La legendaria laguna de Paca

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la legendaria

Colecciรณn - Literatura ecolรณgica

Laguna de Paca

Jaime Quispe Palomino Judith Quispe Palomino

Editado por: Jaime Quispe Palomino

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La legendaria laguna de Paca



La legendaria laguna de Paca

Jaime Quispe Palomino Judith Quispe Palomino

Autor Editor: Jaime Quispe Palomino


La legendaria laguna de Paca Jaime Quispe Palomino Judith Quispe Palomino Editado por: Jaime Quispe Palomino Dirección: Jr. Bruno Terreros N° 1521 AA. HH. Justicia Paz y Vida - El Tambo - Huancayo

jaime-quispe@hotmail.con

Ilustración: Rosmery Quispe Anchiraico (Burbuja) ISBN: Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2017-02880 ISBN Marzo 2017, Primera edición

Tiraje: 1000 ejemplares

Impreso en: Editora Imprenta Ríos SAC Jr. Puno 144, Huancayo Marzo 2017 Editado e Impreso en Perú / Printed in Peru

Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización del titular de la propiedad intelectual.


Presentación En un medio ofuscado por el consumismo y la sobrecarga de la información existente, en un escenario de vorágines y turbulencias sociales que agobian a la humanidad y en el que el placer de la lectura se ha visto reducida a su mínima expresión, aparece la palabra renovada y refrescante de Jaime Quispe Palomino, con su anunciador mensaje de esperanzas para volver los ojos del mundo a nuestras esencias y deleitarnos con el paisaje infinito de nuestra naturaleza, a la que hay que mirar y admirar con perplejo embeleso. Esta su sexta entrega, “La legendaria laguna de Paca” me hace recordar que alguna vez sostuve que esta bella expresión hídrica de natura “es el espejo donde Dios se acicala diariamente” y está signada por el mismo sendero que fuera trazado en su primer fascículo “El nevado de Huaytapallana”, cual es exaltar las bondades que el Supremo Hacedor ha brindado al hombre rodeándolo de la poli7


cromía natural del medio y los ingentes recursos naturales que existen en él para su sobrevivencia, pero que, lastimosamente, por la voracidad del sistema existente, el hombre se ha propuesto a depredarlo, con angurria y egoísmo. Así podré decir del segundo fascículo “El lago Chinchaycocha”, y los demás fascículos… La palabra autorizada y serena de Jaime y Judith Quispe Palomino nos devuelve a una realidad que secularmente la hemos ido descuidando: nuestra naturaleza. Rousseau y todos los filósofos del jus naturalismo estarían de plácemes con la lectura de nuestro autor. He ahí uno de los merecimientos más notables de este trabajo. Pero no sólo eso, Jaime y Judith Quispe, con la sutileza propia de artistas, nos introduce el mensaje que, además de la contemplación embelesada del paisaje que nos rodea, es necesario hacer algo por su preservación, defender la intangibilidad de nuestros recursos acosados por la insanía del mercantilismo y la crematística. Y allí está el segundo valor de nuestra lectura y la segunda idea-fuerza que la hace atesorable. La rica experiencia que Jaime y Judith Quispe van acopiando en su pasión por contemplar la naturaleza y hacer de ella una obra de arte literaria, nos hace abrigar la idea que, más adelante, nuevas entregas suyas nos esperarán para deleitarnos con su verbo sencillo pero firme. Sencillo por valerse de situaciones dialogantes de personajes comunes del devenir diario para hacernos conocer qué piensa 8


el hombre de a pie y, firme, porque entregas como él nos hace esta vez, son llamados de atención para que propios y extraños otorguen un plus de valor a todo aquello que nos rodea y que se va perdiendo por la obcecada intención del hombre de arrasar inmisericordemente esto que llamamos la casa de la humanidad, que es nuestra naturaleza. Darío A. Núñez Sovero

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La legendaria laguna de Paca —Pase adelante señor —llamaba amablemente el orientador que se paraba en la puerta de uno de los tantos recreos que había en torno a la laguna de Paca. —Muchas gracias —respondió cortésmente don Próspero. —¡Bienvenido sea señor a este lugar! —saludó el mozo que atendía en el interior del recreo turístico. —Oh, gracias! —correspondió don 11


