Desnuda en el bosque

Page 1

esnuda en el

bosque



. “Desnuda en el bosque, como una hoja de papel que aguarda la llegada de esta poeta y de sus versos por escribir...” Ras. Ras. Ras. TresLunaS rompió la hoja de su bloc invisible. Otra más. Era la segunda vez que comenzaba el mismo poema. La segunda vez que el papel acababa roto en tres pedazos desiguales en el bolsillo central de su peto. Suspiró y respiró profundamente. Contó en voz callada hasta tres, tres veces seguidas, —una-dos-tres, una-dos-tres, una-dos-tres— y volvió a sus hojas de papel y al poema que no le salía. “Desnuda en el bosque la hierba crecía...”

7


Ras. Ras. Ras. Estaba claro que hoy no era su día. Y eso que una amiga suya, que era musa experta en poesía y en redacción, le había dicho que sería un buen momento para escribir. ¡Qué mentirosa! TresLunaS se levantó enfadada, dejó su bloc invisible sobre el suelo y se acercó al mar para charlar un rato. —¿Qué tal día has tenido? —preguntó el mar tranquilamente, con voz sorda pero curiosamente afinada, como de cantante de ópera. —Pues fatal. ¿Cómo quieres que esté si he empezado por lo menos un trillón de veces un poema y no he podido pasar del primer verso? —dijo ella. —¿Cómo comienza la cosa? —”Desnuda en el bosque...”. —Buen comienzo. —Gracias. ¿Quién? —preguntó el mar. —¿”Quién” qué? —¿Qué quién estaba desnuda? ¿O qué? —Yo desde luego no. Sabes que duermo en verano con calcetines a cuadros. Además, ¿qué más da?

8


—Pues influye. Influye lo que fluye. —¿En qué? —Influye a lo que sigue, al poema en realidad. —No lo había pensado, la verdad. Mmmmmm... —Tienes que averiguar qué se desnuda y por qué, TresLunaS. Así podrás terminar tu poema, o empezarlo, dijo el mar con su habitual media sonrisa que se dejaba ver entre ola y ola. Mientras, TresLunaS se alejaba pensativa murmurando su descontento. “Así podrás terminar tu poema, o empezarlo”. “Así podrás terminar tu poema, o empezarlo”. “Así podrás terminar tu poema, o empezarlo”. TresLunaS no dejaba de repetir una y otra vez lo que el mar le había dicho al final de su conversación. Hasta tres veces lo repitió. TresLunaS imitaba genial la voz del mar. ¡Qué manía tenía el mar con acabar sus conversaciones con una frase rara! Los hombres o los chicos o los niños y sus frases, éstas sin sentido alguno, tan simples como contradictorios ellos. Como una ola que va y viene y se vuelve a ir. Lo dicho, muy habitual del mar. ¡Hombres, chicos, niños! Debería escribir él el poema que parece que lo sabe todo. Será sabelotodo... TresLunaS caminaba hacia su casa. Sus enfados duraban más o menos dos o tres palabras, cuatro a lo sumo, sílaba arriba, diptongo abajo. Así

9


que cuando éstas pasaron, ya no estaba disgustada. TresLunaS todo lo contaba de tres en tres. No por nada en especial. O sí. A lo mejor era porque su nombre empezaba con un “Tres” y lo escribía con tres mayúsculas. TresLunaS No era ni un hada del bosque, ni una ninfa del mar, ni un gnomo de la tierra, ni un duende de la montaña, ni un trasgo del sur. Era una niña, como cualquier otra, de las que escriben o de las que colecciona palabras. Algo frecuente, nada del otro mundo. Vivía en una pequeña cabaña cerca del bosque y del mar. Por el bosque paseaba y escribía, y con el mar charlaba sobre cualquier tema que le preocupara. Y hoy el tema era el poema de palabras equivocadas que se agarraban al papel como las manchas de tomate verde en una camisa limpia antes de zamparse un plato de pasta.

10


. Si nos fijáramos en la apariencia de TresLunaS, nos daríamos cuenta de que es una niña menuda. Lleva una gafas redondas y tiene un pequeño mechón rojo que a veces le tapa un poco la cara. Sus ojos son tan grandes como grises, expresivos, alegres. No es ni guapa ni fea, ni normal. Ella tiene muy claro que no es ni grande ni pequeña, ni mediana. Es como es. Viste con colores llamativos pero no para llamar la atención. Llamar la atención por llamar la atención es como gritar para demostrar que se puede hablar alto. Es más fácil pensar que cualquier color le vale. ¿Por qué entonces conformarse con un par pudiendo tener multitud de ellos? Le gustan mucho tres placeres de su amigo el tiempo: los jueves, el mes de abril y los años bisiestos. Del último. Cada veintinueve de febrero celebra con gran entusiasmo el regalo que le hace ese año, que es generoso y viajero.

11


En su honor toca con su trompeta plateada veintinueve notas blancas, y con ellas le compone una canción sin letra. Sólo música. Las palabras, que se gastan y se desgastan, las emplea para el resto de los días de cualquier año, fuera bisiesto o no. Todos los veintinueve de febrero sólo hay veintinueve notas, todas distintas, todas diferentes cada cuatro años. Ese día las palabras tenían vacaciones. Hasta las palabras, con o sin faltas de ortografía merecen una pausa. Algunos duendes —que parecen saberlo todo— lo llaman “moscosos”. ¡Vaya palabro! Pero TresLunaS no tenía muy claro por qué una mosca moscosa (que no moscoso) podía dar días libres a las palabras. Ella lo hacía y punto. No había que ponerles nombres raros a unas merecidas y simples vacaciones. Los duendes y sus cosas. Lo segundo que le gustaba: el mes de abril. Tardaba once meses en llegar, pero merecía la pena la espera. En abril podía conversar durante horas, durante días a veces con su amiga la lluvia sobre muchas cosas. Es cierto que llovía varias veces al año. Pero la lluvia de abril era su favorita. Charlaban de cualquier tema menos del tiempo. Para la lluvia era trabajo y para TresLunaS era no hablar de nada en realidad. Y para no decir nada, era mejor dejar que el silencio se expresara por una. Se ahorraba tiempo y las palabras no se cansaban tanto. ¡Cuánta gente habla sin decir nada! Será que les da miedo el silencio, pensaba TresLunaS en silencio mientras su amiga la lluvia le contaba sobre los lugares que había recorrido o las cosechas que había regado a lo largo del año.

