Destellos en el cristal

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Destellos en el cristal Internacional Microcuentista


Destellos en el cristal AntologĂ­a de microrrelatos de espejos

Internacional Microcuentista Revista de microrrelatos y otras brevedades

2013

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ÍNDICE Una invitación a cruzar el espejo

6

Destellos – Primera parte Al otro lado, Santiago Eximeno

9

La venganza del fantasma, Rony Vásquez Guevara

10

Cama con espejos, Isabel Wagemann Morales

11

Prejuicios, Leonardo Dolengiewich

12

Medusa, Antonio Tuya

13

Constatación, David Vivancos Allepuz

14

Eleanor Glanville, Beto Benza

15

El pez y el emperador amarillo, Antonio Cruz

16

Desaparecida, Lola Sanabria García

17

atodcènA, Ana Vidal

18

El duelo, Marcial Fernández

19

De monstruos y bellezas, Diego Muñoz Valenzuela

20

Punto de fuga, Agustín Martínez Valderrama

21

Identidades, Rocío Romero

22

Evasiones, Pedro Peinado Galisteo

23

Cuarta dimensión, Maite García de Vicuña

24

Simetrías, Rosana Alonso

25

Mala suerte, Marcos Rodríguez Leija

26

Espejo de baño, Miguelángel Flores

27

Boceto, Fernando Sánchez Ortiz

28

Separados e inseparables, Luisa Hurtado González

29

La diferencia, Julio Estefan

30

La ventana, Sandro Bossio Suárez

31

El “yo”, Manuel Espada

32

El espejo electrónico, José Luis Sandín

33

Casa de los espejos, Saturnino Rodríguez Riverón

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Paranoico afortunado, Fabián Vique

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El futuro es un reflejo, Mar Horno

36

Espejo, Harold Kremer

37

Valeria y los espejos, Sandro Walter Centurión

38

Espejos de vanidad, Amélie Olaiz

39

Sincronía, David Roas

40

El reflejo, Martín Gardella

41

De los reflejos, Édgar Ómar Avilés

41

Cruzando, Gabriel de Biurrun Baquedano

43

El espejo de azogue, Gemma Pellicer

44

Reflejo, Pedro Sánchez Negreira

46

Vecindad, Antonio Serrano Cueto

48

Espejo – Segunda parte A media ceja, Dominique Vernay Juillet

51

Reflejos – Tercera parte Cuestión de reflejos, Ginés Cutillas

55

Pastrana, Javier Perucho

57

Presencias, Nana Rodríguez Romero

59

Cuentos de infancia, Giselle Aronson

61

Sin imagen, Carlos Meneses

62

Añicos, Susana Camps

63

Esos enanos, Elysa Brioa Escudero

64

Rarezas de la reflexión, Esteban Dublín

65

Frío, Claudia Sánchez

66

El espejo, Ángel Olgoso

67

Reflexiones post delitus (xxiv), William Guillén Padilla

68

Reflejos del otro lado, Fernando Micros

69

Confianza rota, Carlos Alberto Vigil Vásquez

70

Ana ! anA, Javier Jiménez Domíguez

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Casa con fantasma, Humberto Jarrín

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Instrucciones de uso, Patricia Esteban Erlés

73

Mar adentro, Patricia Nasello

74

Persistencia, Dina Grijalva Monteverde

75

203, Ana María Shua

76

Abandonado, Víctor Lorenzo Cinca

77

Espejos IV, Juan Romagnoli

78

Última visita, David Figueroa

79

Ella buscaba un espejo, Rosalba Campra

80

Expejo, Lilian Elphick

81

Bloody Mary, Juan Manuel Montes

82

Fotofobia, Alejandro Bentivoglio

83

Lapidario, Sergio Gaut vel Hartman

84

La talega, Orlando Mazeyra Guillén

85

El deseo, Alberto Sánchez Argüello

86

El lunar, Henry Ficher

87

Las miradas, Umberto Senegal

88

Tres generaciones en pugna, Luisa Valenzuela

89

Incondicional, Elisa de Armas

90

Buena memoria, José Manuel Ortiz Soto

91

Al otro lado, Ricardo Álamo

92

El espejo desbordado, Javier Tafur González

93

Día 7 11:59, José Luis Zárate

94

El desconocido, Gabriel Bevilaqua

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Una invitación a cruzar el espejo El espejo, ese objeto mágico que nos permite duplicar la realidad, o escapar de ella, ha fascinado desde tiempos pretéritos a muchos escritores y ha dado pie a multitud de historias. De la mano de Lewis Carroll, Alicia lo cruzó para descubrir un nuevo mundo. La malvada reina le preguntó a un espejo quién era la más bella y la respuesta no fue de su agrado. Narciso, antes de caer y convertirse en flor, se enamoró de su imagen repetida en las mansas aguas. Los vampiros, por su parte, llevan siglos intentando en vano reflejarse en él. Incluso Perseo utilizó uno, en forma de escudo, para evitar convertirse en piedra. Y estos pocos ejemplos no son más que una breve muestra, una ínfima porción, de la influencia del espejo en la literatura. Sin embargo, pese a todo lo escrito, todavía hoy el espejo fascina a gran número de autores. Es por ello, entre otros motivos, que la Internacional Microcuentista ha decidido lanzar otra de sus antologías para reunir, en un volumen sin volumen, microrrelatos cuya temática es ese objeto cargado de un enorme poder de atracción. En esta breve antología, setenta y siete autores, de distintas procedencias y nacionalidades, se enfrentan al espejo. Cada uno a su manera. Cada uno con su estilo. Pero con una única condición: la brevedad. En esta recopilación, organizada —como no podía ser de otra forma— a modo de espejo, cargada de simetrías, se mezclan autores consagrados de microrrelatos con otros, noveles o inéditos, que luchan por hacerse un hueco en este breve género. Quizás, sin saberlo, unos sirvan de inspiración a otros; quizás unos sean el reflejo de otros.

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Aunque jamás hayan osado colocarse delante de un espejo, a medianoche, para repetir tres veces el nombre de Verónica, sean ahora valientes, no se corten y crucen estas páginas, este cristal, y accedan a un mundo plagado de fabulosas historias. No se arrepentirán. Comité Editorial Internacional Microcuentista

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Destellos Primera parte

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Al otro lado Mi hermana gemela cruzó al otro lado del espejo y desde entonces vive allí, atrapada para siempre. Me cuesta muchísimo maquillarme. Santiago Eximeno Madrid, España

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La venganza del fantasma Deprimido por no reflejarse en todos los espejos del mundo, decidiĂł desaparecerlos en desquiciada venganza. Los espejos siguen intactos. Rony VĂĄsquez Guevara Lima, PerĂş

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Cama con espejos A Don Gonzalo Rojas Reflejados infinitamente en los espejos de uno y otro lado de la cama, hicimos todas esas veces el amor. Isabel Wagemann Morales Valdivia, Chile

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Prejuicios Él pasa horas frente al espejo. Quienes no lo conocen, sentencian que es un tremendo narcisista. En cambio, sus familiares, todos vampiros como Êl, saben que solo es un simple e inofensivo esquizofrÊnico. Leonardo Dolengiewich Mendoza, Argentina

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Medusa El reflejo sigue siendo atroz. Estampada en el escudo, se puede calibrar mejor para acertarle el golpe definitivo. Cada vez mĂĄs cerca de cortarle la cabeza, me angustia pensar que mis manos sean de piedra. Antonio Tuya Lima, PerĂş

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Constataci贸n De todos los trabajos aburridos y mon贸tonos que uno pueda imaginar, no existe en el mundo otro comparable, cr茅anme porque lo digo por propia experiencia y con conocimiento de causa, al de ser espejo de Mr. Dorian Gray. David Vivancos Allepuz Barcelona, Espa帽a

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Eleanor Glanville En los últimos años de su vida, cuentan que todo lo que soplaba se convertía en mariposas de colores iridiscentes, metálicos, azules y verdes. Una mañana se puso frente al espejo y sopló fuerte. Al instante empezó a agitar sus alas y emprendió su vuelo por el campo. Beto Benza Lima, Perú

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El pez y el emperador amarillo Inmóvil, durante largas horas de cada día, el Emperador Amarillo contempla el espejo. El amanuense se pregunta por qué lo hace, aunque no se atreve a expresar su desconcierto. Ni siquiera puede imaginar que el Emperador Amarillo espera a que el pez despierte para que él pueda escuchar el rumor de las armas que nacerá desde el fondo mismo del espejo. Antonio Cruz Santiago del Estero, Argentina

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Desaparecida Descubrí una estrella de puntas irregulares. Rasqué un poco con la uña. La estrella perdió las aristas y se transformó en círculo. Lo cubrí con el dedo y noté que el cristal se ablandaba. Presioné y entró la yema. Metí un brazo, detrás el otro, después una pierna, y luego la otra. Todo mi cuerpo pasó al otro lado del espejo. Y encontré a la niña. Lola Sanabria García Madrid, España

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atodcènA Aquella mañana los reflejos se despertaron primero. Salieron en una algarabía de biselados, marcos de forja, de madera y dorados, algunos con la lamparita superior del baño aún colgando, otros con restos de pasta de dientes o te quiero al vapor. Afortunadamente, los retrovisores no atropellaron a nadie, desprovistos de ruedas, y todo quedó en una anécdota de espejos que ningún noticiario reflejó jamás. Ana Vidal Breña Baja, España

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El duelo Decidí jugar la última carta: compré una pistola para hacerle frente. De noche, en mi habitación, cara a cara y a pocos pasos el uno del otro, nuestros dedos, con nerviosismo, recorrían las fundas de nuestras armas. Mis gestos eran sus gestos. Su mirada era mi mirada. Entonces, levanté el revólver; le apunté a la frente; jalé del gatillo; pero todo fue en vano, la bala que salió del espejo fue más rápida que la mía. Marcial Fernández México, D. F.

