AUTORAS






En el corazón del Polo Norte, todo estaba preparado para la gran noche de Navidad. El aire olía a madera recién cortada y a galletas de jengibre recién horneadas.





Desde el taller, se escuchaban risas, campanillas y el suave repiqueteo de los martillos de los elfos. Las luces multicolores titilaban en los
árboles como estrellas juguetonas.
Todo parecía perfecto.





De pronto, un viento helado se deslizó entre los muros, silbando como un lobo invisible. Era un soplo inesperado, un escalofrío que no pertenecía a la noche.





Su soplo apagó, con un destello frío, la brillante nariz de Rodolfa, la reno guía del trineo de Santa. El brillo rojo, ese faro que guiaba cada vuelo, se había extinguido.





Un silencio pesado cayó sobre el taller. Luna y Estrella se miraron con los ojos abiertos y el corazón encogido.
Podían escuchar el golpeteo del viento contra las ventanas.





La Señora Claus, envuelta en un abrigo tan blanco como la nieve, entró desde la cocina, donde aún flotaba el dulce aroma del chocolate caliente y la canela.





—No perdamos la fe, mis queridas —dijo con voz suave pero firme—.
La magia no se apaga tan fácil.
Debemos encontrar una solución.





Rodolfa bajó la cabeza. Un vapor blanco escapaba de su hocico mientras su respiración temblaba.
Las lágrimas se congelaban antes de caer. Sin su luz, los regalos no podrían llegar, y el espíritu navideño se marchitaría.





Fue entonces cuando la Señora
Claus recordó una antigua historia.
Había una criatura luminosa, guardiana de la primera aurora: el
Hada de la Aurora, protectora de la chispa mágica.





—Luna, Estrella —dijo la Señora
Claus con voz firme—, ustedes son valientes y bondadosas. Deben emprender el viaje y encontrar al hada antes de la medianoche. Las elfas
se miraron con decisión.






Sintieron el frío morder sus mejillas, pero también un fuego cálido en el pecho: la esperanza. El camino era difícil. La nieve les llegaba hasta las rodillas y el viento rugía como un dragón dormido.





Cada paso sonaba como un crujido de cristal bajo sus botas. La voz del viento parecía murmurar palabras antiguas, poniendo a prueba la valentía de las pequeñas viajeras.





A lo lejos, la aurora bailaba en el cielo, extendiendo sus brazos de colores sobre el horizonte. De pronto, una ráfaga las envolvió. El Hada de la Aurora se manifestó, flotando entre los copos de cristal.





El hada recordó la antigua Navidad en la que juró proteger la Luz de la Ilusión. Ofreció una pequeña chispa, guardiana de la primera aurora, a las valientes elfas para que la oscuridad no apagara jamás la Navidad.





Con
la chispa en sus manos, Luna y Estrella regresaron al
taller a toda velocidad. El camino de vuelta era ligero y claro, iluminado por la pequeña luz que llevaban. Rodolfa alzó la cabeza cuando sintió un calor conocido.





La pequeña chispa fue puesta con cariño sobre su nariz apagada. ¡Y entonces, volvió a brillar! Rodolfa resplandeció con un brillo más intenso que nunca.





El viento ya no asustaba, sino que acariciaba los copos de nieve celebrando la luz restaurada. ¡La
Navidad se salvó gracias a la valentía y el amor de todos!

