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cronica

poesia

cuento

contenidos

PestaĂąas de araĂąa

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Vestido rojo

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Juguetes de motor

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Poemario: Devenir intacto

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Trasero ilegal

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cuentos.

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Pestanas de arana Ana Laguna

6 de febrero Hoy recordé el cuento sobre la migala de Juan José Arreola. Un hombre compra una araña venenosa y la suelta en su casa. Parece que ha tenido un desamor y decide suicidarse de esa manera lenta y cruel; no sabe en qué momento la araña lo atacará, no sabe si lo hará. Mientras tanto alimenta a su asesino, le sirve comida y a veces ­encuentra el plato vacío. Así, sabe que la migala ronda por su casa pero no sabe nada más.

Tiembla de miedo pero se flagela de esa manera, le resulta placentero.

Parece que es por su pena de amor.

Hice un cortometraje basado en ese cuento para la universidad. Llevé una tarántula a la casa. Hice que se la ­pusieran a la actriz en el cuerpo y grabé cómo le caminaba desde su abdomen hasta sus senos. Cuando iba a tocarle el cuello, la mujer comenzó a hacer caras. Hacía unos gestos muy extraños que yo no pude leer al comienzo. Casi no reconozco que lo que quería era que paráramos, que le quitara la araña cuanto antes.

Sintió miedo. Yo estaba fascinada, quizás por eso no quise entender, pero al final paré. A menudo me pregunto qué hubiera pasado si no me hubiera detenido. La imagen de la araña en su rostro iba a ser mucho

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más impactante, mucho más fuerte que la que obtuve. El corto, como es obvio, no es bueno pero a menudo pienso en ese día. ¿Y qué si no parara, si siguiera derecho, en todo lo que hago? Si por ejemplo saliera de esta casa y caminara derecho, corriera y no parara nunca, en ningún ­semáforo, en ningún precipicio.

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Vestido rojo María Fernanda Rodríguez

Tomó mi mano y me llevó. El vestido rojo que llevaba puesto iluminaba el pasillo por dónde íbamos caminando. Su silueta bailaba al compás del eco de sus tacones. Se detuvo y me miró por dos segundos.

Sonrió. Quiso decirme algo pero no lo dijo, sabía que estaba nerviosa, y yo también; sin saberlo, mis manos estaban sudando.

La habitación era negra con objetos blancos. Escuchaba la lluvia golpear la ventana, sonaba suave y me murmuraba que me quitara esa corbata que llevaba puesta. Diana estaba quieta pero me miraba desde el espejo, yo me hacía el que la ignoraba mientras seguía el consejo de la lluvia. Sus ojos me examinaban detenidamente y brillaban, sus dos pupilas brillaban mientras me miraban. Me di la vuelta y ella delicadamente quitó su mirada, se miró a sí misma y empezó a soltarse el pelo lentamente, ese pelo castaño largo que le llegaba hasta la cintura.

Sonrió y me miró directamente a través del espejo, esta vez me estaba mordiendo con la mirada, podía sentir cada pellizco en mi cuerpo.

El pantalón me apretaba y sentía calor. La lluvia empezó a golpear más fuerte la ventana. Dio cuatro pasos hacia mí y se quedó de pie mirándome, podía verme en sus pupilas, un hombre sediento de esa

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mujer. TocĂł mi pecho y empezĂł a desabotonarme la camisa sin quitar su mirada de la mĂ­a. Mi piel temblaba al sentir sus dedos quitar cada uno de los botones.

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Juguetes de motor Natalia Martínez

Estoy llorando como si me hubieran quitado mi carro de juguete favorito. Sin embargo, no logro recordar el porqué. Ya no me acuerdo cuáles palabras fueron las últimas que pronunció. Quizás tuvo algo que ver con nosotras o tal vez no dijo nada, ni eso puedo afirmar. Solo puedo sentir el líquido pegajoso y salado por toda la cara, innecesario, insignificante. ¿La conmuevo? Sigue mirando hacia otro lado, huyendo del sol, achinando más esos ojos rasgados que nada expresan.

“Pero por qué vas a llorar”, dice. Ella tampoco se acuerda qué dijo, al parecer, o no entiende mi dolor. Yo tampoco lo entiendo. Me gusta su boca, me quedo viéndola hasta que siento la vibración del celular y le digo que ya nos toca regresar a mi casa.

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poesia

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Devenir intacto Tarín Sánchez

I Nunca sabré si fue la suerte de tus manos o el destino de mi ser devenir intacto.

Penes erguidos de placer imaginaciones desnudas solo con añoranzas de estrechez.

II La rosa de los vientos nunca llevó a los navegantes tan lejos expectante milagro, elongación palpante, devuélveme el alma, que mi arqueada espalda no sabe guiar cuando otros dueños a la puerta han intentado tocar.

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cronica

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Trasero ilegal 4 Joaquín Tavares

—Oye, ¿te cuento una cosa? Mira que más de una vez he soñado que tengo una presencia extraña a mis espaldas. El lugar no es claro, solo sé que procuro no mirarla (por el miedo), pero finalmente caigo y me doy cuenta de que es un demonio.

—¿Un íncubo? —pregunto.

—No estoy muy segura, el hecho es que me domina hasta penetrarme desde atrás y lo raro es que, después de estar asustada en un principio, no tardo mucho en empezar a disfrutarlo.

—Antes solo me agradaba el sueño en sí —le comenté a un amigo mientras íbamos en su carro rumbo a un pueblo fuera de la ciudad— ; ahora es más bien una premonición. Como le conté, ella hoy en día está con el mismísimo Satanás (nos reímos).Y a la larga creo que la historia vale mucho más que un corazón roto. Que una muerte que me tiene buscando nuevas cosas, explorando espacios y tratando de vencer miedos que me han carcomido desde siempre —esto último me lo guardo para mí mismo, pero mi amigo muy bien lo sabe.

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—Que loco parce—me dice—, Sara ha tenido los mismos sueños.

Debe ser cosa de esas mujeres que nos gustan (a él y a mí), pienso yo.

Ambos hemos muerto por amor, we both have simpathy for the devil (the she-devil).

En algún punto, no recuerdo si por primera o segunda vez, si en el camino de ida o de vuelta, antes o después de contarle la anécdota, ese día o semanas antes por teléfono (mi amigo vive en México), le hablo de lo que he estado haciendo en su ausencia.

—Mire que fui al cine porno del centro parce.

—¡Washhh, re looocoo!, ¿con quién?

—Fui solo, jaja.

—Washhh, qué video, ¿y qué tal?

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