran formalmente. Cualquier falsa impresión que alguien quisiera formarse al respecto, iba a tener una parte de confusión que ellos alimentaban. Emma podía percibir ese interés por parte de Bandolino, que una y otra vez le preguntaba si había algo entre ellos, y ella, una y otra vez, le contestaba con evasivas. Como Emma no acudió a su cita con Giovani tuvo que dar algunas explicaciones a Bandolino, que la buscó muy enfadado porque el encargo que le habían encomendado no le gustaba. Desde luego, entró en su apartamento de una patada y la encontró durmiendo bajo los efectos de los somníferos, lo que lo hizo todo más difícil. La metió en la ducha a empujones, y la abofeteó en varias ocasiones, pero ella apenas reaccionaba. En el momento en que las apuestas por los combates de Tarkoff iban mejor, tenía ella que comprometerse más de la cuenta. Según sus propios cálculos, ella tenía que ser una vía de escape, una distracción para el deportista, para eso se lo había presentado, no para que se lo tomara en serio. ¿Cómo era que la gente no supiera divertirse sin complicarlo todo? La noche anterior, Emma había estado viendo un documental sobre los peligros de la mafia en los barrios más pobres. A veces, la televisión pública tenía esas cosas. Lo había seguido con atención y no se había identificado en él, ni siquiera a Bonetti le había puesto la cara parecida a la de uno de aquellos actores, nada se parecía a la realidad, que al fin y al cabo, no era otra cosa que un negocio familiar, o al menos ella así lo había visto hasta aquel momento. Mientras ella intentaba no resbalar en la ducha, Bandolino sacó una navaja y se la puso en un ojo, “como vuelvas a hacernos una jugada parecida te quedarás ciega”. Ella repetía que se había encontrado mal y que se había pasado vomitando toda la noche, pero a nadie le pareció muy creíble, y cuando Bandolino le dijo a Bonetti que la excusa era muy floja, Bonetti prometió hacerla escupir bilis si volvía a suceder. Emma desapareció durante un tiempo, se confinó en casa de una amiga, ni siquiera Tarkoff sabía donde se encontraba. Apenas unos minutos después de su encuentro con Bandolina, Emma sintió un terror incapaz de controlar, sintió que no podía espirar y que si se levantaba de su silla sentiría que 6


sus piernas se habían paralizado y caería al suelo, pero no fue así. Consiguió reunir el valor necesario para hacer una maleta y salir a todo meter, sin mirar atrás. Ese era el día más difícil en su vida de los últimos años, y sabía que corría peligro. Pero no podía decírselo a Tarkoff, no quería crear más problemas. Mientras intentaba recobrar la calma paró un taxi, se subió a él y desapareció; un mes después todos la buscaban. Aquellos días, Bonetti empezó a sentirse demasiado afectado por la muerte, aparentemente accidental de uno de los hombres que tenía en nómina, si bien todo señalaba a un ajuste de cuentas con McRae su peor enemigo. No comió y por la tarde pidió un enorme bistec de buey que apenas probó. Tampoco pudo terminarse el postre y el café le supo demasiado amargo. Durante el tiempo que pasó en el restaurante, reparó en que nadie quería hablar del asunto, así que llamó a Bandolino que se sentó a su lado y pidió ginebra. En las noticias daban la noticia como un accidente laboral y, por fortuna, no relacionaban al muerto con ninguna actividad delictiva. Los que deseaban verlo humillados estuvieron muy decepcionados por la forma en la que se había llevado el asunto; un poco más de sangre y vísceras lo hubiera cambiado todo. Las observaciones que Bonetti hizo al respecto, estaban llenas de rabia, aunque intentaba que no se le notara. -Ese cabrón de McRae nos está jodiendo. Tendremos que hacer algo. Si no sobrevive a lo que viene me sentiré mejor -dijo Bonetti con una voz gargantosa y profunda, como si no se pudiera tomar a la ligera nada de lo dicho en aquel momento de ira-. Creo que no podemos dejarlo pasar. Intenta comprenderme, quiero algo, y pronto. Bandolino olvidó por un momento sus otras preocupaciones y dejó de buscar a Emma, una semana después había otros muertos sobre la mesa y McRae y Bonetti intentaban llegar a un acuerdo que impidiera un enfrentamiento total. Transcurrió un tiempo y pareció volver la calma, y fue entonces cuando Tarkoff, movido por sentimientos