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De monstruos y bellezas El monstruo llora frente al espejo de la feria de diversiones porque su imagen se deforma y adquiere una apariencia grotesca. La hermosa muchacha con ojos de océano mira divertida su figura horripilante en el mismo espejo. Ella descubre a su príncipe azul en el espejo. Él cruza una mirada de amor con la maravillosa monstrua. Se enamoran perdidamente, y desde ese instante viven felices, juntos: la bella, el monstruo y el espejo. Diego Muñoz Valenzuela Santiago, Chile

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Punto de fuga Justo lo adviertes tras cerrar la puerta. Antes de volver a entrar, salir, entrar, salir, entrar; a saber. Nunca sin dejar atrás el espejo que dejas atrás y que, otra vez, hallas sujeto a la misma pared de la misma pared de la misma pared. Aquí, allá, aquí y allá. Y así hasta detenerte en el umbral, de perfil, y mirar a un lado y a otro hasta descubrir que ambos en realidad sois uno, solo uno, a cada lado. Agustín Martínez Valderrama Gavá, España

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Identidades Desde que encontré a mi hermana en aquel pozo, me encuentro con sus ojos abiertos en el espejo. Claro que estoy triste y sigo llorando hasta quedarme dormida. Pero no es eso. Mi gemela me mira, parpadea a destiempo, me sonríe, finge que se lava los dientes cuando lo hago yo. Lo mejor de todo es que no me siento tan sola como cabría esperar. Meriendo junto a su reflejo en la luna del vestidor y charlamos como siempre. Lo peor es que mamá sigue llamándome por su nombre. Rocío Romero Santurtzi, España

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Evasiones Espejos que regalan al gigante una prestancia como de príncipe de encantamiento. Bien proporcionadas las extremidades; armoniosos los rasgos de la cara; desenmarañada la pelambre; remendadas y en almidón

las vestiduras

estropajosas;

acariciantes

las

palmas escarpadas; segadas las fosas nasales; recta la espalda y los hombros firmes; sonrientes los labios tristes; soñadora la mirada y hasta, se diría que insinuada, una enigmática aura de galán conquistador. Pero el gigante sueña despierto. Si alguna vez mira su reflejo en el remanso de un arroyo es para que la corriente se lo arrebate. Pedro Peinado Galisteo Madrid, España

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Cuarta dimensión Irene se peinaba mientras observaba su imagen reflejada en el espejo. Con manos hábiles, adiestradas por el hábito, colocaba cada rizo de su larga melena en el sitio más idóneo. Con cuidado, proseguía el ritual diario, maquillando la cicatriz de su barbilla para que resultara inapreciable. Eneri se peinaba mientras observaba su imagen reflejada en el espejo. Con manos hábiles, adiestradas por el hábito, colocaba cada rizo de su larga melena en el sitio más idóneo. Extrañada, se preguntaba por qué cuando se miraba en aquel cristal, la cicatriz de su barbilla se volvía imperceptible. Maite García de Vicuña Vitoria-Gasteiz, España

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Simetrías Todas las mañanas se miran, cada uno desde su lado del espejo. Sacan la lengua, se lavan los dientes, se afeitan, los días pares, y se peinan. Luego se observan durante unos minutos, se acercan casi hasta rozarse, se alejan, se dan la espalda y se marchan convencidos de que el otro tiene una vida mucho mejor en su lado, seguros de la felicidad del otro, envidiosos incluso, con la sospecha de que el uso de la otra mano genera una historia llena de éxitos y aventuras, justo la que ellos no tienen, siempre la que tiene el otro. Rosana Alonso Madrid, España

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Mala suerte Nunca creyó en supersticiones. Dos veces rompió espejos por accidente pero no le dio importancia a la supuesta maldición de siete años de mala suerte que trae quebrarlos. Manuel tenía dos vicios irremediables: el póquer y el alcohol. A eso atribuyó sus vicisitudes: su esposa le exigió el divorcio, llevaba ocho semanas sin empleo y estaba a punto de perder su casa por saldar una deuda de juego. Desesperado, una mañana el coraje lo invadió en el baño. De un puñetazo rompió el espejo del botiquín. Curiosamente no hirió su mano, fluyó sangre de su rostro fragmentado. Marcos Rodríguez Leija Tamaulipas, México

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Espejo de baño Cuando el espejo se empaña por el vapor de la ducha, dejo de verme. Se borra la pared de enfrente, el albornoz colgado, el secador. También la puerta del fondo, esa por la que se sale y se entra. Lo mismo ocurre cuando se apaga la luz, que todo se ausenta. Todo menos yo, que me quedo aguardando aquí, entre estas cuatro paredes alicatadas, a oscuras. Y espero a que vuelva a encenderse para verme aparecer por la misma puerta y entonces, volver a perder en un instante la noción de quién es quién, de cuál es el baño verdadero. Miguelángel Flores Sabadell, España

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Boceto Posa delante de mí. Dice: —¿Qué tal estoy? Y yo: —Preciosa. —No, en serio, ¿qué tal estoy? Y yo: —Preciosa. No es una historia en sí. Solo un acontecimiento que se repite una y otra vez frente al espejo de un camerino. Si el lector se esfuerza, puede deducir la narración anterior y posterior a este momento. Si se esfuerza, puede llegar a distinguir con nitidez su imagen en el espejo y a mí en el marco, a sus pies, mirándola con embeleso. Por desgracia, no hay tiempo ni especie que se esfuerce en leer y dice: —¿Qué tal estoy? Y yo: —Preciosa. Fernando Sánchez Ortiz Alicante, España

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Separados e inseparables La convivencia había sido larga y, con excesiva frecuencia, nada fácil. Un día descubrió en él la primera arruga, una minúscula pata de gallo; y tras esa muestra de dejadez y renuncia, se había propuesto dejar de mirarlo. Así, durante años, estuvieron vigilándose de reojo, evitándose, esquivándose, hasta que el tiempo surtió su efecto y aquel pliegue en la piel quedó olvidado. Ese día levantó el rostro hacia el espejo y buscó en él a su eterno y silencioso acompañante. La vida había dejado huellas en su rostro; parecía cansado; pero su reflejo le sonreía y su gesto era amable. Luisa Hurtado González Madrid, España

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La diferencia a Eliseo Diego, in memoriam Después de romper el espejo y asesinar a su dueño, la imagen ocupó su lugar en la casa, con su mujer y sus hijos. En el trabajo nadie notó nada, excepto yo. Hablé primero con nuestros compañeros de la oficina. Luego se lo dije al gerente: “¡No ven la diferencia! ¡Ahora es zurdo! Yo, que lo conozco de la escuela, les aseguro que siempre fue diestro”. Todos me miraban como si me hubiese vuelto loco. Nadie me creyó. Pero ahora comprendo. Escribo esto por si algo similar me sucede. En la oficina hay un número creciente de zurdos. Julio Estefan Tucumán, Argentina

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La ventana Los crímenes fueron espeluznantes. Las calles del tranquilo barrio se llenaron con cabezas rodantes, torsos mutilados, lagunas de sangre espesa. El delegado Volturno, experimentado sabueso del mundo criminal, entrevistó a un testigo clave. Se trataba de un dócil estudiante de medicina que vivía en el segundo piso del vecindario. —Es un hombre salvaje que usa capa —dijo este—. Sale por las noches con una motosierra silenciosa. Todo lo he podido ver por esta gran ventana. El delegado miró al muchacho con murria, con misericordia, y ordenó que lo apresaran: —Pobre —dijo después buscando la capa—. Cree que ese viejo espejo vienés es una ventana. Sandro Bossio Suárez Huancayo, Perú

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El “yo” Me quité las vendas cuidadosamente, como un pintor cuando retira la tela que cubre su obra maestra. Me habían operado para eliminar las horribles cicatrices de nacimiento que me produjo aquel parto tan traumático. Estaba guapo. Impresionante. Incluso me habían hecho un hoyito en la barbilla, a lo Kirk Douglas. Mi hija entró en la habitación entusiasmada. —¡Papá! —gritó. Cuando me giré hacia la niña, se quedó perpleja. —¿Te gusta mi nueva cara? —pregunté. Reconoció mi voz y rompió a llorar. Quise consolarla, pero salió corriendo. —¿Tú quién eres? —gimió antes de salir de la habitación. Miré mi nuevo rostro fijamente, rompí el espejo de un puñetazo y cogí el trozo más afilado. Manuel Espada Madrid, España

