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DEVOCIONAL
“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones… y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles... Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. Hechos 2:42-47
Rev. José Soto
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PRINCIPIOS QUE PERDURAN Y TRASCIENDEN (II)
El Señor Jesús les había dicho antes de irse “que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre”, la promesa del Espíritu Santo (Hch. 1:4). “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Había una orden: ser testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la Tierra. La iglesia primitiva tuvo claro lo que tenía que hacer, el Señor los había comisionado.
“Entonces volvieron a Jerusalén… Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo. Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch. 1:12-14). Y ahí estaban ellos en oración y ruego.
La oración era un valor que ellos consideraban importantísimo para cualquier decisión en la iglesia y en
la obra del Señor. De nada vale que nos metamos a un cuarto a definir estrategias, a inventar métodos, a buscar recursos y herramientas para cumplir la misión si no hacemos lo esencial que es buscar a Dios y Su poder a través de la oración. El diablo le tiene miedo a un siervo de Dios de rodillas, porque él sabe que la oración tiene poder.
La iglesia inició en una actitud de oración, es un principio, es un valor, y los valores deben permanecer. Un verdadero valor permanece en el tiempo, es constante; no se pierde por cosas que surjan en la vida, por preguntas que emerjan de la ciencia humana, por críticas de este mundo. La oración es un arma que Dios nos ha dejado y el
diablo le teme, si algo no menosprecia Dios es un corazón contrito y humillado (Sal. 51:17; 2 Cr. 7:14).
Ahora mismo ya llegó una nave a Marte, y eso no impresiona a Dios; hay radiotelescopios que captan sonidos de millones de años luz de distancia, tampoco le impresiona a Dios; los títulos académicos, no le impresiona a Dios; un enorme rascacielos, no le impresiona a Dios; todo le pertenece a Él. Pero cuando Dios ve a una persona humillada en su presencia, su corazón se inflama, su corazón vibra, porque ve a ese siervo, a su hijo, buscando su rostro. Eso sí impresiona al Señor.
La iglesia surge en medio de una nube de oración,
sin duda en Pentecostés y después de Pentecostés. El primer milagro post Pentecostés del libro de los Hechos, capítulo 3:1-10, nos dice: “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna… Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos …” Y el hombre no solo se levantó y anduvo, sino que entró saltando al templo, y todo el mundo lo reconoció, fue un milagro poderoso.
Después fueron llamados los discípulos, Pedro y Juan, para recibir amenazas de los gobernantes, y Pedro, el rústico pescador, se volvió un hombre de un dialecto impresionante, y les dijo a los gobernadores: “Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano” (Hch. 4:9-10).
Hermanos míos, Dios no busca gente capacitada, Dios busca gente fiel. Porque si eres fiel, en el proceso de Dios, Él te da las capacidades que necesitas, nuestra competencia en esta bendita causa no depende de los títulos académicos, depende de la llenura del poder de Dios en nosotros para hacer la obra de Dios con fidelidad.
“Ven buen siervo fiel…” (Mt. 25:23). ¿Fiel a qué? Fiel a esos principios que tienen que permanecer, que tienen que ser constantes, que tienen que ser personales, que entran en nuestras emociones. Un verdadero principio está tejido en nuestra alma, eso quiere decir que, si uno actúa contra ese principio o fuera de ese valor no se siente bien, se siente uno miserable, se siente mal, y uno dice “esto no puede ser, tengo que retornar, tengo que hacer la voluntad de Dios en fidelidad”. Y eso es lo que Dios busca. (Continuará próxima edición)