Próspero a tanta amabilidad. Don Próspero entró en los ambientes del recreo turístico de nombre Brisas de Paca; mientras bajaba la escalera de cemento, se le acercó un niño que muy animado le invitaba subir al bote. —¿Desea realizar un paseo en bote por la laguna señor? —preguntó el niño—. ¡No le voy a cobrar! ¡Es gratis!—incentivó dicho paseo. —¡Ah qué bien! —vio la preciosa laguna y la oferta que hacía el niño; pues sin pensarlo dos veces se animó hacer el paseo en bote. Caminaron hacia el bote unos doscientos metros pero antes tuvieron que pasar en medio de mesas, sillas y sombrillas que estaban instalados en el pantano. Al llegar al bote, don Próspero saltó con cuidado dentro de él para no caer en la laguna; aún así se meneaba de un lado a otro. Al subir al 12


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bote vio que ya estaban sentados varios turistas que, mientras esperaban a los demás tripulantes, jugaban con las aguas frígidas y de color verdoso de la laguna. —Buenas tardes señores y señoras, les doy la cordial bienvenida a este lugar turístico. El viaje dudará quince minutos, usted podrá tomarse las fotos que desea pero con cuidado y mientras viajamos le contaré la leyenda de esta laguna —el niño hablaba, los turistas escuchaban atentamente todo lo que decía. Habían transcurrido cinco minutos de viaje lacustre. —Ahora cuéntanos la leyenda —pidió don Próspero al niño que agitado movía los remos. —Está bien —se detuvo en medio de la laguna y empezó a contar. —Debajo de esta laguna está el antiguo pueblo de Jauja que ha sido cubierto 14


por el agua —empezó a narrar el niño. —¿Cómo es eso? —interrumpió don Próspero. —Cuenta la leyenda que Dios bajó a la tierra en forma de anciano —el niño despertó el interés de sus tripulantes que eran total doce. —¡Así! —exclamó don Próspero. —Aquél anciano tenía el aspecto andrajoso de un mendigo —continuó la narración sin detenerse en los gestos de admiración que ponía la gente— y para probar la caridad de la gente visitó el pueblo de Jauja y se acercó a cada uno de sus habitantes suplicándoles que le colaborasen con una limosna. »—Una limosnita, por favor —pedía Dios mendigo en el parque. »—¡No tengo nada! ¡Quítate de mí vista viejo apestoso! —le reprochaba la gente. »—Una limosnita, por favor —insistía 15


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el viejo en el ruedo de personas que estaban libando cerveza. »—¡Anda a pedir a otro lugar! —y le echaban cerveza en la cara. »—Regálame un platito de comida — el anciano se acercaba a la puerta de una casa. »—¡No hay nada viejo! —le gritaban desde adentro— ¡Lárgate y no molestes! —Pero qué mal para los hombres; pues no sabían dar una caridad —comentó indignado don Próspero. —Así es —afirmó dulcemente el niño—. No sabían que Dios mismo había bajado a la tierra para probar la caridad del pueblo arraigado profundamente en su religiosidad; era un pueblo de corazón extraviado en el egoísmo, la envidia, la lujuria, los crímenes, el incesto, la homosexualidad, el lesbianismo, las orgías, los bacanales, etc. Que resultaba la suma total de los males re17


unidos en un pueblo. —¡Ah caramba! —se sorprendía don Próspero. —Este anciano visitaba casa por casa y entre tantas encontró una humilde mujer que supo atenderle generosamente; creo que era la única de buen corazón en el pueblo, junto a sus hijos —continuó narrando el niño. En seguida, recordaba a los tripulantes del bote los detalles de dicho suceso. »—Este pobre anciano tiene hambre —dijo de sí mismo. »—Siéntate por aquí; veré lo que tengo para darte de comer —la buena mujer le hizo pasar a su casa, le invitó a sentarse, le sirvió la comida y habló amablemente con él. En la medida que iba comiendo el anciano mendigo se desvelaba el rostro divino de Dios. »—Muchas gracias —agradeció el Tai18