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El espejo electrónico Tras ponerlo en funcionamiento, jugó algunos minutos con el retraso de movimiento de su imagen reflejo. Milésimas de segundos, pero lo notaba. Y así, hasta que vibró una de las esquinas de la pared blanca del fondo y la alta definición de su cara se convirtió en cuadraditos. "Pixelado", le puntualizó la persona de atención al cliente. Le dijo que no se preocupara, porque esto se debía a la calibración del dispositivo, y en poco tiempo dejaría de notarlo. En efecto, a la semana vio que más personas habían comprado un espejo como el suyo y todos iban muy contentos, por lo que dio por zanjado el asunto de la reclamación. Más que nunca estuvo de acuerdo en que, después de todo, el humano es un ser fragmentario. José Luis Sandín Hermosillo, México

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Casa de los espejos Si usted se llama Narciso, adelante. Si se nombra diferente, pase. Aquí encontrará los espejos usados en Siracusa. Los speculum medievales. El de la malvada madrastra. El espejo de paciencia. El que Stendhal arrastraba por los caminos. Los de virtud. Con un poco de imaginación, hallará el espejo de Alicia, la maravillosa. Los abominables espejos de Borges, que junto a la cópula multiplican la cifra de hombres. Los espejos jázaros: el rápido y el lento. Tienen las puertas abiertas los feos, los bien parecidos; los ni una cosa ni la otra, entren. No discriminamos sexo, credo o color. Para que se vea tal como es; también tal y como no es. Gordos, flacos, altos, bajitos. Abierto para todos sin importar la edad. Abstenerse fantasmas y vampiros. No garantizamos imagen. Saturnino Rodríguez Riverón La Habana, Cuba

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Paranoico afortunado Desconfiaba de todo. Del mozo que le servía el café (¿por qué me mira así?), de la niña que bajaba por la escalera de la plaza con un paraguas en la mano (¿un arma?). Decidió abandonar el bar. Miró a todas partes y salió (¿qué está buscando esa mujer con la bolsa?), amagó ir hacia a la derecha y fue hacia la izquierda, estrategia de distracción imprescindible. Caminó por el casco antiguo de la ciudad (hay poca gente, eso parece mejor pero es peor), se detuvo en una tienda de regalos en cuya vereda había un espejo móvil. Sin darse cuenta de que lo que estaba viendo era su propio reflejo, juzgó al personaje definitivamente sospechoso. Desenfundó la 38 y le descerrajó cuatro tiros. Los vidrios estallaron. Del otro lado cayó el sicario que, escondido detrás del espejo, aprontaba su rifle para asesinarlo. Fabián Vique Morón, Argentina

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El futuro es un reflejo Extraños azares acechan detrás de carpas, carruseles y tómbolas de un parque de atracciones. Yo me solté de la mano y me perdí en la Casa de los Espejos cuando era pequeño. El tiempo se hizo largo allí y deambulé mientras oída voces lejanas. Me observé gordo, viejo, tuerto, flacucho, cúbico, amorfo, giboso, incluso elefante. Me rescató una vieja estrafalaria y antes de sacarme de aquel laberinto de lunas cristalinas, me regaló un espejito de bolso. —No lo pierdas, en él podrás ver por delante y no recordar nada por detrás. Así que pronto supe cuál sería mi profesión, qué zona de la ciudad se declararía urbanizable, el accidente que sufriría mi padre, con quién me casaría, el nombre de mis dos hijos y lo guapa que sería mi amante. Sin embargo, no podría asegurar que alguna vez no aumentara una dosis de somníferos, sobornara a ciertas personas o manipulara unos frenos. Mar Horno Jaén, España

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Espejo Cuando usted sale de su casa obsesionado con la idea de comprarse un espejo, se puede decir que ha dado por vez primera un gran paso en su vida. Pero si a más de dicha decisión descubre que no desea un espejo cualquiera, sino uno especial que se adapte a su temperamento, su carácter y su figura, se podría decir que usted sabe lo que quiere de la vida. Y si después de recorrer toda la ciudad, de pronto se descubre en un viejo barrio judío discutiendo el precio de un insignificante y carcomido espejo, usted pensará que la vida y el destino han sido pródigos al brindarle esa oportunidad. Y si al llegar a su casa con el espejo se va directo al baño, lo cuelga, lo cuadra y luego se mira durante un largo instante en él, tratando de encontrar su imagen que no aparece por ningún lado, entonces usted tendrá que aceptar la realidad de su muerte. Harold Kremer Buga, Colombia

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Valeria y los espejos Valeria me dice que lo último que vio fue la acostumbrada ingratitud de un rostro maltrecho por la noche, por los hombres, por los años, al fin y al cabo ese era su rostro. Entonces, sin querer, Valeria me asegura que fue sin querer, un par de lágrimas se le escaparon, como los años, y cayeron sobre su espejo, el que solía llevar en la cartera, el redondo, el de siempre, que tal vez de tanta lágrima que le había caído encima, esa noche terminó por quebrarse, de una buena vez, como su vida. Y sus restos quedaron esparcidos en la vereda. Desde entonces, dice Valeria que no ha vuelto a ver su rostro, que ya no le preocupa, que tal vez ya no quiere saber cómo la vemos los demás. Por eso se enoja y me ruega que no la mire a los ojos. Para no verse reflejada en los míos. Apaga la luz y adivino su cuerpo en la oscuridad. Sandro Walter Centurión Formosa, Argentina

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Espejos de vanidad Han salido manchas de vaho en el espejo y no se borran. Mi abuela, experta en cosas de otro mundo, dice que son ánimas atrapadas en un instante de vanidad. Asegura que debo tener precaución porque suelen poseer a quien las contempla demasiado. Dice que tengo el compromiso de traer un cura que les hable para que descansen en paz. En cuanto la abuela se marcha cojo mi bloc de notas y me siento frente a ellas para transcribir sus historias. Han salido manchas que parecen letras en las hojas. Mi abuela, experta en cosas de otro mundo, dice que son ánimas atrapadas en la vanidad de las palabras. Asegura que debo tener precaución porque suelen poseer a quien las contempla demasiado. Dice que tengo el compromiso de traer un cura que descifre pecados para que descansen en paz. En cuanto la abuela se marcha saco mis pinceles para ilustrar las letras. Han salido manchas que parecen ánimas en la pintura… Amélie Olaiz México, D. F.

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Sincronía Hace unas semanas mi espejo empezó a retrasar. Me había colocado ante él, como siempre, para afeitarme y tuve la impresión de que mi imagen no iba acompasada con mis movimientos. No me equivocaba: el espejo devolvía mis gestos con un ligerísimo atraso. Como era el único que había en casa pensé que iba a ser un engorro tener que afeitarme a ciegas, así que salí y compré otro que funcionase bien. Pero no he tirado el espejo rebelde. De vez en cuando siento la necesidad de sentarme ante él y comprobar si coincido, por fin, con mi reflejo. Pero eso nunca sucede. Y entonces cronometro cuánto tarda en aparecer mi imagen. Una imagen que viene del pasado (hoy el retraso es ya de una hora) y en la que me veo sentándome frente al espejo y mirándolo (mirándome) fijamente. El resto del espectáculo ya no me interesa: verme sentado ahí, inmóvil, durante muchos minutos resulta ridículo, y al mismo tiempo inquietante. Entonces me levanto y me miro en el otro espejo, donde todo está en sincronía. Y respiro feliz. David Roas Barcelona, España

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El reflejo Desperté de golpe sin saber quién soy. Una mujer duerme a mi lado. Es bella, pero ignoro quién es y cómo llegó hasta aquí. Tampoco sé donde estoy ni por qué me encuentro en este lugar. Me miro al espejo ubicado en una de las paredes del ambiente. Veo un rostro de ojos verdes que me resulta desconocido. Abajo, dos senos redondos, perfectos, y un par de piernas largas, infinitas. Observo atentamente a la dama que aún dormita, y me sorprende notar que tiene un cuerpo idéntico al que acaba de mostrarme el espejo. Ella abre los ojos y me mira con curiosidad. Luego, comienza a hablarme naturalmente, como si no le asombrara la situación, ni nuestra increíble identidad física. Me dice que mi nombre es Angelina, que tengo treinta y ocho años, y que deberé ocupar su lugar tan pronto como la enfermedad terminal que sufre acabe con su vida. Hasta que eso ocurra, ella me transmitirá todo lo que necesite saber, para convertirme en un reflejo exacto de su existencia. También me enseñará a amar al hombre que nos observa sonriente del otro lado del vidrio, su marido, mi futuro esposo, el artífice absoluto de su exitosa clonación. Martín Gardella La Plata, Argentina

