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La Muerte del Comisario Liturno (parte 3)

A lo mejor en el baile… digo por decir Cabo. Acosta recibió el mensaje del tono empleado por el agente. Se dio cuenta de que el otro sabía algo y se lo estaba haciendo valer. Mirá, dijo mientras miraba la sonrisa ladeada del que lo estaba hostigando, yo conozco al pájaro en la cagada así que andá desembuchando nomás! Se levantó rápido tirando en su movimiento la silla de totora. Se le puso bien cerquita a Soto quien ni se mosqueó y como si nada pasara desvió la mirada hacia la calle donde un remolino de viento levantaba la tierra suelta unos veinte centímetros. Cuando consideró que el Cabo estaba suficientemente enfurecido y por lo tanto, tenía cumplido su objetivo, respondió, sospechas, Cabo, sospechas. Tanto Soto como Acosta tenían puesto sólo la parte de abajo del uniforme, una especie de pantalón de montar con un medio globo a cada costado externo para facilitar los movimientos, sobre todo para montar a caballo. El inglés de la Estancia Las Acacias y su mujer se ponían eso mismo cuando montaban. El pobladito sentía una admiración reverencial por esa pareja. No los nombraban como gringos sino como los ingleses. Trabajar en Las Acacias era pertenecer a una categoría superior. Doña Fermina Duré se sentía muy orgullosa de lavarles la ropa y marcaba como importante que Misses Mary personalmente la proveía del mejor jabón. Los uniformes de los de la Comisaría eran de una tela bastante gruesa con un jaspeado gris oscuro con motitas

diminutas color bordó. El color se parecía mucho en su conjunto a las moras oscuras. Por eso los lugareños los llamaban los moros. Vienen los moros, pasaron los moros. Verano, invierno, otoño, primavera, siempre, el mismo uniforme. Menos Liturno, todos los milicos sólo se ponían las botas para salir de recorrida. Eran negras, de caña alta y contaban con unas correas con hebillas para ajustar según la necesidad. El agente Albornoz, por ejemplo, tenía várices y les había hecho otro agujero para que no le ajustaran tanto. Así que al momento de la pulseada entre Soto y Acosta, cada uno tenía el torso desnudo y calzaban alpargatas de suela de yute que ya estaba muy desflecado. Estaban tan cerca que el cabo le había pisado unos de los flecos de una de las alpargatas de Soto por lo cual cuando éste quiso alejarse un poco, terminó con un pie descalzo. No estaba para risa el asunto. La sombra del ligustro se había corrido y ninguno de los dos se había dado cuenta, chorreaban sudor y los cuerpos parecían estar recorridos por una corriente eléctrica. Estoy esperando, dijo Acosta. Soto se agachó para retirar la alpargata y le restó drama a la escena. Bueno, mi Cabo, me dijeron el Tape y el Gringo que son los que van a tocar el sábado en el baile, que algunos de los Narváez están invitados. Parece que la Elba anda entreverada con el Benicio, el más chico. Se lo va a decir al Comisario?, preguntó Soto lamentando por otro lado no verle la cara al

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Jefe cuando fuera informado. A vos no te importa dijo el otro, dio media vuelta y se dirigió a la oficina, dejando la silla tirada. Entró sin pedir permiso y el Comisario lo miró con fastidio mientras se apantallaba con los informes del mes. No hay que ir al baile! Quién lo dice? Hace días que tengo una mala espina y ahora el agente Soto que es muy taimado pero no mentiroso, me dio una información. Pero vos tenés más vueltas que perro pa echarse! hablá de una vez! Me dijo que los músicos le contaron que los más chicos de los Narváez están invitados y que la Elba anda entreverada con el Benicio, el menor de todos. Se le notó que a Liturno se le había subido la sangre a la cabeza porque aunque muy morocho la cara le viró a una especie de morado como el uniforme- Y desde cuándo la autoridad no se hace presente cuando puede hacer falta? Y cuál es la mala espina que decís que tenés? Varias veces los tres más chicos de los Narváez han pasado por la calle no al galope como acostumbran sino al trote, y eso no sería nada si no fuera que no dejan de mirar fijamente hacia aquí. Yo he estado siempre limpiando mi machete y me he hecho como que no miraba, no levantaba la cabeza pero sí los ojos. Algo querían decir y no era nada bueno, en especial para usted. Se ve que te han contado muchas historias alrededor del fogón cuando eras gurí! Andá nomás, no me gustan los cagones!

Continuará...