12



El último (o el primero) de la lista. Ese tercer placer se llamaba jueves. Todos los jueves tienen tres días antes de él y tres después. Con el resto de días se tenía que llevar bien, por una razón u otra. Simple convivencia. TresLunaS sabía que los trasgos del sur de batas blancas odiaban los jueves. Ella creía que era porque sí. Pura injusticia. ¿Cómo se puede odiar al jueves y no al domingo o al martes? No creía que el pobre jueves les hubiera hecho algo. Algo que está en medio de la semana, rodeado, unido y aislado del resto de días, como ella, no podía ser tan malo. Habría que preguntar al próximo jueves si sabía algo del tema o si le había llegado algún rumor, se propuso un día TresLunaS. Se lo apuntó en el apartado de tareas pendientes de su bloc invisible. En fin, le gustaba hacer un montón de cosas: leer, escuchar música, pintar, hacer pilates, jugar con la wii, ver la tele y perderse por el bosque para volver a encontrarse horas después en el mismo sitio. Pero había tres cosas que le apasionaban por encima de todas las demás. Cualquiera que la conociera firmaría una lista como la siguiente: • Cocinar recetas increíbles, casi como un invento. • Tocar su trompeta plateada cada tarde. • Escribir larguísimos poemas de tres versos de rima oculta e invisible. Se los recitaba a lo árboles más gruesos y de raíces más profundas, los mayores expertos de poesía que ella conocía.

14


TresLunaS decidió ponerse a cocinar. Que no le saliera el poema no significaba que la cocina también le fuera a ir mal. Al final se decidió por unos macarrones de color verde, doraditos por arriba y blandos por abajo, con su choricito recién hecho. Había que cocer la pasta azul con agua con gas del tiempo. Cualquier chef que se precie sabe que la pasta azul no se puede hacer de otra manera. Después, se escurre con una raqueta de tenis pequeña. Una vez TresLunaS lo probó con una pala de playa pero el resultado no fue el que ella esperaba. Quien no se arriesga no gana, se repetía siempre que un experimento le salía mal. El final de la receta. Hay que hacer la salsa a fuego rápido, casi como un suspiro, tan veloz como la luz en plena huida. TresLunaS opinaba firmemente que cocinar a fuego lento era cruel para la pobre salsa. ¡Vaya tortura! Había que ser rápido, sin dudar y sin dudas. Faltaba el toque final: mezclarlo en una enorme fuente de color amarillo. Lo importante es que fuera grande y de color amarillo. ¿Cómo sino, se podía conseguir que los macarrones fueran verdes al final? Si es roja o morada o naranja la fuente, los macarrones no saben igual. Después volvería a lo del poema. No le gustaba dejar cosas a medias y mucho menos un poema. Faltaría más. Había que investigar dónde estaban escondidas las palabras que faltaban. Si las habían escondido o es que se habían equivocado de casa.

15


16


. Después de recoger la cocina y de echarse una merecida siesta, ya entrada la tarde, TresLunaS sacó la trompeta de su estuche. Se puso a practicar algunos ejercicios antes de empezar a tocar. Si no se tiene suficiente aire en los pulmones, todas las canciones sonarían como cuando a la tele se le quita el volumen porque crees que han llamado a la puerta, y la ves durante un rato como en susurros. TresLunaS tocaba la trompeta casi a diario y no sólo cada cuatro años. Su amigo el mar pensaba que era el instrumento más triste del mundo. Ella decía que la tristeza no tenía dueño ni preferencia alguna, y mucho menos su preciosa trompeta plateada. El mar sabía de mareas, de ballenas y ballenos, de ritmo y de poesía, pero nada de trompetas. ¿Cómo alguien

17


que está siempre salado y calado hasta los huesos sabe de tristezas? La tristeza no es ni dulce ni salada. Es tristeza, sin más, sin sabor, sin color. Hasta el hada y el aprendiz de brujo más cursis y tontos saben ese dato. TresLunaS a veces hablaba de poesía con la tristeza. Era inevitable. Debía consultarle algunos adjetivos, si tal verbo podía utilizarse de esa manera o de tal otra. Asuntos de trabajo, vamos. Y el trabajo es sagrado. El oficio de escribir te lleva a mantener relaciones con diversas personas. TresLunaS decía que ése era su oficio, juntar palabras como si se tratara de la lista de la compra que no compra ni vende nada. Los elfos opinaban que era su idioma. Matices semánticos. TresLunaS siempre tenía una cierta duda sobre cómo hablar con la tristeza. ¿Alegremente? Parecería casi una descortesía y TresLunaS tenía un sentido alto de la educación. Ante todo, respeto. ¿De forma seria? No era el estilo de TresLunaS ni el de la tristeza. ¿Con amargura? ¿Por qué? Si lo amargo sólo lo empleaba en sus pucheros y siempre en pequeñas dosis, como usar la sal. Más dudas treslunasianas. ¿Cómo definirla? ¿Cómo describirla? TresLunaS sabía de sobra que no tenía ni color, ni sabor ni aroma que supiera ella expresar con palabras que ella conociera. Y presumía de conocer unas cuantas. Trillones. Eso saltaba a simple oído. Cualquier persona que la oyera hablar podría confirmarlo. Y sin embargo, TresLunaS no sabía qué

18


adjetivos podrían definir a la tristeza. Acaso la tristeza, experta en adjetivos y palabras, no se quedó ninguna para sí. La tristeza no era de sus mejores amigas, la verdad, pero era cierto que le confesaba a solas algunas cosas que sólo compartía con ella. Vivía sola, a dos calles de las hadas de los sueños incumplidos. Delante de su casa blanca y gris perla había un pequeño buzón descolorido anaranjado con algunas cartas. Publicidad, peticiones, ruegos, consultas, admiradores secretos... Había que reconocer que para no tener demasiados conocidos, tenía una abundante correspondencia. La tristeza hablaba siempre en un tono bajo. Era prudente, y algunos gnomos decían conocerla personalmente. A TresLunaS le constaba que no era cierto. La gente hablaba sobre su hermana la alegría, que si la engañó con la herencia o en el reparto de la casa, que si se distanciaron por un novio. Rumores y habladurías. Mentiras. Su mejor amiga, melancolía, que a veces merendaba en casa de TresLunaS, se lo contó un día, entre bocado y bocado de un sándwich de mermelada de naranja, su preferido. —¿Por qué crees que la tristeza es como es? —soltó como una tormenta TresLunaS a su amiga melancolía. —¿Y cómo es la tristeza? —Pues triste, sola, aburrida. Gris.