ta Dios. »—De nada —respondió consternada la buena mujer; pues acababa de darse cuenta que era Dios quién le pedía de comer y era al mismo Dios a quien daba de comer y beber. —¡Ohhh….! » —don Próspero se admiró de la leyenda que contaba el niño con tanta certeza. —Entonces, Dios le dijo a la mujer — siguió recordando el niño: »—Quiero que mañana, por la madrugada, salgas de este lugar y emprendas el camino por el paraje de Pichjapuquio porque este pueblo perecerá, sus habitantes morirán ahogados por la maldad y ninguno quedará vivo —sentenció el Taita Dios—. No quiero que voltees a ver los sonidos estruendosos de la turbación funesta porque aquél que quiera hacerlo es porque ansía el mal y morirá ahogado en el vómito de su 19


pecado —le advirtió. —Esta buena mujer emprendió el camino con sus hijos, uno caminaba de la mano y el otro cargaba en su espalda, tal como Dios le había indicado —el niño actualizó la conversación para el momento—. De pronto, Dios que había bajado al pueblo con rasgos humanos empezó a tocar la tinya que inmediatamente reflejaba en el pueblo los ecos estruendosos del llanto y rechinar de dientes de la gente que había sido sorprendida entre sus bacanales, orgías, injusticias, violencia y todo tipo de perversión. La gente moría en medio de la lluvia de fuego y azufre, así como de las aguas que descargaban los cerros y la lluvia torrencial que la sepultaron en un instante hasta quedar totalmente enmudecido. —¡Qué trágico final! —comentó don Próspero. —Así es —correspondió el niño. 20


—Y qué pasó con la mujer caritativa —preguntó don Próspero. —Ella volteó su rostro hacia atrás para ver curiosamente lo que estaba pasando abajo en el pueblo de Jauja y al instante quedó petrificada por la desobediencia — respondió el niño, siguiendo la trama del relato. —¿Existe algún vestigio de este acontecimiento? —preguntó repentinamente don Próspero. —Está en el paraje hualminsha; como actualmente se conoce —respondió el niño. —Qué significa hualminsha —preguntó don Próspero. —Significa mujer buena, generosa, bondadosa y fiel —respondió el niño, apoyado en la tradición quechua de nuestros antepasados. —Nos contabas que el pueblo fue cubierto por el agua y desapareció, ¿qué más 21


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sigue? — don Próspero retomó el hilo conductor de la narración. —¡Sí! —respondió el niño con prontitud—. Y desde aquél momento se formó esta laguna donde ustedes se encuentran navegando. —Eso quiere decir que estamos encima de un pueblo —se sorprendió don Próspero. —Así cuenta la tradición —respondió limitadamente el niño—. Abajo está la antigua ciudad y con ella están sepultadas todas sus riquezas. —¿Qué tipo de riquezas? —preguntó don Próspero. —Dice que en este pueblo vivía gente adinerada que en vez de dignificar su vida con el trabajo se dedicaban a las fiestas que no consistían exactamente en las manifestaciones populares de fe en Dios creador y salvador sino que aprovechaban la circuns23


tancia para desfigurar el verdadero sentido religioso; contradictoriamente terminaba en expresiones idolátricas, embriaguez, bacanales, etc. —narraba el niño con una pasión dramática que en su voz se entretejían los hilos del mito y la leyenda, realidad y verdad. —O sea, sus fiestas generaban desorden espiritual, moral y social —comentó don Próspero. Detenía bruscamente su comentario y reclamaba por el hilo conductor de la narración—. ¡Oye niño, no me has contado todavía sobre las riquezas que están sepultadas debajo de este lago! —¡Sí, ahorita te cuento! —respondió el niño, que había sido inundado por la extensión de las explicaciones y variedad de tradiciones que encierra dentro de sí la laguna de Paca—. Narra la leyenda que debajo de este pueblo había una Iglesia con una preciosa campana de oro que había 24