encontrados, le comunicó a Bandolino que no quería seguir siendo su “niño bonito”, que podía entrenar por su cuenta y que algún combate la saldría, y añadió con sarcasmo, que no era tan malo boxeando. El jefe de Bandolino intentó tomárselo con calma y no hizo nada en unos días, no hubo respuesta y eso tranquilizó a Tarkoff que había esperado intimidaciones y amenazas. No intentaron nada en su contra, no hubo destrozos en su casa o en su coche, no le plantaron fuego al gimnasio del barrio al que volvió, ni nada que se le pareciera, pero todo eso estuvo durante un segundo en la mente de Bonetti. Con la ayuda de sus viejos amigos del barrio, se va recuperando de su ruptura, pero, y nadie sabía esto, en aquel proceso no dejó de creer ni un momento que a Emma la habían matado y la habían tirado al mar para que se la comieran los peces. Algunos le pedían que los entrenara, o simplemente que pudieran servirle de saco para que descargaran sus golpes; eran los chicos del barrio que querían llegar tan alto como él. Unos días después, una bomba destruyó por completo las oficinas de McRae, no hubo muertos directos, pero eso desencadenó otra ola de asesinatos entre bandas. Ya no había una oportunidad para el encuentro. Cuando estaba solo, en su enorme casa, y la señora que lo apoyaba y cuidaba de todo, se había ido a su casa con su familia, Tarkoff se quedaba sentado en una silla de la cocina mirando al jardín, pensaba en Emma, se entristecía sin poder evitarlo, y eso lo llenaba de coraje para rechazar cada invitación de una entrevista con Bonetti. En la televisión del gimnasio aún ponían imágenes de cristales rotos, camiones incendiados y restaurantes italianos con las ventanas cubiertas de tablas. No hacía tanto que todo había sucedido cuando Bonetti, al fin, tomó una decisión sobre “su” boxeador. Fue necesario un sólo combate -que dicho sea de paso, Tarkoff ganó en el quinto asalto como era usual en él- para que Bonetti se decidiera a mandarle a sus chicos. Todos quedaron absortos al ver a aquella panda de matones entrar en el gimnasio y dirigirse directamente a Tarkoff, aunque hubiese sido mejor para todos que aquello no hubiese sucedido. El entrenador intentó interceder y dos de aquellos hombres lo interceptaron u lo inmovilizaron contra la pared. Había pasado el tiempo necesario para que Tarkoff hubiese 7


recobrado su popularidad, y los chicos dejaron de entrenar y fueron rodeando a los matones de Bonetti, que, a su vez, rodeaban a Tarkoff. Bandolino estaba tan cerca de él que podía sentir su respiración y el calor de un cuerpo después de una hora de ejercicios físicos. Tarkoff no necesitó ponerse a la defensiva, ni evitar la crisis. La pelea se produjo sin ,ediar palabra, volaron sillas, bolsas de deportes, zapatos y el teléfono de la pared, que alguien arrancó y se lo estampó en la cara a uno de los matones de Bandolino. Aquello hombres llevaban palos, y eso irritó a Tarkoff que gritaba, “darles donde más les duela, sin compasión”, y golpeó a Bandolino en el estómago diciendo, “esto es por Emma”, y lo hizo vomitar y caer al suelo sobre su propio vómito. Resultó que no eran tan duros como había parecido, y se llevaron una buena paliza. Los italianos los arrojaron a la calle y se fueron cojeando y sangrando por los oídos y los pómulos. Todos creyeron que se había tratado de una batalla épica que recordarían siempre, y que eso sería el principio para echarlos definitivamente del barrio. Le había costado tanto llegar hasta allí, que no podía creer que todo hubiese salido tan mal. Tenía las cualidades, podía ser campeón, se había entrenado y había puesto todo de su parte para salir de allí. Era de los pocos que lo podían conseguir, y lo había echado todo a perder. Sabía que al desafiar a Bonetti todo había acabado. Ya no sería campeón del mundo de boxeo. Tarkoff supo desde el principio que salir de aquel campo de influencia que tanto le había ayudado no iba a ser fácil, pero no había sido capaz de prevenir todas las consecuencias, ni siquiera de adivinar la parte más pequeña. Tal vez, la parte más dura de todo lo que había sucedido el ultimo año, tenía que ver con la desaparición de Emma. Ella intentaba protegerlo al no ponerse en contacto con él, y él, lleno de rabia, había cometido los peores errores. La noticia que llegó