59 - La escalera

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DEL 23 AL 31 DE MARZO DE 2016

OPINIÓN |

REFLEXIÓN DEL CONSEJO DE HERMANDADES

GALERÍA DE ARTE

“Buscad los bienes del cielo”

Buda o cualquier otra figura religiosa con doctrina, es la creación de la armonía y la unión en el marco de la convivencia y la aspiración a la elevación de espíritu. Instituciones y personas, empresas y empleados, familias, amistades, conocidos…, todo un campo de CARLOS JORKARELI interrelación a diferentes niveles, muchos de ellos imbuidos en el fondo por el sentimiento religioso y, en muchos casos, de dudoso cumplimiento con los prinuando somos niños, siempre solemos tener cipios que su fe declara. No son tanto las formas, sino un referente, un ideal sobre el que gira des- el fondo lo que interesa. Habría multitud de preguntas que hacer y hacermesuradamente nuestra ensoñación y al que se a uno mismo ante la diatriba de comportamientos, nos gustaría parecernos. Seguramente, algunos niños tuvieron la oportuni- tanto individuales como colectivos, que sesgan decladad de disfrutar de aquellas películas que represen- radamente las atribuciones religiosas o humanizantaban a un Jesús de Nazaret adulto, inmerso en la re- tes que decimos defender. Los profundos contrasenvolucionaria visión del mundo que trasladaba con sus tidos en los que caemos, nos alejan de principios cuya palabras, signos y ejemplos, un referente de quienes externalización viene a hacer más patética nuestra realidad. Como actores con ojos grandes, boen nuestra propia quiabiertos y con las existencia, la palabra, rodillas peladas de “Habría multitud de preguntas que hacer y el sentimiento y el tanto salto, giro y ca- hacerse a uno mismo ante la diatriba de acto deberían ser uníbriolas alocadas, se comportamientos, tanto individuales como vocos, en un compensentaban ante la teledio de reivindicaciovisión en blanco y ne- colectivos, que sesgan declaradamente las nes tendentes a no gro para sentirse ma- atribuciones religiosas o humanizantes que permitir ciertas cosas. ravillados con aquél decimos defender. Los profundos personaje de pelo larVosotros y vosotras, go, túnica impoluta y contrasentidos en los que caemos, nos alejan que fuisteis desherede principios cuya externalización viene a maneras amables. dados de vuestra tieEn el trascurso de hacer más patética nuestra realidad. Como rra en guerra, que no los años, los cambios tenéis patria y acogipolítico sociales y reli- actores en nuestra propia existencia, la da, que la lluvia y el giosos, una vincula- palabra, el sentimiento y el acto deberían ser frio alimentan vuestra ción más laica de la so- unívocos, en un compendio de hambre sin pan, que ciedad y un aperturisvuestros hijos e hijas mo de los medios de reivindicaciones tendentes a no permitir sufren la ignominia comunicación visua- ciertas cosas” del poder de los injusles, quizá hayan diluitos que injustamente do aquella imagen se mantienen en el monocroma del ideal, trasladando éste a esferas más poder sin ver vuestro sufrimiento, de vosotros y vosoconcretas de confesión y verdadera fe en valores de tras será el reino de los cielos. Más aún, también haprofundo calado humanístico o religioso. brá de serlo el de la tierra. Sea como sea, un estudio mínimo de los llamados Aquél, de pelo largo y túnica blanca, que fuera des´libros sagrados´ no puede por menos de posicionar- poseído de todo y atávicamente sujeto a un madero nos ante una serie de bienaventuranzas proclives a la por la injusta apreciación del poder, no mereció nunhumana percepción del individuo y su relación con ca el dolor de los mercaderes de almas y fariseos en el prójimo. palacios de oropel al final de la película. Cuando citamos la palabra ´humana´ o ´humanos´ Por eso, como en una saeta al viento, hay que gricreemos entender, como acepción generalizada, aque- tar al unísono lo que dijera el poeta: “quien me preslla parcela que expresa la bondad, la justicia y equi- ta una escalera, para subir al madero y quitarle los cladad en el ámbito de las relaciones que se establecen vos a Jesús el Nazareno”. entre las personas. Tanto es así, que aquél ideal de túnica impoluta, no vendría sino a humanizar reglas de convivencia en planos de existencia transversal, en los que, independientemente de su relación con las alturas, fuera la humanización del ser lo que prevaleciera. Bien distante parece estar la realidad de aquella humanización, cuando desde las instituciones, tanto de corte nacional como internacional, no se tienen en cuenta los mínimos los valores éticos y de convivencia, no ya transversal, sino absolutamente vertical que sigue prevaleciendo entre los fariseos y los mercaderes de templos exentos de toda fe y lo que es más grave, la hipócrita actitud frente a lo que dicen defender. Siguiendo el sentido común, parecería lógico defender que la bondad ha de encontrarse en mayor medida en aquellas personas practicantes de una fe. Ninguna religión proclama la violencia en ninguno de los sentidos. Ninguna religión dicta la prevalencia de los más fuertes ante los más débiles, ni acicala la avaricia, ni defiende la injusticia. Las religiones, como compendio espiritual, han procurado en la mejor de sus lecturas, acercar las convivencias y fraternizar el género humano. Lejos de los sesgos e interpretaciones sectarias, lejos de las adaptaciones interesadas, el sentimiento espiritual que prevalece tanto en Jesús, como Mahoma,