sido donado por un devoto; el sonido era tan fino que al momento de repicarla se expandía por todo el valle. Además de las campanas—continuó explicando el niño—, la gente tenía en sus casas adornos de oro y plata. —¡Y dónde están esos tesoros! —parecía muy interesado don Próspero, olvidando que era una leyenda. —Siguen en el mismo lugar —respondió inocentemente el niño—. Muchas personas han intentado sacar esos tesoros pero no han podido; inclusive, realizaron expediciones de rescate al fondo de la laguna pero todos ellos han fracasado porque está cubierto de lodo y algas marinas que se enredan entre ellas al punto de elevar el nivel de peligrosidad —continuaba entretejiendo la historia entre los hilos de la fantasía y la realidad. —¡Ah caramba! —exclamó don Prós25


pero—. ¡Entonces, tampoco yo me arriesgaré! —bromeó, a lo que todos los tripulantes del bote rompieron la concentración con fuertes carcajadas. —Otros, cuentan la leyenda que al paso de la caravana de llamas que llevaban oro y plata del Cusco a Cajamarca para incrementar el rescate del Inca Atahualpa, se enteraron de su muerte; entonces, decidieron arrojar los cargamentos de oro y plata en medio de la laguna para que no les fueran arrebatados por los conquistadores — comentó el niño. —¡Eso es cierto! —exclamó. —Así nos han contado nuestros antepasados —respondía limitadamente el entusiasmado niño. El niño continuó moviendo los remos del bote que en un tiempo, para facilitar el traslado, utilizaron motores a combustible que tuvieron que prohibirse porque el lago 26


se estaba contaminando y las truchas y bagres que había en el lugar se estaban muriendo. Además, estaban extinguiéndose las 38 especies de aves silvestres que habitaban en el lugar como la diversidad de patos lacustres y zambullidores, las parihuanas y flamencos, las gallaretas y las gallinetitas, la huachua y muchas otras especies más; también estaba reduciendo su espacio como casa de acogida para las aves migratorias como las gaviotas y los yanavicos. Esta vulnerabilidad a la que estaban expuestas las 22 especies de flora como la totora y el queñual, 38 especies de aves y 5 especies de mamíferos, por causas antropogénicas, han sido protegidas por un marco legal declarándose como el primer ecosistema frágil de zona alto andina. Mientras el bote regresaba lentamente sobre las calmadas aguas de la laguna de Paca, los tripulantes apenas podían ver 27


las aves que se deslizaban entre sus aguas y otros se escondían entre los totorales. Al llegar a sus orillas volvieron a sentir el movimiento del extenso pantano que le concedía el privilegio de ser un humedal de importancia nacional. —Esta laguna se está reduciendo — manifestó su extrañeza don Próspero. Es que los pantanos que son reservas de agua estaban siendo invadidas por los restaurantes y recreos turísticos que colocaban sus mesas y sombras de madera y calamina. —Tome asiento señor. Bienvenidos una vez más al recreo turístico Brisas de Paca —saludó cordialmente el mozo—. Aquí tiene la carta —y se retiró a atender otras mesas. —Muchas gracias —correspondió don Próspero, en seguida bostezaba de hambre y cansancio. Después de unos minutos, regresó el 28


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mozo para el pedido. —Qué va a comer señor —le solicitó. —Quiero una trucha frita —pidió don Próspero. —Alguna cosa más señor —preguntó el mozo. —Nada más —respondió don Próspero. —Algo para beber —insistió el mozo. —¿Qué tienes para beber? —preguntó don Próspero habiendo olvidado la carta. —Cerveza, chicha o algún mate —le expuso el mozo. —Me trae un mate de manzanilla — declinó su elección. —¡Ya!… —decía el mozo mientras anotaba el pedido en un papel. —Perdona, quiero hacerte un reclamo si no te molesta —don Próspero interrumpió al mozo. —No creo señor, pero, dígame —el 30


mozo aseguró no incomodarse. —Porqué colocan sus mesas en el lugar del pantano ya que es patrimonio natural de la nación; es una falta de respeto al medio ambiente —fue directo en su cuestionamiento; estaba sentado en un lugar alejado del pantano. —No sé señor, tendría que decirle al dueño. Yo solamente trabajo y me gano el pan de cada día —se justificó el mozo. —Pues que venga —solicitó respetuosamente don Próspero. —Es que no se encuentra aquí en este momento —se excusó el mozo. Así como éste, los otros recreos turísticos se extendían hasta los pantanos sin ningún propósito de conservar los patrimonios naturales que también se están extinguiendo por causa del fenómeno de recalentamiento global. El mozo se retiró y mientras degustaba 31