hasta su casa después de la pelea en el gimnasio, fue que la chica había reaparecido, que Bonetti la tenía encerrada en uno de sus clubs y que los hombres que se habían peleado con Tarkof, podían tenerla cada vez que lo deseaban. Nada había cambiado tanto en las relaciones de los proxenetas con sus chicas, si consiguiera escapar de aquella habitación con rejas en las ventanas, la matarían sin dudarlo, sin compasión, con el odio implacable ejerciendo la autoridad de los asesinos. Nada que nadie pudiera decir sería capaz de cambiar eso, sino que, al contrario, cualquier movimiento en ese sentido podría empeorar las cosas para Emma. De vez en cuando, Tarkoff se levantaba de noche y frecuentaba los clubs en busca de información. Llevaba a alguna chica a un hotel, y con la excusa de gozar de sus servicios, después de dejarlas exhaustas, empezaba a hacerles preguntas sobre Emma. Ellas se limitaban a decir lo que todo el mundo sabía, estaba retenida por Bonetti y era su esclava sexual. -Yo no diría en ningún caso que en el siglo veinte no existen los esclavos, lo somos al nacer si nacemos pobres y sin una oportunidad -decía Tarkoff a las chicas que no lo entendían-. Pero supongo que todos esos burgueses disfrutando de sus vidas acomodadas, dirán que nadie obliga a la pobreza, que hay que trabajar, y que los que buscan una vida fácil terminan mal. No era fácil de entender todo lo que pasaba por la cabeza del boxeador. La idea de que podía haber ganado algún dinero con los combates, o pidiéndole a otros que apostaran por él con su propio dinero, no dejaba de estar supeditada a la obediencia debida, dinero a cambio de sumisión. Era posible que hubiera despertado, y pasado de considerar a Bonetti su socio y pasar a considerarlo su amo, lo que era bastante más realista. Durante un tiempo creyó que todo iba a ir bien y que finalmente conseguiría estar libre de obligaciones en un mundo que le proporcionaba un estatus. En un momento, después de algunas malas experiencias, empezó a pensar que cuando ya no les sirviera lo arrojarían por un barranco, pero eso no lo deprimió, encendió en él aquella idea de libertad y siguió luchando. Y también estaba Emma y, sobre todo, considerar que había sido tratado sin ningún respeto por Bandolino, él era un hombre, no necesitaba las reverencias de un marqués, exigía el respeto que se merece un hombre. Lo cierto fue que a Bonetti lo tomó por sorpresa, no se esperaba aquella reacción, y ni siquiera se llevaban mal. “Cuando a la gente se le meten ideas de libertad en la cabeza no ay nada que hacer”, le había dicho a Bandolino, “no sé que mosca le ha picado”, y 8


entonces Bndolino ya sabía que tendría que hace, lo que tendría que hacer. Y cuando eso sucedía, Bandolino se mostraba como un dechado de costumbres sin piedad. 3 La cabeza de un perro, arde en la luna. Que Bonetti encerrara a las chicas que tenían deudas con él, no era una novedad, pero Emma nunca había sido una de ellas, de hecho, ni siquiera se había considerado “una de sus chicas”, ¿pero si las cosas se ponían tan tensas, quién iba a evitar que aquel hombre actuara como lo hacía? Y si las cosas llegaban a esos extremos, nada podía salvarla. Obedeció en todo, y cuando el hermano de Bonetti se la quiso llevar como si le hubieran hecho un regalo, ella procuró no poner demasiados problemas porque sabía que llevaba un puñal en la espalda en cada paso que daba. Incluso después de conocer lo desagradable que le resultaba estar con él, y de someterse a sus deseos de una forma tan violenta, se desesperaba porque no podía hacer otra cosa. Algunos de aquellos hombres en el club, la insultaron y se burlaron de ella cuando salió de su habitación, porque la consideraban la culpable de las traiciones de Tarkoff y estaban deseando perjudicarlo todo lo que pudieran. -Llévatela de aquí. No quiero verla o acabaré matándola -le dijo Bonetti a su hermano sacándose el sudor de la frente-. -Es maravilloso lo que haces por mi, me gusta mucho más que cualquier otra chica que halla conocido, pero Tarkoff se va a encender cuando se entere -Observó Giovani con inteligencia. Bonetti intentaba salir de sus líos, pero con Tarkoff ya había tomado una decisión y era cuestión de elegir el momento. En cierto modo, él se lo había buscado, no le había dejado otra