19


¿Tú crees? —Lo creo. —Yo no estaría tan segura. La conozco desde hace años, desde la época del colegio. Lo que ocurre es que su hermana alegría se distanció de ella hace tiempo. Hubo problemas familiares. Ahora parecen casi extrañas, viviendo tan cerca y tan lejos una de la otra. No suelen coincidir ni se las suele ver en los mismos lugares, salvo en raras ocasiones o en personas que tienen un corazón alquilado con dos habitaciones pequeñas, donde ambas conviven como pueden. —¿Y eso? —¿De verdad que lo quieres saber, TresLunaS? —Sabes que no soy una cotilla, pero cuenta, cuenta que de aquí saco yo un par de cientos de palabras. —Eres como una pavita real. Coqueta y cotilla. ¿Es qué todo lo tienes que terminar escribiendo? —Escribo antes para tener siempre algo que leer después.

20


. “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir por ejemplo...” Lo repitió en voz alta, como si degustara una última cucharada más del postre que se acaba de terminar. Continuó leyendo en voz baja todo el poema hasta llegar al final. —¿Quién te ha mandado el poema? —Lo firma un tal P. Neruda. —¿P. Neruda? No me suena. —Ni a mí tampoco. —Deberías pedir derechos de autor, exclamó riendo la alegría.

21


—¿Por qué? ¿Por la utilización sin permiso de mi nombre? Bendita libertad de expresión, “benditos” derechos de autor... Ambas rieron la gracia de la tristeza. De ellas, sin duda la tristeza es la más graciosa. La gente está muy confundida sobre este hecho. La tristeza era la más ocurrente de las dos hermanas. Su hermana la alegría tiene más carisma, cierto. Atrae más calor y más expectación. Más revuelo. Cierto. Sus vestidos siempre son coloridos, como de una eterna primavera. Cierto. Todo cierto. La tristeza, en cambio, es más torpona, menos hábil en las reuniones sociales. Más lectora, más viajera interior, sí, pero mucho menos lucida y agradecida que su hermana. Era ocurrente de cerca, casi en la intimidad. Sólo yo, su mejor amiga, y su hermana, la conocemos bien. Los demás hablaban de oídas, de rumores... —¿Has visto a las mellizas? —preguntó de sopetón la alegría a su hermana triste tras apagarse la última carcajada en su boca. —¿Empatía y simpatía? —No, me refiero a la abuela y al abuelo... Pues claro que me refiero a ellas. ¿Conoces a otras mellizas que sean familia nuestra? A veces chica, pareces un poco tonta. —¿Por qué estás enfadada conmigo?

22


—¿Quién dice que estoy enfadada? —Pues no entiendo. —¿Qué es lo que no entiendes? —El tono. —¿Qué tono? —Bueno, déjalo. Sí, han venido. Estaban un poco raras. ¿Ha pasado algo? —¿A qué te refieres? —Pues que llevamos meses sin verlas, vienen sin avisar, apenas conversan, no tocan el té ni las pastas que les ofrezco, preguntan si ya hemos hablado entre nosotras y ahora tú te interesas por ellas. Nunca supiste engañarme. Cuéntame qué está ocurriendo. —Se han metido en un lío gordo y tienen que dejar de trabajar juntas, al menos de momento. No sabemos por cuánto tiempo. Se tienen que separar una temporada. Ir a otra ciudad, a otro barrio. —¿Cuánto tiempo? —Pues no lo sé... —Sigo sin entender.

23



—Que nosotras tenemos que hacernos cargo del problema. Bueno, una de nosotras. —¿Por qué? —Pues porque sí. La prima empatía firmó unos papeles que no debía ni haber mirado. Se fió de un ladronzuelo que la engañó con buenas palabras. La manía de esta chica de ponerse literalmente en la piel de la otra persona. Y ahora la pobre empatía no puede resolverlo ella sola. Su hermana simpatía ha hecho un trato, pero a cambio deben separse. —Pues hacemos el trabajo. —No podemos. —¿Cómo que no podemos? — No seas tan tonta como un troll. A veces las cosas no se explican fácilmente y muchos menos se comprenden. Se hacen y ya está. Que seas diecisiete días más pequeña no tendrá nada que ver, ¿no? El problema está fuera de esta ciudad, y una de las dos tiene que irse para allá para que una de las mellizas le enseñe el oficio antes de partir. No podemos irnos las dos. Ése es el problema. Además, la prima empatía se ha quedado hecha polvo y no puede estar sola. He pensado que te podrías quedar con ella y yo me marcharía por un tiempo con simpatía.

25


—Sí, ya. No me parece justo. —¿Me estás hablando tú precisamente de justicia, doña tristeza que siempre está triste? —Sabes que no me gusta que me llamen así. —Perdona. Estoy algo irritada. He pensado en irme yo una temporada breve con simpatía y que tú cuides de empatía hasta que salga del bache. Y luego, si eso, nos cambiamos. Ella y yo nos hemos entendido a las mil maravilas. Y a ti siempre te cayó mejor la prima empatía. —No sé. —¿El que no sabes? —¿Seguro que es lo mejor? —¿Cuándo te ha fallado tu hermana mayor, querida hermana triste? Siempre se te ha dado infinitamente mejor a ti ponerte en el lugar del otro. Vamos, que casi has nacido para sustituir a la prima empatía. Si casi no es un trabajo. Si lo tienes chupao...

26


. ...—¿Cuándo te ha fallado tu hermana mayor, querida hermana triste?”... TresLunaS estaba satisfecha con las páginas que acaba de escribir en su bloc invisible, en el apartado “Cuentos y otros desvaríos sin nombre”, página siete. El texto no estaba completo. Además, su cuento aún no tenía título, pero ya vendría. A veces lo menos importante es que las cosas tengan nombre. O que haya que llamarlas de alguna forma en especial. La historia que le había contado unas tardes atrás en confidencia melancolía le había servido para quitarse la espinita del malogrado poema de la mañana. Sólo había cambiado algunos datos, retorcido el nombre de los nombres para hacerlo más brillante, y añadido, quitado o vuelto del revés los adjetivos que melancolía había

