La Noche En Ilamas

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Sobre el autor

Soy uruguayo,de Montevideo,donde pasé la primera mitad de mi vida estudiando Derecho,carrera que no llegué a completar y trabajando como músico.La otra mitad comienza en 1982,cuando decidí vivir en Brasil para no volver más a mi país.Aquí ya trabajé como artesano antes de comenzar a dar clases de Inglés y Español,que es lo que hago hasta hoy. Algunos años atrás,yo diría que de forma completamente imprevisible,comencé a escribir relatos cortos sin ningún otro propósito que ordenar ciertos conceptos que aprendí de algunos documentales científicos con respecto al origen del universo y la vida,temas por los cuales soy totalmente obcecado desde niño. De forma inconciente,de repente percibí que la experiencia se volvía mucho más divertida y amena si yo le agregase un historia,un plot,a esas anotaciones técnicas frías y aburridoras.Yo sentí que tenía mucho más capacidad como narrador que como comentarista científico,así comencé a comprometerme mucho más con la propia historia que con la verdad puramente objetiva. De ahí a rasguñar mis primeros cuentos fue sólo un paso. Un buen día yo me ví a mí mismo escribiendo un cuento atrás de otro y extrayendo de ese hecho una experiencia lúdica que me provocaba un enorme placer.Yo me sentía como un niño con su juguete nuevo,sólo queriendo disfrutar sin importarme con nada más. A cada nuevo cuento ya anticipaba que era más una chance de otro viaje fantástico. No paré más y hoy tengo un buena colección de historias,algunas de las cuales forman parte de mi blog,"El diario de la tía Mimí". Ésta es la segunda selección de mis relatos,despúes de "Un reflejo en el aire",editada por la hoy lamentablemente extinta "Companhia dos Blogueiros" de San Pablo.Todos lo cuentos transitan por ese misterioso e inestable camino que avanza entre la realidad y la fantasía,apoyándose obsesivamente en ideas como dimensiones paralelas,paradojas de tiempo o planos de la realidad que se cruzan con otros planos aparentemente imposibles de juntar. Mis fuentes de inspiración,mis pasiones literarias,quedan entonces al descubierto. Ni precisaría citar Julio Cortázar,Jorge Luis Borges,Gabriel García Márquez o mi coterráneo Mario Benedetti. Todo lo aprendí de ellos y todos están presentes como faros en cada línea que sale de mi cabeza.

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La noche en llamas

Los ojos del rey vagaron otra vez por los laberintos interminables de los corredores, subieron por las escaleras que describen extensos arcos encima de los enormes atrios donde las guirnaldas multicolores ganaban una vida imprevisible al ser tocadas por las sombras fugaces de los tapices de sedas finísimas, traídas desde las más lejanas comarcas del reino, produciendo un efecto de claros y oscuros melancólicos, que invitaban más al recogimiento que a la exhaltación. Desde su infancia había pasado largos períodos entre esas paredes, conocía cada rincón, cada vuelta de las cuidadas galerías,allí fue prisionero durante el asedio de los pueblos bárbaros, en un sitio que duró un año y medio y costó a la corte un perjuicio enorme en vidas. Con las cosechas incendiadas por el invasor, la pequeña ciudad-estado había apenas resistido con sus últimas fuerzas hasta que la llegada providencial de los aliados evitó el desastre total y restauró al soberano en el poder. Y ahora la vida parecía volver a palpitar dentro de aquellos recintos. Sintió otra vez el gusto de ceder a su cuerpo ciclópeo y al placer de perderse en caminatas interminables que acababan invariablemente afuera, en los majestuosos jardines engalanados por los robles y las acacias. Desde las últimas incursiones rebeldes se había vuelto muy desconfiado. Su cuerpo de consejeros era pequeño y estaba sujeto a una disciplina muy rigurosa. Traición equivalía a muerte segura. Fallar en las tareas de protección al rey podía significar, si el desgraciado tuviese mucha suerte, una pena de reclusión perpetua en las ciénagas, de donde se extraían los nutrientes para abonar las cosechas. Pocos eran los que volvían de allá para contar la historia. El gas de los pantanos minaba la salud en el transcurso de unos pocos años. Si los trabajadores no morían de enfermedades respiratorias, la piel se abría en úlceras que infectaban. Eventualmente, si algo quedaba después de todo, los lobos y felinos salvajes de la región daban cuenta del resto. Después de doblar en una de las innumerables esquinas, su atención se desvió para la sala de juegos, a la que se accedía por una de las tantas puertas laterales que dominaban la idea arquitectónica de toda la construcción. Le llamó la atención un grupo de personas que parecían muy curiosas pero que también estaban en un completo silencio. Estaban sentadas alrededor de una mesa redonda de ébano. De pie frente a la mesa, un hombre alto y flaco, de rostro cadavérico y todo ataviado en un traje negro, repartía las cartas. Y aquel rostro le era misteriosamente familiar, él podía jurar que ya había visto a este hombre misterioso, de aspecto lúgubre. Aquel rostro formaba parte de un pasado que quería ser olvidado pero allí estaba otra vez, aguijoneando, perturbando el tranquilo paseo del rey. ¿Cómo sería posible aquella presencia dentro del palacio? Cada persona que entrase o saliese por la circunferencia de piedra que rodeaba aquella fortaleza era rigurosamente escrutada por la guardia especial de seguridad, seleccionada entre los guerreros más crueles del ejército real, que vigilaban el castillo veinticuatro horas por día armados hasta los dientes. Una mosca no sería capaz de atravesar inadvertidamente aquellas líneas defensivas. Enseguida vino el segundo sentimiento extraño, que, éste sí, asustó al rey con un terror sin nombre. El hombre nunca se reía, no expresaba un gesto o alguna emoción cualquiera, aquel rostro anguloso y que al 3


rey le pareció temible, parecía haber sido esculpido en piedra. De vez en cuando un rápido movimiento mecánico de los ojos, a derecha e izquierda, arriba y abajo,como sincronizando el ritmo incesante de las manos blancas repartiendo las cartas.. El rey percibió otro detalle inquietante. El hombre de negro siempre ganaba. No importaba quién fuese el desafiante de turno, ni quién cortaba las cartas, ni quén repartía, ni le importaba a aquél ser extraño si él debía comenzar el juego o si debía dejar tal privilegio para su rival. Todos sabían: fatalmente, él sería el vencedor. Las pocas personas desparramadas por los salones jugaban apenas para aligerar un poco el paso de las horas previas a la ceremonia, ya que era obvio que no había otra cosa que hacer en la enorme mansión real. Ni música, ni bebidas, ni los fogosos danzarines árabes dando los primeros toques exóticos a la fiesta. Pero era obvio que se trataba de alguna solemnidad importante. Quizás la visita de algún representante de reinos vecinos, con los cuales el rey mantenía una política de razonable buena vecindad, pero de los cuales sospechaba sin excepción como aves de rapiña, prontos para invadir sus dominios a cualquier descuido.El dolor punzante en el abdomen lo trajo de vuelta a la realidad. Yacía todo estirado, inmóvil, en un lecho improvisado de paja y harapos sucios de sangre, y sudaba copiosamente. Le habían quitado todas las ropas y estaba cubierto solamente por las compresas y los unguentos empapados en medicinas exóticas que deberían tener la finalidad de combatir la fiebre, cada vez más intensa a medida que las horas pasaban. Poco a poco la memoria fue reconstruyendo las últimas ocurrencias. Había salido del castillo al frente de un ejército de asesinos para ahogar un nuevo foco de rebelión en las comarcas de Hyrkania. Siguiendo las piedras de la muralla oeste, que cerraba el paso a cualquier posible intento de invasión por el río, dejaron atrás las protegidas tiendas de las caballerizas, continuaron la marcha por varios días y noches y cuando vieron aparecer las primeras sequoias y acacias gigantes por encima de la estructura monolítica, supieron que allí, del otro lado, debía estar localizado el pequeño villorrio de los revoltosos. Atravesaron la muralla de noche y cayeron encima de la ciudad dormida como buitres asesinos sedientos de carroña. El destemido rey estaba en la primera línea de combate, como siempre. Dotado de un poder físico descomunal, sólo comparable a su arrogancia, despreciaba el peligro en la batalla como si estuviese seguro de antemano de que nada podría hacerle daño. Por eso no le dio importancia a la lanza clavada en su abdomen, a la derecha, que había decidido momentáneamente no extraer para evitar la hemorragia. Pero en cambio había reparado en el rostro, aquel rostro pálido y seco que parecía no expresar emoción alguna. Lo vio por un segundo, cuando la visera se desprendió del casco ante uno de sus golpes. Pero le dolía más que el metal clavado en el vientre. Dada la fortaleza fantástica de su complexión física, aún consiguió continuar en la batalla con la lanza clavada, sin desfallecer, despejando golpes mortales contra los enemigos, varias horas después de haber sido herido. Las tropas reales finalmente consiguieron aplacar la rebelión, con el saldo de miles de muertos, contando mujeres, niños y viejos. La aldea rebelde entera era ahora un pira de tamaño gigantesco, adornada por los cuerpos de sus antiguos moradores y algunos pocos soldados cuya ausencia no sería ni percibida. Durante la jornada de regreso, el rey perdió la conciencia varias veces y sus acólitos más cercanos decían que por las noches deliraba. A pesar del dolor intenso, los médicos que siempre lo acompañaban no querían extraer la lanza antes de regresar al castillo. Prefirieron continuar sedándolo con drogas fuertes, permitiéndole sólo algunos minutos de lucidez por día, para alimentarlo. Después, lo colocaban de nuevo en estado letárgico.Varias veces durante esos intervalos interrogó a los guardias que protegían su tienda, a respecto del hombre de negro. Pero todos imaginaban que esa era una pesadilla, fruto de la fiebre y los remedios. Y así continuaron hasta la llegada apoteótica al palacio. Cuando acababan de pasar el portón principal, el soberano volvió a caer en la inconciencia. De nada valieron los esfuerzos de sus cuatro hijos, que lo habían acompañado en esta última campaña,para reanimarlo. No consiguió ver su entrada triunfal bajo los gritos de la multitud, ni el papel picado de colores arrojado desde las ventanas. En vez de eso, volvió al sueño del palacio, que continuaba majestuoso , pero al mismo tiempo en completo silencio. El hombre de negro ahora estaba solo, siempre de pie al lado de la mesa con su máscara inmóvil. Por primera vez consiguió mirar de frente en los ojos ahora fijos del extraño. Un segundo después percibió que éso sólo había sido posible porque el hombre también lo estaba mirando. Quiso interpretar un gesto de la mano huesuda como una invitación al juego, pero el rey estaba con mucho miedo de aquel ser misterioso y fingió no entender. En los días siguientes el dolor volvió cada vez más intenso. Las drogas no conseguían resultado. Se volvió evidente que era necesario extraer la lanza o el rey moriría en algunas horas por debilidad o por infección. Los médicos sabían que el riesgo era enorme, la hemorragia vendría violentamente y ellos no se sentían muy bien equipados para contenerla.

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Varias veces volvió el rey a recuperar su conciencia y todavía con un hilo de sanidad, le pareció oír lamentos llegados de muy lejos, vio los cuerpos de los niños carbonizados en la última campaña, sintió su rostro tocado por manos que él ya no sabía si querían acariciarlo o arrancarle la garganta. Creyó ver el rostro fantasmagírico del hombre flaco repetido varias veces alrededor de su lecho. Pero ahora el rostro no estaba escondido bajo el peso metálico del yelmo sino oculto hasta los ojos por una especie de turbante o pañuelo grande de un negro opaco y frío. Y en su mano tenía un objeto brillante que no era una lanza, ésas él conocía bien. El brazo del hombre apuntó para la derecha al mismo tiempo que giró su cabeza en esa dirección. La vista del rey acompañó la línea imaginaria de la mirada del otro y entonces vio las torres, en las afueras de una ciudad abandonada. Parecían ser de metal, pero lo que dejó sin respiro al rey fue la audacia arquitectónica de aquellos monumentos. Subían afinándose levemente hasta que al llegar al tope parecían finos como agujas y estaban llenos de luces y cosas que subían y bajaban continuamente, parecía hervir una verdadera ciudad dentro de aquellas catedrales futuristas. No consiguió entender por qué el hombre del pañuelo le indicaba aquella dirección y después desplazaba su mano lentamente hacia la izquierda, llevando los ojos del rey hasta la alameda. Sin saber cómo, el rey se vio dentro de la alameda y escuchó el barullo de la fuente, que le resultaba familiar por alguna razón misteriosa. Como en una secuencia ensayada millones de veces y esperada de tan repetida, el hombre agachado giró la cabeza mal cubierta por una capucha, dejando ahora ver parte del rostro. Ya conocía de memoria la continuación:correr en dirección a la alameda, alcanzar los subterráneos de desvío que llevan directamente a los límites del parque y salir por alguna de las bocas de los túneles que a esta hora deberían estar abiertos para la recolección de la basura. Uno de los médicos introdujo una cuchara en su boca con un líquido muy amargo que a él le pareció que tenía gusto de gengibre. Antes de comenzar una nueva huída, cayó completamente en la inconciencia. El aire estaba cargado de un olor a encierro. Alguien había ordenado que todas las puertas y ventanas del palacio fuesen herméticamente cerradas. Sólo a los familiares más íntimos les fue permitido permanecer en la vigilia del gran conquistador que ahora se debatía contra la muerte. El efecto violento de los sedativos eclipsó su mente otra vez. El cuerpo de curanderos se aprestaba para jugar la cartada final: había llegado la hora decisiva de extraer la lanza del cuerpo del hombre moribundo. El rey vio los candelabros encendiéndose, seguramente estaban preparando la fiesta como una sorpresa, él había acabado con la amenaza de la revolución y con certeza sus súbditos debían haberle organizado una recepción especial. Desde las escalinatas de las torres más altas, el rey pudo ver los alrededores del castillo hasta más allá de los campos cultivados que se extendían a lo lejos, hasta descansar en la margen próxima del río. Vio con una inquietud repentina las procesiones de los aldeanos que se aproximaban dibujando caminos con antorchas, bajando por las laderas de las elevaciones vecinas. Todos esos caminos venían directo para el castillo. Pero enseguida se tranquilizó.Todos querrían ver al más grande conquistador que había llegado heroicamente, después de vencer su última batalla, pensó el rey. Las damas elegantes y sus señores comenzaron a llegar vestidos para la ocasión. El brillo de los trajes por momentos eclipsaba el fulgor de las arcadas iluminadas. Acabó ocurriendo lo que los doctores temían. En el momento de extraer la lanza del vientre del rey, un olor fétido inundó la sala y dejó escapar un chorro de un líquido verde claro, como una bilis, pero de consistencia más espesa, una especie de jalea. Todos supieron inmediatamente lo que eso significaba: por causa del largo tiempo pasado con el metal incrustado, el cuerpo había comenzado a gangrenar. Con las medicinas disponibles sería imposible parar el proceso de putrefacción. Cinco emisarios deberían ser enviados con urgencia hasta las selvas de árboles perennes del sur, en la región de las ciénagas,con la tarea de encontrar las hierbas necesarias para preparar una poción recomendada por los hechiceros de una de las tribus leales al soberano. Parecía ser la última esperanza. Los médicos se rindieron a su impotencia y los hombres iniciaron el viaje una noche tormentosa, en total secreto, para no alertar a sus enemigos. El cuerpo del rey comenzó a hinchar día tras día. El pus creado era siempre mayor en cantidad que aquél que los doctores conseguían retirar muy lentamente, después de complicados lavajes y transfusiones. Una semana pasó sin tenerse noticia de la misión secreta. El cuerpo del rey hedía e hinchaba en un doble proceso que parecía auto-alimentarse. Cuanto más hinchaba, más hedía, y más continuaba hinchando. Como era imposible mover el cuerpo por causa de la piel estirada e hipersensible, que dolía apenas por ser tocada, tubos fueron conectados directamente al ano y la boca para eliminar por lo menos parte de la materia podrida que el cuerpo generaba sin parar. Estaba postrado, confinado a un cama que le parecía tan pequeña que él tuvo la impresión de sentirse dentro de una caja. Curiosamente, el proceso de descomposición parecía no afectar el cerebro. Los doctores supieron por causa del movimiento de los ojos. Era como si un cerebro vivo estuviese funcionando dentro de un cuerpo muerto. Un amanecer, alguien esparció la noticia de que uno de los misionarios había conseguido volver, medio muerto, al castillo, prácticamente colgado en la montura del caballo. Alcanzó a murmurar que antes de llegar a las selvas del sur habían sido atacados por insurgentes, que habían matado a sus cuatro compañeros y que

