El sermón de una serpiente

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cementerio, detrás de un cristalito anclado con cuatro tornillos plateados, le han dejado flores, y fotos en blanco y negro de su juventud. Sus rasgos eran duros, no parece que haya sonreído nunca. ¿Aún hay suficiente vida para todos? Se dijo una vez delante un mapamundi. Para entender eso al menos, si le sirvió el colegio. Si una mano se estrecha con la tristeza de un fado, no es una paz perenne, pero es una paz entregada al menos.

Del Último Rencor Al Último Suspiro Cuestionarlo todo hasta los héroes anónimos te puede llevar a andar un poco perdido, ¿quién te enseñó a no creer en nada? Tanto rencor para reafirmar una visión no contrastada, tal vez, Pessoa afirmó que sin paisajes imposibles nada nos queda por cumplir, o tal vez pudo haberlo redondeado. Hay que ser poeta para buscar objetos entre la basura, con la única intención de sacarles fotografías. Si no dejas ningún sueño por cumplir te dedicarás a culpar a otros de tus desgracias, de la desolación de haberle perdido el sentido a la búsqueda. Nunca vas a ser feliz por encima de tus posibilidades, pero si no lo intentas te agriarás como la realidad que no conoce que las carcajadas lo son porque se rompen. Se dice romper a llorar, pero en realidad uno rompe a reír si de verdad acepta que es bueno estar un poco loco. Dejarlo todo a la razón, te rescatará de lo mejor de este mundo, que es seguir a una mosca en su vuelo sin sentido: y cuando perdemos la capacidad de distraer las amarguras empezamos culpando a otros, para no culparnos -lo sabemos muy bien- a nosotros mismos. Puedo imaginar mi muerte dentro unos años, nunca son demasiados. Me veo viejo y enflaquecido, desposeído de todo vigor, vencido al fin por la vida, casi dormido y lamentándome por desear algo más de tiempo, sólo un poco más; recordando dolorosos paisajes de vergüenza, más no ya de rencor. Hasta el último suspiro. Hace falta ser algo poeta para fotografiar la habitación de un muerto reciente. Y en el momento siguiente tener ese objeto entre las manos, la foto que acabas de quitar, y buscar entre todo lo que aún existe, la ausencia de un cuerpo sin vida. O la ausencia de un espíritu, o una señal de lo que fue su sombra. De la aspiración suave de la humedad del río, se abre el cielo en lluvia humillante. Lívido acepta el cuerpo la invitación de cielo abierto y deja su falta, la cama fría con la forma de su cabeza en la almohada. La visión entristecida del sillón ausente, de la silla y el plato presentes en la cena de nochebuena, todo vacío.


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