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Devocional
¡GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS!
“Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy… un Salvador, que es CRISTO... Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”. Lucas 2:10-14
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Rev. Luis M. Ortiz
ESTE FUE el más dulce, glorioso y transcendental himno que jamás el mundo escuchó. Los ángeles entonaron sus melodiosas voces en una sinfonía de alabanzas a Dios por el glorioso nacimiento de Jesús. Dios es glorificado en cada gota de rocío que humedece el césped en la mañana, en cada amanecer de cada nuevo día, en cada flor que luce su belleza y exhala su fragancia, en cada avecilla que eleva sus trinos al Creador, en cada rayo del astro rey que imparte vida, luz y calor.
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). Aunque toda la creación se fusione en una gigantesca sinfonía de alabanza, jamás podrá igualar al gran cántico de la encarnación del Hijo de Dios. Jamás antes la multitud de las huestes celestiales
habían cantado: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc. 2:14). Hay más gloria y más melodía en el nacimiento virginal de Jesús que en el nacimiento de todo el vasto universo con todas sus galaxias, estrellas y
soles. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros [y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre], lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). El apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo en una magna y sublime exclamación dice: “E indis-
cutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Tim. 3:16). Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne. El inmenso universo está colmado de misterios, desde el microscópico germen en el aire que respiramos y en el agua que tomamos, hasta los gigantescos soles y estrellas que fulguran en el espacio a distancias inconcebibles. Los antiguos creyeron en cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua; pero en nuestro tiempo la ciencia ha descubierto 103 elementos. Por mucho tiempo se creyó que el átomo era la partícula de materia más pequeña que existía y que era indivisible, pero en nuestro tiempo el átomo ha sido desintegrado en sus componen-
tes: electrones, protones, neutrones, etc. Hay un misterio en cada gota de agua, ¿qué es lo que une a dos átomos de hidrogeno con un átomo de oxígeno, para formar una molécula de agua?; ¿por qué un saltamontes tiene doscientos setenta dientes en su cuerpo?; ¿de dónde la lombriz de tierra saca el poder para hacer que le crezca otra cabeza, cuando le cortan la primera?; ¿por qué el caballo se levanta con las patas delanteras primero, y la vaca con las patas traseras primero? Bueno, podríamos hacer preguntas indefinidamente y la única respuesta que encontraríamos es que las cosas son como son, en obediencia a las leyes establecidas por el Creador. Estamos rodeados de misterios, nadie sabe exactamente lo que es la electricidad; se sabe aplicar en distintos y diversos usos, pero nadie lo sabe explicar qué es. Si esto es así, en el mundo físico y material, el cual vemos, palpamos y utilizamos; los misterios en el mundo espiritual y en el reino de Dios son mayores, y están fuera de nuestra comprensión y dominio. Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne. Su concepción y nacimiento virginal, Su vida, Su ministerio, Su doctrina, Su sacrificio, Su muerte, Su expiación, Su resurrección, Sus apariciones, Su ascensión, Su segunda venida; todo está saturado de ese gran misterio de la piedad. Cada Edad en el mundo ha tenido sus grandes personajes o protagonistas, pero Jesús es único en todas las Edades. Dios por nosotros, Emanuel, el Verbo, el Hijo de Dios, y al mismo tiempo es Jesús, Hijo del Hombre, Redentor, Siervo, Dios y Hombre; Su deidad era real y verdadera, Su humanidad era real y verdadera. ¿Cómo puede ser esto? Grande es el misterio de la piedad. A veces hay quienes quieren penetrar estos misterios divinos con las sandalias de la especulación y de las interpretaciones. No toca a nosotros ni tampoco podemos entenderlo todo ni explicarlo todo. Los más renombrados científicos no pueden entender ni explicar los misterios del mundo físico y material; tampoco los más versados teólogos pueden entender ni explicar estos grandes misterios de la piedad. El gran apóstol Pablo le fue revelado mucho acerca de estos misterios, y tuvo que exclamar:

“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (Romanos 11:33-34). Grande es el misterio de la piedad. Con sobrada razón los ángeles cantaron en la mañana de la primera navidad: “¡Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”.