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LITERATURA
Publicado en 1995, el libro permite reconstruir la historia, las creencias y el funcionamiento de las primeras comunidades de seguidores del hijo de Dios en territorio de Israel. Es obra del escritor español César Vidal.
LOS PRIMEROS CRISTIANOS
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Los orígenes del cristianismo constituyen, sin lugar a dudas, un tema de investigación histórica en situación de perpetua actualidad prácticamente desde el siglo II. Ya en esa fecha nos encontramos con informaciones transmitidas por historiadores clásicos que manifestaban su interés por la forma en que este movimiento se había originado en un lejano lugar del Imperio. Incluso prescindiendo de sus prolongaciones posteriores, el fenómeno tiene una enorme relevancia por cuanto las situaciones históricas paralelas son, cuando menos, limitadísimas. Como bien señalaba F. F. Bruce en una obra ya clásica sobre el tema, la aparición en los últimos años de dominio británico en la India de un autoproclamado “campeón del Islam” llamado Haji Mirza Ali Jan, Fakir de Ipi, sólo vino acompañada de alguna nota esporádica en la prensa, ligada a la mención de sus intentos por acabar con la “pax britannica” en la zona.
Publicada por Editorial Trotta en 1995, originalmente bajo el título “El judeo-cristianismo palestino en el siglo I: de Pentecostés a Jamnia”, la obra “Los primeros cristianos” permite, según su autor, el escritor César Vidal, reconstruir la historia, las creencias y el funcionamiento de las primeras comunidades de seguidores de Jesucristo ubicadas en el territorio de Israel.
Resumiendo, pues, podemos decir que el cuadro acerca de Jesús que Josefo reflejó originalmente pudo ser muy similar al que señalamos a continuación. Jesús era un hombre sabio, que atrajo en pos de sí a mucha gente, si bien la misma estaba guiada más por un gusto hacia lo novedoso (o espectacular) que por
una disposición profunda hacia la verdad. Se decía que era el Mesías y, presumiblemente por ello, los miembros de la clase sacerdotal decidieron deshacerse de él entregándolo a Pilato, que lo crucificó. Ahora bien, el movimiento no terminó ahí porque los seguidores del ejecutado, llamados cristianos en virtud de las pretensiones mesiánicas de su maestro, “dijeron” que se les había aparecido.
El libro de Vidal examina tres elementos muy concretos. El primero es una exploración de las fuentes históricas. El segundo es una reconstrucción a partir de las fuentes de la historia del judeo-cristianismo desde la crucifixión del Hijo de Dios hasta su expulsión. El tercero es un análisis de la composición social y el pensamiento de los judeo-cristianos.
A diferencia de las fuentes escritas que, prescindiendo de su calidad, resultan relativamente numerosas, las fuentes arqueológicas relacionadas con el judeo-cristianismo del siglo I en Israel resultan escasas, fragmentarias y, aparentemente, de muy limitada importancia. Por un lado, es clara la ausencia de referencias al judeo-cristianismo en muchas de las áreas correspondientes a las ciencias auxiliares del historiador. Así, por ejemplo, no poseemos testimonios numismáticos pertenecientes al judeocristianismo. Por otro lado, carecemos prácticamente de enclaves religiosos específicos relacionados con aquel movimiento y, de la misma manera, tampoco disponemos de manifestaciones plásticas relacionadas con el culto judeo-cristiano, dado que obedeció la prohibición de rendir culto a las imágenes que hallamos en la Torah (Éx. 20, 4-5).
ÚTIL TEXTO Útil para entender la era cristiana, el texto del hermano Vidal, que fue reeditado en el 2009 por Editorial Planeta, cuenta además con dos apéndices: uno sobre una aproximación a los estudios relativos al libro de los Hechos de los apóstoles como fuente histórica y otro acerca del origen del término minim y la identificación de aquellos a quienes se aplicaba. Carecemos de los datos suficientes como para poder establecer un esquema exhaustivo de lo que fue la composición económico-social del judeocristianismo en Israel durante el siglo I. Aun

así, no deja de ser obvio que poseemos un cierto número de referencias en relación con esta cuestión y que estas mismas nos permiten esbozarla al menos en cuanto a sus líneas generales se refiere. En las páginas siguientes, abordaremos primero el tema del encuadre de los distintos componentes de la comunidad desde una perspectiva económica y, posteriormente, nos referiremos a los distintos grupos sociales representados. Como tendremos ocasión de ver, tales clasificaciones se entrecruzan no pocas veces con factores de división religiosa. Este aspecto es propio del judaísmo del Segundo Templo —aunque no sólo de él— y contribuye a aumentar el factor conjetural de cualquier intento de reconstrucción, algo, por otra parte, inevitable si tenemos en cuenta el carácter fragmentario de las fuentes.