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la comida don Próspero, observaba la laguna a lo lejos y observaba las islas flotantes, los cerros cubiertos de vegetación, el cielo azul, el sol radiante y las nubes blancas como la nieve. De pronto, llegó una vendedora que le ofreció algunos recordatorios o souvenirs. —Casero cómprame llaveritos, lapiceros o alguna otra cosita que te guste en recuerdo de tu visita a esta laguna —le ofreció una humilde mujer. —No, gracias —denegó don Próspero. —Si llevas varios recuerditos te haré una rebaja. Primero, te cuento la historia de la laguna —insistía la buena negociante. —Está bien—dijo don Próspero y empezó a comprar algunos recuerdos de su visita a la laguna de Paca. —Pero, ya me han contado la leyenda del pueblo que ha sido cubierto por el agua —le advirtió don Próspero. 34


—¡Eso nomás…! ¡Yo te voy a contar más leyendas caserito! —respondió la negociante, alistándose para el repertorio. —¡Hay más! —no terminaba de sorprenderse don Próspero. —¡Hay bastante historia caserito! — respondió la negociante; mientras tanto, ella ofrecía sus productos y él escogía. —¡Haber, cuéntame lo demás! —le pidió don Próspero. —Dicen que aquí hay una sirena con cabellos dorados que sale a cantar en luna llena —dijo la negociante. —¡Así…! —quedó sorprendido don Próspero. —Lo que no sabes es que la sirena embruja con su belleza a los hombres infieles y los mata —contó con un tono serio de su voz que cualquiera le creería—. Así es que no le recomiendo acercarse a la laguna, menos de noche —recomendó la negociante. 35


—¡Ja, ja ,ja ,ja ,ja! —reventó de risa don Próspero. —También dice que por la noche, durante la luna llena, salen dos toros que braman, mostrando la larga cadena de oro que estaba atada a la campana —dijo la negociante. —Y por qué nadie los atrapa —preguntó don Próspero. —Porque el que quiera atraparlos termina ahorcado con la cadena —seguía contando la leyenda misteriosa. —Ah, pues, ya me desanimaste en ir a buscar la cadena de oro —respondió irónicamente don Próspero. —Pues no se atreva hacerlo —le advirtió entre risas la negociante. —¡Claro que no! —correspondió don Próspero por la jocosa advertencia que le acababa de hacer. —Esta laguna también tiene dos islas 36


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—continuaba convenciendo la negociante, más que contar la historia era por vender sus productos. —¡Ya la vi! —exclamó don Próspero— Es aquella que está por la parte sur de la laguna ¿cierto? —preguntó emocionado. —Sí, exactamente —le aprobó la negociante—. Esa se llama la isla del amor. —Y, porqué la llaman así —continuaba con la curiosidad don Próspero. —Porque van dos y regresan tres — respondió la negociante. —Ja, ja, ja, ja, ja —estalló a carcajadas don Próspero. —Y la otra que está al fondo se llama la isla del divorcio —indicó la negociante estirando el dedo índice. —¿Por qué? —ya en la pregunta se anticipaba a recibir una respuesta ocurrente. —Porque van dos y regresa uno; esto, porque el enamorado empuja a su pareja a 38


la laguna… —Ja, ja, ja, ja, ja —otra vez, descargaba su risa placentera. —Ya caserito, ahora qué me vas a comprar —la negociante comprometió las leyendas y la jocosidad con la venta de sus productos. —¡Está bien! Las comedias legendarias me convencieron para comprarte —le respondió. Mientras tanto, hacían el intercambio comercial y cultural. Definitivamente, estos mitos y leyendas, entretejidos por los hilos finísimos de la historia y realidad, basan sus narraciones en el contexto bíblico del exterminio de las ciudades de Sodoma y Gomorra y del diluvio universal. Terminado el almuerzo campestre, que tiene un estilo peculiar de disfrutar la gastronomía regional, se puso a caminar 39