a Pascua de la Resurrección es la fiesta de las fiestas. Si el domingo es en la semana el “día del Señor”, la Pascua de Resurrección es dentro del año la “fiesta del Señor”. Es la fiesta del Señor resucitado, vivo y presente en nuestra historia, desde su nuevo estilo de vida. Entró en la historia en carne mortal, como celebramos en Navidad. Esa carne mortal fue aplastada, maltratada por los que ejecutaron su muerte; pero por su resurrección afirmamos que sigue en la historia. Está en nuestra historia con un modo distinto de ser, ya no es mortal, y con una distinta presencia, ya no es visible; pero es el mismo Jesús histórico cuya vida, pasión, muerte y resurrección nos relatan los evangelios. La fiesta de la Resurrección, pues, es la fiesta en la que celebramos que con nosotros sigue Jesús. El que llamamos Cristo el Señor no fue un gran hombre cuya vida hemos de recordar e imitar, pero que pertenece a tiempos pasados, sino que está presente en nuestra existencia actual. Y está dándole sentido, razón de ser, y ofreciendo la promesa del triunfo definitivo más allá del dolor de nuestro peregrinar por el mundo y más allá incluso de la misma muerte: en Él hemos resucitado todos. El evangelio presenta la secuencia de los acontecimientos que permitieron la experiencia y la convicción de la resurrección de Cristo según S. Juan. La primera que ve el “signo” de la resurrección, el sepulcro vacío, es una mujer que se sentía profundamente agradecida a Jesús, María Magdalena. Ella será la encargada de alertar a los discípulos del sorprendente acontecimiento. Juan, el discípulo amado y Pedro corren al sepulcro, Juan llega primero, más joven, corazón más ardoroso, pero cede la primicia de la confirmación al que el mismo Jesús había nombrado al frente del colegio apostólico, Pedro. Pedro será quien, como vemos en la primera lectura, se atreverá a proponer a los judíos la impensable noticia de que el crucificado a la vista de todos, el que había perdido su vida en lucha con los poderes religiosos y políticos de este mundo, como lo atestiguaba su vil muerte, Dios lo había resucitado y le ha constituido en “juez de vivos y muertos”. Él es el anunciado por todos los profetas; él que garantiza que seamos perdonados ante Dios. Su testimonio es consecuencia de la experiencia indudable de que Jesús de Nazaret superó la muerte está vivo. Jugarse la vida por ese testimonio nos ayuda también a nosotros a fortalecer la fe en la resurrección de Cristo. Una condición fundamental para celebrar y vivir la Pascua es la que nos indica Pablo en la segunda lectura: que busquemos sobre todo de “los bienes del cielo”, que no nos asentemos en los de la tierra como si fueran definitivos. Los bienes del cielo son aquellos más fuertes que la muerte. Ahora los poseeremos con limitaciones, después de la muerte en plenitud. Son bienes eternos como el amor, la intimidad con Dios, la

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“El que llamamos Cristo el Señor no fue un gran hombre cuya vida hemos de recordar e imitar, pero que pertenece a tiempos pasados, sino que está presente en nuestra existencia actual. Y está dándole sentido, razón de ser, y ofreciendo la promesa del triunfo definitivo más allá del dolor de nuestro peregrinar por el mundo y más allá incluso de la misma muerte: en Él hemos resucitado todos” verdad, la comunión entre los que convivimos...etc. Otros bienes, “los de la tierra”, según expresión del Apóstol, serán bienes; pero desaparecen con la muerte –y no aseguran el cielo -: dinero, éxito social, placeres carnales...etc. Y lo que es importante: son aquellos bienes los que nos hacer ser lo que somos como personas humanas, los que nos definen como tales. Los segundos han de estar al servicio de los primeros: ellos solos nos llevan a vivir por debajo de nuestra condición humana, o contra ella. Seamos conscientes de que en medio de toda la miseria de nuestra existencia individual y social, existen valores que son los más auténticamente nuestros, los que aseguran nuestro triunfo definitivo; busquémoslos, disfrutemos de ellos. Son el amor, la búsqueda de la verdad, la experiencia de Dios con nosotros, el sentido de comunión con los otros. Si vivimos así hemos resucitado con Cristo.

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jorkareli@gmail.com


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