Al cabo de un tiempo, sin embargo, el niño comienza a fusionar varios elementos incluyéndolos en un contorno común más diferenciado. Tanto el ojo como la mamá contribuyen a este desarrollo. El ojo se familiariza con la forma compleja que resulta de la combinación de elementos, hasta que llega a ser capaz de concebir el conjunto como una unidad. Una vez que se logra esto, el ojo controla con firmeza el contorno y guía el lápiz sin vacilación en torno de una figura humana, incluyendo brazos y piernas. Cuanto más diferenciada la concepción, tanto más habilidad se requiere en la aplicación de este procedimiento. En los niveles más altos del “estilo lineal”, los maestros como Picasso, por ejemplo, trazan un contorno que capta todas las sutilezas de músculos y huesos con segura precisión. Pero si se considera la base sobre la que opera el niño, se advierte que aun las aplicaciones más tempranas del método requieren coraje, virtuosismo y un sentido diferenciado de la forma. La fusión de los elementos en un contorno se ajusta también al acto motor que importa el dibujo. En la etapa del garabato, la mano del niño oscila rítmicamente por algún tiempo a modo de péndulo sin levantar la mano del papel. A medida que se desarrolla en él la forma visualmente controlada, comienza a trazar elementos claramente separados. La subdivisión del conjunto en partes netamente definidas resulta visualmente simple; pero para la mano en movimiento cualquier interrupción es una complicación. En la historia de la escritura se pasó de las letras mayúsculas claramente destacadas de las inscripciones monumentales a las curvas fluidamente unidas del trazado cursivo, en el que se admitió que la mano tuviera dominio sobre el ojo, para que se ganara así en velocidad. De modo similar, en el niño predomina con facilidad creciente el flujo contínuo de la línea. El caballo de la figura 133, dibujado por un niño de cinco años, tiene la elegancia de la firma de un hombre de negocios. El grado en que el dibujante permite que