27


utilizado. Un escritor utiliza la navaja para pulir su texto. Lo que valía la pena era la historia y en manos expertas, como las de TresLunaS, se podía convertir en palabras merecedoras, al menos, de la tinta invisible que había gastado para escribirla. Sí. Estaba satisfecha. No todos los días una explica cómo la alegría sale de jarana con la simpatía, mientras que la empatía, la más comprensiva y fea de las dos mellizas, lava los platos de la merienda en casa de su prima la tristeza. Había que pulir el final, pero los detalles ya los estudiaría TresLunaS. Mañana a lo mejor lo borraba sin piedad de su bloc imaginario. Hoy valía un empate entre ella y su poema inexistente. TresLunaS seguía dándole vueltas al misterio incomprensible de que el poema de la mañana tuviera las palabras equivocadas. No es que fueran malas, que tuvieran gripe o estuvieran llenas de las fastidiosas faltas de ortografía. Cosas peores se ven por ahí. Simplemente era que no eran las correctas. TresLunaS sabía por experiencia que cada palabra encaja en un sitio determinado. Como un puzzle de piezas de cristal, en este caso de sílabas y sílabas que hacen palabras. Una cosa era que en sus versos no hubiera rimas, todo poeta serio sabe que lo importante nunca rima, y otra cosa muy distinta es que las palabras se hubieran equivocado de poema. Por ahí una poeta nunca pasa, al menos una poeta como TresLunaS.

28


“Desnuda en el bosque, dentro de la noche vacía, la tristeza se calienta bajo un cielo sin estrellas...” Ras. Ras. Ras. Otra vez el desagradable sonido de rasgar un hoja invisible, porque el poema se ha marchado otra vez por una puerta falsa. —No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. —¿Qué es lo que no te puedes creer? —le respondió el espejo a TresLunaS, mientras se llenaba la boca de un trozo gigante de pizza con sabor a vaca argentina. El espejo, el otro habitante de la casa, era un espejo colgado en uno de los lados de la pared, cerca de la ventana que muestra como el día se hace noche, a la izquierda de la biblioteca y a la derecha del sofá. No era mágico ni nada raro. ¡Qué manía le entra a la gente con que los espejos, si hablan, tienen que ser mágicos! Es un espejo, y punto. Lo de los espejos mágicos es cosa de un cuento malo narrado en una peli mala. Eso sí, el espejo de TresLunaS sólo sabía hablar y hablar y hablar sin parar. Si hubiera tenido codos, hablaría también por ellos. Muy parlanchín para ser un simple espejo de comedor. Eran compañeros y amigos de casa desde siempre. A veces discutía

29


con ella sobre temas muy variados. ¿Quién no tiene un espejo así en casa con el que discutir de vez en cuando? Pues eso. —Esta mañana he intentado escribir un poema. Te lo he contado ya, ¿verdad? Tengo el comienzo. “Desnuda en el bosque”... —Buen comienzo. —Gracias. —¿Y no tienes más? —No. ¿Puedo seguir, caradecristal? —preguntó TresLunaS con cierta maldad. Sabía lo que valía y pesaba el mote. —No me llames eso. Es un tema doloroso en mi familia. Ya sabes lo de la desgracia de siete años que produjo un tío mío, muy querido, muy brillante, muy reflectante, allá en los años de la guerra cuando le partieron literalmente la cara... —Ejem... ¿Vas a tardar mucho con esa historia? Porque quería contarte lo del poema y creo que nos podemos desviar tres siglos si te dejo continuar con esa historia de la mala suerte y todo ese rollo. —Cierto, TresLunaS. Sigue, por favor. —Gracias. ¿Por dónde iba...? Ah sí. “Desnuda en el bosque”. Tengo la sensación de que este poema ya lo he visto en alguna otra parte.

30


—Quizás ya está escrito y lo has leído de nuestra biblioteca. —No. —¿No lo verías paseando del brazo de alguna colega de oficio cuando estuviste en la conferencia del año pasado sobre Poesía para poetisas? —Te he dicho miles, no, trillones de veces que no somos, poetisas, somos poetas. Las poetisas son escritoras cursis, todas muertas, de otros tiempos que recitan a su público y sin previo aviso tesoros como “María, ¡ay qué alegría!, tu corazón sufre mucho de amor. ¿Te parece serio? ¿Te parece que escribo o que soy así? —Perdón. —Disculpado. No lo he leído, lo recordaría. Tengo muy buena memoria sobre lo que leo y lo que no leo. Lo más raro, dentro de lo raro, es que creo que ese poema lo he escrito mientras dormía. ¿Tiene sentido lo que digo o me estoy volviendo loca por momentos? A veces no distingo entre lo que sueño, vivo, escribo o pienso que he escrito o lo que me falta por escribir. —Te estás volviendo loca, por supuesto. Como todas y todos los poetas, la mayoría de los narradores profesionales y un montón de dramaturgos que conozco.

31


—¿En serio? —Tú verás. Se lo estás contando a un espejo que te responde. Más cabal imposible. Que venga Grimm y lo vea si miento. No sé en otros sitios, pero hablar con el mobiliario en algunos lugares está un poco mal visto. Uno puede hablar con la tele o con la radio y esperar que le conteste. Entonces, ¿por qué no puede hablar con el espejo? Verás, tengo una teoría... —Al grano, que vamos mal de páginas. Que me recuerdas a los “cansautores” del otro lado del río. ¿Cómo puedo saber si ya lo he escrito? —Vete a dormir. —No tengo sueño. —No. Quiero decir que si te duermes a lo mejor sueñas y logras encontrar las palabras del poema que te faltan. —¿Dormir para encontrar lo que he perdido? No es mala idea. ¿Y cómo puedo devolver los versos que me sobran? —¿Cómo es que te sobran? Siempre te pasa igual. Mira cómo tienes la casa, todo desparramado por el suelo. Pobres líneas escritas que están en la alfombra, muertitas de frío. ¿No las puedes poner en otro poema o guardarlas al menos en el armario?

32


—Que no, pesao, cansino, que no son míos y no caben donde están. —Te los podrías llevar contigo. —Mmmmm... Esa opción no parece tan disparatada ahora que la escucho en voz alta, dicha por un espejo algo sordo, que ve la realidad desde el otro lado, caradecristal. —¿Te preparo la maleta o quieres ir ligera de equipaje, oh poetisa de amor, de mi corazón?