elección. Emma no era tan mala chica como podía llegar a imaginar, pero estaba envuelta en aquel asunto hasta las cejas, así que la solución no era tan mala, ¡ojala fuera capaz de apreciarlo! -¿Qué clase de hermano crees que soy? ¡La mejor chica es para ti. Tarkoff que se joda! -Es una especie de desconfianza. No estaré tranquilo mientras él esté cerca. Ella entrará en razón cuando lo olvide. Es extraño, creo que me estoy encaprichando con una mujer por primera vez. Ya no me voy a enamorar, no es eso, pero me gusta. -¿Te estas pillando? -Eso parece, pero no sé. Si me da muchos problemas te la mando de vuelta -dijo mirando a su hermano, y los dos se echaron a reír. No resultaba menos sorprendente para todos en aquel enredo, que a pesar de golpearla, Giovani la vestía como una princesa, le regaló unos vestidos y joyas, y cuando bajaron del avión y llegaron a su ciudad, la presentó como su prometida. A ella no le cabía en la cabeza como podía haber un hombre tan extraño en el mundo. Tarkoff se sintió muy feliz cuando recibó la carta que Emma le envió. No podía creer que estuviera viva, y mucho menos todo lo que le contaba en ella sobre su sufrimiento y el lugar donde se encontraba. Ya no estaba encerrada en una habitación con rejas, ahora podía disfrutar de la gran casa de Giovani, de la piscina y hacer libremente lo que quisiera allí dentro, usar el gimnasio, cocinar distraerse con los aparatos de música y televisión, pero un hombre la vigilaba todo el día. Nadie supo nunca como se las arregló para hacer salir aquella carta de allí, aunque posiblemente algún repartidor de comida a domicilio se la llevó y la puso al correo como la cosa más normal del mundo. En la carta le expresaba su deseo de volver a su lado, pero lo difícil que sería huir sin esperar a que le dieran un poco de confianza. Esto significaba que no se verían en mucho tiempo, y que él no debía dar un paso en falso que complicara las cosas, o supusiera mñas sufrimientos para ella. Deseaba estar con ella lo 9


antes posible, saltarse todas las leyes, matar si era preciso para liberarla, mientras esperaba el inquietante resultado de las deliberaciones de Bonetti, porque también sabía perfectamente, que nada bueno podía esperar de él. “En realidad no hemos tenido mucha suerte. Nadie que nace en nuestros barrios, la tiene. Tú y yo, somos un ejemplo de que en la vida la suerte llega de lo bien relacionados que estén tus padres para colocarte lo mejor posible, el resto son elucubraciones que no llevan a ninguna parte. Nadie hace dinero honradamente. Nadie ahorra lo suficiente como el fruto de un trabajo honrado, y nosotros nos juntamos con lo peor. Tal vez no debimos hacerlo, pero fue la vida que nos tocó.” En estos términos, Emma terminaba su carta, un alegato a la libertad de aquellos que nacen predestinados a ser carne de cañón, los pobres. Todo se iba sucediendo como era de esperar de una historia que abocaba a sus protagonistas a un final convencional, porque en la vida real lo inesperado sucede en raras ocasiones. Se sucedían los movimientos de la policía alrededor de la gran casa de Bonetti, y Tarkoff fue interrogado varias veces sobre el altercado en el gimnasio, pero no dijo nada, no podía; ni siquiera relacionó a Bonetti con aquel hecho, pero la policía ya parecía saber más de la cuenta. Todos actuaban de manera natural y calculaban las fuerzas de sus rivales. Era como si todos hubiesen recibido la orden de no moverse demasiado, y Tarkoff se volvió más precavido, pero seguía haciendo su vida normal, seguía sus rutinas de entrenamiento y salir a la tarde a tomar una cerveza al bar de un amigo. Por supuesto, para los que eran capaces de analizar la situación con frialdad y distancia, aquello estaba muy lejos de haber terminado. La mera idea de que había vuelto la calma, de que McRae ya no deseaba seguir con su guerra por la hegemonía y que las venganzas habían terminado, era una idea peregrina, de paso, sin cimientos. En la televisión intentaban dar un sensación de normalidad para calmar a los ciudadanos, se trataba de una orden política que pretendía un poco de calma frente a las elecciones que se avecinaban. Un médico había sido secuestrado para que atendiera a algunos hombres heridos con arma de fuego, cuando volvió a su casa estaba tan asustado que