por los alrededores de la laguna; pues el día tan agradable tenía la compañía de un clima incomparable. Don Próspero caminó hacia el norte en busca de las fuentes de agua que mantienen viva la legendaria laguna de Paca hasta la actualidad. Mientras caminaba se colocaba el sombrero en la cabeza y alzaba la mirada para contemplar los cerros que formaban la figura del indio dormido entre el cielo y la laguna, por el este; y por el oeste, los restos arqueológicos pre incas. Siguió su camino disfrutando paso a paso del fresco vientecillo de la laguna que refrescaba su rostro. Seguía el curso de la laguna, de sur a norte, hasta encontrar su origen. Pasó el pueblo de Paca y antes de llegar al siguiente pueblo de Pacapaccha se sentó en lo alto del cerro para contemplar otra vez al indio dormido; estaba tan cerca y frente a él que podría ver 40


la petrificada forma de su rostro y la masa musculatura que se fundía en medio de la naturaleza. Entonces se puso a contemplar su rostro y hablarle a través de unos versos: Te has quedado petrificado y el tiempo de ti no se ha olvidado. Cuantas veces has llorado y la lluvia tus lágrimas las ha disimulado. Tu voz potente se ha escuchado en el silencio de cada cerro escarpado. Testigo de nuestro pasado que nuestros ancestros nos han legado. Después de haber descansado, continuo su caminar por la voluminosa fuente de agua que desembocaba en la laguna de Paca; sus aguas bajaban vertiginosamente desde las alturas y se fundían lentamente en el espejo del cielo que a la luz del sol brillaba como si fueran estrellas del día. 41


Entonces se encontró con don Fidencio, hombre que trabaja la tierra de alba a ocaso, regresaba cansado a casa. —Buenas tardes señor —saludó don Fidencio que tenía el rostro endurecido por las inclemencias del tiempo. —Buenas tardes —correspondió don Próspero el respetuosos saludo. —Cómo te llamas —le preguntó don Próspero. —Fidencio —se presentó. —Yo me llamo Próspero—también se identificó—. Mucho gusto—y le dio la mano—. Me permites hacerte una consulta —retuvo a don Fidencio con su inquietud; pues estaba de vuelta a casa, después de haber trabajo durante el día en el rudo del campo de cultivo. —Sí, dígame —se expresó muy amable don Fidencio. —De dónde provienen las aguas de 42


este río que alimenta la laguna de Paca — preguntó don Próspero. —Viene desde Pichjapuquio —respondió don Fidencio. —Y dónde está eso —preguntó don Próspero. —¡Aquisito nomás! —respondió el humilde campesino Fidencio. —¡No veo! —afirmó don Próspero queriendo alcanzar ver con sus ojos que movía de aquí para allá. —Es que tienes que avanzar un poco más —le aclaró don Fidencio. —Cuánto tiempo significa eso —preguntó desconcertado don Próspero. —Una hora, más o menos —respondió don Fidencio—. Depende de la resistencia. Si vas rápido y no te detienes puede ser menos tiempo pero si caminas despacio y te detienes a descansar será más de una hora —especificó el largo camino que que43


daba por recorrer. —Entonces, no está aquisito nomás — le corrigió don Próspero al humilde campesino que estaba acostumbrado a hablar de largas distancias como si estuvieran cerca. —Tienes razón señor —decía don Fidencio como si sus palabras quisiera pedir disculpas a sus expresiones típicas del hombre que está acostumbrado caminar kilómetros de distancia, a través de los cerros. —Entonces, dígame de dónde proviene esta agua tan limpia —retomaba la conversación don Próspero. —De Pichjapuquio —don Fidencio le repitió el nombre del lugar—. Se denomina así por los puquios que están en las alturas, a varios kilómetros de este lugar. —Qué significa Pichjapuquio —don Próspero hizo paréntesis en la conversación. —Es una palabra quechua —dijo para 44