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De los reflejos Corrí tan rápido que pude verme la espalda, entonces llegué a la orilla del mundo y me encontré conmigo de frente. —¡Con que ése soy yo! —me dije mientras asentía sorprendido—. ¡Quién lo hubiera imaginado! “¿Y los espejos?”, pensé de pronto, “¿qué es lo que he visto en los espejos?”. —Nunca creas en ellos… —me dijo serenamente aquel que no era sino yo mismo—. Solo guardan la mentira de seres que aspiran a un día ser reales. Y poco a poco te van robando la vida. Hasta que una mañana despiertas y al irte a peinar descubres que estás condenado a vagar tras los espejos en espera de una existencia. Él te eligió cuando eras niño y a ti te tocará elegir a otro pequeño. Me observé por largo tiempo, descubriendo mis formas verdaderas. Tras un silencio que se me figuró como de siglos, me despedí con una sonrisa muda, comprendiendo que los espejos son una forma del engaño. —Antes de beber agua, agítala, para sacarle los reflejos —me advirtió en un ruego. Regresé sobre mis pasos, corriendo, sabiendo que nunca, nunca más volvería a verme. Édgar Omar Avilés Morelia, México

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Cruzando Enormes fragmentos de espejo roto flotan a la deriva en un mar de mercurio. Dalma gatea extraviada sobre el cristal; una mano se le hunde en el líquido y la retira veloz, con asco, con rabia. Las gotas de mercurio retroceden desde sus dedos y caen de nuevo, pacientes, sabedoras de que volverán. Dalma gatea en círculos, en zig-zag, en vano. Hunde otra vez un dedo, un codo; hasta el hombro ahora. Su rostro descansa en el filo del espejo, y su boca roza el suave mercurio, que la acaricia, que la acuna. Dalma gira el rostro y lo introduce allí, despacio, con las manos apoyadas en una postura de leona sedienta derrotada. Y aspira, bebe, traga, esnifa el mercurio, que tarda en entrar pero vuela al seguir entrando. Sus brazos sienten el nuevo peso que la posee y la envuelve y la recorre hasta teñir de azogue las uñas de los dedos de sus pies. Plateada, conquistada, Dalma mantiene esa apariencia de bebedora de charca. Y entonces sopla, grita, escupe y vomita con todas sus fuerzas; hasta que el cuerpo de carne comienza a salir del disfraz de mercurio. Al otro lado, Alice, sentada en la hierba junto al lago, observa el agua hincharse, el surtidor plateado; ve salir una lengua larva que tantea el mundo nuevo, una boca crisálida que la sigue y la encierra; un cuello que pasa alrededor de la boca, una cabeza metamorfosis alrededor del cuello. Y ve a Dalma brotar, parirse marcha atrás en la superficie del lago con un suspiro de termómetro roto. -Diecisiete, conejo. Ya son diecisiete —dice Alice—. Están viniendo todos. Gabriel de Biurrun Baquedano Pamplona, España !

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El espejo de azogue Aunque sepa que la riña no va con él, no puede evitar sentirse implicado. No está muy seguro de su papel, pero en cualquier caso ha decidido dar su opinión para que nadie cuestione sus buenas intenciones: “Yo sólo soy un pobre espejo antiguo”, empieza a decir con la esperanza de llegar a captar, cuando menos, la benevolencia del lector. “Pero ya estoy cansado, harto, a decir verdad, de que ese uno y ese

otro

me

atribuyan,

sin

venir

a

cuento,

especulaciones,

reverberaciones y hallazgos brillantes que jamás ha sido mi propósito reflejar, ni ahora ni en el pasado, y que discutan como salvajes, como si les fuera en ello la vida”. “Me resulta humanamente imposible contentarlos a ambos. Sus desatados egos no permiten que ninguno quiera atenerse a razones; sólo la sugerente apariencia, cuyo brillo no puedo dejar de propagar, los seduce y convence. “Sabido es de todos que tengo un solo cuerpo de material bruñido por artesanas manos y mis aguas nítidas han buscado, desde siempre, reflejar la vida que acontecía ahí afuera con la mayor exactitud y fidelidad de que eran capaces, sin partidismos espurios, ni falsas lealtades de ningún tipo, sin prejuicios ni intereses creados que pudieran empañar mi servicio a la verdad y, con ella, al bien de los hombres. “Cuando fui creado, me dijeron que mi primer cometido consistía en reproducir la realidad sin pretender vanamente duplicarla, ni mucho menos suplantarla, deformarla o falsearla. Pero está visto que los deseos de un azogue viejo como yo de poco o nada sirven frente a !

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las caprichosas voluntades de los hombres. De veras que lo lamento, no lo saben ustedes bien, pero las cosas se han revelado así: en verdad tan sólo alcanzo a ser espejo de la fortuna”. Gemma Pellicer Barcelona, España

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Reflejo Después de catorce horas preparando un informe que le explique al Comité Ejecutivo qué hemos de hacer para mejorar “de forma sustancial y notoria” el resultado presupuestado para este ejercicio, llego a casa y descubro que no es la mía. Una mujer, que se parece a mi mujer pero que no lo es, me sonríe y me dice “Hola, mi amor”. Sin articular palabra, veo pasar a un veinteañero que me escupe un “¿Cómo estás, viejo?” desganado. Mi hijo tiene tres años, ¿éste quién es? Por el respaldo de un sofá burdeos que no he visto en mi vida se pasea un gato siamés que me clava sus pupilas envueltas en un azul desconfianza. Habrá olido que detesto a los gatos. “¡Murakami, sal de ahí! ”, oigo que le ordena —en tono maternal— la mujer que no es mi mujer, antes de apoyar sus manos en mis hombros y preguntarme “¿Te cambias y cenamos?”. Dejo mi abrigo sobre un sillón orejero —horrible, por cierto— y, al tiempo que deshago el nudo de mi corbata y tiro de ella con cansancio fingido, me pregunto dónde estará el baño. Decido aventurarme por el pasillo por el que se ha perdido el joven —que no es mi hijo— con la esperanza de encontrar un baño —aunque no sea el de mi casa— rogando que tenga una ventana por la que escapar sin tener que dar explicaciones, ni a esa mujer —que no es mi mujer—, ni al chaval —que no conozco, aunque me llame viejo—, ni a Murakami — aunque estoy convencido de que este maullaría de alegría si dijera que me voy—. Enciendo la luz del pasillo y el reflejo de los halógenos en un espejo inmenso me descubre adónde he de ir. Al entrar y apoyarme en la puerta que cierro a mis espaldas noto el sudor que me empapa cuando descubro que este baño no tiene ventanas. “¡Papá, que nos !

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morimos de hambre. Venga!”, me apremia el chico —que insiste en querer ser mi hijo— tamborileando con sus dedos en la puerta mientras pasa, supongo, camino de la cocina. Intento relajarme y pensar, pero me sobresalta un ruido agudo, extraño, que identifico como las uñas de ese gato —que no es mío— arañando el marco desde el otro lado. Me decido a abrir el grifo porque necesito lavarme la cara y es entonces cuando me veo en el espejo. El reflejo me devuelve a un hombre que no soy yo, que se me parece, pero que no. O sí, si entre esta mañana y ahora hubiesen pasado veinte años. Pedro Sánchez Negreira La Coruña, España

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Vecindad Seamos sinceros. A pesar de que siempre coincidimos en el ascensor, entre usted y yo no ha fraguado una verdadera relación de vecindad. No digo que no hayamos cruzado algunas palabras, pero, si usted analiza bien esos encuentros ascendentes y descendentes, nos hemos limitado a convenir sobre el estado del tiempo y a veces, como signo de variación, a cotejar el pulso horario. Todo ello impuesto por ese incómodo silencio que se apodera de los espacios demasiado estrechos, donde las respiraciones se tocan sin pretenderlo y las miradas se evitan sin lograrlo. No, ese no es nuestro caso. Nosotros jamás bajamos la mirada. Yo lo miro a los ojos y usted me corresponde, siempre me corresponde. Sin embargo, algo molesto, como una lámina de azogue, se ha interpuesto siempre entre nosotros. Y le confieso que en todos estos años, y muy especialmente cuando me correspondió por turno rotatorio ejercer de administrador de la finca, me hubiera gustado verle alguna vez en las reuniones de la junta de propietarios. Créame, son un buen termómetro de la temperatura del estado vecinal y un estupendo campo de cultivo de alianzas —y también de enemistades y sinsabores, por qué no decirlo— que surgen en la defensa o el rechazo públicos de una propuesta. Connivencias sobrevenidas en algún punto del orden del día con el oficinista del primero izquierda y la universitaria del cuarto derecha nos han allanado el camino para compartir más tarde otras actividades de la común convivencia, como las compras en el supermercado y el disfrute de alguna que otra velada festiva en las noches estivales del barrio. !