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él había escapado vivo por un milagro, con el pecho perforado por un cuchillo. Poco más fue lo que el pobre diablo llegó a contar, antes de caer muerto frente a la entrada del palacio. Las procesiones iluminadas por las antorchas comenzaron a converger y juntarse frente al pequeño puente que permitía el único acceso al castillo. Los guardias se habían retirado atrás de unos árboles para beber. Tal vez porque ya estaban muy borrachos no llegaron a percibir dos sombras escurridizas como cobras que atacaron por sorpresa amparadas por la oscuridad y los vapores del alcohol. Antes que tuviesen tiempo de percibir su propia muerte, sus gargantas fueron cortadas sin un grito, con hilos de acero. En ese momento el palacio ya estaba abarrotado de huéspedes ilustres con sus trajes multicolores. Eran todos invitados para esta celebración especial, en que el rey iba a anunciar el fin de todas las campañas militares y de todas las expediciones punitivas contra sus súbditos. El rey se sentía renovado y feliz. La ferocidad de la mirada y el corazón implacable que mataba por placer, dieron lugar al arrepentimiento. Era un nuevo rey, el amor de sus fieles había finalmente conseguido derretir aquella naturaleza cruel y sanguinaria, que nunca perdonaba la vida a los enemigos. La paz iba a reinar por fin en ese reino tan sangriento, comandado por un soberano implacable con corazón de acero. Ese era el motivo de la fiesta de acuerdo a los comunicados oficiales expedidos por los secretarios del rey. Pero esa realidad se desmoronaba a cada vuelta a la conciencia, porque la lanza ya no estaba más y mismo así, el cuerpo continuaba hinchándose. Entonces alguien dio el grito de alerta. En los subterráneos del castillo, un fuego fue detectado. Algunos temerosos sobrevivientes de esa noche dijeron después que había sido la ira de Dios, clamando su venganza contra el gobernador sanguinario, que había iniciado el fuego en un barril de aguardiente. Después, lo hizo avanzar fuera de control por las cortinas hasta hacerse incontenible y penetrar en los pisos superiores. Otros, menos fantasiosos, confirmaron que el fuego había comenzado por causa de proyectiles incendiarios lanzados desde las torres, que habían sido tomadas por los revolucionarios durante la ceremonia fúnebre. Una música comenzó a tocar unas notas sombrías, que deslizaron en un doloroso lamento. Entre los tonos trágicos de los violines, el rey creyó ver una bola inmensa que unos guardias desesperados trataban inútilmente de empujar para dentro de un cajón. Ajeno a esas disquisiciones, el soberano poderoso de tantas batallas luchó para evitar caer de nuevo en la inconciencia, sintió manos torpes queriendo empujarlo, quería gritar que todavía no estaba muerto, pero en el estado vegetal en que se encontraba, no conseguía emitir sonidos, ningún músculo ya respondía a los comandos de su cerebro, la única parte todavía activa. Tan indoblegable como en sus días de gloria, la conciencia del rey continuaba viva mismo dentro de su cuerpo ya prácticamente descompuesto. Hasta los ojos, su última comunicación con el mundo exterior, estaban fijos y sin vida. Los gritos de pavor por el incendio se juntaban en un coro patético con la furia sangrienta de los amotinados, que ahora penetraban en el palacio como comadrejas envenendas por el odio, por todos los agujeros posibles, por las catacumbas, por los vitrales tornasolados adornados con escenas legendarias de las campañas del imperio que rebentaban como fuegos de artificio bajo el impacto de los morteros. En un último clarón de conciencia, el feroz dictador comprendió que aquella masa pútrida era él mismo, él era aquel cuerpo inflado por la materia descompuesta que ya no cabía dentro del cajón, pero que todavía quería jugar su última partida contra la muerte. Para atizar todavía más la ira de los invasores, alguien gritó que el rey no estaba muerto, pero las manos febriles continuaban intentando empujarlo por una abertura claramente muy estrecha para la dimensión que había cobrado aquella masa hinchada por el veneno que ella misma había producido. Justo antes de la horda desgobernada tomar las escalinatas desde donde tendrían acceso al sarcófago, tal vez como consecuencia del tremendo calor generado por las antorchas y los focos de incendio que comenzaban a aparecer por todos lados, el cuerpo bola alcanzó una proporción espantosa y explotó en un millón de pedazos de materia podrida que tenían el mismo hedor que el gas de los pantanos, chocaban violentamente contra las paredes mojando todo con aquel pus ahora de un verde casi marrón, la baba inmunda se desparramaba por las escaleras, colgaba de los trajes de lujo de las cortesanas y los sombreros carísimos de los ricos señores, goteaba encima de los exóticos manjares, contrastando con el blanco purísimo de las fuentes de mármol, parecía brotar indefinidamente desde dentro de aquel huevo magistral en que se había transformado el cuerpo del rey, parecía hasta funcionar como combustible ideal para aumentar todavía más la intensidad del incendio, mientras que los pocos agresores que habían llegado cerca del féretro se miraban sin entender, y tal vez ellos pensasen que eso no era cosa de dios sino del diablo,aquella lluvia verde y maloliente chorreando entre las delicadas filigranas de la mampostería, salpicando los cuadros venerables de la historia de la familia, que se deshojaban como bajo los efectos de un ácido corrosivo, las pesadas cortinas de tejidos de oriente con bordados de oro, hechas pedazos y quemadas más por la pestilencia que por el fuego. 6


Pero los ojos, que ahora divisaban sólo sombras, no llegaron a ver ese desenlace. Lo último que vieron fue el rostro del guardia que continuaba empujándolo con desprecio para dentro del ataúd, las líneas rectas y duras típicas de los habitantes del norte, el rostro que no expresaba sentimiento alguno, el rostro indiferente del hombre que había venido para matarlo...

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Siluetas en un baldío

Ese año iba corriendo bajo el rigor disimulado de una calma forzada, impuesta por nuestros padres que, cansados de los agobiantes problemas vividos el año anterior por causa de la revuelta estudiantil, habían decidido tomar el mando y obligarnos a partir de ahora a caminar dentro de los rieles. Nuestra libertad se había restringido muchísimo, las actividades callejeras, que eran el alma de nuestra convivencia diaria, estaban ahora limitadas a unas pocas horas de reunión en la esquina de Simón Bolívar y Palmar, el eje de nuestro mundo, donde invariablemente discutíamos los partidos del fin de semana, anunciábamos la formación del equipo para enfrentar al barrio vecino el próximo domingo y claro, cómo estaban las posiciones en el campeonato uruguayo, si esta vez sería Nacional o Peñarol, la jopeada del boñato Forlán encima del zaguero contrario y los driblings geniales de Pedro Rocha. Durante el horario noble de la televisión, por ahí entre las ocho y las diez de la noche, estábamos casi siempre reunidos alrededor de la tele en la casa del gordo West, programa que a mí no me llamaba mucho la atención con los bonanzas y laramies y todos aquellos farwest y policiales que ya les adivinaba el final apenas comenzaban, excepto los jueves, que pasaban Flash Gordon y Perdidos en el espacio, dos de mis favoritos que ya estaban anticipando mi perfil de apasionado cultor de la ciencia-ficción en que yo me transformaría de adulto, y los sábados, cuando era la hora del glorioso Brick Bradford y el trompo del tiempo, que yo también coleccionaba en tiras que cortaba de "El Diario" todas las noches y después montaba historias completas y las encuadernaba. En la misma esquina de Bolívar y Palmar, el almacén de Don Francisco era nuestro santuario,la gurisada llenaba el pequeño cuarto, que no más que eso era propiamente el almacén, parecíamos abejas infatigables que adoraban enroscarse en las más acaloradas discusiones acerca de cualquier cosa, si cuando el gol el pepe Sasía estaba en orsay, por qué Jules et Jim tenía que acabar así en tragedia y la Jeanne Moreau tan bonita ella y tan divinamente sensual tenía que morir de aquella forma ridícula, culpa de la nouvelle vague, culpa de Truffaut que es tan serio y me hace llorar como un niño Truffaut me hace llorar y pienso en Anita. Pero el almacén, que es por ahí que yo andaba, era también nuestra protección contra otros fantasmas, era donde nos olvidábamos un poco de nuestra rabia por los profesores y por la escuela, era las historias de Don Francisco que encendían nuestras mentes casi vírgenes todavía con viajes a tierras fantásticas con soles de chocolate y auroras que reventaban como bollas de espuma, el almacén era donde se oía palpitar más alto el 8


corazón del barrio, nuestro iglú de protección contra el invierno que bramaba afuera, porque nadie podría con nosotros si permaneciésemos así, todos juntos en nuestra colmena todos juntos y alerta porque afuera está la noche y afuera estaban ocurriendo otras cosas que estaban ligadas con la noche. El almacén nos protegía del bandido de la luz roja. La noticia había estremecido la ciudad como una bomba. El depravado estuprador y asesino en su moto asaltando parejas de amantes o buscando prostitutas distraídas en trasnoches de boliche en lugares solitarios. La moto aparecía de las sombras como una avispa sanguinaria y silenciosa y de repente un enorme foco rojo, instalado en el centro del manubrio, nublaba la visión de las víctimas. La impresión terrible de la imagen fantasmagórica, agregada al miedo impuesto inmediatamente después por el rugido estridente del motor en la noche silenciosa, hacían de los desafortunados paseantes nocturnos presa fácil del asesino. Si la víctima estaba en compañía masculina, el desdichado y galante ángel de la guardia era el primer blanco de la furia del matador. Ya libre de inconvenientes intrusos, el atacante después daba rienda suelta a su enfermiza y trágica saña sexual, estuprando a la pobre mujer hasta la muerte. Era toque de queda clarín de recoger estado de sitio, los vecinos no hablaban de otra cosa, los diarios no cambiaban sus titulares. La mayoría de los padres había prohibido terminantemente a sus hijos la permanencia en la calle después del anochecer. Algunos más liberales,como era el caso de mi viejo, nos dejaban quedar un poco más, solamente si fuese dentro del almacén y con presencia de alguna persona mayor, además del portugués, hasta eso de las nueve, cuando Francisco bajaba las persianas y nos decía bueno gurises, derecho para casa y tengan buenos sueños. Nosotros no queríamos mostrar que en realidad estábamos muertos de miedo con el bandido de la motocicleta, por eso habíamos inventado el truco de ridicularizarlo, colgábamos en los árboles dibujos donde lo pintábamos en medio de las situaciones más idiotas, como una goma pinchada justo cuando iba a lanzarse al ataque de una pareja, la Chispa (la perra salchicha de los Cribari) meando la moto mientras el bandido se quedaba mirando con cara de bobo, habíamos descubierto que banalizarlo era una forma de volverlo inofensivo y cotidiano, hasta confiábamos que podríamos invitarlo a integrarse a nuestro grupo y hacerlo participar de nuestros juegos. Mi casa quedaba a unos escasos cincuenta metros de la esquina favorita, viniendo hacia abajo por la Simón Bolívar, como quien va en dirección al Parque de los Aliados y el Estadio Centenario. Unas pocas casas más abajo se abría un agujero en la pared que continuaba abierto por unos veinte o treinta metros, hasta casi llegar a la esquina siguiente. Era la entrada del baldío, un campo enmarañado, lleno de plantas silvestres, despojos de todo tipo y restos de material proveniente de construcciones vecinas. Y así seguía hasta abrirse del otro lado, en la avenida paralela, la Ingeniero Luis Ponce. O sea, un perfecto wormhole, que mi diccionario traduce en un burdamente aportuguesado español por "buraco de gusano". Porque el campo era el escondite en las jornadas del titiriyá, que era el perseguidor en una esquina, el grupo perseguido en la otra, cien metros, cuando se escucha la orden "titiriyá ya está ya está !!!" todo el mundo a correr, el primer lerdo al cual el perseguidor consiga acercarse a menos de veinte metros, es capturado y tendrá que hacer de perseguidor en la próxima vuelta. Conseguir entrar en el campo antes de ser visto por el perseguidor, era la salvación, nos permitía de repente estirar nuestra distancia a ciento cincuenta, doscientos metros. Después nos escurríamos por algun agujero en el alambrado medio destrozado y salíamos disparando en la dirección contraria, era muy difícil ser alcanzado, mismo si el perseguidor fuese muy rápido. El baldío era muy querido por nosotros porque era nuestro patio secreto de juegos y encuentros amorosos, donde nos reuníamos por las noches como druídas y decidíamos de qué forma vamos a caerles de sorpresa a aquellos metidos de la Leonor Horticou, que quieren humillarnos sólo porque los viejos tienen guita, vamos a invadir el galpón de ellos y darles una buena zurra, cagones. Por uno de los lados, el baldío acababa en la pared alta de una predio de apartamentos, del otro, la cerca de alambre medio destruída daba paso a un paisaje completamente diferente: un pequeño parque muy bien cuidado se abría en forma de círculo, con la admirable arquitectura de una rotonda colonial bien en el medio, donde los días festivos grupos de músicos y danzarines ofrecían sus números para la comunidad local.

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El baldío era donde el Toto, pobrecito, que había nacido retardado, desplegaba todo su arte pictórico inspirándose en la vegetación salvaje de nuestro recreo y pintaba unas telas magníficas llenas de colores ardientes. El Toto, que no conseguía articular tres palabras de una forma coherente pero que se entendía con nosotros sin necesidad de ellas y se inflaba de orgullo cuando nosotros decíamos que sus trigales eran más bonitos que los de Van Gogh, mismo sin saber de quién estábamos hablando y aparte Van Gogh no era tan interesante, tan inesperado, no tenía los gordos arbustos ni los rosales puntiagudos ni los troncos deformes de las palmas mal cuidadas que se levantan como jirafas por encima de los postes de luz y dejan colgar sus lianas como gruesos cables de barco. El Toto que me había pintado en secreto el retrato de Anita que estaba escondido dentro de mi colchón y no se lo mostraba a nadie. Triste por vernos tan recluídos y presos, privados de nuestras sesiones de fútbol nocturno en la calle, el viejo del Julito Ríos tuvo una idea genial. Aprovechando que su hijo lo había entusiasmado mucho mostrándole un libro de fotos sobre pantomima china de la época antigua, concretamente sobre el teatro de sombras, cuyo origen se perdía en el tiempo, nos propuso un día formar un grupo para desarrollar el mismo tipo de práctica, tal vez podríamos mostrar nuestros números en las fiestas de quince y en los salones, quién sabe, un día hasta podíamos llegar a ser reconocidos como el primer teatro de sombras de Montevideo. El viejo Ríos tenía en su casa un cuarto en construcción, un enorme salón todavía sin techo, que cerraba con unas vigas de madera y algunas hojas de plástico grueso que hacían las veces de cobertura, con lo que el ambiente se volvía muy acogedor, más todavía porque contábamos con una buena estufa y una gruesa alfombra cubierta de almohadones. Él mismo apareció un día con un poderoso reflector provisto de un led que irradiaba una irreal luz azulada y difusa, lo que otorgaba a nuestros cuerpos iluminados desde atrás, un aura de tonos puntiagudos, como en una cámara kirlian, para quien veía la escena del otro lado de la pantalla de nylon opaco que Don Ríos había hecho traer en la caja de un enorme camión de mudanzas. Ese día comprendimos que nuestro escenario estaba pronto y ahora tendríamos que darle vida con una buena representación. El salón tenía una entrada que daba para el interior de la casa y una pequeña puerta que había que atravesar agachado, que comunicaba con el campo y estaba siempre trancada con llave. Shakespeare era autor obligatorio ese año en los programas de literatura del liceo. Todos conocíamos muy bien sus obras principales y creo que fue uno de los Cribari que un día llegó con la idea de hacer Romeo y Julieta, la primera pieza de nuestro flamante teatro de sombras. Anita Gabús sería Julieta, no había discusión posible, era la gurisa más linda del barrio y de toda la escuela y todos nosotros, sin excepción, estábamos perdidamente enamorados, incluso el Julito Ríos, que andaba medio novio con Susana, la hermana menor, sólo para poder estar siempre cerca de Anita. Yo sabía eso y lo detestaba, porque había ganado una ventaja injusta sobre los otros. Cuando todos estábamos reunidos en lo del gordo West a la hora de la tele, él se iba calladito para la casa de los Gabús y se quedaba con Susana, lo que le permitía quedarse al mismo tiempo con Anita, que no tenía novio porque rechazaba invariablemente a todos sus pretendientes, y a veces, si estaba con suerte, hasta cambiar algunas palabras relacionadas con problemas idiotas de la escuela que él también inventaba. Por eso mismo es que, manejando influencias, él consiguió el apoyo de su novia para acompañar a la hermana en el papel de Romeo. Como la obra debía ser una alegoría sobre el bandido de la luz roja, nos pusimos en campaña para conseguir algunas piezas clave para la puesta en escena: la moto, gentilmente cedida por Ricardo, el puestero, las ropas de bailarín ceñidas al cuerpo, que mi madre comenzó a cortar y coser a máquina basándose en los dibujos del Toto, a quien nombramos director artístico, completamos los personajes con Federico y el flaco Guichón, que serían los policías y yo, que tenía que hacer el papel de bandido porque el Julio no conseguía sostenerse en equilibrio ni en una bicicleta y ahí comenzaron las discusiones, yo sentí que él se estaba burlando de mí, era como robarme a Anita delante de mis propias narices, él le estaría diciendo a Anita todas aquellas cosas que Romeo le dice a Julieta, las que yo quería siempre decir y nunca podía porque la muchacha estaba siempre siendo solicitada por montones de admiradores. Yo acepté e irónicamente llegué a comentar con los otros que nuestra pieza iba a ser un fracaso, imagínense, el loco de la motocicleta atacando y el julito queriendo defender a su amante, justo él, flacuchento de mierda que parece un esqueleto, no consigue ni levantar una bolsa de papas, va a ser ridículo… La moto no tenía luz roja, entonces el viejo ríos apareció de nuevo con la idea salvadora: en el estudio de arquitectura donde trabajaba, consiguió un farol para exteriores provisto de una lámpara roja fuertísima, y