33



. Abrió un ojo. Después el otro. Al final terminó abriendo los dos. Su pupila tardó unos segundos, año arriba, semana abajo, en acostumbrarse a la luz color sombra que lo inundaba todo. El día era luminoso, aunque estaba todo aún sin sonido, como una película muda de siglos pasados. Los árboles estaban hechos de remiendos de enciclopedias, el cielo era de papel de periódico, las hojas, hojas de papel, por supuesto, y el suelo, letras y letras y letras caídas de las ramas de los árboles y de sus metáforas enciclopédicas. Todo le rozaba el cuerpo, le hacía cosquillas, como si quisieran irse con ella. TresLunaS no estaba muy segura de si estaba despierta, dormida o de si soñaba. Nunca está muy claro la diferencia en ellas. Estaba en un punto en el mapa que sabía que

35


conocía aunque se sentía extraña: nunca había estado allí hasta ese día. Estaba en el sitio indicado. Era el Lugar Sin Nombre. Allí esperaba encontrar algunas respuestas. Llevaba los bolsillos repletos de versos suyos y de palabras ajenas, como quien los llena de arena o del agua de su amigo el mar. Algunos eran prestados, otros propios, los de más allá inventados, aunque aún en fase de pruebas. La verdad es que la mayoría de ellos eran palabras fuera de su lugar. TresLunaS debía devolver aquellos versos que estaban desubicados y buscar los versos que continuaban a aquellos que durante todo el día no podía quitarse de encima. No podía regresar sin respuestas. Además, tampoco pudo llevarse su bloc invisible. Vaya fastidio. De momento esta aventura se quedaba sin redacción en primera persona. Lo primero que vio fue algo que no le cuadraba demasiado. Vio a una señora gorda, colgada bocabajo bebiendo té de color azul, muerta de risa mientras devoraba un libro. Estaba tranquila, risueña, alegre. Era la clásica funcionaria afable que te podrías encontrar al final de un mostrador, con su inmaculado uniforme azul de rayas blancas. Chaqueta, pantalón y una graciosa corbata asomando por el cuello remataban la descripción.

36


—Hola... —Hola. ¿Me conoces? ¿Te conoces? —¿Quieres decir si te conozco? —matizó TresLunaS, amante ella de la precisión verbal. —No. No quiero decir lo que no he dicho. Sé quién eres. ¿Sabes quién eres tú? —Pues yo soy yo. —¿Qué tú eres yo? —No. Yo soy yo. Tú eres tú. Y yo me llamo TresLunaS. —¿Cuántas dices que eres? —No digo cuántas soy. Digo que me llamo TresLunaS. TRES-LUNAS. —Ya querida, ya te entiendo. TresLunaS como tu nombre. —No. Es mi nombre. —¡Cuántas lunas! ¿Y qué quieren tus lunas? —¿Qué quiero de qué? —¿No sois tres? —No.

37


—Pareces confundida. —Ni te cuento. —¿Y de qué me va el cuento? Me encantan los cuentos que cuentas. Empieza, empieza, empieza... —No. Quería decir que llevo un mal día. —¿Qué llevas ahí? —¿Dónde? —En el día, claro. —No llevo nada en el día. —Estoy confundidamente confusa. ¿Y ahí, en los bolsillos? Parece que vas cargada. —Llevo palabras que sobran, versos que no encajan. —¿Cómo es que te sobran tantas palabras? Debes leer mucho para que te sobren tantas. —Bueno, he tomado algunas prestadas, ya que pasaba por aquí, me han pedido que las devuelva. —Muy práctico, querida, muy práctico.

38


—¿Dónde se dejan las palabras? —Las palabras no se dejan en ninguna parte, se reciclan. —¿Cómo que se reciclan? —Pues claro, siete soles, no, cuatro medias noches, no, esto... —TresLunaS. —Eso. Gracias. Las palabras se reciclan para que otras personas las pueden a volver a usar. Así cuidamos unos de otros. No sabes lo caro que está inventar palabras nuevas, querida. El mercado las ha disparado. La oferta que demanda, lo que demanda se oferta... —Tiene sentido. —¿Qué sentido? ¿Qué sentido siente qué? —Me he perdido. —Y eso que no te has movido del sitio. Ahora que lo pienso, también me he perdido yo. ¿O es que no me había terminado de encontrar? Ehhh.... —Venía a dejar palabras. Perdón, a reciclarlas. —Venías a dejar palabras. Pues bien. Te explico las reglas del reciclaje. Éste es el lugar donde se reciclan sílabas, palabras,

39


fonemas, verbos, frases subordinadas y demás cacharrería verbal. Hay tres cubos, aunque a ti sólo te interesa el primero, que es ése de color morado. El morado es para reciclar las palabras. Versos, inicios de cuentos, novelas largas que se hicieron cortas, obras de teatro sin personajes, escenarios decorados, ensayos que faltaron a los ensayos... Tus palabras, ésas que dices que sobran. Échalas ahí despacito y con buena letra, sobre todo ten mucho cuidado que las metáforas lleguen lo más enteritas que se puedan, que luego la gente se queja de que si esto está pasado de moda, que si no funcionan... —¿Las echo por aquí? —Sí querida, no es tan difícil. ¿Ves la cerradura de la puerta que tiene una ventana con unas cortinas pequeñas y con un cristal que nos ves? —No. —Exacto. Ése es el lugar. —Bueno vale, lo que digas. Ya me apañaré. ¿Y los otros cubos? —El blanco es para los personajes que llegan corriendo de ningún lado. Algunos personajes se pierden y hay que ponerlos ahí hasta que vengan a buscarlos. Se quedan en espera de uso. Más que un cubo de reciclaje es

40


un cubo de personajes por utilizar. A veces ningún autor los reclama y hay que darles otro trabajo. No te cuento el lío que se formó cuando aparecieron siete enanitos que sobraban de una obra. Un verdadero drama, la verdad. —¿Los de Blancanieves? —Antes el cuento tenía catorce enanitos, nadie vino a por ellos y el cuento, la verdad, es que perdió bastante. —El último, ¿dónde está? —¿Qué último? —El último cubo. —¡Ah, el último cubo! El último es del color de lo que no existe. Suele ser difícil encontrarlo, así que dejamos las cosas aquí a un ladito, para que no molesten. Debería estar por aquí. —¿Y ese cubo para que sirve? ¿Sueños rotos? ¿Esperanzas imposibles? ¿Amores ocultos? ¿Sabiduría de los dioses? ¿Lo más increíble del mundo mundial? —No querida, ¡qué imaginación tan imaginadora tienes! Es el cubo de las historias que no se cuentan. ¿Qué podría ser sino? Por eso tiene el color de lo que no existe. Algunos editores despistados vienen a veces por aquí, pero se suelen marchar con las manos

41


vacías. Un secretillo, querida, más de una historia y menos de dos me has dejado aquí sin darte cuenta. Como te lo digo. —¿Hay algún cuento que no conté y que está aquí? ¿Podría verlo? —Por supuesto, querida. Como poder verlo, podrías verlo. Pero como no lo contaste, no te lo puedo mostrar. —Vale. ¿Me he dejado algún poema que empieza con el verso “Desnuda en el bosque”? —No que recuerde, pero recuerdo tan poco que no lo recuerdo. ¿Quién estaba desnuda? —No lo sé. —¿Y entonces cómo sabes que estaba desnuda? —Buena pregunta. —¿Cuál? ¿Cuál preguntas? —Creo que debo continuar mi camino, dijo TresLunaS. Sabía que discutir sobre semántica con la funcionaria no era una buena idea y no sabía si tenía mucho, poco o nada de tiempo. Discusiones de semántica, las justas y en otras circunstancias.