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Le digo todo esto y pienso que quizás usted sea de esas personas que desdeñan las juntas por considerarlas inservibles pero, no obstante, no renuncian a su derecho de exigir que el edificio funcione perfectamente. Lo admirable, lo que no deja de sorprenderme, es que sea usted tan semejante a mí en los perfiles humanos, y me cuesta creer que no podamos llegar a ser incluso mucho más que vecinos. Es posible que la solución sea romper la barrera que se empeña en separarnos, este maldito espejo que tantas veces nos acerca y otras tantas nos distancia en el ascensor. Antonio Serrano Cueto Cádiz, España

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Espejo Segunda parte

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A media ceja Mi espejo tenía erratas. Sin embargo, en él y en otros tiempos, se había mirado mi madre, para recolocar mechones sueltos del moño que llevaba pegado a la nuca como un bígaro a una roca, mi padre, para recortar sus cejas hirsutas que grapaban una mirada escurridiza, y nunca, que yo recuerde, se habían quejado de la falta de precisión de su reflejo. ¿Qué pasaba con aquel espejo o qué pasaba conmigo para que me viera equivocada? Un día, al salir de la ducha, me di cuenta de que me faltaba una ceja. Tenía claro que había entrado en una edad de hipérboles –mis orejas, nariz y orejas gustaban cada vez más de la exageración– de elipsis —mis labios, mínima expresión de lo que habían sido, subrayaban ahora sonrisas de paradoja— de eufemismos —con arrugas que surgían del alma— y, por todo esto, a cada día que pasaba me era más complicado encontrar la trama de mi cara en el vaho de una ducha. Pero perder una ceja era otra cosa mucho más seria: no se podía ir por la vida con el ojo derecho circunflejado y el izquierdo no. Después de intentar dar con la extraviada, me acerqué al espejo por si se hubiese colado a su otro lado; nunca había creído en el otro lado de los espejos pero la situación era grave: sin las dos cejas me iba a ser imposible sorprenderme o asustarme del todo y, con la de cosas inconcebibles que estaban ocurriendo en el mundo, habría necesitado mucha más sangre fría de la que disponía. Con la nariz pegada al espejo que poco a poco se iba desempañando, creí reconocer, en el fondo de no sé qué otra realidad,

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dos siluetas algo encorvadas y, agudizando el oído, me llegaron ecos de una discusión: —¿No habría que decírselo? —preguntaba una voz masculina de estilo indirecto. —¡Que no! —contestaba otra voz, femenina esta y de estilo muy directo—, se pondrá hecha una furia y seguro que me culpará de lo ocurrido. ¡Ellos, eran ellos! Mi madre, con su moño-bígaro y él, con su mirada escurridiza grapada a dos cejas más hirsutas que nunca, la izquierda sobre todo. Al extrañarme de un solo lado, la falta de concreción de mi cara molestó a mis padres que vieron en ella una clara muestra de indiferencia hacia sus personas. —¡Por supuesto que me alegro de veros! Pero tenéis que entender que con una sola ceja es normal que me extrañe, me alegre y me asuste a la mitad. Lo entendían y les dio pena verme tan vacía de contenido. Entonces, me contaron que lo de la ceja había sido un accidente: —Lo siento mucho, hija, pero somos muchos en este espejo y ayer, al recortarme la ceja izquierda, confundí la tuya con la mía — reconoció mi padre—. Ten paciencia, en menos de quince días te volverá a crecer. No podía salir de mi asombro ni de mi enfado y decidí tomar medidas para recuperar mi propio reflejo. Después de horas de discusión, mis padres y yo establecimos un horario que prometimos seguir a rajatabla. Ellos podrían ir y venir a su

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antojo de los dos lados del espejo, siempre y cuando lo dejasen libre de siete de la mañana a ocho, y de nueve a doce de la noche. Desde entonces no nos hemos vuelto a encontrar, pero algunos ecos de peleas que me son familiares llegan hasta este lado, y de vez en cuando, al peinarme, siento como el roce de una mano en la nuca, de una mano que intenta recolocar mechones sueltos de un moño que nunca tuve ni tengo ni tendré jamás. Dominique Vernay Juillet Asturias, España

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Reflejos Tercera parte

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Cuestión de reflejos Derrotarle no iba a ser empresa fácil. Así que, después de reunir cantidades ingentes de café y víveres en la habitación, coloqué el más cómodo de mis sillones delante del espejo. Antes de sentarme puse a prueba sus reflejos. La imagen reprodujo con extrema exactitud cada una de las muecas y extrañas coreografías que improvisé. Durante la primera noche tuve que ausentarme al baño, pero antes reorienté el espejo para poder verlo desde allí. Me pareció que apartaba la vista por algún extraño sentimiento de pudor. A pesar de ello, dos días después seguía invicto, repitiendo cada gesto y cada espasmódico movimiento. Yo estaba convencido de mi triunfo. Contaba con la ventaja de que a mi lado los alimentos eran reales. Sólo tenía que esperar. Cuatro días tuvieron que pasar hasta que detecté un segundo de retraso en sus movimientos. Emocionado, aparté el sillón y me acerqué a él. Dos globos rojos se estampaban sobre una barba descuidada. Di dos pasos atrás y comencé a levantar y a agachar simultáneamente los dos brazos. Cada vez más rápido. El reflejo intentó seguirme pero la coordinación le fallaba, hasta tal punto que a veces, incluso descansaba en sus rodillas para estudiar mis movimientos. Difería ya de forma clara pero quise que la victoria fuera aplastante, que fuera él quien se rindiera. Con la comida que me quedaba y el ánimo renovado, pensé que pasar una noche más no resultaría difícil. Pero me equivoqué y al amanecer me dormí por unos

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instantes. Al despertarme sobresaltado, busqué raudo la figura del hombre en el espejo. No estaba. Me acerqué a la fría superficie y al tocarla comenzó a ondularse como agua en un estanque. Me volví y descubrí al hombre que dormía plácidamente sobre mi cama. No dejé de vigilarle mientras cruzaba al otro lado. Ginés Cutillas Barcelona, España

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Pastrana ¿¡Qué si soy la mujer más fea del mundo!? ¿Acaso no se han visto por la mañana en el espejo? Pues háganlo seguido, así entenderán por qué me cepillo la barba, la cabellera encrespada y el crecido bigote. Las pilosidades también me crecen en demasía en recodos ignotos, pero eso a ustedes no les importa, ni les hablaré de ello, aunque sí les aseguro que tengo quien me atienda esas zonas, no sólo el zopenco de mi marido, sino también el domador, el acróbata y el contorsionista, pero ya estoy incumpliendo una palabra empeñada entre las sábanas. Pero ultimadamente, ¿a ustedes qué les importa mi vida entre colchones? ¿Que no me preguntaron?, entonces sigo con lo mío. ¿Se miraron cuando enjugaban su rostro en el lavabo? Yo lo hago cada mañana, durante el ocaso y cuando comparezco ante el inclemente insomnio. Nada les pasará cuando se miren. Después de contemplarse ya no querrán salir a la calle blandiendo el cuchillo, ni querrán guarecerlo en el pecho de su esposa, menos aún empuñar la espada para trozar al vecino escandaloso. Apenas me miro en el espejo entiendo por qué me endilgaron los motes de Mujer Oso, Hembra Lobo, entiendo entonces por qué ladro, aúllo o gruño mientras contemplo mi rostro en esa planicie cenagosa intitulada espejo, ese puro azogue que titila una belleza de otro tiempo. Esta beldad proviene de otras comarcas. En cuanto me ojeo, abandono la daga que me acompaña y plugo al señor que nadie se espante cuando vagabundeo por la calle, o que ninguna señora cuchichee en esa lengua de perros mientras la estilista me recorta el demasiado cabello.

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Si se asoma el temor en la pupila de los peatones, o bisbisean a mi paso, yo los maldigo: ¡Infelices, qué no se han visto ante el espejo! ¡Háganlo, Julia Pastrana se los encomienda! Cuando lo hagan, dispondremos de menos huérfanos, pocas viudas y entierros menos. Entonces entenderán que ninguna belleza los acompañaba, que debajo de su piel supura el odio contra sus semejantes. Entonces entenderán que aún no han aplacado ese maldito mal emboscado. La bella soy yo, se los digo a ustedes antes de que partan a sus hogares cuando termine la función. Y antes de que concluya mi acto les pregunto, ¿se miraron en el espejo por la mañana? Ya lo sabremos en el desayuno cuando el voceador pregone los muertos abandonados a la vera del camino. Javier Perucho Axolotitlan, México

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Presencias No tengo miedo de los espectros, Sólo son terribles los vivos, Porque poseen un cuerpo Marguerite Yourcenar No lo sabía. Apenas su imaginación si alcanzaba para abrir la ventana y escaparse con el olor que traía la brisa de las cuatro de la tarde, cuando el mar cambiaba de color y los gritos de las gaviotas y de los alcatraces de hacían más agudos. Habían transcurrido sesenta y cuatro días sin que le asaltaran las dudas y los fantasmas que le esperaban detrás de las puertas, entre los armarios y en especial cuando levantaba la colcha para entregarse al sueño. Aquella presencia que se movía por su casa, aquel olor que le paseaba por las mejillas, ese mirar hacia atrás como si alguien estuviese siempre mirándolo, acechándolo. Al comienzo lo tomó como un juego de niños que se emocionan ante la posibilidad de una casa con fantasmas. Luego pensó que era producto del cansancio y las tensiones de los últimos días. Después, ante el asedio, los ruidos y el constante olor a picadura fina que le despertaba como si un aire le rozara la cara, como si un beso o una caricia le traspasara el alma, terminó por acostumbrarse a esa compañía invisible que ya no le producía escalofríos, sino cierta tibieza agradable, dejándole de preocupar como hecho metafísico. Cierto atardecer de tormenta eléctrica un rayo quebró los espejos de la casa, formando charcos de imágenes quebradas. Entonces la !