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nos autorizó a usarla junto con el led azul sólo una vez, el día que sería el estreno y que iría a impactar a todo el barrio. Como una forma de agregarle más intriga a nuestro trabajo, también se decidió que la exhibición sería en función única y la pieza nunca sería repetida. El manejo de la luz roja quedó a cargo del Rodolfo Morgade, él tenía que encender el foco en el preciso momento en que yo irrumpía con la moto y me lanzaba furioso encima de los amantes. Aparte del led, improvisamos la iluminación para las siluetas con un pequeño farol neblinero prestado por mi padre y que era alimentado por una batería común de auto. Después lo cubrimos con una hoja de papel celofán amarillo oscuro, lo que dejaba nuestra pieza un poco más fantasmagórica. También habíamos providenciado un revólver de plástico, que yo cargaba en mi bolsillo, con el cual amenazaría a las víctimas antes del atentado. En cierta ocasión volvíamos de un partido de basquetbol ya bien entrada la madrugada cuando al atravesar el baldío para cortar camino en dirección a nuestra calle, una claridad extraña que venía del parque llamó nuestra atención. Sigilosos como la sombra, nos arrastramos lentamente sobre la tierra hasta conseguir un punto de visión a través del matagal. La rotonda estaba toda iluminada con luces que salían del pasto, la cosa más linda, nunca la habíamos visto de esa manera. Dos bailarines de cuerpos elásticos y con brillantes mallas de colores vivos, representaban dentro de la pequeña área circular un número que podía ser Romeo y Julieta o cualquier otra pareja famosa de la historia de la literatura. Nos quedamos más de una hora en completo silencio, sin respirar, tiritando en el frío de la noche de invierno,extasiados por la plástica magnífica de los movimientos, coordenados por el juego de luces. El Toto estaba fascinado, absorbía cada gesto, cada caricia reprimida en insinuaciones sutiles y estilizadas que cíclicamente atraían y rechazaban a los amantes, entrelazaban sus cuerpos y después los arrancaban con violencia para fuera del pequeño teatro, hasta que se perdían entre la vegetación mientras que las luces, sabiamente dosificadas, iban dejando la escena otra vez en penumbras. A nadie le pasó por la cabeza que pudiera existir algún riesgo en aquella danza mágica, después de todo el parque estaba a menos de dos cuadras de la comisaría del barrio y el asaltante motorizado no iba a ser tan tonto de atacar justamente allí, donde los coches policiales pasaban continuamente en su patrullas nocturnas. A partir de esa noche, poseídos por un impulso imposible de detectar en aquel momento, nunca faltamos a nuestra cita secreta con los bailarines bajo las sombras del parque, acompañábamos sin hablar uno a uno cada movimiento, cada gesto de los ojos bajo los antifaces, cada giro de las manos y los brazos, que dejaban rastros de cometas como arco iris por causa del efecto de las luces que venían de abajo, atravesando la niebla que cercaba la rotonda a esa hora tardía. Soportábamos el frío y el miedo para extasiarnos en las delicias de un mundo desconocido, soportábamos la lluvia cubiertos con bolsas de plástico para no perder un movimiento. El Toto pintaba a la luz de una lámpara muy débil, para no delatar nuestra presencia. Y los cuadros del Toto nos revelaban al otro día de nuevo la gracia de los cuerpos girando en la noche, en las telas de nuestro querido amigo veíamos la puesta en marcha de nuestra propia pantomima, que iría a comenzar dentro de poco, que iría a nacer amarrada a la otra, la del parque, que no iba a precisar un guión, y si precisase ahí estaban las telas del Toto, que captaban mejor que nadie la magia en la que de repente nos vimos envueltos y de la que ya no conseguiríamos escapar. Durante el día al Toto le encantaba sentarse en algún rincón medio escondido del baldío y pintar sus trigales, que en realidad eran los girasoles del fondo de la casa de los Fosemale, y así cambiando de lugar todos los días nuestro van gogh fue descubriendo ángulos insólitos, imperceptibles matices en el movimiento de las plantas, que él acompañaba moviendo el banquito y el caballete muy lentamente. El propio pintor nos sugirió llamar más extras y montar una especie de escalera humana para dar el efecto de los árboles, especialmente aquellas palmas tan altas, que acaban doblándose por la propia altura. Había mucho gurí callejero que adoraría participar en la obra, y entre ellos reclutaríamos los extras. Mientras tanto, nuestros ensayos iban viento en popa, excepto por las continuas discusiones entre Julio y yo, que me había sentido postergado y deseaba fervientemente ser el Romeo de Anita. Amparados por las sombras, cada noche nos escapábamos por la puerta del fondo del salón y nos colocábamos silenciosamente en nuestro puesto de observación. El Toto pintaba los movimientos y así nosotros íbamos paso a paso acompañando todas las variantes de la pieza original que se desarrollaba en la rotonda. Pero nuestro director artístico era tan creativo que siempre conseguía introducir una variante aquí y allá, un matiz diferente en el giro de los cuerpos, un sutil desvío en la dirección de los ojos, lo que hacía nuestra pieza ser muy original y seguir su propio camino.

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Una noche el Toto llegó muy nervioso con su último cuadro en la mano. Fatigado y medio sollozando, lo que hacía aún más difícil entender su ya complicado discurso, nos mostró los girasoles y la cerca de alambre bañados por la luz de la luna. Semicubierto por las plantas se veía parte del cuerpo de una mujer, boca abajo, con la cabeza vuelta hacia su izquierda y el pelo largo y rubio tapando el perfil, de modo que era imposible descubrir un rasgo, una seña, esta mujer estaba obviamente muerta o inconciente y el Toto no sabía dar ninguna pista, como tampoco sabía nada sobre otra mancha oscura más al fondo, detrás de unos arbustos, que podía ser la raíz voluminosa de algún árbol o simplemente un paquete de basura de los que abundaban en el baldío. Por las ropas apretadas y en una sola pieza, la mujer podría ser la bailarina, pero esto era descabellado, nosotros habíamos presenciado el ensayo aquella misma noche hasta el momento en que los dos se habían vestido con sus ropas de calle y vuelto para casa. Inútiles fueron todos nuestros esfuerzos para que el Toto pudiera agregar algún detalle más concreto, él había pintado en medio de una profunda conmoción y no sabía realmente lo que había hecho. Sólo nos dijo que mientras estaba pintando a la mujer había escuchado una discusión entre los árboles, como si el bailarín estuviera con alguien más que él no había visto, después hubo un grito, un tiro y las sirenas de la policía, en ese momento él salió disparando a la máxima velocidad que sus piernas podían alcanzar, se había raspado en los rosales y sus brazos estaban llenos de tierra y moretones, que había obtenido chocando con todo tipo de obstáculos en su fuga desesperada en medio de la noche. El cuadro produjo instantáneamente una reacción de pavor en todos nosotros, a nadie le pasó por la cabeza que pudiese ser un delirio del Toto, que, por lo menos en lo que tiene que ver con su lado artístico, se mostraba siempre muy controlado y discreto. Aparte nunca lo habíamos visto así, pálido que parecía un espectro y tartamudeando más de lo normal, de tanto miedo. La mañana siguiente lo vimos sentado y silencioso frente a una tela en blanco. No conseguía pintar nada, parecía estar todavía en estado de choque, se acabaron los trigales, murmuró con cierta dificultad, los trigales me dan mucho miedo.... Nadie percibió en ese momento que a partir de ahora, sin la visión alucinada y original de nuestro artista, estábamos condenados a seguir literalmente las vicisitudes de los dos bailarines, obligados a repetir una historia que ya no era la nuestra pero que nos había atrapado de una forma irresistible y nos obligaba a participar de una realidad que hasta la noche anterior habíamos presenciado como espectadores fascinados y que ahora se confundía con nuestras propias vidas, de modo que ya no sabíamos hasta dónde éramos nosotros mismos y dónde comenzábamos a ser los danzarines del parque. Todos estábamos cada vez más nerviosos, peleábamos por cualquier cosa, los ensayos acababan en insultos, el negro Viana dijo una noche que era como si todos estuviéramos embrujados. El Toto no conseguía crear nuevos movimientos, hasta que, desanimado, nos dijo que no iba a continuar en la obra. Nuestra pieza ahora seguía a la otra como una sombra. Una noche percibimos que el hombre había sido sustituído en el parque por otro un poco más alto aunque igualmente delgado. La bailarina continuaba siendo la misma. Un detalle insignificante, si no fuera porque justamente a la noche siguiente el Julito Ríos cayó en cama con una gripe tan fuerte que nos quedamos sin Romeo y yo aproveché el inesperado toque de la suerte, dejé la moto con el gordo Conserva que adoraba todo lo que tuviera que ver con vehículos y todos encontraron de lo más natural que Romeo fuera interpretado por mí por algunas noches. Las tres noches siguientes Anita y yo repasamos toda la serie de cuadros dejados por el Toto menos el último, que el viejo Ríos creyó mejor hacer desaparecer porque nos estaba dejando a todos muy nerviosos. El gordo Conserva hacía un buen bandido motorizado, pero en el fondo también quería ser Romeo, todos querían ser Romeo porque al final Romeo besa a Julieta justo en el momento previo a la entrada enfurecida de la moto. Y me cercaban, esperando un movimiento en falso, una frase mal recitada, para excluírme y ocupar mi lugar. Yo rezaba para que el Julito continuara bien jodido con su gripe, así no llegaría a tiempo de retomar su papel para la representación pública, que sería en nuestro teatro en miniatura, con algunos familiares invitados y tendría una única función, tal como habíamos convenido con nuestro mecenas papá Ríos. Hicimos tres ensayos conmigo y Anita en los papeles principales. Nos habíamos dejado impresionar tanto por los bailarines del parque que por un momento parecíamos encarnarlos, Anita mueve imperceptiblemente su ojo derecho que busca algo en la pared de hojas formada por una pirámide humana como había sugerido el Toto. Anita vuelve su ojo para mí y comienza a decirme algo pero yo no la dejo, la beso antes de lo programado para quedarme más tiempo con ella entre mis brazos y siempre parábamos ahí porque el gordo hacía rugir la moto y bueno, todo lo demás.

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Yo estaba muy confuso a esa altura, ella me llamaba y después quería rechazarme o advertirme de algo y siempre su mirada hacia las plantas y de nuevo hacia mí y yo que no la dejo porque presiento que no es nada bueno, por momentos comencé a odiarla, ¿estás sintiendo falta de tu galán? le dije la última noche furioso, y ella me miró como sintiendo que también me estaba odiando, porque en realidad ella quería al otro, al mequetrefe que para colmo estaba engripado y tosía como un tuberculoso. Tres noches después el bailarín original volvió a asumir su puesto. El menor de los Cribari, Pedro, fue el único que percibió la novedad, o al menos el único que tuvo coraje de mencionarla. Inmediatamente todos supimos, con una mezcla de sorpresa y miedo, que Julito Ríos volvería a su papel de Romeo. "Estamos condenados,dijo Pedro,lo que ocurre en el parque ocurrirá fatalmente en nuestro teatro.¿Ustedes todavía piensan que es casualidad? Como el gordo Conserva, con pésimas notas en el liceo, fue prohibido por sus padres de salir a la calle durante todo ese mes, yo volví definitivamente a mi lugar de bandido. Nadie respondió una palabra.Ahora estábamos comenzando a sentirnos dominados por un terror que era mucho más inminente que el bandido de la luz roja. Efectivamente,el desgraciado volvió despúes de las tres noches reclamando su papel con cierta insolencia, lo que me dejó todavía más irritado, porque él es el culpable por todo lo que ocurrió después, él con su maldita obsesión de querer ser Romeo, pronto para cambiar Susana por Anita antes de que nadie percibiera, porque si yo hubiera sido Romeo no se habría desencadenado la tragedia que cayó encima de todos nosotros unos días después. Una noche, por motivos que yo no consigo explicar, me quedé solo en el salón después del ensayo, y, alumbrado por la luz débil de una linterna, comencé a examinar las pinturas del Toto, que eran nuestro guión. En medio de la claridad difusa, los colores brillantes de los pasteles del Toto se mezclaban, dándole a los cuadros un aspecto tenebroso, insuflándoles una vida propia, las figuras se movían llevadas por su propio impulso, la mujer contorneándose en elaboradas curvas toda de rojo, como una llama solitaria en la inmensidad del parque. Su compañero en contrastante añil oscuro que la enlazaba por todos lados como un pulpo y subían y bajaban y rodaban y se tocaban y ardían como fuegos fatuos por un segundo y de nuevo el parque a sus espaldas ahora diferente porque porque el Toto con su manía de estar siempre buscando ángulos nuevos, y eso lo había aprendido pintando los girasoles de los Fosemale, había descubierto por acaso un hueco en las plantas. Así lo vio y así lo dibujó y no se preocupó más con el asunto. Sólo que mi cabeza febril de detective fue más lejos, el cuadro siguiente enfocaba a la mujer todavía en el mismo ángulo. Coloqué los dos bien alineados y seguí la dirección de la mirada de la mujer. La mirada iba directamente a encontrar el hueco en las plantas. Ese era el penúltimo cuadro de la serie, inmediatamente anterior al que el viejo Ríos había hecho desaparecer. Al Julio Ríos se le ocurrió ponerse así medio de importante justo la noche del estreno, la única noche de una obra única que ya tenía su desenlace totalmente programado. La presentación sería ese mismo sábado en trasnoche a las dos de la mañana, lo que nos daba más estatus, las trasnoches exhibiendo películas exóticas estaban de moda en todos los cines de Montevideo. Yo sabía que nunca podría arrebatarle a mi rival el papel de Romeo, por su total incapacidad en manejar una moto, ni yo ni nadie, porque el Julito, engripado y todo y mismo todo sucio de mocos como apareció esa noche, es el hijo de papá Ríos, el dueño del teatro, del reflector, de la pantalla gigante, el que bancó las ropas, y como Julito no puede ser bandido entonces inexorablemente será Romeo. Antes de comenzar, yo pasé por un momento para el otro lado, el lado de los espectadores, que llegaban de a poco y ya ocupaban la docena de sillas que cabían apretadas en el área libre delante del palco con el telón. Viendo los preparativos así a contraluz, tuve la impresión de que el parque se había metido definitivamente dentro de nosotros, las plantas ahora eran réplicas perfectas, en tamaño natural, la pirámide se meneaba como acariciada por el viento, proyectado por un ventilador que zumbaba con el mismo rumor sordo de las hojas próximas a la rotonda. De repente pensé que la mirada de Anita y la mirada de la bailarina eran la misma mirada, yo debía estar enloqueciendo. ¿De dónde había sacado Anita esa idea de mirar justamente en la misma dirección que seguía la mirada de la mujer? Por los cuadros del Toto no se deducía eso, a menos que a ella se le hubiese ocurrido lo mismo que a mí, colocarlos alineados, pero eso era altamente improbable, por causa de su forma de ser superficial con todo y sin interesarse por nada, porque sabía que eso la dejaba todavía más bonita y deseada. Y el momento tan esperado llegó...

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Enfurecido con el Julio y con una rabia que ahora también me empezaba a nacer por Anita, deslicé la moto silenciosamente hasta camuflarla perfectamente en el área de sombra del tablado, entre las plantas. En un hueco en las plantas... El pensamiento pasó como una luz por mi mente y me dejó totalmente paralizado. Volví en sí llamado por la infeliz interrupción del Julio Ríos: esa moto está muy cerca, podés provocar un accidente, lastimar a alguien, ¿por qué no te vas más para el fondo? Ahora el arrogante estaba asumiendo el papel de dueño de la obra y me hablaba de esa manera socarrona como diciéndome ¿no ves que vos sos parte secundaria en la pieza?, no ves que soy yo que tengo que aparecer junto con Anita, porque cuando yo quiera ella va a ser mi novia? Como yo hice de cuenta que no lo oí y miré para otro lado, sólo para no tener que darle una trompada bien en la nariz, él fue a buscar apoyo con el viejo y hasta con los integrantes de las plantas para que me hicieran salir de mi lugar. Yo ya no podía controlar la repugnancia que todo aquello me estaba causando, Anita se quejaba con Rodolfo porque la luz venía muy de frente y le lastimaba los ojos, hasta lo insultó para que desviara el foco, tanto que las personas del otro lado se miraban sorprendidas por aquellos desbordes de malhumor injustificado, Federico y el flaco Guichón, los dos policías, fumaban entre los árboles ajenos a cualquier problema, ellos sólo aparecían al final. Julito estaba descontrolado o alejan esa moto o yo no entro y la pieza está jodida, ustedes eligen, sus gritos se sentían en el otro extremo de la casa. Cualquiera podía percibir que nosotros estábamos perdiendo el control de la obra y de nosotros mismos, por momentos parecíamos no conocernos, tal la forma grosera y ordinaria con que nos dirigíamos a algunos de los otros componentes de la troupe. Fui obligado a retirarme más al fondo, donde yo desaparecía del plano de iluminación, mejor, pensé con un ansia casi salvaje que me asustó, así tomo más impulso... Esperé que el neblinero se encendiera perezoso y coloqué la moto en posición frontal a la entrada de los enamorados. Sentí una onda de desprecio por los dos corriéndome por la espina, yo era un extraño que había sido usurpado de un sueño de amor, eso era todo, eso era nada, ahora ellos verían quién se queda con Anita, yo seré su último dueño, por lo menos hasta el final de la pieza. Los dos surgieron en la penumbra y comenzaron su danza erótica, que en nada le quedaba atrás a los danzarines del parque, era como si fueran ellos mismos, así como el teatro se me aparecía cada vez más semejante al parque, las pirámides subían en arcadas, la pendejada había ensayado duro, sin duda. Los amantes rodaron y se besaron y yo sentí el sudor caliente bajándome hasta las cejas, goteando en mis pestañas y después mojándome las mejillas en una secuencia perfecta. Después se irguieron dándose la espalda, tal como estaba en los cuadros copiados de los danzarines del parque, el intenso azul del led, rebotando en las paredes forradas con papel de estaño, daba una réplica perfecta de la rotonda bajo el plenilunio, donde dos saltimbanquis como ángeles bailan una danza nocturna con la luna plateada bien encima del área circular del parque y el baldío. Con la silenciosa presencia de un intruso entre las plantas. Entonces comienzan a girar, Romeo hacia su izquierda, Julieta hacia su derecha, cuarenta y cinco grados, perfil con perfil, otros cuarenta y cinco grados y se miran a los ojos, pero ahí falta algo, porque en el exacto momento en que Julieta completa sus primeros cuarenta y cinco, sus ojos descubren mis ojos entre las plantas, en un movimiento anunciado y sabido de antemano, tal como yo esperaba, ahora completará el semicírculo para decirle pero no le dirá porque él la besará y enseguida mi grito histérico ! ahora, rodolfo! La potente luz del farol inundó todo de un rojo macabro, yo pisé el acelerador a fondo y dirigí la moto bien hacia adelante abriéndome camino entre las plantas, que eran los gurises muertos de miedo de que a un leve roce de mi moto pudieran venirse todos abajo, pero había algo extraño, la moto corría encima de un suelo íngreme, como si estuviera rodando cuesta abajo por la pendiente de alguna elevación, algún idiota debía haber dejado restos de herramientas y pedazos de escenario por el camino y ahora yo chocaba hasta perder el control, la moto desgobernada encontrando el cuerpo frágil de Anita bien de frente, el farol me pareció la luna llena, la luna roja en el baldío iluminando el alambrado como en el último cuadro, el grito horrorizado de Julito porque Ana había recibido el impacto justo en el pecho y yacía inconciente sobre el tablado, semicubierta por los trigales montados con unas tacuaras del quintal de los Ríos, estás loco, querés matarnos !!! , el grito ayudó a aumentar mi descontrol, frené casi contra la pared opuesta y aceleré de nuevo. El cuerpo débil de mi amigo no aguantó el impacto y fue reculando fuera de control hasta estrellarse contra las plantas, que cayeron como un castillo de cartas, unos encima de otros, formando una masa informe que se veía del otro lado como lo que podía ser una bolsa de papas o un bidón de basura. La moto siguió su carrera loca entrando de frente contra el trípode donde se apoyaba la luz roja, Rodolfo se cubrió la cara con las manos y se sintió el estrépito del vidrio haciéndose pedazos.