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empezar— Pichja significa el número cinco y puquio es la fuente subterránea de donde brotan el agua —explicó don Fidencio. —¡Ah…! Qué bonita denominación —expresó don Próspero, un hombre que no conocía el quechua. —Nuestros antepasados nos han contado que estas fuentes han quedado como testigos del diluvio que sepultó la antigua ciudad de Jauja que actualmente está debajo de la laguna. Eran muchas más, pero, son éstas las que quedan —volvió a traer a colación la legendaria narración. —¡Ah claro! —exclamó—. Precisamente vengo de allí —dijo embargado por la emoción. Mientras conversaban, vieron formarse un arcoíris en el horizonte que salía entre las nubes y se perdía en las aguas de la legendaria laguna de Paca. Eran, aproximadamente, las cuatro de la tarde cuando en lo 46


alto del cielo volaban bandadas de aves migratorias en dirección de la laguna; éstas regresaban de sus andanzas para alimentarse del agua limpia y descansar en los totorales que la madre naturaleza les tenía preparado. Hasta los pájaros del campo cantaban dulcemente en las ramas de los árboles para despedir el sol y recibir la luna, para anunciar el fin del día y el comienzo de la noche, para poner la melodía al ocaso y prepararse para cantar en el alba del nuevo día. Don Próspero era un hombre de avanzada edad que le encantaba contemplar la naturaleza. Él podía peregrinar hasta los lugares más recónditos del país con tal de sorprenderse con las maravillas de la creación. Al lugar donde iba encontraba dentro del patrimonio natural historias, tradiciones, leyendas, mitos, etc. de la cosmovisión andina que a su vez le daba identidad cultural. En este caso, no se trataba solamente de una 47


laguna sino de un bagaje cultural que guarda dentro de ella como tesoros que le dan valor cultural y ecológico. Después de haber terminado la breve conversación, don Próspero bajó a tomar algunas fotos a las orillas de la laguna de Paca. Al llegar a la laguna tomó la posición ideal a fin de tener un panorama general; para ello se desplazó cuidadosamente para no caer en el pantano y tampoco dañarlo. En medio de los totorales observaba a las aves que se juntaban para mantener el calor de sus cuerpos para afrontar la noche frígida. Don próspero se desplazaba en diferentes direcciones para obtener la mejor vista fotográfica. Llegó a una rinconada, por la falda de aquél cerro que se reflejaba como un espejo en las aguas serenas de la laguna; entonces vio un cúmulo de botellas plásticas vacías de todo tamaño y color, envoltu48


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ras vacías de galleta, chicle, caramelo, cigarrillo y trozos de madera que habían sido arrojadas seguramente por los transeúntes y visitantes; todos estos desechos fueron acumulados en sus orillas por el movimiento de sus aguas que ponían al descubierto la inminente contaminación antropogénica y llamar la atención por la promoción de una conciencia ecológica que pareciera que también se hubiese contaminado por el consumismo desmesurado, la cultura descartable y la industrialización. Eran las seis de la tarde y el viento frío anunciaba el desenlace de las escenas legendarias de la laguna de Paca; pero, el telón se atracaba cuando don Próspero se percataba que un canal de desagüe desembocaba en la laguna que enturbiaba su alegría, aún en el ocaso. Don Próspero dejó las huellas de su presencia en el lugar y un grato recuerdo de 50


su visita, a pesar de la contaminaciĂłn, llevando dentro de sĂ­ una aventura fascinante del encuentro con la naturaleza y como fruto del encuentro con la naturaleza saber que la soberana princesa Paca es testigo de los acontecimientos histĂłricos; entre ellos, la presencia de los wankaxauxas, la colonizaciĂłn, la siembra de la flor espiritual de la virgen del Rosario o mamanchic rosario.

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En un medio ofuscado por el consumismo y la sobrecarga de la información existente, en un escenario de vorågines y turbulencias sociales que agobian a la humanidad y en el que el placer de la lectura se ha visto reducida a su mínima expresión, aparece la palabra renovada y refrescante de Jaime Quispe Palomino, con su anunciador mensaje de esperanzas para volver los ojos del mundo a nuestras esencias y deleitarnos con el paisaje infinito de nuestra naturaleza, a la que hay que mirar y admirar con perplejo embeleso. Darío A. Núùez Sovero


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