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presencia desapareció, los ruidos se callaron, el olor de la pipa se desvaneció. La incertidumbre y la soledad se apoderaron de la casa. Pasaron sesenta y cuatro días. Vistió la casa con espejos nuevos para tener la sensación de compañía. Instantáneamente apareció de nuevo la presencia deseada. ¡Lo atrapaban los espejos! Nana Rodríguez Romero Tunja, Colombia

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Cuentos de infancia Solo ahora, mirando a través del tiempo, descubro por qué me gustaba tanto ir a lo de Doña Carmen, como llamaba mi madre a esa amiga suya a la que a mí me encantaba visitar. Durante años creí que la razón estaba en la torta de manzanas que preparaba especialmente por nuestra llegada, quizás porque, en la galería junto a la ventana de vidrios de colores, jugaba con la gata de Doña Carmen entre haces de luz que volvían todo irreal. O tal vez porque siempre nos llevábamos de vuelta un frasco de mermelada casera, también de manzanas, regalo de la señora. Sin embargo, recordando esas tardes, ahora ya mayor, descubro la verdadera razón que hacía que yo insistiera en acompañar a mi mamá en sus visitas. Doña Carmen había trabajado como empleada doméstica en la casa de Borges, durante algunos años cuando él era un niño. De esos tiempos, la mujer tenía numerosas anécdotas que repetía cada vez que yo se lo pedía: momentos especiales de su infancia, detalles de la casona, los gustos y rarezas de la familia. Pero había un relato en particular, uno mágico y misterioso que Doña Carmen dejaba como cierre final para cada ronda de historias porque sabía que era la que más me interesaba, la que me intrigaba. Yo escuchaba el tren de narraciones repetidas solo para llegar a la última: contaba que algunas tardes, cuando Jorge Luis leía en el jardín, a Doña Carmen la parecía oír la voz de la madre del niño —algunas veces en inglés— en un llamado curioso: ¡Jorgito, basta de leer por hoy. Vení ya y entrá al espejo! Giselle Aronson Buenos Aires, Argentina !

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Sin imagen Había comprado el espejo de mano en una almoneda de Rumanía. Se miró antes de pagar y se encontró bella. Cubrió el precio con satisfacción. De vuelta a casa colocó el espejo sobre un mueble de su alcoba y aprovechó para volverse a mirar. El espejo no reflejó nada. Disgustada lo dejó abandonado y prefirió mirarse en sus espejos antiguos. Sus relaciones maritales no iban bien y sus disgustos por esa razón eran continuos. Meses después volvió a intentar verse en el espejo rumano y ocurrió lo mismo, no reflejaba ninguna imagen. Lo maldijo, lo tiró al suelo, pero no se rompió. Prefirió no contar a su marido lo que ocurría. Las discusiones con el esposo iban en aumento, ella confió a una amiga que ya no lo aguantaba, que le amargaba la vida tratando de imponerle su voluntad. Sin proponérselo se volvió a encontrar con el espejo de Rumanía. Se miró en él, la respuesta fue la misma, lanzó una maldición, tiró el espejo contra la pared, tensa como estaba tuvo una nueva discusión con el marido, ella desesperada metió sus pertenencias en una enorme maleta, llamó un taxi y abandonó la casa conyugal. Meses más tarde halló el espejo en el forro de su maleta. Lo cogió con rabia, no pudo evitar la curiosidad de mirarse una vez más, lo que vio fue la cara de su marido. Al día siguiente ocurrió lo mismo, y las sucesivas consultas que hizo tuvieron igual respuesta. Volvió frenética a la casa de él. Lo encontró afeitándose, no le dijo nada, le disparó tres tiros, el hombre cayó ensangrentado al suelo y con la cara enjabonada. Se miró en el espejo y se vio muy bella. Carlos Meneses Lima, Perú

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Añicos Hipólito avanza por el salón tratando de evitar los cristales que siembran peligrosamente el suelo. Ni su único pie ni la muleta deben pisar unos fragmentos que le harían resbalar. No ha podido contener el arrebato de furia; ha muerto madame y, al entrar en el salón y verse reflejado en el bufé junto al que fue operado, al reconocer su cara envejecida por el dolor, ha lanzado la pierna ortopédica contra el espejo. Recuerda cuando le tendieron sobre la mesa. Recuerda la frase no te costará nada. Evoca el miedo en los ojos del médico: desde un ángulo secreto, desde donde todos creían que no alcanzaba a ver porque los candiles multiplicaban su luz y las dobles llamas cubrían casi toda la imagen de lo que estaba sucediendo, Hipólito supo del miedo de Charles. Sin embargo no se resistió. El olor a desinfectante lo llenó todo. Vio un bisturí y ahora el chasquido seco del tendón al ser cercenado resuena en su cabeza cada noche, como las palabras del farmacéutico. No tiene nada que perder: busca entre los triángulos de espejo esa mirada cobarde. En algún lugar, quizá en un destello apenas, pueda recobrar el fragmento de tiempo que le falta y recomponer la escena que le robó para siempre su vida imperfecta. Susana Camps Perarnau Barcelona, España

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Esos enanos Sé que estoy soñando, lo sé, pero tengo miedo. Desde que mi madrastra me regaló este espejo mis noches se han vuelto una pesadilla. Yo no lo quería en mi habitación, pero ella insistió. Ver el gesto de tristeza en el rostro de mi padre me llevó a ceder, no sería yo quién rompiera una armonía familiar que se sostenía en un suspiro. Decidió incluso la ubicación, en la cabecera de mi cama. Las primeras noches me despertaron las voces, una cacofonía sibilina que me erizaba todo el vello del cuerpo. Lo peor vino después cuando extrañas sombras se arrastraban desde su oscuro reflejo y rondaban alrededor de mi lecho, el terror colapsaba mis músculos impidiéndome la huida. Sé que estoy soñando, lo sé, pero estos siete enanos que han cargado conmigo hasta el interior del espejo, me aterrorizan. Que me miren fijamente, a través de la urna de cristal donde me han colocado, hiela mi sangre y agarrota el grito que quiere escapar de mi garganta. ¡Quiero despertarme! Elysa Brioa Escudero Valencia, España

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Rarezas de la reflexión A pesar de todas las invenciones que se han creado alrededor de los espejos, siempre me fue imposible dejar de pensar que cada vez que me alejaba del que adornaba mi pared, una vida paralela se desarrollaba detrás del cristal. Con el alba, y antes de que sonara mi despertador, corría hasta el baño a ver si lograba sorprender a mi otro yo en alguna de sus andanzas. Sin embargo, el resultado siempre era el mismo: una réplica exacta y simultánea de todos y cada uno de mis movimientos. Pasaron muchos años antes de que descubriera lo que me temía desde el principio, pero cuando ya había dado por olvidado el tema, pasó algo inusual. Una mañana, cuando miré mi rostro, me vi pálido, ojeroso, con esa imagen del sufrimiento que trae consigo el fantasma del desamor. Incrédulo ante cómo me veía, me acerqué y, sin advertirlo, leí labios de mi necio reflejo, que suplicaba desde su mudez: “Por favor, sácame de aquí”. Esteban Dublín Bogotá, Colombia

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Frío Yo sabía que ese espejo era un portal de entrada a otra dimensión. A veces, cuando me miraba en él, percibía como una onda a mis espaldas, como una ráfaga que quitaba el polvo de las cosas y dejaba todo más brillante. Nunca me había animado a tocarlo, pero podía sentir un calor que emanaba de él al acercar mis manos. Curiosa por naturaleza y atenazada por el duro invierno y el hambre de la guerra, decidí probar mejor suerte cruzando al otro lado. Primero

probé

con

una

mano,

que

saqué

rápidamente

comprobando que había tomado un leve color rosado y estaba tibia. Pensé que en aquel lugar definitivamente no hacía frío y seguramente tendrían comida. Crucé de un salto. No podía definir el lugar, pero allí no tenía hambre, ni sed, ni frío. Solo una sensación de paz y bienestar. Al volverme hacia el espejo, me asombró ver a una niña parecida a mí recostada en el suelo, cubierta de escarcha. Claudia Sánchez Buenos Aires, Argentina

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El espejo El barbero tijereteaba sin descanso. El barbero afilaba una y otra vez la navaja en el asentador. Clientes de toda laya acudían al local del barbero, abarrotándolo. El barbero manejaba las tijeras, el peine y la navaja con velocísimos movimientos tentaculares. Ser barbero precisa de unas cualidades extremas, formidables, exige la briosa celeridad del esquilador y el tacto sutil del pianista. Sin transición, el barbero despojaba a la nutrida clientela de sus largos mechones, de sus desparejas pelambres, señalizaba lindes en el blanco cuero cabelludo, se internaba en sus orejas y en sus fosas nasales, sonreía, pronunciaba las palabras justas, apreciaciones que sabía no serían respondidas, mientras los clientes miraban sin mirar el progreso de su corte en el espejo, coronillas, nucas, barbas cerradas, sotabarbas, patillas de distinta magnitud, luchanas, cabellos que planeaban incesantemente en el aire antes de caer formando ingrávidas montañas: el barbero nunca imaginó que el pelo de los cadáveres pudiera crecer con tanta rapidez bajo tierra. Ángel Olgoso Granada, España