42


—No sé nada del comienzo de tu poema, soy una simple funcionaria que bebe té y que custodia los cubos de colores. Estoy convencida de que si preguntas al profesor de Matemáticas Inexactas, te podrá ayudar. —¿Cómo me va a ayudar un profesor de...? —preguntó TresLunaS con cierta suspicacia. —Matemáticas Inexactas, querida. Inexactas. Necesitas encontrar un poema. Y los poemas son matemáticas, y como no sabes dónde está o cómo es, esas matemáticas, matemáticamente son inexactas y si son inexactas, lo mejor es preguntarle al profesor experto en la materia. —¿Cómo le encuentro? —Sigue el camino de baldosas amarillas. —¿Qué pasa? ¿Que me has visto con cara de estar buscando al Mago de Oz? Hace tiempo que dejé de ser Dorothy y de tener un perro tonto llamado Totó. TresLunaS era muy decidida y no le gustaba que la tomaran el pelo sobre todo cuando tenía un asunto tan importante entre sus manos. Ella notaba que su paciencia se agotaba con rapidez. No era su fuerte ser paciente. —No querida, es que siempre quise decirle esa frase a alguien. Aunque tal y como está el patio, tampoco me parece mal consejo.

43


TresLunaS no llegó a oír la última frase de la funcionaria. Se alejaba mientras la veía que seguía leyendo su libro colgada bocabajo y se volvía a servir otra taza de té, esta vez de color violeta claro. En la senda que había tomado había un cartel que ponía: “Éste el camino de baldosas amarillas”. Pero claro, las baldosas no eran baldosas ni tampoco eran amarillas. Algo muy típico de este lugar. TresLunaS iba murmurando lo que acaban de decirle. Había que encontrar al profesor de Matemáticas Inexactas. ¿Cómo se encuentra aposta lo inexacto?

sigue el camino de baldosas amarillas

44


. La luz sombra cambió. Como si alguien hubiera encendido un interruptor distinto, la luz del cielo se fue transformando del color que tenía hasta terminar en un verde suave, con cuadraditos y todo, como el de los cuadernos de los escolares. Era como entrar en otro mundo. La verdad es que estaba entrando en otro mundo, uno repleto de incógnitas sin despejar, pero TresLunaS aún no había llegado a esa conclusión. Al final del camino, se veía un castillo medieval. Sus altas torres eran torres de ajedrez, serias y austeras. En realidad todo el castillo estaba rodeado de piezas de ajedrez, de números divididos por letras multiplicados por sílabas y divididos las horas de un reloj de arena. Si buscaba al profesor de Matemáticas Inexactas, no debía estar muy descaminada. Era preciso hallar lo impreciso.

45


TresLunaS estaba algo inquieta. Una persona como ella, obsesionada con la perfección semántica, con la armonía, la precisión de la sílaba y el ritmo de las palabras, ¿cómo podía hablar con un profe de mates, que además eran inexactas? —Pues hablando, mi joven y locuaz aprendiz —dijo una voz que susurraba en la oreja de TresLunaS. —¡Vaya susto! —Siento haberte asustado, se disculpó la voz ahora completa con la figura que estaba junto a TresLunaS. Detrás de ella había aparecido un hombre altísimo, mucho más alto que cualquier persona que ella conociera. Iba vestido de una manera informal. Bizqueaba de un ojo, llevaba unas gruesas gafas y además cojeaba. Era como si la naturaleza hubiera sido más cruel con él que con el resto. —¿Cómo sabe lo que estaba pensando? —se extrañó TresLunaS. —Científicamente podría decirte que es a causa de las neuronas espejo que se han activado en mi cerebro cuando has pensado lo que has pensado mientras lo pensabas. Pero en realidad te mentiría. La última frase la has dicho en voz alta sin querer. —¿Es usted el profesor de Matemáticas Inexactas? —preguntó titubeando TresLunaS.

46


—Prefiero el término de Matemáticas Imperfectas, como los tiempos verbales. Y si te parece bien, te rogaría que me hablaras de tú. La voz del profesor era sorprendentemente agradable, como de locutor nocturno de radio. Se podría cerrar los ojos y dejarse llevar por la música de su voz. ¡Cuán extraños son los sentidos, qué forma de mostrar la belleza o la fealdad de manera tan subjetiva, qué sinsentido, irónicamente tan imperfecta! ¿Tiene sentido fiarse de los sentidos? —Vale, gracias. Tengo un problema y no sé si usted, digo si tú, me puedes ayudar. —Si un profesor de matemáticas imperfectas no te puede ayudar con un problema, mal va el mundo en el que vivimos. —Estoy intentando escribir un poema. O eso pensaba esta mañana. —Interesante dilema. ¡Qué bella ecuación se despeja cuando de unas palabras se extraen unos versos! Perdona, no quería irme por las ramas. Sigue, por favor. —Llevo un tiempo dándole vueltas al comienzo de un poema. —¿Y cómo es? Digo el comienzo. —”Desnuda en el bosque”. —Buen comienzo.