dijo a la policía haber sido abducido por unos extraterrestres y que no deseaba hablar con la prensa. Lo que ya nadie esperaba de las noticias era que pretendieran hacer simpatizar a los ciudadanos con aquellos maleantes, a los que en otro tiempo habían llamado empresarios o emprendedores. Tarkoff estaba de acuerdo con Emma, la cultura del esfuerzo los llevaba a entregarse en cuerpo y alma a sus amos, por un salario insuficiente, tal vez eso también había jugado un papel importante, a la hora de tomar sus decisiones. Los chicos del barrio competían unos con otros, esperando un trabajo, competían para poder matarse a trabajar, competir hasta morir, y después, aspirar a tener la tumba más grande del cementerio. No se trataba del mejor de los sueños, pero ni siquiera a Bonetti, durmiendo sobre su imperio, babeando billetes de los grandes, las cosas parecían irle bien. -Tantas prisa no llevan a nada bueno. Yo nunca fui así. ¡Maldita sea! -le dijo a su hermano mientras Giovani miraba por la ventana a Emma que hacía top-less en la piscina. Aunque su vida hubiese sido otra, Giovani hubiese encontrado la forma de atraer la atención de Emma. Estaba tan concentrado en hacerla sentirse cómoda que apenas podía recordar que escaparía en cuanto tuviese una ocasión. Y aunque no existía una forma definitiva para cambiar su mente, lo cierto era que necesitaba ese cambio si quería conservarla. Salía con ella a fiestas para las que se preparaba como una de aquellas señoras de la alta sociedad, le regalaba joyas y procuraba que todo lo que deseaba lo encontrara sin problemas. Mandó construir un tejado entre los árboles del jardín sonde ella dormía la siesta apaciblemente acostada sobre las hamacas de bambú. Cenaban en restaurantes caros y los fines de semana iban a pasear en un yate alquilado. Todo hacía parecer que Giovani se la tomaba realmente en serio, y eso no era algo que se pudiera disimular después de todo. Las actitudes violentas desaparecieron del todo, pero lo cierto era que ella no daba motivos para que se sintiera contrariado. Obedecía sin hacer preguntas y sin cuestionar las decisiones de aquel hombre que se comportaba como si fuese su marido. Todo era muy extraño, pero un día, ella empezó a comportarse como si estuviera olvidando su pasado y como si sólo le importara aquella vida regalada. Era dulce en el amor y olvidó aquella manera mecánica de comportarse, que, por otra 10


parte, a él no parecía importarle demasiado, porque después tomarla, no solía quedarse a hacerle demasiados arrumacos. Cuando al cabo de unos meses, él pensaba que tenía su “relación” reconducida y controlada, ella aprovechó un descuido y desapareció. Sencillamente se esfumó como la última vez, como si tuviera la capacidad de hacerlo sin dejar rastro. Y ese fue el tiempo que necesitó Bonetti para que todo se tranquilizara. En la prensa ya no hablaban de la guerra de bandas, y la televisión había dejado de repetir las imágenes de coches reventados por bombas de autoría desconocida. Y sin embargo, Tarkoff sabía que estaba en la mente de Bonetti, que formaba parte de sus planes y que un día lo volvería a ver. Pasaba las horas pensando en como lo podía recibir, y a qué se debía aquella fijación, al principio llegó a pensar que o se trataba de un capricho o no tenía explicación, sin embargo, después darle algunas vueltas, comprendió que aquella gente no dejaba hilos sueltos, y lo que era peor, se trataba de un mal ejemplo. Tras leer la carta de Emma, todo era más duro. Del mismo modo que intentar nuevos retos con los que poder seguir con su vida esperando momentos mejores. Creía que, como pasa con los marineros que gustan de la vela, era cuestión de esperar un nuevo viento clarificador y dejarse empujar, otros lo consideraban una cuestión de serte. Había algo que tenía en cuenta desde el principio de sus problemas, y eso era, que todo iría mejor si a Bonetti se lo llevara la policía y lo tuviera entre rejas una buena temporada, al menos podría respirar un poco. Nada estaba dentro del ámbito de lo imposible, pero la gente importante tiene sus contactos al más alto nivel, y por entonces ya le había hecho algunos regalitos a sus amigos de la policía y de la judicatura, y como parecía que favor por favor, todo entraba dentro del plano de la amistad, eso