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Reconstruí las etapas en mi cabeza: discusión-grito-tiro-sirenas, el Toto nunca se engañaba, el cuadro no era inventado. La secuencia del toto era perfecta: la discusión y el grito ya habían pasado. Mientras la moto continuaba atropellando cajas y paquetes de basura y bajaba a los saltos por las irregularidades del piso, después deslizó con las ruedas ya desaliñadas por los golpes por lo que debería ser la pendiente del tablado. Las personas gritaban aterrorizadas mientras conseguí enderezar la moto campo afuera por la puerta que alguien había abierto en medio del pánico, la luna reflejada en el manubrio me mostró las manchas de sangre en mis puños, yo buscando inútilmente el revólver en mi bolsillo cuando escuché el tiro, el tercer cuadro en la secuencia, la moto sin control fue a estrellarse contra el tronco de un roble, caí pinchándome en cactus y tallos de rosas espinosas y eran cactus y rosas y espinas de verdad. Rodé con mi cuerpo totalmente embarrado y cubierto de sangre, mi cabeza chocó contra la raíz de un árbol y caí de rodillas semi-inconciente frente al cuerpo boca abajo con el pelo que le cubría el rostro, la moto chocada a mi izquierda, con las ruedas todavía girando y todas desencajadas por el impacto. Un hilo de sangre chorreaba abundantemente de mi labio inferior. Algunos gritaban !!! asesino !!!, Rodolfo intentaba inútilmente reencender el reflector, la lámpara se había hecho pedazos. Cuando alguien entendió que la red eléctrica había sido quemada, todos comenzaron a encender sus yesqueros, pero antes, el calor del farol derribado había iniciado un foco de incendio abriendo agujeros enormes en el plástico medio aceitoso de la pantalla. Atrás de mí, por la pequeña puerta, los invitados de honor se desparramaron por el baldío a oscuras, gritando asustados y medio sofocados por el humo que ahora llenaba todo el interior de nuestro pequeño teatro. Todo mi cuerpo dolía, permanecí arrodillado porque no tenía fuerzas para levantarme. Por entre los sutiles movimientos de las hojas, yo descubría pedazos cambiantes de una luna fragmentada, tan cortada en pedazos como estos retazos de una realidad que ya no conseguía poner en orden, la rotonda vacía con las luces alumbrando para nadie. Manos sujetaron mi cuerpo dolorido y tambaleante, serían mis amigos queriendo reanimarme, pero yo sabía que no eran porque ahora escuché las sirenas, la secuencia del Toto cerrándose perfecta, después del tiro las sirenas, las manos robustas que forzaron mis brazos para atrás y me colocaron las esposas. Adiviné el rostro sin un sobresalto, mucho antes de que uno de los sargentos con guantes blancos de goma, girase el cuerpo de la mujer muerta hasta dejarlo boca arriba, retirando el pelo suelto que cubría las facciones delicadas, el rostro de Anita con sus divinos ojos redondos y celestes mirándome como nunca me habían mirado, fijos en la nada. !!! Asesino hijo de puta !!!, sentí el grito amenazador del comisario, al tiempo que, sólo para librarme de los golpes, me adelanté a decirles: Ahora pueden llevarme si quieren........el cuerpo del otro lo van a encontrar atrás de aquellos arbustos.......es que quiso resistirse y tuve que darle un tiro...

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Stargate

Ya en mis años de infancia había comenzado a crecer en mí ese sentimiento que me acompaña hasta hoy de que las cosas tienen siempre más de un significado posible,como un caleidoscopio que cambia las figurs al girar la posición de los diminutos cristales en su interior. Por eso adoraba aquellas largas jornadas en el sótano de la casa de mis abuelos,donde yo era totalmente libre para montar mis realidades imaginarias lejos del alcance de la mirada desconfiada de mis familiares, para quienes siempre tuve algo de excéntrico, por no decir de loco. Eso yo lo sabía por causa de las discretas conversaciones, generalmente en las sobremesas del almuerzo dominical, donde, de forma burdamente disimulada, oía escapar aquellos comentarios siempre mordaces sobre mis traviesas andanzas por los rincones polvorientos y el discreto pavor que mis extrañas actividades siempre despertaban. El sótano era uno de mis rincones favoritos en aquella casa mágica que me ofrecía milagros de todo tipo, desde el querido patio de tierra con las dos higueras hasta el desván de maderas ya carcomidas por el tiempo, que desafiaba mi fértil imaginación infantil a cada paso.Y estaba también el otro patio,el interior,con una claraboya que yo podía controlar desde abajo girando la pesada manivela de hierro que cantaba sus milagros a cada vuelta mientras el techo se abría y volcaba encima de mí un sinfín de maravillas inagotables.Por el ojo de la claraboya yo descubría el cielo nocturno atiborrado de estrellas en las noches de invierno y dejaba volar mis sueños fantásticos de galaxias lejanas y viajes espaciales,que ya en aquellos años poblaban mi imaginación,alimentada por las historietas de Brick Bradford y el trompo del tiempo,y las batallas innumerables del comando Stargate contra los insectos humanoides que yo conocí como "wraiths" pero a los que prefería llamar simplemente espectros, porque inglés era un jeroglífico indescifrable para mí en aquellos años escolares. El altillo,igualmente colmado de trastos viejos como el sótano,era otra fuente de fantasías irresistibles,porque era donde mi tío Pocho,gran amante del fútbol,guardaba celosamente la completa colección de "El Gráfico",su revista preferida,que yo adoraba hojear para descubrir los secretos del deporte que me apasionó desde niño,mismo que lo único que veía era caras de jugadores extraños y camisetas rarísimas,porque la revista era argentina.Fue en el altillo que un día yo encontré el cuadro,y es en este punto que comienza realmente mi historia. Porque desde el día que lo descubrí,enterrado bajo una montaña de diarios descoloridos por el tiempo, su influencia sobre mí fue tan fuerte,que yo supe inmediatamente que aquella lámina,que en realidad era una simple ilustación de calendario pintada por un aficionado,me pertenecía más que a nadie en aquella casa,y por eso me sentí con todo el derecho de robarla y esconderla en el sótano,donde pasaba horas mirándola lleno de fascinación,bajo la disculpa mentirosa de que estaría revisando las viejas páginas de la preciosa revista. Yo había traído una pila de ellas para el sótano,ya que de ese modo nadie iría a imaginar que yo estaba preparando alguna nueva travesura. "Dejalo - le dijo un día mi tío Pocho a mi padre - yo lo autoricé a bajar unas cuantas revistas para el sótano,por lo menos así no anda inventando cosas con las que pueda lastimarse". Ya desde los primeros días el cuadro comenzó a ejercer una atracción misteriosa sobre mí.Yo sentía claramente que había alli más cosas que los tres o cuatro simples elementos que componían la escena. En primer plano,el niño de espaldas arrastrando su pijama estampado hasta la orilla oscura de un lago raso y calmo. Sin embargo,sus pies descalzos no han dejado huellas en la arena, lo que le da a la imagen un matiz irreal,como si aquel niño no estuviera allí,como si hubiera sido agregado a la escena por mi imaginación. El centro del cuadro es ocupado por un fantasmagórico promontorio de piedra lisa,con una enorme luna llena 16


subiendo un poco más allá de la línea superior de la meseta.Toda la parte derecha es dominada por un enorme pez oscuro que viene bajando,describiendo una curva abierta y elegante en dirección al niño. Por esos días yo había descubierto que usando lámparas de potencia y colores diferentes,conseguía los efectos más sorprendentes en la disposición de las piezas del cuadro. Había construído todo un sistema de iluminación con varias de esas lámparas en varios puntos estratégicos del sótano.A veces dejaba todo oscuro y el cuadro,pintado con algún tipo de tinta levemente fosforescente,brillaba por sí mismo,inundando el pequeño subterráneo con una luz mortiza.Hasta había conseguido colocar en funcionamiento un timer y una combinación de starters,donde yo podia programar, de una forma medio rústica, una secuencia con tiempos determinados,por ejemplo, luna apareciendo por detrás de la roca, luna en el medio del cielo con pez bajando, sin luna con pez flotando en el lago, y así por delante. Las secuencias podían ser interrumpidas por una llave escondida debajo de la mesa. Cambiaba las luces de posición continuamente porque me parecía que los elementos se movían.Perfeccionando poco a poco mis técnicas de iluminación yo había comenzado a descubrir que incluso nuevos personajes pasaban a veces por el cuadro y después desaparecían sin dejar rastro. Apagando el primer foco y prendiendo el número cuatro,que quedaba debajo del rellano de la escalera,la imagen se alteraba totalmente. Ahora el niño queda cubierto por una parte del promontorio,y el pez parece estar ya a pocos pasos. Una vez activado el primer foco,los otros le seguían en tiempos exactos. Yo jugaba a estirar y acortar las sombras siguiendo pasos bien definidos. A veces ocultaba la luna y me concentraba en el rostro del niño,a veces dejaba al niño como testigo inmóvil y una claridad difusa aparecía por detrás de la roca, iluminando las aguas del lago con un negro brillante y tornasolado. Inventaba historias siguiendo las imágenes y después cambiaba la secuencia para buscar nuevas historias. A veces el lago quedaba quieto y en silencio y el niño desaparecía. A veces el niño montaba en el cuerpo del enorme animal y los dos partían para un paseo nocturno. En mi planta de control,el foco tres está atrás de un pesado baúl de roble,hasta donde había conseguido llegar después de abrirme paso entre las pilas de cajas y cacharros amontonados por todos lados. La luminaria número dos está colgada del techo y más a la derecha,dando un efecto de atardecer. En ese momento todo queda apagado y sólo se enciende un spot rojo que ilumina el promontorio desde arriba. Mediante el juego de otras lámparas,que en total eran siete,yo conseguía cambiar todo,la hora del día,los movimientos de los personajes y los giros de los cuerpos que eran producidos por un efecto estroboscópico y el uso de espejos,también situados en ángulos y alturas específicos, simulando un efecto de tercera dimensión. Pronto comencé a tener la inquietante impresión de que algo independiente de mí iba tomando forma en aquel páramo solitario,como si otra vida, otras imágenes,estuviesen ahora pulsando en una dimensión separada que yo podía borrosamente presentir pero con la cual no podía interferir.Una realidad que quería atraparme pero que no se dejaba agarrar,que se me escapaba cada vez que yo estiraba mi mano para tocarla. Y después continuaba allí,siempre a mi alcance y siempre lejos,como desafiándome. Una noche sentí que la realidad del cuadro definitivamente escapaba de mi control. Las figuras cambiaban de lugar,ganaban vida propia. Ahora estaba comenzando a percibir detalles mínimos que no había sospechado los primeros días. Girando instintivamente una de las lámparas,esa noche pude ver la cara del niño,que ahora miraba fijamente para mí. En el rostro del niño vi una expresión de miedo. Era difícil equilibrarse en ciertos rincones del sótano.A veces tenía que subir en pilas de cajones para alcanzar cosas,andaba por momentos en puntas de pie,para no despertar a mis abuelos que dormían en el cuarto exactamente encima,y debía moverme con extrema lentitud para evitar pincharme o lastimarme en algunos de los muchos objetos puntiagudos que sobresalían por todos lados. Una tarde,cuando todos dormían la siesta,estaba yo intentando cambiar la posición de una de las lámparas cuando descubrí,escondida atrás de unas cajas llenas de rollos de alambre de púa,una palanca.Tenía el aspecto de un enorme interruptor,y en mi afiebrada cabeza infantil que se deleitaba con historias sobre seres interplanetarios y monstruos de otras galaxias,ella se transformó inmediatamente en un componente esencial de la sala de comando de una nave espacial,mi nave espacial que era en realidad el sótano,y allí estaba yo, el nuevo quijote del siglo XX saliendo a la caza de horribles criaturas que azotaban la galaxia, yo era el nuevo Brick Bradford con su trompo del tiempo. De repente me sentí el dios astronauta de Palenque,el famoso hallazgo de Erich Von Daniken en una pirámide de México,que muchos investigadores enseguida salieron afirmando que se trataba de un viajero extraterrestre dibujado por los nativos. Me acomodé en posición inclinada en relación a la manivela y me preparé para el despegue.Entonces ocurrió una cosa espantosa.Apenas mi mano se posó en la palanca,recibí una descarga eléctrica tan fuerte que fui arrojado contra la pared,mi cabeza chocó contra una especie de andamio de madera y yo perdí la conciencia en el acto.Debo haber estado horas inconciente,porque cuando desperté,la luz natural que se introducía siempre por la pequeña puerta de hierro entreabierta, ahora sólo dejaba ver la oscuridad de la noche de verano.

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Desde mi frente bajaba suavemente un hilo de sangre,resultado de una herida abierta por el golpe. Una lámpara muy tenue escondida en uma brecha entre dos pilas de cajas de cartulina,soltó un pequeño haz azul y la cara del niño se volvió en la dirección opuesta.La cabeza giraba ahora mirando para atrás,como si estuviese disparando de algún perseguidor oculto.No se veía otra presencia en la imagen. Lo que más me asustó fue la impresión extraña de que yo podría estar ahora dentro del cuadro.El golpe debía haber perturbado mis sentidos al punto de hacerme entrar en una realidad dividida,donde no había dentro ni fuera,todo estimulado por la carrera loca de las luces que cambiaban continuamente el escenario independientemente de mi voluntad. Por un momento creí ver un sombra deslizándose contra la parte baja del promontorio,pero sólo podía haber sido algún efecto transitorio de luz.El cielo era completamente negro,las estrellas brillaban como puntos lejanos y ahora la roca aparecía desde un ángulo diferente.Desde allí yo podía ver la bajada vertical de la pared de piedra y percibí un movimiento repentino entre los escombros.Había alguien extendido en el fondo de una grieta no muy profunda,más bien una zanja,abierta en la falda del pequeño acantilado. La cabeza del niño giró de nuevo hacia adelante y la mirada buscó la figura en el declive.El foco estroboscópico ayudó a fijar un poco mejor el perfil. Estaba tan oscuro que no conseguí distinguir los rasgos,pero era una figura humana,con certeza.Fuese quien fuese aquel inesperado visitante,era obvio que no estaba allí por voluntad propia.Parecía estar herido.Lo vi forcejear y debatirse en un intento desesperado por incorporarse,pero sin ningún resultado.Creo que él no me había visto todavía. Sentí mi respiración agitada.Estaba disparando no sabía de qué y miraba para atrás y me volvía de nuevo hacia el hombre tendido de espaldas. Sentí la solidez de la roca bajo mis pies.Quise decir algo al pobre hombre,algo que tenía que ver con mi miedo,el miedo que me hizo girar la cabeza y que también era una amenaza para él. El hombre en la grieta es el mayor John Sheppard,piloto de un caza de la flota terrestre destacada en Atlantis,en el que también viajaban Teyla Emmagan,la inseparable compañera de John y el doctor Carson Beckett,médico líder del comando terráqueo en Pegasus,la galaxia donde Atlantis estaba escondida,en uno de los millones de sistemas solares en aquel gigantesco conglomerado de estrellas. Lentamente el mayor Sheppard comenzó a reordenar sus pensamientos de una forma coherente.Él y sus compañeros acababan de salir de uno de los portales intermedios en el trayecto hacia la Vía Láctea,a camino de Eridanus XPW34,una estrella de tamaño aproximadamente igual al sol terrestre,pero con un único planeta que tenía cuatro lunas. El planeta era bien pequeño.Tenía aproximadamente el tamaño de Mercurio.Inmediatamente después de pasar un cinturón de asteroides que quedaba algunos años luz más adelante,Sheppard calculaba hacer una curva bien abierta para abordar el planeta por atrás,fuera del alcance de posibles radares espías que los wraith habían desparramado por todos lados en el enorme espacio vacío entre la Via Láctea y Andrómeda.Los wraith,o espectros,eran una curiosa raza tal vez originaria de algún lugar escondido dentro de la constelación de Virgo,producto de una mezcla genética accidental entre humanoides y reptiles.Necesitaban alimentarse de carne humana para sobrevivir,y como las tasas de reproducción no paraban de aumentar,eran necesarias cantidades cada vez mayores de contingentes de humanos sacrificados para alimentar las nuevas generaciones de espectros. Sólo cuando el caza emergió entre la nube de pequeños asteroides,fue que el mayor vio las tres navescolmena de los wraith.Él era el mejor piloto de toda la flota,pero el fuego concentrado de tres naves de enorme porte,y con una tecnología todavía desconocida para los humanos,era demasiado.Teyla gritó y Carson perdió el equilibrio,cayendo encima de la consola de bordo.Uno de los disparos alcanzó la nave de refilón,la hizo dar dos vueltas sobre sí misma y el lado derecho se prendió fuego,haciendo explotar uno de los propulsores.El caza desgovernado comenzó a perder altura de encuentro al planeta.Con los sistemas de navegación seriamente averiados,era imposible que el mayor consiguiese recuperar el control para intentar una escapada,el vehículo ya no tenía propulsión propia,y siguió por pura inercia directo hacia la superficie de Eridanus T,que era el nombre del planeta,en picada y a una velocidad alucinante. Automáticamente,los tres tripulantes ajustaron sus asientos ejectores y se dispusieron a abandonar el caza condenado.Sheppard no llegó a saber si sus compañeros habían conseguido saltar a tiempo.Cuando emergió por la pequeña abertura en el techo del vehículo y miró hacia atrás,sólo llegó a ver la luz ofuscante de la explosión como en un pasaje de película muda;la falta de atmósfera alrededor del pequeño planeta no le dejó percibir el estruendo.El paracaídas soltó la cápsula de salvamento a unos doscientos metros sobre la superficie de Eridanus T,y a partir de ahí Sheppard consiguió comandar precariamente su receptáculo vital hasta aterrizar en una estrecha grieta en la pared de un promontorio,donde consiguió permanecer escondido de las patrullas que inmediatamente vendrían en su busca.Las patrullas de wraiths,porque de Beckett y Teyla no tenía noticia alguna,si es que estaban vivos.El comunicador sólo devolvía interferencias.Sheppard se quedó completamente inmóvil y escuchó. Escuché ruidos en la casa,algunas personas discutían,una puerta se cerró y pasos bajaron apresurados por la escalinata de piedra.Eran tiempos difíciles en Montevideo,con la dictadura,la guerrilla urbana,los tupamaros. Mis dos tíos ya habían sido investigados por la policía bajo sospecha de actividades terroristas. Casi sin moverme vi como la luz se desplazaba para el proyector seis, que salía directamente de abajo de la mesa, y la escena se alteraba totalmente una vez más. Yo me sentí caer entre los cajones abarrotados con engranajes 18


