José Daniel de León Alvarado/ 201835025

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El tomate es originario de los bajos Andes, y fue cultivado por los Aztecas en México. Los Mexicas lo conocían como xïctomatl que significa “fruto con ombligo”. Debido a esa palabra azteca “tomatl” los conquistadores españoles lo empezaron a llamar “tomate”. Existen evidencias que demuestran que el tomate verde, fue usado como alimento desde épocas prehispánicas. Esto hace pensar que el tomate rojo común también fue cultivado y usado por los pueblos originarios mesoamericanos desde antes de la llegada de los españoles. Hoy día el tomate es básico en la base de todas las cocinas del mundo. En crudo es una de los elementos principales de ensaladas, aunque como más se consume es en salsa de tomate; el tomate es también la base de la mayoría de comidas con otros ingredientes principales como las legumbres, arroces, carnes y pescados en todo el mundo.


El tomate contiene pocas calorías. Cien gramos proporcionan solo 18, ya que la mayor parte de su peso corresponde a agua. Su sabor agridulce es debido a una pequeña cantidad de azúcares simples y a algunos ácidos orgánicos, como el cítrico y el málico, responsables de que resulte apetitoso y digestivo. En comparación con otras frutas y hortalizas tiene poca fibra (1,8 %) pero las semillas, la pulpa y la piel son suficientes para favorecer el tránsito intestinal. Los tomates son nutritivos. Contienen grandes cantidades de vitamina C y folato. También se le atribuye un importante efecto anticancerígeno en relación con varios órganos,

especialmente riñón, próstata, pulmón, intestino, estómago y pulmones. Como antioxidante, el licopeno es más potente que la vitamina E y su efecto se multiplica al estar acompañado de otros carotenos como el fitoeno, la luteína y el betacaroteno. Este último puede transformarse en vitamina A cuando el cuerpo lo necesita para proteger la piel, los ojos o participar en el crecimiento y la regeneración de los huesos o en la formación de tejido embrionario. Estudios recientes han mostrado que los tomates amarillos y anaranjados contienen menos licopeno que los rojos; sin embargo, es más fácilmente asimilable por el cuerpo.



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