47


—Gracias.—dijo TresLunaS de forma mecánica, con la sensación de haber vivido esa conversación en los últimos días con distintas personas. —Necesito más información. ¿Te importa si paseamos por el Jardín de las Ecuaciones Cruzadas? Siempre que me hallo ante un problema, ante algo que no comprendo, me gusta pasear por ese jardín que me recuerda quién soy y quién no, que recuerda lo que olvido, que me hace dormir, que no soñar, mientras sigo despierto. El jardín seguía cuajado de ecuaciones escritas en el aire, de jugadas y de piezas dibujadas de ajedrez de diversos materiales: cristal, madera, piel de cebra, nubes... Los movimientos de esas piezas conducían a situaciones cambiantes, siempre móviles, un paisaje en continuo cambio, en perpetua búsqueda, una combinación tras otra. Era como estar ante un escaparate que da vueltas, aunque lo que se movía, por así decirlo, era el propio mobiliario del jardín. Los movimientos eran lentos, nada caóticos, matemáticamente aleatorios, como si la geometría del lugar y la multitud de jugadas y piezas estuvieran afinadas todas en la misma clave de sol. En el lugar en el que estaba TresLunaS no podía ser de otra manera. —Empezaré por el principio del principio. Página cero. Soy poeta. O creía serlo. Ya empiezo a dudarlo. Escribo todos los días junto al bosque y a veces comento con mis amigos lo que me inquieta. Busco

48


palabras constantemente. Incorrecto. Son ellas las que se van cruzando en mi camino. No por nada en especial. No tengo títulos académicos colgados en la pared ni medallas que confirmen lo que digo. El único carné que poseo es el de la biblioteca de la vuelta de la esquina. Mi trabajo consiste en unir palabras unas a continuación de otras. Poco más. No busco ni fama ni gloria. Soy artesana verbal, como un zapatero que remienda zapatos, como un jardinero que cuida del jardín. Ése es mi trabajo. Y punto. —O punto, punto, punto. Parece que lo que dices no acaba en un punto sino en tres puntos suspensivos. El poeta decía que ojalá detrás del punto final de los finales, le siguieran dos puntos suspensivos. —Matices semánticos. —Detalles, que no es lo mismo. Como poeta sabrás que lo importante siempre hay que buscarlo en los detalles, lo que casi nadie percibe. —Hablas como del oficio. ¿Sabes mucho de letras para ser un profe de mates? —Recuerda que trabajo con matemáticas imperfectas. Como algunas palabras. De ahí que tenga un poco de poeta. Además, los profes de mates nos pasamos la vida buscándole significados a la letras, que si

49


“x” vale tanto, que si “y” es igual a “a”+“b”... Nuestros oficios tampoco están tan lejos uno de otro. —¿Las palabras pueden ser imperfectas? —Por supuesto, mi joven aprendiz de poeta. No significa que descartes las que no valen, sino que, incluso, las que valen, tienen un perfil desigual, imperfecto. —¿Cómo hallo lo que tengo la sensación de no haber perdido? —Dejando de buscarlo, obviamente. Muchas veces no puedes encontrar lo que pierdes. ¿Cómo hallar lo que sabes que no has perdido? Te devuelvo la pregunta y te hago otra. ¿Cómo eliges las palabras? —Normalmente vienen ellas a buscarme. Me llaman o quedamos en un sitio. No tengo normas al respecto. Lo único que hago es descartar las mal usadas, las imprecisas, las... —¿Las imperfectas? —Supongo que sí, no se ofenda, quiero decir, no te ofendas. —¿Por qué iba a molestarme? Soy experto en cosas imperfectas. Soy algo más que imperfecto. Supongo que es cuestión de convivencia y de costumbre...

50


—Siento mucho interrumpir nuestra charla. Pero creo que no me vas a poder ayudar. Ya he perdido mucho tiempo. —¿Cuánto vale el tiempo que has perdido? ¿Cómo mides el tiempo que no has utilizado? ¿Has perdido más de lo que has ganado? —Muchas preguntas sin respuesta. No estoy segura. Lo pensaré. Sólo quiero encontrar el poema que me falta. —Los poemas no suelen faltar. Ni tan siquiera los versos. No es fácil darse cuenta de que el arte de lo no escrito se equilibra con el arte de lo no leído. —No lo comprendo. —Lo terminarás entendiendo, sólo hay que esperar. Regresa. Sal de este jardín y vuelve al bosque donde estaba tu verso Desnuda en el bosque. —¿Cómo llego al bosque donde estaba por la mañana? —Debes volver a otro bosque, que no está en ningún tiempo verbal del que hayas oído hablar. Pero se parece al que conoces. Si giras a mano izquierda tres veces, encontrarás el bosque del que te hablo. —Gracias. —¿Por qué?

51


—Por la información, por la ayuda, por la charla, por tu voz, por los consejos, por los versos matemáticamente imperfectos que me has regalado hace un rato. —De nada, mi joven aprendiz. Buen viaje. Nos veremos pronto. Ojalá. —Ojalá. TresLunaS no estaba desnuda pero extrañamente se sentía así. Desnuda estás tan expuesta que casi la piel no te protege, pensó una vez. No llegó a escribirlo. Las palabras volvieron a su boca cuando traspasó la puerta del Jardín de las Ecuaciones Cruzadas. Y esas palabras allí se quedaron para secarse.

52


. —Giro una vez, dos veces, tres veces. Giro una vez, dos veces, tres veces... TresLunaS repetía las indicaciones del profesor una y otra vez. No sabía si lo hacía para que no se le olvidaran o si era para averiguar si había más significado del que aparentemente parecía haber. Las palabras a veces son lo que son, pero TresLunaS, por su propia experiencia, conocía que una palabra valía mucho más que cualquier imagen inventada. Quienes decían que una imagen valía más que mil palabras era porque no conocían muchas palabras o porque no se lo habían preguntado a TresLunaS. Otro gallo hubiera cantado y el dicho se habría dicho de otra manera si las palabras las hubiera escogido TresLunaS. Giró tres veces a la izquierda y se encontró con el bosque donde ella solía escribir. Sonaba una suave melodía, muy hermosa. La luz era la

53


luz de una tarde de primavera tranquila, TresLunaS no lograba ver de dónde procedía aquella melodía tan cautivadora. Caminaba despacio, como si el hecho de no ir más rápido le pudiera dar alguna pista de por dónde venían aquellos sonidos. Al fondo, detrás de un frondoso árbol y un pequeño seto de color sonrisa, había un piano azul de patas amarillas del cual salían las notas que ella escuchaba. No eran ni tristes, ni alegres, ni llevaban un tempo allegro ni sonaban a un adagio. No tenían estribillo y de momento parecía que tampoco tuvieran letra. Le recordaba a TresLunaS las veintinueve notas blancas que le dedicaba a su amigo el veintinueve de febrero, cada año bisiesto cuando le visitaba y ella tocaba sin parar su trompeta plateada. Lástima, pensó TresLunaS, debí cogerla para momentos como éste. Hubiera sido un dueto muy chulo. Trompeta y piano se complementaban a la perfección. Hay que decir que TresLunaS no solía lamentarse demasiado si hubiera hecho tal cosa en vez de tal otra. Se daba un par de líneas de disgusto, como mucho, quizás hasta el siguiente punto y aparte, pero poco más. ¿De qué sirve lamentarse de algo pasado como si pudiera cambiarlo más adelante? Era como perder dos veces. La música subía, bajaba y volvía a subir para acabar bajando. Era un tono tranquilo, conciliador, como una tregua dentro de una batalla, como