y rulemanes,piezas que un día podrían ser útiles seguramente para el ford V-8 de mi tío Héctor,el mayor. Sentía el murmullo de mi propia respiración y estaba de espaldas en una oscuridad total.Mi cuerpo dolía y la sangre producida por la herida en mi frente se había secado en gotas diminutas. Estaba petrificado,no sé si más por el miedo del choque eléctrico,la sospecha de la policía revisando nuestra casa en la noche o por causa de mi extraño sueño donde yo estaba tambiém inmóvil, en una zanja en un planeta desconocido,protegiéndome contra un bando de seres aterrorizantes. El mayor dejó correr sus ojos a lo largo de todo el campo de visión,de un extremo al otro,sin mover un músculo,casi sin respirar. Lo que él vio fue la superficie blanca del planeta brillando a la luz de cuatro lunas, que,en sus movimientos combinados, parecían dar vida a las sombras bizarras que bajaban de los picos de altas montañas.El borde blanco de Eridanus T se recortaba nítidamente contra un cielo totalmente negro y unas pocas estrellas,que más parecían manchas lejanas centelleando con una luz muy débil.Ahora el experiente astronauta parecía estar rescatando desde un pasado intransponible las fotos de la infancia. Antares,la luna más proxima, se levantó como una gigantesca bola de plata sobre el paisaje desolado.Entonces Sheppard supo que estaba bajo la protección dudosa del promontorio.Por atrás de la roca,vio la nave wraith posar leve y silenciosa como una hoja,en la planicie que ahora brillaba toda blanca bajo la luz lunar.Vio al niño que gesticulaba inclinado sobre el borde del planalto y se acordó repentinamente del cuadro.Era luna llena como ahora,y la imaginación del gurí había arrancado aquella imagen del futuro,sin entenderla,traduciéndola como un pez volador. Me esforcé por llegar cerca de alguna de las lámparas.Tal vez si consiguiese cambiar el escenario,provocar una alteración en la secuencia temporal,quién sabe.Toqué una llave y el foco verde claro que salía de dentro de una planta,llevó la escena a unos momentos antes del aterrizaje.El niño vio de nuevo el pez enorme bajando por el cielo por detrás del promontorio. La casa estaba ahora en silencio.El dolor era intenso y yo sentía náuseas pero no podía moverme,mi cuerpo estaba todavía adormecido por la violencia del choque.Lo que más dolía era la cabeza,pero al menos la sangre había parado.Sentí voces lejanas que gritaban órdenes en una lengua extraña.En realidad no era una lengua,era una mezcla absurda de sonidos guturales que parecían gemir.Comprendí que la escena que tenía lugar en aquel páramo solitario no se ajustaba a mi serie lumínica,parecía seguir un camino propio. El mayor levantó los ojos y acompañó el movimiento de Calystus,la segunda luna,subiendo en el cielo al tiempo que Antares,que había iluminado el paisaje con un brillo plateado,ahora desaparecía bajo la línea del horizonte. El niño vio la masa oscura del promontorio tapando las escasas estrellas.Y supo que cuando la segunda luna estuviese alta en el cielo,la pared de piedra donde el hombre estaba escondido quedaría totalmente al descubierto.Entonces el hombre estaría perdido.El niño ve la sombra bajando por el declive.La sombre va directamente hacia la posición del mayor Sheppard.El niño corre bordeando el lago,queriendo llegar al hombre,mi cuerpo inerte ve la pared blanca del acantilado con la sombra en el medio. Mi pie tocó un interruptor y por un momento el cuadro lanzó su claridad lechosa en el sótano oscuro.Esperé unos segundos hasta que mis ojos se acostumbrasen a la nueva penumbra.Pero la penumbra no era el sótano.Yo estaba bajando por una gruta oscura de piedras escabrosas que se desprendian bajo el peso de mis pies y rodaban hacia un abismo inescrutable,porque ahora la luz caía en un ángulo tan cerrado que sólo dejaba ver los picos de los pequeños cerros circundantes y de la propia elevación donde yo había venido a parar sin saber cómo.Sentí de nuevo la inquietante sensación de que las cosas se sucedían en un plano independiente del que yo me encontraba.Ya fuesen las lunas o las lámparas del sótano,yo no tenía ningún control sobre los cambios de sombra y luz que ahora se alternaban a una velocidad alucinante. La sombra continuó bajando en dirección al mayor Sheppard,que intentaba desesperadamente incorporarse al mismo tiempo que insistía de nuevo en establecer comunicación con sus compañeros,ignorando si estaban vivos todavía. Otros sonidos,más familiares,comenzaron a ser emitidos por el pequeño aparato del mayor,pero ellos venían de un pasado inmemorial y fueron inmediatamente identificados por su cerebro fatigado como una alucinaciõn.El ladrido de un perro,la voz quejumbrosa de un hombre anciano,los gritos de un niño que era él mismo atrapado en un sótano,mientras el juego de las lunas estiraba y contraía las sombras en la superficie pálida de Eridanus T. Rigel y Vulcanus,los dos satélites más alejados del sistema,y los únicos visibles en este momento,parecían disputar una loca carrera descendente en el negro aterciopelado de la noche.La temperatura estaba bajando y el mayor sintió el frío de la brisa invernal quemándole la cara. Sentí enseguida el cambio,impotente para gritar o alertar de cualquier forma al hombre que sería inevitablemente atacado por la espalda,porque no podia moverse,porque yo no podía moverme y el niño había sido desplazado para un rincón solitario desde donde miraba el promontorio sin luna ni pez,acompañando impotente la bajada de aquella sombra desarticulada que ahora podía identificar como vagamente humanoide. Con mi cuerpo adormecido,casi inerte,sentí de forma inconfundible los ladridos de Chumbo,mi perro,que me buscaba por el jardín,guiando con instinto infalible los pasos de mi abuelo por la escalinata del sótano,cuando al intentar incorporarme para dar un aviso o un grito de alerta desde el hueco donde me

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encontraba entre pilas de cajones,mi pie se enganchó en el cable de una de las lámparas,que rodó por la mesa hasta hacerse añicos entre pilas de revistas de "El Gráfico". Tal vez alimentadas por el moho y la gran cantidad de tinta de aquellas impresiones lujosísimas,las llamas subieron en filigranas multicolores,tocaron las viejas vigas de madera podrida por el tiempo y comenzaron a desparramarse por todo lo que fuera combustible en el viejo sótano,papel,cartón, los neumáticos de repuesto del ford de mi tío,todo ardía y llenaba el espacio apretado del pequeño cuarto con un humo negro,asfixiante y maléfico como una señal venida del otro lado,donde yo mismo me debatía para levantarme y poder extraer mi pequeña pistola laser que era mi única defensa contra la sombra reptilesca ahora a tres pasos,dos,casi alcanzándome,cuando entonces vi la luz ofuscante del disparo venido de atrás de una roca y sentí el grito imperioso de Teyla pidiéndome para que no me moviera,enseguida el segundo y el tercer disparo que hicieron impacto directo en el cuerpo enorme del wraith,la forma simiesca explotando como un globo de plasma hediondo,soltando pedazos de su traje en llamas encima de mi cuerpo,Carson acertando otros dos disparos desde atrás de una roca vecina y la inconciencia total que cayó como la noche, velando mis ojos irritados por aquella substancia verdosa que más parecía un baba salida del propio infierno. Comencé a recuperar la conciencia de a pedazos,mientras sentía las manos fuertes de mi abuelo tosiendo y arrastrándome escaleras arriba,la agitación de Chumbo,mi salvador,lamiéndome el rostro como queriendo devolverme la vida,el viejo cuadro casi totalmente consumido por el fuego ahora,donde sólo se veía un pedazo de la planicie desierta,con el promontorio desolado en el medio ya casi totalmente tomado por las llamas y los ojos impávidos del niño,siempre de espaldas,mirando fijos las tres o cuatro estrellas colgadas en un cielo negro sin luna…

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Mujer en flashback

Las imágenes vienen sin una línea temporal coherente y aparentemente sin ningún criterio lógico que las encadene: primero estoy haciendo amor con Silvia en un campo una mañana calurosa con el sol de mediodía cayendo a pico sobre nuestras cabezas, sigue una discusión con el doctor en un escritorio semioscuro y con olor a desinfectante, enseguida yo tendido en una cama de ese u otro hospital, con mi cuerpo desnudo conectado a decenas de electrodos y sensores, después mi perro Dig acostado en su cama a mi lado mientras trabajo en mi pequeño taller de artesanías en una noche de invierno y temporal, finalmente Silvia de nuevo pero ahora la variante nos encuentra en el remanso quieto de una playa en el litoral paulista, es noche y, para variar, estaríamos haciendo amor protegidos por unas rocas para saltar sin demora a otro cuadro donde yo reaparezco leyendo el diario una mañana de domingo, sobresaltado por un anuncio insólito, pero esto ya es años después, Silvia ya no existe más en mi vida, así como no existía antes de aquel primer encuentro en la casa del tano Miguel cuando yo vivía en Campinas y ella me dijo volvete para san pablo, podés quedarte en mi casa hasta que encuentres algún trabajo y yo estuve de acuerdo y me vine y acabé quedándome por más de diez años y ese día aparece repetido un montón de veces en diferentes lugares de mi fila de imágenes, incluso antes de que nos conociéramos, cuando ella estaría en alguna otra playa muy distante, que no sería Pocitos en Montevideo ni ninguna otra que yo conociera. El doctor me escuchaba callado y yo vi venir la pregunta desde lejos: entonces, señor macadar, ¿usted quiere hacer igual que en la película? Yo sabía que era inevitable, cuando le contara lo que estaba queriendo hacer él me vería cara de Jim Carry queriendo librarse del recuerdo de su Clementina que lo había corneado sin lástima con un amigo y eso era lo único en común que nos unía con Jim o con Joel que es como se llama en la película, los cuernos que mi mujer me había metido con unos sujetos que eran conocidos de todos mis amigos. Hasta ahí íbamos bien, pero el doctor se mostró perplejo cuando yo le dije que había venido a verlo justamente para que él me ayudara a hacer lo contrario, a preservar el recuerdo de la Silvia que se me estaba diluyendo de a poco con el tiempo y estaba llevándose consigo algunos momentos mágicos de mi vida que eran inseparables y que yo no quería perder,especialmente el recuerdo de mi perro Dig. El doctor Duchamp me había llamado esa tarde a su clínica, la Total Erasure, porque entre la infinidad de imágenes mentales continuamente eyectadas por mi cerebro y fotografiadas por los scaners había algunas que no era posible encajar en las opciones presentadas por el programa, que había sido preparado 21


especialmente para mí de esa forma. Por causa de las complicadas conexiones de los circuitos, que imitaban lo mejor que podían un cerebro humano, esos blancos podían hacer fallar el programa entero, que no admitía el quiebre de ni siquiera una sola de los billones de conexiones que abarcaban los años de mi vida con Silvia, del primero al último día de los que yo tenía recuerdo. En silencio en la luz mortiza del escritorio comenzamos nuestra sesión, con una formalidad que hacía perfecto par con el renombre de que el doctor Duchamp gozaba en la comunidad científica internacional.Me pidió que prestara mucha atención y que no dejara pasar nada por alto, porque él sentía que esos momentos se me estaban evaporando. Me avisó que yo estaría bajo el efecto de sedativos para disminuir la actividad de mi cerebro y así facilitar la búsqueda de las conexiones correctas previamente identificadas por los ordenadores. Era un trabajo contra reloj, yo no podía ser mantenido en ese estado semi-vegetal por muchas horas sin correr serios riesgos de lesiones fatales en mi cerebro. Para tranquilizarme, la voz de Duchamp, ahora un poco más lejana, me decía que no tuviera miedo, que la droga que me había sido administrada algunos minutos atrás no tenía mayor efecto que el de una borrachera y todos en la clínica se ríen porque yo con toda naturalidad le pregunto pero doctor, ¿cómo piensa que me imagine si yo nunca estuve borracho porque la simple idea de alcohol me hace vomitar? Y así fuimos yendo de broma en broma cuidado con el sol gritó bromeando uno de los enfermeros, parece que está bravo el verano en el campo pero las últimas palabras ya sonaban muy lejos en mi cabeza y mi mano no conseguía más sostener la taza de té que otras manos gentiles y delicadas recogieron y colocaron en una bandeja. El rostro de la enfermera se me fue desbibujando, ya no podía acordarme más de él unos segundos después. El primer encuentro en la casa de Miguel era obviamente el punto de partida. Apenas habíamos cruzado algunas palabras cuando de repente ella se levantó del sofá para ayudarme con un plato de saladitos que yo traía para la sala, y yo sabía que los saladitos no eran más que una disculpa, por la cara de confabulación del pepe que me mira por atrás de su larga barba como diciendo qué esperás, esperar que ella distraídamente me sujete por la cintura esperar que mi brazo también como por acaso aprisione tu mano y no la deje salir y cómo desearía poder parar ahí la secuencia porque de esa forma tal vez podría comenzar de nuevo de una forma totalmente diferente, como crearte de nuevo para cambiar el futuro que ya sabíamos cómo sería porque todo el futuro fue decidido en ese momento cuando me dijiste ¿te ayudo? y yo dije que no, porque ¿cómo podrías ayudarme si yo venía sólo con un plato en la mano?, ¿y si yo hubiera dicho que sí? ¿cuál habría sido el destino final de toda esta historia que ahora vendría rodando por líneas totalmente diferentes? Pero el pepe ahora no miraba, estaba concentrado en el noticiero con la historia del pájaro que volaba atravesando Ciudad de México cuando de repente cayó fulminado y se estrelló contra los adoquines de la Plaza Mayor. El pepe está preocupado con el Camba, que es el gato y se pasó el día frente a la tele, desde hoy de mañana cuando empezaron a pasar la noticia del pájaro y él ya sabe y se prepara y cuando el pájaro comienza a caer el Camba se lanza sobre la televisión y es claro que siempre llega tarde porque no entiende que el pájaro corresponde a otra realidad, todos parecíamos pertenecer a otra realidad, otra realidad que está en un futuro donde no tendremos cómo saber si el Camba finalmente realiza su deseo y captura su pájaro, si el pepe estará allí para mirarme de nuevo y decirme o si nosotros estaremos allí, si caminaremos hasta tu casa o tomamos el ómnibus porque será tarde y está oscuro y tus hijos no deben llegar no deberían, el pepe a esta altura estaba realmente asustado con el gato que amenazaba zambullirse de cabeza dentro de la Plaza Mayor y su miedo era que antes de llegar allá, el obcecado gato tendría que pasar fatalmente por la pantalla del televisor, por eso no vio cuando la mano de ella me apretó todavía más fuerte y ahora no puedo echarme atrás debo prepararme para el acto siguiente que es buscar tu mejilla y dejar mis labios resbalar suavemente describir toda la curva del borde liso y leve como la seda y susurrarte si querés que te acompañe hasta casa está tan oscuro, para enterarme por el camino que estoy sola esta noche, Fabio está acampando en algún lugar de la costa pero eso es interrumpido por mis palabras, Fabio es el hijo pero el nombre del lugar se me escapa doctor, perdone, podría ser tanto caraguá como mongaguá o guarujá después de todo esos nombres tupí guaraní suenan todos igual y la Paula está con el novio y tampoco viene hoy. Cuando más tarde en la cama ella me preguntó intrigada por qué yo apretaba tanto su mano entre mi brazo y mi cintura yo dije una estupidez cualquiera que habría escuchado de pasada en alguna de las telenovelas, para que no te soltaras porque el día que tu mano se separe de mi cuerpo voy a perder tu rostro y a los dos