En el 2015, desde la ciudad de Miami, el autor de este volumen señaló que: “Me consta de sobra que esta es una obra densa, compacta, rezumante de documentación. Por eso me atrevo a recomendar a los lectores que se acercan a ella que seleccionen los capítulos que más llaman su atención y procedan a su lectura sin respetar ningún orden concreto”.
Resulta indiscutible y esencial el papel relevante que Jesús representó para el judeocristianismo en la tierra de Israel. La confesión de fe en Él determinaba su actuación, pero ésta debe entenderse también relacionada con la fe en una presencia continuada del Resucitado en medio de la comunidad para guiarla y dirigirla, algo que determinó, por ejemplo, su postura en relación con cuestiones no específicamente religiosas, como podía ser la actitud frente al uso de la violencia revolucionaria o con respecto a la situación social, que iría empeorando progresivamente hasta el estallido de la guerra con Roma en el año 66 d. J.C. Además, hay que añadir que el análisis de la manera en que la comunidad judeo-cristiana concibió la figura de Jesús resulta de un especial valor para establecer: a) las verdaderas relaciones entre las distintas corrientes ideológicas del Nuevo Testamento, y b) las diversas etapas en el desarrollo del dogma en el cristianismo primitivo y en los siglos posteriores.

INVESTIGACIÓN HISTÓRICA De acuerdo a la doctora Pilar Fernández, catedrática de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), “Los primeros cristianos” pone de manifiesto el proceso a través del cual un movimiento esencialmente hebreo deja atrás la ortodoxia judía y se apertura a los paganos. También toca a fondo cuestiones como la cristología, pneumatología, angelología y el pensamiento escatológico.
Resulta indiscutible y esencial el papel relevante que Jesús representó para el judeocristianismo en la tierra de Israel. La confesión de fe en Él determinaba su actuación, pero ésta debe entenderse también relacionada con la fe en una presencia continuada del Resucitado en medio de la comunidad para guiarla y dirigirla.
La visión acerca del Espíritu Santo desempeñó un papel de trascendental relevancia en el judeo-cristianismo del siglo I en Israel. Habitualmente, sin embargo, quizá debido a la discusión que gira en tomo a la figura de Jesús, el tema ha quedado excluido o minimizado del examen relativo a este movimiento. Como tendremos ocasión de ver, el mismo, sin embargo, exige una aproximación inexcusable. Para empezar, el propio libro de los Hechos conecta el crecimiento de la comunidad jerosolimitana precisamente con un fenómeno de manifestación del Espíritu Santo (Hch. 2) que se sitúa cronológicamente en la fiesta de Pentecostés celebrada en el mismo año de la ejecución de Jesús. Resulta además indiscutible, a la luz del testimonio de las fuentes, que los judeocristianos profesaban la creencia de hallarse inmersos en un período histórico donde el Espíritu se manifestaba (e iba a seguir haciéndolo) de una manera especialmente amplia y rica. Que tal confianza se fundaba en la convicción de que Jesús había resucitado, así como en una reflexión a partir del Antiguo Testamento y, más específicamente, de la profecía de Joel, es algo que se desprende igualmente de las fuentes. Asimismo, en 1995, la docente Fernández opinó que: “César Vidal, como Plinio el Joven hizo en su tiempo, vuelve a cuestionar la naturaleza del judeo-cristianismo primitivo. Su trabajo recuerda la necesidad de revisar los antiguos problemas que todo estudio exige, contribuyendo él mismo con nuevas aportaciones al ciclo de la investigación histórica”.
El judeo-cristianismo nació como una respuesta lógica y articulada a la creencia en la resurrección de Jesús y en una manifestación ya presente del Espíritu Santo que las fuentes conectan unánimemente con el día de Pentecostés. Contra lo que seguramente esperaron los personajes que ordenaron la ejecución de Jesús, el movimiento vertebrado en tomo al mismo no experimentó un rápido final. Por el contrario, sus seguidores se establecieron en buen número en Jerusalén, donde gozaron del suficiente predicamento como para obtener un cierto crecimiento entre la población y los visitantes. La dirección correspondía a un colegio de doce apóstoles cuyos portavoces fueron Pedro y Juan. Es posible que, como consecuencia de este crecimiento difícil de controlar y a impulsos de un entusiasmo pneumático, se optara por un régimen de comunidad de bienes que no era obligatorio ni total, que se limitaba a bienes de consumo y que no previo la necesidad de crear una línea ininterrumpida de bienes fungibles.
