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DEVOCIONAL

“Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, Él te desechará para siempre”. 1 Crónicas 28:9

Rev. Alberto Ortega

ORIENTANDO A LOS HIJOS

El Rey David pronunció estas palabras en el momento que estaba entregando el reino de Israel a su hijo Salomón. David no centró sus consejos en las funciones reales en las que éste habría de desempeñarse, sino en las condiciones espirituales que se requerían para tomar las decisiones correctas que todo hombre tiene que asumir. Aquí están los consejos imperecederos, no de un rey a un príncipe, sino los de un padre que desea el éxito de su hijo.

Una de las carencias más grandes en nuestra sociedad es la ausencia de palabras que orienten a los hijos. El compartir entre un padre y su hijo ya es casi inexistente. En nuestra era de las comunicaciones de masas, el diálogo no existe entre los seres que viven debajo del mismo techo. No se conversa, se discute; no se comparte, se pelea.

SEÑALANDO UN ESCOLLO INVISIBLE “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre…” (1 Cr. 28:9). Aquí hay un escollo que muchos no ven, que muchos ignoran y, por lo mismo, sus vidas se hunden en Él. ¿Acaso Salomón no había nacido en un hogar donde Dios era conocido y adorado? ¿No asistía regularmente al lugar de oración y de adoración? ¿No aprendió como todo niño judío a leer los libros de Moisés? ¿No cantó los himnos de los libros de los Salmos? ¿Por qué entonces David le habló de reconocer a Dios?

Nosotros nos sorprendemos al ver aquel adolescente, que vivía en aquella familia fiel a Dios; sin embargo, de repente, se apartó de la fe. ¿Dónde se fraguó ese fracaso? Incluimos algunas de las respuestas: 1) El hogar más piadoso no garantiza el conocimiento personal que debemos tener a Dios. 2) La iglesia más espiritual, adherida a la sana doctrina, no asegura que uno de sus miembros tenga un conocimiento personal de Dios. 3) Hay personas que conocen la doctrina de la salvación sin haberla experimentado. 4) Podemos conocer versículos de las Sagradas Escrituras de memoria, y no conocer a Dios personalmente.

El apóstol Pablo dijo: “velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios…” (1 Co. 15:34). Le recordó a Timoteo que: “desde la niñez ha sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Tim. 3:15).

Hay un conocimiento que procede de las Escrituras y otro que procede de los tratos personales con Dios. Ambos son necesarios, pero cuando no se conocen los tratos personales e individuales con Dios, no se puede crecer ni tener una larga vida en la Iglesia.

EL SERVICIO FIEL “…Y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario” (1 Cr. 28:9). No existe un servicio ciego a Dios, aquel que le sirve debe de conocerle personalmente. David le dijo las dos condiciones del servicio fiel, la primera es: “con corazón perfecto”. El énfasis no está en el volumen, o en la cantidad de trabajo, sino en la calidad y en las condiciones que producen ese servicio. En primer lugar, debe implicar el corazón, éste es el asiento de nuestros deseos, de nuestra voluntad, de nuestras decisiones. ¿Qué significa un corazón perfecto? Es aquel que se mueve en plenitud y no parcialmente, que lo hace por entero y no en parte.

La segunda condición para el servicio fiel es: “con ánimo voluntario”. El servicio no puede ser impuesto, tampoco fruto de la presión o de la intimidación, sino de ánimo voluntario, o sea, que se mueve dentro del hombre y no fuera de él. La palabra ánimo significa originalmente: vida, vitalidad, respiración. Esta palabra la encontramos en el libro de Génesis 2:7, leemos: “entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Dios sopló aliento de vida en el hombre, esta es la misma palabra que encontramos en la declaración de David por “ánimo”.

Este ánimo tiene que ser “voluntario”. Esta palabra sig-

nifica: complacido con, a gusto con, inclinado a, deseoso de, movido por. Cuando nos movemos en el servicio a Dios tenemos que hacerlo con deleite, a gusto.

En Jesucristo hallamos la expresión más grande de esta cualidad: “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último” (Heb. 10:5-9). Tomó cuerpo humano para manifestar, por medio de todas las capacidades de la vida humana, la obediencia completa. Jamás lo vimos quejarse de su servicio a su Padre Celestial.