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nos pareció tan poético ella me dijo que había leído algo parecido en Khalil Gibran pero no se acordaba en qué libro, no, no era El Profeta si no yo también me habría acordado entonces debe haber sido inventado por el autor del libreto jugando a ser Khalil Gibran. Los dos momentos siguientes parecían estar muy próximos, tanto que yo no conseguía recordar cuál iba primero. Arbitrariamente decidí que la playa era primero, mismo que yo no me acordaba de casi nada de ese día. Habíamos dejado el campamento con la disculpa de cruzar en la balsa que hace el trayecto entre San Sebastián e Ilhabela para hacer algunas compras en la isla, que a esa hora de la noche y en verano se llena de tiendas multicolores con todo tipo de bujigangas y rarezas pero en realidad sólo habíamos usado la balsa para ponernos fuera del alcance de nuestro grupo y saciar hasta el límite las ganas que teníamos de hacer sexo. Apenas consigo recuperar vagamente las luces del embarcadero que describen un semicírculo bien abierto allá en la costa y el negro completo de la bahía que se cierra en un túnel estrecho en dirección a la playa. Pero sí me acuerdo muy bien de la Silvia diciendo que le gustaba entre las rocas para hazer sacanagem que yo me cansaba de preguntarle y ella terca que no entendía nada de español por aquella época no sabía traducir y yo siempre preguntando ella sólo decía que era eso que hacíamos nosotros pero nosotros hacemos muchas cosas ella decía que eran todas esas cosas juntas entonces comer queso con salame en la casa del Miguel es sacanagem no bobo yo digo las otras cosas las que vamos a hacer ahora entre las rocas y así ella me había enseñado la mejor definición posible porque ya protegidos entre las rocas esperando que la balsa se fuera de nuevo sin nosotros qué vamos a decir en el campamento que nos perdimos pero eso ya dijimos ayer de nuevo no cuela ya sé decimos que yo me caí me lastimé me tuviste que llevar a la farmacia a hacer curativos tuvieron que vendarme y la balsa ya se está yendo y las rocas van a quedar en sombras y la balsa llega sin nosotros y todo el mundo pregunta por los náufragos que se quedaron a dormir en una playa desierta porque a esa hora ya no hay más balsa esa era la última y habrá que esperar mañana tomamos la primera a las seis y media y será como cualquier otro día. Pero la otra escena, la del campo a mediodía, está llena de detalles accesorios difíciles de encadenar. Me acuerdo de Amelia que había viajado con nosotros hasta Pindamonhangaba, en el interior de San Pablo, ella misma nos había invitado a pasar unos días en la hacienda de los harekrishna, que es un lugar santo nos habían dicho al llegar, por eso las personas deben respetar y evitar tener relaciones sexuales aquí dentro de los límites de los campos que pertenecen a la comunidad, claro, concordamos nosotros, y la Silvia me miraba maliciosa como diciendo cualquier día y así fue que estábamos aquella mañana paseando entre los árboles frutales de la propiedad cuando de repente tuvimos la idea y Amelia pobre que quedó con cara de boba porque el plan no la incluía a ella, está bien, dijo dándose vuelta desconsolada, aprovechen, que después de todo yo no vine aquí para coger, los espero en la casa para el almuerzo. El alambrado tenía un agujero de aproximadamente un metro de diámetro, que fue la chance para escurrirnos hacia el otro lado y hacer sexo hasta quedar agotados para después deslizarnos de nuevo para adentro y volver bajo la sombra protectora de los altos árboles por el camino que llevaba directamente a los aposentos de los visitantes, donde Amelia nos esperaba para saber los detalles de nuestra escapada sexual siempre tan chusma ella y la idiota de la Silvia que le contaba todo que con el Pocho hacemos así y después hacemos asá la desterrada Amelia viéndonos llegar demacrados y sudando parece que vienen de la guerra dijo y los tres estallamos en una estruendosa carcajada, sí, venimos de la guerra vos le dijiste pero mantuvimos nuestra palabra, estábamos del lado de afuera y Amelia se ahoga en risas y los krishna que ni se imaginan también se revuelcan por el suelo y lloran de tanto reír sin saber de qué. Entonces es la voz del doctor que continúa advirtiéndome usted borra a su mujer y usted pierde también ese día, es decir, todos esos días del viaje a la hacienda y no sólo eso doctor, voy a perder el ardor del sol entre los arbustos, el sol quemando en mi cuerpo desnudo que era todo uno con el ardor del sexo que nos lastimaba nos hacía llorar de tanto placer rodando sobre la vegetación baja debajo de los manzanos y voy a perder la risa de Amelia y la fiesta de los devotos que por motivos completamente diferentes y que ellos ni sabían ahora hacían parte de nuestra fiesta y de nuestro sexo desenfrenado como queriéndonos mostrar que lo sagrado y lo profano son idiotas castillos de viento creados por la mente febril

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de algún eunuco porque la vida no tiene barreras por ninguna parte, las únicas barreras las inventamos nosotros en nuestra cabeza porque no tenemos el coraje ni los huevos suficientes para entenderla así desnuda y trasparente y divinamente profana como ella es, el campo del otro lado de la cerca, donde Silvia y yo nos perdimos hasta el éxtasis en el orgasmo, es tan sagrado como el que queda del lado de adentro por más que yo no podía decirle esto a mis atenciosos y bien educados hermanos krishna, ninguno de ellos sabía lo que era el mundo de afuera y mismo así ya habían sido condicionados para despreciarlo y lo llaman de maia y otras palabras igualmente ridículas y humillantes sin percibir que esa maia es justamente la única cosa real porque de los otros mundos yo sólo puedo tener ideas, no puedo tocarlos como hago con éste, sentir su aliento de fuego que respira en mi piel en los desiertos del trópico y su dedo de hielo que me penetra en los huesos como un puñal en las infinitas estepas del norte, su furia en los desastres de la naturaleza y su eterna compasión cuando llega la época de las cosechas y los campos se ponen los más bonitos colores para esperar la hoz, el dolor placentero de mi cuerpo satisfecho después de una noche de lujuria y las delicias del sueño que me renuevan, la caricia de la brisa cuando abro la ventana de mi cuarto en un amanecer de verano y la lluvia que duele en el rostro en los rigores del invierno. La próxima imagen, con mi perro en el taller, viene después de un hueco de varios años y en ese hueco comenzaron los problemas.Yo sentí que tendría que enfrentar otra vez una sucesión de momentos desgraciados que ocurrieron en ese período si quisiese conservar la memoria de Dig, ese era el precio, no hay otra solución posible dijo Duchamp, si querés borrar a tu mujer acostada con el amante borrarás de una vez el taller y tu perro porque todo eso está dentro de una unidad de memoria independiente y esas unidades no pueden romperse, los borradores nunca han llegado a ese límite porque es extremamente peligroso y yo dije no, doctor, déjela que coja hasta que se canse entonces. Si querés conservar a tu perro - continuó Duchamp - tendrás que mantener bien guardados todos los momentos negativos con tu mujer, aceptar que el auto de su amante está parado justo en la puerta y vos tenés que llegar y hacer de cuenta y saludar así sin poner cara fea, haciéndole sentir toda su insignificancia entonces yo lo miro a la cara y le digo mi perro vale más que todos los polvos que te puedas echar con mi mujer el otro mirándome juntando las dos cejas y abriendo la boca lo que significaba que no estaba entendiendo nada entonces andá sabiendo que si en este momento no te doy una trompada bien en el medio de esa cara de imbécil se lo debés a mi perro y te darás media vuelta y dejarás a tu mujer en los brazos de su amante de turno sin abrir la boca, de lo contrario nunca llegarás a la imagen siguiente que corresponde a la noche del temporal condenado a repetir la imagen del gato que nunca alcanza no importa cuánto se esfuerce y la imagen del temporal es absolutamente necesaria para que puedas llegar a mí, porque el próximo paso es justamente el momento en que tú me descubriste un domingo leyendo la Folha de Sao Paulo y tú estabas en el mismo lugar, en tu taller preparando unas encomiendas, esa es otra unidad de memoria y diste un salto al ver el anuncio: "Total Erasure - clínica super discreta ofrece servicios de borrado mental para que su felicidad sea plena y usted no tenga nada de que arrepentirse en su vida......" Una pequeña nota explicativa daba algunos detalles del extraño trabajo que desenvolvía la clínica: se especializaba en borrar, literalmente, cualquier experiencia de la mente de una persona, desde que la información fuese suficiente para encontrar la conexión neural exacta donde el recuerdo se hallaba localizado. El paciente dispuesto a llevar adelante el experimento debía ayudar, por su vez, eliminando todos los objetos a su alcance que hubieran tenido alguna relación con la persona o el evento a ser extirpado, fotos, ropas, objetos de uso diario como teléfonos celulares o el control remoto de la televisión, hasta las llaves del coche, en caso de éste ser usado por los dos. Ahora sí yo me sentí más confiante porque eso me llevaba directo a la primera consulta con Duchamp cuando discutimos feo porque él decía que yo quería hacer algo que nunca nadie había intentado: recuperar los recuerdos. Eso no estaba en los planes de la clínica, especializada y considerada top de línea por su probada eficiencia en producir olvido. Y fue ahí que el doctor hizo mención a la película de Jim Carry y pensó que yo estaba loco, porque él esperaba que yo intentase hacer lo mismo que Joel, ciego de rabia con la Clementina y pidiendo por favor para hacerla desaparecer y ahí llego yo y digo no yo no quiero perder ni un momento de mi vida con mi mujer y por eso estoy ahora amarrado a esta cama lleno de cables y agujas y pareciendo un cyborg. La tecnología usada en la Total Erasure era muy sofisticada, pero la idea en sí no tenía nada de novedoso: una simulación de computador trabajaba encima de una copia escaneada de mi cerebro. El programa mostraba cómo cada recuerdo estaba asociado a un área diferente del córtex y ahí viene la idea genial que el equipo de colaboradores del doctor Duchamp había desarrollado: cada vez que yo mencionaba algún

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acontecimiento referido directa o indirectamente a Silvia, una luz se encendía en el simulador, indicando dónde estaba localizado ese momento. Una sonda ultrasensible, introducida por mi nariz y alojada bien en la base del cráneo, disparaba un rayo laser que afectaba esa área y la bloqueaba, borrando el recuerdo asociado a ella. El proceso de borrado era hecho gradualmente, a medida que más recuerdos iban siendo identificados y las respectivas conexiones debidamente desactivadas. Por causa de mi inesperado pedido, Duchamp había tenido que reprogramar los circuitos (él se refería a ellos como si fueran personas, los llamaba "los borradores") para que a partir de ahora esas zonas fuesen estimuladas y no destruídas, y yo bromeaba con el doctor y creo que dije algo así como que ahora tendríamos que acostumbrarnos con los constructores y Duchamp también se reía y vagamente escuché a uno de los enfermeros diciendo que al doctor le habría encantado transportarse para aquel campo y yo entre medio dopado y medio amigablemente furioso ¿usted también queriendo cogerse a mi mujer, doctor? Entre una y otra imagen mi mente vaga, flota en los vapores de los medicamentos que me provocan náusea, que yo debo ingerir a horas determinadas para mantenerme dormido, porque Duchamp me ha advertido que un despertar en el momento equivocado podría desgarrar la secuencia lógica de mi cerebro y empujarme a un caos que sería el paso previo a la completa locura. Los enfermeros me despiertan a intervalos más o menos regulares para descansar y alimentarme frugalmente con un té y galletitas secas porque más de eso yo no aguanto en el estómago; después de la primera sesión había vomitado mi pequeño almuerzo y tuvimos que suspender el trabajo por veinticuatro horas, una vez que yo me sentí totalmente recuperado. Yo estoy sentado en la cocina de la casa de Silvia. Ella está acabando de limpiar unos restos de vajilla y está dándome la espalda, la taza de té en mi mano, Silvia se da vuelta y me dice terminá así la lavo y sus manos recogiendo la taza y depositándola en la bandeja. Pero no era la enfermera ni la clínica, sin embargo, por un segundo... qué pasa? me dice Silvia, viste algún fantasma? apurate, si no, acaban cerrando las tiendas... Era la época de los locos días prenatalinos en San Pablo, cuando las personas circulan como hormigas y no hay espacio para tanto auto y moto y camión y bicicleta y hasta en monopatín y skate andan ahora porque ya no se puede y en ese momento ya estábamos saliendo del shopping El Dorado cargados de paquetes yendo directo para el estacionamiento donde descargaríamos todo en el coche. Ella está frente a mí, en la entrada principal del shopping, corrija la posición, susurraba la voz calma de Duchamp a través de los electrodos directamente ligados a mi nervio auditivo, ella no está frente a usted, está a su lado, a la izquierda, ¿la puede ver mejor ahora? Duchamp era un viejo zorro, miraba y veía por mis ojos, veía hasta cosas que yo mismo ni imaginaba y él sabía que yo sabía pero jugaba conmigo y me mantenía en la intriga diciéndome calma Macadar, lo sabrá todo a su debido tiempo. Lo que no sabía era que yo ya había descubierto en él una cierta tendencia a dejarse llevar por un tipo de experiencia más vital de la realidad, parecía guiado por un designio misterioso y al mismo tiempo irresistible y por momentos sólo el enorme peso de su lado racional era capaz de controlar tal llamado de la sangre. A veces se podía pensar que las ropas de científico de primer nivel con que el mundo lo había investido, pesaban demasiado para él, le robaban la vida. Estábamos discutiendo a respecto de boberas, estábamos exhaltados y ella dijo algo que me debe haber ofendido, pero no me acuerdo de las palabras, no importa lo que ella dijo, Macadar, siga adelante, lo que importa es lo que usted dijo, de nuevo la voz de Duchamp como un sabio timonero guiando su embarcación en medio de la tempestad, lo que yo dije fue sos una cretina y ella se dio vuelta simplemente sin abrir la boca y se fue en dirección a la pasarela que lleva al estacionamiento, dejándome como un santa claus en desgracia con todos los paquetes en medio del shopping. Silvia subiendo la escalinata que después entra en un túnel y describe un semicírculo encima de la avenida para caer del otro lado, ya dentro del estacionamiento, su mano apoyada en la barra de protección y mi mano estirada como el gato Camba. Yo tampoco entendí que esa era otra dimensión donde mi brazo no podía alcanzar y un terror me corrió por la espina cuando me acordé de la broma en la cama, la primera noche, porque ahora el rostro de Silvia comenzaba a perder los rasgos, parecía querer confundirse con una fina niebla que poco a poco desfiguraba los perfiles de las cosas. Se me aparecía por momentos cambiado en el rostro de la enfermera que, tan atenta, coloca otra vez la taza de té en mi mano fláccida y me pregunta puedo ayudarle con algo más? el rostro Silvia enfermera de a poco ninguna de las dos la taza cayendo de mi mano Silvia cerca de la primera vuelta de la escalera. En ese momento la luna llena aparece como una enorme pelota amarilla parada en el borde superior del enorme outdoor al otro lado de la calle, junto a la salida de la pasarela.

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Los borradores !!! escuché el grito exhaltado de Duchamp - los borradores están trabajando de acuerdo con la programación normal y de esa forma acabarán cortando la escena entera, es necesario parar ahora ese cuadro, apliquen endoctinina si es necesario, una vez el recuerdo congelado por la acción de la droga ustedes tienen treinta segundos para reprogramar los relés, después, la escena completa debe ser traída en rebobinado y en cámara lenta para más seguridad, cada paso, cada escalón andado hasta ese momento, cada movimiento del brazo, todo cuidadosamente hacia atrás para que no haya ningún punto ciego en la secuencia, todo hasta el mismo momento en que ellos están juntos y se escucha la última "a" de cretina, de ahí vamos para atrás más lentamente todavía porque vamos a eliminar la frase entera, hasta que comienza el "sos"... Por un momento todo paró. Mi mano estirada en el vacío apuntaba con el índice para más allá, para los rascacielos de la avenida paulista iluminados por guirnaldas y fuegos de artificio, pero antes pasaba por Silvia parada en la escalera mirando el vacío, todo parado en un presente eterno, quise pensar que eso podría ser lo que buscan tantas religiones y nunca han encontrado: un átomo de tiempo donde el tiempo no existe, donde todo está condenado a un reposo eterno sin muerte y sin vida. Venía un rumor de agitación desde los pisos superiores del edificio, las nurses corrían gritando órdenes, momentáneamente los técnicos pierden contacto en la central y es el pánico, las líneas de comando se atropellan, hay algunos segundos angustiantes con todos los ojos fijos en todas las pantallas paradas. Yo sentía desde dentro esa brecha de silencio y soledad por el efecto de la pequeña carga de endoctinina que me había sido inyectada, lo que me mantenía en un estado semiletárgico pero alerta, yo podía sentir todo lo que estaba ocurriendo alrededor de mi cama, hasta que un pequeño temblor en las lámparas de los sensores indicó el primer paso atrás, los técnicos respiraron aliviados y Duchamp anunciaba que de aquí en adelante el acompañamiento de la lenta marcha hacia atrás tendría vigilancia continua, eso nos va a llevar todo el resto de la noche y probablemente todo el día de mañana, trabajaremos en turnos de cuatro horas pueden preparar los termos de café porque nadie duerme esta noche en esta clínica. Duchamp daba órdenes como un general y nadie osaba abrir la boca para discutir, tenía una enorme ascendencia sobre sus ayudantes por causa de su competencia científica, pero mucho más por su humildad y capacidad de comprensión. Para todos los que alguna vez habían trabajado con él, era poco menos que un dios intocable y sin embargo... Yo continuaba sintiendo la presencia de un punto muy vulnerable por detrás de esa fachada de erudición y certeza que siempre tienen aquellos que han alcanzado un lugar de destaque después de realizar un enorme esfuerzo en la vida. La noche fue pasando lentamente junto con mis imágenes que venían vagarosamente para atrás.La endoctinina ya había comenzado a liberar mi cerebro que ahora comenzaba poco a poco a trabajar a su ritmo normal. Silvia estira su pierna izquierda que entonces se apoya en el escalón inferior al mismo tiempo que mi dedo se retrae imperceptiblemente un milímetro, dos, luego ya son algunos centímetros, después otro escalón, con el pie derecho, las altas antenas de la avenida paulista en este momento se han desplazado nítidamente hacia la izquierda, la luna semicubierta por el outdoor, recuerde que ella está a su izquierda, volvía cada vez con más insistencia la voz potente de Duchamp, no la coloque frente a usted porque de esa forma activará otra vez los borradores y el proceso tendrá que comenzar todo de nuevo. Otro paso, mi mano que continúa bajando, Silvia llegando cada vez más lentamente siempre moviéndose de espaldas como en un interminable rewind, el outdoor sin luna que continúa prendiendo y apagando para nadie mis dos brazos cerrándose de nuevo sobre los paquetes de regalos, cuidado ahora!!! la voz del doctor en todos lo micrófonos, la voz era tan apremiante que yo fui traído de vuelta para la realidad en una sacudida, pasando por encima de los efectos de la droga. Con la vista medio turbia todavía vi a Duchamp arrodillado a los pies de mi cama, el gran Duchamp el sabio científico que sabía los secretos del recuerdo y del olvido, aferrado a mi mano como un niño indefenso pidiéndome por favor no suelte, el click de los relés que indican que la primera "a" está siendo borrada, un nuevo click y la "n" desaparece de todos los monitores ajustados a mi cerebro y continúan borrando hacia atrás hasta el momento en que los dos nos encontraremos de nuevo, cuando después de borrada la última letra los grabadores correrán otra vez para adelante pero ahora con el doctor dentro del cuadro. Sólo entonces entendí que él había esperado ese momento más que todas las personas que acompañaban la experiencia, más que yo mismo,el momento en que vos con tu mano apoyada en mi cintura mirándome a los ojos me dirás ¿te ayudo? y esta vez yo diré que sí y nos iremos para casa con el coche cargado de regalos y al llegar sabremos que Fabio trajo su banda de rock para animar la fiesta y la Paula que finalmente se animó a traer al novio, el jolgorio que sigue hasta la madrugada y el doctor acompañando todos los momentos de aquella noche a través de mis ojos, bailando con la Paula medio borracho y diciéndole a todo el mundo que él sería el padrino de boda, y el otro doctor Duchamp aferrado a mi mano y pidiéndome para que no me soltara porque ahora era el momento que tanto había ansiado. Así, cuando todos ya se han retirado yo me siento completamente libre para entregarme a la magia de Dig que salta bajo los rosales, se

