Revista Interjet Octubre 2017

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Durante varios minutos, así fue como estuvimos: agarrándonos de otros. Dándonos, entre desconocidos, la calma y la entereza que a todos nos faltaba. Otorgándonos, compartiendo la fuerza y el valor que habíamos extraviado. Y es que un miedo recobrado en colectivo, en colectivo demandaba ser vencido. Así que apenas nos soltamos, descubrimos que seguíamos todavía agarrados. Agarrados a través de ese modo único, profundo e inalterable que es la empatía. El saber, el estar todos convencidos, de que afuera no estábamos todos. El saber, el estar todos convencidos de que, por toda la ciudad, por todos los pueblos y ciudades afectadas, habría gente atrapada, personas aplastadas por sus casas o lugares de trabajo. El saber, el estar todos convencidos, de que ellos, los que habían sido sepultados por la violencia de la tierra pero, también y desgraciadamente, por la corrupción, una corrupción que otorga licencias a inmobiliarias que construyen con materiales miserables, estarían aguardando a que nosotros levantáramos lo caído. Comenzó entonces, antes de que volvieran la luz y las señales de teléfono o Internet, mucho antes de que empezaran las noticias a fluir por sus canales todavía tradicionales, esos mismos canales que, en México, se aferran a sus últimos guantazos de impunidad y desinformación planificada –de qué otro modo puede explicarse, si no, el ridículo que ha hecho Televisa–, y muchísimo antes, también, de que el gobierno confirmara la magnitud de la tragedia, el segundo terremoto.

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“La empatía, la solidaridad que apareció entre nosotros, que de repente recordamos, más bien, que estaba entre nosotros, ha sido nuestra arma principal ante la muerte. Y a éstas, estoy seguro, no volveremos nunca a ser inmunes ni tampoco indiferentes”


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