Incendiar la ciudad - Julio Duran

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familiares, lo cual era inimaginable para mí. Ahora me pregunto por qué lloran los adolescentes. Yo ya no lo recuerdo. Ser adolescente es una maldición que se paga con vergüenza y que se extingue con la plenitud de lo conquistado. Y al marcharse tenemos la sensación de ver alejarse a un antiguo amigo que se lleva nuestros llantos, al cual extrañaremos. -Este no es mi lugar, Yukio. -¿Por qué lo dices? -preguntaba él y yo soltaba mi capricho, mi discurso lastimero. ¡Necesitaba a alguien que tocase mi alma y me dejase entrar en su rumbo, que me involucrase en sus actos y me transformase en alguien! Ansias de ser, de quedar como un vestigio retando al tiempo, de ser parte del ensueño de alguien. No recuerdo las historias que le contaba a Yukio, pero recuerdo que, afortunadamente, él no las tomaba tan en serio algunas veces, pues siempre soltaba una broma que me arrancaba una sonrisa y un olvido. V Martín me esperaba parado en una esquina, a una cuadra del barrio. Habíamos acordado vernos ahí, pero yo lo esperaba en la acera de enfrente, así que pude verlo llegar. Cuando lo hizo, se paró en posición de firmes, con los brazos cruzados y la vista puesta en nuestra calle. Hacía poco tiempo que él había dejado de vivir en ella y no quería que su padre lo viera. Permaneció un momento quieto y yo me fui acercando lentamente por el lado opuesto. Lo sorprendí por la espalda, tomándolo por el cuello. -Quieto, subversivo -gruñí. Se llevó un gran susto. Luego reímos. Me dijo que era tarde, que debíamos apurarnos pues la reunión comenzaría en menos de una hora. Caminamos dos cuadras, cruzando la fábrica, y tomamos el microbús en Orbegoso, junto al mercado. Después de varios meses había conseguido que aceptase presentarme a su grupo de estudio. Yo estaba entusiasmado y empecé a charlar atropelladamente acerca de lo bueno que sería hablarles a sus amigos sobre la Mancha Subte. -De eso quería hablarte...-me dijo. Le decía que esa era la mejor manera de esparcir un germen. Creía, con la inocencia de un niño, que a través de un movimiento cultural contundente se podía desarrollar una expresión de vida distinta, paralela a la que imponían el poder y los intereses creados. -¿Son anarquistas, verdad? –decía finalmente-. Esa es una expresión pequeño burguesa que tiene más de espectáculo que de lucha organizada. No afecta las bases del poder central; es más, se aleja de ellas. La única manera de cambiar las cosas es haciendo que el pueblo tome el poder. Tomar el poder nunca ha


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