le hacía tener más en cuenta como funcionaba el mundo a esos niveles, que como cerrar una pelea entre bandas a tiro limpio. En realidad ellos se movían por un sistema patriótico de favores, por lo tanto todo era política, y también en ese nivel tenía amistades. Tarkoff se esforzaba por olvidar a Emma, se sentía muy excitado desde que había vuelto a pensar en ella a diario y si no lo hacía se volvería loco. Pero, de nuevo, llegaron hasta él noticiás sobre la chica, se había escapado de su cárcel de oro y Bonetti lo jugaba todo a que intentaría encontrarse con Tarkoff. No solo se adivinaba en aquellos movimientos que los dos tortolitos seguían muy enamorados, sino que aquel ansia de libertad, aquella forma de actuar con el desprecio por sus vidas, era más de lo que el italiano estaba dispuesto a aceptar. Había en todo aquello unas expectativas de felicidad que resultaban dolorosas a cualquiera que hubiese conocido su historia, y si el amor había de triunfar por encima de los negocios, al menos que fueran discretos, pensaban muchos de sus amigos del barrio en donde se comentaba acerca del asunto como si se tratara del día después de una partido fútbol de fin de semana. Por encima de su sueño de conseguir salir de la esfera asfixiante del barrio, estaba otro aún más difícil y tortuoso, conseguir el amor. Eso que inspiraba a todo el mundo, eso que llevaba a la gente a formar una familia aunque tuviera que sacrificarlo todo a cambio. ¿Podría dejarlo todo, y huir con Emma a un país lejano? Se preguntaba el boxeador. Mientras pensaba en ella, empezó a considerar aquella idea loca de huir. Tenía dinero suficiente para hacerse con otra identidad, comprar una casa en un lugar perdido de centroamérica, y empezar de nuevo. Comprendía perfectamente que todos los puentes habían saltado por los aires el día que se había enfrentado a su mentor, pero no sólo eso, sino que sus esperanzas de que por algún motivo legal o por sus actividades peligrosas, algún día, desapareciera, era tanto como encomendar su futuro a un santo milagrero a los que era tan aficionada su abuela. El entrenador del gimnasio, después de la pelea contra los hombres de Bandolino, le había advertido que no todo acababa allí, que volverían con más hombres y más fuerza; posiblemente con armas de fuego. Se esperaba una reacción que nadie podía calcular, la calma duraba demasiado y como se suele decir, “después de la calma llega la tormenta”, así que todos vivían con miedo y esperando ese momento. Una noche sin luna alguien le prendió fuego al gimnasio. Lo hicieron a conciencia y se quemó 11


hasta los cimientos. La intervención de los bomberos sólo impidió que se quemaran los pisos superiores, donde dormían apaciblemente, familias de trabajadores con ancianos y niños apretados en literas. Esa vez, el momento había llegado. Emma entró en su casa usando sus propias llaves, as que guardaba en su bolso y él le había dado hacía algún tiempo. Ni siquiera le dio tiempo a dejar su maleta, el la vio y se abalanzó sobre ella besándola. Aunque parecía totalmente improbable los dos seguían amándose igual que el primer día, no habían cedido ni un milímetro a su separación. Al día siguiente, muy temprano, justo antes de que empezaran a moverse los repartidores, Bonetti, acompañado de Bandolino, y cuatro hombres de los más duro que tenia en nómina se presentaron en aquella misma casa. No sólo no esperaron para subir al dormitorio, la pareja dormía profundamente. Fue el mismo Bonetti el que descargó su pistola sobre los amantes. La sábana se tiñó de sangre como si le hubiesen arrojado un cubo de pintura. Salieron con la misma impunidad con la que entraron. Un vecino oyó los disparos y salió en pijama, pero cuando lo encañonaron, volvió a entrar en su casa con tanta prisa que tropezó con la puerta del garage. A Giovani no le agradó la noticia de la muerte de Emma. Una horas después llamó a su hermano y le dijo que le habría gustado recuperarla a pesar de todo, pero que como eso ya no tenía remedio, no tenía nada que objetar al respecto. Se examinó las uñas de la mano izquierda mientras hablaba, y al momento de colgar, ordenó recoger todas las cosas de Emma, incluso los vestidos que nunca se había puesto, y que lo quemaran todo.

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