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Reflexiones post delitus (xxiv) Después del asalto el hombre llegó muy cansado al lujoso hotel. Prendió la Tv, reposó la ametralladora detrás de la puerta y se dejó caer en la cama de colcha dorada. Cuando trató de ver las noticias algo le llamó poderosamente la atención: no se reflejaba en ninguno de los grandes espejos que cubrían las paredes de la habitación. Nada entendió hasta que dieron la primicia en el canal internacional: el asalto al Banco de Perú tuvo un trágico saldo de siete personal muertas, todos pertenecientes al grupo delictivo que intentó asaltarlo. El hombre ya no sintió angustia alguna, solo un vacío que lo desvaneció hasta acabar en el Infierno conversando con sus seis hermanos de lo dura e inesperada que fue la vida en la Tierra y de lo mal que en su nueva residencia se la pasaba, pues el único banco que allí había lo regentaba y cuidaba el mismísimo Satanás. William Guillén Padilla Hualgayoc, Perú

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Reflejos rotos del otro lado Él me mira con insistencia, pretendiendo que le muestre un destino que sólo está en su mano. Ella me mira con coquetería desde su manto de fresa del otro lado. Él se sabe ajeno en un mundo hostil que no le entiende. Ella se sabe centro de su propio universo. Él quisiera no ser él. Ella mantiene viva la esperanza de llegar a ser alguna vez. Él asoma sus ojos brillantes de miedo. Ella entorna los suyos. Él tuerce la boca en mueca agreste. Ella sonríe con la dulzura de la comprensión. Él alza el puño. Ella, la mano. Él descarga toda su rabia y yo caigo al suelo, estallo en mil añicos de mala suerte. Mil reflejos rotos de él se alejan en su cuerpo indeseado. La luz se apaga. Ella ha desaparecido y nunca existirá, y él continuará existiendo en la mitad cobarde de su vida. Fernando Micros Barberà del Vallès, España

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Confianza rota Y creí que era mi amigo. Todos mis secretos le confié. Pero hay cosas que solo el alma sabe. ¿Dónde fueron a pasar los mejores años de mi vida? Aún tengo sueños y me siento un niño. Ahora, frente a él, una vez más he liberado mis confidencias. Nunca esperé como respuesta un remedo. Le reclamé su ironía. ¿Cómo debí interpretar su silencio? Todo fue mentira. Tanto tiempo creí en sus lisonjas. ¿Por qué también él se ha sumado a los que de mí hacen escarnio? ¡Cuántos necios van por la vida creyendo que el mundo es tal como lo ven! El limón no es agrio hasta que lo pruebas. Había cosas en mí que no conocía. Mi ira, por ejemplo. Estrellé mi puño en su burlona mueca y, aún herido, me destrozó la mano. La confianza ya quedó rota. Mañana tendré que comprar otro espejo. Carlos Alberto Vigil Vásquez Chota, Perú

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Ana ! anA A los veinticinco años tuve una hermana gemela. Todo empezó una mañana en el cuarto de baño, delante del espejo. Se negó a pintarse los ojos y vestirse con la bata azul. Se puso terca. Yo me marché al trabajo en la fábrica de conservas y ella se quedó diciéndome: “No quiero envejecer igual que todos”. Desde entonces ha llevado su propia existencia. Dado que somos gemelas, no hemos necesitado hablarnos para saber cómo nos iba la vida. Supe que viajaba mucho y que de vez en cuando pasaba por casa, pues me encontraba cucharillas de ciudades de diversos países y alguna postal sin escribir. También la biblioteca se fue llenando de libros de viajes. Ahora, con sesenta y cinco años nos hemos vuelto a espejear en el envejecido cristal. “No has cambiado nada”, me dice. “Pues yo a ti no te reconozco”. Javier Jiménez Domínguez Madrid, España

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Casa con fantasma Esta casa es muy singular, y al contrario de mi inicial propósito — movido quizá por alguna antiquísima razón vengativa de la cual ya no me acuerdo—, he terminado por quererla. Hay que ver las horas sin control —cercanas a la eternidad— que paso en el Cuarto de los Relojes. Como ellos, igual debió latir mi corazón en plena madurez. Hay que ver lo bien que me siento en el Cuarto de la Flores. Así de lozana y perfumada debió abrirse mi juventud. Pero claro, cuando llego al Cuarto de los Retratos, a pesar de lo divertido que resulta siempre mirar las circunspectas generaciones que han pasado, ya comienzo a inquietarme, y como por naturaleza le temo a los fantasmas, por acto reflejo cierro los ojos cuando por alguna razón tengo que pasar por el Cuarto de los Espejos. Humberto Jarrín Cali, Colombia

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Instrucciones de uso Su primera mujer, la que lo dejó viudo del pie derecho, me fue dando instrucciones desde el espejo del baño. Al parecer se había quedado a vivir allá adentro y él me dijo que debería acostumbrarme a lavarme los dientes bajo su atenta mirada. Como comprenderás, no puedo decirle que se vaya ni cambiar de espejo, me explicó encogiendo los hombros, qué descortesía. Así que el día de mi boda ella estuvo allí todo el tiempo, indicándome cómo debía pintarme los labios y aconsejándome que utilizara unas cuantas horquillas más para ajustarme el velo. Cuando pensaba que ya no podía ser peor, extendió su mano de muerta enguantada por encima del lavabo y me pasó una liga, a través del cristal. Algo prestado, querida, para que tengas mucha suerte. Patricia Esteban Erlés Zaragoza, España

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Mar adentro El agua no tuvo relación alguna con el horror que la dejó como única habitante de la casa, sin embargo, “falta agua” es lo que escribe ella con mano temblorosa y gesto vencido. Él la observa repetir una y otra vez la misma expresión, sudar en el cuarto celosamente clausurado, debilitarse; cada partícula del cristal que lo constituye tiembla: la ama desde que era una niña. Una ráfaga fría le revuelve el pelo, atónita, levanta el rostro. Donde el espejo debería mostrar su imagen está el mar, varias gaviotas quiebran la línea del horizonte disputándose unos restos miserables. Como quien se encuentra a pocos pasos del borde de un acantilado, hacia ese mar se dirige con una agilidad que supuso perdida. Patricia Nasello Córdoba, Argentina

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Persistencia La compra con todos sus muebles antiguos. Despierta su curiosidad el hecho de que hubiera durado tantos años sola y así se entera de que tras la muerte de la joven recién casada, el marido no quiso saber nada de la casona, herencia de sus padres. Cuando finalmente se la entregan, todo luce impecable. En la acogedora alcoba, llama su atención el enorme espejo frente a la cama, cubierto por un paño de seda. Al levantar el lienzo, el espejo refleja unas sombras extrañas, tal vez necesita una limpieza, murmura. Después de limpiarlo, las sombras de convirtieron en la imagen de un crimen: el antiguo dueño estrangulando a su esposa. Dina Grijalva Monteverde Culiacán, México

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203 Nada de gestos grandilocuentes, de espectaculares rebeldías: sabiamente sutil es la venganza del espejo. Consiste en minúsculas pero constantes modificaciones en esa imagen que creemos nuestro mero reflejo y que en realidad reflejamos. Una mañana notamos cierta debilidad, cierta fatiga en la comisura de los labios. Otro día descubrimos que pueden verse, aún con el gesto en reposo, un par de finísimas líneas que parten de los lados de la nariz hacia la boca. Esos cambios, que comienzan en la imagen del espejo, se proyectan inmediatamente sobre nuestro cuerpo. Algunos (los que no admiten la aguda sensibilidad moral de los espejos) creen envejecer. Ana María Shua Buenos Aires, Argentina

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Abandonado Un despertar abrupto en una cama desértica. Dos párpados que se abren con pereza y miedo. Un recuerdo de ayer que aún duele. Dos pies descalzos que bajan de la cama. Un espejo, enorme, en el rincón del dormitorio. Dos tipos ojerosos, despeinados, en pijama, que se miran con lástima, frente a frente. Una absurda idea que se cristaliza, que corta, que parece arreglarlo todo. Dos pasos hasta el cajón de la mesilla y una mano que aferra el arma antes de situarse de nuevo delante del espejo. Dos pistolas apuntándose a la sien. Un disparo. Un cuerpo que cae. Otro que huye. Víctor Lorenzo Cinca Balaguer, España

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Espejos IV Creo que el espejo del baño me refleja tal como soy más por costumbre que por lealtad hacia la ley de refracción. Yo mismo no soy más que una costumbre: cuando me acerco al lavabo para higienizarme, el espejo está ahí y doy por sentado lo que reflejará: mi cara, mis gestos, mis señas particulares. Pero a veces, en esas mañanas en las que me siento raro, ajeno, y no me reconozco, me doy cuenta de que el espejo se toma su tiempo, unas fracciones de segundo, para reacomodar la imagen. Como si, para estar seguro, tuviera que ponerse los lentes; mis lentes. Juan Romagnoli Buenos Aires, Argentina