54


un verbo que invita a hacer las paces cuando TresLunaS se enfada con su amigo el espejo, con el mar o con un poema atravesado. Parecía que el piano azul de patas amarillas iba completando líneas de pentagrama una tras otra. Los compases se sucedían como las ondas de un lago cuando se le lanza un piedra al centro. Por más que lo intentaba, TresLunaS no podía ver quién tocaba el piano azul de patas amarillas. Oía las notas y veía el piano, pero parecía que nadie estaba sentado delante del instrumento. Sólo sonaba mientras la partitura iba pasando sus páginas sin mano alguna. TresLunaS no se atrevía ni a chistar, por no estropear la magia. Una poeta reconoce y aprecia a otro colega aunque éste haga versos con un piano. Tocar un instrumento muchas veces era como juntar letras que son primero sílabas y luego palabras. Tan sólo cambiaba la herramienta de trabajo. —Hola, ¿quién está ahí? ¿Quién es quien toca el piano? ¿Quién me regala esa hermosa melodía que me susurra? —TresLunaS acababa de darse cuenta que hablaba con si estuviera escribiendo. Serían los nervios. Un error de principiante. Mal hemos empezado, pensó. —Hola TresLunaS. Gracias por el adjetivo. Sé que los utilizas con cuidado y que no sueles malgastarlos. Te estaba esperando desde esta mañana. Y no estés nerviosa. —¿Quién ha dicho eso? ¿Quién te ha dicho cómo estoy?

55


—He sido yo, TresLunaS. Sé quién eres y cómo estás. Estoy aquí abajo. Mira al piano. El mismo piano azul con patas amarillas al que acabas de interrumpir de tan bella manera. —Lo siento. —No te preocupes. Ya retomaré la melodía perdida. Uno pierde el rumbo y siempre una brújula interior, que parece no existe, le marca el norte que debe seguir. Sé por qué estás aquí. —¿Por qué estoy aquí? —Porque sigues desnuda en el bosque, como el verso que crees estar buscando. —No estoy desnuda. —Es una metáfora, TresLunaS. Algo que se compara con otra cosa para explicar, para describir otro algo que con simples palabras sería más complicado de entender. ¿Por qué buscas un poema que no existe? —No lo encuentro. No he dicho que no exista. Y sigo sin entender que digas que estoy desnuda.

56


—No siempre las palabras dicen con precisión lo que terminamos diciendo. Sé que no te crees nada de esto. Debes evolucionar, dar el siguiente paso, cruzar esta parte y adentrarte en la siguiente. Debes continuar como lo hace la vida. Y digo que estás desnuda en el bosque como lo está ese verso que andas buscando de puerta en puerta. Y no, el poema que estás buscando no existe. Ya te lo digo yo, que de poemas que no existen entiendo un rato. —Sigo sin comprenderte. —Y más que vas a seguir sin comprenderme ni comprenderte. El poema que buscas no existe porque no es un poema. Es un reflejo. Es un reflejo de ti, una transición de lo que fuiste a lo que serás. Es una imagen. —¿He perdido mi propio reflejo? ¿Qué imagen estoy buscando, pues? —No exactamente, TresLunaS. Lo que creíste que era un poema, no era más que tu reflejo. —¿Es una adivinanza? ¿Cómo iba a perder mi reflejo sin que me diera cuenta? —¿Cómo se pierden las palabras que uno no escribe? ¿Cómo quedan los versos de maltrechos si los ponemos en la lista de las palabras imperfectas? Además no he dicho que lo hubieras perdido. —Eres amigo...

57


—De todo el mundo, TresLunaS. De todo el mundo. No sólo de quien estás pensando. Todo el mundo ha pasado de alguna forma por aquí en algún instante de su vida. De hecho, lo normal es que pasen más de una vez a lo largo del tiempo que les tocó vivir. Todos han escuchado o han necesitado una melodía como la que has oído hoy. Aunque siempre es distinta. No repito dos canciones. Denota falta de imaginación. —¿Dónde está mi reflejo? —Mira, no se trata tanto de saber si lo has perdido o de dónde está. Debes emprender un nuevo camino. Se trata de si quieres abrir una puerta invisible en tu corazón y pasar al otro lado o si decides permanecer quieta. Hay que andar y buscar nuevos puntos de llegada; se trata de ir por donde aún no conoces; se trata de cruzar el río hasta el otro lado. —¿Se trata de cambiar? ¿Debo ser otra persona? —No, TresLunaS, se trataría de que fueras tú de nuevo, una TresLunaS que ya no estuviera desnuda en el bosque ni que se sintiera así. Es como aquello que pensaste y que no llegaste a escribir: desnuda estás tan expuesta que casi la piel no te protege... —Se trata de ser lo que soy. De lo que seré, quizás. En definitiva, de decidirlo. —Exacto, TresLunaS. Exacto.

58




. Los arcoiris aparecen cuando el sol se pone a jugar con las gotas de lluvia que llegan tarde a la fiesta. Parecen alegres e inalcanzables, puntos y apartes de lo que ha acontecido. Sin embargo, el arcoiris que se veía desde la ventana de la cabaña de TresLunaS anunciaba principios más que finales. Y en esa idea pensaba TresLunaS. De hecho le agradaba. Delante de sus ojos estaba su bloc invisible. Estaba como apagado, un simple objeto entre las manos, como un libro cerrado que se abraza. El día era espléndido. A pesar de que tenía un irrefrenable deseo de abrir su bloc, se contuvo. Hoy no era un día de trabajo, así que decidió darse un respiro. Invitar a su amigo el mar a desayunar parecía un plan extraordinario. En su cabeza había otros mundos,

61


otras ideas que debían esperar, al menos, hasta el día siguiente para ser narradas. No todas las esperas debían ser un crimen. Había que cerrar una puerta de su corazón y saltar por una ventana que se le abría. En ese instante comenzó a comprender el misterioso y delicado arte de lo no escrito. Prescindió de poseer palabras y se quedó con el placer de tenerlas cerca. Y no le importó.

62


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.