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baña en el claro de luna, salta hasta mi pecho y me derriba en el pasto y rueda conmigo y me abraza y se vuelve hacia Duchamp soltando aquellos ladridos cortos y agudos típicos del terrier. Duchamp con Dig en los brazos llorando como un niño y mirando el cielo bajo la claridad delatora de la luna ahora alta y blanca, completamente rodeada por un halo de un gris difuso, la primera navidad del Dig en casa y yo sacaba fotos y más fotos hasta que acabó el flash y los sapos cantaban en el charco del baldío hasta que sus voces comenzaron a ponerse roncas. Yo estaba totalmente fascinado con la transformación de mi amigo el doctor, transfigurado de una forma tal que nosotros nos mirábamos asombrados sin entender. Acompañaba el transcurso de aquella navidad como si fuese guiado obsesivamente a un encuentro al cual no podía faltar. Mi mente volvió a la salida del shopping. Duchamp había calculado este momento, sería el nexo que él necesitaba, porque lo que venía inmediatamente antes del último paso de la Silvia en flashback en la puerta del shopping era el hueco dejado por la palabra borrada, el hueco que Duchamp había esperado con tanta ansiedad, para meterse, para poner finalmente el pie en la otra historia que ahora está tan próxima, la cita en el jardín, dejarse rodar en el pasto junto con Dig y sentir el frescor del rocío en las manos y en la cara y Dig pasándole la lengua por su calva que adquiría un brillo grisáceo bajo la luz de la luna, que bajaba como un helado chorro blanco mientras continuaba subiendo en el cielo, y Duchamp supo por sus propios ojos, por mis ojos que no paraban de jalar a Silvia para atrás de vuelta hasta la entrada de la planta baja donde todo comenzó, que la luna no tiene nada de plateado, que las cosas eran así por algún propósito bien definido, porque ella sólo puede verse plateada desde la tierra, desde cualquier otro ángulo no es más que un pedazo de roca seca dando vueltas alrededor de otra roca mayor y sin embargo alguien había hecho la broma de colocar un proyector del otro lado para que ella pudiera verse así como una danzarina que cambia de ropas durante el acto sólo desde aquí abajo, y le puso efectos de luz y sombra que caen desde las puntas de los cráteres formando figuras bizarras, alargadas, que nos sugieren rostros esculpidos en la piedra fría, y la dibujó así, contra el fondo de un tapiz negro como el carbón, para resaltar aún más su belleza. Yo supe que finalmente Duchamp había encontrado su destino y ahora abría los brazos como queriendo arrojarse dentro de la luna para agarrarla, para llenarse las manos de una tierra marrón y húmeda que era tan tierra y tan vulgar como la del quintal donde Dig entierra sus huesos, pero ahora el sabio sabía cómo era su textura, su olor, podía sentir su humedad y su estructura rugosa, y lo vimos corriendo como un loco hasta la punta mas alta del más alto cráter que pudo encontrar para dejarse caer rodando, envuelto en la arena que le entraba por los ojos por las orejas por todos lados, aquella tierra que ahora era santa porque tenía dentro de ella la vida y le penetraba por la boca porque ahora también podía sentirle el gusto, los libros nunca le habían hablado de esas cosas. Duchamp veía todo con ojos de niño, jugaba a perseguir las sombras que se desplazaban para el poniente mientras el sol estaba ya apareciendo como un reflejo difuso desde el otro lado. Y los sapos continuaron su fanfarria de contrabajos y trombones noche adentro hasta que ellos también se quedaron dormidos, y Duchamp sabía ahora que esas hojas de textura levemente aterciopelada y esas flores que se escurren entre los dedos de tan finas, no eran maia, que este mundo no era maia, que el pelo suave de Dig ahora cansado y estirado a su lado dejándose acariciar no era maia, en esa comunión mágica que se había establecido entre nosotros yo veía y sentía por los ojos del doctor el palpitar de una vida que es mucho mayor que todas las formas vivas juntas, entendí que después de todo ninguna desgracia puede ser suficiente para despedazar mi pasado en jirones sueltos y robarme el recuerdo de las cosas que amé, entendí la pasión que nos juntaba con Silvia en los primeros tiempos y el desprecio mutuo que vino después y acabó transformándonos en extraños, las dos cosas eran por igual momentos claves de mi propia historia, de una historia que yo estaría falseando si quisiera cortarle un pedazo y a ambas yo podía mirar con la misma reverencia. El doctor y yo fuimos despertados al mismo tiempo unas cinco horas después. Estábamos muy debilitados por la enorme carga emotiva de la experiencia y fuimos forzados a seguir un programa de recuperación que nos llevó todavía algunos días, al cabo de los cuales nos entregamos juntos al placer lujurioso de lanzarnos a la calle y llenarnos de la vida que venía de todas direcciones y se desparramaba incontrolable desde el aroma de los puestos de hot dog hasta el delicioso perfume con mezcla de olor a tierra y humedad que anuncia la lluvia inminente. Desde el suelo hirviente la llovizna del atardecer levantaba jirones de vapor, mientras andábamos, y el doctor me iba leyendo los puntos principales del informe final de la Total Erasure, destacando que mi tratamiento había sido más que satisfactorio, mis recuerdos estaban recuperados en un 65%, lo que significa un índice bastante superior a la media de recordación en situaciones normales de la vida cotidiana, incluso habían sido 27


recuperados algunos momentos muy especiales que tenían que ver con algunas aventuras secretas que yo había olvidado totalmente. Usted también no es ningún santo que digamos, ¿eh, Macadar? Ya bajando la rampa de la clínica que va a dar directamente en la plaza, contornamos la fuente con sus chorros verdes y rojos y tenuemente azulados desplegándose en arcos como la cola de una enorme pavo real. Yo creo que Joel hizo una burrada en la película, tratando de borrar el recuerdo de su mujer, ¿no le parece Macadar? dijo Duchamp con una voz que parecía transformada y más joven por los efectos de la profunda experiencia vivida. Sí, - respondí yo sin parar de caminar y sin doblar la cabeza, sabiendo que él ya estaría adivinando la expresión de mi rostro - fue una burrada. Una gran burrada.....

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Jaco

..........."que no existía ni habría existido el bajo eléctrico, si Jaco Pastorius no hubiese decidido que él existía......." ( recorte de una crónica de diario)

Parecía una imagen de otro mundo, bajo la helada llovizna de agosto que se enroscaba en una niebla blanca y espesa desde donde sobresalían las copas fantasmagóricas de algunoos árboles secos. El aire pesaba tanto como la oscuridad del callejón inmundo, flotaba como un peso inerte y después era agitado en todas direcciones por las ráfagas frías de los ductos de ventilación del restaurant. Me acerqué, mas por piedad que por verdadera curiosidad. El hombre parecía muy joven, su cuerpo medio encorvado e inmóvil, como si no sintiera el rigor de aquella madrugada de comienzos de invierno. Mecánicamente, con un murmullo casi inaudible, me pidió un cigarro. Sin reaccionar, como si no hubiera notado mi presencia, dio una larga bocanada y dejó colgar su mano temblorosa sobre el estuche del Fender, de pie a su lado. Yo no podía distinguir bien su rostro, cubierto entre una bufanda gastada y una boina medio estilo Che Guevara, pero tuve la impresión de que estaba muy enfermo. Se fue sin despedirse, casi arrastrando los pies. Yo tuve la seguridad de que en ese momento él ya estaba a mucha distancia, en algún otro mundo secreto que se me escaparía por entre los dedos si quiesiese tocarlo, como la cerrazón que continuaba siendo bombeada una y otra vez por los fuelles histéricos de los hornos... (del libro "Mitos populares", de Ian Mc Irving, crítico musical de la revista "Rolling Stone", recordando su primer y único encuentro con Jaco Pastorius, poco antes de su muerte)

Muchas veces, camino de la escuela, había pasado frente a aquella construcción circular de paredes de piedra blanca y lisa, con sus ventanas siempre abiertas de par en par y su única puerta que era cuidada por un viejo de barba espesa y cenicienta ,con un cayado en su mano izquierda y cubierto con una simple túnica de piel de bisonte, por cuyo aspecto Jaco dedujo se tratase de un monge hermitaño, siempre silencioso y con la mirada perdida, como en profunda meditación. Llevado por una curiosidad irreprimible, un día decidió interrogar al viejo a respecto de aquella mansión misteriosa, donde parecía no vivir nadie, a pesar de que no tenía aspecto de abandonada. Él siempre esperaba un indicio, un aviso, pero como cada vez que llegaba cerca sólo recibía silencio y desinterés, decidió intentar el contacto. Supo que el anciano estaba allí desde tiempos inmemoriales, cuando los últimos dueños decidieron hacer un viaje del que nunca regresaron. Nadie reclamó la propiedad, por eso nadie puso ninguna objeción a su permanencia. El hombre nunca había entrado en la casa desde el desaparecimiento de sus patrones, pero se

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acordaba de cada cuarto, de cada escalera, de cada vuelta de los innumerables corredores y buhardillas que tenían entradas y salidas por todos lados, como un laberinto. Como Jaco nunca se había atrevido a preguntar, el viejo, adivinando su curiosidad, un día le dijo: -"Ah ! Y también puedes entrar y salir cuando quieras. Yo no estoy cuidando esta puerta, nunca la he cuidado. Es que no necesita. Nunca ha pasado nadie por aquí." Cada vez más intrigado, el pibe hizo otras preguntas cada vez más directas: por qué tantas puertas y ventanas, por qué esa puerta en especial donde no pasaba nadie, y tal vez la pregunta más intrigante de todas: cuál era la razón de ese hombre estar sentado allí, si, tal como había dicho, no había necesidad de guardar el lugar de ocasionales visitantes. La curiosidad de Jaco iba en aumento. Se acostumbró a pasar frente a la casa, sólo para cambiar algunas palabras con el venerable anciano. Así fueron haciéndose amigos, hasta que un día Jaco le confesó al viejo que tenía un deseo incontrolable de entrar, pero sentía miedo. -"Pues bien, yo voy a acompañarte. Y será mi primera entrada en los últimos cincuenta años." Así ocurrió la primera visita de Jaco a la casa blanca. Primero pasaron por un corredor de techo bajo y abovedado, con rincones oscuros y cubiertos de telarañas, donde Jaco en algún momento creyó ver la sombra furtiva de algún animal pequeño escapando entre los capiteles barrocos de las columnas. Después de bajar una escalera de caracol que penetraba profundamente en los cimientos de la construcción, Jaco sintió el olor inconfundible de la vegetación. Pero para su sorpresa, el plan del constructor había sido diferente a como él había imaginado. En realidad, lo que él vio fue un espectáculo indescriptible. Frente a ellos se abría un enorme patio circular, que tendría no menos del tamaño de dos estadios de fútbol de diámetro. Jaco vio que la puerta por la cual ellos habían salido era apenas una entre muchas otras (más de doscientas, tal vez) que acompañaban la pared interna a lo largo de toda su circunferencia. Todas las puertas seguían el mismo padrón de arco con adornos barrocos encima. Y todas eran muy bajas. Jaco calculó que alguna raza de pigmeos debía haber habitado ese lugar, lo que atizó aún más su curiosidad. El techo era otra bóveda descomunal que se perdía en la distancia. Había ilustraciones gigantescas en toda su superficie, figuras amenazadoras con cuerpo y garras de ave y cabeza de mamut, todo bañado por una luz mortiza azulada, que no tenía foco definido y por eso daba a la escena un aspecto todavía más irreal. El detalle más inquietante, con todo, Jaco demoró en percibir: todo ese enorme espacio estaba ahí...¿para qué? ¿cuál era su finalidad? El viejo nunca respondía a estas preguntas. Parecía que despertaban en él un terror ancestral. Cada una de esas puertas era la entrada para un corredor, y sólo después de pasar por alguno de esos corredores, entonces sí, se llegaba al jardín, que parecía ser el centro de influencia de toda la casa. Tal como se podía esperar, así como todos los corredores daban al patio por dentro, también todos llegaban al jardín por el lado de afuera. La entera construcción circular estaba completamente rodeada por la vegetación. Más allá del jardín otro muro marcaba los límites de la fortaleza. Era ésta la pared que se veía desde afuera. Estaba toda llena de pequeños closets o nichos vacíos, que, según dijo el anciano, eran usados para guardar provisiones y medicinas. En otros tiempos la extraña mansión había sido sometida a prolongados sitios por parte de sus enemigos, por lo que fue preparada para ser autosuficiente por largos períodos de tiempo. Exteriormente la construcción era desprotegida por completo. Ni una cerca, un foso o cualquier otro tipo de obstáculo habían sido planeados por sus constructores, como si ellos supiesen que una invasión era imposible. "Durante los largos años de la guerra - explicó el heremita - jamás se supo de algún atacante que haya conseguido penetrar a través de estas paredes". Encima de la línea de ventanas (redondas, de acuerdo al padrón general de la obra) había otra línea de agujeros circulares menores, que tal vez fuesen posiciones de artillería para el uso de cañones, igual que en un fuerte. La visita se repitió otras veces aquel otoño. Jaco y su maestro se entendían muy bien y por eso el muchacho fue aprendiendo cosas cada vez más misteriosas acerca del jardín. Un día el viejo le dijo que tenía que mostrarle algo muy importante. Le avisó que iban a entrar por una puerta cualquiera, y que debía prestar mucha atención a los detalles. Avanzaron por uno de los corredores y desembocaron en el jardín. De la misma forma pasaron a través de otras puertas contiguas y el anciano siempre hacía la misma recomendación a su discípulo,

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- "preste toda su atención a los detalles. " Después de pasar por cuatro de las puertas, decidieron descansar. Jaco estaba sudando frío y con el rostro desfigurado por el espanto. Se sentó en el suelo y respiró, como sin poder creer lo que había visto. Percibió que todos los corredores se abrían a una parte del jardín que era siempre la misma, pero había algo inquietante, como mirar una secuencia de fotos del mismo lugar, sacadas en días y a horas diferentes. Entonces, el viejo comenzó a explicar: - "Esa es la realidad del universo, del tiempo y de la vida, muchacho. Cualquiera que fuese la puerta escogida, cada imagen sólo podría existir durante aquella mínima fracción de tiempo y no podría repetirse nunca otra vez. En realidad nosotros hicimos un único viaje y paramos en un único lugar. Yo quise mostrarte como lo que tú quieres llamar de realidad no es más que la suma de todos esos momentos sucesivamente. La realidad es formada por la unión de esos múltiples pedazos de cosas ocurriendo muy rápido, tan rápido que eso crea la ilusión de permanencia, de un todo continuo y coherente, por causa de la reacción muy lenta de nuestro cerebro." "Después que pasamos por la primera puerta", continuó ,"llegamos a una parte del jardín desde donde se podía ver un cuadro nítido: un picaflor va a clavar el pico en una ciruela, el niño mira con un dedo en la boca, una hebra de pasto se curva tímidamente para la izquierda, un gusano de seda sube por el tronco del limonero, donde una hoja deja rodar su sombra oblicua. Cuando entramos en la segunda puerta, unos metros después, llegamos al mismo lugar, pero ahora el picaflor ya enterró el pico en la fruta, el niño se sacó el dedo de la boca y su brazo comienza a describir un movimiento claramente descendente, la hebra de pasto recuperó su posición vertical y amenaza un giro hacia la derecha, el gusano de seda decidió cambiar su curso y ahora está atravesando el limonero, bajando por el tronco. La tercera y cuarta puerta nos ofrecieron otros momentos irrepetibles de la misma secuencia." El hermitaño extrajo una cebolla de la bolsa, también de piel, que llevaba siempre consigo. Y continuó: -"Todos esos diferentes cuadros que tú viste eran parte del mismo momento, como las capas de esta cebolla son todas partes de la misma cebolla. Pero ocurre que la cebolla de la realidad es muy diferente. También está formada por capas muy finas, pero ellas se confunden a veces, consiguen ocupar tiempos y espacios simultáneos, es como si estuviesen en dimensiones separadas. Igual que humo y neblina, que se penetran mutuamente sin que uno sepa de la existencia del otro. Además, esas capas son móviles, Por momentos muy breves pueden invadir los dominios de cualquier otra, confundirse, y en el segundo siguiente separarse para tal vez no producir nunca más ese fugaz click de la aproximación, el momento único e irrepetible. A veces resbalan, chorrean unas encima de otras, nuevas combinaciones son abiertas, el destino es dibujado y alterado a cada instante.Pero otras veces, por una simple ley de probabilidades, algo hace que dos o más de ellas coincidan en tiempo y espacio dentro de la misma dimensión, entonces algo imposible ocurre,un corto-circuito, cosas que no deberían encontrarse de repente confluyen, un coche avanza bordeando una montaña, a la derecha un precipicio, la capa-coche y la capa-precipicio corresponden a realidades incomunicables: no hay contacto, millones de años pasan y nada cambia. Un día, algo hace que las capas se toquen, un freno que no fue verificado, un neumático que explota justo en el punto más peligroso de la curva, un eje de dirección que no responde al volante, pueden ser algunas de las innumerables causas que provocan la chispa, el contacto, la capa-coche y la capaprecipicio se queman en el roce como materia aniquilándose con anti-materia, un coche y un declive, la existencia de uno excluye la misma idea del otro" Tan fascinado estaba Jaco con las historias del anciano que apenas vio, en la parte superior de una arcada bastante mayor que las otras, la inscripción "Kaspar Hauser". Interrogó al viejo a respecto del nombre. Éste respondió medio lacónicamente que era un homenaje a un muchacho desconocido que un día apareció en una plaza de Nuremberg en circunstancias misteriosas, que cosas muy bizarras habían hecho de su vida una historia de primera línea en los mayores periódicos del mundo y hasta en círculos científicos. Hasta que había aparecido muerto con un puñal clavado en el pecho. La importancia de la ciudad había crecido grandemente por causa de estos acontecimientos, por eso el prefecto decidió colocar su nombre en algunos lugares públicos, una plaza, una calle, y finalmente aquí, en la biblioteca pública de la ciudad.