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Última visita Estaba nerviosa, intuía que iba a aparecer de un momento a otro, nunca avisaba sus visitas, pero yo siempre las presentía. Hacía algún tiempo que no venía, pero las heridas que me dejó su última aparición aún estaban abiertas, la verdad es que desde la primera vez que se inmiscuyó en mi vida nunca se habían cerrado. Me escondí en un rincón de una habitación secreta y permanecí inmóvil, casi sin respirar, apretando los párpados con fuerza. Y ella estaba allí, esperando con una mueca burlesca a que yo abriera los ojos, y me encontrara con los suyos, a través del espejo. David Figueroa Cali, Colombia

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Ella buscaba un espejo Ella suele aparecerse a los vendedores de los mercados dentro de un sueño con columnas rojas que forman parte de un templo en ruinas. Los vendedores la reconocen porque ya la han visto en ciertos antiguos espejos de bronce que cada tanto alguien desentierra. Eso es precisamente lo que ella busca, uno de esos espejos. Los vendedores fingen que revuelven entre los otros objetos mágicos, le dicen que no, que por ahora no tienen ninguno, que más adelante. No soportarían quedarse sin verla. Entonces ella regresa a su casa, se despierta, y olvida, hasta que la sueñan otra vez. Rosalba Campra Córdoba, Argentina

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Expejo Malvada se mira al espejo y pregunta lo que todos conocemos. No hay reflejo ni respuesta. Enfurecida, la mujerona lo lanza por los aires y éste no se rompe. Luego, lo echa al fuego. Nada. Le pide al cazador que le dé un hachazo. Imposible. Malvada llama a un experto en espejos. El hombrecillo constata: —Esto no es un espejo. —¡¿Y qué demonios es?!, aúlla enloquecida. —Es usted, señora, usted misma convertida en piedra. Riéndose, Malvada espeta: —¡Entonces, yo soy Blancanieves! — Lamentablemente no —responde él—. Usted es solo un recuerdo, una ficción desvanecida; para ser más claro, un expejo. Lilian Elphick Santiago, Chile

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Bloody Mary Siendo niño, por curiosidad y diversión, había llevado a cabo el ritual: prendió tres velas y llamó repetidamente al espíritu. Creyó ver un rostro en la oscuridad del espejo. Luego de años de un amor clandestino, su esposa murió en un accidente junto a sus tres hijos. Se casó siete meses después. Ya en la luna de miel, comenzó a sentirse descompuesto. Débil, en su internación domiciliaria, la llamó unas siete o nueve veces antes de que apareciera. María llegó, le secó la frente con un trapo y otra vez lo obligó a tragar un líquido ensangrentado. Juan Manuel Montes Mendoza, Argentina

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Fotofobia Cuando veo fotos de mí, pienso que me veo extraño en todos esos instantes congelados y que probablemente poco haya de verdadero en esas poses que buscan individualizarme en un paisaje o en una situación que, en general, olvido con facilidad. Pero sin embargo, allí estoy, siempre joven, y con esa mirada que parece buscarme a través de las épocas haciéndome pensar que quizás yo no sea ese que me mira y que mucho menos soy este que no se refleja en los espejos, que no necesita dormir, que tiene una inconfesable admiración por blancos, venosos cuellos ajenos. Alejandro Bentivoglio Buenos Aires, Argentina

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Lapidario —¿Lo conozco de algún lado? —dijo mi imagen mientras me afeitaba—. Me parece que sí, lo recuerdo perfectamente. —No lo creo —respondí. —Entonces asesiné a su hermano mellizo. —En ese caso —refuté— debería llamarlo suicidio. —Está loco, desvaría. Lo asesiné, le digo. —Si yo estoy loco el agujero en su pecho es producto de mi imaginación. —Mi reflejo metió un dedo en el hoyo y lo sacó limpio. —¿Ve? —se rió—. No hay tal suicidio. —¡Le digo que sí! —exclamé, airado y caí redondamente muerto. Sergio Gaut vel Hartman Buenos Aires, Argentina

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La talega Ese anciano de mirada perdida siempre camina arrastrando una pesada talega color cereza. Los cuentistas del vecindario dicen que adentro lleva tres enormes espejos. Dos de ellos ya están rotos: el primero lo rompió cuando descubrió su primera arruga; y el segundo fue a parar al suelo cuando contempló su primera cana. El tercer espejo sigue intacto… Algunos arguyen que su avanzada ceguera le impide dar cuenta del último espejo. Yo creo que se romperá cuando el viejo esté cara a cara con la Muerte. Orlando Mazeyra Guillén Arequipa, Perú

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El deseo Al atardecer, después que los trolebuses habían cesado su ronronear y las aves su vuelo a los nidos subterráneos, el Azaleón apareció ante mí. Estaba exhausto, perladas de sudor sus escamas plateadas y cubiertos sus ijares de sangre verdeazulada. Me quedé ahí, sin decir nada, petrificado ante el horror de que su retorno significara que había conseguido mi imposible deseo. Con sus últimas fuerzas abrió las fauces y uno a uno fueron cayendo los reflejos de todos los espejos del universo. Alberto Sánchez Argüello Managua, Nicaragua

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El lunar Ahí estaba, como siempre, refutando la perfección de su rostro. Desde el fondo del espejo, fruncido el ceño, la mujer arrojó contra su imagen un pote de crema. Los vecinos, alarmados por el ruido, forzaron más tarde su entrada, pero solo hallaron el espejo hecho añicos sobre las baldosas y unas pocas gotas de sangre. “Estaba descalza”, dedujo el más observador. Pero tampoco él advirtió, agazapado en un fragmento filoso, el reflejo repugnante del lunar. Henry Ficher Bogotá, Colombia

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Las miradas Decidido a descubrirse a sí mismo, en aquella ocasión el espejo no buscó otros espejos para observarse. Fue hasta donde se encontraba el vampiro para mirarlo cara a cara. Este lo recibió sonriente. Y entonces se miraron. Varios días y semanas. Durante el día. Durante la noche se miraron, hasta descubrir con profunda e intemporal melancolía, espejo y vampiro, que nada ni nadie había en la habitación. Solo vacío. Umberto Senegal Calarcá, Colombia

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Tres generaciones en pugna En su camino por el bosque hacia la casa de la abuela, Caperucita Roja encontró entre las malezas uno de esos clásicos espejos. Se agachó, lo alzó, y no pudo menos que dirigirle la ya clásica pregunta: —Espejito, espejito ¿quién es la más bonita? —¡Tu madre, boluda! Te equivocaste de historia —le contestó el espejo negándose a reflejarla. Luisa Valenzuela Buenos Aires, Argentina

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Incondicional Al alba ĂŠl se asoma a su superficie con paso vacilante. Ella, robando un rayo de sol, torna dorado el cabello cano y recompone, medida por la brisa, los dientes perdidos y el rostro abotargado. Narciso marcha ufano; ella aguarda el prĂłximo amanecer para ofrendar nuevamente al amado su fingido reflejo. Elisa de Armas Sevilla, EspaĂąa

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Buena memoria Esta mañana al rasurarme no me encontré en el espejo. La reacción lógica esperada habría sido gritar, llorar, maldecir… Pero recordé que hace tiempo —desde que desconfío de mis visiones— me saqué los ojos. José Manuel Ortiz Soto México, D. F.

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Al otro lado La niña del espejo ya no me escupe. Ni sus insultos de verraca ni sus afiladas burlas me acobardan. Ahora soy yo, dentro del espejo, la que espera la llegada de otra niña a la casa. Ricardo Álamo Sanlúcar de Barrameda, España

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El espejo desbordado Las aguas del espejo se fueron desbordando, como se deslĂ­e el hielo, y en su corriente pasaban antepasados, personas, rostros, gestos, que en ĂŠl se copiaron. Javier Tafur GonzĂĄlez Cali, Colombia

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Día 7 11:59 Terminado el universo, Dios limpia la mesa de trabajo y guarda en los espejos todo el infinito que le sobró. José Luis Zárate Puebla, México

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El desconocido Cuando el espejo —harto de sus crímenes— decidió reflejarlo, el vampiro se escabulló ante tan inhumana presencia. Gabriel Bevilaqua Zárate, Argentina

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Destellos en el cristal Antología de microrrelatos de espejos es una edición digital de Internacional Microcuentista, revista de microrrelatos y otras brevedades. Comité Editorial Martín Gardella (Argentina), Esteban Dublín (Colombia), Víctor Lorenzo (España), Fernando Sánchez Ortiz (España), José Manuel Ortiz Soto (México) y Rony Vásquez Guevara (Perú) Publicación no venal para descarga gratuita desde internet. En la web: http://revistamicrorrelatos.blogspot.com En Facebook: Internacional Microcuentista - En Twitter: @Imicrocuentista Contacto: microcuentista@gmail.com © 2013 Todos los derechos de autor que aparecen en esta antología pertenecen al autor que se menciona después de cada texto. Diseño y selección de textos: Comité Editorial de Internacional Microcuentista. Prohibida su comercialización.

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