PANTA RHEI

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raptadas, mujeres muertas por las manos del macho, mujeres arrinconadas, mujeres sin dientes, mujeres sin piernas y sin brazos, mujeres jorobadas, mujeres cojas, mujeres ayudándose con algún pedazo de madero para poder caminar, mujeres sordas, mudas, ciegas, mujeres jóvenes, mujeres estragadas, mujeres cancerosas, mujeres gangrenadas, maduras, viejas, todas abandonadas cuando el macho no les pudo sacar mas provecho; también habían visto, a lo largo de todos los caminillos, de los senderos, de los desiertos y de las selvas, mujeres falleciendo, mujeres sin fuerzas, mujeres enfermas, mujeres mutiladas, mujeres sin derecho a comer, mujeres calvas, mujeres pariendo, mujeres leprosas, mujeres sifilíticas, mujeres con las piernas abiertas y con fetos muertos entre sus manos, mujeres sangrientas, mujeres lanzando al espacio sus desgarridos sin que nadie se ocupara de ellas, mujeres embriagadas, mujeres corriendo de un lado a otro por haber perdido la razón, mujeres gritando como mulas, mujeres calladas con la vista fijada en la nada, pues la vida les había siempre concedido la dádiva de la nada. También habían sido testigos presenciales de la otra imagen: mujeres gordas, flacas, bellas, bien formadas; mujeres de diferentes colores de piel, mujeres a momentos felices, mujeres trabajando, mujeres encargándose del funcionamiento de la cocina, de los hogares, de sus maridos exhaustos, mujeres lavando ropa y cantando, mujeres susurrando melodías ya olvidadas, mujeres frente al tocador acicalándose con polvos, colores, pinturas, perfumes, vestidos olorosos, mujeres usando pinceles, mujeres depilándose, mujeres con moldes en la boca, en los pies, en los senos, en las orejas, en las narices, para agradar y atraer a sus machos, mujeres con anillos pendiendo de diversas partes de sus cuerpos, mujeres matando víboras para defender a sus críos, mujeres preparando pócimas y brebajes para encantar a sus hombres, mujeres abriendo las piernas y gozando de las delicias del jardin del amor, mujeres caminando con las melodías silenciosas de su cuerpos para mostrar sus bellezas, mujeres encantadoras, hermosas, serenas, feas pero felices, armónicas, lindas, bonitas, preciosas, graciosas, virtuosas, amantes de un solo hombre, llenas de felicidad, dichosas, bienaventuradas, contentas, agraciadas; pero todas ellas eran una minoría. Alborada y Amanecer parecían no tener edad pues ni el tiempo ni el paso de los años tocaban sus cuerpos; ellas eran niñas sin edad y sus vidas contenían la sabiduría heredada de los milenios sin haberla pedido ni exigido. Alborada y Amanecer esperarían por sus padres hasta que estos llegaran. Estaban ansiosas de encontrarse con el tío y padrino Ernesto con quien les encantaba cambiar ideas y conversar hasta que el cansancio dominara al pobre tío y él pidiera tregua para ir a reponer fuerzas a su recámara. Alborada y Amanecer habían nacido abarrotadas y abigarradas de conocimientos y ninguna aventura les abatía. La naturaleza nos suministra y nos abastece, declaraba Alborada. Amanecer decía que el mal nunca les haría abdicar de la dignidad y del imperio de la naturaleza. Somos dulces como la miel de la abeja que ningún hombre puede crear, susurraba 85


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