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-"Yo no sé más detalles sobre la historia. Ya es en sí bastante triste como para continuar hurgando en ella. Pero si tú estás tan interesado, quién sabe no consigues más información aquí mismo..." -"La biblioteca pública queda dentro de esta casa?", preguntó Jaco. -"Claro. Todo el Universo está dentro de esta casa. Y todo el conocimiento humano está preservado en esa sala, que antes de recibir el nombre del ilustre desconocido, era llamada la Sala de los Antepasados." El viejo anduvo algunos metros silenciosamente a lo largo de una alfombra roja que ahogaba cualquier sonido. Jaco pensó que él se movía como una criatura de otro mundo, como flotando. Lo siguió cauteloso, a unos metros de distancia, atravesó la puerta y se sintió envuelto por una penumbra que tenía el mismo matiz azulado de la gran bóveda central. Vio las largas mesas y las sillas altas con respaldo macizo , como creadas deliberadamente para dar la impresión de que la sala estaba vacía. El polvo cubría todo, desde los libros en los estantes hasta los cestos de papel, desde el terciopelo apagado de los pasamanos hasta las arañas del techo, todo parecía yacer debajo de un manto de sombra. -"Kaspar murió porque quiso pasar por la puerta equivocada", dijo el hermitaño. -"Puerta equivocada?", respondió Jaco, sin entender. -"Sí -. Hay corredores que no deben ser usados, porque ellos alteran una secuencia. Existe una secuencia cierta para cada persona. Cuando ella es interrumpida, algo terrible va a ocurrir, cosas que no pertenecen al mismo plano son llamadas a coexistir, eso causa un desequilibrio en el conjunto." -"Y cómo hacer entonces para evitar las puertas equivocadas, cómo reconocerlas?", preguntó Jaco. "Siempre debes prestar atención a los detalles - fue la respuesta medio susurrada del viejo. Porque dentro de ellos están todos las posibilidades, todas las direcciones y todas las respuestas. Cada uno tiene que elegir. Pero debes tener mucho cuidado, es muy fácil deslizar de un puerta para otra, contigua o no. Muchos han entrado y se han extraviado de esa forma, como ocurrió con Kaspar." Jaco se había transformado en bajista casi por acaso, cuando no pudo continuar con la batería después de fracturar el pulso izquierdo en un partido de fútbol americano, todavía adolescente y ya viviendo en Fort Lauderdale, donde pasó la mayor parte de su corta vida. Un día decidió comprar un bajo eléctrico en una tienda de artículos usados, um Fender desvencijado, com la pintura saltada y algunos trastes faltando. Jaco decidió completar el trabajo, arrancó los trastes que todavía le quedaban al viejo Fender y así, casi sin querer, inventó el bajo "fretless". Eso es lo que dicen los críticos. Para mí, él simplemente inventó el bajo eléctrico. Para el resto de las personas aquello no era más que un instrumento. Para Jaco,en su visión alucinada, era mucho más: era un cofre secreto, lleno de sonidos que ningún ser humano jamás había escuchado. Hizo su instrumento sonar como una corneta, una mandolina, un caja de música, una orquesta entera. Desde hacía mucho tiempo aquel cofre de sonidos celestiales, estuvo esperando por quien vendría a abrir sus maravillas para el mundo....El mundo que no se había preparado para su llegada, y mismo así, él vino. Eran los años sombríos posteriores a la guerra, cuando las quinceañeras aullaban siguiendo las curvas sensuales de la cintura de Elvis. Todavía un adolescente desconocido, apareció un día en el ensayo de los Weather Report y le dijo en la cara al gran Joe Zawinul: "Yo soy John Francis Pastorius III y quiero tocar en la banda porque soy el mejor bajista del mundo", dejó su demo y se fue sin esperar la respuesta. Por la mitad de la década de 80, Jaco comenzó a presentar problemas mentales, los médicos lo llamaban "disturbio bipolar", un complicada expresión para explicar problemas de personalidad múltiple, generalmente asociado a una continua sucesión de momentos de tremenda euforia mezclados con otros de fuertísima depresión. Le dijeron que tenía la síndrome del pánico y le prescribieron algunos remedios. Al comienzo él experimentaba un vago sentimiento de desconcentración, con el tiempo empezó a sentir somnolencia, llegó a dormir en los ensayos. La sensación de adormecimiento pasó para sus manos, sus dedos, notó que estaba perdiendo la sensibilidad porque por momentos no sentía el contacto de las cuerdas. Hacía un esfuerzo tan enorme al tocar que sus dedos sangraban. Jaco comenzó a hacerse preguntas. Había algo en esa mansión que tenía que ver con él, que afectaría su propio destino, pero él no podía definir qué era. Junto con el avance de su demencia, le fue resultando cada vez más claro que había una conexión secreta entre su vida y la de Kaspar Hauser. ¿Qué hechizo inescrutable despertaba aquél nombre en su alma? Esa asociación lo llevaba siempre de vuelta al recuerdo del hermitaño. En sus momentos de lucidez a veces se acordaba con cariño del anciano de barba gris y cayado en la mano izquierda. Sentía un impulso irresistible de encontrarse de nuevo con aquel hombre santo y circunspecto,

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que le había enseñado tantas cosas.Tenía la impresión de que su maestro no le había contado todo a respecto de las puertas y el jardín. Un día, un pensamiento pasó por su mente como un flash: ¿No sería que el viejo le había dado los signos y él no estaba entendiendo? Sí...de repente se acordó de la biblioteca."Quién sabe aquí mismo", le había dicho el anciano. Comenzó otra vez a rondar la mansión de paredes blancas, como queriendo arrancarle una respuesta. Pero ya no había nadie en la pequeña entrada que daba acceso a la casa, que continuaba tan vacía y misteriosa como siempre, recorrida por los vientos que ululaban a través de sus puertas y ventanas abiertas. Entonces, un día, decidió entrar. Habituado a recorrer aquellas salas crepusculares en los años del viejo maestro, Jaco había conseguido trazar un mapa mental bastante aproximado del plano del lugar. Por eso no le pareció arriesgado ni le resultó difícil elegir la puerta, seguir el corredor, la baja bóveda, los capiteles, hasta la bóveda mayor con el rótulo encima:"Kaspar Hauser". Otra vez tuvo la impresión de que el tiempo había parado dentro de aquellos recintos. Luego de atravesar la puerta pasó por el escritorio de madera tallada de la recepción. Todo continuaba igual, todo se cubría de polvo y de tiempo. En los meses que se siguieron, la biblioteca se transformó en el centro de su vida. A veces, cuando terminaba su trabajo en el bar, iba directamente para la casa vacía y ayudado por la luz de una vela recorría de nuevo los interminables pasillos polvorientos, los ficheros que olían a humedad. Pasó horas revisando las páginas de la Kabala y los manuscritos de Ahl-Ruddhin, el monge loco que decía haber construído un vehículo con el cual podría viajar a las estrellas. Horas y horas de búsqueda acabaron rindiendo sus frutos. En un rincón oscuro de un estante que ya presentaba signos de podredumbre, una noche encontró un libro de tamaño mediano, hediendo a moho como todo lo que estaba guardado en aquel rincón escondido del tiempo. Era una vieja edición alemana, encuadernada en cuero, de "El enigma de Kaspar Hauser", de Louis Pauwels y Jacques Bergier. Su transformación fue tan incontrolable que ya no sabía diferenciar cuándo estaba en la biblioteca, revisando catálogos llenos de polvo o dando vueltas por las calles de la ciudad. Pero él no llegó a ver eso como una prueba de su creciente locura. ¿No le había dicho el viejo que toda la ciudad estaba contenida en esa casa? Jaco rasguñaba palabras y secuencias enteras de una lengua que apenas entendía. Leía y releía los pasajes y muchas veces tuvo la impresión de estar leyendo continuamente la misma línea, así como a veces pasaba por el mismo corredor repetidas veces sin darse cuenta. Con enorme esfuerzo fue reconstruyendo la epopeya de Kaspar, y así vino a saber que.......... "........había aparecido un día en una plaza de Nuremberg este muchacho de tal vez dieciseis, diecisiete años,vestido de campesino, con una carta en una mano y un pequeño libro de oraciones en la otra. La sucinta carta relataba cómo Kaspar había venido al mundo por error, pidiendo el favor de algún alma caritativa para tomar cuenta de él, porque su familia era muy pobre y no tenía recursos para ofrecerle una vida digna. La carta acababa con una recomendación concreta y estremecedora: -"Si fuese imposible tomar cuenta de él, mejor golpéelo hasta morir, o cuélguelo en la chimenea." Lo curioso es que Kaspar no conseguía articular palabras, se expresaba con sonidos como un animal, no sabía cómo usar sus manos, cuando intentaba andar, tambaleaba y caía como un bebé que aprende a dar sus primeros pasos. La dificultad en mantener el equilibrio poco a poco fue desarrollando una promiscua joroba, que recordaba vagamente la figura grotesca del Ricardo III de Lawrence Olivier. Los exámenes mostraban un desarrollo mucho mayor en el lado derecho del cerebro, lo que le otorgaba, en principio, una capacidad fantástica para la música. Sin embargo, las pocas personas que lo habían escuchado cantar, decían que era totalmente desafinado y no tenía la más mínima noción del tiempo musical. Fueron vanos todos los esfuerzos por encontrar una pista. El desconocido no tenía parientes o amigos, parecía no haber tenido nunca cualquier tipo de relación con alguna cosa viva, no tenía casa. El comisario descubrió por accidente su nombre el día que Kaspar garabateó unas letras deformes en un pedazo de papel="k....as....pr," había escrito, y cada vez que oía la palabra su rostro infantil se iluminaba. Como un cautivo que pasó años en una mazmorra oscura, no podía quedar expuesto a la luz directa del sol por mucho tiempo. Sus ojos comenzaban a doler, las pupilas se dilataban y la afable sonrisa se transformaba en una máscara de dolor. El muchacho parecía haber tenido una existencia terrible. Los médicos calcularon que su edad mental no iría más allá de unos tres o cuatro años. Le costó una enormidad aprender un pequeño vocabulario para poder comunicar cosas básicas, hambre, dolor, pero no tenía cómo expresar ideas un poco más complejas o pensamientos abstractos.

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Los estudiosos no conseguían entender la rapidez y sagacidad de sus respuestas, la velocidad fantástica para calcular, la pavorosa capacidad de entender fenómenos complejos de una forma casi infantil pero aferrada a la más estricta lógica. Kaspar era un cosa que no podía existir, al menos en este plano. Era un desafío a las leyes que sostienen nuestra comprensión del mundo. Los lugareños, impotentes para encontrar alguna explicación coherente, comenzaron a burlarse de él y de ahí pasaron a odiarlo, como se odia una cosa repugnante. Por eso algunos decían que bebía y que trataba así de olvidar la angustia de un destino infeliz, pero en realidad esos boatos, como muchos otros creados a su respecto, nunca fueron probados. Desesperado por encontrar alguna información sobre su origen, Kaspar fue un día atraído con engaños hasta los jardines de un castillo abandonado, en Ansbach, un pueblito cerca de Nuremberg, donde fue asesinado por el supuesto informante. El motivo del crimen nunca llegó a ser esclarecido. Fue encontrado con una cuchillada en el medio del pecho, todavía con vida, pero su salud deteriorada no resistió y murió tres días después..." Las reacciones colaterales provocadas por los remedios comenzaron a minar la sanidad mental de Jaco, junto con su cuerpo. Comenzó a beber, a consumir cocaína y a vagar por la ciudad como un paria, conviviendo con mendigos y vagabundos de quienes se haría amigo, tocando para ellos. Finalmente hasta los propios mendigos, al principio divertidos con sus historias, empezaron también a rechazarlo. Tal vez como consecuencia de las drogas junto con los remedios que tomaba para combatir la esquizofrenia, su cuerpo comenzó a curvarse por efecto del propio peso, parecía un deformidad maldita, que aumentó el desprecio y el rechazo de sus propios colegas. A veces aparecía de noche rondando las cuevas humeantes de opio y maconha del Bronx, hurgando en las latas de basura por restos de comida. Esa noche, como todas las noches, Jaco ya había bebido más de la cuenta. Salió de la biblioteca y después de devorar otra carrera de cocaína en el entrepiso de un predio en construcción, donde pasaba ocasionalmente algunas noches cuando no tenía donde dormir, anduvo dando vueltas por los rincones oscuros del centro, haciendo tiempo para llegar al bar donde tocaba esa noche. Fue y volvió por la misma calle sucia y húmeda varias veces sin percibir, se perdió por corredores donde prostitutas escondidas entre las latas de basura ofrecen una bocada a cambio de algunos centavos y un puñado de crack, paró varias veces frente al putero sórdido y maloliente donde debía presentarse esa noche con su banda. Pero había algo que no lo dejaba entrar. Creyó ver al viejo sentado en un rincón, al lado de la puerta. Apuntaba con su cayado para un lugar un poco más lejos, como queriendo decirle que esa no era la puerta abierta para él..."hay una secuencia para cada persona"...."algunas puertas no deben ser abiertas..." Mucha gente comenzaba a agolparse en la entrada. El boletero de impecable traje gris marcaba los tickets de los clientes, la señora del Ford gritaba con el motociclista que había estacionado justo detrás de ella y no le dejaba espacio para maniobrar, alguien llamó su atención para ofrecerle un cigarro. Después de un tiempo irreal que él no tendría cómo calcular, volvió la cabeza. No había casi gente en la puerta, el show estaba por comenzar, el motociclista había desaparecido dejando a la señora del Ford ahora finalmente en paz para poder disfrutar del espectáculo, pero algo no encajaba, un elemento diferente, un rostro desconocido, un mínimo detalle y toda la realidad se desmorona, los planos se confunden. Las tenues películas son agitadas por el soplo de una brisa invisible, una confluencia de cosas imposibles puede ocurrir en cualquier momento.... El cuadro ya había cambiado. El señor de gris había abandonado la boletería, ahora a oscuras (señal de que las entradas se habían agotado). En su lugar, bien en medio de la puerta, estaba parado un sujeto alto y fuerte, de músculos redondos y un pescuezo corto y macizo que parecía empujado a la fuerza para dentro del busto. Era el jefe de seguridad del local. Los frecuentadores habituales ya conocían a Jaco como a un vagabundo que acostumbraba molestar y robar las propinas que dejaban los clientes. Pero nunca ocasionaba grandes problemas, una limosna para comprar algunos gramos de crack, una bebida, ahí él quedaba satisfecho y se iba a vivir su viaje alucinado por el resto de la noche. El brutamontes comenzaba en el trabajo ese día, y no había sido advertido. Lo tomó por un provocador y le negó la entrada. Jaco estaba sucio, sudando, exhalando olor a alcohol y por su brazo bajaba un fino hilo de sangre, tal vez consecuencia de alguna aguja mal aplicada. Intentó forzar la entrada, suplicó,"que yo tengo que tocar, están esperando por mí", y el otro, que ya conocía de memoria esos agitadores de night club, imperturbable, "no, que aquí no entras, borracho". Vio de nuevo al viejo indicando la otra puerta, pero estaba tan embriagado que no percibió el aviso. En realidad, el club donde él debía tocar esa noche no era éste, sino otro, en la misma calle, un poco más abajo, 34


hacia donde indicaba el bastón del anciano. Sintió que estaba provocando el encuentro de cosas que no debían encontrarse. Todo confluía en él, el ciclo de la metamorfosis se cerraba. Él era Kaspar con un puñal en el pecho, era el jardín donde todos los caminos se cruzaban, y él, Jaco Kaspar Pastorius III, había elegido la puerta falsa. Ahora ya faltaban mínimos detalles para cerrar el círculo del destino: poco importaba si un puñal o un taco de billar rajándole la cabeza, si el jardín de Ansbach o la puerta de un burdel repugnante en una ciudad de nombre impronunciable. De lo que ocurrió a seguir, sólo existen versiones contradictorias, pedazos arrancados de una realidad fugitiva y desfigurada de tan manoseada, relatos fragmentados escuchados al pasar por testigos no mucho más confiables que los propios protagonistas. Algunos dicen que el gigante descontrolado empezó a golpearlo porque Jaco, totalmente perturbado por las drogas y el alcohol, lo insultó feo ante su negativa a dejarlo pasar, otros hablan de pura cobardía y venganza en su agresor (o agresores) , liberados por el exceso de entorpecientes, otros aún mencionan el ajuste de viejas pendencias con algún acreedor anónimo queriendo recibir su dinero de vuelta. Todas explicaciones inútiles, pérdida de tiempo, porque ninguna de ellas podría ahora traerlo de vuelta de aquel viaje, cuando rodó ya inconciente por los golpes hasta cerca del cordón de la vereda, "déjenlo que se muera, vagabundo", cuando lo colocaron en la ambulancia entre los gritos de la policía y la multitud que se juntaba atraída por un espectáculo excitante, el verdadero plato principal de la noche. Yo me enteré algún tiempo después por los diarios y por los relatos de algunos amigos,que había entrado en coma, que había pasado así nueve días hasta que los médicos abandonaron toda esperanza, y que, mismo después de la retirada de los aparatos, su corazón se resistió a parar todavía por tres horas. Fue enterrado en el cementerio de Queen of Heaven, Forth Lauderdale, una tarde de setiembre de 1987, cuando acababa de cumplir 36 años.

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